«La historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno.»
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina.
La actual vorágine violenta, existente en el presente cotidiano mexicano, se caracteriza por el acometido de múltiples crímenes a escala social. Nuestro panorama sombrío se expresa en las siguientes cifras: del año 2006 a lo que va del 2024, han desaparecido 106,086 personas[1]. Además, para el periodo 2006-2023, se han cometido 462,706 homicidios[2]. Destacan múltiples crímenes cometidos en este periodo, como el asesinato de 72 migrantes ocurrido en San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010, o la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa ocurrida en septiembre del 2014.
El desarrollo de la violencia en México se ha vinculado con el inicio de la hasta ahora fallida “guerra contra el narco” iniciada en la administración presidencial del espurio dipsómano Felipe Calderón Hinojosa. Si bien es cierto que su administración se caracterizó por ser incapaz de controlar al crimen organizado, las causas subyacentes a la generación de la crisis de inseguridad actual se encuentran, junto con la destrucción del tejido social dada la continua privatización de la salud, educación, el sistema de pensiones y los recursos estratégicos, también se incluyen el conjunto de mecanismos de reproducción de la violencia, específicamente la proliferación de mecanismos de contrainsurgencia y control territorial, utilizados por fuerzas especiales militares, instruidas primero por agencias de seguridad estadounidenses y después corrompidas por la delincuencia organizada vinculada con el tráfico de drogas ilegales.
La desaparición, la tortura, el asesinato, la generación del horror en el contrario a través de “narcomensajes”, todas estas prácticas no fueron invenciones de los mal llamadas “cárteles de la droga[3]”, más bien son prácticas enseñadas y reproducidas desde la Escuela de las Américas, la Escuela J. F. Kennedy de Asistencia Militar o el Colegio Interamericano de Defensa.
Para entender este proceso, es pertinente recuperar que, tal como lo explica Vladimir I. Lenin en su texto Imperialismo, fase superior del capitalismo que, dado el desarrollo de la acumulación de capital a escala mundial, el trueque de la competencia a la era de los monopolios, la búsqueda de materias primas, apertura de mercados y libre movilidad financiera, todo ello genera la “inevitabilidad de las guerras imperialistas sobre esta base económica, en tanto que subsista la propiedad privada de los medios de producción”.
Para controlar el acceso a los mercados y materias primas, el imperialismo estadounidense se vale de las fuerzas de seguridad de los países dependientes por medio de la venta de armamento y la capacitación de fuerzas especiales. Cuando dichas fuerzas especiales reproducen lógicas de control territorial por medio de la violencia paramilitar, o bien dichas fuerzas especiales desertan y se convierten en el brazo armado de organizaciones delictivas, todo ello genera nuevas formas de violencia multifacética.
En este sentido, un elemento a considerar, para entender nuestra catástrofe actual, es el desarrollo de la ideología y burocracia de la doctrina de seguridad estadounidense, la cual, como ideología, abreva aspectos de la geopolítica de la escuela pangermanista filonazi. El expansionismo del nacionalsocialismo y la ideología imperialista estadounidense coinciden en el expolio de los pueblos para el fortalecimiento de sus respectivas naciones.
La doctrina de seguridad nacional estadounidense emerge tras el fin de la segunda guerra mundial y se define a sí misma como la capacidad de supervivencia de los Estados-nación. Como doctrina, se caracteriza por ser dicotómica, dogmática y netamente anticomunista. Esta posición política del gobierno estadounidense se puede rastrear desde la Doctrina Truman explicitada en 1947, que sostiene la necesidad de detener la expansión de la ideología comunista a escala global. Para 1957, Dwight D. Eisenhower ratificó su posición anticomunista y le planteó al Congreso la constitución de un sistema interestatal de seguridad.
Si como ideología la doctrina de seguridad nacional es reduccionista, mistificadora y mistificada, en la práctica este planteamiento se institucionaliza a partir de la National Security Act de 1947, que involucra, entre otras cosas, la organización del Departamento de Defensa y la creación de organismos de inteligencia, incluyendo la reaccionarísima Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
Es necesario considerar que, dado el desarrollo de la bomba atómica por parte de la URSS, aunado al triunfo de la revolución cubana en 1959, se propicia la necesidad, para el imperialismo estadounidense, de intervenir a nivel mundial de forma indirecta, no ya usando sus propias fuerzas armadas (para evitar lo más posible una confrontación abierta con el bloque del este) sino adiestrando y pertrechando a aquellos regímenes afines a occidente, así sean dictaduras militares, o bien apoyando la contrainsurgencia, cuando el régimen en turno es adverso a los intereses de Estados Unidos.
Los mecanismos de contrainsurgencia estadounidenses, a su vez, son una remasterización de los mecanismos de tortura y terror psicológico usados por el gobierno francés en sus colonias situadas en Argel. Dichos mecanismos serían utilizados en la ignomiosa guerra de Vietnam, usando estrategias como la desaparición forzada, el terrorismo psicológico, creación de fuerzas con población autóctona anticomunistas, entre otras prácticas.
Al respecto, Joseph Comblin, crítico reconocido de la doctrina de seguridad nacional, señala 3 mecanismos con los que Estados Unidos interfiere en la seguridad de las naciones latinoamericanas; por medio de las cumbres de los jefes militares, regalando o vendiendo armamento militar a los países subordinados y capacitando en escuelas militares norteamericanas a las fuerzas armadas latinoamericanas.
Individuos como Somoza o Pinochet, integrantes de la junta militar argentina o brasileña, todos ellos forman parte del salón de la fama de graduados latinoamericanos en instituciones militares estadounidenses. Las fuerzas coercitivas del Estado mexicano no son una excepción: muchos de los integrantes de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política del régimen priista, fueron capacitados también en Estados Unidos.
En torno a la doctrina de seguridad nacional estadounidense, uno de sus productos derivados fue la guerra irregular, o sea, una guerra no convencional efectuada por efectivos militares que reciben adiestramiento y pertrechos con miras contrainsurgentes, pero que no forman parte de un ejército convencional. Esta forma de guerra se instala en la administración presidencial de Ronald Reagan con su Política Nacional y Estrategia para el Conflicto de Baja Intensidad que orienta a la guerra de baja intensidad para la lucha contra las drogas. De este modo, se fortalecen las aristas contrainsurgentes de las campañas antidrogas. Este elemento es sustancial para entender que, por una parte, fuerzas especiales del ejército mexicano son adiestradas y dotadas de material militar con tácticas de control territorial, terrorismo psicológico, en síntesis, medidas de disuasión contrainsurgente, y también se incrementa la participación de las fuerzas militares en tareas de seguridad para combatir a la delincuencia organizada relacionada con el tráfico de drogas ilegales, sobre todo en el sexenio de Ernesto Zedillo.
Por ejemplo, el militar Mario Renán Castillo, formado en Fort Bragg con mecanismos de guerra no convencional, cuando participa en la formación de fuerzas paramilitares para combatir el zapatismo insurrecto de 1994, propicia la masacre de Acteal de 1997, donde más de 46 personas perdieron la vida, incluyendo a mujeres y niños. Otro tanto aconteció con la integración del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE) en tareas de combate al narcotráfico. Estas fuerzas habían sido instruidas en Estados Unidos con tácticas de guerra de baja intensidad. Posteriormente, estas fuerzas, corrompidas por la organización del golfo liderada por Osiel Cárdenas Guillén, primero se vuelven un brazo armado de dicha organización delictiva, para luego constituirse en los Zetas. Modelos predatorios como la extorsión y el cobro de piso, inéditos en México, se convirtieron en una práctica generalizada, usada por afines y adversos a los Zetas, incluyendo a los Caballeros Templarios o la Familia Michoacana. La desaparición forzada, la tortura, el asesinato, la guerra psicológica, todo ello deriva de la guerra irregular estadounidense, la cual es un subproducto de la doctrina de seguridad nacional estadounidense.
A todo esto, cabe preguntarse si los pueblos del mundo seguiremos soportando lo insoportable, el expolio de nuestros recursos, el asesinato sistemático de los defensores de la vida. Y si bien el panorama es actualmente sombrío, como dijera Marx, el viejo topo excava en las profundidades de la tierra, nuevos procesos que están resquebrajando las bases fundamentales del imperialismo son imperceptibles a ojos de la prensa burguesa. Por otro lado, como dijera Engels en su Anti-Düring, el militarismo se trueca en su contrario cuando los soldados, materialmente más semejantes al proletariado respecto a la burguesía, rompen en líneas de clase para unirse a la revolución proletaria. Prepararnos para ese momento es nuestro deber como comunistas revolucionarios.
[1] Según cifras de la Comisión Nacional de Búsqueda.
[2] Según Cifras del INEGI.
[3] La noción de cártel de la droga fue una invención de las instituciones de seguridad estadounidenses para caracterizar a las organizaciones delictivas y justificar la fallida “guerra contra las drogas”. Un libro que explica la inexistencia de los cárteles de la droga es “Los cárteles no existen” de Osvaldo Zavala.