Escrito por: Arturo Rodríguez
La larga crisis iniciada en 2008 está despertando todos los viejos fantasmas de la historia española. El mitin multitudinario del partido franquista Vox en Madrid a principios de octubre ha puesto de relieve, para muchos, el peligro del fascismo, si bien sería prematuro calificar a este partido de fascista ya que su programa no aspira abiertamente por el momento a un régimen de este tipo. Berreando contra la memoria histórica, la inmigración, las autonomías, los derechos LGTB, el laicismo, los derechos de las mujeres, y, en definitiva, todo lo que hay de progresista y avanzado en la sociedad, su programa es la reacción nacional-católica destilada en su estado puro.
La coincidencia de este mitin con la victoria del derechista Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones brasileñas ha incrementado la sensación de emergencia entre el activismo de izquierdas. Un acalorado debate está teniendo lugar entre la militancia sobre las perspectivas para el desarrollo de un movimiento fascista en el Estado español y, aún más importante, sobre qué hacer para combatir esta amenaza.
¿Qué es Vox?
Ni las caras ni las ideas de Vox son nuevas. Es el viejo franquismo contumaz que vegetó durante cuarenta años a la sombra del PP, que lo mimaba y protegía. El PP nació como una amalgama entre los sectores “moderados” de la dictadura reconvertidos al conservadurismo liberal y el ala dura impenitente del franquismo. Esta última daba rienda suelta a sus delirios reaccionarios en los platós de Intereconomía, y se hizo fuerte en organizaciones como la Asociación de Víctimas del Terrorismo o DENAES, pero su impacto a nivel social era mínimo. Vox ha nacido de la costilla del PP, de este viejo sector talibán. Su Duce, Santiago Abascal, militó en el partido de Pablo Casado desde los 18 años, chupando del frasco del erario público en multitud de cargos municipales y autonómicos en Euskadi y, más tarde, como protegido de Esperanza Aguirre en Madrid. Abascal, que clama contra los impuestos y el despilfarro, se ha lucrado a espaldas del contribuyente enchufado en instituciones fantasma como la llamada Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social. Muchos otros cuadros y mecenas de este partido fundado para la “renovación de la vida democrática” fueron también militantes del PP: Alejo Vidal-Quadras, Ortega Lara, Mayor Oreja o María San Gil. Más que para la renovación de la democracia, este es un partido para el reciclaje del ala troglodita del PP.
La crisis sacudió a la derecha española, y abrió brechas el bloque que unía a “moderados” y “extremistas”. Soliviantados por el auge de las movilizaciones sociales en 2011-14, donde se fue generando el humor para el éxito de Podemos; desorientados por el alto al fuego de ETA, que antaño había vertebrado su huera ideología; radicalizados hacia la derecha por la crisis y el empobrecimiento de la pequeña burguesía reaccionaria, sustrato social de Abascal y compañía; enzarzados en una lucha sin cuartel por cargos públicos en un partido cada vez más aislado, carcomido por la corrupción y hostigado por las protestas; sintiéndose huérfanos en el partido de Rajoy, los sectores más reaccionarios del PP, sobre todo entre aquellos cuadros medios cuyas perspectivas profesionales eran cada vez menos halagüeñas, decidieron romper con la madre nodriza y lanzarse a la aventura política con la creación de Vox en 2013. Y es que las crisis son ideales para los aventureros. A río revuelto, ganancia de pescadores. Pero poco pudieron rascar en años en que la agenda política la dominaba la izquierda, con el avance espectacular de Podemos.
La derecha envalentonada
Su base es la vieja derecha sociológica reaccionaria hasta la médula. Pero ante el avance de la izquierda, disgregados y acobardados por el ambiente social, los reaccionarios cerraron filas tras Rajoy. El propio Vidal-Quadras se presentó a las europeas de 2014 con Vox, pero se volvió a plegar ante Rajoy en vista del peligro del “extremismo de izquierdas”. El “voto útil” también existe en la derecha.
La crisis catalana cambió el ambiente al sur del Ebro. Sería una mezquindad culpar a la heroica lucha del pueblo catalán de haber dado alas a la extrema derecha, como han hecho comentaristas de la talla de Antonio Maestre. Lo que dio un giro decisivo en la situación fue la negativa de Unidos Podemos de movilizarse y solidarizarse con el movimiento republicano de Catalunya, su indefinición ante una grave crisis nacional, su amilanamiento ante el bloque del 155, su incapacidad de tomar esta lucha como trampolín para golpear al régimen del 78. La derecha pudo dominar el debate, el curso de la corriente cambió. Los que otrora estaban aislados y amedrentados pudieron sacar pecho y colgar la rojigualda en el balcón. La juventud y la clase obrera se vieron desorientadas y desmoralizadas. Cierto es que, como señalamos entonces, el ingente edificio de la contrarrevolución rojigualda tenía bases someras. El movimiento de los pensionistas y la Huelga Feminista del 8 de marzo rompieron el hielo y cambiaron de nuevo el ambiente, preparando el terreno para la caída de Rajoy.
Pero la derecha sigue envalentonada. La competencia entre el PP y Ciudadanos en líneas enteramente reaccionarias arrastró el tablero político hacia la derecha. El escuadrismo “a la Ulster” de Ciudadanos en Catalunya generó un caldo de cultivo para los grupúsculos fascistas. La caída de Rajoy enloqueció a la derecha, que en el Estado español es estructuralmente incapaz de aceptar la derrota. La clase dominante española es especialmente parasitaria y atrasada. La debilidad histórica de la clase media y la ausencia de una aristocracia obrera sólida la han privado de una base social estable que le permita gobernar orgánicamente. De ahí su clásica paranoia, su miedo y constante sensación de inseguridad. Sólo se siente cómoda teniendo control pleno y directo del aparato de Estado. Estas verdades de clase se expresan en la histeria derechista ante el comedido gobierno de Sánchez.
La dialéctica de la política
El principal acicate para la derecha, sin embargo, es la aparente tranquilidad de las calles españolas (fuera de Catalunya). Unidos Podemos y los grandes sindicatos se muestran absolutamente reacios a convocar movilizaciones. Enfrascados en maniobras entre bastidores, bailándole el agua a Sánchez para ver si le arrancan algunas migajas , haciendo política en los corrillos del congreso y en las tertulias televisivas, estos dirigentes han abandonado la calle y han caído en lo que Marx llamó el cretinismo parlamentario. La juventud, la clase obrera y los sectores progresistas, aislados en sus casas, sin ocasión para sacar músculo y medir sus fuerzas, se sienten disgregados y atomizados, y eso genera un espejismo de supremacía para la “España de los balcones”.
Peor aún. Muchos analistas han señalado que el programa de Vox de dinamitar el Estado de autonomías es un ataque, por la derecha, a la Constitución y al Régimen del 78. Y así es. Cuando el régimen hace aguas por todos lados, cuando la propia ultraderecha lo cuestiona, es la izquierda la que se afana en mantenerlo a flote. El compañero Pablo Iglesias ahora celebra el aniversario de la Constitución que hace no mucho prometió impugnar, Juan Carlos Monedero se queja de que la derecha quiera monopolizar en propiedad a la rojigualda, Íñigo Errejón pide perdón por haber criticado el régimen del 78 y se hace paladín de “los grandes pactos” de la Transición. Y es esta la razón por la que no tienen ninguna intención de movilizar a sus bases, porque desean ser vistos como una fuerza “respetable”, que “puede gobernar”. Gobernar el Estado burgués en el marco del capitalismo y el régimen del 78, claro. Y “respetables” no a ojos de la madre que trabaja 12 horas al día para llegar a fin de mes, sino a ojos del puñado de grandes explotadores que domina el país. Así, estos dirigentes desmoralizan a sus bases, que les auparon en 2015 por ser radicales y prometer un cambio profundo en la sociedad. Y le permiten a la ultraderecha monopolizar el descontento social y postularse como la única fuerza que va de verdad contra el statu quo. Esta es una receta acabada para su perdición.
Los dirigentes de Podemos cometen el mismo error que François Hollande, Bernie Sanders (cuando apoyó a Clinton) o el PT brasileño. Siempre que la izquierda ha corrido hacia el centro, tratando de presentarse como “respetable”, da alas a la demagogia de la ultraderecha y socava su propia base. Generalizando la experiencia de los últimos años, se puede decir que siempre que la izquierda se ha mostrado radical y ha impugnado el estatus quo, ésta ha avanzado y la reacción ha retrocedido (véase el caso de Corbyn en Gran Bretaña o Mélenchon en Francia), siempre que ha aguado su programa y se ha postulado como garante del statu quo, ha dado fuerza a la derecha y a la ultraderecha.
La política, como la naturaleza, aborrece los vacíos, y en la época de enorme turbulencia y descontento en que vivimos, si la izquierda no se alza contra el poder, si no toma una postura independiente, otros lo harán, y la arrastrará consigo. Por otra parte, la falta de personalidad de Unidos Podemos en la actual etapa no sólo da energía a la derecha, también a Sánchez. Si Unidos Podemos se dedica a generar ilusiones hacia el gobierno del PSOE, se confunde con éste, y le colma de alabanzas, ¿para qué sirve votar a Unidos Podemos en vez de al PSOE? ¿Qué diferencia hay?
Los compañeros de la dirección de Unidos Podemos, muchos de ellos forofos del empirismo de Popper, podrían tratar de explicar cuándo y dónde exactamente ha funcionado para la izquierda su táctica de mimetización con el centro y la socialdemocracia, de adopción de toda la simbología del Estado y de entente cordiale con el régimen. ¿Es esto lo que funcionó en 2014-15? ¿Es esto lo que funciona en Gran Bretaña o en Francia?
¿Fascismo en España?
Se ha hablado mucho del auge del fascismo en España. Efectivamente, como decíamos, la pasividad de la izquierda fuera de Catalunya crea un espejismo de fuerza para la ultraderecha. Pero deberíamos de evitar el impresionismo y volver a los fundamentos. ¿Qué es el fascismo? El fascismo es la movilización de la pequeña burguesía reaccionaria para la destrucción violenta de cualquier atisbo de democracia. El fascismo sirve los intereses del gran capital, que, sin embargo, ha de pagar un peaje por sus servicios, dejando que la clase media contrarrevolucionaria se adueñe en gran medida del aparato de Estado e imponga una dictadura totalitaria. Los ejemplos de Italia y Alemania son los más clásicos, pero en el periodo de entreguerras vemos elementos de esto en Hungría, Rumanía, Yugoslavia, Grecia, Portugal, España, etc. Otra característica del fascismo es que siempre toma el poder después del fracaso repetido de la clase obrera en la disputa por el poder. Es la parálisis que surge tras periodos prolongados de lucha de clases, en los que ni la burguesía ni el proletariado son capaces de imponerse, lo que enloquece a las masas pequeñoburguesas y permite que se lancen a la ofensiva.
Actualmente, estamos lejos de que surja un movimiento fascista de masas en el Estado español. Los casi ochenta años que nos separan de la Guerra Civil no han pasado en balde. Las bases sociales de la reacción han ido menguando con el desarrollo del capitalismo. La pequeña burguesía, la clase de pequeños propietarios, semi-propietarios y profesionales autónomos, es una sombra ridícula de lo que era. Aunque les chirríe a los pesimistas, la sociedad española está mucho más proletarizada hoy que en los años 30. Actualmente, la mayoría aplastante de la población es asalariada, no tiene otra cosa que vender más que su fuerza de trabajo. Unas pocas ciudades concentran a la mayor parte de la población; las zonas rurales, antaño baluartes de la reacción, se han despoblado. Profesiones y colectivos que otrora tenían una impronta derechista, como los médicos, los profesores, los estudiantes o incluso los pensionistas, se han visto proletarizados y están hoy en la vanguardia de las luchas. La juventud, llamada a protagonizar las luchas que vendrán, está en su mayoría con la izquierda y el progreso. Las conquistas sociales y democráticas de las últimas décadas, aunque erosionadas, están fuertemente arraigadas. Es el proletariado más culto y más concentrado geográficamente que ha existido jamás en el Estado español. Todavía no ha hecho verdadero uso de su fuerza, las agitaciones de 2011-14 no fueron sino las primeras escaramuzas. La reacción sólo puede movilizar el polvo de la sociedad, los sectores más pasivos, envejecidos y atrasados.
Toda la cháchara sobre el avance del fascismo entre la clase obrera, runrún de la intelectualidad progre con su típica desconfianza hacia la gente común, no tiene base empírica. Datos en mano, el compañero Alberto Garzón demostró que hay una fuerte correlación entre ingresos y el voto a Vox en 2016, cuantos más ricos los barrios más les votan. Pero en cualquier caso, estamos hablando de un porcentaje de… ¡0,20%! ese año. Incluso los porcentajes que está ahora manejando algunas encuestadoras del 1%-3% no dejan de ser muy pequeños. Los límites sociales de la política archi-reaccionaria Vox son bastante claros: ¿cuánta gente en España desea abolir las autonomías, deportar a extranjeros, institucionalizar (aún más) la homofobia y el machismo, o reforzar el catolicismo del Estado?
Ahora bien, que las bases objetivas del fascismo sean hoy débiles no implica que no sea una grave amenaza. Encuentra la ayuda, explícita o implícita, de los medios, del aparato de Estado y de parte de la élite económica y política. Es posible que los grandes medios, la derecha “respetable” y el gran capital no comulguen con las ideas de Vox. Pero generan el caldo de cultivo para su crecimiento al azuzar la xenofobia, el chovinismo, el miedo y la idolatría al Estado y a la patria, instrumentos necesarios para confundir y dividir a los explotados y ofuscar la división de clases de la sociedad. Ahora tal vez lamenten el auge de Vox, pero fueron ellos, los grandes medios y el PP y Cs, los que abonaron el terreno sobre el que hoy germina.
En fases de reflujo, en las que las vanguardias de la juventud y la clase obrera se disgregan, el fascismo puede sacar pecho, intimidarnos y desmoralizarnos. Asimismo, es natural que, tras diez años de crisis, un periodo de lucha de clases intensa pero inconcluyente, haya una radicalización hacia la derecha de la pequeña burguesía más reaccionaria y del sector más atrasado de la clase obrera. El fascismo tiene espacio (aunque limitado) para seguir creciendo y para hacernos daño. Tenemos que pararles los pies. ¿Cómo?
Dos, tres, muchas Valencias
Un coro de analistas de izquierdas ha discutido apasionadamente qué respuesta política dar a la extrema derecha. Lo lamentable es que, entre sus numerosas y por lo general insípidas y vagas soluciones no han dedicado ni una sola palabra a la acción. El compañero Garzón, por ejemplo, se limita en un artículo publicado en nuevatribuna.es dedicado a cómo combatir a Vox, a las recetas vacías y edulcoradas habituales: «Lo que necesitamos, a mi juicio, es defender otra noción de España que puede recuperarse de la propia historia de nuestro país: la idea de una España plural, abierta, ilustrada, social, republicana y federalista», que tanto encogimiento de hombros provoca en la gente que sufre.
La reacción no entiende de disquisiciones programáticas, sino de ocupar las calles (aun con sus minúsculas fuerzas) y portadas de los medios de comunicación por la ausencia de un contrincante serio en el pavimento. Si las fuerzas de izquierdas se hubieran preocupado de organizar en las pasadas semanas una movilización estatal seria en Madrid contra el franquismo y su extensión en el aparato del Estado, y por la Memoria Histórica, sin duda cientos de miles hubieran acudido a la llamada y el humor y el protagonismo social, y las portadas de los medios, serían muy otras a las de esta semana, dejando más en evidencia las escuálidas fuerzas de la ultraderecha en España. Veríamos si la familia Franco y la Iglesia se hubieran atrevido a exhibir su chulería ante el timorato y acobardado gobierno de Sánchez.
Todos los cambios de ambiente y de ruptura con el estancamiento político y social prevaleciente en la última década han sido fraguados por la intervención directa de las masas sin esperar directrices de las direcciones de la izquierda: 15M, Mareas, Marchas de la Dignidad, movimiento republicano en Catalunya, movimiento de pensionistas y de las mujeres… En relación al estímulo que está recibiendo la ultraderecha sólo hay una manera de reaccionar, oponiendo un movimiento cien veces mayor en las calles para taparles la boca y barrerlos del pavimento. Como es lamentable tradición, la señal no vendrá de arriba, de las cúpulas acobardadas de Unidos Podemos, tendrá que venir nuevamente desde abajo.
La manifestación del 9 de octubre de 15.000 antifascistas en Valencia frente a 300 fachas reaccionarios, en el Día de la Comunitat Valenciana, prueba la auténtica correlación de fuerzas entre el progreso y la reacción, entre la revolución y la contrarrevolución. Los valientes luchadores y activistas valencianos han roto el hielo y mostrado el camino. Debemos seguir su ejemplo y oponer al fascismo dos, tres, muchas Valencias.