Escrito por: Ben Morken
Nota: este artículo fue publicado poco antes de que Mugabe anunciara su renuncia, con efecto inmediato, aproximadamente a las 4 p.m. (UTC).
El lunes 20 de noviembre por la mañana, Zimbabwe estaba al filo de la navaja después de que, la noche anterior, Robert Mugabe no anunciara su renuncia como presidente. Su renuncia era ampliamente esperada después de que perdiera el control total de su partido durante el fin de semana.
La expectativa llegó a un punto crítico el domingo por la noche cuando se anunció que haría una declaración durante una transmisión de televisión en vivo. Pero en un discurso extraño y laberíntico no hubo mención de esto. El discurso terminó en confusión y dejó más preguntas que respuestas. Mugabe luego se disculpó con los generales. No estaba exactamente claro por qué se estaba disculpando, pero el hombre de 93 años que está claramente senil, estaba buscando a tientas sus papeles y era muy incoherente. Algunos sugirieron que, inexplicable e involuntariamente, se saltó dos de las páginas que contenían su renuncia. La otra razón dada fue que la Unión Nacional Africana de Zimbabwe – Frente Patriótico (ZANU-PF por sus siglas en inglés) intervino para evitar una situación en la que Mugabe renunciara frente a las fuerzas armadas, dando así la impresión de que dimitía bajo coacción.
Cualquiera que sea el caso, el estado de ánimo en la capital, Harare, se oscureció poco después de su discurso. Los grupos de jóvenes que participaron en el apagón nacional y la huelga general en julio pasado convocaron a una huelga general cuando el parlamento se reúna el miércoles 22. La influyente Asociación de Veteranos de Guerra de Zimbabwe, que rompió con Robert Mugabe después de que su esposa, Grace Mugabe, encabezara la purga contra su líder Chris Mutsvangwa, también convocó a protestas masivas para el miércoles. Este fue un claro intento de evitar un movimiento de masas independiente y mantener la situación bajo control. Luego, el jefe del bloque del ZANU-PF en el parlamento, Lovemore Matuke, fijó para el lunes al mediodía una fecha límite para que Mugabe renunciara o se enfrentara un proceso de destitución el martes.
El domingo temprano, en una sesión especial del Comité Central de ZANU-PF, Mugabe fue destituido como presidente y primer secretario del partido. Esto siguió a los acontecimientos del viernes en los que las 10 estructuras provinciales del ZANU-PF aprobaron resoluciones para que Mugabe fuera retirado de la presidencia del partido. Su esposa, Grace, fue destituida de su puesto como líder de la Liga de Mujeres de ZANU-PF. Ella y varios miembros destacados de la facción ‘G40’ también fueron expulsados del partido. Su remoción es una continuación de la purga de los miembros del ‘G40’, que comenzó con el golpe militar el miércoles 15 de noviembre por la noche.
Protestas de masas
El sábado hubo las mayores manifestaciones desde que Zimbabwe obtuviera la independencia formal de Gran Bretaña hace 37 años. Decenas de miles de personas marcharon por las calles de Harare, Bulawayo y varias ciudades en todo el país, para reclamar que Mugabe se fuera. Esto fue como una gran celebración callejera. Había una atmósfera de carnaval y un torrente masivo de emociones en todas partes. Los militares fueron tratados como héroes mientras la gente se tomaba fotos con las tropas en las calles. Las masas estaban tomando las calles para expresar años de ira reprimida y frustración contra el régimen de Mugabe.
Sin embargo, las protestas fueron convocadas por los veteranos de guerra que formaban parte del antiguo régimen. Los militares y la facción cercana a ellos han «permitido» que se lleven a cabo estas protestas para utilizarlas como ariete contra la facción del «G40», legitimar el golpe y proporcionar una justificación popular, relegitimar el ZANU-PF –cuya popularidad se había desplomado junto con el colapso económico– y para dejar que las masas soltaran un poco de vapor. El golpe militar alcanzó su objetivo principal de detener la purga de los veteranos de la lucha por la independencia y eliminar a la facción contraria. Pero después de detener la purga, trataron de dar una justificación legal y popular al golpe.
El nuevo régimen tiene sus propias razones para permitir las protestas, pero la forma en que las masas realmente ven las cosas es una cuestión diferente. Las protestas representan una situación muy contradictoria. Las divisiones por arriba en el régimen han conducido a un golpe de poder militar. Pero la inminente caída de Mugabe después de 37 años en el cargo, ha levantado la esperanza de las masas. Creen que la eliminación de Mugabe conducirá a mejores condiciones de vida. Las masas esperan que se produzca un cambio real con este movimiento, que finalmente pondrá fin a la miseria y la pobreza que tienen que soportar.
Desde el punto de vista del régimen, que ahora camina sobre una cuerda floja, esta es una situación peligrosa. Han proporcionado una salida a las presiones masivas desde abajo y han creado una situación donde las masas pueden sentir su poder colectivo. Esto no ha sucedido en décadas. El peligro para ellos es que al permitir una estrecha salida a toda la ira y la frustración reprimidas, podrían provocar un movimiento independiente de las masas: en particular cuando las masas se den cuenta de que sus condiciones materiales reales no van a cambiar. Bajo la pesadilla de la crisis económica, esto podría suceder más temprano que tarde.
El golpe militar del jueves 16 de noviembre pasado puso todo patas arriba. Durante un período de años, la vieja guardia vio el surgimiento de la advenediza facción de la «Generación 40» alrededor de la ambiciosa Grace Mugabe, que procedió a purgar a uno tras otro a los miembros principales del partido. Joice Mujuru fue destituida como vicepresidenta. Antes de esto, su poderoso esposo, el general Solomon Mujuru, murió misteriosamente en un incendio. Más tarde, el líder de la poderosa Asociación de Veteranos Militares fue removido. Luego, antes del siguiente congreso de ZANU-PF de diciembre, la facción de Mugabe se embarcó en una purga a gran escala de líderes veteranos en el partido, el estado y el servicio civil. Emmerson Mnangagwa, quien fue preparado durante décadas para hacerse con el cargo, fue abandonado sin miramientos y huyó del país. Corrieron rumores de que la purga podría extenderse al alto mando militar y que el general Constantine Chiwenga, el máximo general militar, sería arrestado después del regresde su viaje a China. Este fue el desencadenante del golpe.
El miércoles 15, los tanques llegaron a Harare, cerraron los edificios del gobierno y la emisora estatal y pusieron a Mugabe bajo arresto domiciliario. Los principales miembros de la facción de Mugabe fueron arrestados. Esto, en efecto, selló el destino de Grace Mugabe y de la facción ‘G40’. Pero habiendo llegado tan lejos, los generales ahora se enfrentaban al dilema de «legitimar» el golpe, regresar a la fachada del «gobierno civil» y regresar al cuartel.
No optaron por el gobierno militar directo, en gran parte porque habrían heredado una economía que ha sido diezmada. No pueden resolver la crisis económica porque ellos mismos son beneficiarios de las políticas de Mugabe. Estas son básicamente las razones por las que intentaron ‘negociar’ con Mugabe durante 48 horas antes de las protestas del sábado para que ‘renunciara’ voluntariamente. Si los generales, que son parte de la clase dominante, se quedaban y declaraban una dictadura militar, habría sido en un terreno muy inestable. Tendrían que moverse contra las masas que están impacientes y esperan un cambio. Por supuesto, esta no es la principal preocupación de los generales del ejército. Actúan únicamente para proteger sus propios intereses. Si hubieran tomado el poder directamente, la profunda crisis los habría obligado a aplastar de inmediato la expectativa de las masas por la fuerza. Una traición abierta de este tipo podría desencadenar una revolución o guerra civil.
El imperialismo
Mientras tanto, las diferentes potencias mundiales dan vueltas como buitres, buscando alguna manera de intervenir y buscar sus propios intereses. Los medios británicos como la BBC, The Telegraph y The Guardian ya están fomentando la propaganda anti China y la insinuación de que China está detrás del golpe. Por supuesto, es cierto que Pekín ha estado buscando reformas económicas para abrir la inversión extranjera y se estaba volviendo cada vez más cautelosa con respecto a Mugabe. Es ciertamente posible que los chinos hayan dado su aprobación tácita para los planes de sectores del ejército.
Pero el imperialismo occidental se ha entrometido en Zimbabwe durante décadas, la mayoría últimamente por la imposición de sanciones brutales, que han roto la economía y han dejado al pueblo de Zimbabwe en una situación desesperada. Mientras señala con el dedo a China, Occidente está maniobrando y buscando un punto de apoyo, a fin de utilizar esta crisis para recuperar terreno en Zimbabwe. En el proceso, las grandes potencias no dudarán en utilizarla como un peón para promover sus intereses.
Durante las protestas del sábado, los manifestantes también expresaron su opinión de que el gobierno sudafricano y el organismo regional, la SADC, no deberían interferir en la crisis. Una petición que se inició en Bulawayo para hacer campaña contra la interferencia de la SADC ha alcanzado decenas de miles de firmas en cuestión de días. Este sentimiento es correcto. SADC es un bloque capitalista regional bajo el dominio del capital sudafricano. No representa los intereses de la gente común de Sudafirca.
Los trabajadores y los pobres en Zimbabwe se basan en la experiencia de las interferencias de la SADC en este país en 2002 y 2008. En las elecciones de 2002, el ex presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, envió a dos jueces para fiscalizar las elecciones presidenciales de Zimbabwe. Las elecciones se caracterizaron por la violencia y la intimidación perpetradas por el ala juvenil del ZANU-PF. Más de 100 personas murieron en el proceso, en su mayoría partidarios de la oposición. Los jueces concluyeron que las elecciones «no pueden considerarse libres y justas». Pero Mbeki no publicó el informe de los jueces. Los contenidos solo se revelaron en 2014 después de que los periódicos Mail y Guardian ganaran un prolongado caso judicial para revelar los contenidos.
En las elecciones presidenciales de 2008, Tsvangirai del opositor MDC, recibió el 48% frente al 43% de Mugabe. Se suponía que la segunda vuelta ocurriría 21 días después, pero Mugabe desató a los veteranos de guerra para llevar a cabo una campaña extremadamente violenta contra el MDC. Más de 10.000 personas resultaron heridas en la violencia que siguió, 86 fueron asesinadas y cientos de miles fueron desplazadas. Mugabe ordenó un envío de armas desde China, que Mbeki estuvo feliz de entregar a través de la ciudad portuaria sudafricana de Durban. Pero el barco no pudo ser descargado en Durban porque los trabajadores portuarios sudafricanos iniciaron una huelga salvaje y se negaron a manejar la carga. El barco finalmente tuvo que regresar a China con las armas a bordo.
Mbeki luego negoció un trato con Tsvangirai y Mugabe para formar un gobierno de unidad nacional. La experiencia de esta traición dividió al MDC en tres facciones diferentes. Hoy está en una situación aún peor que el ZANU-PF. El papel de Mbeki mantuvo a Mugabe en el poder desde entonces. El pueblo de Zimbabwe no lo ha olvidado y debería resistir los intentos de Zuma y del SADC de inmiscuirse en sus asuntos.
Inestabilidad
Los últimos acontecimientos representan un cambio radical para Mugabe, de 93 años. Solo una semana antes parecía tener el control total de la situación. Estaba tan seguro de sí mismo que se embarcó en una purga de sus antiguos camaradas para allanar el camino para que su esposa y la generación más joven lo reemplazara. Pero ahora, después de 37 años, su destino está sellado porque ya no representa los intereses de las élites gobernantes.
La caída de Robert Mugabe es el mayor acontecimiento político en Zimbabwe desde que el país obtuvo la independencia formal de Gran Bretaña en 1980. El régimen se encuentra en una profunda crisis. La confusión e incompetencia mostrada por los acontecimientos la noche del domingo 19 de noviembre muestran gráficamente esto. Las divisiones por arriba han sumido al régimen en una crisis abierta y cuanto más trata de luchar para salir de las arenas movedizas, más se hunde. Refleja la crisis del sistema y la incapacidad del régimen para resolverlo.
El nuevo presidente del ZANU-PF, Mnangagwa, que había luchado contra el colonialismo de Rhodesia y se abrió paso desde la base, es un operador despiadado y astuto. Él fue quien dirigió la operación que condujo a la brutal represión del levantamiento de la minoría ndebele en Matabeleland entre 1983 y 1984, donde murieron más de 20.000 personas. Esto ha dejado profundas heridas en Matabeleland, que no han sanado hasta el día de hoy. Bajo las circunstancias actuales, la cuestión de la tierra y la cuestión nacional en estas áreas podrían reavivarse y tomar un carácter explosivo.
La elite gobernante, ya sea el ala que rodea a Mugabe o en cualquier otra, es incapaz de resolver los problemas de la sociedad. Para los trabajadores, los campesinos y los pobres de Zimbabwe no hay otro camino que confiar en sus propias fuerzas. Deben eliminar a Mugabe y al resto del régimen mediante acciones masivas en las calles. Ya hemos visto tales elementos desarrollarse cuando estallaron las protestas en la Universidad de Harare el lunes. Al mismo tiempo, ese movimiento debe extenderse por todo el continente y, en particular, a Sudáfrica, donde las masas están igualmente hartas de sus condiciones y de la clase dominante.
El caos y la barbarie que han perseguido a la sociedad de Zimbabwe son el resultado directo del movimiento de liberación de la década de 1970, que luchó con éxito contra el imperialismo británico, pero no llegó a derrocar al capitalismo. La única forma de salir de este impasse es terminar el trabajo y poner en marcha un programa socialista para la colectivización de la tierra bajo el control de los trabajadores rurales y campesinos y para expropiar las industrias en las ciudades. El caos y la crisis actual es un reflejo del callejón sin salida del capitalismo. Solo una revolución socialista liderada por la clase trabajadora puede conducir a una salida al caos y la miseria a los que se enfrentan las masas de Zimbabwe.
Ciudad del Cabo, 21 de noviembre