“Nací en 1869. Mis padres eran de origen noble pero no tenían casa, ni leña para el hogar y después de casados se vieron más de una vez en el apuro de pedir prestados veinte kopeks para comprar algo de comer.
[…] Una vez, el padre me llevó a una exposición de cuadros de Vereschaguin, donde vi que los jefes del Estado mayor, vestidos de guerreras blancas y encabezados por un gran duque, miraban con anteojos, desde un lugar al abrigo de todo peligro, como morían los soldados luchando contra un enemigo. Entonces no lo comprendí todo, pero luego, siendo ya mayor, estuve con todo corazón con el ejército que se negaba a continuar la guerra imperialista.” -Nadezhda Konstantínovna Krúpskaya, La educación de la juventud (1978)
Desde sus primeros años de vida, Krúpskaya mostró un profundo interés por las ideas progresistas y reformistas. Su aspiración inicial de convertirse en maestra se transformó en un propósito de vida más amplio: combatir la desigualdad social a través de la educación. En 1889, ingresó en los Cursos Superiores Femeninos Bestúzhev; sin embargo, pronto abandonó sus estudios debido al ambiente de censura. Esto la llevó a integrarse en círculos de discusión marxistas y a enseñar en escuelas nocturnas para obreros, donde impartía Historia, Geografía y Matemáticas.
En la Liga de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, Krúpskaya conoció a Vladimir Lenin, con quien no solo compartió ideales revolucionarios, sino también su vida personal. Ambos fueron arrestados y enviados al exilio en Siberia Oriental, donde ella escribió su primer texto, La mujer trabajadora (1899). Este periodo marcó el inicio de una colaboración intelectual y política que continuaría en su vida en el extranjero, desde Múnich hasta Londres y Ginebra.
Posteriormente, Nadezhda se unió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, donde jugó un papel esencial gracias a su dominio de varios idiomas, lo que le permitió traducir y gestionar la correspondencia entre revolucionarios. Su trabajo en Iskra y otros periódicos de emigrantes socialistas rusos consolidó su reputación como pensadora revolucionaria.
Dedicó gran parte de su vida política trabajando por la mejora de la educación en todos los estratos de la sociedad rusa, tenía un compromiso honorable con la alfabetización de todo el proletariado. Su fuerte empeño en este ámbito la llevó a ser nombrada Viceministra de Educación tras la toma del poder en Rusia de 1917. Sentó las bases para la creación de un sistema educativo integral que revolucionó la pedagogía soviética con su enfoque politécnico, que convergía la teoría y la praxis buscando desarrollar el pensamiento crítico y creativo en las capas más jóvenes.
Nadezhda decía: “Los pedagogos burgueses hablan y escriben mucho sobre la necesidad de la ‘educación cívica’ de la juventud, entendiendo por educación cívica el respeto a la propiedad privada y el régimen político existente… Es el veneno de la moral y la concepción burguesa del mundo. […] La vida les educa en el noble espíritu de la solidaridad proletaria de clase, hace que comprendan y amen la divisa: ‘¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
Durante la época de la Revolución de Octubre, Krúpskaya ya había producido más de 40 escritos, entre ellos, su obra más relevante: Educación pública y democracia. Completada en 1915, ésta marcó un hito histórico en el desarrollo de la ciencia educativa marxista, al formular una base teórica sobre el vínculo entre la educación y el trabajo productivo.
Escribe en su último párrafo: “Mientras la organización de la escolarización permanezca en manos de la burguesía, la escuela profesional será un arma dirigida contra los intereses de la clase obrera. Sólo la clase obrera puede convertir la escuela profesional en ‘una herramienta para la transformación de la sociedad contemporánea’.”
Sin embargo, su rol histórico no se limitó exclusivamente al campo de la pedagogía. Junto con Armand y Samoilova, Krúpskaya estuvo involucrada durante años en la lucha por los derechos de la mujer: en la revista bolchevique Rabotnitsa (Mujer Obrera), en la redacción de panfletos y en la organización de la clase obrera en San Petersburgo y Moscú.
Más adelante, en 1917, inmersa en la conmoción del II Congreso de los Soviets que declaró propiedad del pueblo toda la tierra y el control de la producción, Nadezhda reflexionaba: “¿Cuántos pasos quedan hasta la meta? ¿Veré el último paso? ¡Quién sabe! Pero eso no importa. De todos modos, ahora ‘el sueño se ha hecho posible y está más cerca’. Se palpa ya. Es evidente para todos que su realización es inevitable e inminente. La agonía del capitalismo ha empezado ya.” (La Educación de la Juventud, 1978).
Para el verano de 1918, era evidente que las condiciones de atraso social y cultural no se iban a abolir de la noche a la mañana, dejando un amplio frente de trabajo revolucionario para la liberación completa de las mujeres soviéticas. La carga del trabajo doméstico y el cuidado de los niños no había cesado y la discriminación en los centros de trabajo seguía siendo rampante. En respuesta, se crearon comisiones especiales para representar a las mujeres de la clase obrera y campesinas, que poco después, en 1919, contribuyeron a la decisión de establecer el Zhenotdel, el Departamento de Mujeres Trabajadoras y Campesinas.
Krúpskaya fue nombrada editora de Kommunistka. Todas unidas bajo la fuerte convicción por transformar las condiciones de vida de la mujer e involucrarse en las tareas de construcción de la nueva sociedad socialista. Esfuerzos que más tarde serían coartados, cuando en 1930, la burocracia estalinista disolvió el Zenothel. La homosexualidad, que había sido despenalizada, fue recriminalizada en 1933. El divorcio, que había sido legalizado libremente en 1918, se volvió virtualmente imposible bajo un decreto de 1936. El aborto, que había sido legalizado tras la revolución, también fue prohibido en 1936.
Y sin embargo, el compromiso de Krúpskaya por el desarrollo pleno y digno de las mujeres; por el acceso a una educación liberadora sin importar la edad o el género del estudiante; por la organización e involucramiento políticos de la juventud y por la construcción democrática de una sociedad donde la opresión fuera un mal recuerdo del pasado, se mantuvo inquebrantable. Pese a que sus anhelos no se materializaron en su momento, hoy la memoria de Krúpskaya y la de tantas otras valientes militantes continúan inspirando a generaciones de jóvenes revolucionarias, que saben, como ellas lo sabían, que sin importar cuán adversas sean las condiciones a las que nos enfrentamos (sea una monarquía agonizante como la rusia zarista, una sociedad en construcción, azotada por el ajetreo revolucionario como la rusia posrevolucionaria o un régimen obrero en peligro de burocratización como la URSS bajo el régimen estalinista), nada es más trascendente, más poderoso que la lucha contra las cadenas de la humanidad. Nosotras, jóvenes comunistas, tomamos la bandera que nuestras camaradas nos dejaron, partiendo de los fundamentos del trabajo que realizaron en vida, para continuar al pie de lucha, codo a codo con nuestros hermanos de clase.
Sus convicciones siguen vivas en cada compañera que se organiza pese a las dificultades, en nombre del mundo que tenemos por ganar. Como Krúpskaya, las militantes de la Internacional Comunista Revolucionaria no nos rendimos, seguiremos luchando en cada rincón del globo por un futuro en el que el presente de la humanidad se caracterice por las relaciones de hermandad entre personas de todas identidades, de todas las latitudes.
“Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía” -Lenin, Qué hacer (1904)