La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), menciona que entre 30 y 40 millones de niñas, niños y adolescentes se encuentran en migración a nivel mundial, lo que representa al 14.6% de la población migrante total. En particular, Estados Unidos se posiciona como el destino de uno de cada diez niños, niñas y adolescentes migrantes a nivel mundial.
La migración forzada ocurre por la falta de oportunidades laborales en los países de origen, las crisis de violencia desmedida, los costos de vivienda y, en general, la falta de una calidad de vida digna. Dentro del capitalismo en su fase global, el fenómeno migratorio es capitalizado en beneficio de intereses económicos de la clase poseedora. Los grandes capitales tienen la capacidad de moverse libremente en busca de mayor rentabilidad, ya sea a través de inversiones, producción barata o mercados más favorables, y son los mismos países capitalistas los que facilitan la llegada de capital. Un claro ejemplo de esto es la propuesta de Donald Trump de tomar el control de la Franja de Gaza, expulsar a más de dos millones de palestinos y transformar la región en un destino turístico de lujo. Bajo esta lógica es evidente como los desplazamientos forzados no sólo resultan en crisis humanitarias, sino que también traen beneficios económicos a las potencias imperialistas.
Por otro lado, los migrantes dentro de este contexto entran como un “ejército industrial de reserva” a los países, un grupo de trabajadores desempleados, que bajo la ley de oferta y demanda sirven como presión para mantener los salarios bajos, en este caso, está compuesto por inmigrantes dispuestos a aceptar trabajos peor remunerados y con menos derechos debido a su situación de ilegalidad. Se estima que en Estados Unidos hay más de seis millones de trabajadores indocumentados en múltiples industrias.
Sin embargo, la libertad de movimiento del capital no funciona igual para los trabajadores, ya que los países aplican restricciones a su movilidad, principalmente a través de leyes de inmigración y controles fronterizos. Además, se enfrentan diariamente al temor a la deportación, lo que limita las posibilidades de que se organicen para exigir mejores condiciones de vida. Esta situación refleja la doble moral de las políticas antimigratorias bajo el capitalismo, como se evidencia en el gobierno de Trump, por un lado, restringen la entrada de migrantes indocumentados, mientras que, por otro lado, se benefician del capital obtenido por estos trabajadores ilegales, ya que pueden pagar los sueldos más bajos y se ahorran prestaciones.
Las afectaciones que tiene este fenómeno no se limitan únicamente a trabajadores adultos, puesto que usualmente traen consigo a sus familias. Las infancias forman parte de los procesos migratorios, y poco se ha hablado de su rol dentro de estos y cómo les afecta.
En los últimos años, la migración infantil se ha visibilizado a partir de la creciente cantidad de niños que migran solos. Los trayectos, como los lugares de destino, ponen a los niños en situaciones que representan un riesgo a su integridad. En ocasiones cuentan con una red de personas que los acompañan durante el viaje, lo cual, a pesar de ser mejor que viajar completamente solo, no garantiza total seguridad, más cuando se trata de un cruce de fronteras sin documentos migratorios.
Durante el trayecto además de enfrentarse a las inclemencias del clima, quedan vulnerables a abusos, perderse en el camino, la trata de personas, el reclutamiento forzado por grupos criminales y, en el peor de los casos, la muerte. Según datos recientes, hasta septiembre de 2024, más de 97,000 niñas, niños y adolescentes cruzaron México de manera irregular, enfrentándose a condiciones extremas de vulnerabilidad.
El caso de la niña Sofía Caballero, de casi 3 años de edad, la cual sufrió una desaparición forzada al cruzar el río Bravo con su familia, es una de las evidencias más crudas de la realidad a la que se enfrentan las infancias de la clase trabajadora. La migración forzada y las crisis de seguridad en los países de Latinoamérica, son consecuencia del crimen organizado y la bancarrota del Estado burgués, evidenciada por su incapacidad de proponer soluciones reales a esta problemática. Estos grupos delictivos, no sólo perpetúan la violencia, sino que se benefician de la precarización de la población, enganchándolos a través de ofertas de empleo, la extorsión y el secuestro, sumándolos a sus filas o cometiendo terribles actos como el asesinato.
Sin embargo, los peligros no acaban con el cruce de la frontera, y aunque la llegada al destino final trae consigo la esperanza de seguridad y estabilidad, en muchos casos se convierte en un nuevo desafío. Las infancias suelen enfrentarse a dos posibles caminos: reencontrarse con sus familiares o integrarse al mundo laboral. A las infancias trabajadoras que migran a Estados Unidos, generalmente les espera un futuro como jornaleros en los campos agrícolas, trabajo infantil en las ciudades o vivir en la indigencia.
Sin embargo, además de los desafíos laborales, los niños que migran o que provienen de familias migrantes enfrentan una serie de obstáculos adicionales en su proceso de integración, tienden a sufrir la discriminación y violencia en los lugares de destino debido a barreras culturales y la falta de acceso a educación y salud, lo cual dificulta su integración a la sociedad. Este fenómeno además de beneficiar a los empresarios propicia la división de la clase trabajadora, generando rechazo hacia los inmigrantes. Una de las tácticas más notorias en la actualidad que utiliza Trump son las ideologías como la supremacía blanca y el racismo para reforzar esta división.
Tampoco podemos ignorar las persecuciones antimigrantes por parte del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE), donde los migrantes son considerados un problema de seguridad nacional y tratados con brutalidad, llegando incluso a la separación de niños de sus familias en centros de detención. A esto se agrega la reciente cancelación de las citas del programa CBP One, una aplicación móvil que permite a los usuarios acceder a varios servicios relacionados con la inmigración y la seguridad fronteriza, que ha dejado a 270,000 personas, muchas de ellas familias y jóvenes, en una situación de incertidumbre debido a la posibilidad de ser deportados, quedarse sin casa y de perder o no poder tramitar su visa.
Debido a su ubicación geográfica, México se ha configurado como un territorio de tránsito para miles de personas que buscan llegar a los Estados Unidos, y para aquellos que optan por quedarse en el país. En términos históricos, la población migrante que reside en México representa menos del 1% de la población total, estimándose en 1 millón 197 mil 624 personas (INEGI, 2024).
Este panorama, sumado a fenómenos como las caravanas migrantes y las políticas migratorias restrictivas del gobierno estadounidense, ha causado que en México se implementen políticas contra inmigrantes. En el último periodo, a pesar de que la 4T ha promovido la política de “humanismo mexicano” con una política migratoria “sobre la base del respeto”, al mantenerse dentro del margen del capitalismo, un sistema que deshumaniza a las personas, las medidas implementadas resultan insuficientes y demuestran los límites del reformismo. En la práctica, lejos de garantizar condiciones dignas, los migrantes continúan enfrentando situaciones de vulnerabilidad y precariedad, lo que contradice el discurso oficial y revela la verdadera cara del gobierno de Claudia Sheinbaum. Miles de niños centroamericanos que migran, en múltiples ocasiones son deportados a sus países de origen por el gobierno mexicano, resultando en la separación de familias. Según un informe reciente de Human Rights Watch, aún hay 1,360 niños que fueron separados de sus familias entre los años 2017 a 2021 que aún no han sido reunificados.
Como marxistas, entendemos que la solución al problema migratorio no radica en rechazar a los inmigrantes, sino en unir a los trabajadores de todo el mundo en una lucha común contra los grandes imperios que perpetúan las condiciones de miseria. Nuestro programa debe centrarse en la unión de los trabajadores más allá de las fronteras, en defensa de sus condiciones de vida y por una revolución socialista. Solo a través de esta revolución podremos garantizar que tanto los trabajadores como sus familias vivan con dignidad, permitiendo que las infancias se desarrollen de manera adecuada y estén libres de los peligros y adversidades que enfrentan hoy en día.
Por eso los comunistas decimos:
Reunificación familiar y fin inmediato a las redadas y deportaciones en EEUU
No a los muros fronterizos, no a la militarización y represión en las fronteras. Por el libre tránsito de todos los trabajadores y sus familias en una Federación Socialista de América.
Se ha desatado una tormenta en Washington, poniendo a Trump a la defensiva por primera vez en meses. El escándalo, al que se ha dado el nombre de «Signalgate», ha dominado los titulares de todos los principales medios de comunicación burgueses esta semana.
Todo empezó con la revelación de que altos funcionarios estadounidenses invitaron, sin darse cuenta, a Jeffrey Goldberg, editor jefe de The Atlantic y antiguo guardia de un campo de prisioneros israelí, a un chat grupal de Signal creado para coordinar los ataques estadounidenses contra Ansar Allah (también conocidos como «los hutíes») en Yemen.
The Atlantic ha publicado la mayor parte del contenido, al tiempo que preserva su buena fe proimperialista ocultando obedientemente cualquier cosa que considere excesivamente comprometedora para la CIA. A pesar de la autocensura de la revista, los mensajes sacan a la luz el edificio podrido del imperialismo estadounidense.
En público, Trump y otros líderes de MAGA han desestimado el asunto como una «caza de brujas», un «engaño» y algo «injusto». A puerta cerrada, están afilando los cuchillos contra el asesor de Seguridad Nacional Michael Waltz, creador del grupo Signal, quien asumió «toda la responsabilidad» por el vergonzoso episodio. Hay inquietud en las filas de Trump, lo que significa que podrían rodar cabezas para proteger al jefe.
Celebración alegre de la muerte y la destrucción
La discusión sobre el atroz crimen sin provocación que el imperialismo estadounidense cometió en Yemen ha sido ahogada por la estúpida especulación de los medios capitalistas sobre qué personalidades pueden ser despedidas por la filtración.
Las bombas estadounidenses alcanzaron barrios abarrotados y una clínica oncológica en construcción en la ciudad de Saada. Según fuentes locales, los ataques estadounidenses han matado al menos a 57 personas hasta ahora, entre ellas mujeres y niños.
Esta es solo la más reciente atrocidad imperialista estadounidense cometida contra Yemen. Tres presidentes de EE. UU. —Obama, Biden y Trump— armaron y financiaron la horrible guerra de Arabia Saudí contra el país durante más de 10 años. Al menos 377.000 yemeníes han muerto a causa de la violencia, las enfermedades y las privaciones, incluidos no menos de 85.000 niños a los que se mató por inanición deliberada a manos del imperialismo saudí y estadounidense.
En solidaridad con los palestinos, los hutíes han lanzado misiles y drones armados contra buques mercantes y navales en el mar Rojo desde el estallido del genocidio de Israel en Gaza, respaldado por Estados Unidos. Como resultado, han logrado interrumpir el transporte marítimo a través del Canal de Suez, un corredor vital para el comercio mundial.
A pesar de las numerosas provocaciones, los hutíes no atacan indiscriminadamente el transporte marítimo en el mar Rojo. Lo que han hecho es imponer su propia versión de «sanciones» a Israel, en respuesta al bloqueo de la ayuda humanitaria por parte del régimen sionista y a la reanudación de los ataques contra Gaza.
A diferencia de los regímenes reaccionarios de Arabia Saudí, Egipto, los Estados del Golfo, Jordania, etc., son el único gobierno del mundo musulmán que arriesga su vida tratando de ayudar a los palestinos. Como resultado, se han ganado el respeto y la admiración de toda la región, y la ira de los imperialistas.
En respuesta, EE. UU. inició una guerra de facto contra Yemen para garantizar los beneficios de los magnates navieros y el suministro de armas a Israel. Los últimos ataques, que coinciden con la decisión de Netanyahu de romper el alto el fuego en Gaza, elevan a casi 200 el número de muertos en Yemen a causa de EE. UU.
Los participantes del chat de Signal celebraron la destrucción de todo un edificio de apartamentos supuestamente para matar a un solo oficial militar hutí. Waltz informó de esta agresión descarada contra uno de los países más empobrecidos y devastados por la guerra en la Tierra con una repugnante cadena de emojis: «».
Disensiones en el bando de Trump
El vicepresidente JD Vance no estaba convencido inicialmente del plan de ataque, preocupado de que causara un aumento en los precios del petróleo. Vance finalmente dio su bendición a la operación, después de ofrecer una conmovedora nota de preocupación por la seguridad de las refinerías de petróleo saudíes, que podrían ser vulnerables a represalias hutíes.
La política exterior imperialista es una extensión de la política interna de los capitalistas. Trump volvió al poder prometiendo acabar con la inflación, revertir el deterioro del nivel de vida y marcar el comienzo de una nueva edad de oro del capitalismo estadounidense. Pero las encuestas de opinión sobre su gestión de la economía ya están cayendo. Un conflicto regional en Oriente Medio, que podría enzarzar a Irán, hundiría la economía estadounidense (y mundial) y correría el riesgo de arrastrar a Trump con ella.
Trump se enfrenta a un problema irresoluble en Oriente Medio. Necesita estabilidad en la región para poder centrarse en reducir la presencia del imperialismo estadounidense en el hemisferio occidental y apuntar a su mayor competidor, el creciente imperialismo chino. También necesita precios bajos de la energía para combatir la inflación.
Pero, a pesar de venderse como un candidato de «paz» el pasado noviembre, Trump se enfrenta a la realidad de tener que gestionar el declive del imperialismo estadounidense. Los imperialistas estadounidenses quieren restaurar la «libertad de navegación» en el Mar Rojo y el Canal de Suez para garantizar la estabilidad económica. Pero sus únicos medios para intentar hacerlo son las bombas y los misiles, que causan una carnicería inhumana en Yemen y amenazan con desestabilizar aún más toda la región.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, señaló en el chat que no actuar suponía el riesgo de ceder la iniciativa y, por lo tanto, un grado de control sobre cómo se desarrolla la última ronda de conflictos en Oriente Medio. Según Vance, esta posición aparentemente refleja el «consenso» de los asesores de política exterior de Trump, y por lo tanto los ataques siguieron adelante.
El tiempo dirá si estos bombardeos marcan el comienzo de una renovada ofensiva general contra Yemen, o si se trata de un acto aislado calculado simplemente para, en palabras de Vance, «enviar un mensaje» a Irán.
Europa y el Canal de Suez
Los mensajes de Signal también ponen de relieve el divorcio en curso entre el imperialismo estadounidense y el europeo. Es significativo que lo más sustancial de la transcripción de la conversación comience con JD Vance quejándose de que son las fuerzas estadounidenses, en lugar de las europeas, las que están tomando medidas para reabrir el Mar Rojo y el Canal de Suez.
Según sus cifras, solo el 3 % del comercio que pasa por el canal llega a Estados Unidos, en comparación con el 40 % del comercio europeo. Vance lamentó tener que «rescatar» a los europeos de nuevo.
Hegseth se sumó a la discusión, refiriéndose a la «aprovechada» Europa como «PATÉTICA». Más tarde, la conversación giró en torno a conseguir que Europa «remunerara» a EE. UU. por sus servicios contra los hutíes.
Cuando se le preguntó qué pensaba de los comentarios de Vance y Hegseth, Trump, con su estilo inimitable, respondió: «¿De verdad quieres que responda? Sí, creo que han estado aprovechándose».
Este comentario simplista de los círculos más altos del ejecutivo estadounidense tocó un punto sensible en Europa. Según informóPolitico:
«Es aleccionador ver la forma en que hablan de Europa cuando creen que nadie está escuchando», dijo un diplomático de la UE… «Pero al mismo tiempo esto no es sorprendente… Es solo que ahora vemos su razonamiento en todo su esplendor poco diplomático».
Un funcionario de la UE dijo que Vance «resulta ser el ideólogo en esta ocasión, pero está destinado a cometer errores y, finalmente, a fallar». Después de eso, en algún momento Estados Unidos volverá a ser un socio fiable, dijo el funcionario.
Un segundo diplomático de la UE coincidió en que la historia sugería que Estados Unidos volvería algún día a su papel de aliado sólido para Europa. «Por el momento, y a pesar de las a veces amables palabras diplomáticas, la confianza está rota», dijo el diplomático. «No hay alianza sin confianza».
Los europeos mantienen la esperanza de volver a la «fiabilidad» y restablecer la «confianza», presumiblemente si los demócratas vuelven al poder y cuando lo hagan, pero toda la experiencia apunta a lo contrario. Aunque Trump es un acelerador, el creciente conflicto entre Europa y EE. UU. tiene su origen en realidades económicas fundamentales.
El capitalismo europeo está en declive a largo plazo, y el capitalismo estadounidense quiere ralentizar su trayectoria por el mismo camino. Cuando estaba en ascenso, el imperialismo estadounidense respaldó la estabilidad europea extendiendo su paraguas militar por todo el continente. Ahora, Europa se ha convertido cada vez más en una carga, ya que los imperialistas estadounidenses se enfrentan a preocupaciones más acuciantes, sobre todo el auge de China.
Las actitudes trumpistas hacia Europa, como revelan las filtraciones de Signal, no son más que un reconocimiento más explícito y decidido de la situación real que el establishment liberal estadounidense está dispuesto a decir abiertamente.
Pero sus acciones hablan por sí solas. La Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden fue vista en las capitales europeas como un acto de guerra comercial. Peor aún, Biden provocó la guerra de Ucrania sabiendo que debilitaría las economías europeas, en particular la de Alemania.
La participación estadounidense en la destrucción del gasoducto Nord Stream 2, o al menos su aquiescencia, fue un acto de guerra cinética y económica, si es que alguna vez hubo uno. Esto es lo que los liberales estadounidenses «de confianza» piensan realmente de sus «amigos» europeos.
Levantar el velo
Tras meses de confusión, luchas internas y patético encogimiento ante Trump, los Demócratas están a la ofensiva. No, por supuesto, porque se opongan al asesinato criminal de mujeres y niños yemeníes. El único «crimen» que cometieron Trump y sus compinches fue «poner en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos» y levantar el velo del imperialismo estadounidense ante el mundo entero.
Los Demócratas se pronunciaron durante una audiencia del Comité de Inteligencia del Senado el 25 de marzo, acusando a la administración Trump de incompetencia y de poner en riesgo la seguridad de los soldados y espías estadounidenses. Los políticos liberales exigen la dimisión de Hegseth y Waltz.
Mientras tanto, los Demócratas de la Cámara de Representantes están preparando una resolución en la que piden a la administración que entregue los documentos relacionados con este incidente, que esperan someter a votación en los próximos días.
No es el bombardeo continuo de Yemen ni el apoyo de Trump a la renovada matanza de Israel en Gaza lo que provoca tal indignación por parte de los demócratas. ¡Todo lo contrario! Su preocupación no es otra que el éxito de estas escandalosas políticas estadounidenses, que Trump solo ha adoptado de sus predecesores demócratas.
La clase capitalista necesita un aliado fiable que les ayude a asegurar recursos vitales en Oriente Medio. Israel es la única opción que les queda. Los liberales y MAGA representan diferentes alas de esa clase, pero ambos están unidos en esta cuestión. Esto nos dice todo lo que necesitamos saber sobre el partido del «mal menor» de Estados Unidos.
¡Abajo el imperialismo estadounidense!
Los comunistas revolucionarios vemos estas filtraciones como una oportunidad de oro para desenmascarar las verdaderas maquinaciones que se desarrollan tras bambalinas del poder burgués. Mientras los medios proimperialistas se inquietan nerviosamente por la habilidad de los funcionarios de más alto rango de Trump, el RCA reconoce que la naturaleza caótica del trumpismo es parte integrante de la crisis cada vez más profunda del régimen burgués en Estados Unidos.
Sea cual sea el destino de Waltz y Hegseth, podemos estar seguros de que no se parecerá en nada al de personas como Julian Assange, Edward Snowden, Chelsea Manning y Jack Teixeira, quienes, independientemente de sus motivaciones, prestaron un servicio a la clase trabajadora mundial al revelar al público diversos aspectos de los crímenes imperialistas, y afrontaron consecuencias que les cambiaron la vida por sus esfuerzos.
La RCA lucha por el establecimiento de un gobierno obrero en Estados Unidos. Este gobierno pondrá fin a las políticas imperialistas de la clase capitalista, un esfuerzo que incluirá la divulgación completa de la diplomacia secreta, los planes militares, las operaciones de contrainteligencia y mucho más del antiguo gobierno capitalista. Hasta que llegue ese día, los comunistas estadounidenses lucharemos para exponer todos los planes y crímenes de la clase dominante.
El sábado 29 de marzo, el grupo colombiano de la Internacional Comunista Revolucionaria celebró su primera escuela comunista revolucionaria dedicada a las ideas fundamentales del marxismo. A través de una jornada de tres sesiones, los camaradas de Colombia Marxista tuvieron tres sesiones sobre el materialismo dialéctico, el materialismo histórico y “La clase, el partido y la dirección”, el clásico de Trotsky sobre la derrota del proletariado español.
Contando con la participación de 25 personas, entre militantes, contactos y algunos integrantes de secciones de España, Venezuela y Dinamarca de la ICR, el evento tuvo un verdadero carácter internacional.
Materialismo dialéctico, el cimiento del marxismo
Para la primera sesión, contamos con la presentación y la participación de Luis Romero, dirigente de Revolución Comunista, la sección venezolana de la Internacional Comunista Revolucionaria. En su introducción a la discusión, Luis hizo un recorrido por la historia de la filosofía presentando una perspectiva marxista con respecto a los grandes filósofos griegos, sus anticipaciones a los descubrimientos científicos más importantes, así como sobre los pensadores del renacimiento y Hegel.
Finalmente, con Marx y Engels, el camarada explicó de manera muy clara como los fundadores del socialismo científico se pararon sobre los hombros de gigantes para construir y definir los lineamientos del materialismo dialéctico, el cimiento sobre el cual se sustentan las ideas del marxismo.
La calidad de la discusión fue notable, con varios compañeros estudiantes comentando sobre temas como la naturaleza de la verdad, los peligros de la política de identidad, la filosofía burguesa y la presión de la ideología formalista en las ciencias.
Luis cerró planteando cómo la dialéctica ha sido clave para desentrañar las leyes del capitalismo, destacando que incluso los capitalistas burgueses han dado la razón a Marx. También mencionó como el análisis dialéctico y material se anticipó a los descubrimientos de la antropología con respecto al papel del trabajo en el desarrollo del hombre. A lo largo de toda la historia del socialismo científico, los marxistas han logrado prever el desarrollo de la sociedad gracias a la capacidad del método dialéctico de analizar los procesos subyacentes en la sociedad.
Materialismo histórico
Durante la segunda sesión, Diego Beltrán, dirigente de Colombia Marxista, introdujo una discusión muy enriquecedora sobre el método del materialismo dialéctico aplicado a la historia. Señaló que el estudio de la historia de la humanidad en las universidades se ha convertido en una defensa del sistema burgués, pero debido a la crisis orgánica del sistema, esta defensa es negativa: acepta los horrores del capitalismo, pero sostiene que es imposible derrocarlo.
Esta postura, conocida como posmodernismo, propone una visión de la historia en la que los eventos y su lógica son imposibles de conocer. En contraste, como marxistas, planteamos que la historia está regida por leyes claras que pueden ser comprobadas, subordinadas a las mismas leyes de la naturaleza. Además, consideramos que un entendimiento profundo de la historia es clave para poder incidir en su curso.
En esta sesión, las contribuciones de varios contactos y camaradas de las universidades pusieron de manifiesto uno de los aspectos más impresionantes de la reunión: la notable presencia juvenil. Es claro que existe toda una capa de jóvenes colombianos que se han visto inspirados por los eventos de los últimos cinco años en la historia de Colombia, incluyendo los paros nacionales de 2019 y 2021. Además, muchos de ellos están en busca de una filosofía revolucionaria, algo que la Escuela les ofreció, y que varios destacaron durante sus intervenciones.
Clase, partido y dirección
La última discusión se centró en Clase, Partido y Dirección. En esta sesión, Juan Conde, editor del periódico Revolución Comunista, explicó la necesidad de construir un partido obrero en anticipación a las batallas que se avecinan para la clase obrera revolucionaria, contextualizando el Paro Nacional de 2021 dentro de los grandes movimientos insurreccionales que han sacudido al mundo en los últimos cinco años.
La discusión giró en torno a cómo podemos aprender de eventos históricos como la Revolución Española, la Revolución Rusa y la Revolución Alemana de 1918-19, para prepararnos para las futuras luchas de nuestra clase, tanto a nivel nacional como internacional. El hilo conductor a través de estos eventos fue, precisamente, la falta de una dirección revolucionaria dispuesta a luchar de manera intransigente por un programa socialista. Solo sobre esta base se puede romper el estancamiento que el capitalismo impone a la humanidad en medio de la actual crisis.
La discusión permitió que varios camaradas comentaran sobre cómo la falta de una dirección clara ha impactado la historia de Colombia, desde el estancamiento del Paro Nacional de 2021 hasta la historia del Partido Comunista Colombiano, que, tras la degeneración de la Tercera Internacional, terminó convirtiéndose en un instrumento de la política exterior de Moscú.
Entusiasmo revolucionario
El entusiasmo revolucionario de los presentes quedó claro con la participación de 25 personas en la reunión, varios de los cuales adquirieron 17 libros y revistas para afilar sus armas para el próximo período. Además, se logró una colecta de 213,000 pesos (51 USD), lo que reflejó el fervor revolucionario que se vivió durante toda la sesión.
La escuela energizará enormemente el trabajo de los camaradas de Colombia Marxista en el futuro cercano, en preparación para las titánicas batallas que la lucha de clases en Colombia nos depara. Durante los últimos cinco años, nuestros camaradas se han dedicado a trazar los planos de un partido comunista revolucionario, a la altura de las tareas históricas que enfrenta nuestra clase. Ese trabajo preparatorio, centrado en definir nuestro programa y nuestras perspectivas, nos prepara para la siguiente fase: la construcción de los cimientos de un partido que pondrá fin al capitalismo colombiano.
¡Larga vida a la clase obrera!
¡Larga vida a la Internacional Comunista Revolucionaria!
La condena de Marine Le Pen a cinco años de inelegibilidad para cargo público, con ejecución inmediata, es un terremoto político cuyas réplicas y efectos serán considerables. El día anterior a esta condena, una nueva encuesta situaba a Marine Le Pen muy por delante de todos sus competidores en las elecciones presidenciales. Hoy, la líder de la Agrupación Nacional (RN) está descartada, quizás definitivamente, de la próxima carrera hacia el Elíseo.
A la izquierda, muchos dirigentes se alegran de ello, defienden la supuesta «independencia de la Justicia» y machacan que Marine Le Pen está «sujeta a juicio como los demás». Esto es triplemente erróneo.
La «justicia» burguesa no es independiente. La mayoría de las veces, los explotados y oprimidos son los que pagan las consecuencias de la parcialidad de clase de esta Justicia. Pero a veces también puede intervenir en los conflictos políticos internos del bando de la burguesía. Eso es lo que pasó ayer. Marine Le Pen no es «sujeta a juicio como las demás»: es una política burguesa, riquísima y defendida por eminentes abogados, pero cuyo ascenso se ha visto interrumpido por una sentencia eminentemente política.
Esta sentencia no va a debilitar al RN; al contrario, lo va a fortalecer, al igual que Donald Trump se vio fortalecido por los innumerables juicios que la burguesía «liberal» estadounidense le entabló, con la vana esperanza de impedir su reelección. Si el futuro inmediato de Marine Le Pen, a título personal, está seriamente comprometido, sus millones de votantes —y, más allá, millones de explotados que odian a los viejos políticos «tradicionales»— sacarán la conclusión de que el Rassemblement National es, decididamente, «el enemigo del sistema». Eso es falso, por supuesto. Pero no serán las grotescas declaraciones sobre la «independencia de la justicia» las que les hagan cambiar de opinión.
Esto es tanto más evidente cuanto que de lo que se acusa a Marine Le Pen no es del tipo de corrupción, con «enriquecimiento personal», de la que tantos políticos son notoriamente culpables, sin haber sido nunca seriamente molestados por la «justicia independiente». Se acusa a Marine Le Pen y sus acólitos de haber utilizado a su antojo, en beneficio del RN, la financiación de sus asistentes parlamentarios en el Parlamento Europeo. «¿Y qué?», se preguntarán muchos votantes del RN (y más allá): «¡Es parte del juego! Y, de todos modos, ¡al diablo con el Parlamento Europeo y su infernal burocracia!».
En el fondo, este terremoto político es una nueva expresión de la crisis de régimen del capitalismo francés. Cuando una fracción del aparato estatal burgués interviene de manera tan decisiva en la vida política del país, es señal de que los mecanismos tradicionales mediante los cuales la clase dirigente asegura su dominación están en crisis. De hecho, toda la «democracia» burguesa sale aún más desacreditada. Por eso, desde ayer al mediodía, varios políticos burgueses protestan enérgicamente contra la sentencia dictada y sugieren formas de anularla. De hecho, no está descartada su anulación.
En lugar de balar estúpidamente sobre el tema de la «independencia de la justicia», los dirigentes de la izquierda y del movimiento obrero deben explicar el significado y las implicaciones políticas de la condena de Marine Le Pen, como acabamos de hacer nosotros. Sobre todo, deben ofrecer una alternativa de izquierda radical al populismo de derechas del Rassemblement National, que es un enemigo implacable de la clase trabajadora. Solo una poderosa movilización extraparlamentaria de la juventud y los trabajadores, basada en un programa de ruptura con todas las políticas de austeridad, permitirá frenar realmente el ascenso del RN.
Trump está a punto de anunciar su nuevo paquete arancelario en lo que él denominó «día de la libertad». Comentaristas, políticos, diplomáticos y directores ejecutivos se apresuran a averiguar qué es lo que se avecina. Trump, como es habitual, ha hecho esperar a todo el mundo. Pero aunque los detalles no están claros, la dirección del viaje sí lo está.
Trump está preparando una avalancha de anuncios para el 2 de abril. Sus aranceles sobre los automóviles, anunciados el 26 de marzo, ya causaron nerviosismo en los mercados, sobre todo entre las marcas europeas y asiáticas que dependen en gran medida del mercado estadounidense.
Trump parece haber decidido que el 25 por ciento es un buen tipo arancelario. Ahora ha anunciado aranceles de este nivel para México, para Canadá, para el acero, el aluminio y ahora para la industria automovilística. Su objetivo está muy claro: quiere obligar a las empresas a trasladar la producción a Estados Unidos, y no solo el montaje de vehículos, sino el aluminio, la transmisión, los motores, etc. Y no solo para los automóviles, aunque es una parte especialmente importante de la economía mundial, sino para los productos farmacéuticos, etc.
Mientras que México y el Reino Unido han intentado convencer a Trump para que elimine los aranceles, China, la UE, Japón y Canadá se están preparando para responder con la misma moneda, y Trump ha amenazado repetidamente con tomar represalias por su parte, incluso en mitad de la noche del 26 de marzo. Esta es la receta para una guerra comercial. No sería la primera guerra comercial en la que se involucra Trump, por supuesto. Ya se involucró en una con China en su primer mandato, pero esta vez no se enfrenta solo a China, sino al mundo entero.
Lo que sucedió en la década de 1930
Se están estableciendo paralelismos inmediatos con la década de 1930, y hay algunos paralelismos. Tras el crac de 1929, las distintas naciones de Europa y Estados Unidos recurrieron al proteccionismo para intentar exportar la crisis.
Estados Unidos introdujo la Ley Arancelaria Smoot-Hawley en 1930, elevando los aranceles a una media del 20 por ciento. Esto y las contramedidas adoptadas por otras naciones provocaron el colapso de las exportaciones e importaciones estadounidenses. Al igual que ahora, Canadá se vio afectado y tomó represalias. No es casualidad que Trump esté utilizando ahora algunas cláusulas olvidadas de esa ley para imponer esta última ronda de aranceles.
Inicialmente, la ley tuvo el efecto de reactivar la economía estadounidense, pero a medida que la recesión se hizo notar en 1931 tras el colapso del Creditanstalt en Austria, los efectos fueron aún más graves. Tanto las exportaciones como las importaciones estadounidenses cayeron en aproximadamente dos tercios y, en 1932, la producción industrial se había desplomado en un 46 por ciento.
Muchas naciones europeas siguieron su ejemplo. El Reino Unido introdujo la preferencia imperial en 1932, lo que dificultó las exportaciones al Reino Unido desde fuera del Imperio Británico, y otros países, como Francia, fueron aún más lejos en su proteccionismo.
Pero no fueron solo las barreras comerciales formales las que moldearon las nuevas relaciones comerciales. Uno tras otro, los países abandonaron el patrón oro. Es decir, abandonaron el tipo de cambio fijo entre la moneda (libra, dólar, franco, etc.) y el oro.
El abandono del patrón oro supuso un colapso en el valor de la moneda, lo que dio a los países en cuestión una ventaja competitiva sobre sus rivales. Por lo tanto, no es de extrañar que los países que se mantuvieron más tiempo en el patrón oro (Francia, EE. UU.) tuvieran que recurrir a medidas más proteccionistas. Trotsky lo señaló en 1934: «Las desviaciones del patrón oro desgarran la economía mundial con más éxito que los muros arancelarios».
En general, el comercio mundial cayó un 66 %, un golpe devastador para la economía mundial. Esto se reflejó en un colapso de la producción industrial en Alemania del 41 %, en Francia del 24 % y en el Reino Unido del 23 %. Al mismo tiempo, debido al desempleo masivo y al colapso general de la economía, el precio de los productos se desplomó, exacerbando la crisis endémica de sobreproducción.
La crisis, por supuesto, no la causó el proteccionismo, sino que el proteccionismo fue una consecuencia de la crisis, que a su vez la exacerbó masivamente.
La limitación del Estado nación
La razón de esto radica en el propio desarrollo de la economía. Una y otra vez, los marxistas han señalado que a medida que las fuerzas productivas (maquinaria, ciencia, tecnología, educación, etc.) se desarrollan, chocan con los límites del Estado nación. Lenin lo expuso con contundencia en El imperialismo: fase superior del capitalismo, por ejemplo. En ese libro explicó cómo se desarrolló el imperialismo a medida que los monopolios superaron el mercado nacional.
Ahora bien, lo que los políticos, presionados por la crisis, intentaban hacer era intentar retroceder en el tiempo. Hay un claro paralelismo con la actualidad. Trotsky escribió sobre el inútil intento:
«Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas de manera de hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales. En ambas orillas del Atlántico se derrocha no poca energía mental para resolver el fantástico problema de cómo hacer para que el cocodrilo vuelva al huevo de gallina. El ultramoderno nacionalismo económico está irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre». (El nacionalismo y la economía, 1933)
Y ese fue precisamente el efecto de las diversas medidas que adoptaron los gobiernos. Al intentar retroceder en el desarrollo de las fuerzas productivas, al obligarlas a volver a la camisa de fuerza del Estado nación, es decir, el mercado nacional, no lograron reactivar la economía, sino hundirla en la depresión.
Al final, la economía sí se recuperó, tras la destrucción de enormes fuerzas productivas durante la Segunda Guerra Mundial, y con la ayuda de los partidos socialdemócrata y comunista para estabilizar el capitalismo. En Occidente, el imperialismo estadounidense salió de la guerra como potencia completamente dominante, y la economía encontró un nuevo equilibrio.
Estados Unidos persuadió a los imperialismos francés, alemán y británico para que cooperaran en la reconstrucción de Europa tras la guerra. Se creó una nueva institución encargada de abrir los mercados, el GATT, que se convirtió gradualmente en la OMC.
En Europa, se creó la Comunidad del Carbón y del Acero. Trotsky señaló esta necesidad económica ya en 1923:
«En el fondo la guerra plantea la necesidad que tienen las fuerzas productivas de un escenario más amplio de desarrollo, sin ser bloqueadas por murallas arancelarias. Similarmente, en la ocupación del Ruhr tan fatal para Europa y la humanidad, encontramos una expresión distorsionada de la necesidad de unir el carbón del Ruhr con el hierro de Lorena. Europa no puede desarrollarse económicamente en el marco de las fronteras estatales y aduaneras impuestas en Versalles. Europa está obligada a remover sus fronteras, o a enfrentar la amenaza de una decadencia económica total. Pero los métodos adoptados por la burguesía en el poder para superar las fronteras que ella misma creó sólo están acelerando el caos existente y acelerando la desintegración.». (¿Es apropiado el momento para la consigna: los Estados Unidos de Europa?, 1923)
En otras palabras, ya en 1923, Trotsky previó la necesidad económica de esta unidad económica, que precisamente unía las industrias del carbón y el acero de Francia, Alemania Occidental, los Países Bajos y Bélgica. Esto se debía a que en las pequeñas naciones de Europa, las limitaciones que el Estado-nación imponía al desarrollo de la economía eran aún mayores.
Como sabemos, la Comunidad del Carbón y del Acero resultó insuficiente. Con el tiempo, al igual que el GATT, amplió su alcance y se convirtió en la Comunidad Europea y luego en la Unión Europea. En cada paso del camino, el imperialismo estadounidense estuvo presente y apoyó una mayor integración de Europa, porque les convenía en ese momento. La razón por la que hubo que ampliar el alcance limitado inicial de estas organizaciones no es difícil de entender, si se parte del punto de vista de que las fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, acaban superando al Estado nación.
Es decir, a medida que los monopolios se desarrollaban en la Unión Europea, en las nuevas industrias emergentes, como la fabricación de automóviles y los productos químicos, tensaban las limitaciones del Estado nación y necesitaban una salida en el mercado europeo. Por lo tanto, necesitaban eliminar una barrera tras otra. Y debido a que la economía, en general, estaba creciendo, era posible una cierta división amistosa de los beneficios. Esto fue así sobre todo porque Estados Unidos, que tenía las industrias más avanzadas y productivas, estaba ahí para seguir impulsando el libre comercio.
La clase capitalista en general se benefició de este nuevo régimen. En particular, era un régimen de relativa estabilidad política y social. Había suficientes beneficios para repartir e incluso se hicieron concesiones significativas a los trabajadores. Y, mientras tanto, la Unión Soviética estaba ahí como una amenaza siempre presente.
Un nuevo repunte de la economía era posible en estas condiciones y bajo este régimen. La productividad del trabajo aumentó masivamente en todos los sentidos. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, esto fue acompañado por los correspondientes aumentos salariales en términos reales. Debido al aumento de la productividad, los trabajadores de Occidente pudieron permitirse un nivel de vida como nunca antes habían tenido: casas, coches, televisores, educación, sanidad, pensiones, etc.
Pero todo esto fue precisamente porque las fuerzas productivas pudieron seguir desarrollándose bajo un régimen de mayor especialización, mayor libertad de comercio, etc. La división mundial del trabajo fue esencial para el desarrollo continuo de las fuerzas productivas.
Junto con este desarrollo se produjo naturalmente el desarrollo de monopolios masivos que dominaron el mercado mundial. Las empresas menos productivas, al ser menos eficientes y carecer de la maquinaria más avanzada, quebraron o fueron compradas por sus rivales más grandes. No es el momento de tratar esta cuestión en detalle, pero si nos fijamos en cualquier industria importante, ya sea de materias primas, componentes o productos acabados, hoy en todas están concentradas en unas pocas empresas.
Pero, contrariamente a los sueños de los partidarios del libre mercado, es precisamente la libre competencia la que da origen a estos monopolios.
El proteccionismo hoy en día
Volviendo a la cuestión de hoy, hemos llegado a un mundo mucho más desarrollado y mucho más integrado económicamente que en la época de Trotsky. Desde 1960, la economía mundial ha crecido, en términos reales, aproximadamente ocho veces su tamaño. Sin embargo, el volumen del comercio mundial se ha multiplicado por veinte y, en términos de valor, aún más.
Cuando Estados Unidos se embarcó en su racha proteccionista en 1930, la relación entre el comercio y el PIB era de alrededor del 9 por ciento, ahora es más del 25 por ciento. Y para la industria manufacturera es aún más decisivo. El valor de la producción manufacturera de Estados Unidos es de 2,3 billones de dólares, pero el valor de las exportaciones manufactureras de Estados Unidos es de 1,6 billones de dólares. Eso no significa que el 70 % de los productos manufacturados se produzcan para la exportación (los componentes pueden cruzar la frontera varias veces antes de terminar en el producto final), pero muestra el grado de integración de la manufactura con el mercado mundial.
Así pues, cuando Estados Unidos y el resto del mundo se embarcan ahora en otra borrachera proteccionista, lo hacen desde un punto de partida muy diferente. Si se quisiera, como dijo Trotsky, «hacer retroceder al cocodrilo hasta el huevo de gallina», eso supondría una tremenda destrucción de las fuerzas productivas y una miseria incalculable.
Los economistas burgueses son muy conscientes de este hecho, por lo que han declarado «nunca más» al proteccionismo. Pero como tantos «nunca más» económicos, como la impresión de dinero, ha tenido que dar paso al desarrollo real de los antagonismos internacionales y de clase.
Trump no inventó el proteccionismo. En la actualidad, existen 4650 restricciones a la importación entre los países del G20, según Global Trade Alert, lo que supone diez veces más que en 2008. Estados Unidos está intentando cortar las alas a la economía china, algo que lleva intentando hacer desde 2018. Hay aranceles de EE. UU. y la UE contra China para los vehículos eléctricos. Está la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) de Biden, varios intentos de subvencionar la producción nacional de chips, etc. Todo esto precedió al segundo mandato de Trump. Esta ya era la dirección de la hoja de ruta antes de que él volviera a la escena. Mientras que durante todo un período histórico, el comercio mundial creció más rápido que la economía mundial, este ya no es el caso.
La guerra comercial de Trump es sin duda una aceleración en esta dirección. Nadie sabe hasta dónde llegará esta guerra, pero la agencia Fitch Ratings especula que el tipo arancelario medio de EE. UU. podría alcanzar el 18 %, frente al 8 % actual, lo que supondría el nivel más alto desde 1934.
Los planes de Trump plantean dificultades particulares para la economía mundial, cuya lógica no es solo imponer aranceles al producto final (como los automóviles), sino a todos los componentes de los automóviles. Esto plantea la posibilidad de que no solo se aplique un arancel único del 25 %, sino que haya que pagarlo varias veces, en distintas etapas del proceso de producción.
«Cada vez que una pieza cruza una frontera, se le aplicará un impuesto», dijo. Un ejemplo que dio Abuelsamid es el de un fabricante de automóviles que no quiso nombrar y que le dijo que obtiene los materiales para fabricar arneses de cables de Japón. Esos materiales van a México para convertirse en el arnés de cables, luego esos arneses se envían a Texas para ser conectados a un airbag. Luego se envían de vuelta a la planta del fabricante de automóviles en México para ser instalados en un asiento de coche. Luego, el vehículo se envía de vuelta a Estados Unidos».
Cuando la industria automovilística estima que podría terminar añadiendo entre 4.000 y 12.000 dólares al precio del coche, se refiere a esto. Este arnés aquí se grava efectivamente dos veces. Esto también significará que los exportadores estadounidenses perderán aún más capacidad para competir en el mercado mundial, ya que tendrán que gravar sus componentes varias veces antes de exportarlos.
Lo que hace este arancel general, y esto es probablemente bastante deliberado desde el punto de vista de Trump, es deshacer las cadenas de suministro globales. Pero esto es extremadamente costoso. BMW, por ejemplo, tiene tres plantas principales en Europa que producen motores, cada una de ellas especializada en motores particulares para modelos particulares de automóviles. Construir otra fábrica para producir motores solo para el mercado estadounidense sería extremadamente costoso. Lo mismo ocurre con cualquier otra pieza del automóvil que no se produzca ya en EE. UU. Cualquier contramedida de la UE, China y Japón que afecte a los componentes producidos en EE. UU. empeorará inevitablemente la situación.
Una posición proletaria
¿Cuáles son entonces los intereses de la clase trabajadora en todo esto? El dirigente del sindicato estadounidense de trabajadores del automóvil UAW, Shawn Fain, ha elogiado a Trump «por dar un paso adelante para poner fin al desastre del libre comercio que ha devastado a las comunidades de clase trabajadora durante décadas».
Sin duda, tiene razón. El desmantelamiento de la base industrial de Michigan ha tenido un efecto devastador en toda la región. Pero no es posible volver a meter al genio en la lámpara, y el intento de Trump de hacerlo tendrá consecuencias devastadoras.
Tampoco podemos defender la política de libre comercio, precisamente porque nos ha llevado a este punto en primer lugar. La política de libre comercio es la política de cerrar fábricas, devastar comunidades, todo con la promesa de que a la larga todo será para mejor.
Los socialdemócratas alemanes, en vísperas de la victoria de Hitler, propusieron precisamente una política tan demencial. Dejemos que la crisis se extienda por la clase trabajadora; al final todo será para mejor. Solo que el camino hacia el equilibrio económico pasó por el fascismo y la guerra mundial. Hoy en día, eso no está en las cartas en el futuro inmediato, pero la miseria que trae el capitalismo de libre comercio está ahí para que todos la vean.
Trotsky señala precisamente cómo el fin del libre comercio está vinculado a la crisis misma:
«La libertad de comercio, como la libertad de competencia, como la prosperidad de la clase media, pertenecen irrevocablemente al pasado. Conducirnos al pasado es ahora la única medicina de los reformadores democráticos del capitalismo».
Los que discuten en ambos bandos —los partidarios del libre comercio y los proteccionistas— quieren restaurar la sociedad a su estado anterior a la crisis, pero ninguno tiene la capacidad de hacerlo. Ni el restablecimiento de la libertad de comercio ni la creación de nuevas barreras arancelarias resolverán la crisis.
La verdad es que son precisamente el desarrollo de las fuerzas productivas y el mercado mundial los que han hecho posible el capitalismo nacional y han creado la crisis económica más extensa que el mundo haya experimentado jamás. Toda la situación es una en la que las fuerzas productivas se rebelan contra el Estado nación y la propiedad privada. Dejamos las últimas palabras a Trotsky:
«En consecuencia, para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen a la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos, ni llamar a los maníacos para que hagan de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es separar los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible por primera vez curar a la sociedad de sus males. Todos los que sean capaces de trabajar deben encontrar un empleo. La jornada de trabajo debe disminuir gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad encontrarán la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras “pobreza”, “crisis”, “explotación”, saldrán de circulación. La humanidad podrá cruzar finalmente el umbral de la verdadera humanidad.» (El marxismo y nuestra época, 1940)
El fin de semana del 14 al 16 de marzo, más de 260 delegados e invitados se reunieron en Viena para el primer congreso del Revolutionäre Kommunistische Partei (RKP), la sección austriaca de la Internacional Comunista Revolucionaria.
Las delegaciones del RKP en las regiones de Viena, Baja Austria, Estiria, Carintia, Alta Austria, Tirol y Vorarlberg se habían preparado para el evento con intensas discusiones. Asistieron invitados no solo de toda Austria, sino también de Suiza, Alemania, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia, la antigua Yugoslavia, Suecia y Gran Bretaña.
Todo el fin de semana estuvo impregnado del espíritu internacionalista: el debate del viernes comenzó con una presentación sobre nuestras perspectivas para la revolución mundial a cargo de Niklas Albin Svensson, del Secretariado Internacional de la ICR. La presentación y el debate pusieron de relieve no solo los enormes trastornos en las relaciones internacionales, con guerras y guerras comerciales, sino también el germen de una solución: los movimientos de masas históricos en Grecia y Serbia demuestran que la clase trabajadora no se quedará de brazos cruzados mientras se destruyen los niveles de vida.
El debate sobre la situación mundial proporcionó una base sólida para discutir nuestras perspectivas para la revolución austriaca el sábado. Este tema fue presentado por Emanuel Tomaselli, redactor jefe de Der Funke, el periódico del RKP. Explicó lo terrible que es la situación para el capitalismo austriaco. La dependencia del comercio mundial de esta pequeña economía orientada a la exportación se está convirtiendo en una losa en medio del cambio de época de la «globalización» a las guerras comerciales y el proteccionismo.
Se supone que la clase trabajadora debe pagar el precio. Los reformistas del movimiento obrero o bien están ayudando directamente con esto (como el Partido Socialdemócrata de Austria), o están actuando como un «acompañamiento» de los liberales de izquierda y no ofrecen ninguna alternativa a la austeridad o al racismo (como el Partido Comunista de Austria). En el debate, este análisis se profundizó e ilustró, y se destacaron las condiciones cada vez peores en las fábricas, escuelas y universidades.
La conclusión es clara: la clase trabajadora necesita un partido que realmente quiera derrocar el capitalismo, y nosotros lo estamos construyendo: el RKP. Desde que el partido se fundó en otoño, hemos estado trabajando en esa tarea con energía. En primavera, el RKP está centrando sus esfuerzos en reclutar comunistas en los campus universitarios. Este fue también el tema central del congreso del domingo: después de que Florian Keller introdujera el debate sobre la construcción del partido, delegados de todo el país informaron sobre sus experiencias y éxitos.
El congreso del partido se completó con un informe internacional que evaluaba el trabajo de la ICR, un debate sobre las finanzas del partido revolucionario (presentado por Martin Halder), así como la votación de los documentos preparados para el congreso, que detallan nuestras perspectivas para la revolución en Austria, nuestra estrategia para construir el RKP y una resolución sobre nuestro trabajo en primavera, y la elección del Comité Central del partido. El sábado por la noche también hubo un taller sobre filosofía y lenguaje desde un punto de vista marxista presentado por Yola Kipcak.
Todo el congreso se caracterizó por el entusiasmo por el objetivo de lograr el socialismo en nuestra vida, que se alimenta de una profunda comprensión de las ideas del marxismo, nuestras perspectivas y nuestras tareas. Esto fue evidente, entre otras cosas, por el hecho de que los participantes continuaron debatiendo e intercambiando experiencias hasta altas horas de la noche, pero también por el hecho de que se vendieron más de 6000 € en literatura y productos comunistas. El primer congreso del RKP fue un gran éxito y un importante paso adelante en la preparación de la clase trabajadora austriaca para los grandes acontecimientos que están por venir.
Un espectro recorre Europa. Este horrible fenómeno ha aparecido de repente, como por arte de magia negra, conjurado desde la más oscura fosa del infierno por un malévolo demonio, para asolar y atormentar a las buenas gentes de la Tierra, perturbar su descanso y sus peores pesadillas.
Lo peor de este fenómeno es precisamente que nadie parece capaz de explicarlo. Se presenta como una fuerza de la naturaleza aparentemente imparable, que arrasa con todo. En un espacio de tiempo asombrosamente corto, ha logrado hacerse con el control del país más rico y poderoso de la Tierra.
Todas las fuerzas combinadas de los grandes y los buenos, todos los defensores del “orden internacional basado en normas”, todos los defensores de los valores tradicionales, todos se han unido para derrotar a este monstruo de iniquidad.
Nuestra maravillosa prensa libre, que todo el mundo sabe que es la principal defensora de la libertad y la libertad de expresión, se unió como un solo hombre para librar la buena batalla en defensa de la democracia, la libertad y la ley y el orden.
Pero todos han fracasado.
El nombre de este espectro es Donald J Trump.
Pánico
La absoluta bancarrota intelectual de la clase dominante queda demostrada por la total incapacidad de los estrategas del capital para comprender a la situación actual, y mucho menos para ofrecer una predicción satisfactoria de los acontecimientos futuros.
Esta decadencia intelectual ha alcanzado su nivel más bajo en las personas de los líderes políticos de Europa. Han llevado a este continente, antaño poderoso, directamente a un pantano de decadencia económica, cultural y militar, reduciéndolo a un estado de completa impotencia.
Tras haber sacrificado todo en beneficio del imperialismo estadounidense durante décadas y haberse acostumbrado al humillante papel de serviles secuaces de Washington, ahora se encuentran abandonados por sus antiguos aliados y abandonados a su suerte.
Su estupidez ha quedado ahora completamente al descubierto con la derrota en Ucrania y el colapso de sus absurdos sueños de derrotar a Rusia y destruirla como potencia. Por el contrario, ahora se encuentran con una Rusia poderosa y resurgente, dotada de un enorme ejército, pertrechada con las armas más modernas y curtida por años de experiencia en batalla.
En esta coyuntura crítica, se encuentran repentinamente abandonados por la potencia que se suponía iba a acudir en su defensa. Ahora corren como pollos sin cabeza, desviviendose en su prisa por expresar su apoyo eterno e inquebrantable a Volodymyr Zelensky.
Despotrican y se enfurecen contra el hombre de la Casa Blanca, al que consideran el único responsable del desastre que de repente se ha abatido sobre ellos.
Pero todo este coro histérico no es más que una expresión de pánico, que, a su vez, no es más que una expresión de miedo: miedo puro, ciego, destilado. Detrás de la falsa fachada de desafío, estos líderes están paralizados por el terror, como un conejo cegado por los faros de un coche que se acerca.
¿Cuál es la verdadera razón?
Si somos capaces de ignorar, por un momento, la cacofonía de quejas, protestas e insultos, y tratamos de encontrar lo que todo ello significa, a través de la densa niebla de la histeria mediática, empieza a aparecer el tenue esbozo de la verdad.
Para cualquier persona con medio cerebro, es evidente que una crisis de tal magnitud no puede ser obra de un solo individuo, aunque esté dotado de poderes sobrehumanos. Se trata de una “explicación” que no explica nada. Más que a la ciencia política, se asemeja al turbio reino de la demonología.
“Con Trump, la agenda mundial cambiará, nos guste o no. La batalla contra el colapso climático sufrirá un duro golpe, las relaciones internacionales se volverán más transaccionales, la lucha de Ucrania contra la agresión rusa puede ser apuñalada por la espalda, y Taiwán estará mirando el cañón de un arma china. Las democracias liberales de todo el mundo, incluida Gran Bretaña, también se verán sometidas a un nuevo asedio por parte de sus propios imitadores de Trump, impulsados por las redes sociales que desprecian la verdad.
“Los votantes estadounidenses han hecho algo terrible e imperdonable esta semana. No deberíamos tener reparos en decir que se han alejado del ethos y las normas compartidas que han dado forma al mundo, generalmente para mejor, desde 1945. Los estadounidenses han llegado a la conclusión de que Trump no es “raro”, como brevemente estuvo de moda afirmar, sino la corriente dominante. Los votantes salieron el martes y votaron raro en gran número. Los estadounidenses deben vivir con las consecuencias de ello”. (The Guardian, 6 de noviembre de 2024)
Y aquí estamos. The Guardian, la expresión más repulsiva y descarada de la hipocresía liberal, culpa de todo al pueblo estadounidense, que ha cometido el imperdonable pecado de votar en unas elecciones democráticas libres y justas a un candidato que no es de su agrado.
Pero, ¿cómo explicar esta aberración espantosa? Según nos informa The Guardian con toda franqueza, es el resultado de la supuesta “rareza” del pueblo estadounidense. La definición de “rareza” es evidentemente cualquier cosa que no coincida con los prejuicios del consejo de redacción de The Guardian.
Lo que realmente quieren decir es que el electorado estadounidense -es decir, millones de hombres y mujeres corrientes de clase trabajadora- no son realmente aptos para ejercer el derecho al voto, ya que son orgánicamente “raros”.
Hablando claro, todos los estadounidenses están naturalmente inclinados al racismo, al odio a las minorías y a una incomprensible aversión a los principios del liberalismo burgués. Esto los hace naturalmente reacios a la democracia e inclinados al fascismo, tal como lo representa, por supuesto, Donald Trump.
Pero, ¿de dónde viene esta rareza? ¿Y eran también “raros” los mismos electores estadounidenses cuando votaron a Joe Biden o a Obama? Evidentemente, en aquel momento estaban preeminentemente cuerdos. ¿Qué ha cambiado?
Lo extraño aquí no es la conducta de los votantes estadounidenses, cuyas decisiones fueron en realidad bastante racionales y pueden comprenderse fácilmente, sino sólo las contorsiones mentales de la miserable tribu pequeñoburguesa de escribas liberales, cuyo compromiso con la democracia evidentemente se detiene por completo en cuanto el electorado vota “en el sentido equivocado”.
Su concepción de la democracia -que uno puede apoyar las elecciones, sólo si resultan en la elección de candidatos que son de nuestro agrado- me parece un tanto “rara”. Sin embargo, la anulación de las recientes elecciones en Rumanía la confirma de forma sorprendente.
Las autoridades rumanas anularon la primera vuelta de las elecciones presidenciales de diciembre porque no les gustaba que un candidato que desaprobaban, Călin Georgescu, las hubiera ganado. No contentos con ello, le impidieron concurrir a la repetición de las elecciones presidenciales de mayo.
Estas acciones contaron con el pleno apoyo de los dirigentes de la UE en Bruselas. Por supuesto, The Guardian también aplaudió la cancelación de unas elecciones con todo el entusiasmo posible. Esta es, obviamente, la forma de evitar que gente como Donald Trump gane unas elecciones.
¡Viva! ¡Tres hurras por la democracia!
¡El fascismo ha llegado!
Desde el principio, los medios de comunicación lanzaron una ruidosa campaña denunciando a Trump como fascista. He aquí algunos ejemplos tomados al azar de la prensa:
Le Monde: “Las primeras semanas de Trump como presidente han bastado para dar a la pesadilla del giro de Estados Unidos hacia el fascismo una sensación de realidad”.
The New Yorker: “¿Qué significa que Donald Trump es un fascista?”.
The Guardian: “El neofascismo de Trump ya está aquí. Aquí tienes diez cosas que puedes hacer para resistir”.
Todo tipo de figuras del establishment se han pronunciado en el mismo sentido. Mark Milley, general retirado del Ejército de Estados Unidos que fue el vigésimo jefe del Estado Mayor Conjunto, lanzó una advertencia funesta a Estados Unidos:
“Es la persona más peligrosa de la historia. Tenía sospechas cuando hablé contigo sobre su deterioro mental y demás, pero ahora me doy cuenta de que es un fascista total. Ahora es la persona más peligrosa para este país”.
Kamala Harris estuvo de acuerdo en que Trump era un fascista, aunque Joe Biden se limitó a describir a Trump sólo como un “semifascista“.
No obstante, ha advertido repetidamente de que Trump representa un peligro para la democracia, una opinión compartida por muchos, como el fiscal general de Arizona, que concluye que: “Estamos al borde de una dictadura”.
Anthony Scaramucci, que fue brevemente secretario de prensa de la Casa Blanca con Donald Trump, se expresó con mayor franqueza, diciendo simplemente: “Es un puto fascista, es el fascista de los fascistas.”
Como era de esperar, muchas figuras prominentes de la “izquierda” han unido sus estridentes voces al coro de denuncias. Alexandria Ocasio-Cortez (a quien a menudo se presenta como una demócrata “socialista”) se lamenta:
“Estamos en vísperas de una administración autoritaria. Esta empieza a ser la cara del fascismo del siglo XXI”.
Y así, la tediosa letanía se repite sin cesar, día tras día. La intención es bastante clara: la repetición constante de la misma idea acabará convenciendo a la gente de que debe ser cierta. Estas nubes de aire caliente producen mucho calor, pero muy poca luz.
¿Qué es el fascismo?
Ahora bien, está perfectamente claro que aquí el término fascismo no pretende ser una definición científica, sino simplemente un insulto vulgar, más o menos el equivalente a “hijo de puta”, o palabras por el estilo.
Ese tipo de invectiva puede servir a un propósito útil, permitiendo a individuos frustrados desahogarse y descargar su rabia contra algún individuo que no es de su agrado. Al instante sienten una sensación de alivio psicológico y se van a casa satisfechos en la convicción de que, de alguna manera, han hecho avanzar la causa de la libertad, anotándose una tremenda victoria política sobre el enemigo.
Lamentablemente, estas victorias carecen de todo valor práctico. Este radicalismo terminológico no es más que la expresión de una rabia impotente. Incapaz de asestar ningún golpe real al odiado enemigo, uno obtiene una sensación de satisfacción mediante el simple recurso de lanzarle improperios desde una distancia segura.
Para quienes estamos interesados en librar batallas reales contra enemigos reales, en lugar de luchar contra molinos de viento como Don Quijote, se requieren otras armas más serias. Y el primer requisito para un verdadero comunista es la posesión de un riguroso método científico de análisis.
El marxismo es una ciencia. Y como todas las ciencias, posee una terminología científica. Palabras como “fascismo” y “bonapartismo” tienen, para nosotros, significados precisos. No son meros términos de insulto, ni etiquetas que puedan pegarse convenientemente a cualquier individuo que no cuente con nuestra aprobación.
Comencemos con una definición precisa del fascismo. En el sentido marxista, el fascismo es un movimiento contrarrevolucionario, un movimiento de masas compuesto principalmente por el lumpen proletariado y la pequeña burguesía enfurecida. Es utilizado como ariete para aplastar y atomizar a la clase obrera y establecer un Estado totalitario en el que la burguesía entrega el poder del Estado a una burocracia fascista.
La característica principal del Estado fascista es la centralización extrema y el poder absoluto del Estado, en el que los bancos y los grandes monopolios están protegidos, pero sometidos a un fuerte control central por parte de una burocracia fascista grande y poderosa. En “¿Qué es el nacionalsocialismo?”, Trotski explica:
“El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista”.
Tales son, en términos generales, las principales características del fascismo. ¿Cómo se compara esto con la ideología y el contenido del fenómeno Trump? Ya hemos tenido la experiencia de un gobierno de Trump, que -según las funestas advertencias de los demócratas y de todo el establishment liberal- procedería a abolir la democracia. No hizo tal cosa.
No se tomaron medidas para limitar el derecho de huelga y manifestación, y menos aún para abolir los sindicatos libres. Se celebraron elecciones como de costumbre, y finalmente, aunque en medio de un alboroto general, Trump fue sucedido por Joe Biden en unas elecciones. Digan lo que quieran del primer gobierno de Trump, pero no guardaba relación alguna con ningún tipo de fascismo.
El principal asalto contra la democracia fue, de hecho, dirigido por Biden y los demócratas, que llegaron a extremos extraordinarios para perseguir a Donald Trump, movilizando a todo el poder judicial para arrastrarlo ante los tribunales por innumerables cargos, con la intención de acusarlo a toda costa, ponerlo entre rejas y evitar así que se presentara de nuevo a la presidencia.
Todos los medios de comunicación se movilizaron en una despiadada y constante campaña de vilipendio y difamación, que acabó creando un clima en el que se produjeron al menos dos atentados contra su vida. Sólo por casualidad escapó al asesinato (aunque lo atribuye a la protección del Todopoderoso).
Una utopía reaccionaria
La ideología del trumpismo -en la medida en que existe- está muy lejos del fascismo. Lejos de desear un Estado fuerte, el ideal de Donald Trump es el del capitalismo de libre mercado, en el que el Estado desempeña un papel escaso o nulo.
Su programa representa un intento de volver a las políticas de Roosevelt – no de Franklin Delano Roosevelt, el autor del New Deal, sino de Theodore Roosevelt, que fue presidente antes de la Primera Guerra Mundial.
“Hay una sensación de déjà vu en el aire. Donald Trump sorprendió a sus aliados el martes 7 de enero al no descartar el uso de la fuerza para retomar el Canal de Panamá o comprar Groenlandia. Con este farol, el presidente electo revive la vieja tradición del imperialismo estadounidense de principios del siglo XX.
“La ‘edad de oro’, que comenzó tras la Guerra de Secesión, es con la que sueña Trump: estuvo marcada por la acumulación de fortunas colosales, la corrupción generalizada y unos aranceles introspectivos que protegían la industria estadounidense y hacían que no existiera el impuesto sobre la renta.
“Sobre todo, fue definida por el imperialismo para asegurar la hegemonía estadounidense sobre el hemisferio occidental. Durante este periodo, EEUU compró Alaska a los rusos (1867), invadió Cuba, Puerto Rico y Filipinas – “liberadas” en 1898 del colonialismo español- y excavó el Canal de Panamá, terminado en 1914.”
En otras palabras, Donald Trump desea retroceder el reloj cien años a una América imaginaria que existía antes de la Primera Guerra Mundial, una América en la que los negocios prosperaban y los beneficios se disparaban, en la que la libre empresa prosperaba y el Estado la dejaba en paz, en la que América se sentía libre para ejercer sus jóvenes y poderosos músculos con el fin de ejercer su dominio sobre México, Panamá y todo el hemisferio occidental, expulsando al decrépito colonialismo español de Cuba, para convertirla en su lugar en una colonia estadounidense.
Se piense lo que se piense, es un modelo que tiene muy poco que ver con el fascismo. Y esta atractiva visión de la historia carece de toda sustancia real o relevancia para el mundo del siglo XXI.
La era de Teddy Roosevelt era una época en la que el capitalismo aún no había agotado completamente su potencial como sistema económico progresista. Y Estados Unidos, una nación sana, pujante, recién industrializada, que ya había establecido su superioridad sobre las viejas potencias de Europa en aspectos importantes, apenas empezaba a ejercer como potencia decisiva en el mundo.
Toda una época ha pasado desde entonces, y los EE.UU. se enfrentan a una configuración de fuerzas totalmente diferente, tanto interna como externamente. Los esfuerzos de Trump por devolver el reloj al mundo tal y como era en aquellos lejanos días están condenados al fracaso, naufragando por el cambio de la situación mundial y el equilibrio de fuerzas de clase dentro de EEUU. Es, de hecho, una utopía reaccionaria.
Volveremos sobre estos puntos más adelante. Pero antes, debemos ajustar cuentas con los intentos histéricos y totalmente erróneos tanto de la izquierda como de la derecha por explicar el misterioso fenómeno de Donald J. Trump.
Un método erróneo
“La gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. … Precisamente en esos períodos surgen necesariamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, sí en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconcebidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta..” (Bonapartismo y fascismo, León Trotski, 1934)
Con demasiada frecuencia, me parece que cuando la gente de izquierdas se enfrenta a un fenómeno nuevo, que parece desafiar todas las normas y definiciones existentes, tiende a buscar etiquetas. Y luego, una vez encontrada una etiqueta conveniente, buscan hechos que la demuestren.
Ellos dicen: Oh, sí. Sé lo que es. Es esto o aquello: fascismo, bonapartismo o cualquier otra cosa que se les ocurra. Ese es un método equivocado. Es lo contrario del materialismo dialéctico. Y no lleva a ninguna parte. Es un ejemplo de pensamiento perezoso: la búsqueda de soluciones fáciles para resolver cuestiones nuevas y complicadas.
Lejos de aclarar nada, lo único que hace es distraer la atención de las cuestiones reales y llevarnos a un debate interminable y bastante inútil sobre cuestiones que se han introducido artificialmente y que no hacen más que aumentar la confusión, en lugar de responder a las preguntas que hay que responder.
En sus Cuadernos filosóficos, Lenin explicó que la ley fundamental de la dialéctica es la objetividad absoluta de la consideración: “no ejemplos, no digresiones, sino la cosa misma”.
Esa es la esencia del método dialéctico. Lo contrario de la dialéctica es el hábito de poner etiquetas a algo e imaginar que, al hacerlo, lo hemos comprendido.
Mi buen amigo John Peterson me comentó recientemente que Donald Trump era “un fenómeno”. Creo que es correcto. No hay necesidad de compararlo con ninguna otra figura de la historia. Debemos aceptar que Donald Trump es como – Donald Trump. Y debemos tomarlo tal como es y analizar lo que es, de hecho, un nuevo fenómeno sobre la base de hechos concretos, no de meras generalidades.
¿Bonapartismo?
El artículo de Trotski Bonapartismo y fascismo ofrece una definición muy precisa y concisa del bonapartismo desde un punto de vista marxista:
“Sin embargo, un gobierno que se eleva por encima de la nación no está suspendido en el aire. El verdadero eje del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar. Estamos enfrentados a una dictadura militar-policial apenas disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno del sable como juez-árbitro de la nación: precisamente eso se llama bonapartismo.”
La esencia del bonapartismo, que puede aparecer bajo diferentes disfraces, es siempre la misma: una dictadura militar.
“En el momento en que la lucha de dos estratos sociales -los que tienen y los que no tienen, los explotadores y los explotados- alcanza su tensión más elevada, se han creado las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la tropa. El gobierno se vuelve “independiente ” de la sociedad.”
Estas líneas son cristalinas. Pero, ¿cómo se compara todo esto con la situación actual en Estados Unidos? No se compara en absoluto. Seamos claros al respecto. La clase dominante sólo recurrirá a la reacción en forma de bonapartismo o fascismo como último recurso. ¿Es realmente esa la situación actual? No cabe duda de que en la sociedad estadounidense existen poderosas tensiones que están provocando una grave desestabilización del orden existente.
Pero imaginar que la lucha de clases ha alcanzado la fase crítica, en la que el dominio del capital está amenazado de derrocamiento inmediato y la única solución para la clase dominante es entregar el poder a un régimen bonapartista, es pura fantasía. Todavía no hemos llegado a esa fase, ni nada que se le parezca.
Por supuesto, es posible señalar tal o cual elemento de la situación actual del que pueda decirse que es un elemento del bonapartismo. Puede ser. Pero se podrían hacer comentarios similares de casi cualquier régimen democrático burgués reciente.
En la Gran Bretaña “democrática” de Tony Blair, el poder pasó en la práctica del Parlamento electo al Gabinete, y de éste a una minúscula camarilla de funcionarios no electos, compinches y asesores. Hubo, sin duda, elementos de lo que podría llamarse un régimen de bonapartismo parlamentario.
Sin embargo, el mero hecho de contener ciertos elementos de un fenómeno no significa todavía la aparición real de ese fenómeno como tal. Se podría decir, por supuesto, que hay elementos del bonapartismo presentes en el trumpismo. Sí, se podría decir eso. Pero los elementos no representan todavía un fenómeno plenamente desarrollado.
Como señala Hegel en la Fenomenología:
“No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje.”.
Este método incorrecto conduce a un sinfín de errores. En primer lugar, se intenta aplicar una definición externa a un fenómeno. Luego uno se aferra a ella a toda costa, e intenta justificarla con todo tipo de ejemplos “ingeniosos” de la historia que se traen de los pelos.
Entonces, como la noche sigue al día, llega otro y dice, no: no, eso no es bonapartismo. Y producen hechos igualmente “ingeniosos” para demostrar que el bonapartismo es otra cosa.
Ambos tienen la misma razón y están equivocados. ¿Adónde llegamos cuando entramos en este tipo de argumento circular? Como una pescadilla que se muerde la cola, no llegamos a ninguna parte.
Si bien es cierto que el uso de analogías históricas precisas a veces puede aportar clarificación, no es menos cierto que la yuxtaposición irreflexiva y mecánica de fenómenos esencialmente diferentes es una receta segura para la confusión.
Por ejemplo, creo que sería bastante correcto y adecuado describir el régimen de Putin en Rusia como un régimen bonapartista burgués. Ese es un ejemplo de analogía útil. Pero en el caso de Trump, es más complicado que eso.
El problema es que el bonapartismo es un término muy elástico. Abarca una amplia gama de cosas, empezando por el concepto clásico de bonapartismo, que es básicamente el gobierno por la espada.
El actual gobierno de Trump en Washington, a pesar de sus muchas peculiaridades, sigue siendo una democracia burguesa.
Son precisamente esas peculiaridades las que tenemos que examinar y explicar. Y como, sinceramente, nos vemos incapaces de encontrar nada remotamente parecido en la historia -antigua o moderna- que se le pueda comparar, y como no tenemos definiciones prefabricadas que se puedan hacer encajar, sólo nos queda una alternativa: EMPEZAR A PENSAR.
La crisis del capitalismo
El gran filósofo Spinoza decía que la tarea de la filosofía no era ni llorar, ni reír, sino comprender. Para entender a Donald J Trump, debemos dejar de lado la pseudociencia de la demonología y afirmar lo obvio.
Para empezar, sea lo que sea, Trump no es un espíritu maligno dotado de poderes sobrehumanos. Es un mortal corriente, en la medida en que un multimillonario estadounidense pueda ser considerado como tal. Y como cualquier otra figura relevante de la historia, las causas reales de su ascenso al poder deben relacionarse, en última instancia, con procesos objetivos de la sociedad.
En otras palabras, debemos considerarlo inevitablemente relacionado con la situación objetiva del mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
El principal punto de inflexión en la historia moderna fue la crisis de 2008, que desestabilizó por completo todo el sistema. El capitalismo se encontró al borde del colapso. Cuando Lehman Brothers se hundió, recuerdo vívidamente el momento en que los banqueros expresaron públicamente su temor de que en pocos meses les colgarían de las farolas.
En realidad, esos temores estaban bien fundados. De hecho, todas las condiciones objetivas estaban maduras, en realidad, para la revolución socialista. Eso sólo se evitó con la adopción de medidas de pánico en las que el Estado intervino para salvar a los bancos mediante la inyección de enormes cantidades de dinero público.
Esto contradecía todas las teorías promovidas por los economistas burgueses oficiales durante los treinta años anteriores. Todos estaban de acuerdo en que el Estado no debía desempeñar ningún papel -o un papel mínimo- en la economía. El libre mercado, por sí mismo, resolvería todos los problemas.
A la hora de la verdad, sin embargo, se demostró que esta teoría era falsa. El sistema capitalista sólo se salvó gracias a la intervención del Estado. Pero esto creó nuevas contradicciones en forma de deudas colosales y, en última instancia, insostenibles.
Desde 2008, el sistema capitalista atraviesa la crisis más profunda de la historia. No ha dejado de dar tumbos de un desastre a otro. A cada paso, los gobiernos han recurrido a la misma política irresponsable de financiación del déficit, es decir, imprimir dinero para salir del agujero.
Los miopes estrategas del capital, la miserable tribu de economistas burgueses y los aún más fracasados políticos del establishment asumieron que esta situación – un suministro infinito de dinero sacado de la nada, un flujo inagotable de crédito barato, bajas tasas de inflación y bajos tipos de interés – iba a continuar para siempre. Se equivocaban.
Todo esto no hacía más que acumular contradicción sobre contradicción, preparando el terreno para la madre de todas las crisis en el futuro.
Predije en su momento que todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo servirían para destruir los equilibrios social y político. Esto es precisamente lo que ha ocurrido.
Las condiciones objetivas para la revolución socialista estaban claramente presentes. ¿Por qué no se produjo? Sólo porque faltaba un factor importante en esta ecuación. Ese factor era la dirección revolucionaria.
Durante todo un periodo, el péndulo osciló bruscamente hacia la izquierda en un país tras otro. Eso se reflejó en el ascenso de toda una serie de movimientos de izquierda que sonaban radicales: Podemos en el Estado español, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos y, sobre todo, Corbyn en Gran Bretaña. Pero eso sólo sirvió para sacar a la luz las limitaciones del reformismo de izquierdas.
Tomemos el caso de Tsipras. Toda la nación griega le apoyaba para desafiar los intentos de Bruselas de imponer la austeridad. Pero capituló. El resultado fue un giro a la derecha.
En el Estado español ocurrió algo parecido. Al principio, Podemos presentaba una imagen de izquierda muy radical. Pero los dirigentes decidieron ser “responsables” y entraron en coalición con el PSOE, con resultados previsibles.
En Estados Unidos, Bernie Sanders surgió rápidamente de la nada para crear un movimiento de masas que buscaba claramente una alternativa socialista. Tenía todas las posibilidades de crear una alternativa de izquierdas viable a demócratas y republicanos. Pero al final, capituló ante el establishment del partido Demócrata, y la oportunidad quedó abortada.
El caso más claro de todos fue el de Gran Bretaña, donde, al igual que Sanders, Jeremy Corbyn surgió de la nada y fue impulsado al liderazgo del Partido Laborista en la cresta de un poderoso movimiento hacia la izquierda. El propio Corbyn no creó este movimiento, pero actuó como punto de referencia del estado de ánimo acumulado de ira y descontento en la sociedad.
El resultado asombró y aterrorizó a la clase dirigente que declaró públicamente que había perdido el control del Partido Laborista. Y era cierto. O más bien, debería haber sido cierto.
Pero a la hora de la verdad, Corbyn no tomó medidas decisivas contra la dirección derechista del grupo parlamentario laborista que, con el apoyo de los medios de comunicación burgueses, organizó una despiadada campaña contra él.
Al final, Corbyn capituló ante la derecha y pagó el precio de su cobardía, que en realidad es una expresión de la falta de carácter orgánica del reformismo de izquierdas en general.
Trump y Corbyn
Aquí vemos un contraste sorprendente con Donald Trump, que también fue objeto de un ataque muy serio por parte del establishment y también de la dirección del propio Partido Republicano. Hizo lo que Corbyn debería haber hecho. Movilizó a su base y la azuzó contra la vieja dirección republicana, que se vio obligada a retroceder.
Esto, por supuesto, no altera el hecho de que Trump sigue siendo un político burgués reaccionario, pero hay que confesar que mostró un coraje y una determinación de los que Corbyn carecía manifiestamente.
También mostró un desprecio absoluto por la llamada corrección política y la política de identidad, que, por desgracia, los reformistas de izquierdas han aceptado totalmente. Esto jugó un papel absolutamente pernicioso en el caso de Corbyn.
Cuando la derecha le atacó por supuesto antisemitismo (una acusación totalmente falsa), retrocedió inmediatamente. Se convirtió en presa fácil para el reaccionario lobby sionista y para toda la clase dominante británica, y rápidamente se vio reducido a una abyecta sumisión, víctima indefensa de su propia adicción a la reaccionaria política identitaria.
Si Corbyn hubiera hecho lo que ha hecho Trump, se habría enfrentado frontalmente a la acusación de antisemitismo, habría movilizado a sus bases y las habría azuzado contra el establishment derechista del Partido Laborista, llevando a cabo una purga a fondo de esos elementos podridos.
De haberlo hecho, sin duda habría ganado. Pero no lo hizo y esto permitió a la derecha laborista pasar a la ofensiva, expulsar a la izquierda -incluido el propio Corbyn- y purgar el partido de arriba abajo. El resultado fue la victoria de Starmer y el experimento del corbynismo acabó en desastre.
La misma experiencia se ha repetido una y otra vez. Y en todos los casos, los dirigentes de la izquierda han desempeñado un papel de lo más lamentable. Han decepcionado a sus bases y han servido en bandeja el poder a la derecha.
Es este hecho -y sólo este hecho- el que explica la actual oscilación del péndulo hacia la derecha, un hecho totalmente inevitable, dada la cobarde capitulación de la izquierda.
Que otros se lamenten de los hechos y lloriqueen por el ascenso de Trump y otros demagogos de derechas. Nosotros respondemos con desprecio: no os quejéis, es enteramente responsabilidad vuestra. Francamente, tenéis lo que os merecéis y ahora todos tenemos que pagar las consecuencias.
¿Qué representa realmente Trump?
Empecemos por lo obvio. Todos estamos de acuerdo en que Donald Trump es un político burgués reaccionario. No vale la pena decirlo. Tampoco deberíamos tener que repetir que los comunistas no lo apoyan de ninguna manera.
Pero al afirmar lo obvio, no avanzamos ni un paso en el análisis del fenómeno de Trump y el trumpismo. Por ejemplo, ¿es correcto decir que no hay diferencia entre Donald Trump y Joseph Biden?
Que ambos son políticos burgueses que defienden esencialmente los mismos intereses de clase es evidente. En ese sentido, podría decirse que son iguales. Sin embargo, hasta el más ciego de los ciegos debería tener claro que, de hecho, existen diferencias muy serias entre ambos, de hecho, un abismo enorme.
El hecho de que, en última instancia, ambos hombres sean políticos burgueses y representen en definitiva los mismos intereses de clase, no excluye en absoluto la posibilidad de que surjan agudas diferencias entre distintas capas de la misma clase. De hecho, ese tipo de conflicto siempre ha existido.
El problema central para la burguesía es que el modelo que aparentemente había garantizado el éxito del capitalismo durante muchas décadas está irrevocablemente roto.
El fenómeno de la globalización, que durante mucho tiempo les permitió superar los límites del mercado nacional, ha llegado ahora a su límite. En su lugar, tenemos el auge del nacionalismo económico. Cada clase capitalista defiende sus propios intereses nacionales frente a los de otras naciones. La era del libre comercio da paso a la era de los aranceles y las guerras comerciales.
Los nostálgicos desesperanzados lamentan la desaparición del viejo orden, pero Donald J. Trump lo abraza con todo el entusiasmo de un converso religioso. Como resultado, ha puesto patas arriba el orden mundial, para rabia y frustración de las naciones más débiles.
Donald Trump invoca así las maldiciones de sus antiguos “aliados” en Europa, que le culpan de todas sus desgracias. Pero él no ha inventado esta situación. Es simplemente su exponente y defensor más extremo y coherente.
La bancarrota del liberalismo
Durante muchos años, la clase dominante y sus representantes políticos en Occidente han estado vendiendo sistemáticamente una imagen pseudoprogresista para ocultar la realidad de la dominación de clase. Han utilizado hábilmente la llamada política de identidad como arma contrarrevolucionaria.
Y los “izquierdistas”, que carecen de una base ideológica propia, se han tragado esta basura a pies juntillas. Esto sólo ha servido para desacreditarlos a los ojos de la clase trabajadora, que mira con incredulidad sus payasadas, discutiendo sobre palabras y repitiendo los tópicos de la llamada corrección política, en lugar de luchar por los verdaderos intereses de los trabajadores, las mujeres y otras capas oprimidas de la sociedad.
Por lo tanto, cuando Donald Trump llega y denuncia la política de identidad y la corrección política, no es de extrañar que toque la fibra sensible de millones de hombres y mujeres corrientes cuyos cerebros no han sido irremediablemente adormecidos por la enfermedad posmodernista.
¿Defienden los liberales la democracia?
Los liberales tienen una visión muy peculiar de la democracia. Como hemos visto, apoyan las elecciones, pero sólo si gana el candidato que ellos apoyan. Si el resultado no es de su agrado, inmediatamente empiezan a gritar que el resultado es injusto, insinuando manipulación de los votos y todo tipo de prácticas turbias, normalmente sin aportar ni una sola prueba.
Lo vimos tras la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016. Trump se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos sin experiencia en cargos públicos ni antecedentes militares previos.
En efecto, Trump era un outsider, alguien ajeno al establishment existente en Washington, que ha ostentado el monopolio del poder político durante décadas.
Le vieron como una amenaza para su monopolio y actuaron en consecuencia para subvertir la democracia y anular el resultado de las elecciones. Los demócratas lanzaron el famoso escándalo del “Rusiagate” contra Trump, con la clara intención de echarlo de la presidencia.
Eso equivaldría a un golpe de estado democrático. ¿Una violación de la democracia? Por supuesto, pero si a veces es necesario violar las reglas de la democracia para defenderla, ¡que así sea!
Posteriormente, llegaron a los extremos más extraordinarios para impedir que Donald Trump volviera a ser presidente. Lanzaron un verdadero tsunami de casos legales, con el objetivo de ponerlo tras las rejas.
Hubo cuatro procesos judiciales dirigidos contra Trump personalmente, empezando por el sonado asunto de Stormy Daniels, seguido de la acusación de injerencia electoral en Georgia y, por último, la cuestión de la presencia de documentos clasificados en Mar-a-Lago. Además, hubo más de 100 demandas judiciales contra la administración de Trump.
Los medios de comunicación se movilizaron para aprovechar al máximo el asalto. Pero fracasó por completo. Cada uno de estos casos sólo sirvió para aumentar su apoyo en las encuestas. El resultado final se vio en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024.
Con la segunda mayor participación electoral desde 1900 (después de 2020), Trump obtuvo 77.284.118 votos, o el 49,8 por ciento de los votos, el segundo total de votos más alto en la historia de Estados Unidos (después de la victoria de Biden en 2020). Trump ganó los siete estados indecisos.
No fue sólo una victoria electoral; fue un triunfo rotundo. También fue un rechazo total del establishment liberal demócrata.
Su victoria ambién fue un desplante demoledor para los medios de comunicación prostituidos que apoyaron abrumadoramente a Harris. Entre los diarios, 54 apoyaron a Harris y sólo 6 a Trump. De todos los semanarios, 121 apoyaron a Harris y sólo 11 a Trump.
¿Cómo se explica esto?
Trump y la clase trabajadora
Llama la atención la diferencia en la composición de clase de los votos emitidos. Mientras que Harris ganó a la mayoría de los votantes que ganan 100.000 dólares al año o más, Trump ganó a la mayoría de los votantes que ganan menos de 50.000 dólares. No cabe duda de que millones de trabajadores estadounidenses votaron a Donald Trump.
No hay absolutamente nada particularmente sorprendente o “raro” en esto. El atractivo de Trump entre la clase trabajadora tiene una base material. Desde principios de la década de 1980, los salarios reales de la clase trabajadora estadounidense se han mantenido igual o han disminuido, sobre todo a medida que los empleos se externalizaban a otros países, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Del mismo modo, el Instituto de Política Económica informa de que los salarios de los hogares con ingresos bajos y medios apenas han crecido desde finales de los años 70, mientras que el coste de la vida ha seguido aumentando.
En muchas ciudades norteamericanas existen condiciones de miseria y privación que se asemejan a las de las ciudades más pobres de América Latina, África o Asia. Y esta pobreza coexiste con la más obscena concentración de riqueza en pocas manos que se haya visto en cien años.
Sin embargo, todo esto es aparentemente invisible para los “progresistas” de clase media. La clase política y la tribu de periodistas y comentaristas bien pagados han estado tan obsesionados con el veneno pernicioso de la política identitaria que han ignorado sistemáticamente los problemas reales a los que se enfrenta la clase trabajadora, ya sean blancos o negros, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales.
Un ejemplo típico fue la insistencia de los imbéciles políticamente correctos en defender términos como “Latinx” para promover la inclusividad de género. Sin embargo, sólo el 4 por ciento de los hispanos utiliza este término, y el 75 por ciento dice que nunca debería usarse, según Pew Research.
Se abrió así el camino para que demagogos de derechas como Donald Trump dieran voz a la ira acumulada de millones de personas que se sentían justificadamente ignoradas por el establishment liberal de Washington.
Como resultado de esto, en 2024 Trump amplió su base conectando con las comunidades de clase obrera negra y latina.
Esa es la consecuencia directa de la traición de “izquierdistas” como Sanders, que, al no ofrecer ninguna alternativa clara a los liberales, dejaron la puerta abierta de par en par a demagogos de derechas como Trump.
Es un hecho real que, hasta hace poco, incluso el término “clase obrera” apenas aparecía en la propaganda electoral de los principales partidos en Estados Unidos. Incluso los izquierdistas más atrevidos solían referirse a la “clase media”. La clase obrera estadounidense, a efectos prácticos, había dejado de existir.
Puede que haya habido alguna excepción a la regla, pero no es exagerado decir que fue Donald Trump -un demagogo de derechas multimillonario- el único que afirmó defender los intereses de la clase trabajadora en sus discursos. Se podría decir que él fue el único responsable de situar a los trabajadores nuevamente en el centro de la política estadounidense.
No hace falta que nos digan que esto es mera demagogia, retórica vacía sin sustancia. Tampoco hace falta que nos informen de que Trump dice estas cosas para sus propios fines, que están inevitablemente relacionados con los intereses de la clase a la que pertenece.
Eso está perfectamente claro para nosotros. Pero es irrelevante. El hecho es que eso no estaba nada claro para los millones de trabajadores que votaron a Trump en las elecciones presidenciales. Ignoramos este hecho por nuestra cuenta y riesgo.
¿Qué intereses defiende Trump?
No debería ser en absoluto difícil explicar nuestra actitud hacia Trump a cualquier persona pensante. Es muy sencillo. Nosotros decimos:
Este multimillonario defiende los intereses de su propia clase. Todo lo que diga redundará en última instancia en su propio interés y en el de los ricos: los banqueros y los capitalistas. Como la noche sigue al día, esos intereses nunca podrán ser los intereses de la clase obrera.
Sin embargo, para ganarse el apoyo de los trabajadores, a veces dice cosas que a ellos les parecen sensatas. Cuando habla de puestos de trabajo, de empleo, de salarios a la baja, de precios al alza, obtiene naturalmente una respuesta.
Y puede que una o dos cosas de las que dice sean correctas. De hecho, Trump admitió una vez que había tomado varias ideas de los discursos de Sanders y las había utilizado para atraer a los trabajadores.
Sin duda, Trump es un político burgués reaccionario, pero eso no significa que sea exactamente igual que cualquier otro político burgués reaccionario. Al contrario. Tiene su propia interpretación de las cosas, su propia perspectiva, política y estrategia, que difieren en muchos aspectos fundamentales de, por ejemplo, las posiciones de Joe Biden y su camarilla.
En algunos aspectos, sus puntos de vista pueden parecer coincidentes, al menos hasta cierto punto, con los nuestros. Por ejemplo, en su actitud ante la guerra de Ucrania, su disolución de la USAID o su rechazo al llamado “woke”. Que efectivamente pueden existir algunas coincidencias entre lo que dicen los políticos burgueses y lo que pensamos nosotros mismos ya lo explicó Trotski.
“En el noventa por ciento de los casos, los obreros realmente ponen un signo menos donde la burguesía pone un más. Sin embargo, en el diez por ciento, se ven forzados a poner el mismo signo que la burguesía pero con su propio sello, expresando así su desconfianza en ella. La política del proletariado no se deriva de ninguna manera automáticamente de la política de la burguesía, poniendo sólo el signo opuesto (esto haría de cada sectario un estratega magistral). No, el partido revolucionario debe, cada vez, orientarse independientemente tanto en la situación interna como en la externa, llegando a aquellas conclusiones que mejor corresponden a los intereses del proletariado. Esta regla se aplica tanto al período de guerra como al de paz.”
Incluso cuando Trump dice cosas que son correctas, invariablemente lo hace desde el punto de vista de sus propios intereses de clase y con fines reaccionarios con los que no tenemos absolutamente nada en común.
La conclusión es que, en todos los casos, siempre hacemos hincapié en la posición de clase. Por esa razón, es totalmente inadmisible identificarnos con las políticas de Trump. Sería un grave error.
Pero sería un error mucho más grave -de hecho, sería un crimen- estar siquiera por un momento en el mismo bando de los llamados elementos burgueses “liberales” y “democráticos” cuyos ataques a Trump están guiados enteramente desde el punto de vista del establishment burgués reaccionario contra el que Trump está librando una guerra en la actualidad.
¿El mal menor?
Una vez que haces concesiones a acusaciones como fascismo, bonapartismo y supuesta amenaza a la democracia, empiezas a entrar en la pendiente resbaladiza que puede llevarte -incluso inconscientemente- a la posición del mal menor. Y ése es, sin duda, el mayor peligro.
¿Es correcto decir que el régimen de Biden representaba algo progresista en relación con Trump? Así lo vendieron. Y la llamada izquierda lo ha aceptado como buena moneda.
Tratan de argumentar que Trump es un enemigo de la democracia. Pero si se examina la monstruosa conducta de la camarilla de Biden se ve cómo mostró un total desprecio por la democracia hasta el final.
Pensemos en el “férreo” apoyo de Biden al ataque israelí contra Gaza, que le ha valido el apodo de “Joe el Genocida”. O la flagrante represión del derecho de reunión por parte de su administración “democrática”, que golpeó brutalmente a miles de estudiantes y detuvo a 3.200 en todo el país por protestar pacíficamente en solidaridad con Palestina.
Biden prometió ser “el presidente más favorable a los sindicatos de la historia de Estados Unidos”, pero aplastó el derecho a la huelga de los ferroviarios. Prometió acabar con las deportaciones de la era Trump, pero al final expulsó a más inmigrantes indocumentados que su predecesor. La lista continúa.
Hasta el final, Biden se aferró a su cargo mucho después de que incluso su propio partido lo hubiera tachado como no apto para el cargo y lo hubiera destituido como candidato presidencial de los demócratas.
Incluso después de que la inmensa mayoría del electorado votara en contra de los demócratas, siguió ejerciendo sus poderes como presidente, llevando a cabo flagrantes actos de sabotaje para socavar al candidato elegido democráticamente, Trump, e incluso para arrastrar a Estados Unidos al borde de la guerra con Rusia.
Sería difícil imaginar un desprecio más flagrante por la democracia y las opiniones de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense. Sin embargo, este gángster y su camarilla siguieron haciéndose pasar por defensores de la democracia frente a la supuesta amenaza de una dictadura.
Muchas otras cosas que hicieron Biden y su pandilla fueron infinitamente más contrarrevolucionarias y desastrosas y monstruosas que cualquier cosa que Trump haya soñado hacer. Esa es la realidad. Sin embargo, encontramos gente en la izquierda que está dispuesta a argumentar que es preferible apoyar a los demócratas contra Trump, ‘para defender la democracia.’
No nos incumbe atarnos a un barco que se hunde, sino, por el contrario, hacer todo lo que esté en nuestra mano para contribuir a hundirlo. No es nuestra política sembrar ilusiones en los liberales y su supuesta democracia, sino desenmascararla como una falsedad cínica y un engaño.
En ¿Adonde va Francia?, Trotski explica que la llamada política del “mal menor” no es más que un crimen y una traición a la clase obrera:
“El partido obrero no debe ocuparse en una tentativa sin esperanza de salvar al partido de los especialistas en quiebras; debe, por el contrario, acelerar con todas sus fuerzas el proceso de liberación de las masas de la influencia radical.” [Redacción: el partido Radical era un partido liberal en el poder en Francia en los años 30].
Es un excelente consejo para nosotros hoy. Al combatir la reacción trumpista, no podemos asociarnos en ningún caso con los demócratas “liberales” en bancarrota.
¡Encuentrar un camino hacia los trabajadores!
Los periodos de transición, como el que estamos viviendo ahora, darán lugar invariablemente a confusión. Con frecuencia nos enfrentaremos a todo tipo de fenómenos nuevos y complicados que no tienen precedentes evidentes en la historia.
Para no perder el equilibrio, es necesario mantener en todo momento la mano firme en las cuestiones fundamentales y no dejarse llevar por este o aquel acontecimiento accidental. La característica principal de la situación actual es que, por un lado, la situación objetiva pide a gritos una solución revolucionaria.
El potencial está ahí. Pero en la actualidad no existe una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacerlo realidad. Por lo tanto, por el momento, sigue siendo sólo eso: simplemente un potencial.
Las masas se esfuerzan por encontrar una salida a la crisis. Ponen a prueba a un líder de partido tras otro, pero pronto descubren las deficiencias de todas las organizaciones existentes. Esto explica la inestabilidad política general que se manifiesta en violentos vaivenes en el plano electoral de izquierda a derecha, y viceversa.
A falta de cualquier tipo de orientación por parte de la izquierda, el camino está abierto para todo tipo de aberraciones peculiares y demagogos de la variedad de Trump.
Pueden subir rápidamente, dando expresión a la ira y el descontento de las masas. Pero el contacto con la realidad acaba provocando decepción, preparando una nueva oscilación del péndulo en sentido contrario.
Ver estos acontecimientos en términos puramente negativos sería malinterpretar completamente la situación. Las masas están desesperadas y necesitan soluciones urgentes a sus problemas. Personas como Donald Trump parecen ofrecerles lo que buscan.
Tenemos que entender esto, y no limitarnos a descartar tales movimientos como aberraciones de “extrema derecha” (una frase sin sentido en cualquier caso). Por supuesto, en tales movimientos habrá elementos reaccionarios. Pero su carácter masivo indica que tienen una base contradictoria en la sociedad.
Para encontrar un camino hacia los trabajadores de cualquier país, es necesario tomarlos como son, no como nos gustaría que fueran. Para entablar un diálogo con los trabajadores, debemos partir del nivel de conciencia existente. Cualquier otro enfoque no es más que una receta para la esterilidad y la impotencia.
Si queremos entablar una conversación significativa con un trabajador que tiene ilusiones con Trump, no podemos empezar con denuncias estridentes o acusaciones de fascismo y cosas por el estilo. Escuchando pacientemente los argumentos de estos trabajadores, podemos basarnos en muchas cosas con las que estamos de acuerdo, y luego, utilizando argumentos hábiles, introducir gradualmente dudas sobre si los intereses de la clase obrera pueden realmente ser defendidos por un rico empresario multimillonario.
Por supuesto, en esta fase, nuestros argumentos no tendrán necesariamente éxito. La clase trabajadora en general no aprende de los debates, sino solamente a través de su propia experiencia. Y la experiencia de un gobierno de Trump resultará ser una curva de aprendizaje muy dolorosa.
Por lo tanto, cuando hablamos con los trabajadores que apoyan a Trump, debemos tener un enfoque amistoso y mostrar acuerdo con las cosas con las que podemos estar de acuerdo, para luego señalar hábilmente las limitaciones del trumpismo y defender el socialismo. Las contradicciones acabarán saliendo a la superficie. Sin embargo, a pesar de esto las ilusiones en Trump persistirán por un tiempo.
No se conseguirá nada adoptando una actitud beligerante y hostil hacia los muchos trabajadores honrados que, por razones absolutamente comprensibles, se han unido a la bandera de Trump. Tal enfoque es estéril y contraproducente, y no llevará a ninguna parte.
La historia conoce muchos ejemplos de cómo los trabajadores que primero entran en la arena de la política con puntos de vista extremadamente retrógrados, incluso reaccionarios, pueden moverse rápidamente en la dirección opuesta bajo el impacto de los acontecimientos.
Al principio de la revolución de 1905 en Rusia, los marxistas eran una minoría muy pequeña y aislada. La mayoría de los obreros rusos eran políticamente atrasados y tenían ilusiones en la monarquía y la iglesia.
Al principio, la inmensa mayoría de los obreros de San Petersburgo seguía la dirección del padre Gapon, que colaboraba activamente con la policía. Cuando los marxistas se acercaban a ellos con octavillas que denunciaban al zar, los obreros las rompían y a veces incluso golpeaban a los revolucionarios.
Sin embargo, todo eso se transformó en su contrario tras los sucesos del Domingo Sangriento del 9 de enero. Los mismos obreros que habían roto las octavillas se acercaron ahora a los revolucionarios exigiendo armas para derrocar al zar.
En Estados Unidos, podemos citar un ejemplo similar, muy sintomático aunque mucho menos dramático. Cuando un joven obrero llamado Farrell Dobbs entró en política a principios de los años 30, lo hizo como republicano convencido.
Pero a través de la experiencia de la tormentosa lucha de clases pasó directamente del republicanismo de derechas al trotskismo revolucionario y desempeñó un papel destacado en la rebelión de los Teamsters en Minneapolis en 1934.
En el tormentoso período de lucha de clases que se abrirá en Estados Unidos, veremos muchos ejemplos de este tipo en el futuro. Y algunos de los trabajadores que ahora apoyan con entusiasmo a Trump o demagogos similares, pueden ser ganados para la bandera de la revolución socialista sobre la base de los acontecimientos futuros.
A primera vista, el movimiento Trump parece muy sólido y prácticamente indestructible. Pero se trata de una ilusión óptica. En realidad, se trata de un movimiento muy heterogéneo, plagado de profundas contradicciones. Tarde o temprano, éstas se pondrán de manifiesto.
Los enemigos liberales de Trump esperan que el fracaso de sus políticas económicas provoque una decepción generalizada y la pérdida de apoyo. Tal fracaso es totalmente previsible. La imposición de aranceles ya está siendo recibida con represalias inevitables. Esto debe reflejarse finalmente en pérdidas de puestos de trabajo y cierres de fábricas en las industrias afectadas.
Sin embargo, las predicciones de una desaparición inminente del movimiento Trump son prematuras. Trump ha despertado enormes expectativas y esperanzas entre millones de personas que antes carecían de toda esperanza. Tales ilusiones están muy arraigadas y son lo suficientemente poderosas como para resistir toda una serie de sacudidas y decepciones temporales.
El hechizo hipnótico de la demagogia de Trump tardará en disiparse. Pero tarde o temprano, la desilusión se instalará, y cuanto más tarden los trabajadores en comprender que sus intereses de clase no están representados, más violenta será la reacción.
Donald Trump es ya bastante mayor y, aunque logre esquivar la bala de un asesino, la naturaleza debe imponer tarde o temprano sus leyes de hierro. En cualquier caso, es poco probable que se presente de nuevo a las elecciones presidenciales, incluso si se pudieran cambiar las reglas para permitirlo.
Es imposible imaginar el trumpismo sin la persona de Donald J. Trump. Es precisamente el poder de su personalidad, su indudable habilidad como líder de masas y maestro demagogo, el pegamento que mantiene unido a su heterogéneo movimiento. Sin él, las contradicciones internas que existen en su seno saldrán inevitablemente a la superficie, provocando crisis internas y fracturas en el liderazgo.
J.D. Vance parece el sucesor más probable de Donald Trump, pero carece de la inmensa autoridad y carisma de su líder. Es, sin embargo, un hombre inteligente que bien puede evolucionar en todo tipo de direcciones en función de los acontecimientos. Es imposible predecir el resultado.
Hay una conocida ley de la mecánica que afirma que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Donald Trump es un maestro de la hipérbole. Sus declaraciones demagógicas no conocen límites. Todo lo que promete es maravilloso, tremendo, maravilloso, enorme, etcétera. Y el grado de decepción, cuando finalmente llegue, será correspondientemente enorme.
En un momento dado, su movimiento empezará a fracturarse en líneas de clase. A medida que los trabajadores comiencen a abandonarlo, los elementos pequeñoburgueses enloquecidos probablemente se unirán en lo que será el embrión de una nueva y genuina organización fascista o bonapartista.
A partir de esta situación caótica, el movimiento en dirección a un tercer partido se hará irresistible. Por su propia naturaleza, será un asunto confuso, no necesariamente con un programa de izquierdas o incluso particularmente progresista en primera instancia. Pero los acontecimientos tendrán su propia lógica.
Muchos trabajadores, después de haberse quemado los dedos con el experimento de Trump, buscarán una bandera alternativa que refleje con mayor precisión su ira y su odio profundamente arraigado contra los ricos y el establishment, que no es más que un reflejo inmaduro de su hostilidad instintiva contra el propio sistema capitalista. Esto les empujará bruscamente hacia la izquierda.
No es en absoluto descabellado prever que algunos de los militantes más audaces, dedicados y abnegados del futuro movimiento comunista en América consistirán precisamente en trabajadores que han pasado por la escuela del trumpismo y han sacado de ella las conclusiones correctas. Ha habido muchos precedentes de tales desarrollos en el pasado, como hemos visto.
Por último, quiero dejar clara una cosa. Lo que les he presentado aquí no es una perspectiva totalmente elaborada, ni mucho menos una predicción detallada de lo que ocurrirá en el futuro. Para ello se necesitaría no el método marxista, sino una bola de cristal, que lamentablemente aún no se ha inventado.
Basándome en todos los hechos observables de que dispongo, he presentado un pronóstico muy provisional que, sin embargo, no puede ser más que una conjetura. La situación actual se presenta como una ecuación extremadamente complicada, que tiene muchas soluciones posibles. Sólo el tiempo llenará los vacíos y nos dará la respuesta. La Historia nos deparará muchas sorpresas. No todas malas.
El miércoles 19 de marzo, Turquía se despertó con la noticia de una importante ronda de arrestos contra figuras de la oposición. Un centenar de políticos, periodistas y académicos fueron arrestados, entre ellos el alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu. Este último es el mayor adversario de Erdoğan y tenía previsto presentarse a las próximas elecciones presidenciales.
Ante la creciente ira popular, Erdoğan se apoya cada vez más en la represión para mantenerse en el poder. Pero corre el riesgo de provocar una reacción de los trabajadores y los jóvenes. Y la reacción ya ha comenzado, con cientos de miles de personas tomando las calles.
Represión
El miércoles por la mañana, la policía detuvo a un centenar de figuras destacadas de la oposición. Ya había habido rondas anteriores de detenciones en febrero, dirigidas a disidentes de izquierda, derecha y centro. Entre ellos había alcaldes y políticos locales; periodistas, activistas, artistas y académicos de izquierdas, algunos de ellos implicados en las protestas del parque Gezi de 2013; respetables políticos centristas; demagogos de derechas; e influencers de las redes sociales, ¡incluido un astrólogo que había predicho la derrota electoral de Erdoğan!
Pero los acontecimientos del miércoles representan una escalada importante. Ekrem İmamoğlu fue uno de los detenidos. Es el alcalde de la ciudad más grande de Turquía, el político más destacado de la oposición y la segunda figura política más poderosa de Turquía después del propio Erdoğan. Durante años, el régimen había intentado ponerle trabas con una avalancha de investigaciones legales, pero siempre había logrado zafarse. Desde 2019, es alcalde de Estambul, lo que es un trampolín ideal para la candidatura presidencial. El propio Erdoğan fue alcalde de Estambul en la década de 1990. El domingo, İmamoğlu fue encarcelado formalmente y suspendido como alcalde de Estambul.
El momento de la detención no es casual. İmamoğlu estaba a punto de anunciar su candidatura a las elecciones presidenciales en las primarias del kemalista Partido Republicano del Pueblo (CHP), previstas para el domingo 23 de marzo. Ya estaba en plena campaña. Las elecciones presidenciales están programadas oficialmente para 2028, pero es probable que haya una votación anticipada. Esto se debe a que, legalmente, Erdoğan no puede cumplir otro mandato a menos que haya elecciones anticipadas o se enmiende la constitución. Con el fin de bloquear la candidatura de İmamoğlu, los jueces complacientes de Erdoğan lo hicieron arrestar bajo cargos falsos de ayudar al grupo armado kurdo PKK y de formar «un grupo criminal». Anteriormente, la Universidad Estatal de Estambul había anulado el título universitario de Imamoglu. Poseerlo es requisito previo para presentarse a las elecciones presidenciales.
Tras las detenciones, el gobernador de Estambul prohibió todas las protestas, concentraciones masivas y conferencias de prensa en la ciudad durante cuatro días. Se desplegaron miles de policías por toda la ciudad. Las autoridades cerraron las estaciones centrales de metro y otros puntos de transporte y acordonaron plazas y avenidas importantes. Se restringió el acceso a las redes sociales.
La gravedad de estos acontecimientos es evidente. El presidente del CHP, Özgür Özel, ha dicho que esto equivale a un «golpe de Estado». Estas palabras han sido repetidas por otros partidos de la oposición, que se han unido contra el régimen.
Estos acontecimientos han asustado a los capitalistas. El valor de la lira se desplomó el miércoles, y el banco central ha utilizado millones para estabilizarla. El valor del índice bursátil turco también se ha hundido. Los inversores temen que esta represión presagie inestabilidad y disturbios. Además, les preocupa que la única prioridad de Erdoğan sea su supervivencia política, que sitúa por encima de los intereses económicos de los capitalistas.
Sin duda, los acontecimientos del miércoles representan un paso importante en la evolución bonapartista del régimen de Erdoğan. No es impensable que el régimen dirija ahora sus cañones contra el CHP en su conjunto. Su último congreso ya está siendo investigado. Pero al utilizar estos métodos de mano dura, Erdoğan corre el riesgo de abrir la caja de Pandora, provocando un movimiento de masas contra su podrido régimen.
Crisis del régimen
Durante varios años, el régimen turco ha estado en una profunda crisis. Erdoğan lleva en el poder desde 2002. En sus primeros años, se benefició de unas condiciones económicas favorables. Las cosas empezaron a cambiar con la crisis de 2008. La posición de Erdoğan se vio seriamente sacudida por las protestas masivas del parque Gezi en 2013. En 2014-16, este estado de ánimo de oposición encontró su expresión en el auge del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), de izquierdas y prokurdo.
Sin embargo, la represión que siguió al movimiento Gezi, el desbordamiento de la guerra civil siria, la consiguiente crisis de refugiados y el reinicio del conflicto kurdo en 2016 paralizaron la protesta popular. Lo más importante es que Erdogan sobrevivió a un fallido golpe militar en julio de 2016, al que siguió una brutal represión. Lo utilizó para reforzar su control sobre el aparato estatal, que fue purgado a fondo. Esto supuso un golpe decisivo para el antiguo establishment kemalista que había dirigido la república desde su nacimiento. El ala de Erdogan de la clase dirigente estaba ahora firmemente al mando.
Mientras tanto, el golpe de Estado confundió y desmoralizó a la clase trabajadora y a la juventud. La protesta popular disminuyó durante varios años. Sin embargo, el estado de ánimo comenzó a cambiar después de la pandemia. Turquía se sumió en una profunda crisis social, con una dramática espiral inflacionaria que pulverizó los salarios. La inflación ha estado afectando a todos los países capitalistas desde la pandemia, pero aquí se ve agravada por la obsesión de Erdoğan por los bajos tipos de interés, que proporcionaron crédito fácil a sus compinches del sector inmobiliario. En 2024 dio un giro de 180 grados a estas políticas, estabilizando en cierta medida el valor de la lira y «enfriando» la economía mediante una dura austeridad. Esto encantó a los capitalistas, pero las condiciones de vida de los trabajadores y los pobres han seguido deteriorándose. La vida también se ha vuelto más difícil para la pequeña burguesía. Esto provocó un fuerte aumento de los sentimientos de oposición en la sociedad.
Los años 2022-23 vieron un aumento sin precedentes en el número de huelgas. En el plano electoral, la ira popular se reflejó en la ajustada victoria de Erdoğan en las elecciones presidenciales de 2023, que ganó por los pelos utilizando todo tipo de trucos sucios.
Las elecciones locales de marzo de 2024 fueron un golpe para Erdoğan, cuyo Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) perdió todas las ciudades importantes, incluidas Estambul, Ankara, Bursa y Esmirna, así como bastiones históricos del AKP en Anatolia como Denizli. El CHP kemalista comenzó a superar al AKP en las encuestas de opinión.
Después de más de veinte años en el poder, Erdoğan está perdiendo su control. Esto explica la actual ola de represión. En el congreso del AKP en marzo, Erdoğan prometió ocuparse del «problema de la oposición que envenena la democracia». Al arrestar al líder del CHP, el régimen señala que está dejando de fingir una democracia burguesa. Está decidido a permanecer en el poder cueste lo que cueste, incluso si es mediante la fuerza bruta.
No solo está en juego el futuro personal de Erdoğan, sino también el denso entramado de nepotismo e intereses creados alimentados por 23 años de gobierno del AKP. Esta es una decisión trascendental, pero Erdoğan es un operador inteligente que debe haber sopesado sus opciones cuidadosamente.
En parte en un intento de dividir y confundir a la oposición, se ha involucrado en un nuevo proceso de paz con el líder kurdo del PKK, Abdullah Öcalan. A finales de febrero, este último pidió el fin de la lucha armada y la disolución del PKK. Se trata de un gesto histórico. Para conseguirlo, Erdoğan debe haber ofrecido algunas concesiones, aunque sean superficiales.
Se trata de un intento de dividir a los kemalistas de los nacionalistas kurdos, que habían formado un pacto fáustico contra el AKP. El voto kurdo es crucial, no solo en las zonas de mayoría kurda del sudeste, sino en todos los grandes centros urbanos. Además, los diputados kurdos son los que deciden en un parlamento que está muy dividido entre el AKP y los kemalistas. Calculando que el supuesto fin del conflicto kurdo ayudaría a desvincular a los kurdos de los kemalistas, se sintió más seguro para atacar a estos últimos.
Esto es típico de Erdogan. Hace solo unos años, cuando el movimiento kurdo y el HDP se estaban convirtiendo en un foco de sentimientos antisistema, Erdogan formó un frente unido con el CHP y lanzó una guerra brutal contra los kurdos en Turquía y en Siria. En el proceso, también prohibió el HDP y arrestó a sus líderes. Ahora está intentando la combinación inversa.
Erdoğan también tiene en mente el contexto internacional. El poderoso ejército y la industria militar de Turquía son activos útiles para la actual campaña de rearme de los imperialistas europeos. Erdoğan está jugando esta carta para fortalecer su posición frente a la UE. Aunque Bruselas ha emitido sus habituales protestas por la detención de İmamoğlu, es poco probable que el autoritarismo de Erdoğan se interponga en su acercamiento.
Turquía también se ha convertido en el principal agente de poder en Siria tras la caída de Assad, donde también hay mucho en juego para los europeos (empezando por la cuestión de los refugiados sirios). La resolución del conflicto kurdo en casa facilitará presumiblemente un acuerdo con los kurdos sirios y reforzará aún más su posición en Damasco.
También espera desempeñar un papel en el acuerdo de paz de Ucrania y ganarse el favor de Trump y Putin. Erdoğan siente que es lo suficientemente fuerte a nivel internacional como para embarcarse en una importante campaña represiva dentro de Turquía. Como dijo elFinancial Times: «La nueva importancia de Ankara para la defensa europea, junto con el regreso de Trump a la Casa Blanca, pueden haber sido factores que envalentonaron a Erdoğan […] para actuar contra su principal rival».
La táctica de Erdoğan, sin embargo, es muy arriesgada. Aunque los medios burgueses se refieren a él como un «hombre fuerte», los cimientos de su régimen se han vuelto muy frágiles. Las detenciones han generado una protesta generalizada.
El miércoles por la tarde, cientos de estudiantes de la Universidad de Estambul marcharon por el campus y se enfrentaron a la policía. No solo protestaban contra la represión estatal, sino también contra el papel de la administración universitaria en la anulación del título de İmamoğlu. El movimiento estudiantil se extendió a otras universidades de Estambul, Ankara y otras ciudades. Por la noche, se produjeron protestas masivas en Estambul y Ankara, a pesar de la prohibición de protestas y las restricciones de transporte durante cuatro días. El movimiento continuó y se extendió durante el fin de semana, con cientos de miles de personas tomando las calles en todo el país a pesar de la brutal represión policial.
Además, si Erdoğan estaba dispuesto a abrir una brecha entre el prokurdo Partido de la Igualdad y la Democracia (DEM) y el CHP, este ataque solo ha conseguido acercarlos. De hecho, la supuesta conexión de İmamoğlu con el PKK está relacionada con su colaboración con el DEM, que ahora espera ser el siguiente en la lista de represión.
En resumen, la reacción popular ya ha comenzado y sus consecuencias son imprevisibles. Esto es lo que más temen los capitalistas, en Turquía y en el extranjero. Mientras escribimos, las protestas se desarrollan rápidamente. Los estudiantes están a la vanguardia del movimiento. Esto no es una coincidencia. Es una capa fresca que no lleva la carga de la derrota de la lucha del Parque Gezi y no vivió la represión que siguió al golpe de Estado de 2016.
La oposición
Sin embargo, el factor que más pesa en la mente de Erdoğan es la impotencia de la oposición. Cuenta con su incapacidad para oponer una resistencia seria. Esta impresión no es infundada.
El CHP se ha disparado en las encuestas de opinión y ha obtenido muy buenos resultados en las elecciones locales del año pasado. Pero su ascenso indica un rechazo a Erdoğan más que un apoyo masivo al partido burgués tradicional de Turquía. İmamoğlu es un político capitalista cuyo programa económico no difiere fundamentalmente del de Erdoğan. Es empresario y su familia es propietaria de una gran empresa inmobiliaria. El CHP denuncia a Erdoğan por socavar la constitución, la república, el laicismo y la democracia (burguesa). En una palabra, defiende el antiguo statu quo que existía antes de Erdoğan.
A su vez, el AKP ha cultivado el apoyo entre los segmentos religiosos y conservadores de la población, que se habían visto alienados por las políticas secularistas tradicionales de los kemalistas (aunque últimamente el AKP ha perdido apoyo incluso entre estos estratos). Se trata, en esencia, de una versión turca de la política de identidad, que divide a la clase trabajadora en secularistas e islamistas.
La única forma de superar esta división es a través de la política de clases: uniendo a todos los trabajadores, independientemente de sus creencias religiosas, en torno a un programa socialista de transformación social radical, contra los explotadores capitalistas y sus representantes políticos, ya sean kemalistas o islamistas. El problema es que la izquierda turca (y kurda) que podría presentar un programa de este tipo ha hecho seguidismo respecto al CHP, en un esfuerzo por desbancar a Erdoğan en las elecciones. Con la izquierda apostando todo a una victoria electoral del CHP, las movilizaciones callejeras se han vuelto poco frecuentes en los últimos años, incluso en un contexto de ira hirviente, huelgas y conflictos industriales. Esto es la política del mal menor a la turca.
No tenemos simpatía por İmamoğlu, un político burgués que sirve a los intereses de la clase capitalista. Sin embargo, su arresto es un grave ataque contra los derechos democráticos, que se volverá contra los trabajadores y los jóvenes. Es deber de la clase trabajadora contraatacar. Pero debe hacerlo utilizando sus propios métodos y confiando en sus propias fuerzas.
Unirse al CHP es una fórmula segura para la derrota. Sin embargo, las declaraciones de los líderes de izquierda después del miércoles indican que esto es exactamente lo que pretenden hacer. El DEM no emitió consignas independientes, pidiendo abstractamente «democracia, democracia, democracia».
De manera similar, el Partido de los Trabajadores (TIP) hizo un llamamiento a «la gente a alzar la voz contra este ataque». Las tres demandas del Partido de los Trabajadores son «democracia municipal, el derecho a la resistencia pacífica en el movimiento Gezi, el derecho a recibir noticias en la prensa y en las redes sociales», algo que el CHP podría suscribir. Su secretario general celebró una reunión pública con los líderes del CHP.
A su vez, la federación sindical DİSK emitió una declaración que dice muchas cosas correctas, argumentando que el objetivo de la represión de Erdoğan es, en última instancia, aumentar la explotación de la clase trabajadora. Sin embargo, de nuevo, no proponen ninguna consigna clara, más allá de «unirnos por la justicia, la democracia y nuestro país». Su dirección también visitó las oficinas del CHP para ilustrar su estrecha relación. Sorprendentemente, no están convocando una huelga general.
Estas políticas solo ayudan al CHP a mantener la iniciativa, que utilizará para intentar descarrilar el movimiento. Aunque el CHP se refirió a la detención de İmamoğlu como un «golpe de Estado», en la práctica ha hecho muy poco para resistirse a él. En los días anteriores, invirtieron mucha energía en las primarias de su partido el domingo, que abrieron a todos los ciudadanos como un acto de desafío contra la detención de İmamoğlu. En las primarias, votaron 15 millones de personas, de las cuales 13 millones no eran miembros del partido. Esta es una cifra muy alta que indica la oleada de ira popular. Sin embargo, sigue siendo un gesto simbólico que ahora debe respaldarse con acciones.
El CHP ha pedido que continúen las manifestaciones, pero claramente no están preparados para convertir las protestas en un movimiento de masas que derribe el régimen. Esto tiene que ver con el carácter de clase de los líderes del CHP. Todos ellos son políticos burgueses. Toda su perspectiva los lleva hacia una batalla estrictamente legalista, simbólica e institucional. Pero esto no representa una amenaza real para Erdoğan. Si el movimiento se contiene dentro de los límites de las manifestaciones rutinarias y los votos simbólicos, la derrota es casi segura.
Lucha de masas
Las masas en la calle ven a través de la incapacidad de los kemalistas. Los líderes del CHP fueron abucheados en mítines en Estambul y Ankara, después de exhortar a los manifestantes a concentrar todas sus energías en las primarias del domingo. Estos respondieron acertadamente que «la solución está en las calles, no en las urnas». Del mismo modo, el CHP se opuso a la iniciativa de los manifestantes en Estambul de marchar hasta la céntrica plaza Taksim, pidiendo que las concentraciones se mantuvieran confinadas a la zona de Saraçhane.
Los kemalistas tampoco son capaces de aprovechar la energía del pueblo kurdo, que resultará crucial en esta lucha. Hace solo unos días, el alcalde del CHP de Ankara (un nacionalista turco reaccionario) llamó a la bandera kurda «trapo», provocando una comprensible indignación durante las celebraciones del Newroz kurdo, en las que el mensaje del secretario general del CHP fue abucheado.
Turquía está entrando en una lucha decisiva. Su resultado se decidirá en una batalla entre fuerzas vivas. Existe la posibilidad de derrotar a Erdoğan, y la forma más segura de hacerlo es mediante la movilización masiva en las calles, organizada a través de comités en cada barrio, campus y lugar de trabajo. Las protestas deberían conducir a una huelga general, en la que la clase trabajadora pueda utilizar su inmenso poder para poner de rodillas al régimen. La lucha contra el régimen de Vučić en Serbia y contra Mitsotakis en Grecia debería servir de modelo.
Un movimiento así debe estar armado con un programa revolucionario para la transformación social. Huelga decir que una política así requiere una ruptura con los vacilantes líderes del CHP, que harán todo lo posible para paralizar la lucha. La izquierda combativa, los sindicatos y el movimiento estudiantil solo podrán conquistar el liderazgo del movimiento si presentan sus propias consignas y su propio plan de acción.
¡Abajo la represión!
¡Libertad para todos los presos políticos!
¡Abajo el régimen de Erdogan!
¡Por movilizaciones masivas y una huelga general!
¡Por la unidad de los trabajadores en torno a un programa socialista!
Los griegos cantaban, lira en mano, las historias de su pueblo. Los dioses cobraban vida y sus hazañas oído con las epopeyas cantadas. En la Edad Media se entonaban obscenidades en boca de los juglares o variopintos poemas de la tinta de algún trovador. Pero ¿qué cantamos y… por qué? No sabría decirlo, si acaso, esta sería una aproximación: la música es un medio para transmitir historias, mitos, cosmogonías y cosmologías y, en una palabra, el espíritu humano. Entendiendo, claro, que este “espíritu humano” está subordinado a sus condiciones materiales que, desgraciadamente, no suelen ser justas. Así entendemos los cantos de protesta.
Si la gente está oprimida, condenada a una libertad de dos reactivos (¿trabajador pobre o pobre sin trabajo?), a una prensa que censura (destruyendo, al siempre violentado, artículo séptimo constitucional) y que difunde sólo lo que tenga la inscripción “in go(l)d we trust” del billete gringo; si el imperialismo destruye, somete y enajena; si, como quien dice, el grito y el llanto no bastan, entonces cantamos.
Se hace bella la tristeza para conmover a quien la escuche, esperando, tal vez, su simpatía. La canción no nace simplemente de un intento desesperado para hacer llevadero el sufrimiento, sino como un altavoz de la tragedia colectiva. Por eso tiene tanta fuerza y, desafortunadamente, por eso es objeto de tanta represión.
El horror enmarcado por las manos amputadas de Jara, tocando su guitarra para oídos sordos que se mofaban de los dolores que cantaba (Víctor Jara, cantautor chileno, fue asesinado el 16 de septiembre de 1973, 5 días después del golpe de Estado, por militares; 44 balas en el cuerpo y 56 veces rotos sus huesos), fue sólo el preámbulo de las atrocidades que habría en las, casi, dos décadas de dictadura militar chilena.
El género musical de protesta, o social, en América Latina, surge con la creciente miseria y descontento social, acompañando la ineptitud de los gobiernos para plantear alternativas y los eventos históricos de esta época, que no fueron precisamente pocos ni pequeños: la Revolución Cubana, la Guerra de Vietnam, el 68, la muerte del Che Guevara, etc. Todo esto sentó las bases histórico-sociales para que la canción de protesta surgiera como género musical consolidado. En la década de los 80’s empieza a decaer el género a causa de las crisis económicas, la instauración de las dictaduras, la creciente represión y el asesinato y exilio de los artistas.
En México tenemos grandes cantautores y cantautoras de protesta, cómo Amparo Ochoa (1946-1994), que sutilmente atacaba al PRI y enseñaba con música en escuelas rurales; a Concha Michel (1899-1990), que militó en el PCM y fue expulsada, pues criticó que el partido no contemplaba las necesidades de las mujeres trabajadoras. Cantó en Estados Unidos, Europa y la URSS.
Judith Reyes dejó una prometedora carrera comercial, en la que cantantes como Jorge Negrete ya interpretaban alguna de sus canciones, y se comprometió de lleno con las luchas de campesinos, obreros y estudiantes. Fue una cantante icónica del movimiento del 68 y usaba su voz como un arma militante para ayudar a desarrollar las organizaciones revolucionarias.
No podemos dejar de lado a León Chávez Texeiro, quien, sin tener ni una visión idealizada ni un canto panfletario sigue cantando, a sus 88 años, a favor de la clase obrera.
A “El guerrillero de la guitarra” José de Molina (1938-1998), que cantó por todo México, Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Sobreviviente de la masacre del 68 y el halconazo. Apoyó al movimiento zapatista en los 90’s cantando todas las tardes en el zócalo del entonces Distrito Federal. Fue secuestrado y torturado por la policía política mexicana en el 97 durante la visita de Bill Clinton, el entonces presidente yanqui. José de Molina se suicidó al año siguiente; su hijo responsabiliza al gobierno de Zedillo por la muerte de su padre. Hay un largo etcétera que abarca también a las y los autores latinoamericanos, cuyas vidas son un ejemplo de lucha constante contra la represión, el imperialismo y la injusticia social. Siguen existiendo cantantes comprometidos con las causas de los explotados y oprimidos, como es el caso de Los Nakos (que desde 1968 se mantienen en activo), El Maztuerzo, cantantes del movimiento de mujeres como Vivir Quintana o la rapera comunista Zeiba Kuikani.
Por qué cantamos
Mario Benedetti
Si cada hora viene con su muerte
si el tiempo es una cueva de ladrones
los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil
usted preguntará por qué cantamos
si nuestros bravos quedan sin abrazo
la patria se nos muere de tristeza
y el corazón del hombre se hace añicos
antes aún que explote la vergüenza
usted preguntará por qué cantamos
si estamos lejos como un horizonte
si allá quedaron árboles y cielo
si cada noche es siempre alguna ausencia
y cada despertar un desencuentro
usted preguntará por que cantamos
cantamos por qué el río está sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino
cantamos por el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos
cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota
cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta
cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.
A lo largo del martes 18 de marzo, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) lanzaron una lluvia de bombas sobre la población de Gaza, rompiendo el frágil alto el fuego con una muerte y destrucción. Más de 400 palestinos murieron y más de 600 resultaron heridos en los ataques israelís, lo que lo convierte en el día más sangriento del genocidio de Israel desde finales de 2023.
Como es habitual, Israel justificó su último bombardeo acusando a Hamás de romper el acuerdo de alto el fuego. Pero los hechos revelan lo contrario.
El alto el fuego acordado en enero preveía tres etapas. En la primera fase, completada en febrero, Hamás devolvió 33 rehenes a cambio de unos 1900 «prisioneros» palestinos (en realidad, rehenes) retenidos en cárceles israelíes. La segunda fase preveía la retirada total de Israel de Gaza a cambio de la liberación de todos los rehenes restantes y el fin definitivo de las hostilidades. La tercera fase se ocuparía de la devolución de los cadáveres y la reconstrucción de Gaza.
Pero, dado que la primera fase finalizó el 1 de marzo, Israel se ha negado a continuar con la segunda: la retirada completa prometida de las tropas de las FDI de Gaza, en particular del corredor de Philadelphi a lo largo de su frontera con Egipto. No solo eso: Netanyahu cambió los términos del acuerdo al exigir a Hamás que devolviera inmediatamente a todos los rehenes restantes, a cambio, no del fin de la guerra, sino simplemente de una tregua de 30 a 60 días. En otras palabras, les hizo una oferta que solo podían rechazar.
Mientras tanto, Netanyahu ordenó el bloqueo de todos los envíos de ayuda a Gaza a principios de marzo y el corte de su última línea eléctrica. Los funcionarios israelíes incluso están amenazando ahora con cortar lo poco que queda del suministro de agua de Gaza. Al hacerlo, se burlaron del alto el fuego acordado, al tratar de someter a los palestinos mediante el hambre.
El silencio del establishment liberal ante la reanudación del genocidio revela una vez más su total hipocresía. ¿Dónde están sus cumbres en respuesta a estos crímenes de guerra? ¿Dónde están sus planes para enviar «fuerzas de mantenimiento de la paz» para proteger al pueblo de Palestina? Mientras que están dispuestos a invertir cientos de miles de millones de dólares en proteger la «autodeterminación» en Ucrania, Israel es su aliado y, por lo tanto, puede hacer lo que quiera.
La apuesta de Netanyahu por la supervivencia
Con el fin del conflicto de 17 meses aparentemente a su alcance, ¿por qué Netanyahu ha roto ahora el alto el fuego?
Vale la pena recordar que en cada etapa del conflicto hasta ahora, Netanyahu se resistió al acuerdo de alto el fuego con Hamás, encontrando todo tipo de excusas para hacerlo. Solo con la intervención de Trump a principios de enero se obligó a Netanyahu a firmar un acuerdo.
Sin embargo, Netanyahu dejó claro desde el principio que se oponía a la «segunda fase» del alto el fuego. Aunque podía aceptar el intercambio de prisioneros palestinos por rehenes israelíes, no podía aceptar el fin de la guerra. Esto se debe a que su supervivencia política depende del conflicto. Amir Tibon, en un artículo publicado enHaaretz el 25 de enero, ya explicó que «… el mismo Netanyahu que finalmente firmó el acuerdo ha estado diciendo a sus aliados políticos nacionales que no tiene intención de cumplirlo y aplicarlo».
«Netanyahu tiene un interés personal en que la guerra continúe», explicó Itamar Yaar, ex subdirector del Consejo de Seguridad Nacional de Israel. «No tiene ningún sentimiento de urgencia por detenerla».
Incluso antes del 7 de octubre de 2023, Netanyahu se enfrentaba a múltiples crisis. Su cargo de primer ministro era lo único que le permitía aplazar el procesamiento por múltiples cargos de corrupción. Con la disminución de la popularidad de su partido, se vio cada vez más obligado a depender de fanáticos sionistas de extrema derecha para apuntalar su frágil gobierno de coalición. Sus intentos de consolidar el poder mediante una reforma judicial desencadenaron un enorme movimiento de protesta que amenazó con derrocar su régimen en la primavera de 2023.
Pero mientras Israel estuviera en guerra, primero contra Hamás y el pueblo de Gaza, y más tarde también contra Hezbolá en el Líbano, Netanyahu podría intentar distraer la atención de sus problemas internos y tratar de reunir a los judíos israelíes tras él.
Sin embargo, la firma del alto el fuego en enero supuso un gran problema para Netanyahu, ya que el ultraderechista exministro de Seguridad Nacional Itamar Ben-Gvir retiró su partido ultranacionalista Otzma Yehudit (Poder Judío) del gobierno en señal de protesta. El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, amenazó con hacer lo mismo si la guerra no se reanudaba tras la «primera fase» del alto el fuego.
Estos fanáticos no quieren nada menos que la finalización del proyecto sionista: la limpieza étnica de la población palestina y que los colonos judíos tomen el control total de Gaza y Cisjordania y ven la guerra como una oportunidad perfecta para lograr sus objetivos.
Netanyahu no puede permitirse ignorar a Ben-Gvir o a Smotrich, ya que el tiempo corre en contra de su régimen. Si Netanyahu no aprueba un presupuesto atrasado para 2025 antes del 31 de marzo, su gobierno se disolverá automáticamente y se verá obligado a celebrar elecciones que probablemente perdería.
Romper el alto el fuego permitió así a Netanyahu reforzar de nuevo su tambaleante coalición, en preparación para esta votación crucial. Tan pronto como Netanyahu ordenó la reanudación del bombardeo de Gaza, Ben-Gvir anunció que se reincorporaba al gobierno. Pero aunque esto podría fortalecer temporalmente la coalición de Netanyahu, la prolongación de la guerra agravará de hecho los problemas de Netanyahu a largo plazo.
Los límites de Trump
La reanudación del conflicto ha puesto de manifiesto los límites de la diplomacia de Trump. En enero, Trump se deleitaba con el hecho de que, a través de su agente Steve Witkoff, había obligado a Netanyahu a un alto el fuego, algo en lo que Biden había fracasado anteriormente.
Cuando el acuerdo empezó a desmoronarse en febrero, con los israelíes tratando de modificar los términos de la segunda fase, Trump intervino para aumentar la presión sobre Hamás. Incluso se hizo cargo de la conducción de las negociaciones con Hamás, dejando de lado a los israelíes. Trump calculó claramente que con suficiente fanfarronería e intimidación, podría obligar a Hamás a capitular en los términos de los israelíes y volver a encarrilar el acuerdo.
El 5 de marzo, Trump amenazó en una publicación de Truth Social con que la gente de Gaza estaría «muerta» a menos que Hamás liberara inmediatamente a todos los rehenes restantes. «Estoy enviando a Israel todo lo que necesita para terminar el trabajo, ni un solo miembro de Hamás estará a salvo si no hacen lo que les digo». «¡LIBEREN A LOS REHENES AHORA, O TENDRÁN QUE PAGAR UN PRECIO MUY ALTO MÁS ADELANTE!», tronó.
Pero desde el punto de vista de Hamás, si liberaran a todos los rehenes de inmediato, a cambio de una breve «tregua», no habría absolutamente nada que impidiera a los israelíes desatar (aún más) el infierno sobre ellos de todos modos. Es una exigencia que no pueden aceptar.
Trump piensa y actúa como un magnate inmobiliario multimillonario de Manhattan, pero con los recursos del ejército más poderoso del mundo a su disposición. Cree que con suficiente presión y fanfarronería puede obligar a sus adversarios a llegar a un acuerdo. Pero, como está descubriendo dolorosamente, hay límites a lo que incluso él puede lograr cuando se enfrenta a fuerzas sociales que escapan a su control.
En un mundo ideal, Trump quiere expulsar a Hamás de Gaza, como ha dejado claro. ComoThe Times of Israel declaró claramente en enero, «Mike Waltz, elegido por el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, como asesor de seguridad nacional, dice que Hamás debe ser destruido y no tener ningún papel en la Gaza de la posguerra». Trump quiere poner fin al conflicto para poder reorientar los recursos del imperialismo estadounidense hacia el fortalecimiento de sus «fronteras inmediatas», mientras se enfrenta a su principal rival, China. Pero a diferencia de Ucrania, donde puede abandonar la guerra para que los europeos recojan los pedazos, no hay otra fuerza capaz de ocupar el lugar de Estados Unidos con respecto a Israel.
Por lo tanto, todo lo que Trump realmente podría hacer contra Hamás es amenazar con desatar contra ellos a los perros rabiosos de las FDI una vez más. Lejos de traer estabilidad a la región, la reanudación de las hostilidades en Gaza solo intensificará la ya tensa situación en Oriente Medio.
Subir la apuesta
Mientras tanto, Netanyahu ha intensificado la opresión de los palestinos en Cisjordania, dando luz verde a los colonos fanáticos para llevar a cabo pogromos con el respaldo de las FDI. Miles de palestinos en Cisjordania han sido desplazados, mientras que cientos han sido asesinados. Esto ha desestabilizado aún más Cisjordania, contribuyendo a la creciente ira en todos los países árabes vecinos.
Netanyahu, de hecho, ya ha desestabilizado completamente la región durante el último año. Al expandir la guerra al Líbano en 2024, obligando a Hezbolá a concentrarse en su frente interno, ayudó a crear las condiciones para la caída de Assad en Siria. Los pogromos de los que se ha hecho responsable el régimen de Hay’at Tahrir al-Sham desde su llegada al poder ya han puesto en marcha una lógica de acontecimientos que probablemente verán a Siria volver a la carnicería de la guerra civil.
Y, anticipándose claramente al último bombardeo de Netanyahu en Gaza, Trump, con la connivencia de Gran Bretaña, lanzó el sábado un ataque masivo contra los hutíes en Yemen. Trump sabía que la ruptura del alto el fuego obligaría a los hutíes a reanudar sus ataques contra los barcos alineados con Estados Unidos en el Mar Rojo, en solidaridad con los palestinos.
Trump, pensando que podía contener a los hutíes con amenazas, subió la apuesta al amenazar a Irán con «consecuencias nefastas» si los hutíes respondían con la fuerza. El único resultado de esto ha sido aumentar las tensiones entre EE. UU. e Irán, ya que los hutíes ya han respondido disparando misiles contra Israel.
Netanyahu ha intentado desde el principio arrastrar a Estados Unidos a una guerra con Irán. Trump dejó claro que estaba empujando en la dirección opuesta para recuperar una apariencia de estabilidad. Pero lo que quiere y lo que consigue son dos escenarios muy diferentes. Sus ataques a los hutíes y las exigencias que está imponiendo al régimen iraní están diseñados para empujar las negociaciones hacia algún tipo de acuerdo, pero podría acabar desestabilizando aún más toda la situación.
La crisis interna de Israel
Netanyahu anunció que el bombardeo de Gaza del martes era «solo el principio». De hecho, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) lanzaron una nueva invasión terrestre al día siguiente, recuperando el territorio que había cedido en virtud del alto el fuego.
«El ataque de la fuerza aérea contra los terroristas de Hamás fue solo el primer paso», dijo el ministro de Defensa israelí, Israel Katz. Amenazó a Gaza con «la destrucción total si no se liberan todos los rehenes israelíes y no se elimina Hamás». «Israel actuará con una fuerza nunca antes vista», dijo en un comunicado.
Sin embargo, eliminar a Hamás es mucho más fácil de decir que de hacer. Israel ha hecho todo lo posible durante los últimos 17 meses para conseguir precisamente esto. En el proceso, ha matado al menos a 48.000 personas, destruido el 90 % de los hogares de Gaza y reducido su infraestructura a escombros. Sin embargo, Hamás no ha sido derrotado. Ha demostrado una resistencia increíble y ha experimentado una afluencia de nuevos reclutas y un apoyo popular duradero. SegúnReuters, «Hamás ha reclutado entre 10 000 y 15 000 miembros desde el inicio de su guerra con Israel».
La política genocida de Israel ha enfurecido a toda una población, que no tiene nada que perder. Hamás ha reclutado a una nueva camada de jóvenes combatientes, que están desesperados por vengar los crímenes de Israel. Esto ha sido evidente a lo largo del conflicto: dondequiera que las tropas de las FDI se retiraron en Gaza, Hamás recuperaba inmediatamente el control. Por lo tanto, Hamás no puede ser simplemente eliminado por la fuerza; está íntimamente ligado a la resistencia y al sustento de la población de Gaza.
Prolongar el conflicto solo intensificará la crisis del régimen israelí. El nuevo jefe de Estado Mayor de las FDI, Eval Zamir, ha indicado que la renovada ofensiva terrestre requeriría varias divisiones de las FDI. Esto significaría una nueva convocatoria a gran escala de reservistas.
Yaakov Amidror, ex-asesor de seguridad nacional de Netanyahu, dio una idea de lo que una nueva ofensiva de este tipo requeriría de las FDI:
«Anteriormente, no teníamos suficientes fuerzas para tomar el control y despejar las zonas [que tomamos en Gaza]. Matamos a los que estaban allí. Pero nos retiramos después. Aquí tenemos que ir a una operación en la que permaneceremos durante más tiempo».
Pero el estado de ánimo en la sociedad israelí, y en las FDI, es cada vez más hostil a la prolongación de la guerra.
Varias encuestas recientes han revelado lo impopulares que se han vuelto la guerra y Netanyahu entre una amplia capa de israelíes. Como resumía un artículo del periódico liberal israelíHaaretz, para «la mitad [de los israelíes] que no creen que Israel pueda alcanzar sus objetivos de guerra, el 60 % que quiere que Netanyahu dimita, el 73 % que prefiere el fin total de la guerra y la retirada de Gaza, ¿queda alguna motivación para luchar?».
Haaretz señaló que, a mediados de 2024, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) ya estaban experimentando una caída en las tasas de respuesta a sus convocatorias de reservistas. Esto empeoró en el momento del alto el fuego en enero, y continuó hasta marzo, momento en el que «solo la mitad de los reservistas se han presentado en muchas unidades del ejército».
Este estado de ánimo solo empeorará a medida que más tropas de las FDI regresen a casa muertas o heridas, y si (como es probable) mueren más rehenes israelíes.
De hecho, la cuestión del regreso de los rehenes israelíes ha sido una de las cuestiones clave en Israel a lo largo de este conflicto. Pero a medida que la guerra se ha prolongado y han muerto más y más rehenes, cada vez está más claro que Netanyahu está más interesado en prolongar el conflicto por sus propios motivos personales que en salvar la vida de los rehenes.
Por ejemplo, el Foro de Rehenes y Familias Desaparecidas emitió un comunicado tras los ataques del martes, en el que decía que estaba «conmocionado, enfadado y asustado» por la ruptura del alto el fuego. Acusó al gobierno de Netanyahu de «interrumpir deliberadamente el proceso para devolver a nuestros seres queridos», lo que podría poner en peligro sus vidas.
Asimismo, Yair Golan, líder del Partido Laborista en Israel, escribió en X: «Los soldados en el frente y los rehenes en Gaza son solo cartas en el juego de supervivencia [de Netanyahu]».
Mientras tanto, Netanyahu se enfrenta a una enorme reacción violenta por sus planes de destituir a Ronan Bar, jefe del servicio de seguridad interna Shin Bet, así como a Gali Baharav-Miara, fiscal general de Israel, que es un feroz crítico suyo.
El Shin Bet estaba investigando a tres asesores de Netanyahu por recibir presuntamente fondos de Catar, dos de los cuales fueron arrestados por la policía esta semana. Sin embargo, Bar ya estaba en el punto de mira de Netanyahu debido a las duras críticas del Shin Bet a Netanyahu en su investigación de los fallos de seguridad que condujeron al 7 de octubre.
Por lo tanto, muchos ven el cese de Bar como un simple intento más de Netanyahu de purgar el Estado israelí de sus detractores, reavivando así las llamas de la crisis constitucional de Israel. Algunos incluso han relacionado el momento del último bombardeo de Gaza como una distracción para esta medida. De hecho, 40.000 personas salieron a las calles de Tel Aviv el jueves por la noche para protestar por este último despido, mientras que estallaban manifestaciones en otras ciudades israelíes. Los manifestantes protestaron contra la «toma del poder» de Netanyahu y su reanudación de la guerra.
No hay solución bajo el capitalismo
En enero, había grandes esperanzas de que el infierno infligido al pueblo de Gaza se aliviaría finalmente, aunque fuera solo parcialmente. Estas esperanzas se han visto cruelmente destrozadas esta semana.
Mientras Netanyahu se aferre al poder, tendrá interés en prolongar el conflicto. Sin embargo, al hacerlo, está jugando con fuego, un fuego que amenaza con salirse de su control y envolver a toda la región.
Aunque el sionismo sigue contando con un fuerte apoyo dentro de Israel, Netanyahu y sus aliados de extrema derecha están revelando con hechos que no hay verdadera «seguridad» para los judíos mientras el pueblo palestino esté oprimido. La intensificación de la guerra no eliminará a Hamás ni logrará la liberación de los rehenes. Sin embargo, intensificará las crisis dentro de Israel, en los frentes económico, social y militar.
En enero, había enormes esperanzas de que el infierno infligido al pueblo de Gaza finalmente se aliviaría. Estas esperanzas se han hecho añicos esta semana / Imagen: WAFA, Wikimedia Commons
En otros lugares, a medida que aumenta el número de muertos por el nuevo asedio y bombardeo de Gaza, la ira de las masas árabes contra la complicidad de los regímenes de Egipto y Jordania no hará sino aumentar. No es inconcebible que en algún momento las tensiones estallen, desatando una nueva ola de revoluciones árabes.
En Occidente, cada vez está más claro para millones de personas que los imperialistas no tienen solución para esta crisis. De hecho, la complicidad de Trump, Starmer, Macron y el resto en el apoyo al genocidio de Israel solo generará más disgusto entre los trabajadores y los jóvenes cuanto más se prolongue. La sonriente máscara de la democracia burguesa está siendo expuesta por lo que realmente es: una fachada para la despiadada explotación de los trabajadores y los pobres del mundo por parte de una banda de multimillonarios, que harán todo lo posible para defender sus intereses.
Los palestinos tienen derecho a una patria. Pero en realidad nadie está haciendo nada concreto para lograrlo. Los imperialistas occidentales, tanto de Norteamérica como de Europa, han respaldado la guerra genocida de Netanyahu. Los regímenes árabes locales, de una forma u otra, han colaborado directamente con Israel o simplemente han pronunciado tópicos vacíos sobre un estado para los palestinos. Estos no son en modo alguno amigos del pueblo palestino.
Y, sin embargo, los millones de trabajadores comunes, los jóvenes, los pobres y los oprimidos de todo Oriente Medio simpatizan y apoyan a sus hermanos y hermanas de Palestina. Solo el derrocamiento revolucionario de todos los responsables —los imperialistas, los sionistas y sus regímenes cómplices en todo Oriente Medio— puede crear las condiciones para la auténtica liberación de Palestina y el fin del horror y el derramamiento de sangre.