El capitalismo español atraviesa su crisis política más grave desde la Transición. El movimiento por la autodeterminación de Catalunya, que tiene un contenido revolucionario indudable, ha puesto en jaque a todas las instituciones del Estado. Todas ellas: el gobierno central, la judicatura, las fuerzas represivas y la Corona se han implicado hasta el cuello para tratar de aplastarlo.
Los mismos que se conjuraron para hacer pagar a las familias trabajadoras la factura de la crisis económica y se han lucrado con el sufrimiento del pueblo, generando un enorme drama social, se han juntado para doblegar el deseo del pueblo catalán que está luchando valientemente para decidir su destino.
¿A quién pertenece Catalunya? ¿A quién pertenece España?
España no pertenece a sus habitantes, menos aún podemos pretender que Catalunya, de algún modo, nos pertenezca. España pertenece a las 200 familias oligárquicas que dominan su economía, los partidos del régimen y la casi totalidad de los medios de comunicación. Dominan las universidades y las tribunas de la Iglesia, y tienen a sueldo a los intelectuales y artistas de renombre. Todos los altos poderes del Estado (judicatura, fiscalía, altos funcionarios, y mandos policiales y del ejército) se reclutan, casi sin excepción, en la clase dominante para que sirvan a sus intereses.
El régimen denuncia hipócritamente a la Generalitat por haber quebrado sus leyes (injustas). Pero en este régimen capitalista, las leyes no son más que una tela de araña: atrapan a los pequeños mientras que los grandes las violentan y rompen con total impunidad. Ningún Fiscal del Estado ha actuado contra el gobierno por no garantizar empleo, vivienda, educación y salud dignos para todos, como exige “su” Constitución. Ningún banquero ni empresario ha tenido que correr jamás delante de la policía. Ellos no necesitan democracia porque no necesitan manifestarse, ni apelar a la opinión pública, ni defender en la calle sus intereses. Por eso la pisotean a cada instante con sus Leyes Mordaza y la persecución de comentarios de todo tipo en las redes sociales. Sus llamamientos histéricos en defensa de la ley y de la democracia sólo ocultan la más repugnante hipocresía.
Quien oprime, hace sufrir y niega un futuro a la gente común en España no es el pueblo catalán, sino los 200 superexplotadores de la oligarquía y los miles de explotadores y subexplotadores de las empresas medianas y pequeñas. Ellos deciden quién trabaja y quién no, si cobras 700€ o 1.200€, si tienes beca o dejas de estudiar, si te dan o renuevan o no el subsidio de desempleo, si puedes expresarte libremente o no, si te quedas o te vas del país a buscarte la vida. Ellos deciden qué leyes sacará el gobierno, a dónde se gasta el dinero público, y cuántos impuestos van a evadir y a dónde.
No controlamos ni al gobierno, ni a sus leyes, ni a su monarca, ni a nuestros empresarios, ni lo que el futuro nos depara; no podemos,entonces, ponernos del lado del verdugo. Los trabajadores en España no tienen interés en oprimir, sujetar por la fuerza ni obligar al pueblo catalán a compartir el mismo Estado. Eso no nos da más trabajo, ni más empleo digno, ni mejores salarios, ni más derechos democráticos. Pero en esta pelea sí vemos asomarse cada vez con más descaro, del lado del gobierno del PP, el aguilucho franquista, la represión, y más policía, que ya hoy mismo están utilizando contra nosotros.
Defendemos el derecho del pueblo catalán a disponer de sí mismo, como defendemos el derecho de la clase trabajadora a hacer lo propio, y a levantarse contra leyes injustas.
Si la ley no ofrece un mecanismo para ejercitar el legítimo derecho de autodeterminación es justo que la población catalana haya decidido organizar por derecho propio el referéndum para votar libremente y proclamar su república, por ser esa la voluntad de la mayoría.
Seguramente, cientos de miles de trabajadores y jóvenes españoles estarían dispuestos a luchar también aquí por una república socialmente avanzada, y desearían hacerlo junto a sus hermanos de Catalunya. Ahora bien, hemos de reconocer que el espíritu de rebelión y de lucha está allí más avanzado y ha puesto en pie a una parte considerable de la población. Debemos tener en cuenta que si allí triunfan, como la noche sigue al día, eso inflamará el espíritu de millones en el resto del Estado que se pondrán en marcha también para seguir sus pasos. Por eso debemos apoyarlos. Una España y una Cataluña republicanas y socialistas podrían entonces hermanarse en un proyecto compartido, como antesala a toda una Europa socialista. Porque la única unión que nos interesa entre pueblos es la libremente decidida y consentida.
El peligro reaccionario de la monarquía
La extraordinaria valentía y movilización del pueblo catalán por su autodeterminación y contra la represión del Estado ha dejado al gobierno de Rajoy suspendido en el aire.
En un movimiento inesperado, ante la parálisis del gobierno, la Casa Real empujada por la clase dominante ha decidido intervenir en la situación, pese a que, en teoría, carece de atribuciones políticas. Se trata de un movimiento desesperado para retomar la iniciativa, dar confianza al nacionalismo españolista de las capas más atrasadas de la sociedad y provocar un cambio reaccionario en el ambiente general contra el pueblo catalán, llamando “a restaurar el orden constitucional en Catalunya”; esto es, a intervenir la autonomía catalana y reprimir al pueblo.
Este es un movimiento muy arriesgado para la clase dominante, que ha decidido quemar todos sus cartuchos de una sola vez, porque si la jugada sale mal el prestigio de la monarquía se derrumbaría, y eso podría favorecer el desarrollo de un movimiento de masas en todo el Estado a favor de la República.
Está por ver no sólo la reacción de la clase obrera catalana y de la mayoría independentista ante un intento de imponer la legalidad constitucional de manera violenta, en una situación que bordea la insurrección. El PSOE está fraccionado. Su dirección andaluza, lacaya del nacionalismo españolista y de la burguesía española, saludó el discurso del Rey. Pero otros dirigentes han declarado su “frustración” por la falta de diálogo que ha expresado el discurso Real, no sólo en Catalunya, también en Baleares, Euskadi y otras partes. Unidos Podemos y sus confluencias reaccionaron inicialmente de forma valiente. Alberto Garzón llamó abiertamente a luchar por la República. En las mismas líneas se expresó el dirigente de Catalunya en Comú, Xavi Domènech. Pablo Iglesias llamó a Felipe VI “el Rey no votado” y calificó su discurso de “no en nuestro nombre”. Si Unidos Podemos, como fervientemente esperamos, levanta una posición valiente y desafiante a los planes reaccionarios del régimen del 78, podría organizar un movimiento de masas que tenga como objetivo no sólo apoyar al pueblo catalán y rechazar cualquier tipo de violencia contra él, sino terminar con el régimen opresivo del 78 y a favor de la República.
Por una república popular, por el socialismo
Aunque no podemos negar los peligros reaccionarios implícitos en la situación (fortalecimiento del aparato represivo del Estado, exaltación del españolismo franquista, etc.), sería un error sobreestimar su apoyo social y subestimar la capacidad de respuesta de la clase obrera española.
Por debajo de la superficie, millones de trabajadores y jóvenes están reflexionando e instintivamente empiezan a comprender que algo no anda bien en este reavivamiento de la represión policial y del nacionalismo franquista. La experiencia les irá haciendo ver que toda la fachada “democrática” es falsa e hipócrita.
Tras años de parálisis vemos una reanimación incuestionable del movimiento obrero y de la actividad huelguística, hay furia con las condiciones laborales y salariales en capas amplias de la clase obrera. El mes pasado, 30.000 personas marcharon en Linares (Jaén) exigiendo trabajo, y 20.000 hicieron lo propio en Algeciras exigiendo una sanidad pública y de calidad. Miles están saliendo a las calles de Murcia contra la construcción de un muro junto a las vías del AVE que partirá a la ciudad en dos, con duros enfrentamientos con la policía. El valiente movimiento de las masas catalanas está impactando en capas amplias de la clase obrera y de la juventud de todo el Estado. Una represión desmedida puede generar un movimiento poderoso de repulsa y hacer avanzar la conciencia política de millones a pasos agigantados en cuestión de semanas, e incluso días.
Tanto en Catalunya como en el resto del Estado la voz de mando es salir a la calle en defensa de las libertades democráticas. Contra la monarquía y el régimen del 78. En última instancia, el objetivo que se alza en el horizonte es la lucha por la república socialista en Catalunya y el Estado español, como un primer paso para una Europa y un mundo socialistas.