Desde sus inicios, la clase obrera, comenzando por sus sectores más conscientes y de vanguardia, ha emprendido la tarea de organizarse para diferenciarse de los partidos existentes que defienden los intereses de la burguesía; además de emprender luchas por sus derechos políticos y democráticos bajo el sistema capitalista (como lo hizo en su momento el movimiento cartista en Inglaterra), el derecho a votar, a organizarse y a manifestarse. La expresión más acabada de este frente ha sido la conformación de los partidos revolucionarios y las organizaciones comunistas que aspiran a organizar a la vanguardia de la clase obrera para derrocar al sistema capitalista. Por supuesto que esta lucha por la independencia política de la clase obrera no ha sido lineal, ni un proceso automático.
A través de los grandes medios de comunicación, las redes sociales y las instituciones del Estado, la burguesía trata de manera permanente de defender su sistema capitalista, presentándolo como la única sociedad posible y justificando la explotación, la desigualdad y la miseria; además tiene a su servicio a una multitud de periodistas, intelectuales e ideólogos que constantemente difunden la filosofía del individualismo y el pesimismo entre la población y los explotados. Es por eso que la lucha ideológica es prioritaria para la clase obrera, no solamente para contrarrestar la influencia de las ideas dominantes en la sociedad, que tienden a ser las ideas de la burguesía, sino incluso la de aquellas teorías que aparentan ser progresistas pero dividen y atomizan la lucha de los oprimidos y la clase obrera. La teoría más acabada de la clase obrera para transformar la sociedad es el marxismo, producto de lo mejor del pensamiento humano en el terreno de la filosofía, la economía, la política y la experiencia de la lucha de la clase obrera, que nos ofrece una concepción científica de la sociedad con la finalidad de transformarla.
En el terreno de la lucha gremial, es decir, en el proceso de la organización y la lucha de la clase obrera por sus reivindicaciones inmediatas como el salario y la reducción de la jornada laboral, los comunistas tenemos también una postura y no somos ajenos a ella; la organización de estas luchas se da en los sindicatos, los cuales Lenin en su momento definió como una escuela para el socialismo.
Estos tres frentes de lucha de la clase obrera los comunistas no los visualizamos como luchas separadas, sino como parte de la organización y la lucha que la clase obrera debe emprender en contra del capitalismo y por la transformación revolucionaria de la sociedad. ¿Pero cuál es la postura de los comunistas y, en particular, del revolucionario Lenin respecto a la lucha sindical?
Los sindicatos nacen en las luchas cotidianas de la clase obrera contra el capital, en su lucha por mejorar el salario, por lograr la reducción de la jornada laboral y por las demandas que tiendan a mejorar sus condiciones de trabajo. Aglutinan a la mayoría de los trabajadores de una fábrica, centro de trabajo o un sector económico; también se pueden construir poderosas federaciones o confederaciones sindicales que aglutinen a una parte importante de la clase trabajadora en un país determinado.
Dentro de los sindicatos se pueden expresar diversas tendencias políticas o posiciones del movimiento obrero, que tienden a reflejar el nivel de conciencia de las diversas capas de la clase proletaria, desde los sectores menos expertos en la lucha hasta los trabajadores más politizados; incluyendo a aquellos que se aproximan a posiciones revolucionarias (incluyendo a los comunistas).
Lenin, en un interesante artículo, “Sobre las huelgas” (1899), explica:
Cuando los obreros se enfrentan individualmente con los patronos, siguen siendo verdaderos esclavos que trabajan siempre para un extraño por un pedazo de pan, como asalariados siempre sumisos y silenciosos. Pero cuando proclaman juntos sus reivindicaciones y se niegan a someterse a quien tiene bien repleta la bolsa, entonces dejan de ser esclavos, se convierten en hombres y comienzan a exigir que su trabajo no sólo sirva para enriquecer a un puñado de parásitos, sino que permita a los trabajadores vivir como seres humanos. Los esclavos empiezan a presentar la reivindicación de convertirse en dueños: trabajar y vivir no como quieran los terratenientes y los capitalistas, sino como quieran los propios trabajadores. Las huelgas infunden siempre tanto espanto a los capitalistas precisamente porque comienzan a hacer vacilar su dominio. “Todas las ruedas se detienen, si así lo quiere tu brazo vigoroso”, dice sobre la clase obrera una canción de los obreros alemanes. En efecto: las fábricas, las fincas de los terratenientes, las máquinas, los ferrocarriles, etc., etc., son, por decirlo así, ruedas de un enorme mecanismo: este mecanismo extrae distintos productos, los elabora, los distribuye adonde es menester. Todo este mecanismo lo mueve el obrero, que cultiva la tierra, extrae el mineral, elabora las mercancías en las fábricas, construye casas, talleres y líneas férreas. Cuando los obreros se niegan a trabajar, todo este mecanismo amenaza con paralizarse. Cada huelga recuerda a los capitalistas que los verdaderos dueños no son ellos, sino los obreros, que proclaman con creciente fuerza sus derechos.
Además, explica sobre la importancia de las luchas y las huelgas por las demandas reivindicativas en la conciencia de los obreros:
A su vez, el Gobierno comprende muy bien que las huelgas abren los ojos a los obreros, y por ese motivo les tiene tanto miedo y se esfuerza a todo trance por sofocarlas lo antes posible. Un ministro alemán del Interior, que adquirió particular fama por su enconada persecución de los socialistas y los obreros conscientes, declaró no sin motivo, en una ocasión, ante los representantes del pueblo: “Tras cada huelga asoma la hidra (monstruo) de la revolución”. Con cada huelga crece y se desarrolla en los obreros la conciencia de que el Gobierno es su enemigo y de que la clase obrera debe prepararse para luchar contra él, por los derechos del pueblo.
Así pues, las huelgas habitúan a los obreros a unirse, les hacen ver que sólo en común pueden sostener la lucha contra los capitalistas, les habitúan a pensar en la lucha de toda la clase obrera contra toda la clase de los fabricantes y contra el Gobierno autocrático y policíaco. Por eso los socialistas llaman a las huelgas “escuela de guerra”, escuela en la que los obreros aprenden a librar la guerra contra sus enemigos, por la emancipación de todo el pueblo, de todos los trabajadores, del yugo de los funcionarios y del yugo del capital.
Los trabajadores solos y aislados somos carne de explotación del empleador y de los burgueses, quienes imponen sus condiciones a nuestro trabajo, las cuales, sin organización y sin lucha colectiva de los trabajadores, suelen ser precarias, con bajos salarios y sin seguridad social, con descansos limitados y una jornada laboral que tiende a ser excesiva.
Ahí, en un centro de trabajo en donde no existe organización de los trabajadores, se impone la voluntad de los patrones. Los trabajadores desunidos y desorganizados somos como varitas regadas en el campo: cualquiera puede tomar una aislada y romperla fácilmente.
La situación se transforma si juntamos 100, 200 o 1000 varitas: la resistencia para doblarlas y romperlas se incrementa. Si los trabajadores nos unimos, nos organizamos y nos movilizamos por la mejora salarial, por mejores condiciones de trabajo, por seguridad social y en contra de las cotidianas injusticias que se cometen en los centros de trabajo podemos establecer convenios colectivos, que es un piso mínimo de condiciones laborales que el patrón debe respetar al momento de contratar y tratar con los trabajadores; pero debemos recordar que esos acuerdos plasmados y firmados serán burlados una y otra vez si no mantenemos activa nuestra organización, la cual en el terreno gremial debería de ser el sindicato.
No existen concesiones producto de la buena voluntad de los patrones, todas las conquistas laborales y convenios favorables para la clase trabajadora son un producto o un subproducto de la lucha y la acción organizada.
Además, estas acciones y convenios laborales son necesarios para evitar que los obreros nos convirtamos en parias en el marco de la sociedad capitalista. Sin esto las jornadas laborales serían extenuantes, el salario mucho más bajo, no existiría la seguridad social y laboraríamos en condiciones insalubres sin ningún tipo de cuidados o protección.
La herramienta clásica para hacer valer la fuerza de la clase obrera, establecer negociaciones favorables con los patrones, hacer respetar los convenios firmados y luchar contra los atropellos en el centro de trabajo es la huelga, junto con acciones colectivas como las manifestaciones, los mítines y las acciones de masas de la clase obrera. En esta acción los trabajadores aprendemos a valorar la importancia de la unidad y la organización, pero además, tal y como lo expresa Lenin, la huelga se convierte en una “escuela de guerra” para batallas futuras de la clase obrera en contra no solamente de un empleador, sino en contra del sistema que mantiene la desigualdad y la explotación: el capitalismo.
Además, mediante estas acciones colectivas y batallas cotidianas entre los trabajadores y el capital, nos damos cuenta de nuestra fuerza y el papel primordial que jugamos en la sociedad; sin el permiso de la clase trabajadora no funcionan las fábricas, las minas, el transporte, las escuelas, las oficinas, el comercio y las grandes operaciones financieras; nuestra acción es determinante para el funcionamiento de esta sociedad.
Los comunistas no despreciamos las acciones reivindicativas de la clase obrera, las visualizamos como una escuela para la lucha revolucionaria, ya que en cada huelga y acción colectiva está presente “la hidra de la revolución”.
Existe un proceso de transformación en la conciencia de los trabajadores durante las huelgas y las acciones colectivas, tal y como lo explica Lenin:
En tiempos normales, pacíficos, el obrero arrastra en silencio su carga, no discute con el patrono ni reflexiona sobre su situación. Durante una huelga, proclama en voz alta sus reivindicaciones, recuerda a los patronos todos los atropellos de que ha sido víctima, proclama sus derechos, no piensa en sí solo ni en su salario exclusivamente, sino que piensa también en todos sus compañeros, que han abandonado el trabajo junto con él y que defienden la causa obrera sin temor a las privaciones.
Lenin conocía a profundidad el proceso de toma de conciencia de la clase obrera, en “Explicación de la ley de multas que se aplica a los obreros en las fábricas” (1895), vincula la odiosa opresión que prevalecía en las fábricas, las multas que se aplicaban de manera indiscriminada a los obreros por faltar, llegar tarde, desperdiciar material en el trabajo y cómo éstas fueron reguladas por el gobierno zarista y los dueños de las fábricas a partir de la acción colectiva y las huelgas de la clase obrera.
Lenin invitaba a los obreros a conocer las concesiones que se habían plasmadas en los reglamentos y las leyes, sin hacer un fetichismo de la legalidad burguesa:
Analicemos ahora detalladamente nuestras leyes de multas. Para conocerlas bien hay que aclarar los siguientes aspectos: 1) ¿En qué casos o por qué motivos la ley permite la imposición de multas? 2) ¿Cuál debe ser el monto de éstas? 3) ¿Qué normas fija para imponerlas?; es decir, ¿a quién confiere el derecho de aplicar la multa?; ¿se puede apelar contra la imposición de multas?; ¿cómo se debe hacer conocer por anticipado al obrero la escala de multas?; ¿cómo deben inscribirse éstas en la libreta de trabajo? 4) ¿En qué debe invertirse el dinero procedente de las multas?; ¿dónde se deposita?; ¿cómo se gasta para atender las necesidades de los obreros y para cuáles específicamente? y por último: 5) ¿Se hace extensiva a todos los obreros la ley de Multas?
Cuando hayamos examinado todas estas cuestiones, sabremos no solamente qué son las multas, sino que además conoceremos todos los reglamentos especiales y todas las disposiciones detalladas de las leyes rusas relativas al tema. Pues los obreros deben conocerlos para proceder con conocimiento de causa cuando las multas son injustificadas, para estar en condiciones de explicar a sus camaradas la razón de una u otra injusticia –sea que la administración de la fábrica infringe la ley o sea que ésta misma contenga disposiciones injustas–, y para poder elegir en consecuencia la forma de lucha más eficaz contra los atropellos.
El mismo método utiliza en el análisis de “La nueva ley de fábricas” (1897), el la cual el gobierno zarista y los empresarios se vieron obligados a promulgar una ley para la reducción de la jornada de trabajo, a partir de una oleada de huelgas que sacudieron los centros industriales de la Rusia zarista. Trata de explicar que esas concesiones son producto de la lucha de la clase obrera, y no una concesión bondadosa de los patrones y el gobierno:
Primera enseñanza: los obreros rusos de vanguardia deben procurar con todas sus fuerzas atraer al movimiento a los más atrasados. Si no incorporan a la lucha por su causa a toda la masa de obreros rusos, los obreros de vanguardia, los de la capital, lograrán pocas cosas, aunque obliguen a sus propios fabricantes a hacer concesiones, pues el gobierno se distingue por un grado de «justicia» tan elevado, que no permitirá a los mejores fabricantes hacer concesiones esenciales a los obreros. Segunda enseñanza: el gobierno ruso es un enemigo de los obreros mucho peor que los fabricantes rusos, pues no sólo defiende los intereses de éstos, no sólo recurre para ello a la salvaje persecución de los obreros, a detenciones y deportaciones, al empleo de las tropas contra obreros inermes sino que, además, defiende los intereses de los fabricantes más mezquinos e impide a los mejores fabricantes hacer concesiones a los obreros. Tercera enseñanza: para conquistar condiciones humanas de trabajo y lograr la jornada de ocho horas, a la que aspiran hoy los obreros de todo el mundo, los obreros rusos sólo deben confiar en la fuerza de su unión y arrancar sistemáticamente al gobierno una concesión tras otra.
Queda clara la importancia de las batallas cotidianas de la clase obrera en los márgenes del sistema capitalista, que cumplen dos objetivos: primero, el de evitar la pauperización de los niveles de vida y, segundo, permitir que mediante esas acciones la clase obrera aprenda a utilizar su poder mediante la lucha y la organización y a identificar a sus enemigos en el Estado y en el conjunto de los patrones. El deber de los comunistas es hacer aún más clara esa situación mediante la educación ideológica y la explicación política, vincular las luchas por demandas inmediatas a la lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad.
Un tema aparte es el papel que juegan ahora mismo la mayoría de los dirigentes sindicales en nuestro país, los cuales se asumen como guardianes de los intereses del Estado y de los patrones, en lugar de impulsar la lucha de la clase obrera. Ésta es otra de las tareas pendientes, la de recuperar a las organizaciones sindicales para que sirvan a los intereses colectivos de los trabajadores y crearlas ahí donde no existen.