El 20 de julio de 1923 es asesinado, en Parral, Chihuahua, Doroteo Arango, mejor conocido como Francisco Villa, dirigente de uno de los ejércitos más poderosos conformado por campesinos pobres y oprimidos durante la Revolución mexicana: la División del Norte.
Con su asesinato, y el de Emiliano Zapata, la revolución institucionalizada, una vez consolidada en el poder, pretendía borrar toda referencia a la lucha revolucionaria del sector vinculado a los campesinos pobres en nuestro país; aquellos que fueron la base, el sostén y el motor del proceso revolucionario iniciado en 1910, y cuyas aspiraciones fueron traicionadas una y otra vez por el sector burgués de la revolución, cuyos caudillos y representantes utilizaron la demanda de la reforma agraria de manera demagógica.
Las contradicciones de la revolución mexicana
La burguesía fue incapaz de cumplir esa tarea que corresponde a la fase de revolución democrática burguesa. Estaba vinculada por mil hilos con la clase terrateniente; eran poseedores de miles de hectáreas de tierras y ellos mismos formaban parte de los grandes hacendados a inicios del siglo pasado. Si sus representantes alguna vez ingresaron al proceso revolucionario, procuraron mantenerse en los márgenes de lo que se puede denominar la idea de una revolución política. Es decir, solamente buscaban un cambio de figuras y representantes en el gobierno, sin que sus intereses de clase fueran desplazados del poder político y, por supuesto, que sus intereses económicos y negocios se mantuvieran intactos. En cada etapa de la revolución, desde la etapa maderista, durante el proceso de la lucha del ejército constitucionalista y en los primeros años de la consolidación del Estado mexicano, con algunas variaciones, vemos esta actitud de los representantes de esta ala de la revolución.
Por otro lado, un sector de pobres y los campesinos que ingresaron a la revolución lo hicieron para que sus condiciones de vida cambiaran radicalmente y luchar por un futuro mejor. Se organizaron en poderosos ejércitos, como la División del Norte, alzaron sobre sus hombros a algunos de los suyos para dirigirlos, como Pancho Villa, y, muy a pesar de los deseos del ala burguesa, combatieron frontalmente al Estado porfirista (como fue el caso de la Batalla de Ciudad Juárez, en 1911, en la etapa maderista de la revolución) y lo destrozaron en una de las grandes batallas de la revolución (con la toma de Zacatecas, en 1913). Tuvieron bajo su control a una parte importante del territorio nacional, por la vía de la acción directa de las masas revolucionarias implementaron la reforma agraria en algunas de las zonas que controlaban y ocuparon la Ciudad de México, a finales de 1914. A pesar de toda su entrega y capacidad de lucha, la falta de una dirección revolucionaria que promoviese su alianza con el proletariado urbano, impidió la consolidación de su poder. La ocupación de la Ciudad de México fue el clímax y el inicio de la guerra revolucionaria campesina.
La clase obrera podía haber brindado la dirección a la guerra campesina y llevar a la revolución hasta sus últimas consecuencias, cumpliendo con las tareas democráticas de ésta, entre ellas la reforma agraria, y expropiando a los terratenientes y los grandes capitalistas; sin embargo, carecía de una organización revolucionaria con perspectivas claras. Aunque la clase obrera se hizo presente en el proceso revolucionario, durante la Revolución maderista irrumpió con una oleada de huelgas en la Ciudad de México exigiendo mejores salarios y condiciones de vida. Los sindicatos prohibidos en la época de porfirismo se reorganizaron y, en 1913, se aglutinaron en una agrupación nacional: la Casa del Obrero Mundial. Aunque algunos de sus dirigentes en teoría tenían una perspectiva revolucionaria, se asumían anarquistas, o mejor dicho anarcosindicalistas: socialistas y sindicalistas que rechazan el poder político y todo tipo de dirigencia en las luchas obreras; sus concepciones teóricas los llevaron a rechazar cualquier tipo de apoyo a la guerra campesina, que en ese momento se encontraba en una batalla abierta en contra del ala del ejército constitucionalista comandada por Venustiano Carranza. Su idea de rechazo a todo tipo de poder y a la lucha política desarmó por completo a la clase obrera ante los acontecimientos revolucionarios.
Al hablar de la lucha política de la clase obrera no nos referimos a la política burguesa de acuerdos parlamentarios o la práctica política de los partidos burgueses, sino a organizarse más allá de sus intereses gremiales, con intereses de clase para luchar por el poder político, para comenzar la destrucción de la vieja sociedad basada en la explotación y opresión de una minoría de la sociedad hacia la mayoría y comenzar la tarea de construir una sociedad más justa e igualitaria. El predicar el abstencionismo también es una postura política, pero la más perniciosa en la lucha de la clase obrera; porque implica arrojar a los trabajadores en brazos de la política burguesa y fue exactamente lo que sucedió durante la revolución mexicana.
Los dirigentes de la Casa del Obrero Mundial se negaron a participar en la lucha revolucionaria y ese vacío lo llenaron los elementos del ala burguesa de la revolución, vinculados al constitucionalismo, que terminaron por convencer a los sindicatos de combatir junto a ellos. En 1914, siete mil obreros integraron los llamados Batallones Rojos; la mayoría de ellos combatieron en abril de 1915, junto al ejército de Álvaro Obregón, en las batallas de Celaya, en donde la poderosa División del Norte es derrotada y desarticulada. Estos acontecimientos —el enfrentamiento del movimiento obrero en contra de los ejércitos campesinos— son una de las grandes tragedias de la Revolución mexicana; dos años después el constitucionalismo desecharía al movimiento obrero y ejercería una dura represión en contra de sus dirigentes cuando plantearon la necesidad de ir a la huelga general por demandas salariales.
Al hablar de la Revolución mexicana hay una referencia obligada a la División del Norte y a Francisco Villa. ¿Los marxistas tenemos algo que aprender de su legado revolucionario? Consideramos que sí. Por supuesto, no fue un teórico, tampoco fue un socialista, pero fue un revolucionario honesto, que demostró que los pobres y oprimidos pueden triunfar sobre sus adversarios; su arrojo, valentía y convicción nos llena de inspiración a los marxistas revolucionarios. Organizó una de las fuerzas más poderosas de la Revolución mexicana, destrozó la columna vertebral del Estado porfirista tras el golpe de Estado de Victoriano Huerta, que derrocó al gobierno de Madero. Contra todos los deseos de los dirigentes constitucionalistas avanzó a la Ciudad de México y, junto con las fuerzas zapatistas, la ocuparon por un breve periodo, fue gobernador de Chihuahua, invadió una población estadounidense, Columbus, y cuando se retiró a trabajar a la Hacienda de Canutillo introdujo elementos novedosos para el desarrollo de la agricultura; fundó escuelas, formó cooperativas y ayudó a los huérfanos de guerra.
La figura de Villa pesaba: el recuerdo de esos años, cuando los de abajo se atrevieron a luchar y en ocasiones triunfaron, provocaban escalofríos a la naciente burguesía mexicana y por eso ordenaron su asesinato, en 1923, aun cuando estaba ya completamente derrotado. Los marxistas le rendimos un cálido homenaje a él y la División del Norte, entendiendo sus contradicciones y limitaciones.
Pancho Villa, el revolucionario
Nació en junio de 1878, en el rancho de La Coyotada, en la Hacienda de Río Grande, en el estado de Durango, hijo de aparceros; de campesinos sin tierra que trabajaban mediante contrato a los grandes hacendados. Su infancia, como la de miles de familias campesinas pobres, estuvo impregnada de carencias y tragedias; por conflictos con sus patrones se vio obligado a refugiarse en la sierra de Durango y Chihuahua, en donde se dedicó a todo tipo de negocios ilícitos: asaltos, robo y venta de ganado. Su etapa de bandolero fue utilizada por la clase dominante para manchar su obra revolucionaria y fue una sombra que lo persiguió durante toda su vida. Por su puesto que no debemos justificar ese pasado, ni debemos romantizarlo, pero hay elementos para entenderlo. El porfirismo estaba en etapa de consolidación y un reducido grupo de empresarios, políticos y hacendados concentraron el poder político y grandes extensiones de tierra. En Chihuahua, la familia Terrazas se jactaba que era dueña del Estado: era dueña de bancos, empresas y de dos millones de hectáreas, mientras miles de campesinos no eran dueños ni del pedazo de tierra donde dormían o los sepultaban cuando fallecían.
Doroteo Arango adquiere el nombre de Pancho Villa en esa etapa de bandolero; no está por demás decir que toda la resistencia a la dictadura porfirista en los años previos a la revolución le era ajena: la huelga de Cananea, Río Blanco, la organización del Partido Liberal Mexicano y el magonismo; a varios de sus actores los conoció una vez iniciada la revolución e incluso los confrontó, sin someterse una autoridad moral que impusiera toda su trayectoria y legado sobre él.
El llamado a la revolución lo encontró en Chihuahua haciendo negocios y perseguido por la justicia, siendo reclutado por el jefe del movimiento del maderismo, Abraham González, a quién probablemente le vendía el ganado que robaba.
La compuerta de la revolución de 1910 la abrió una escisión en la clase dominante: los llamados científicos —políticos y empresarios— concentraron demasiado poder durante el porfiriato, desplazando a algunos sectores de empresarios y terratenientes del poder, quienes en el norte del país comenzaron un trabajo de oposición; entre ellos destacó Francisco I. Madero, quien tras las promesas de Porfirio Díaz de convocar a elecciones, comenzó a recorrer el país y a organizar un partido, el 6 Anti-Reeleccionista, compuesto fundamentalmente por sectores de la pequeña burguesía y burgueses desplazados del poder. Pero la campaña de Madero atrajo la simpatía de sectores populares, principalmente de algunos dirigentes campesinos, la dictadura sintió la amenaza que un movimiento pudiera desbordar al maderismo y optó por encarcelar al dirigente.
Madero se fugó de la cárcel y convocó a un levantamiento armado para el 20 de noviembre de 1910, a las seis de la tarde. Los revolucionarios de Chihuahua eran los mejor organizados y ahí en el epicentro se encontraba Pancho Villa, quien reunió y armó a un grupo de hombres para preparar la insurrección.
En esta primera etapa, Pancho Villa destacó en combate, pero sin duda el caudillo principal de la revolución en Chihuahua fue Pascual Orozco. La mayoría de las incursiones militares se realizan mediante el método de la guerra de guerrillas, hostigamiento a las fuerzas federales, ocupaciones momentáneas de algunos poblados y después refugiarse en la protección de la sierra. Villa, incluso en esta etapa, se preocupó por la moral de sus combatientes: procuraba recordar sus nombres y aprovisionarlos de manera correcta, su cercanía con los combatientes fue una característica que siguió hasta el final de la revolución. Madero, con dificultades, logra cruzar a territorio mexicano 7 meses después de iniciado el llamado a la revolución, reúne un grupo de hombres e intenta atacar el poblado de Casas Grandes, siendo derrotado. Meses después de iniciada la revolución, ésta no contaba con territorios conquistados, ciudades importantes en su poder e incluso no contaba con un mando centralizado; decenas de grupos armados actuaban en Chihuahua y en otras regiones del país, además, los combatientes obedecían y le eran fieles a sus caudillos locales, aunque tuvieran simpatías por Francisco I. Madero.
Una de las medidas principales en esta etapa fue la de tratar de centralizar el mando, al menos en Chihuahua y conquistar a una ciudad fronteriza importante: Ciudad Juárez (Pancho Villa es nombrado coronel). La dictadura responde con el envío de destacamentos militares importantes, pero a su vez establece negociaciones con el maderismo, a quién le ofrece la renuncia del vicepresidente y algunos espacios en el gabinete del gobierno. Madero acepta la negociación, lo que genera desconcierto entre las filas revolucionarias.
Pancho Villa y Pascual Orozco provocan a las fuerzas federales mientras las negociaciones continuaban, lo que llevó a una confrontación de la que no hubo manera de dar marcha atrás; le imponen a Madero la toma de la única plaza que la revolución conquista en esa etapa: Ciudad Juárez. Con esta acción la dictadura cae como una manzana podrida y la revolución obtiene su primer triunfo gracias al ímpetu de los caudillos campesinos y regionales, más que a su dirigente principal.
El futuro gobierno de Madero se encontrará bajo dos fuegos: el viejo Estado porfirista que se mantuvo intacto y las fuerzas revolucionarias que lo habían llevado al gobierno; fue un gobierno inestable, con intentos de reformas muy tímidas que no satisfacían a las masas campesinas y obreras. El gobierno fue derrocado por un golpe de Estado encabezado por el ejército y la embajada norteamericana.
Villa, desmovilizado durante esa etapa, reclamaba cotidianamente la falta de firmeza en el gobierno. En diversas cartas expresa su descontento ante la falta de cumplimiento de las promesas de Madero. Las tensiones llegan al extremo que una parte de los caudillos y revolucionarios son cortejados por la oligarquía de Chihuahua y se sublevan; a la insurrección se suma Pascual Orozco.
Villa acepta combatir la insurrección, pues sabe qué intereses se encontraba detrás de la revuelta y en coordinación con el viejo ejército porfirista se suma con algunas fuerzas irregulares y revolucionarias. Pero el ejército porfirista despreciaba a los revolucionarios, que debieron alternar con Victoriano Huerta, el mismo que en 1913 encabezaría el golpe de Estado contra Madero.
La revolución en ocasiones necesita el látigo de la contra revolución; en la segunda etapa de la revolución: Villa combatiría con firmeza el golpe de Estado con métodos revolucionarios, organizaría un ejército poderoso de más de 20 mil personas (la División del Norte), su intuición lo llevaría a confrontar hasta el final a lo que quedaba del estado porfirista y los derrotó en la batalla de Zacatecas; su avance provocaría un rompimiento en las filas del constitucionalismo. Carranza desconfiaba de él y Villa le correspondía; junto a Zapata, sería él el que entraría a la Ciudad de México comandando a los ejércitos campesinos, en 1914.