Escrito por David García Colín Carrillo
Son pocos, aun dentro de la izquierda, los que recuerdan que el movimiento zapatista, rumbo al año 1915, creó la Comuna de Morelos, liquidando el capitalismo en ese estado, nacionalizando los ingenios azucareros. Menos recuerdan que Zapata saludó a la Revolución rusa mostrando un internacionalismo instintivo.
Aunque cercados por el carrancismo, tras el repliegue de la ocupación de la capital en 1914, confinado a su esfera de influencia en el estado de Morelos, los zapatistas impulsaron la toma de tierras de tal suerte que sus acciones implicaron la liquidación del capitalismo en el estado. Al expropiar las haciendas azucareras estaban liquidando la forma de existencia del capitalismo en la región. Para ello se apoyaron en sus tradiciones indígenas comunitarias y democráticas, y en la imperiosa necesidad de llevar adelante, por la acción directa, la reforma agraria que los gobiernos de Díaz, Madero, Huerta y Carranza les había negado. Las conclusiones políticas implícitas avanzaron mucho desde la redacción, en 1911, del Plan de Ayala.
No sólo eso, por medio de lo que quedaba de la Convención de 1914 y con la presencia en ésta del zapatista radical Manuel Palafox, se emiten leyes revolucionarias que sancionaban lo hecho por las comunidades pero dándoles un carácter político -pretendían ser medidas obligatorias emitidas por el estado revolucionario- e intentaba alcanzar dimensión nacional: se nacionalizan los ingenios bajo control de las comunidades y los recursos de éstos se utilizan en beneficio colectivo, se plantea la expropiación sin indemnización de las propiedades de los enemigos de la revolución e incluso la creación de un banco ejidal. Zapata intentó persuadir a los campesinos para que entendieran la necesidad de modernizar el campo expropiado y sembraran caña además de los cultivos tradicionales. Al menos siete ingenios azucareros son nacionalizados bajo control del ejército zapatista: el de Temixco, el del Hospital , el de Atlihuayán, el de Zacatepec, el de El Puente, Cuatlixco y Cuahuixtla. Así el zapatismo combinó la nacionalización de la industria con el reparto masivo de tierras a las comunidades y a los campesinos individuales.
Sin la existencia de la Comuna de Morelos y sin la huelga general de los trabajadores en 1916, la fracción jacobina no hubiera podido imponerse en la Constitución de 1917, y las leyes más progresistas impresas en cualquier Constitución burguesa de la época no hubieran quedado en el texto constitucional -sobra decir que hasta el cardenismo la Constitución fue un pedazo de papel sin gran aplicación real-.
La Convención de 1914 ya era más una ficción que realidad y el poder estatal caía en manos de la burguesía carrancista -que implementará una implacable guerra de exterminio, genocidio y saqueo en los territorios zapatistas (los que admiran a Carranza deben saber que era un asesino despiadado)- pero estas leyes revolucionarias manifiestaban la aspiración de los sectores más avanzados del zapatismo por romper su aislamiento e imponerse en el poder. Tarea que lamentablemente no les alcanzó realizar ante la falta de organización del movimiento obrero y el arraigo local del movimiento zapatista, es decir, ante la falta de una dirección revolucionaria a nivel nacional que arrebatara la hegemonía del bando carrancista y obregonista.
A partir de esa experiencia, en los hechos comunista y anticapitalista, Zapata enlaza de forma explícita a la Revolución mexicana con la Rusa que se estaba desarrollando de forma simultánea. En una carta al delegado zapatista en Cuba, el general Genero Amezcua, Emiliano Zapata, un año antes de su cobarde asesinato, escribió palabras de profunda simpatía por la Revolución rusa. No sólo había intentado romper su aislamiento, formando un Partido político (la Asociación por la Defensa de los Principios de la Revolución que, en los hechos, era un Partido que trataba de aglutinar, educar y dirigir políticamente en sus zonas de influencia) sino que ahora su visión alcanzaba el internacionalismo revolucionario.
Esta carta es una respuesta contundente a aquellos compañeros neozapatistas que creen que no hay nada que aprender de la Revolución Rusa pues, según su visión estrecha, aquélla es cosa del pasado. Zapata no estaría de acuerdo con esa apreciación. Seguramente muchos compañeros neozapatistas no saben que el zapatismo original sí encontró inspiración en la Revolución de octubre, que un sector del zapatismo original sí buscó -aunque de manera tardía- convertirse en poder político -por medio de la Convención de 1914- y que sí intentó llevar adelante -aunque fuera a través de una Convención que era un fantasma inoperante-la nacionalización de la economía bajo control popular. Conclusiones de las que el neozapatismo debería abrevar:
“Mucho ganaríamos, mucho ganaría la humana justicia, si todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa de la Rusia irredenta, son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos.
«Aquí como allá hay grandes señores, inhumanos, codiciosos y crueles que de padres a hijos han venido explotando hasta la tortura, a grandes masas de campesinos. Y aquí como allá, los hombres esclavizados, los hombres de conciencia dormida empiezan a despertar, a sacudirse, a agitarse, a castigar”. […] No es de extrañar, por lo mismo, que el proletariado mundial aplauda y admire la revolución rusa, del mismo modo que otorgará toda su adhesión, su simpatía y su apoyo a esta revolución mexicana al darse cabal cuenta de sus fines».
«Por eso es tan interesante la labor de difusión y de propaganda emprendida por usted en pro de la verdad; por eso deberá acudir a todos los centros y agrupaciones obreras del mundo, para hacerles sentir la imperiosa necesidad de acometer a la vez y de realizar juntamente las dos empresas: educar al obrero para la lucha y formar la conciencia del campesino».
«Es preciso no olvidar que en virtud y por efecto de la solidaridad del proletariado, la emancipación del obrero no puede lograrse si no se realiza a la vez la liberación del campesino».
«De no ser así, la burguesía podría poner estas dos fuerzas, la una frente a la otra, y aprovecharse, por ejemplo, de la ignorancia de los campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores citadinos; del mismo modo que, si el caso se ofrece, podrá utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo».
«Así lo han hecho en México, Francisco I. Madero en un principio y Venustiano Carranza últimamente; si bien aquí los obreros han salido ya de su error y comprenden ahora perfectamente que fueron víctimas de la perfidia carrancista”. [Zapata, carta al General Genaro Amezcua, 14 de febrero de 1918]».
¡Qué maravillosas conclusiones que contrastan con aquéllos que hoy creen que los indígenas pueden liberarse al margen de la lucha del movimiento obrero en las ciudades y que convierten el aislamiento en una virtud!
La Comuna no podía ser tolerada por el gobierno burgués de Carranza, se debía romper, a sangre y fuego, con las relaciones sociales igualitarias impuestas por los zapatistas. No había negociación posible, las relaciones de propiedad burguesas debían ser restauradas. “Madero Primero, Huerta después, Carranza más tarde asesinaron en masa al campesinado de Morelos, quemaron, fusilaron, masacraron, deportaron hasta exterminar a la mitad de la población de la zona zapatista [Gilly, “La Revolución interrumpida”, p. 97]. “Cientos y cientos de prisioneros, combatientes y no combatientes, hombres mujeres, niños y ancianos, fueron fusilados. Poblaciones enteras, abarrotando los caminos, huyeron hacia los pueblos de las altas montañas, adonde no llegaban las tropas [del carrancista Pablo Gonzállez]. Miles de prisioneros fueron enviados a México, desde donde se los deportaba como mano de obra esclava a morir en las plantaciones de henequén de Yucatán” [Ibid. p. 261.].
Zapata saluda la Revolución rusa en un momento en que el movimiento zapatista está en franco repliegue, con su dirección política dividida y desesperada por llegar a un acuerdo imposible con el gobierno. Intentando allegarse el apoyo de las tropas del general Jesús Guajardo -el carnicero Carranza consiente que éste fusile a 50 soldados federales como prueba a Zapata de su “sinceridad”- Zapata es asesinado a traición por pistoleros en la Hacienda de Chinameca. Era el 10 de abril de 1919.
No queremos terminar nuestra remembranza de la carta de Zapata sin señalar que Trotsky -quien encabezó, junto con Lenin, la Revolución de octubre (ésa que Zapata saludó)- también señaló, varias décadas después, a la lucha zapatista como ejemplo para plantear una aproximación correcta al problema agrario, escribió en en 1939 -igual que Zapata, poco tiempo antes de ser asesinado- exiliado en el México de Cárdenas: “En México, imitar estos métodos [se refiere a los métodos estalinistas de la colectivización forzada en el campo (donde se nacionalizó hasta las flacas gallinas del mujik más pobre) medida que desencadenó una hambruna donde murieron millones de campesinos] significaría encaminarse al desastre. Es necesario completar la revolución democrática dando la tierra, toda la tierra, a los campesinos. Sobre la base de esta conquista ya establecida se les debe dar a los campesinos un período ilimitado para reflexionar, comparar, experimentar con distintos métodos agrícolas. Se los debe ayudar, técnica y financieramente, pero no obligarlos. En suma, es necesario completar la obra de Emiliano Zapata y no yuxtaponerle los métodos de Stalin”. [Trotsky, “Sobre el Segundo Plan Sexenal”].
Es así que los héroes de dos de las revoluciones más importantes del siglo XX enlazaron sus experiencias, que se resumen en la necesidad de unir al movimiento campesino indígena con el movimiento obrero, sobre la base de vincular sus demandas frente al capitalismo, por la expropiación de terratenientes y burgueses. Estas valiosas lecciones del zapatismo original son hoy más vigentes que nunca.
Si la candidatura anticapitalista indígena del CNI y el EZLN ha de salir adelante debe ser sobre el programa de la nacionalización, bajo control obrero, de las palancas fundamentales de la economía, tal como hicieron los zapatistas en la gloriosa Comuna de Morelos.
Bibliografía:
Gilly, “La revolución interrumpida”, México, Ediciones el caballito, 1978.
Womack, “Zapata y la Revolución mexicana”, México, Siglo XXI, 1969.