Las masas de Myanmar continúan oponiendo resistencia a la Junta Militar a pesar de las detenciones masivas y de las decenas de muertos en las calles. Ha pasado más de un mes desde que los militares tomaran el poder y aún no han logrado restablecer ninguna apariencia de estabilidad. Por el contrario, las tensiones de clase se están intensificando, como muestra la alianza de varios sindicatos para organizar una segunda huelga general en respuesta a la continua represión de los militares.
Las masas están decididas a deshacerse de la junta, como demostraron el pasado domingo en una jornada de nuevas protestas masivas, de las más grandes del movimiento hasta ahora. La única respuesta que tiene el régimen militar es intensificar la represión. En Mandalay, ese mismo domingo hubo al menos 70 detenidos cuando decenas de miles de personas inundaron las calles. Se produjeron escenas similares en Rangún, la ciudad principal, y en otras ciudades del país. Hasta ahora, cerca de 1800 manifestantes han sido arrestados y más de 60 asesinados.
Las tensiones también aumentaron el domingo cuando un líder local de la Liga Nacional para la Democracia (NLD) fue encontrado muerto en un hospital militar después de que las fuerzas de seguridad lo secuestraran en su casa. Al parecer, lo golpearon brutalmente.
Durante el fin de semana, la policía intensificó la campaña de terror. Rangún se convirtió en un coto de caza para la policía y el ejército, que llegaron a acordonar ciertos barrios de la ciudad. También ocuparon hospitales y universidades con la intención de detener a los manifestantes que habían resultado heridos durante los enfrentamientos en las calles. Las fuerzas de seguridad atacaron y arrestaron al personal médico, incluidas las ambulancias y su personal. Siguieron disparando incluso después de que las calles quedaran vacías, con la clara intención de aterrorizar a la gente.
Las fuerzas de la policía militar están intensificando su sangrienta represión contra los manifestantes a lo largo y ancho del país a medida que pasan los días. En estos momentos, más de 300 estudiantes y jóvenes están detenidos arbitrariamente en la infame prisión de Insein, cerca de Rangún. Anoche, se acusó en los medios de comunicación estatales a algunos destacados activistas estudiantiles en virtud del artículo 505.a del Código Penal, que prohíbe difundir declaraciones e informes “con intención de causar, o que sea probable que causen, el amotinamiento, descuido o incumplimiento del deber de cualquier oficial, soldado, marinero o aviador del Ejército de Tierra, la Marina o el Ejército del Aire”.
El joven líder estudiantil que aparece en este video, por ejemplo, fue arrestado el 3 de marzo y está siendo torturado por parte de las autoridades estatales en prisión. Es un destacado activista estudiantil y el vicepresidente de la Federación de Sindicatos de Estudiantes de Myanmar (ABFSU). La prisión de Insein es conocida por sus condiciones terriblemente inhumanas, por el abuso y la tortura mental y física de los detenidos.
Sin embargo, todo este terror aún no está teniendo los efectos deseados. En lugar de intimidar al pueblo, la represión lo empuja a emprender acciones aún más decididas. Como hemos visto, los principales sindicatos de Myanmar, sintiendo claramente la presión desde abajo, convocaron una huelga nacional prolongada el pasado lunes 8 de marzo, con el objetivo de efectuar un «cierre completo y prolongado de la economía de Myanmar» hasta que se restablezca la democracia.
En respuesta a la convocatoria de huelga se cerraron los principales centros comerciales, así como pequeñas tiendas y muchas fábricas. Secundaron la huelga trabajadores de la construcción, la agricultura y la industria, la sanidad y del gobierno. Se llevaron a cabo grandes concentraciones en varias ciudades del país.
En la ciudad norteña de Myitkyina, uno de los principales centros de las protestas en curso, dos manifestantes murieron el lunes tras recibir disparos en la cabeza. Mientras tanto, en el municipio del norte de Okkalapa, las protestas continuaron a pesar de los disparos y las detenciones por parte de las fuerzas de seguridad.
La huelga continúa, pero después del fin de semana, las marchas se han visto limitadas en algunas áreas por la fuerte presencia de las fuerzas de seguridad en las calles, particularmente en Rangún, donde los manifestantes construyeron barricadas para defender sus vecindarios. En otras partes del país ha habido importantes marchas, como en Mandalay, Monywa y Magway, entre otras.
Sin embargo, también habría que señalar que la declaración sindical conjunta emitida el 7 de marzo, aunque fue un acontecimiento positivo, llegó algo tarde. La convocatoria debería haberse hecho inmediatamente después del golpe, y debería haberse convocado una huelga general indefinida, no solo acción de un día que convocaron para el 22 de febrero, tres semanas después del golpe.
Esta última convocatoria ha atraído a un gran número de trabajadores, pero debido al retraso, también ha hallado a muchos con signos de agotamiento. Seguir haciendo huelga después de semanas de acción militante, especialmente en el sector privado, significa la pérdida de salarios y un mayor riesgo de perder el trabajo. Los trabajadores no reciben ningún apoyo financiero significativo.
Al mismo tiempo, el régimen sube la apuesta con su sangrienta represión. En tal situación, es fundamental que los trabajadores puedan vislumbrar la perspectiva de lograr una victoria pronto. De lo contrario, a pesar de su total oposición al régimen, podrían llegar al punto de no ser capaces de llevar a cabo una acción unida contundente.
Con todo, es un mérito para los trabajadores de Myanmar que, a pesar de la difícil situación, todavía luchan en las calles de Hlaingtharyar, un municipio industrial de Rangún. La mayoría de las industrias están ubicadas en esta zona de barrios marginales, y aunque la presencia militar en las calles ha impedido a los trabajadores manifestarse en el centro de Rangún, están protestando en sus áreas locales.
Otro ejemplo son los intentos del régimen de obligar a los trabajadores de los bancos privados a seguir trabajando como de costumbre. Hasta ahora, solo han logrado reabrir los bancos propiedad de la camarilla militar. El resto sigue paralizado por la huelga, lo que demuestra una vez más la fuerza de la oposición.
Estos acontecimientos, a pesar de la determinación de los trabajadores, confirman que las condiciones revolucionarias no pueden durar para siempre. Las ondiciones más favorables pueden echarse a perder por culpa de un liderazgo débil e indeciso.
En Rangún, en el distrito de Sanchaung, cientos de jóvenes manifestantes quedaron atrapados por las fuerzas de seguridad durante la noche del lunes entre disparos de la policía y controles domiciliarios para encontrar a aquellos de fuera del distrito que hubieran sido protegidos por residentes locales. Finalmente, los jóvenes pudieron salir el martes por la mañana. Miles de manifestantes se habían presentado, desafiando el toque de queda nocturno, en apoyo a la juventud. El apoyo generalizado hacia los manifestantes se pudo ver cuando los residentes locales, arriesgándose a un severo castigo por parte de las fuerzas de seguridad, albergaron a los jóvenes en sus hogares. Además, muchos llevaron con sus coches a los jóvenes a un lugar seguro.
La convocatoria de una acción de huelga prolongada por parte de nueve sindicatos fue algo positivo. Aún así, como hemos visto, lo que hace falta es una huelga general indefinida, cuyo objetivo debe ser paralizar el país entero.
Pero esta es la segunda vez que se hace un llamamiento a la huelga general, y hasta ahora los militares no se han movido. Los jefes del ejército son plenamente conscientes de que ahora tienen mucho que perder si se ven obligados a devolver el gobierno a los políticos civiles. Las masas no se conformarán con que el ejército “regrese al cuartel”, sino que exigirán justicia por las matanzas perpetradas por el ejército y la policía.
Malestar entre las filas de la policía
Esto nos lleva a la cuestión de los “cuerpos de hombres armados”: el ejército y la policía, que están al servicio de las clases privilegiadas y propietarias. La gente está acostumbrada a la idea de que el propósito de un ejército es defender su país, y eso también se refiere a las personas que viven en él. Los oficiales militares de Myanmar no tienen un buen historial en lo que respecta a defender a su propio pueblo. Por el contrario, en más de una ocasión han matado a cientos e incluso a miles, como en 1988. También tienen un historial brutal en el trato a las minorías étnicas, como por ejemplo los rohinyá.
Una de las tareas más importantes de una dirección revolucionaria genuina en Myanmar sería dividir las filas del ejército en líneas de clase. Para que esto suceda, hace falta un movimiento que muestre a las filas del ejército y la policía que está trabajando para derrocar todo el sistema podrido, y no solo para traer de vuelta a la NLD.
No olvidemos que el programa económico de la NLD incluye más privatizaciones, lo que significa enriquecer a unos pocos a costa de muchos. Tampoco olvidemos que el gobierno de la NLD participó en la opresión de las minorías étnicas. Si bien las masas desean el fin inmediato del gobierno militar y el regreso a un gobierno civil, eso en sí mismo no eliminaría el peligro de un regreso de los jefes militares. La NLD, cuando estuvo en el cargo, hizo poco o nada para eliminar el poder de los militares y, por lo tanto, cualquier insubordinación entre las filas de los militares y la policía todavía supone el riesgo de sufrir un severo castigo.
A pesar de todo esto, es sorprendente ver cómo algunos policías se han negado a ser utilizados contra las masas. El célebre poeta comunista Berthold Brecht escribió en uno de sus poemas: “General, el hombre es muy útil; puede volar y puede matar; pero tiene un defecto: puede pensar».
Mientras que el grueso de la policía sigue cumpliendo órdenes, hay un malestar creciente entre al menos una sección de la policía, ya que se ven obligados a reprimir a su propia gente día tras día. Pero la determinación de las masas está mostrando lo que podría ser posible si tuvieran una dirección revolucionaria clara.
Las imágenes de una monja católica pidiendo a la policía que no dispare a un grupo de jóvenes muestran, aunque de manera distorsionada, el impacto que podría tener un llamamiento a las filas de las fuerzas de seguridad:
Para los agentes de policía no es fácil manifestarse en contra de sus superiores. Saben que arriesgan mucho si lo hacen. Para que se produzca una insubordinación generalizada, las bases de la policía tendrían que estar convencidas de que el movimiento de masas va a derrocar a la actual Junta Militar y que quienes los reemplacen los protegerán contra cualquier medida disciplinaria.
Desafortunadamente, los líderes de la NLD no brindan el tipo de liderazgo que hace falta. Es por eso por lo que los informes recientes de policías rompiendo filas son aún más significativos y dan una idea de lo que sería posible con una genuina dirección revolucionaria de la clase trabajadora
El Irrawaddy informó el 5 de marzo de 2021 de que más de 600 agentes de policía se habían unido al movimiento de desobediencia civil (MDL) de Myanmar contra el régimen militar. El mismo informe agrega que «el número de renuncias policiales ha aumentado drásticamente desde la violenta represión a finales de febrero». De hecho, varios cientos de policías se han unido al movimiento de protesta.
Lo más significativo es el hecho de que “la policía que participa en el MDL dijo que solo aceptaría un gobierno electo. Algunos dijeron que ofrecerían su servicio si el Comité Representante del Pyidaungsu Hluttaw, que representa a los miembros electos del Parlamento de la Unión de la Liga Nacional para la Democracia, formase un ejército para luchar contra el régimen militar”.
El potencial de semejante ejército está presente en todas partes. Si se hiciera un llamamiento abierto a la rebelión a los policías de base y a los soldados, las fuerzas de seguridad podrían comenzar a resquebrajarse, y una parte significativa se pasaría al movimiento revolucionario contra el golpe.
No obstante, para que esto suceda, el movimiento tendría que dotarse de una estructura —como explicamos en artículos anteriores— de comités de acción coordinados elegidos en los lugares de trabajo, los barrios, los pueblos, hasta formar un comité nacional que podría presentarse como la voz de las masas. Un organismo así tendría la autoridad para apelar a las filas de la policía y el ejército y dividirlos en líneas de clase.
Pero no se trataría solo de dividir las fuerzas militares, sino también de organizar grupos de autodefensa de los trabajadores que podrían convertirse en la columna vertebral de una fuerza de defensa armada obrera. Tal fuerza, respaldada por las masas en los lugares de trabajo, en las áreas rurales, en los barrios de la ciudad, en escuelas y universidades, sería invencible.
El hecho de que las convocatorias de piquetes de autodefensa hayan tenido un eco generalizado entre la gente, especialmente entre la juventud, y que incluso se hayan hecho llamamientos a las organizaciones étnicas armadas para formar un ejército federal con el fin de contrarrestar a los militares estatales subraya el hecho que esta es una situación revolucionaria extremadamente favorable. Pero la falta de liderazgo es el factor clave que falta.
La autodefensa no es algo que los líderes de la NLD vayan a organizar. Representan los intereses del capital y, por tanto, no actuarán para socavar los instrumentos del Estado burgués. Hace falta un partido independiente de la clase obrera, un partido que haga un llamamiento revolucionario a los trabajadores para que tomen el poder y, en el proceso, dividir las fuerzas armadas en líneas de clase.
¿Pueden las Naciones Unidas y los Estados Unidos detener la contrarrevolución?
La verdadera tragedia es que las masas responderían con entusiasmo a tal llamamiento, pero debido a que no hay un liderazgo que esté preparado para emprender el camino de la revolución, se hacen llamamientos a organismos como las Naciones Unidas e incluso a países como EE.UU. Se les han hecho peticiones para que intervengan en Myanmar y destituyan a los militares del poder. La declaración de la Federación de Sindicatos de Myanmar el pasado 4 de marzo de 2021 es un ejemplo de ello:
Las Naciones Unidas están debatiendo actualmente los términos de las resoluciones, ya que algunas de las potencias se niegan a usar la palabra «golpe» para describir la toma militar. China y Rusia, en particular, están en conflicto con Estados Unidos y la Unión Europea sobre cómo reaccionar ante el golpe, y eso se debe a que tienen diferentes intereses en el país.
Para EE.UU. y la UE, Aung San Suu Kyi (ASSK) y la NLD son los que mejor representan sus intereses en el país. Estos bloques imperialistas quieren abrir aún más la economía de Myanmar, como expusimos en un artículo anterior. Eso explica por qué están tan entusiasmados con la «democracia» en Myanmar.
Por desgracia, para quienes redactaron la carta anterior, el historial tanto de Estados Unidos como de la UE en la promoción de la «democracia» es, cuando menos, irregular. Reclaman la democracia cuando les conviene. Cuando no es así, hacen la vista gorda y siguen como si nada. Tal es el caso de Arabia Saudí, donde hay un régimen brutal, pero como a Occidente le interesa tener relaciones de trabajo con los saudíes, ya que tienen una enorme reserva de petróleo, no se les ocurre condenar al régimen.
Además, más allá de unas pocas palabras de condena y de algunas sanciones contra unos pocos individuos de la cúspide del régimen militar, Estados Unidos no va a enviar ninguna fuerza militar a Myanmar, pues ello supondría un enfrentamiento directo con China, algo que no puede permitirse en este momento.
El papel de China
La única potencia que tiene peso real en Myanmar, mucho más que Estados Unidos, es precisamente China, cuya política oficial es la “no injerencia”. «China no cambiará su política conciliadora y de cooperación, sea cual sea la evolución de la situación», declaró recientemente el ministro de Relaciones Exteriores de China. Agregó que China busca la reconciliación comprometiéndose tanto con el gobierno civil derrocado como con la actual Junta Militar.
El régimen chino desea más que cualquier otra cosa la estabilidad en Myanmar, ya que tiene muchos intereses económicos en el país, al que considera dentro de su esfera de influencia. Myanmar tiene abundantes recursos naturales; su proximidad con China, una frontera compartida de 2.129 km de largo, y la imposición de sanciones por parte de Occidente en 1990, hicieron que el país se convirtiera en uno de los socios económicos estratégicos de China en la región. Después del año 2000, el dominio de China sobre la economía de Myanmar aumentó significativamente.
Xi Jinping visitó Myanmar en enero de 2020 y firmó junto con ASSK «33 acuerdos que apuntalan proyectos clave que forman parte de la emblemática Belt and Road Initiative, la visión de China de nuevas rutas comerciales vistas como nueva ruta de la seda del siglo XXI». Acordaron acelerar la implementación del Corredor Económico China-Myanmar, una gigantesca infraestructura por valor de miles de millones de dólares, [100 mil millones de dólares según algunas fuentes] que incluye acuerdos sobre ferrocarriles, que uniría el suroeste de China con el Océano Índico, un puerto de aguas profundas en el conflictivo estado de Rajine, una zona económica especial en la frontera y un nuevo proyecto de ciudad en la capital comercial de Rangún”. (Reuters, 18 de enero de 2020)
China, como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, con su derecho de veto, no respalda las sanciones de la ONU y descarta totalmente cualquier intervención externa. Entonces, ¿qué espera lograr China en Myanmar? ¿Está apoyando activamente a los militares? La verdad es que China respaldará a cualquiera que pueda garantizar la calma, la estabilidad y un buen entorno empresarial.
Antes del golpe, habían establecido una buena relación de trabajo con ASSK y su partido, la NLD, ya que esta última entendía perfectamente que también les interesaba mantener buenas relaciones con su mayor socio comercial y también uno de los mayores proveedores de inversión extranjera directa -en su frontera norte. De hecho, las relaciones de China con Myanmar mejoraron después de que la Liga Nacional para la Democracia (NLD) formara gobierno. Los chinos consideraban a ASSK como alguien que podía garantizar la estabilidad.
El embajador chino en Myanmar, Chen Hai, declaró recientemente que «tanto la Liga Nacional para la Democracia como el Tatmadaw mantienen relaciones amistosas con China».
Entonces, ¿a quién respaldará China? El régimen de Pekín ve la actual agitación en Myanmar como una amenaza para las enormes inversiones que ha acumulado en el país durante la última década. Por lo tanto, respaldarán a quien pueda garantizar un entorno que proteja sus intereses comerciales. Si la junta puede demostrar que puede proporcionar esa estabilidad, China establecerá relaciones de trabajo con ellos. Si, por otro lado, la junta no logra estabilizar el país y poner las cosas bajo control, podemos estar seguros de que, a pesar de su política de «no interferencia», utilizarán el músculo económico de China para empujar a los generales hacia algún tipo de acuerdo con la NLD y ASSK.
El papel clave de China y la relativa debilidad del imperialismo estadounidense en el país explican las declaraciones del portavoz del Departamento de Estado estadounidense, Ned Price, tras el golpe: «Hemos instado a China a desempeñar un papel constructivo y a utilizar su influencia en el ejército birmano para poner fin a este golpe».
La ironía de la situación es que es precisamente la postura moderada de la NLD la que está facilitando el régimen militar. Incluso desde su propio punto de vista liberal burgués limitado, llevar el movimiento a un nivel superior y hacer imposible que los militares consoliden su régimen, empujaría a los burócratas chinos a apoyarse en los jefes militares para llegar a un acuerdo y prepararse para la retirada a favor del retorno de la democracia burguesa formal.
Solidaridad internacional de la clase trabajadora
Los llamamientos a Naciones Unidas, a Estados Unidos o a la UE no valen el papel en el que están escritos. En Myanmar hay un conflicto de intereses entre las principales potencias y, por lo tanto, ninguna apelación a la ONU proporcionará la ayuda que necesitan las masas de Myanmar. Los dirigentes sindicales no deberían hacerse ilusiones en que tales llamamientos realmente puedan lograr algo. Lo que deberían hacer es atraer a los trabajadores del mundo.
Deberían comenzar con un llamamiento a los trabajadores del sudeste asiático, donde ya tenemos movimientos en curso, como en Tailandia y Malasia. En Corea del Sur, ya ha habido protestas de solidaridad con las masas de Myanmar. Tales llamamientos podrían tener un impacto significativo. Hemos visto cómo el saludo de tres dedos, adoptado por primera vez en Tailandia después del golpe de Estado en 2014, ha cruzado las fronteras nacionales y se ha utilizado en muchas de las protestas en Myanmar. Esto resalta el hecho de que los manifestantes se ven a sí mismos como parte de un movimiento internacional.
Si los líderes sindicales de Myanmar hicieran un llamamiento no solo para manifestarse en las calles, sino también para convocar acciones concretas de los trabajadores en los países vecinos, esto también ejercería una gran presión sobre los respectivos regímenes. El problema que tenemos es que los líderes sindicales en todas partes están totalmente comprometidos con el sistema capitalista en sus respectivos países y no piensan en términos de acción independiente de la clase trabajadora.
Pero no es en absoluto utópico pensar en términos de solidaridad internacional de la clase trabajadora. En el pasado, se han dado iniciativas a nivel local y de base. En mayo de 2019, tuvimos el ejemplo de los sindicatos italianos en Génova que se negaron a cargar generadores de electricidad en un barco de Arabia Saudita que transportaba armas. El barco había cargado armas anteriormente en Bélgica, y en su camino se había detenido en Le Havre, Francia, para cargar más armas, pero fue detenido por los estibadores franceses. Esta fue una protesta de los trabajadores franceses e italianos contra el continuo apoyo de Arabia Saudita a la guerra en Yemen.
Otro barco saudí también se vio obligado a abandonar el puerto francés de Fos-sur-Mer sin poder cargar armas con destino a Arabia Saudí. En 2008, tuvimos el ejemplo de un cargamento chino de armas para Zimbabwe, que tuvo que ser retirado después de que los estibadores sudafricanos, en solidaridad con sus compañeros trabajadores en Zimbabwe, se negaran a descargarlo.
Cuando tuvo lugar el infame golpe de Pinochet en Chile, en 1973, vimos muchos ejemplos de boicots de trabajadores al régimen. Un ejemplo fue el boicot de los trabajadores escoceses cuando se enviaron motores a reacción de la fuerza aérea chilena a la planta de Rolls-Royce en Escocia un año después del golpe, pero los trabajadores se negaron a trabajar en ellos.
Se trata principalmente de iniciativas de base tomadas por trabajadores de un país en solidaridad con trabajadores de otros países. Hoy, si los líderes sindicales de Myanmar, en lugar de dirigirse a Naciones Unidas y Estados Unidos, hicieran un llamamiento a acciones concretas por parte de los trabajadores de todo el mundo, indudablemente habría una respuesta.
Por lo tanto, se requiere una acción independiente de la clase trabajadora tanto dentro de Myanmar como en la arena internacional. Con una iniciativa audaz y revolucionaria por parte de los líderes obreros en Myanmar, combinada con acciones de solidaridad internacional de la clase trabajadora, este régimen sangriento podría ser derrocado.
Sin embargo, sin la dirección revolucionaria requerida, la Junta Militar podría sobrevivir, al menos por un breve período. Cuentan con la falta de dirección y esperan que, al seguir presionando, aumentar la represión violenta y perseguir a los activistas, puedan terminar logrando algún tipo de estabilidad.
¿Qué posibilidades tienen de lograrlo? Actualmente se encuentran en un punto muerto. Pero cuando las masas estén exhaustas, con la falta de dirección revolucionaria, la junta podría conseguirlo, lo que significaría una estabilización temporal bajo el régimen militar. Sin embargo, incluso si esto sucediera, sería un régimen sin base social y, por lo tanto, no podría sobrevivir tanto tiempo como los regímenes militares anteriores.
Sin una base social, solo podría gobernar a base de represión y eso significa que sería un régimen débil e inestable. Ahora hay toda una nueva generación de trabajadores que se ha acostumbrado a tener sindicatos, el derecho de huelga, etc. Sumado a esto, estarán las presiones de la crisis mundial del capitalismo. Las condiciones sociales y económicas empeorarán y, por tanto, el régimen militar no tendrá legitimidad alguna a los ojos de las masas. Por tanto, no sería un régimen duradero.
Existen todas las condiciones para la revolución, pero se requiere una dirección socialista revolucionaria decidida para transformar el potencial de la revolución en un derrocamiento exitoso del régimen y la transformación de la sociedad.