«¡Soyez realistes, demandez l´impossible!»
(Seamos realistas, demandemos lo imposible. Consigna estudiantil francesa)
El año de 1968 fue un año que tomó por sorpresa al mundo entero. Fue un año cuyos acontecimientos dieron como resultado múltiples posibles situaciones revolucionarias que al final, desafortunadamente cayeron al saco roto. En esa época, el mundo fue testigo del inminente final del apogeo del capitalismo estatista de la posguerra, marco dentro del cual surgieron varios movimientos masivos que tuvieron un enorme potencial revolucionario, que sin embargo no capitalizaron debido a la parálisis total de los partidos y organizaciones de izquierda.
Los reformistas veían como objetivo la negociación con los gobiernos, y los revolucionarios, cooptados por los dirigentes estalinistas, habían renunciado en la práctica al análisis dialéctico de la sociedad, perdiendo así su capacidad para entenderla. Como consecuencia, las organizaciones de la izquierda revolucionaria dejaron pasar la oportunidad hasta que las macanas de la policía hicieron que fuera demasiado tarde. Eso fue precisamente lo que pasó en Francia a principios de 1968.
El contexto francés hacia 1968
Francia fue uno de los países más destruidos del continente europeo durante la Segunda Guerra Mundial. Con motivo de resarcir los efectos de la devastación en los países de Europa Occidental y reactivar la economía de esa región -y un poco también para detener el avance de la influencia y capacidad de la izquierda, en particular del comunismo-, Estados Unidos inyectó un total de 12 mil millones de dólares de la época a partir de 1948 (que equivalen a más de 100 mil millones de dólares actuales). Ese dinero había sido posible gracias a la reactivación económica que para Estados Unidos había significado la guerra y el manejo keynesiano de la economía.
Vale la pena decir que inmediatamente después de la guerra, el Partido Comunista Francés (PCF) y la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) eran las fuerzas políticas más votadas, pero la política estalinista y contrarrevolucionaria de los «Frentes Populares» del primero; y la orientación reformista de la segunda, ocasionaron que los trabajadores franceses no pudiesen emprender acciones revolucionarias para tomar el poder después de la guerra.
A partir de ese momento, Europa comenzó a emular la formula keynesiana de la economía mixta y el «Estado del bienestar». Como resultado se observó un periodo de casi 20 años de crecimiento económico y aparente estabilidad. Sin embargo, el capitalismo es capitalismo, y no por estar regulado por el Estado había dejado de ser opresivo, al contrario, había casos en los que era argumentalmente peor.
En el caso de Francia, con todo y el auge económico y el desarrollo de un estado del bienestar, los empresarios franceses habían sido libres de llevar a cabo presión y ataques a los trabajadores y a sus condiciones de vida, algo así como lo ocurrido en México. Así por años, los trabajadores y estudiantes franceses acumularon rabia contra la política laboralmente reaccionaria y socialmente conservadora del presidente René Coty, en el poder desde 1954.
En 1959, en un marco de crisis constitucional, fue electo presidente Charles de Gaulle, mucho debido a su antigua gloria en la mente colectiva francesa, que lo recordaba como un héroe de guerra. A la llegada de De Gaulle, Francia transformó su régimen constitucional para darle origen a la Quinta República Francesa.
Un detalle muy importante de ese cambio constitucional -que se mantiene hasta el día de hoy- es que, por primera vez en casi ochenta años, el titular del ejecutivo -exceptuando la Segunda Guerra Mundial- tendría más poder que la Asamblea Nacional, algo que no ocurría en el país desde el gobierno de Napoleón III (de hecho, en Europa son pocos los jefes de Estado que tienen constitucionalmente tantos poderes como los que tiene el presidente francés). Esa entrega de poderes al presidente en el cambio al marco legal le permitía a De Gaulle más libertad para usar a las fuerzas represivas, y finalmente eso fue lo que pasó. Su periodo en el poder se extendió durante 10 años, en los cuales se consolidó más de lo que ya estaba la política anti-obrera y de conservadurismo social, 10 años en los que el proletariado y la juventud francesa acumuló aún más enojo, que poco a poco se transformaba en voluntad revolucionaria.
1968. El mayo rojo y la revolución que no fue
Veinte años de desarrollo industrial casi desenfrenado habían potenciado el crecimiento de la industria, provocando un crecimiento cuantitativo enorme del proletariado francés, que a su vez se veía reflejado en un desarrollo cualitativo de su conciencia como clase explotada y de su capacidad de organización para la lucha, con todo y la debilidad de la burocracia sindical francesa, de hecho, en mayo de 1968, el diario “The Economist” había escrito artículos especiales celebrando los «logros» del capitalismo francés, entre cuyas causas estaba precisamente la debilidad sindical.
Sin embargo, a pesar de lo que decían los periódicos, ya se veía venir el inminente estallido de la crisis de la economía keynesiana, debido a una combinación de factores como la sobreproducción, la alta deuda pública (Francia no ha tenido nunca superávit fiscal desde los 70) y su pésimo manejo.
Desde unos meses antes de mayo -desde enero para ser exactos- los continuos ataques a las condiciones de vida de la población obrera y del estudiantado provocaron que estos sectores comenzasen a demostrar su descontento a través de marchas, demostraciones de repudio a los funcionarios y manifestaciones. Esta oleada de manifestaciones fue creciendo poco a poco hasta que el decano de La Sorbona (la Universidad de París) decidió cerrar la universidad. La indignación generada por este gravísimo ataque a la educación pública provocó que el incipiente movimiento estudiantil se convirtiese en un movimiento masivo.
El día 3 de mayo de 1968, los estudiantes se congregaron en un mitin en el patio principal de la Sorbona. La policía acudió a disolverlo, y entonces los disturbios estallaron. Hubo enfrentamientos en el Barrio Latino y en el barrio de Nanterre, dando como resultado más de un centenar de heridos y 596 detenidos.
El 4 de mayo todos los cursos de la Sorbona fueron suspendidos. De manera inmediata, las organizaciones estudiantiles de izquierda convocaron a huelgas indefinidas exigiendo la inmediata reactivación de la vida universitaria, la liberación de los estudiantes-presos políticos, y el fin del estricto régimen conservador de la universidad. Algunos incluso empezaron a exigir la renuncia de De Gaulle.
El 6 de mayo se reanudaron los disturbios en toda París, principalmente en el Barrio Latino (donde se ubica la universidad) y en Nanterre. En esta ocasión, la policía acudió con macanas en mano desde el principio, realizando una represión más cruenta cuyos resultados fueron 422 detenidos y 600 estudiantes heridos. La indignación que provocó la represión ocasionó que estudiantes de otras escuelas, obreros, profesionistas y vecinos salieran en apoyo de los universitarios; a quienes ayudaron a levantar barricadas y a defenderse de los policías, arrojando ladrillos, botellas, losas, etc. Al final del día 345 policías resultaron heridos.
Los disturbios llegaron a nuevas alturas en la insurrección nocturna del 10 de mayo. Los estudiantes se habían negado a despejar sus barricadas, y habían construido nuevas. Esa noche la policía antidisturbios atacó esas posiciones de manera muy violenta, atacando a cuanto transeúnte se encontraban -involucrado o no- y asaltando incluso viviendas privadas. La furia de los parisinos no se hizo esperar, rápidamente presentaron resistencia para defenderse. Existen testimonios que indican que esa resistencia popular fue tan tenaz que los policías inclusive fueron tomados por sorpresa.
La indignación estudiantil permeó a otros sectores de la población, principalmente la clase trabajadora. Gracias a la cada vez mayor movilización de las bases obreras, la ineficiente y servil burocracia sindical convocó una huelga general obrera para el día 13 de mayo, más que nada con la esperanza de que eso liberase un poco de tensión y que poco a poco se acabase el ambiente de agitación. Lo que pasó fue exactamente lo contrario.
Junto con la huelga obrera, el Primer Ministro Pompidou anunció esa misma semana la eventual reapertura de la Sorbona, pero para este punto los estudiantes ya estaban lo suficientemente radicalizados como para considerarse listos para avanzar por cambios más radicales en la sociedad.
Es como decimos los marxistas, las masas aprenden en unos cuantos días, al calor de la lucha, lo que no habían aprendido en décadas anteriores.
Cuando finalmente llegó la huelga, 200 mil personas se congregaron en París al grito de «¡De Gaulle asesino!». El proletariado francés estaba listo para luchar, estaba ansioso de un cambio de gobierno y pronto se comprobó que estaba dispuesto incluso a un cambio completo de sistema.
La huelga general del 13 de mayo es la huelga general más grande de la historia europea, en toda Francia se fueron a la huelga 10 millones de trabajadores. El único evento histórico con el que quizá, lo que puede ser argumentable, se comparó es a la antesala de la Revolución de Octubre, en 1917.
Al día siguiente comenzó la etapa más radical del movimiento francés. En Nantes, París, Le Mans y otras ciudades importantes de Francia los obreros ocuparon las fábricas y comenzaron a operarlas bajo su control, y del mismo modo se hicieron con el control de los trenes. A lo largo de los días siguientes, los trabajadores se hicieron con el control de los transportes, suministros petroleros, generación de energía, tiendas y servicios postales. Se pusieron en contacto con las organizaciones campesinas y juntos, proletarios de la ciudad y del campo, se ponían de acuerdo con los precios mientras se hacía obligatoria la transparencia. Todos los productos básicos bajaron de precio en las tiendas.
Los estudiantes y los maestros ocuparon y además se encargaron de administrar las escuelas en las que recibían y cuidaban a los hijos de los huelguistas. Los disturbios continuaron violentamente, pero en un punto las acciones realizadas y los objetivos perseguidos empezaron a ir mucho más allá de una simple huelga. Los trabajadores de los medios de comunicación de masas también se fueron a huelga a partir del 25 de mayo, y después de unos días los contenidos fueron sometidos al control de los propios trabajadores. También se intentó quemar la Bolsa de Valores de París.
Estamos hablando de una situación de franco doble poder, es más, era casi un hecho que el poder estaba en la calle, la bandera roja ondeaba en fábricas, escuelas, tiendas y hasta centros científicos; la revolución proletaria francesa estaba a un paso de ser un hecho, algo que revitalizaría el movimiento obrero de todo el mundo y que volvería a poner con fuerza el tema de la revolución mundial en el orden del día de toda discusión política. De Gaulle estaba incomunicado y aislado de la clase obrera, ¡inclusive lo habían tenido que evacuar del Palacio del Elíseo por temor a una insurrección!, el estado burgués estaba cerca de ser derrocado en Francia, y el nivel de capacidad de organización que los trabajadores demostraron era la prueba de que los explotadores no iban a poder retomar el poder, ni siquiera con ayuda de los «Comités de Defensa de la República», cuyo objetivo era tratar de movilizar a la pequeña burguesía contra los trabajadores. Es aquí donde empieza el papel criminal y la culpa de los dirigentes reformistas, y estalinistas.
Por sí solo, el gobierno de De Gaulle ya no era capaz de contener la situación revolucionaria que se avecinaba. Estaban en su contra incluso algunos de los sectores más jóvenes del ejército. Sin embargo, el movimiento obrero-estudiantil francés necesitaba una certera guía teórica para decidirse de una vez por todas a conquistar el poder, y el primero que debió haber estado ahí para ofrecerla, el Partido Comunista Francés, fue el primero que representó una traba para el desarrollo de la revolución.
Contextualizando, después del ascenso al poder de la burocracia en la Unión Soviética, la Internacional Comunista, y todos los partidos afiliados a ella, quedaron irremediablemente sometidos a las órdenes de la camarilla formada al rededor del dictador Josif Stalin. Este personaje se hizo con el poder después de eliminar política -y físicamente- a prácticamente todos los integrantes de la generación bolchevique que hizo la Revolución De Octubre. Al mismo tiempo, Stalin institucionalizó un marco teórico muy cercano al de los viejos mencheviques y sacrificó la joven democracia obrera rusa. Es decir, en todos los sentidos Stalin traicionó a la revolución. Ahora, una de las cosas que la camarilla burocrática estalinista elevó al grado de oficial fue la teoría del socialismo en un solo país, según la cual, la Unión Soviética debía hacer crecer el socialismo solamente en sus propios límites fronterizos, haciendo que todos los demás partidos comunistas se limitasen a proteger a la URSS. Al hacer oficial la corriente estalinista del pensamiento, los partidos comunistas renunciaron prácticamente al marxismo, ya no interesaba hacer la revolución sino servir a las órdenes de Moscú.
Renunciar al marxismo significó inaugurar una larga serie de políticas incorrectas que se alternaban entre el oportunismo, la capitulación y el ultraizquierdismo. Este último es el que se pudo ver en Francia. Puesto que las demandas estudiantiles no empezaron yendo acorde a los designios teóricos del PCF, y ya que los sindicatos no aceptaron de antemano someterse a la dirección del partido en los ultimátums que este proclamaba, la dirección del PCF declaró que el movimiento obrero-estudiantil era un movimiento de «falsos revolucionarios». Los que debieron apoyar incesantemente el control obrero, asistir a las asambleas y plantear la toma del poder por el proletariado; abandonaron al movimiento a su suerte.
Justo cuando la clase dominante ya veía todo perdido, De Gaulle y Pompidou se ofrecieron a negociar lo que fuese, los dirigentes de los sindicatos -que hasta el momento habían llevado más o menos la dirección del movimiento- y del PCF se negaron a convocar a sus militantes a un alzamiento serio por el poder. Los dirigentes sindicales de hecho aceptaron gustosamente las negociaciones, pues el alcance del movimiento se había extendido mucho más allá de lo que los burócratas podían manejar. El 27 de mayo los dirigentes sindicales acordaron muchas concesiones que empresarios y gobierno ofrecieron para intentar calmar a la clase obrera.
Pero a estas alturas, esas ofertas los obreros ya las rechazaban al grito de ¡Gouvernemente populaire! (gobierno popular), ¡Nous sommes le pouvoir! (nosotros somos el poder).
Sin tener ya mucha escapatoria, De Gaulle anunció el 30 de mayo su decisión de disolver la Asamblea Nacional a la espera de nuevas elecciones. Realizó modificaciones en su gabinete, pero mantuvo a Pompidou como Primer Ministro, y también dejó en claro que a partir de ese momento iba a estar dispuesto a volver a usar la fuerza para mantener el orden. La fecha de las nuevas elecciones fue fijada para el 23 y el 30 de junio. Teniendo un mes de tiempo, De Gaulle llamó a sus fuerzas simpatizantes, principalmente viejos y pequeñoburgueses de clase media. Y numéricamente esas manifestaciones nunca pudieron igualar a las que todavía podían ser convocadas por trabajadores y estudiantes. Si a lo largo de ese mes, la CGT o algún otro sindicato, el PCF o la SFIO, o inclusive alguna de las organizaciones estudiantiles, hubiese hecho el llamado a la insurrección por la toma revolucionaria del poder, el capitalismo francés terminaba ahí, y junto con él se iba todo el capitalismo mundial. Solo que ese fue un llamado que nadie hizo. El PCF llegó incluso al extremo de decir que nunca había existido una posible situación revolucionaria (¡!).
La clase obrera no puede permanecer en huelga para siempre. En la competencia por el poder que se lleva a cabo en la lucha de clases se llega hasta el final o se fracasa estrepitosamente. La clase obrera es capaz de llevar a cabo proezas espectacularmente heroicas, pero si la dirigencia no es capaz de ofrecer una adecuada perspectiva política para vislumbrar la toma del poder y llevar a cabo un programa revolucionario, los trabajadores se cansan, y regresan al trabajo desilusionados. Los dirigentes de las organizaciones obreras, ya sea en forma de partido o de sindicato, llamaron a no hacer nada hasta las elecciones y no ofrecieron ninguna otra perspectiva. Para junio, la revolución proletaria francesa empezada en mayo se había terminado.
En las elecciones, los estudiantes decidieron abstenerse de votar, por enojo contra la derecha y rabia contra la izquierda oportunista que los había abandonado, eso y un descrédito general que a sus ojos tenían las instituciones. Los trabajadores, por otro lado, decidieron no ir a votar, o bien castigar con su voto al Partido Comunista. La derecha gaullista ganó las elecciones con un margen amplio y bastante cómodo. 1968 significó el principio del fin de la influencia del PCF en la política nacional francesa, así como el comienzo del final definitivo de la influencia sobre masas del estalinismo en Europa.
En el mismo mes de junio, De Gaulle y Pompidou iniciaron una política de criminalización y venganza: la Sorbona fue desarticulada y separada en varios campus, y ocupada por la policía desde junio hasta diciembre, con sus estudiantes desalojados; centenares de trabajadores de los medios de comunicación fueron despedidos por haber participado en la huelga y los comités obreros, también muchos cientos de trabajadores industriales; se prohibió la huelga y la protesta en Francia; se aprobó en la Asamblea un paquete de recortes al gasto público, y el prometido aumento al salario mínimo fue de tres francos la hora.