Con el triunfo electoral del 1° de julio de 2018 la gran burguesía mexicana perdió el control directo del aparato de gobierno del país. Ya en un innumerable número de veces hemos señalado que en última instancia quien manda en México es quien controla las principales palancas de la economía, y por supuesto que en el capitalismo ese tema no se pone en las votaciones. Los grandes burgueses: Slim, Azcárraga, Salinas, Grupo México, Monterrey, Maseca, etc., son los que controlan la industria y en asociación con transnacionales, la banca y el sector financiero, dicen en instancias absolutamente fuera de la lupa las principales estrategias para extraer hasta el último peso de los trabajadores y de la economía mexicana en su conjunto.
El aparato de justicia, los órganos policiales a todos los niveles, la burocracia de Estado, el grupo de culto religioso, etc., buscan en última instancia quedar bien con los grandes poderes económicos. Pero el poder de la burguesía no se sostendría ni un segundo si las masas trabajadoras, que son la absoluta mayoría, no creyeran que el sistema de dominación es legítimo, es decir, que tiene el derecho a existir y que las cosas son como son y así deben ser. El proceso electoral básicamente tiene como objetivo probarle a la gente que el sistema de dominación es legítimo. En las elecciones se debe poner en juego la administración del poder político y formalmente sucede así, aunque el juego burgués es que en las elecciones sólo participen opciones, distintas en matiz, pero en el fondo defensoras orgánicas de la dominación burguesa. Una de las características para asegurar que así sea es que no lleguen advenedizos, personas que no vivan, convivan o no sean empleados de la élite.
Si este sistema fuese capaz de asegurar el bienestar general, la igualdad de oportunidades y, en general, el respeto a la vida de las personas y del planeta, entonces no habría mucho problema para la gran burguesía, el sostenimiento de su poder y sus apariencias pero constantemente y de modo cada vez más profundo la voracidad por la ganancia lleva a crisis que llevan a la degradación de todo aquello que la humanidad considera importante para el bienestar general.
En esos momentos, los sectores oprimidos buscan una alternativa dentro de las opciones organizadas que participan en el proceso electoral, lo ideal es que los trabajadores organizados se presentaran en estos procesos de forma unificada. En cada país se ha desarrollado una lucha constante por que los oprimidos se conformen en un partido capaz de disputar el poder político y llevar a los trabajadores al poder económico. La historia de cada país demuestra un compendio de esfuerzos de los trabajadores por lograrlo y al mismo tiempo de los intentos de la gran burguesía para socavar, minar o destruir todo intento organizativo con miras a convertirse en opción frente al sistema.
En el 2018, producto de las condiciones concretas de la crisis y del desgaste del sistema político mexicano, las masas llevaron al frente del gobierno a Andrés Manuel López Obrador, un político nacionalista y ferviente simpatizante del liberal mexicano Benito Juárez, el principal impulsor de un capitalismo de libre concurrencia del siglo XIX.
Las ideas de AMLO no están en contra del capitalismo pero no esta de acuerdo en recibir ordenes de la gran burguesía tal y como había sucedido durante al menos los últimos 40 años. Por tal motivo el consenso general de los dueños del poder real en México es que es necesario sacar del gobierno a AMLO y nulificar la posibilidad de que su partido, Morena, se convierta en una verdadera alternativa organizativa para las masas.
La gran burguesía, en general, muestra una actitud formalmente neutral e incluso corteja abiertamente al gobierno de AMLO. Subirse al caballo para darle una conducción, Carlos Slim y en particular Alfonso Romo, forman parte de esta, digamos facción. En realidad, buscan cooptar la voluntad del gobierno a favor de los grandes intereses de la burguesía y en algunos casos lo logran, en otros no, pero siempre son un contrapeso a la presión que las masas puedan generar en favor de impulsar una alternativa distinta.
Los sectores de la burguesía organizados en partidos (PRI, PAN y PRD) fueron los que resultaron más golpeados en 2018, su credibilidad frente a las masas quedó por los suelos y su utilidad para los intereses de sus amos también quedó en entredicho. Un partido burgués no tiene sentido si no puede acceder al poder político, por tanto, desde el momento mismo de su derrota han vivido una crisis interna muy profunda que los lleva a buscar un frente común, a hacerse fuertes aprovechando cualquier oportunidad a partir del desgaste del gobierno.
La extrema derecha, generalmente conformada por capas medias en vías de proletarización y que no tiene empacho en reclutar lúmpenes de toda índole, en general es dirigida por fanáticos reaccionarios de inspiración tanto religiosa como abiertamente fascista. Estos grupos siempre reciben financiamiento de los grandes burgueses que los utilizan como carne de cañón para impulsar su doble juego, son como un perro descontrolado que sus amos amenazan con desatar en caso de que sea necesario. No son una opción de poder, pero si lo son para golpear ya sea a organizaciones de trabajadores o activistas. Las acciones circenses como la ocupación de la plancha del zócalo son un ejemplo del estado ridículo en el que se encuentran. No obstante, en América Latina grupos de este tipo han sido capaces de asesinar activistas o generar terrorismo abierto.
El otro frente es el de los organismos patronales, el cual es en la actualidad el más organizado. Estos grupos siempre están negociando asuntos como las leyes fiscales, acuerdos laborales, proyectos de inversión, etc. No ha sido distinto con el actual gobierno y en general se le han hecho concesiones de todo tipo. No obstante, al final no están cómodos negociando y llegando a acuerdos cuando para ellos lo importante es que el gobierno ejecute sus prioridades “rápidito y de buen modo”.
Los organismos patronales pueden soportar por algún tiempo la dinámica que el actual gobierno ha impuesto pero su objetivo general, como la de todos los demás sectores de la burguesía, es que las cosas vuelvan a la normalidad a la que estaban acostumbrados y la verdad es que ni los partidos burgueses tradicionales ni la extrema derecha han logrado desgastar por su acción al gobierno de AMLO.
Por esta razón se han decidido a lanzar una nueva iniciativa en donde se intenta unificar políticamente a la burguesía de frente al próximo proceso electoral. “Sí por México” tiene como cabezas visibles a Claudio X. González, representando los intereses del Consejo Mexicano de Negocios, y a Gustavo de Hoyos de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex).
Al parecer tienen prisa. El día 3 de octubre se proclamaron, llamando a que los partidos asuman su agenda. El 8 de noviembre los lideres del PRI, PAN y PRD se sumaron dando banderazo de salida a las negociaciones para formar frentes comunes respecto a las elecciones de 2021.
A la larga, el objetivo inicial de la coalición sería ganar una mayoría en el congreso y la revocación de mandato al mismo tiempo. En caso de triunfar, presentarían el regreso de la política de ataques constantes a los intereses de los trabajadores que hemos vivido los últimos 40 años.
Queda claro, para cualquier trabajador, que es necesario enfrentarlos como los enemigos que son y que, al mismo tiempo, debemos advertir que la política de conciliación del actual gobierno les da margen para crecer y socaba la posibilidad de que los trabajadores avancemos en la consecución de nuestras demandas.
El 1° de julio de 2018 no estuvo mal, se les arrebato parte del poder político, no obstante, esta claro que no basta. Es necesario arrebatarles el poder económico, de otro modo siempre estarán planeando acciones contrarrevolucionarias que invariablemente afectarán de lleno los intereses de los trabajadores.