Por: Carlos Márquez
Los obreros de 45 maquiladoras de Matamoros, Tamaulipas, rebasaron el control burocrático de su sindicato y las presiones del Estado y la patronal y estallaron la huelga. Este ejemplo fue seguido por trabajadores de centros comerciales, de fábricas, maquiladoras e incluso de la misma Coca Cola en Matamoros. Pero esta lucha es un ejemplo nacional. Baste mencionar que al otro extremo del país, en la empresa de ropa deportiva Alabama México, ubicada en Yucatán, también fueron los obreros a huelga, inspirados por sus hermanos de la frontera norte. A esto hay que sumar que más de 5 mil trabajadores de la UAM, en la ciudad de México, al igual que los de la UABJO, en Oaxaca, estallaron en huelga el 1 de febrero. Hay que añadir a la lista el conflicto magisterial en Michoacán, que además de paralizar las clases ha implicado la toma de las vías de ferrocarril y el paro de los trabajadores de la Semarnat. Nuevos conflictos se desarrollan y seguramente habrá nuevos estallidos.
Durante los dos primeros meses del actual gobierno han estallado más huelgas que en todo el sexenio de Enrique Peña Nieto. Es como si se hubiera quitado de nuestras espaldas una pesada loza; hay un ambiente de liberación y confianza.
Las huelgas no son el único indicador del desarrollo de la conciencia y confianza de los trabajadores. Un sector de los obreros petroleros está luchando por la creación de un nuevo sindicato, en oposición a Romero Deschamps, llamado Petromex. En este contexto, Napoleón Gómez Urrutia, dirigente del sindicato minero metalúrgico, ha anunciado a su vez la creación de una nueva central sindical que podría partir al pesado sindicalismo charríl de la industria. Estos ejemplos son sólo una muestra de lo que en muchísimos centros de trabajo se está viviendo y nos habla que hemos entrado en un nuevo y distinto periodo en la lucha sindical.
La presión acumulada sale a la superficie
Hay diez mil problemas acumulados en esta sociedad y la entrada del gobierno de AMLO está animando a distintos sectores y a la clase obrera a entrar en acción. La derrota humillante del PRI y el PAN en las elecciones fue la continuación de una serie de luchas contra el viejo régimen, el Estado y su sistema. Las grandes masas votamos por millones contra el PRI y el PAN, por AMLO y sobre todo por un cambio necesario. Con este nuevo gobierno ahora la exigencia es que se concrete dicho cambio y es 100% correcto actuar. Los marxistas señalamos con claridad que un triunfo de AMLO daría mejores condiciones para la lucha de los trabajadores y no nos equivocamos.
Lenin solía decir que las masas suelen estar mil veces a la izquierda que sus direcciones políticas y sindicales. AMLO no plantea acabar con el capitalismo y la explotación, pero sí ha emprendido una lucha contra el neoliberalismo, por un gobierno austero que limite los privilegios de la alta burocracia y que acabe con la corrupción. Ha dicho que su gobierno no reprimirá al pueblo y en muchas ocasiones ha dicho que primero son los pobres. Claro que hay limitantes importantes en su programa. Pese a todo ello, los trabajadores han entendido bien que al viejo régimen se le combate acabando con la corrupción en las dependencias estatales y combatiendo a los charros sindicales. Los trabajadores han visto que si primero son los pobres y este gobierno no es neoliberal, entonces hay que buscar restituir el salario perdido exigiendo incrementos sustanciales. La lucha de Matamoros es muy significativa, AMLO dio en la frontera norte concesiones a los empresarios, pero los obreros no leen las letras chiquitas del contrato y salieron a la batalla amparados por el decreto de aumento salarial del nuevo gobierno.
El viejo régimen, que lucha por mantenerse y no morir, tiene en su haber un control sindical corporativo y gansteril. La lucha por la caída del viejo régimen significa la lucha contra el corporativismo sindical, que debe traducirse en sindicatos clasistas con auténtica democracia obrera.
El Gobierno de AMLO entre dos fuegos
AMLO llegó a la presidencia por el apoyo masivo de los trabajadores. Él ha dicho que en su proyecto los empresarios son muy necesarios y busca el fomento de la inversión privada. Durante décadas los gobiernos en turno, del PRI y el PAN, habían socavado los derechos laborales y con ello el poder adquisitivo de la clase obrera. Hoy la clase obrera quiere restituir sus derechos perdidos, pero los patrones no quieren ver disminuidas sus ganancias.
Las primeras conquistas en la lucha de Matamoros hablan de que la correlación de fuerzas está a favor de la clase obrera. Pero los trabajadores no pueden estar en lucha permanente y los empresarios lo saben, también buscan que cuando la marea baje todo regrese a la normalidad. Están haciendo una campaña de presión al nuevo gobierno a la vez que realizan una represión selectiva para desarticular el movimiento y buscar mantener el corporativismo de los charros sindicales.
Sin embargo, en este contexto, los empresarios amenazaron con el cierre de empresas mientras que los periodistas vendidos, los periodistas fifís, hacen una campaña contra las huelgas y las luchas obreras “porque ahuyentan la inversión”.
El caso de Pemex
AMLO ha emprendido una lucha contra el escandaloso robo de combustible, que en su mayoría se organiza desde dentro de la propia empresa, con la participación directa del sindicato. Este no es en realidad un auténtico sindicato, sino una mafia involucrada en el huachicoleo, y que tiene a la clase obrera bajo control, siendo los trabajadores eventuales (sin base) los más perjudicados, pues tienen que estar haciendo regalos, favores, e ir de acarreados a sus eventos de los dirigentes para conseguir contratos temporales.
La lucha contra la corrupción en una empresa como Pemex puede ser efectiva si hay un control de abajo hacia arriba. Desde la época de la expropiación petrolera, León Trotsky, que entonces vivía en México, señaló la necesidad del control obrero de esa industria. Ése es el único camino efectivo en la lucha contra la corrupción y el robo del combustible. Un primer paso debería ser la existencia de un verdadero sindicato que defienda los intereses de los trabajadores.
Un grupo de trabajadores petroleros conformaron un nuevo sindicato, en el local de los Tranviarios, llamado Petromex. Estos han sido apoyados, algunos dicen que ‘apadrinados’, por Cuauhtémoc Cárdenas. Estos trabajadores fueron a la Secretaria de Trabajo a legalizar su sindicato y fueron recibidos de forma altanera y burocrática por sus funcionarios, diciendo que en esa instancia no se podía hacer ese trámite. A pesar de meter sus estatutos no habían recibido ningún tipo de respuesta, de tal forma que decidieron hacer un mitin, en Palacio Nacional, el viernes 22 de febrero. Representantes de la Presidencia les recibieron con un trato distinto y les dijeron que no hay ningún acuerdo ni interés de soportar a la antigua burocracia de Romero Deschamps.
El sindicato petrolero charro cuenta, según información de su dirección, con 193 mil trabajadores afiliados. Un parte del grupo de compañeros, autodenominados ‘morenos’, iniciaron la tarea de construir la nueva organización sindical y han recorrido el país hablando con los obreros petroleros. Petromex, aún sin iniciar una campaña de afiliación ni contar con la toma de nota y registro, dice tener 25 mil preafiliados. Si consiguen los requisitos legales podrían tener una afiliación masiva y entrar en una batalla franca contra el aparato burocrático sindical de Romero Deschamps.
El sindicato de los trabajadores de la educación
El año pasado, la situación llegó a un punto casi de parálisis en el Estado de Michoacán, con una gran cantidad de trabajadores estatales que no recibían salario. A los maestros se les ha retenido el salario también en este año y al iniciar el nuevo comenzaron las protestas. Un 90% de las escuelas están en paro. Con un acuerdo unificado, mantuvieron durante 17 días tomadas las vías ferroviarias, generando un verdadero conflicto en el transporte de mercancías.
AMLO acordó liberar recursos, que se dan como adelanto al gobierno Estatal de Michoacán, para que éste cubriera los pagos pendientes a los maestros. AMLO dijo que los salarios son sagrados y es inconstitucional dejar de pagarlos. Pero el corrupto gobernador, Silvano Aurioles, actuó como provocador y aun así se negaba a pagar sus salarios.
La sección XVIII de la CNTE tuvo una asamblea y decidió liberar las vías ferroviarias. Sin embargo, un sector de la misma rompió el acuerdo y reanudó la toma. AMLO dijo que no reprimiría, fue a la Comisión de Derechos Humanos a meter una queja, pero le respondieron que el gobierno no puede delegar y debería asumir su responsabilidad. Hizo una gira en zonas michoacanas y la presión política mermó al grupo disidente de la CNTE.
A la par de esto, el gobierno mandó a representantes y se estableció una mesa tripartita con funcionarios del gobierno estatal y representantes de la CNTE. Finalmente, después de un mes de lucha, el paro se levantó obteniendo pagos, plazas para egresados normalistas y un plan para acabar con el rezago educativo y salarial y hacer una auditoria al gobierno; con una alerta de retomar la movilización si hay incumplimientos en los acuerdos.
Este triunfo se debió a la contundencia de la lucha, que fue masiva y realizó acciones contundentes de presión. Fue esto lo que llevó al gobierno de AMLO a actuar para destrabar el conflicto en beneficio de los trabajadores.
La huelga el SITUAM
Vemos, en otro sentido, las luchas de los sindicatos universitarios. En el caso del SITUAM, la dirección no ha actuado con firmeza ni una estrategia clara de lucha; fue la presión de la base la que llevó al estallido de la huelga. Ésta es una lucha importante, porque se mantiene un tope salarial de 3.25% de aumento y las autoridades no quieren ceder. Mientras escribimos este artículo, el tiempo corre, la presión con los estudiantes aumentará y las autoridades intentarán usarlos en contra de la huelga. La dirección del SITUAM no quiso asistir a un mitin con otros sindicatos universitarios y ha cambiado en varias ocasiones el plan de acción. Eso confunde, desorganiza y limita la solidaridad externa.
Desde el año 2008 no había estallado una huelga y en esa ocasión el movimiento fue derrotado. Hoy existen condiciones favorables para la lucha, pero el triunfo no está garantizado de antemano. Se requiere que los métodos democráticos del SITUAM avancen, y que la base y los sectores más combativos marquen una agenda de lucha que avance hacia el triunfo. Este sindicato tiene distintas corrientes, pero muchas veces el debate no se da de manera ideológica sino por cuestiones secundarias o incluso personales. Esos métodos desgastan y no ayudan. El debate debe ser sobre cuál es la estrategia y las acciones que lleven al movimiento a la victoria, y en la práctica, cómo contrarrestar a quienes desde lo interno pongan trabas para la unidad interna y externa, el fortalecimiento del SITUAM y el avance a la solución del pliego petitorio.
La central de Napoleón Gómez Urrutia
Los charros del sindicato minero fueron durante la insurgencia sindical de los años 70s el batallón de combate del sindicalismo democrático. Napoleón Gómez Urrutia heredó la dirección del sindicato de su padre. La lucha de clases no obedece a dictados desde arriba y la huelga minero-metalúrgica de 2006, surgida tras el accidente de Pasta de Conchos, hizo que este viejo aliado del régimen terminara enfrentándose a él. Esta huelga tuvo escenas como la de los enfrentamientos de los siderúrgicos en Michoacán con la policía, que quería levantar la huelga, o la prolongación de la lucha en Cananena, donde los mineros estaban dispuestos a inmolarse para defender la huelga.
La patronal, apoyada en el fraudulento gobierno panista de entonces, aplicó medidas salvajes contra la clase obrera y buscaba imponer un sindicalismo blanco, pues sus viejos aliados ya no les eran útiles. Con su política clara de intromisión en los sindicatos, quisieron destituir a Gómez Urrutia, acusándolo de fraude y él se exilió en Canadá, donde profundizó su relación con las confederaciones norteamericanas.
El viejo régimen ya había minado su propia base de apoyo. El sindicalismo charro le daba una base de apoyo corporativa y mantenía bajo control al movimiento obrero, pero para conseguirlo en el pasado fue capaz de dar algunas migajas: ofrecer mínimas concesiones. En este periodo de crisis orgánica del capitalismo, el programa de la burguesía busca socavar los niveles de vida. Los sindicatos charros no han quedado exentos de los ataques; la base comienza a despertar y se han dado rupturas y enfrentamientos con el viejo régimen.
En el actual momento, donde el régimen del PRI y el PAN están en agonía, Napoleón Gómez Urrutia, quien regresó a México siendo ya senador por Morena, ha conformado una nueva Confederación sindical llamada Confederación Internacional de Trabajadores (CIT) que en su asamblea constitutiva tiene 10 federaciones y 150 sindicatos.
Gómez Urrutia dijo que había que confiar en el nuevo proyecto de nación de AMLO y acabar con los viejos vicios y practicas charriles. AMLO dijo que él no está detrás de esta federación y que respeta la autonomía sindical y está a favor de la democracia sindical y de acabar con las viejas prácticas.
La formación de la CIT es un hecho y representa una ruptura del charrismo sindical. Son miles los trabajadores que pertenecen ya a ésta y se debe defender que realmente haya una práctica democrática y un programa de clase.
Se acusó a Napoleón de ser quien provocó el conflicto en Matamoros, algo falso, pero es verdad que en este caso la CIT puede presentarse como una alternativa para oponerse a los viejos charros. Pero éste no es el único camino posible. La Nueva Central Sindical debería plantearse como una alternativa firme buscando fortalecerse y crecer en esta favorable coyuntura.
Dentro de todo sindicato se debe pugnar por su democratización, eso implica métodos como elección directa de los dirigentes por la base, sin presión alguna, que puedan ser destituidos en cualquier momento y que tenga la base un férreo control de ellos, que se den informes regulares y transparentes del uso de las finanzas y que éstas sean usadas para el desarrollo de la lucha, para contener el surgimiento de nuevas burocracias. El sindicato no son los dirigentes, el sindicato somos todos y se debe buscar la participación colectiva de la base. Se debe construir un claro programa de clase que defienda desde los derechos inmediatos básicos y aspire a una transformación profunda de la sociedad para acabar con la explotación. Enarbolando demandas como:
- Una paulatina lucha por la restitución del poder adquisitivo del salario, con escala móvil para que éste aumente si hay inflación.
- La recuperación de las prestaciones, derechos laborales y sociales que fueron arrebatadas, mermadas o eliminadas durante los gobiernos del PRI y el PAN.
- Fortalecer los Contratos Colectivos de Trabajo y las Condiciones Generales de Trabajo en beneficio de los trabajadores.
- La sindicalización de trabajadores que no cuentan con ninguna organización que los defienda dentro de su centro de trabajo.
- Abrir los libros de cuentas de las empresas y así transparentar los beneficios de los patrones. Esto es lo que se hizo en la industria petrolera cuando los obreros demandaron aumento salarial durante el gobierno de Lázaro Cárdenas.
Una nueva insurgencia sindical
Se ha abierto un nuevo periodo en la lucha sindical. Hay fisuras en la estructura burocrática y se impulsa la creación de nuevos sindicatos mientras en la base vemos un claro fermento de lucha. En este contexto se abren grandes posibilidades para luchar por nuestras reivindicaciones inmediatas y restituir derechos perdidos. El ambiente político es favorable, el triunfo de AMLO está abriendo las compuertas de la lucha de clases. En Matamoros los capitalistas han estado a la defensiva y miran impotentes y temerosos la fuerza que adquiere el movimiento: por eso han cedido en las demandas económicas. Pero ni allá ni en el resto del país se quedarán con los brazos cruzados viendo cómo bajan sus ganancias. La patronal, ya sea dentro de las instancias estatales o en la industria privada, querrá asestar golpes y derrotas que apacigüen el actual ambiente de lucha. La inexperiencia de una nueva capa que entra en la lucha, y la existencia de estructuras burocráticas con líderes que van desde los propatronales a los reformistas, pueden llevar a algunas luchas a la derrota.
Ante todo, este nuevo periodo abre la posibilidad de destruir o marginar al charrismo sindical. Es claro que el movimiento sindical se transformará en esta coyuntura, pero el camino que tome no está definido de ante mano; dependerá del actuar concreto de los actores involucrados. Nuevas formaciones, aun cuando sean impulsadas por líderes reformistas o provenientes del charrismo sindical, pueden adquirir un carácter masivo. Si no existe una alternativa verdaderamente de masas, más a la izquierda, con la cual disputar la dirección del movimiento obrero, es correcto participar en ellas. Se necesita un programa de clase claro y una defensa firme de la democracia sindical, pugnando por métodos democráticos que permitan el control de la base de estos nuevos sindicatos.
Es necesario fortalecer y defender las posiciones ganadas por el movimiento democrático. Eso requiere fortalecer las organizaciones internamente y, con ellas, vincularse con una estrategia clara al proceso de lucha general, con el objetivo de desarrollar el sindicalismo independiente y clasista. Es necesario tener una posición adecuada frente al actual proceso, que puede llevar a errores de carácter oportunista y sectario. Se requiere una posición de intransigencia de las demandas inmediatas y generales de la clase obrera y una clara política de independencia de clase, oponiéndonos en cada momento a la ilusión de creer que podemos conciliar los intereses de clase. Creer que son compatibles los intereses de los trabajadores con los de la clase empresarial es como pensar que podemos mezclar el agua y el aceite.
Hay que entender que este gobierno se creó por el apoyo masivo de los trabajadores y se le puede presionar, arrebatar concesiones e incluso hacerlo girar a la izquierda. Choques sectarios frontales con el nuevo gobierno pueden aislar las luchas y facilitar su derrota. El sectarismo puede aislar a corrientes o sindicatos democráticos y fraccionarlos, debilitándolos. Si los activistas sindicales no miran el estado de ánimo general pueden chocar no con Obrador sino con los trabajadores que creen en él. La lucha contra el aeropuerto en Texcoco nos mostró cómo se puede defender de manera firme nuestras demandas abriendo un dialogo con el resto de la población que junto con este gobierno lucha por un cambio.
El nuevo gobierno está llevando adelante una serie de medidas positivas, como la lucha contra la corrupción, el rescate de los energéticos y la limitación de los privilegios de la alta burocracia. Esta batalla se libra de arriba hacia abajo, apoyándose en la estructura de un Estado que se está reformando, pero que todavía tiene mucho del viejo régimen y no ha perdido su carácter de clase. El ejemplo de la dirección es importante, pero las medidas son más efectivas cuando se traducen en la organización de los trabajadores. Estamos de acuerdo en luchar por una sociedad sin corrupción, pero la forma más efectiva de combate es estableciendo el control obrero de la producción y la administración del Estado.
En la década de los 70s se abrió una lucha por la democracia sindical y la defensa de los derechos laborales. Se dieron avances importantes, pero no se pudo derrotar al charrismo sindical en su conjunto. Hay que aprender de los aciertos y errores de nuestras luchas. Hoy se abren nuevas posibilidades. Para vencer en esta batalla, un factor importante es la creación de cuadros políticos arraigados en el movimiento obrero que adquieran tanto la experiencia en la lucha de clases como la formación política que da la ciencia del proletariado: el marxismo. No aplicando éste dogmáticamente sino como una guía para la acción. No hay tiempo que perder, hoy tenemos una cita con la lucha de clases que debe de hacer historia.