Por: Ana Karen Campos
Rosa Luxemburgo es, sin lugar a dudas, una de las mujeres revolucionarias más representativas del siglo XX, pues se enfrentó de forma decidida al imperialismo y al revisionismo del Partido Socialdemócrata Alemán. Sus aportaciones a la teoría marxista, la hacen destacar como ícono de la lucha obrera y del socialismo europeo.
Desde los 15 años, Rosa inicia su militancia política en su natal Polonia, a pesar de las condiciones de segregación y discriminación a las que se enfrentó durante su vida -por el hecho de ser una mujer, Polaca y de origen judío- en 1893 funda junto con Leo Jogiches y Julian Marchlewski el periódico “La causa de los Trabajadores” en el cual mostraba firmemente su oposición a las políticas nacionalistas del Partido Socialista Polaco, pues siempre sostuvo como principio fundamental la lucha de clases, por encima de la lucha nacionalista o de género, ella creía que Polonia solo podría ser independiente después del triunfo de una revolución socialista, por lo que la lucha debía enfocarse a derrotar al capitalismo.
En mayo de 1898, se involucra en el trabajo del principal centro de la Segunda Internacional, participando en el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), el cuál era en ese momento, la más prestigiosa y numerosa de las organizaciones marxistas. Desde su entrada al partido, mantuvo una postura crítica al mismo, enfrentándose a las teorías revisionistas de Bernstein, quien con sus postulados, dio origen al reformismo dentro del movimiento marxista, pues aseguraba que el socialismo podría implementarse por medio de reformas graduales dentro del mismo sistema capitalista, las respuestas ante esta teoría fluían, sin embargo una de las mejores respuestas fue dada por Rosa Luxemburgo con su obra “¿Reforma social o Revolución?”, de este modo se pudo vislumbrar una muestra de su capacidad teórica, de su personalidad y del tipo de activista que era. A pesar de que sus colaboraciones sobre economía marxista eran consideradas importantes para el partido, el SPD contaba con una gran cantidad de teóricos economistas muy reconocidos, por lo que en un inicio, se pretendió limitar la labor de Rosa a la cuestión de la mujer o a la lucha antisemitista, lo que le causaba cierto escozor pues se negaba a ser clasificada, pues ella no aceptaría limitaciones a una cierta gama de interés, ella veía como la totalidad de las luchas el objetivo revolucionario.
Durante la segunda fase o primera ola del feminismo, a finales del siglo XIX y principios del XX, surge el movimiento sufragista o feminismo burgués, quienes defendían el derecho al voto de las mujeres pero dentro de los márgenes del sufragio censitario, el cual solo proveería del derecho al voto a las mujeres de la clase poseedora. En este sentido, esta era una batalla clara para abrir espacios para las mujeres de la pequeña y gran burguesía en la dirección de las empresas y en los puestos del estado. Para lograr tal fin, el movimiento sufragista se valía de la participación de las mujeres de la clase obrera, quienes eran superiores en número y nivel de organización. Dentro de este movimiento se proponía la creación de un frente interclasista de mujeres que permitiera llegar a las mujeres pertenecientes a la clase dominante, a puestos parlamentarios, con la promesa de que desde esa instancia, representarían el interés común de las mujeres de ambas clases.
Sin embargo, los intereses de la burguesía, son diametralmente opuestos a los intereses de la clase obrera, cuestión que tenían muy presente Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin. En el informe presentado por Zetkin en el Congreso de Gotha del SPD “La cuestión de la mujer y las tareas de la socialdemocracia”, se dejaba claro que los socialistas alemanes debían dedicarse a organizar y formar a las mujeres de la clase obrera, para impulsar un movimiento por el sufragio universal. Posteriormente ellas encabezarían la batalla dentro de la segunda internacional en contra de las concesiones que algunos partidos habían aprobado en favor de voto censitario promovido por las sufragistas.
Dentro de las medidas para combatir la influencia del movimiento sufragista en las mujeres obreras, en la segunda internacional, se impulsó la creación de grupos de mujeres, y se forma el primer congreso de mujeres socialistas, de ninguna manera este congreso planteaba la apertura al frente interclasista, ni a la división de la clase obrera por género, si no que era la táctica para poder hacer llegar el programa de lucha por el socialismo al conjunto de la clase obrera, de esta forma era más fácil poder acercarse a las trabajadoras en sus centros de trabajo.
Ante esta cuestión Rosa Luxemburgo en su texto “La Proletaria” escribe lo siguiente:
“La mujer burguesa no está interesada realmente en los derechos políticos, porque no ejerce ninguna función económica en la sociedad, porque goza de los frutos acabados de la dominación de clase. La reivindicación de la igualdad de derechos para la mujer es, en lo que concierne a las mujeres burguesas, pura ideología, propia de débiles grupos aislados sin raíces materiales, es un fantasma del antagonismo entre el hombre y la mujer, un capricho. De ahí el carácter cómico del movimiento sufragista.
La proletaria, en cambio, necesita de los derechos políticos porque en la sociedad ejerce la misma función económica que el proletario, trabaja de la misma manera para el capital, mantiene igualmente al Estado, y es también explotada y dominada por éste. Tiene los mismos intereses y necesita las mismas armas para defenderse. Sus exigencias políticas están profundamente arraigadas no en el antagonismo entre el hombre y la mujer, sino en el abismo social que separa a la clase de los explotados de la clase de los explotadores, es decir, en el antagonismo entre el capital y el trabajo.”
Con esta cita podemos ver claramente la postura de Rosa Luxemburgo ante el feminismo burgués, pues para ella no había duda alguna que el origen de la opresión de la mujer deriva de la misma raíz de la opresión de clase, en esas líneas, se deja de manifiesto que las mujeres obreras tienen más reivindicaciones en común con los hombres de su clase que con las mujeres burguesas, por lo cual el argumento de la lucha de género no tenía cabida para su pensamiento revolucionario. Es la lucha de clases, la lucha de los oprimidos contra los opresores, independientemente del género, la que llevará a una verdadera liberación de la humanidad, solo por medio de la transformación de la sociedad, solo con el triunfo de la revolución socialista se podrán sentar las bases de la plena emancipación de la mujer, eliminando las ataduras económicas, políticas, sociales y morales, que retienen a la mujer bajo el yugo opresor de la sociedad de clases, bajo la barbarie de explotación del sistema capitalista, al que debemos combatir y derrocar con toda la fuerza de nuestra clase.