Escrito por Octavio Nicolás Fernández Vilchis*
El presente artículo, de acuerdo con Olivia Gall autora del libro «Trotsky en México y la vida política en el periodo del presidente Lázaro Cárdenas (1937 – 1949)», es el resultado de un intercambio de ideas entre León Trotsky y el autor.
Nunca como hoy y en ningún lado como en México la palabra revolución ha tenido contenidos tan diferentes y ha servido para cubrir objetivos y actitudes tan contradictorias. Hace más de 20 años que escuchamos caracterizar a la Revolución mexicana bajo todas las formas e intitularse como revolucionarios a gente de todos los matices, desde las «camisas doradas» y los Laborde, hasta los Graciano o Almazán. Todo es «la revolución». Todos son «revolucionarios», desde los que venden las huelgas hasta los que actúan como agentes directos del imperialismo. El resultado es una enorme confusión en las masas obreras y campesinas que han podido hacer la experiencia de la transformación de la «familia revolucionaria» de ayer a los «nuevos ricos» de hoy, de los campesinos medios a los grandes propietarios de ahora, del pueblo armado en 1914 a la casta militar, de los dirigentes «de izquierda» de ayer a la burocracia voraz de la actualidad. Frente a hechos de este género, es más que nunca necesario explicar la naturaleza de la Revolución mexicana y apreciar si ella ha sido o no capaz de resolver sus tareas históricas. Al mismo tiempo, es necesario indicar el camino de la próxima etapa.
Lombardo y sus amigos ayudan tanto como pueden (lo que no es poco) a trastornar a las masas envolviendo entre nubes a la naturaleza de la Revolución mexicana y a sus posibilidades, con una habladuría mística. En uno de los editoriales de la revista Futuro (número dedicado a la revolución), se habla a los trabajadores de la «revolución mexicana victoriosa». Pero una revolución solo triunfa cuando ha llegado a realizar sus objetivos históricos, o cuando, aunque habiéndolos realizado en parte, demuestra su vitalidad y su capacidad para resolverlos en lo que queda por resolver. ¿Cuáles son los objetivos de la Revolución mexicana? Lombardo, situado en un plano ideal, moviéndose en medio de palabras huecas, realiza la consigna stalinista de la «unidad a cualquier precio», remontándola al pasado, y afirma: «entre los hombres que han iniciado este movimiento de libertad y los que lo representan hoy, no sólo no hay divergencias ideológicas profundas, sino que no hay diferencias desde el punto de vista práctico». Así, mete en una misma bolsa todo el polimorfismo adoptado por la Revolución mexicana en sus veintitantos años, con el objetivo de justificar su «unidad» alrededor de un candidato único, a fin de «debilitar a la reacción». Viejo mandamás de la revolución criolla, Lombardo nos presenta una revolución que se realiza, no bajo el fuego de la lucha de clases, sino en un medio análogo al que soñaban los idealistas liberales del siglo XIX. Une a Zapata con sus asesinos, a Carranza con los obreros que hizo fusilar, Flores Magón a Calles y, naturalmente, el fruto más importante del proceso, es Lombardo y compañía.
¿Qué ha sido la Revolución mexicana? ¿Cuál será su futuro?», se pregunta, y responde inmediatamente:
«Una cosa sola, una única fuerza, un único principio, sólo un ideal: hacer de México lo que no ha sido nunca hasta ahora; terminar con la miseria material del pueblo, terminar con su miseria moral, terminar con la ignorancia, acabar con el privilegio y hacer de este pueblo, un pueblo robusto, rico, sano y respetable.
Hasta aquí, estos son ideales parecidos a los que se encuentran en la cabeza de un liberal, de un charro nacionalista o de un burgués piadoso, sin hablar de la de Lombardo. Vuelve a lo que ha sido realizado y dice:
No solo no ha sido cumplida (esta tarea), sino en muchos aspectos, ni siquiera ha sido comenzada.
¿Cómo es posible hablar de triunfo realizado? Porque no se trata de cuestiones menores, ya que, él mismo declara:
«No hemos acabado con el aspecto semi-feudal de nuestro país; no hemos terminado con los caciques; no hemos puesto fin a los vicios del pasado; no hemos terminado con las fuerzas que tratan de desviar los más caros ideales del pueblo; no hemos acabado con los bajos salarios, con las rentas miserables; no hemos terminado con los millones de hombres, mujeres y niños con los pies desnudos; no hemos culminado con tantos millones que viven en cuchitriles como bestias salvajes; no hemos terminado con la ignorancia de las masas; no hemos acabado con nuestros prejuicios ni incluso con tantas fuerzas importantes, internas y externas a nuestro suelo que siempre son un obstáculo para el progreso de México».
¿De quién es la culpa? Es muy simple; «es culpa de la contrarrevolución». ¿Explicar de dónde proviene? No, sería necesario explicar que la dialéctica del desarrollo de los elementos revolucionarios los ha transformado en contra revolucionarios y los frena para la realización de los objetivos de «su» revolución.
Germán Parra, un amigo de Lombardo, se ha decidido a hablar un poco más que este último, en el mismo número de Futuro y dice esto:
La Revolución mexicana es una revolución burguesa, cuyo fin es transformar en capitalista a la forma feudal de la producción.
A lo que es necesario agregar que es el mismo proceso que celebra la burguesía en el poder consolidando al estado burgués. Y más adelante:
Ha sido la obra de la clase burguesa, para expropiar a los grandes propietarios, echar del país a la burguesía internacional e imponer a nuestro aparato económico la forma capitalista de producción.
Sonrojándose un poco, se acuerda que debe ayudar a Lombardo y agrega:
Si es verdad que, en esta última etapa, la clase obrera, habiendo llegado a la edad adulta, actúa en conformidad con sus propios intereses, prepara así el camino para la victoria del socialismo.
La Revolución mexicana ha triunfado en la medida que la burguesía del país ha tomado el lugar de la aristocracia feudo-clerical de la época porfiriana: en la medida en que la producción capitalista se extiende cada vez más a todos los sectores del país. Pero ¿las tareas fundamentales con respecto a los intereses populares han sido realizadas? El mismo Lombardo afirma crudamente que no. ¿Cuáles son las causas? La sangre derramada, el sacrificio y el heroísmo de las masas, no han faltado durante más de veinte años. El mismo Parra hace inconscientemente una afirmación que recela en germen la explicación de este hecho:
La Revolución mexicana es…una de las últimas revoluciones burguesas.
Esta es la clave: es precisamente el retraso histórico de la Revolución mexicana, como en el caso de la revolución de 1917, lo que explica el gigantesco aborto que ha sido la revolución mexicana a pesar de los clamores excesivos de los lacayos criollos de las clases dominantes.
El intento de revolución democrático-burguesa realizado en tiempos de Juárez llevó a un refuerzo paradójico de las clases feudo – clericales, debido, ante todo, a la ausencia de una base industrial suficiente, hecho que ha determinado la existencia de una burguesía apenas perceptible. El movimiento de 1910 presentó el caso típico de las revoluciones burguesas en los países atrasados, semi coloniales de América Latina. La burguesía indígena nacida al calor de ella, impotente de nacimiento y orgánicamente ligada por un cordón umbilical a la propiedad agraria y al campo imperialista, ha sido incapaz de resolver las tareas históricas de su revolución. La base de la revolución mexicana ha sido el gigantesco incendio campesino, pero los campesinos, incapaces de forjarse una política y una dirección propia, no han sido más que carne de cañón sobre los que se ha elevado la burguesía indígena totalmente nueva. Al pasar de mano en mano, de Soto y Gama a Obregón, de Calles a Graciano Sánchez, los millones de campesinos miserables no han visto resolver su situación, ni por las distribuciones realizadas por Cárdenas, y menos aún por la voraz burocracia que podría denominarse «ejidista». La salida no es en la Revolución mexicana que ya ha vencido, porque ella ha creado nuevos explotadores, pero la próxima, será, en cierto sentido, burguesa en la medida en que destruirá totalmente el feudalismo en el campo, dando toda la tierra a los campesinos, pero será proletaria porque llevará al poder a los obreros expulsando a las clases actualmente dominantes.
La Revolución mexicana, como revolución burguesa, debía liberar al país del yugo imperialista. Su historia es un encadenamiento de concesiones, forzadas e inevitables a veces, ventas repugnantes al imperialismo mezcladas con intentos impotentes de rebelión y con las grotescas contorsiones de los agentes imperialistas, como Lombardo, que danza con los aires de Wall Street. Ayer, él creía que se iba a la guerra y ofrecía entonces la sangre de los obreros y campesinos mexicanos al imperialismo «democrático» yankee. Hoy, él ve que va a ser neutro y La Habana los ve reclamar la neutralidad; mañana, Yankeeland irá a la guerra y Lombardo retomará su puesto de reclutador de carne de cañón, ajustando el paso a los pequeños ladradores del stalinismo. Lombardo es uno de los casos típicos de estos frutos de la Revolución mexicana, lo que explica, por otro lado, que Futuro bautice como «victoria» lo que Lombardo dice imprudentemente que «no ha sido cumplida, y en numerosos aspectos, ni siquiera ha comenzado».
La situación económica y política de México en la que las posiciones yankees se refuerzan día a día, a pesar del carácter progresista que se le pueda acordar a las medidas de tipo de la expropiación petrolera, demuestra de manera irrefutable que en México y en América Latina, las burguesías indígenas que llegaron al poder a continuación de la revolución del tipo mexicano son, y no pueden no serlo, a pesar de sus apetitos nacionalistas, simples apéndices del imperialismo. Lo demuestra bien la forma bajo la cual se prepara a aceptar las maniobras yankees de establecer el dólar como moneda latinoamericana tipo. Nacidas tardíamente, confrontadas a una penetración imperialista, y al retraso del país, no pueden resolver con éxito las tareas que sus equivalentes en los países avanzados han realizado ya hace mucho tiempo. En el futuro, únicamente el proletariado encabezando a los campesinos y el pueblo pobre, será capaz de realizar hasta sus últimas consecuencias las tareas de la revolución democrático – burguesa (agraria y antimperialista). No como agente de simple impulsión, sino como clase en el poder; será el verdadero realizador de la Revolución mexicana.
El desarrollo mismo de esta tarea, el hecho de la evolución actual de la economía mundial y de la situación política y social, la conducirá inevitablemente a realizar acciones que serán los primeros pasos de la revolución socialista. Así, la revolución mexicana no es socialista ni lo será, pero, en su conjunto, terminará con la toma de poder por el proletariado, se transformará sin solución de continuidad en revolución socialista. Esperar aún una etapa independiente de revolución agraria y antimperialista después de veintinueve años de Revolución mexicana y asignar al proletariado la misión de impulsarla, fijándole la revolución proletaria como «objetivo final», sólo pueden hacerlo los centristas confusos, encumbrados aún con el stalinismo del tercer período. En la práctica, esto conduce al apoyo y a la colaboración con el Estado «democrático» y la burguesía «progresista» en la lucha contra la «reacción». La perspectiva marxista es otra: o el proletariado toma el poder, y se da la revolución proletaria, o las tareas de la revolución democrático-burguesa (revolución agraria y antimperialista) no serán realizadas. Es en función de esta perspectiva que se aborda la lucha cotidiana, con su programa transitorio de reinvidicaciones (control de la producción, comités revolucionarios de lucha contra la carestía de la vida, escala móvil de salarios, administración obrera, tierra a los campesinos, ninguna participación en la guerra, etc.). En política, la ceguera es muy peligrosa, tanto más cuanto que, si en oposición a la traición abierta, es bien intencionada. Hay dos cabezas: oportunismo y aventurerismo ultra izquierdista. Uno y otro abren el camino de la derrota.
Escrito entre Noviembre y Diciembre de 1929
* Fue fundador de la IV Internacional en México, editor de la revista Nueva Internacional y posteriormente de la Revista Clave