Después de días de intensas especulaciones y evasivas, la presidenta de la Cámara de Representantes de EE. UU., Nancy Pelosi, aterrizó ayer en Taipei, Taiwán, en un avión de la Fuerza Aérea de EE. UU. Esta provocación temeraria y reaccionaria hacia China por parte del imperialismo estadounidense amenaza con desestabilizar toda la región del Indo-Pacífico.
El verdadero objetivo de Pelosi no es apoyar la ‘democracia’, como decía en su hipócrita discurso, sino promover los estrechos intereses del imperialismo estadounidense y los aún más estrechos intereses electorales del Partido Demócrata. Al mismo tiempo, la clase dominante china ha aprovechado la oportunidad para desviar la atención de una creciente crisis interna hacia los ‘enemigos en el extranjero’.
Pelosi ocupa el tercer cargo más importante en el gobierno de EE. UU., tiene una larga carrera parlamentaria de ataques a los intereses de la clase trabajadora estadounidense, y es una figura política profundamente impopular en casa.
Al igual que el igualmente impopular presidente Biden, que ha invertido decenas de miles de millones de dólares en la guerra de poder de Estados Unidos con Rusia en Ucrania, Pelosi quiere “actuar con dureza” en asuntos internacionales, especialmente antes de las elecciones de medio término de noviembre.
De este modo, decidió visitar Taiwán – en 25 años la isla no había recibido la visita de tan alto cargo político estadounidense – para humillar directamente a China, que considera a la isla como parte de su territorio.
Antes de la guerra en Ucrania, Pelosi ya había anunciado su intención de visitar Taiwán. Su plan se retrasó por un brote de COVID-19, pero la visita quedó programada para otra fecha, según explicaba un informe delFinancial Timess de mediados de julio.
Cuando anunció su plan de visitar Asia, Taiwán no figuraba en el itinerario oficial, aunque tampoco confirmó ni desmintió la visita prevista.
A lo largo de este proceso, China ha reaccionado con diversas amenazas, dejando claro que lo considera una gran provocación. El portavoz de Asuntos Exteriores, Zhao Lijian, advirtió que “el Ejército Popular de Liberación [EPL] nunca se quedará de brazos cruzados. China tomará medidas enérgicas y decididas para salvaguardar su soberanía e integridad territorial”.
En los seis días previos a la visita, no menos de tres ministerios chinos emitieron nueve advertencias en contra de su visita. Pelosi las ignoró descaradamente.
Por su parte, el gobierno taiwanés, ahora bajo la Administración pro estadounidense del Partido Democrático Progresista (DPP), pasó de afirmar que desconocía el plan de la visita de Pelosi a las vagas palabras del primer ministro Su Tseng-chang, “dando la bienvenida a cualquier visitante extranjero”, cuando se le pidió que confirmara la llegada de Pelosi, horas antes de aterrizar.
Para muy pocos “visitantes extranjeros” estacionaría la Marina de los EE. UU. una flota, con el portaaviones USS Ronald Reagan a la cabeza, en aguas al este de Taiwán, sino fuera sino para dejar claras sus intenciones beligerantes.
¿Qué hacía Pelosi en Taiwán?
La visita actual de Pelosi es parte de la gira que EE. UU. inició por los países aliados en Asia, en un claro intento de aunar fuerzas contra China, el mayor competidor de EE. UU. por los mercados y la influencia en el escenario mundial. La breve aparición de Pelosi (salió apresuradamente del país a las 16:45 horas del día siguiente a su llegada) es en gran medida una afrenta simbólica al principal rival de Estados Unidos.
Pero, ¿por qué escenificar tal afrenta? ¿Y por qué ahora?
El declive relativo y en curso del imperialismo estadounidense se ha puesto de relieve recientemente por humillantes derrotas que han sacudido seriamente su autoridad. Tras la salida caótica de una guerra de 20 años en Afganistán, EE. UU. se enfrenta a otro fracaso costoso en su guerra de poder con Rusia en Ucrania.
Si bien Estados Unidos sigue siendo la principal potencia imperialista del mundo, está claro para todos que ya no puede imponer su voluntad con impunidad. Los rivales están comenzando a mostrar sus músculos, moviéndose para asegurar sus propias esferas de influencia.
China, la segunda potencia mundial en términos de poder económico y militar, ha estado expandiendo sus propios mercados e influencia geopolítica a expensas de Estados Unidos, particularmente en su «patio trasero» en la región del Indo-Pacífico, realizando ejercicios militares con mayor frecuencia para mostrar sus dientes.
Por lo tanto, una función importante de la visita de Pelosi es recordarle a China que el imperialismo estadounidense sigue siendo el mandamás en la política mundial, y que no se ve intimido por un oponente advenedizo.
Esta demostración de bravuconería se vio algo socavada por la división dentro de las filas de la clase dominante de EE. UU., tanto la oficina de Biden como el Pentágono supuestamente se opusieron al viaje de Pelosi, ya que corre el riesgo de abrir un frente nuevo con una potencia nuclear hostil, mientras siguen inmersos en lo profundo del atolladero ucraniano.
Pelosi tiene un historial particular de actuar de manera provocativa hacia China , y es evidente que Biden no pudo controlarla, a pesar de admitir abiertamente que el viaje “no es una buena idea en este momento”. Estas divisiones en la cima del poder político son una prueba más del debilitamiento del imperialismo estadounidense.
El caos en los mercados mundiales y el creciente proteccionismo también han puesto a Taiwán en el centro de atención. Produce la mayor parte del suministro mundial de microchips y es el segundo mayor fabricante de semiconductores (después de China y seguido por Corea del Sur). Tanto EE. UU. como China están interesados en asegurarse los suministros de estos componentes esenciales tras el auge de la demanda de dispositivos electrónicos durante la pandemia.
Recientemente, Estados Unidos invirtió masivamente en la producción nacional de chips de semiconductores para disminuir su dependencia de Taiwán, pero este es un proceso lento y costoso. También ha presionado a Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) para que reduzca las ventas a China, al tiempo que presiona para que abra plantas dentro de los EE. UU., obligando a los taiwaneses de este modo a entregarles la tecnología crucial involucrada en la fabricación de semiconductores.
Una vez que se hizo evidente que el viaje iba adelante, empezó el juego de la gallina; la delegación de Pelosi no podía dar marcha atrás a sus planes por temor a verse intimidada por China, una situación que sin duda habría sido aprovechada por los republicanos en las elecciones de mitad de período. Por ganancia tan insignificante está la principal potencia imperialista del mundo involucrada en un ruido de sables con un rival nuclear.
Del mismo modo, el PCCh se ve ahora con la oportunidad de cumplir sus amenazas o ver decaer su propio prestigio. Además, a medida que el capitalismo chino se hunde cada vez más en la crisis, exacerbada por las impopulares y duras medidas de confinamiento para controlar el COVID-19, el PCCh se apoya cada vez más en posturas chovinistas contra Taiwán como medio para distraer a su clase trabajadora en casa.
En esta situación altamente volátil, una sola chispa podría tener un efecto desestabilizador catastrófico.
Las verdaderas intenciones del imperialismo estadounidense para Taiwán
Esta visita también brindó a los políticos burgueses en Taiwán la oportunidad de declarar su lealtad a los EE. UU., presentándose como “defensores de la democracia taiwanesa”. Minutos después del aterrizaje de Pelosi, varios grandes representantes de la cúpula política publicaban fotos con ella en sus redes sociales.
El imperialismo estadounidense es completamente indiferente a los intereses o deseos del pueblo taiwanés. No olvidemos que fue Estados Unidos quien permitió que el régimen atroz del KMT bajo Chiang Kai-shek se mantuviera en Taiwán después de ser expulsado de China en la revolución de 1949. Con el respaldo de Estados Unidos, los derechos culturales y democráticos del pueblo taiwanés fueron restringidos durante décadas bajo Chiang.
A partir de la década de 1970, el cambio de intereses de EE. UU. en la zona lo llevó a abandonar parcialmente el apoyo a la dictadura del KMT en favor de establecer vínculos más estrechos con China como contrapeso a la URSS.
Con este fin, EE. UU. orquestó la expulsión de la República Popular China de Chiang de la ONU y dio la bienvenida a la República Popular China de Mao como su reemplazo. Pero para controlar la situación, los EE. UU. aún brindaron apoyo informal a Taiwán como un Estado separado, dejándolo en un extraño estado de limbo en el que permanece hasta el día de hoy.
Ahora, el imperialismo estadounidense descansa sobre los líderes burgueses del DPP, que una vez lucharon contra la vieja muleta del imperialismo estadounidense, la dictadura del KMT. Su política ha cambiado durante décadas, pero se ha mantenido una constante: esa política está arraigada en los intereses imperialistas estadounidenses.
¿Tiene Estados Unidos de repente un deseo genuino de defender los derechos democráticos del pueblo taiwanés? En lo más mínimo. Desde su apoyo a la monarquía saudita y sus indecibles atrocidades en Yemen, hasta la entrega de los kurdos, el imperialismo estadounidense ha demostrado ampliamente que su preocupación por la ‘democracia’ es una mera hoja de parra para sus intereses imperialistas.
Se equipara la ‘defensa de la democracia de Taiwán’ con la subordinación de las masas de la isla al capricho de la potencia imperialista más brutal y reaccionaria del mundo. Pero Taiwán es simplemente un pequeño cambio en las maniobras del imperialismo estadounidense para mantener su dominio en el mundo.
La reacción de china
Siguiendo su lenguaje belicoso, la insistencia de Pelosi en visitar Taiwán fue sin duda humillante para el régimen del PCCh. A pesar de lo que han estado diciendo a sus propias masas, el régimen no puede, después de todo, tener control absoluto sobre lo que sucede en los territorios que reclama como propios.
Como respuesta inicial, China impuso una serie de restricciones comerciales a miles de productos taiwaneses . Después anunció maniobras de fuego real a gran escala dentro de aguas controladas por Taiwán durante seis días, que según Taiwán equivale a un bloqueo. Más tarde, el Ministerio de Defensa de Taiwán informó que alrededor de 21 aviones del Ejército Popular de Liberación habían ingresado en zona de identificación de defensa aérea de Taiwán.
Si la guerra en Ucrania nos ha enseñado algo es que, en la actual intensificación del conflicto entre las potencias imperialistas, los acontecimientos pueden adquirir una lógica propia. No podemos contar con la “racionalidad” de la clase dominante de ningún lado. La visita de Pelosi a Taiwán es, en primer lugar, una provocación profundamente temeraria. Amenaza la seguridad de las personas a ambos lados del Estrecho.
Abre la posibilidad completamente de que China tome más medidas materiales para castigar a Taiwán. Queda por ver cuáles serán. Una posibilidad es un bloqueo naval completo, que también corre el riesgo de enfrentar a las fuerzas navales estadounidenses y japonesas.
Cualesquiera que sean los acontecimientos inminentes, con su temeraria estupidez, el imperialismo estadounidense ha perturbado gravemente una situación delicada. A pesar de que la Casa Blanca intenta calmar las cosas al enfatizar que “no apoyan la independencia de Taiwán”, Pelosi ha puesto patas arriba de la noche a la mañana décadas de ambigüedad diplomática cuidadosamente construida, por el bien de los intereses políticos a corto plazo.
La decadencia senil del capitalismo estadounidense y mundial se tambalea de una crisis a otra, poniendo una y otra vez innumerables vidas en juego. La clase obrera en Asia, Estados Unidos y en todo el mundo debe acabar con sus respectivas clases dominantes para poner fin a esta locura, a través de la revolución socialista.