Todos hemos oído de la crisis de 1929 y lo que representó para toda una generación, la recesión que le siguió llevó al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Sólo la masiva destrucción de fuerzas productivas que significó la guerra permitió desarrollar las bases para un nuevo despegue capitalista. Hoy en día podemos atestiguar una catástrofe similar en el mundo capitalista, la cual marcará los acontecimientos de la siguiente década.
Desde la crisis de 1987, 1997, 2008 y ahora 2020, la receta para salir del atolladero ha sido el endeudamiento; la generación de una liquidez ilusoria, basada en la emisión de dólares, y la especulación a niveles nunca vistos en la historia de la humanidad. No obstante, después de cada crisis los efectos de dichas medidas tienen cada vez menos efectos en la economía real, que es como un adicto terminal, cuyo cuerpo no puede resistir más droga, pero no pude vivir sin ella.
Durante dos lunes consecutivos se han repetido severas caídas de la bolsa de valores a nivel mundial, el tamaño de la debacle es tal que se dice que las principales firmas que cotizan en la bolsa han perdido estimaciones de valor por dos billones (millones de millones) de dólares.
Para los economistas el capitalismo es perfecto, lo que pasa es que a veces llegan desequilibrios, casi divinos, ante los cuales no hay defensa. En este caso el villano es coronavirus (el culpable de romperle la rodilla).
Es verdad que debido a la disminución de la actividad y el transporte de bienes y personas a nivel mundial, ha habido una disminución en el consumo de hidrocarburos por unos 90 mil barriles diarios. Esto podría parecer poco, pero el problema es que desde hace 150 años la caída en el consumo de petróleo sólo se ha dado en situaciones como la crisis del 29, por lo tanto, dicha caída es un síntoma de que la catástrofe se ha desatado. La crisis de sobreproducción ha desembocado en una feroz competencia por defender la parte del mercado que cada productor supone suya y la única manera de hacerlo es con una carrera de reducción de los precios del petróleo que ha llevado al barril de hidrocarburo por debajo de los 30 dólares. La batalla podría continuar dado que Arabia Saudita y Rusia, los principales contendientes, tienen precios de producción inferiores a los 10 dólares, tema distinto es para la producción norteamericana, cuyos precios de producción son superiores a los 30 dólares.
La Reserva Federal norteamericana, consciente de la debacle, ha intentado frenar el pánico por medio de un recorte en las tasas de interés, es decir, el costo del dinero que la Reserva ofrece a otros bancos; el cual ha llegado a una tasa de casi cero (hasta 0.25%), asimismo ha señalado que está dispuesta a comprar activos de empresas por un monto de 750 mil millones de dólares. Digámoslo de otro modo: ofrece el dinero casi gratis a los bancos mientras que se declara abierta a comprar empresas que entren en bancarrota, un nuevo plan de rescate de capitalistas.
Durante la crisis que se desató por el estallido de la burbuja inmobiliaria (2008-2009), la Reserva ya había recurrido a la reducción de las tasas de interés, no obstante, en aquel entonces la rebaja fue significativa y tuvo ciertos efectos, ahora no. Expliquémoslo. El 2008 las tasas eran del 4.0% y en seis meses pasaron a 0%, ahora en 2020 la tasa ya estaba en 1%, el margen para bajarlas más no existe evidentemente.
Los capitalistas, en estampida por el anunció de Donald Trump sobre una posible recesión, han buscado la falsa protección del dólar, llevando a su vez a una caída de los precios de los metales, materias primas y por supuesto a la devaluación, entre otras monedas, del peso mexicano en un 20% durante el último mes.
Un dólar caro es algo que no conviene a los Estados Unidos, los cuales habían atacado a países como China por tener una moneda artificialmente devaluada para incentivar su comercio exterior. Paradójicamente ahora tenemos el mismo efecto que los norteamericanos querían evitar, la diferencia es que la debacle de Wall Street está siendo el detonante.
Los meses siguientes serán de total incertidumbre, los economistas burgueses tienen modelos matemáticos bellísimos pero ninguna solución, como no sea la de imprimir más dólares y ofrecerlos al 0%, todo sin reacción visible.
El capitalismo de manera natural tiene una solución para esta debacle y es la destrucción masiva de fuerzas productivas lo cual llevó ya a dos guerras mundiales. Ahora mismo esta salida no es factible, no obstante, antes de caer seguirá sometiendo a la humanidad y en particular a la clase trabajadora a una época de horror sin fin.
En el contexto descrito arriba está insertado México, un país que no es marginal; una las 13 economías más grandes, la segunda de América latina y la duodécima potencia exportadora del mundo, por encima incluso de Canadá (es.statista.com/estadisticas/635356). No obstante, todo esto lo ha logrado basándose en los salarios más bajos del mundo occidental (con un salario mínimo en torno a los 200 dólares mensuales), sometiendo a su población trabajadora a privatizaciones y a la destrucción de la seguridad social, la estabilidad en el empleo, las pensiones y todo aquello que podría significar una cierta estabilidad social. El efecto de ello ha sido una reacción popular en contra del antiguo régimen que llevó en 2018 al gobierno a Andrés Manuel López Obrador, un nacionalista admirador del liberalismo juarista. Liberal como es, ha basado toda su estrategia en el terreno económico a apoyarse en la iniciativa privada y en combatir la corrupción, la cual formaba parte muy arraigada de los usos y costumbres de la burguesía mexicana.
Por supuesto que la lucha anticorrupción ha liberado algunos recursos pero también ha incomodado a gran parte de la burguesía mexicana, la cual ha iniciado una huelga de inversiones como forma de presión para obligar al gobierno a aflojar un poco los controles. La inversión en maquinaria y equipo cayó un 9%, la construcción cayó 8 % y la inversión en capital fijo un 15% (La Jornada, 9 de marzo de 2020).
La caída de la economía el año pasado fue del 0.1% y las expectativas de crecimiento se vienen abajo ante la crisis de Pemex, la cual perdió en 2019 la cantidad de 9 mil millones de dólares. Hay que sumar el problema del precio del petróleo que ha caído a la mitad de lo que estaba estimado en el presupuesto.
López Obrador como todos los políticos liberales adora las variables macroeconómicas exceptuando las del crecimiento y en este punto su gobierno no lo ha hecho tan mal, no obstante, aún en cuanto a estas cifras se denota la debilidad de la estrategia de crecimiento que impulsa.
Durante el año pasado la cuanta corriente tuvo un déficit de 2,444 mil millones de dólares, relativamente mucho mejor que el promedio de los 10 años anteriores que siempre fue superior a los 20,000 millones de dólares, lo cual obligaba a los gobiernos anteriores a endeudarse inexorablemente.
La principal razón para que se mantenga un déficit es que el saldo de utilidades por inversiones (descontando la recogida de utilidades respecto de las inversiones) significó una salida neta de 37 mil millones de dólares (La Jornada, 09 de marzo de 2020). En otras palabras, la burguesía internacional saca de México 4 dólares por cada 1 que invierte.
De no ser por las remesas de los trabajadores en Estados Unidos (36 mil millones de dólares) no habría manera de compensar esa salida de capitales más que con nueva deuda.
El futuro para la economía mexicana no es halagüeño, depende de Estados Unidos más que nunca y el aislamiento que se vivirá en los próximos meses llevará también a una caída de las exportaciones. Paradójicamente solo devaluando podría tener una ventaja competitiva pero los propios Estados Unidos no están interesados en que algo así suceda en el marco de la puesta en marcha del nuevo tratado de libre comercio.
A ello sumémosle la cada vez más intensa actividad política de la burguesía, que día tras día arrecia sus ataques en contra del gobierno que considera ajeno a sus intereses y que sin duda intentará hacer efectivo el referéndum revocatorio a mitad de mandato.
La mayor parte de los analistas vaticinan un resultado adverso de la economía, teniendo la economía un crecimiento de entre el 0 y el -2%, y sin duda es algo que sucederá, dado que el gobierno se niega a invertir en el sector productivo y la burguesía apuesta a una huelga de inversiones con el fin de derribar al gobierno.
Mientras tanto el gobierno se empecina en actuar como si no fuera necesario un cambio en la estructura económica nacional, es decir, tomando el control de las palancas económicas fundamentales, pero en su lugar prepara un plan de contingencia que incluye:
Incentivos fiscales, recaudación tributaria, rescate de Pemex y CFE, aumento en la inversión en infraestructura, fortalecer la industria manufacturera, expandir el gasto en construcción, mejorar compras, facilitar el comercio, enviar mensajes positivos a los inversionistas (El Universal, 11 de marzo 2020). Lo cual podría resumirse en: “vamos a hacer los mismo que dijimos el año pasado, pero ahora si lo vamos a hacer bien.”
La inutilidad del sistema capitalista se hace notable incluso en el marco de la crisis del coronavirus, los hospitales privados que viven de grandes contratos con compañías aseguradoras deberían ponerse a disposición de las amplias masas populares que podrían hacer colapsar el sistema hospitalario estatal, por el contrario, ni en estos momentos renuncian a hacer negocios con la salud del pueblo, tan sólo las pruebas para detectar el coronavirus las ofrecen a precios entre los 2,500 y los 10,000 pesos.
La alternativa para sacar al país de la catástrofe que se avecina pasaría por arrebatar el control del sistema bancario y financiero al sector privado, ello incluye los sistemas de pensiones que ya controlan montos equivalentes al 20 % del PIB.
Con esos recursos se podría impulsar un plan democrático de industrialización a nivel nacional que incluya un auténtico desarrollo.
No obstante, no nos hacemos ilusiones, los próximos años de crisis veremos a una burguesía cada vez más desesperada por recuperar el gobierno y en ese contexto solo la iniciativa de las masas, arreciando la lucha de clases podrá sacar a México de una debacle.