Escrito por: Alan Woods
La segunda revolución norteamericana
Norteamérica, que había proclamado el sagrado principio de la libertad, fue mancillada por el mal de la esclavitud. Hombres y mujeres, arrancados de sus hogares y tierras en el África negra por el monstruoso tráfico de seres humanos, fueron comprados y vendidos como objetos por caballeros cristianos que veneraban al Señor en la iglesia cada domingo, y torturaban, violaban y asesinaban a sus esclavos los demás días de la semana.
Si bien el tráfico de esclavos africanos ya era ilegal, los latifundistas sureños continuaron importando esclavos después de 1808. Se estima que al menos 150.000 esclavos fueron enviados al Nuevo Mundo cada año, comparados con los 45.000 de fines del siglo XVIII. Y aunque muchos de ellos no fueron embarcados directamente hacia los EEUU, la mayoría terminó allí. Los esclavos estaban considerados cosas o animales, tal como lo expone la siguiente descripción de una subasta: «Alrededor de una docena de caballeros se envanecían en el lugar mientras un pobre muchacho se desvestía, y tan pronto subió a la plataforma, desnudo de la cabeza a los pies, fue instituido el más riguroso escrutinio de su persona. La límpida piel negra fue inspeccionada por todas partes buscando llagas de enfermedades; y ninguna parte de su cuerpo quedó sin examinar. El joven fue obligado a abrir y a cerrar sus manos, y a responder si podía recoger algodón, y cada diente de su boca fue escrupulosamente observado.»
En el Charleston Courier del 12 de abril de 1828 leemos: » Tan valiosa como siempre, se ofrece una familia a la venta, constituida por una cocinera de unos 35 años de edad, su hija de 14 y su hijo de 8. El grupo puede ser vendido en conjunto o en parte, según el deseo del comprador.»
El punto de vista de clase de los esclavistas fue bien expresado en los comentarios de Senador Hammond, de Carolina del Sur: «En todo sistema social debe existir una clase que cumpla con las tareas más bajas, que realice el trabajo cotidiano más pesado […] nosotros los llamamos esclavos. En el Sur aún somos old-fashioned (anticuados); esa es una palabra descartada ahora por los oídos finos; no puedo caracterizar de la misma forma a las clases en el Norte; pero ahí las tienen; están allí; como siempre; esto es eterno […] La diferencia entre nosotros es que nuestro esclavo tiene empleo de por vida y bien recompensado; no pasa hambre, no mendiga, no busca empleo entre nuestra gente, y tampoco está demasiado ocupado. Los de ustedes están empleados por un día, no están cuidados, y son escasamente compensados, lo que resulta en las más deplorables costumbres, a cualquier hora, en cualquier calle de sus grandes ciudades. ¿Por qué, señor, se encuentran más mendigos en un día, en cualquier calle de la ciudad de Nueva York que los que pueda encontrar en su vida en todo el Sur?. Nuestro esclavo es negro, de una raza inferior […] los suyos son blancos, de su misma raza; ustedes esclavizan a sus hermanos de sangre.»
Son unas líneas interesantes porque hacen caer la máscara sonriente de las clases dominantes para revelar la brutalidad hipócrita que se esconde debajo. Con el fin de defender lo indefendible –las bondades de la esclavitud- los esclavistas sureños ponen su dedo acusador en los capitalistas del Norte. La intención de embellecer la esclavitud es, por supuesto, absurda. Pero existe un germen de verdad en su ataque a la hipocresía capitalista del Norte. Los esclavistas les reclamaban: «¿Por qué nos condenan cuando, en realidad, ustedes son tan explotadores como nosotros? Nuestra esclavitud es abierta y evidente. No la ocultamos. Pero su sistema (capitalista) es tan nefasto, si no peor, sólo que es disimulado e hipócrita.» No hace falta aceptar la lógica de los esclavistas para entender que la actitud hacia la clase explotada de cada clase explotadora en la historia -esclavistas, señores feudales y capitalistas- es muy similar. Por su parte los manufactureros del Norte eran tibios sobre la abolición de la esclavitud porque temían –no sin razón- que cualquier intento de cambio en «los sagrados derechos de propiedad» en el Sur podía sentar un peligroso precedente que motivara a la clase obrera en el Norte.
Sobrevinieron algunas revueltas de esclavos que fueron reprimidas con el mayor salvajismo. Los blancos estaban siempre ocupados intimidando a los negros, inculcando en ellos un sentimiento de inferioridad y de temor hacia sus amos. Recurriendo a todas las formas de crueldad, los negros, tanto los libres como los esclavos (y había muchos libres en algunos estados) fueron ¨puestos en su lugar¨.
Unas pocas familias esclavistas ricas dominaban el Sur, mientras 4 millones de esclavos negros hacían todo el trabajo. En el medio se hallaba una población de blancos pobres que siempre era requerida para apoyar a sus patrones contra los esclavos.
Para terminar con esta abominación y concluir el trabajo comenzado en 1776, una nueva revolución era necesaria, e incluso una sangrienta guerra civil. Hizo falta gran coraje y determinación. El nombre de Abraham Lincoln siempre tendrá un lugar de honor en los anales de la larga lucha por la democracia. En el curso de este conflicto, él creció en estatura como hombre y como líder. La iniciativa para ese épico combate, no obstante, vino desde abajo, de los militantes abolicionistas y de los mismos esclavos. Un movimiento que comenzó como una pequeña minoría, rechazada por «extremista» y «subversiva», resistida por las «corrientes moderadas» triunfó, mediante su esfuerzo heroico, y puso a Norteamérica patas arriba.
Existía una tendencia antiesclavista militante que utilizaba métodos revolucionarios para libertar a los esclavos. La lucha entre esclavistas y abolicionistas se convirtió en guerra civil abierta en 1856, cuando John Brown condujo sus fuerzas de militantes abolicionistas a Kansas para enfrentar a los esclavistas. En octubre de 1859, John Brown al mando de 18 hombres armados, de los cuales cuatro eran negros, tomó el Arsenal Federal del Embarcadero de Harper, en Virginia. La incursión fracasó y el coronel Robert E. Lee, futuro comandante de las fuerzas Confederadas, lideró un destacamento de marines que capturó a John Brown. En medio de una atmósfera de linchamiento, Brown fue sentenciado a muerte por ahorcamiento, la sentencia se cumplió en diciembre de 1859.
La derrota del Sur -ese bastión de la reacción latifundista- y la emancipación de los esclavos fue indudablemente una tarea progresista, una tarea que se fusionó imperceptiblemente con una guerra de emancipación de los esclavos negros. Pero la burguesía la frenó buscando un compromiso hasta el último momento, cuando el primer cañonazo fue lanzado en Fort Sumter el 12 de abril de 1861. Fue la presión de los militantes antiesclavistas, de la clase trabajadora y la clase media baja lo que forzó al Norte a entrar en acción. Los obreros de la Unión estaban preparados para sacrificar sus vidas en esta causa. Y los trabajadores de Europa instintivamente lo entendieron y tomaron una posición verdaderamente internacionalista en relación con la Guerra Civil -la segunda revolución norteamericana.
Como cualquier otro conflicto serio, en el fondo la Guerra Civil norteamericana fue una lucha de clases. Los manufactureros del Norte necesariamente tenían que entrar en pugna con las clases terratenientes del Sur. El conflicto de intereses entre ambos se extendió por sesenta años y finalmente terminó en una guerra civil. De todas maneras el aborrecimiento mutuo entre los capitalistas norteños y los esclavistas del Sur, basado en lo económico, era solamente la mitad del asunto. Existía también un genuino sentimiento de indignación moral entre los sectores de la clase obrera norteña y de la clase media contra el flagelo de la esclavitud. La ejecución de John Brown puso el asunto en un primer plano. La masas antiesclavistas se unificaron y hubo muchas manifestaciones en el Norte. Fue esa agitación de masas la que llevó, en los años siguientes, a la elección de Abraham Lincoln como presidente.
La burguesía industrial del Norte deseaba consolidar su poder mediante la destrucción del anticuado sistema esclavista del Sur. Y así satisfacer sus intereses. Pero no continuaron la tarea con entusiasmo. Por el contrario, una parte significativa de los capitalistas norteños había estado buscado un compromiso con los reaccionarios sudistas. Temían una guerra que perjudicara el movimiento comercial y preferían limitar el conflicto a una serie de maniobras parlamentarias, como el «compromiso de Missouri». Pero la lógica de la situación hizo imposible cualquier compromiso, y esas intrigas parlamentarias y luchas políticas culminaron en la guerra civil que la burguesía había esperado evitar.
Al principio, cuando Carolina del Sur y otros diez estados esclavistas declararon que ya no seguirían formando parte de la Unión, la prioridad de Lincoln fue impedir esta secesión. En vano se esforzó por asegurarles a los esclavistas que su gobierno se proponía «no interferir con la continuidad de la esclavitud en los estados en los que esa institución exista». Lincoln sólo estaba exponiendo la posición de una importante fracción de la burguesía norteña que buscaba evitar un conflicto con el Sur. Para el final de esta terrible contienda Lincoln ya no sería el mismo hombre que al comienzo.
Partiendo de un mero forcejeo político para preservar la Unión, la Guerra Civil se convirtió inexorablemente una guerra revolucionaria contra la esclavitud.
Para emprender la guerra contra los esclavistas del Sur, Abraham Lincoln buscó el apoyo de las masas de trabajadores y pequeños granjeros norteamericanos. Después de alguna duda inicial (temía perder el apoyo de los cuatro estados límites: Delaware, Kentucky, Maryland y Missouri, donde la esclavitud aún existía), aceptó el reclutamiento de soldados negros en el ejército de la Unión. También adoptó abiertamente la causa de los trabajadores, haciendo comentarios que hoy en día lo harían automáticamente sospechoso de subversivo y comunista. Él dijo, entre otras cosas: ¨Todos los que perjudiquen al que trabaja, traicionan a Norteamérica. No debe hacerse ninguna diferencia entre estos dos términos. Si alguien dice que ama a Norteamérica, pero odia al trabajador, es un mentiroso. Si un hombre te dice que confía en Norteamérica, pero le teme al que trabaja, está loco.»
También defendía el derecho de huelga como un derecho democrático de los trabajadores: «Me agrada observar que un sistema de trabajo prospera donde los trabajadores pueden declararse en huelga siempre que quieren…Prefiero el sistema que permite al hombre parar cuando quiera y deseo que ese sistema pueda prosperar en todas partes.»
Los trabajadores del Norte ingresaron con entusiasmo en la lucha. Muchos sindicatos locales se disolvieron durante el conflicto, ya que frecuentemente su fuerza laboral completa estaba empleada en la guerra. En el conflicto entre el capitalismo industrial del Norte y el feudalismo y la esclavitud sureños, estaba claro a qué lado apoyarían los marxistas. Los sindicalistas norteamericanos también jugaron un rol decisivo en la lucha contra la esclavitud, como los trabajadores del Norte se alistaron en el ejército de la Unión.
Después de dos años de lucha sangrienta, el presidente Lincoln publicó su Proclama de la Emancipación, que liberó a los esclavos en los estados que se enfrentaban a la Unión. Más tarde los esclavos también fueron liberados en los estados neutrales limítrofes. De un sólo golpe el dominio de los esclavistas fue destruido. Eran cuatro millones de seres humanos que ya no serían mantenidos bajo la esclavitud. La clase reaccionaria de los plantadores sureños fue confiscada por valor de dos mil millones de dólares en propiedades, sin un sólo centavo de compensación. Así, la expropiación de los tiranos y oligarcas no tiene nada de «ajeno a Norteamérica», ya que fue llevada a cabo en 1776 y nuevamente en 1865. Los Estados Unidos establecieron en su nacimiento un acta de expropiación revolucionaria. De la misma forma los EEUU socialistas establecerán en el futuro la expropiación de las posesiones de los grandes bancos y corporaciones que ejercen hoy su dictadura sobre las personas y que han transformado a la democracia en una palabra vacía.
En esa guerra contra las fuerzas de la reacción, la Asociación Internacional de los Trabajadores (la Primera Internacional) se puso inequívocamente del lado del Norte contra el Sur. Generalmente no se conoce que Karl Marx escribió una carta a Abraham Lincoln en nombre de la Internacional, expresándole admiración y apoyo en su lucha contra la esclavitud. De esta manera, en ese momento decisivo en la historia norteamericana, el marxismo estuvo hombro con hombro con el pueblo norteamericano, y no sólo con palabras. Los miembros de la Internacional lucharon en las filas del ejército de la Unión, y cumplieron de esta manera con su deber internacionalista. Revolucionarios de la clase trabajadora como Anneke y Weydemeyer, este último íntimo amigo de Marx- sirvieron con distinción en las filas del ejército de la Unión.
Al comienzo de la Guerra Civil existía un monto considerable de capital británico invertido en empresas norteamericanas, incluyendo vías férreas, bancos, carbón, madereras y tierras. Mientras la clase dominante británica simpatizaba abiertamente con los esclavistas de la Confederación, el pueblo trabajador británico apoyó de todo corazón a la Unión. Esto es bastante notable si consideramos que la Guerra Civil en Norteamérica obstaculizó muy seriamente el comercio de algodón y causó una depresión en las fábricas algodoneras de Lancashire y un terrible desempleo y sufrimiento para los trabajadores.
De cómo el capitalismo traicionó a la población negra
La segunda revolución norteamericana fue un importante paso adelante, pero nunca cumplió con sus promesas a la población negra. Los verdaderos ganadores de la Guerra Civil fueron los capitalistas del Norte que abrieron nuevos mercados y obtuvieron un gigantesco aporte de baratísima mano de obra adicional. Cerca de siglo y medio después de la abolición de la esclavitud en los EEUU, estamos muy lejos de observar una igualdad genuina para todos, sin importar raza, color o sexo. Pese al importante número de avances conseguidos mediante la lucha de la población negra en la década de 1960, su posición social continúa siendo de clara desventaja. Michael Moore señala que en los EEUU de hoy:
· Cerca del 20% de los jóvenes negros entre los 16 y 24 años no están escolarizados ni tienen empleo –comparados con sólo el 9% de los jóvenes blancos. En los últimos diez años, durante el «boom económico» de los noventa, ese porcentaje no ha bajado significativamente.
· En 1993, los hogares blancos han destinado cerca de tres veces más dinero a la compra de mercancías, a la obra social y al seguro que las familias negras. Desde entonces, los artículos han más que duplicado su precio.
· Los pacientes negros con ataque al corazón, sin importar la raza de sus doctores, son destinados a recibir cateterismo cardiaco (un procedimiento común que puede salvarles la vida) con mucha menos frecuencia que los blancos. Doctores negros y blancos juntos derivan pacientes blancos para cateterismo cerca del 40% más frecuentemente que a los pacientes negros.
· Los blancos accidentados reciben tratamientos de emergencia con una frecuencia cinco veces mayor que los negros.
· Las mujeres negras están cuatro veces más expuestas que las blancas a morir durante el parto.
· El nivel de desempleo es de aproximadamente el doble que el de los blancos desde 1954.
· En los primeros nueve meses de 2002, los desempleados estadounidenses han crecido a un promedio de 5,7%, comparados con los primeros nueve meses del 2000, cuando promediaban un 4%. Cerca de 2,5 millones más de trabajadores desempleados que en el 2000. Pero el crecimiento del desempleo para los afroamericanos fue un 60% mayor que para el trabajador promedio. Unos 400.000 más que en el 2000 están ahora sin trabajo, un crecimiento de 30% en dos años.
El capitalismo ha incumplido con todos, a excepción de una reducida minoría que posee y controla los medios de producción y maneja el país y a sus gobernantes como si fueran su propiedad privada. Pero los mayores perdedores son el veinte por ciento más pobre, y entre ellos la gran mayoría es población negra y latina. Pese a los intentos de ocultar esta situación mediante el simbólico cupo que permite a un puñado de negros privilegiados como Colin Powell figurar prominentemente en la escena, la posición de la gran mayoría de clase obrera y de los negros pobres no ha mejorado sustancialmente.
La conclusión es clara. La única forma de eliminar el racismo es arrancándolo de raíz. Los esclavos negros en un principio fueron introducidos en los EEUU como una forma de trabajo barato, al servicio de los ricos plantadores sureños. Como resultado de la segunda revolución norteamericana, fueron declarados formalmente libres. Pero permanecen como mano de obra barata a disposición de las grandes empresas.
La relación entre racismo y capitalismo fue claramente entendida por Malcolm X y los Panteras Negras que intentaron organizarse en líneas de clase y vincular la lucha de las personas negras por progresar con la lucha general de la clase obrera norteamericana. Eso representaba una amenaza mortal al poder establecido que ha prosperado durante mucho tiempo con la política del divide y vencerás. Este es el por qué los Panteras Negras fueron combatidos y brutalmente perseguidos y asesinados.
Los marxistas consideran que los principios básicos de la revolución norteamericana representan un gran avance histórico, pero también consideran que la única forma de revitalizar esos grandes principios es terminando con el dominio de los grandes bancos y de los monopolios que ejercen una dictadura sobre el pueblo y han transformado la idea de democracia en una cáscara vacía. La supresión de la dictadura de las grandes empresas demanda de la máxima unidad en la lucha de todos los trabajadores –negros y blancos, nativos e irlandeses, hispanos y judíos, de cuello blanco y descamisados, hombres y mujeres, viejos y jóvenes. No hacemos distinción en torno al color, sexo o credo. Es necesario unir a todos los oprimidos, relegados y explotados bajo la bandera del movimiento obrero y el socialismo.
En la base de una genuina sociedad socialista –que no tiene nada que ver con dictaduras ni totalitarismos– la idea de los Derechos del Hombre y la Mujer dejará de ser una frase vacía y se convertirá en una realidad. No sólo los derechos ¨a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad¨, sino una genuina autonomía para desarrollar el potencial del ser humano al máximo –ese es el significado del socialismo.
«Envíennos sus masas rebeldes»
La llegada de los Padres Peregrinos (the Pilgrim Fathers) fue el primer flujo hacia Norteamérica de personas que escapaban de una revolución derrotada, pero no fue el último. En los dos últimos siglos se observó el siguiente fenómeno: después de cada fracaso de una revolución en Europa, hubo una gran afluencia de refugiados a Norteamérica. Un rico mosaico de pueblos se fundieron para formar la moderna nación norteamericana que se conformó principalmente con exiliados polacos, húngaros, alemanes, italianos, rusos, judíos e irlandeses, con la mezcla de los descendientes de esclavos africanos y más recientemente, latinoamericanos.
¿De dónde provenían esas personas? Si dejamos de lado a los norteamericanos nativos y a los millones de esclavos negros, que fueron traídos por la fuerza desde sus tierras y embarcados hasta las plantaciones del Sur, y consideramos que los inmigrantes europeos del siglo XIX formaron el corazón de la población de los EEUU, la gran mayoría era, como los peregrinos, refugiados políticos huyendo de alguna ofensiva contrarrevolucionaria u opresión nacional. La derrota de los levantamientos polacos de 1830 y 1863, el fracaso de la revolución alemana de 1848, la persecución de los judíos y revolucionarios por el zarismo ruso, la derrota de los numerosos levantamientos del pueblo irlandés contra sus opresores británicos –todas estos hechos crearon un constante flujo de material humano hacia Norteamérica que hizo que sea lo que es hoy en día.
Para conquistar el vasto espacio abierto de Norteamérica, despejar los densos bosques y enfrentar los peligros innumerables de un ambiente salvaje y hostil se requería de un tipo de gente especial, motivado por un tipo de espíritu especial. La conquista del oeste, que fue una terrible tragedia para los pueblos nativos considerados como un obstáculo a ser eliminado, significó sin dudas un desarrollo históricamente progresivo. Los norteamericanos se refieren orgullosamente al espíritu pionero que la hizo posible. ¿Pero de dónde vino ese espíritu?
Si examinamos este asunto con detención, de inmediato se vuelve evidente que esos pioneros heroicos que se lanzaron con semejante energía a la exploración de Norteamérica eran revolucionarios en todo sentido que, habiendo perdido la fe en la posibilidad de cambiar el Viejo Mundo, buscaban comenzar una nueva vida en el Nuevo. La misma energía y coraje con los que lucharon contra los regímenes dominantes en Europa fueron apuntados hacia nuevos propósitos. Así, el celebrado «espíritu pionero» norteamericano fue, en sentido amplio, el producto de una sicología revolucionaria que simplemente buscó una salida diferente.
Este hecho fue previamente comprendido por el gran filósofo Hegel, cuando señaló que si Francia hubiera poseído las praderas de Norteamérica, la Revolución francesa nunca hubiera tenido lugar. Aquí también se encuentra la explicación histórica para el famoso sueño americano, la idea de que es posible para cualquier persona progresar sobre la base de la iniciativa individual y el trabajo. En el período en que Norteamérica poseía vastas extensiones de tierras sin cultivar, esta visión no carecía totalmente de fundamento. Las posibilidades aparentemente ilimitadas tenían como consecuencia que la idea de revolución estuviera subordinada y contenida. En lugar de lucha entre clases, allí existía la lucha individual de hombres y mujeres contra la naturaleza, la incesante lucha por domesticar el salvajismo y cultivar una parte de la madre tierra. Este es el verdadero origen de esa traza de rudo individualismo que ha sido considerada por largo tiempo como el ingrediente básico del «carácter norteamericano».
En el siglo XIX, el famoso sociólogo e historiador francés Alexis de Tocqueville escribió un muy conocido libro titulado «Democracy in America» (La democracia en América), que desde entonces ha tenido la dimensión de un clásico. Su tesis básica es que la democracia en los Estados Unidos tenía muy profundas raíces porque las diferencias entre ricos y pobres eran relativamente pequeñas, y palpablemente mucho menores que en Europa. También observó que los norteamericanos ricos habían salido de la pobreza, y trabajando treparon en la escala social. Cuando de Tocqueville escribió su libro, esto era verdad. Con la excepción del Sur, donde la esclavitud continuaba dominando y existía una rica aristocracia blanca, en la mayoría de los estados de la Unión se podía encontrar un grado de igualdad considerable entre los ciudadanos. Por supuesto, existían ricos y pobres. Pero aun los ciudadanos pobres sentían que era posible progresar mediante un pequeño esfuerzo. Las divisiones de clases existían estaban las llamadas “guerras de alambrados” (range wars) entre los grandes rancheros y los pequeños propietarios que a veces tomaban un carácter violento. Pero en general, durante las últimas décadas del siglo XIX, la lucha de clases permaneció relativamente sin desarrollar.
Esto tuvo ciertas consecuencias. Por ejemplo, durante largo tiempo el estado fue relativamente débil, y Norteamérica no fue afectada por la pesada carga de burocracia y militarismo que abrumó intensamente a la mayoría de las naciones de Europa. De cualquier manera, todo esto comenzó a cambiar con el rápido desarrollo del capitalismo industrial hacia fines del siglo XIX. El crecimiento de los grandes consorcios (trust), la búsqueda de mercados y el comienzo de la intromisión de Norteamérica en aventuras exteriores, comenzando con la Guerra contra España por Cuba entre 1892 y 1898, marcó la inexorable transformación de los EEUU en un país dominado por los gigantescos monopolios y en el más poderoso estado imperialista que el mundo jamás haya visto.
Ver primera parte: http://www.laizquierdasocialista.org/marxismo-los-estados-unidos-una-herencia-revolucionaria-debe-olvidada-primera-parte/