Libro del mes: Imágenes de Lenin
Leo Vázquez
Vladimir Ílich Uliánov, “Lenin”, entendido y perpetuado por Trotski en sus memorias como la personificación del pensamiento revolucionario y la energía inflexible de la clase proletaria, y uno de los personajes más prácticos que haya producido el laboratorio de la historia, supo maniobrar en una época turbulenta y, a la vanguardia de las masas, nunca por encima de ellas, sino para encauzar el movimiento por su liberación bajo el precepto de que “la historia no se hace en los salones, sino en las trincheras”.
La practicidad, ante todo, es la base del método leninista, y la efectividad y fría determinación su principal herramienta. No en balde fue comparado como un pitbull por su táctica en el debate. Él mismo reflexionaba, haciendo una crítica al mismísimo Plejánov, introductor del marxismo a Rusia: “Sacude y bambolea a su adversario, y lo suelta, mientras que nuestra obra exige algo muy distinto, exige el mordisco mortal.” Fue subestimado por la vieja guardia del Partido (un “hombre pequeño” fue como lo describió el autodenominado evolucionista H.G. Wells), pues utilizando la prensa y agitación no como un fin en sí mismo, sino como el instrumento inmediato de la actividad revolucionaria, trascendió la apatía de los “viejos”. Impactó aún más a propios y extraños cuando, en el Congreso de los Soviets, con gran simplicidad se enfrentó a la burla al declarar: “Nuestro partido está dispuesto a tomar el poder”. “Ríanse cuanto quieran”, dijo, pues sabía que quien ríe al último ríe mejor, y declaró sin miramientos: “¿Os asusta el poder? Nosotros estamos dispuestos a tomarlo.”
Un partido de las masas
El leninismo implica un paradigma: los obreros y los campesinos más pobres están cien veces más a la izquierda que nosotros. Partir de este principio previene el rompimiento entre la dirección del Partido y las necesidades de las masas. La historia le dio a su enfoque la razón: Entendiendo que una situación revolucionaria no puede prolongarse arbitrariamente hasta el momento en que el Partido esté dispuesto a aprovecharla, el mismo impulso popular dictó al Partido los tiempos de la Revolución de Octubre, y no al revés, al grado que, según Trotski, “si no hubiéramos tomado el poder en octubre, no lo habríamos tomado nunca.”
“Nada se ha logrado todavía, nada está aún asegurado, cinco minutos antes de la victoria decisiva la dirección de los acontecimientos requiere la misma dirección, el mismo desvelo y la misma fuerza y energía que cinco minutos antes del comienzo […] cinco minutos después de la victoria hay que decirse: Lo que se ha conquistado no está aún seguro, no hay un minuto que perder”. Pocas cosas representan mejor el método leninista puro que la dedicación abnegada por su objetivo final, y por ello la adaptabilidad es clave para su supervivencia.
Ejemplo de ello es el rompimiento con la tradición melancólica del viejo bolchevique, que repite maquinalmente una fórmula vulgar en lugar de estudiar las particularidades de la nueva realidad, y con la democracia “social” forzada por la sociedad burguesa a ocupar el puesto que la democracia pura ya no podía mantener, como un inviolable santuario a la hipocresía del orden social burgués.
En el materialismo dialéctico son inútiles los intentos de culto a símbolos estériles. Así lo entendió al abandonar el Smolny en Petersburgo, expresando: “El Smolny es el Smolny simplemente porque nosotros nos encontramos en él, y cuando nos hallemos en el Kremlin todo su simbolismo será transferido al Kremlin”, mientras el distanciamiento del obrero le fue imperdonable: “Podíamos perder Kazán e incluso Petersburgo y luego recuperarlos, pero la confianza de los obreros es la base fundamental del partido”.
Igualmente, sus opositores criticaban que no se preocupaba de las cosas de menor importancia y circunstancias accidentales, pero en una época así resultó su mayor virtud, de acuerdo con Trotski, al “dirigir la visión revolucionaria hacia el futuro abarcando lo esencial y rechazando lo externo”, mediante una combinación de intrepidez, inteligencia y fuerza de voluntad.
Ecléctica vs dialéctica: La explicación paciente
Un líder revolucionario necesita tres competencias fundamentales: Debe saber compaginar las amenazas visibles e invisibles de los fenómenos internacionales con la historia y tradición profundamente unida a la vida popular de una nación, y para ello, aunque es necesaria una formación teórica sólida, la táctica es decisiva. Debe empaparse de las condiciones de vida del trabajador y vivir la transición del periódico y la teoría a las calles, sin perder ninguno de los dos polos. Por último, debe abrirse a explicar y convencer a sus camaradas, sin necesidad de imponer.
Lenin entendió que la gente no nace marxista, que la divergencia con otros movimientos ultraizquierdistas o socialrevolucionarios es en cómo luchar contra el capitalismo, y que el reto principal es encontrar cómo instruir esto mismo a la clase trabajadora, y supo aprovecharlo al máximo. La altanería del académico desconectado de la clase trabajadora fue y será siempre un enemigo de la lucha anticapitalista. La oratoria leninista, en cambio, mantuvo en el centro de la cuestión convencer a su orador, más allá de su entorno cultural o escolaridad. Utilizar en la oratoria un tono conversacional fue, por lo tanto, uno de sus principales aciertos. Cada elemento, incluso los ocasionales chistes, era solamente construido para llegar al objetivo final. Ni siquiera innecesarios rodeos para obtener conclusiones resonantes fueron de su agrado, tanto así que un simple “eso es todo lo que quería decirles” o “si obramos así, venceremos”, bastó.
La implacable corriente de la historia
La revolución proletaria tendrá lugar, pues no es una ocurrencia de Marx impuesta por Lenin, sino el espíritu de la resistencia contra toda forma de opresión de un humano por otro, un espíritu vivo en cada camarada. La teoría hubiera nacido sin ellos, pero sus aportes invaluables como catalizadores del estudio y táctica en la lucha de clases nos aportan ventajas imposibles de desaprovechar.
A falta del hombre, permanecen sus ideas y métodos resumidos en una política de cambios bruscos: No hay que temerles a estos, sino saber maniobrar sin romper filas, pactar con compañeros eventuales o permanentes sin admitirlos dentro del partido, y dirigir la revolución incansablemente hacia un objetivo fijo, el establecimiento de una sociedad sin clases.
Estar a la altura del legado de Lenin implica no escatimar esfuerzos. Bien era sabido que nuestra clase sería perfectamente capaz de afrontar el reto. “-No puedes tender el arco así; se romperá -le decían de todas partes. -No se romperá, respondía Ílich-. Nuestro arco está fabricado con irrompible material proletario, y se debe tender la cuerda del partido más cada día, para que la flecha poderosa pueda volar muy lejos.”
Vladimir Ilich ya no existe, concluye Trotski, pero el leninismo perdura. Nuestro partido es el leninismo en práctica. En vez de lamentarlo, eso es una amonestación o una llamada: nuestra responsabilidad ha crecido.
