Escrito por Rubén Rivera
El proceso revolucionario estaba en pleno apogeo, sin embargo en lugar de tomar el poder, el soviet de diputados obreros lo había entregado a un gobierno provisional burgués. No obstante los trabajadores de San Petesburgo solo hacían caso a las proclamas del soviet.
El gobierno provisional mandaba en cuestiones como la guerra, la política exterior, los intereses de la burguesía y los terratenientes, dando largas a toda iniciativa revolucionaría, en la espera de una futura Asamblea Constituyente.
El soviet dominaba en la vida pública de San Petersburgo, prácticamente tenia poder de veto, su fuerza eran los obreros.
A esta situación se le llamó doble poder, el cual no duraría mucho.
Las masas desconfiaban abiertamente del Gobierno provisional burgués, que deseaba restablecer el orden, su orden, y proseguir la guerra. Por supuesto, la cuestión agraria tendría que esperar, a que la situación mejorase. Lo mismo cabría decir de la jornada de 8 horas.
Antes de Lenin.
A pesar de su base, la dirección bolchevique en Rusia, no estaba a la altura de las circunstancias en los primeros compases del movimiento revolucionario. Debilitada por años de lucha contra corriente, por la represión, el exilio y las deportaciones, una capa de viejos bolcheviques no entendía cuál era la situación en ese momento. Pesaba más su pesimismo y las viejas fórmulas.
El desconcierto y las vacilaciones van en aumento. En la práctica, la dirección bolchevique va a la zaga de la dirección menchevique. En el Pravda se puede leer: «la misión fundamental consiste… en la instauración del régimen democrático republicano». En la reunión del Soviet de Petrogrado, de 400 diputados, sólo votan en contra de la entrega del poder al gobierno provisional 19, cuando los bolcheviques contaban con 40 delegados. Pero los obreros bolcheviques se estrellaron contra el Gobierno en sus reivindicaciones. La base demostró un instinto revolucionario mucho más certero que la dirección. En la barriada de Viborg, la iniciativa de estos obreros, se vota en contra de la entrega del poder al gobierno provisional, aunque es vetada por la dirección bolchevique de Petrogrado.
Tras volver del destierro en marzo Kámenev y Stalin se hacen cargo de la dirección de Pravda e imprimen un giro aún más derechista, reflejado en el Manifiesto bolchevique A los pueblos del mundo aprobado el 14 de marzo: «mientras el soldado alemán obedezca al Káiser, el soldado ruso debe permanecer en su puesto, contestando a las balas con balas y a los obuses con obuses. Nuestra consigna no debe ser un ¡Abajo la guerra! sin contenido. Nuestra consigna debe ser, ejercer presión sobre el gobierno provisional con el fin de obligarle… a tantear la disposición de los países beligerantes respecto a la posibilidad de entablar negociaciones inmediatamente… entre tanto, todo el mundo debe de permanecer en su puesto de combate».
Lenin, exiliado en Zurich, y separado de Rusia por un continente en guerra intentaba todo para hacer oír su voz. El 6 de marzo telegrafía: «Nuestra táctica: desconfianza absoluta, negar todo apoyo al Gobierno provisional…; no hay más garantía que armar al proletariado». En todos sus mensajes, Lenin es tajante. Prefiere estar solo que seguir esta táctica, confundiendo la guerra imperialista con una guerra defensiva. No es hasta abril cuando Lenin consigue un medio de llegar a Rusia: el famoso tren sellado.
Apenas llegado, truena su voz. En el mitin de su recepción en la estación de Finlandia, dice: «No está lejos el día en que, respondiendo a nuestro camarada Karl Liebnecht, los pueblos volverán las armas contra sus explotadores… La revolución Rusa… ha iniciado una nueva era». Inmediatamente, para combatir a los sectores conciliadores del partido, presenta sus tesis, que a partir de ese momento, entran en la historia como uno de los documentos más importantes en el desarrollo de la revolución: Las Tesis de Abril.
El 4 de abril, las expone en dos reuniones. Hay que destacar que fueron presentadas únicamente en nombre propio y que fueron mal recibidas por la dirección de Pravda. El programa de Lenin se resumía en las siguientes consideraciones:
-La guerra es imperialista, de rapiña. Es imposible acabar con ella, con una paz democrática, sin derrocar el capital.
-La tarea de la revolución es ahora poner el poder en manos del proletariado y los campesinos pobres. Ningún apoyo al gobierno burgués. No a la república parlamentaria. Volver a ella desde los soviets es un paso atrás.
-Los bolcheviques están en minoría. Deben por tanto, desarrollar una paciente labor de esclarecimiento y propaganda.
-Nacionalización de todas las tierras del país y su puesta en manos de los soviets locales de braceros y campesinos. Nacionalización de la banca bajo control obrero.
-Celebrar inmediatamente un congreso del Partido. Construir una Internacional revolucionaria, rompiendo con la II Internacional.
En los debates Lenin pregunta: ¿por qué no se ha tomado el poder? La respuesta que obtiene de Kámenev es que la revolución burguesa aún no ha acabado. Lenin contesta que la única razón es que el proletariado no está aún lo bastante consciente y subraya que la fuerza física está en manos del proletariado. Los viejos dirigentes, pesimistas, se atrincheraban en la vieja teoría sin tener en cuenta las peculiaridades del momento. Por el contrario, Lenin, apoyándose en la práctica, ponía al día la teoría, y sobre todo, las tareas del bolchevismo. El partido y sus dirigentes debían de estar a la altura. Debían de ganar la mayoría de los soviets, «explicar pacientemente». La experiencia ya se encargaría de demostrar que esta orientación era correcta.
El partido bolchevique estaba pues, en un momento revolucionario decisivo, en plena crisis. Pero era un partido vivo, con miles de cuadros forjados durante los años anteriores. Los debates, lejos de desmoralizar, enriquecieron la organización. Con la llegada de Lenin, este enlazó su experiencia con la táctica adecuada. Qué distinto sería el partido después de Stalin. Sin duda, si alguien se hubiera atrevido a discrepar de esta forma en tiempos de Stalin, lejos de propiciar un debate, hubiese sido condenado como traidor a la revolución. El partido que dirigió la revolución en tiempos de Lenin tenía la más amplia libertad de discusión que se pueda imaginar y la máxima unidad a la hora de actuar. Este era su secreto.
A partir de febrero existían dos poderes, pero esta situación no podía durar para siempre. Uno de los dos prevalecería. O el gobierno provisional, es decir, la burguesía, o los soviets. De darse el primer caso, los terratenientes, que estaban representados en el Gobierno, no iban a hacer la revolución agraria, ni los capitalistas a renunciar a nuevas anexiones, ni a mejorar las condiciones de vida de los obreros. No iban a renunciar a apoyar a las potencias imperialistas de la misma forma que un lobo no puede dejar de comer carne, nos guste o no nos guste. La única solución era, pues, que el poder obrero prevaleciera. De lo contrario, una dictadura militar restablecería el «orden».
«Lenin veía tan claro como sus contrincantes, que la revolución democrática no había terminado aún, o más exactamente, que apenas iniciaba, ya que se estaba volviendo atrás. Pero de aquí se deducía precisamente que sólo era posible llevarla hasta el fin bajo el régimen de una nueva clase, al cual no se podía llegar más que arrancando a las masas de la influencia de los mencheviques y social-revolucionarios, o sea, de la influencia indirecta de la burguesía liberal. Lo que unía a estos partidos con los obreros y, sobre todo, con los soldados, era la idea de defensa -defensa del país o defensa de la revolución-. Por eso, Lenin exigía una política intransigente frente a todos los matices del socialpatriotismo. Hay que dejar atrás el viejo bolchevismo, repetía. Es necesario establecer una línea divisoria clara entre la pequeña burguesía y el proletariado asalariado». (Trotski, Historia de la Revolución Rusa)
Lenin luchó firmemente contra la teoría de las dos etapas, defendida por los mencheviques: primero la revolución burguesa, que el proletariado debe apoyar, y cuando ésta acabe, preparar, en un futuro indeterminado, la lucha por el socialismo.
La realidad era que, durante la revolución burguesa, el proletariado, junto con los soldados, en su mayoría campesinos, habían establecido un embrión de estado obrero paralelo, y a través de los partidos reformistas -socialrevolucionarios y mencheviques, que en los primeros meses dispusieron de la mayoría en los soviets- lo habían subordinado a la burguesía. Pero en el transcurso de la revolución, las cosas no habían salido exactamente como se habían previsto. La burguesía no acometió ninguna de las tareas democráticas propias de la revolución burguesa. Como escribió Lenin en Cartas sobre Táctica: «Según la fórmula antigua resulta que tras la dominación de la burguesía, puede y debe seguir la dominación del proletariado y el campesinado, su dictadura. Pero en la vida misma ya ha sucedido de otra manera. Ha resultado un entrelazamiento de lo uno y lo otro. Un entrelazamiento extremadamente original, nunca visto. Existe una al lado de la otra, juntas, al mismo tiempo. Tanto la dominación de la burguesía (el gobierno de Lvov y Guchkov) como la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado, que entrega voluntariamente el poder a la burguesía».
Lenin no aplicó viejas fórmulas, como su consigna de dictadura democrática de obreros y campesinos, que como él mismo reconocía, estaba superada por los acontecimientos, sino la teoría marxista que exige tener en cuenta todos los procesos objetivos. El armamento del pueblo, esclarecer los errores, eliminar las concepciones reformistas de la revolución, eran las tareas inmediatas.
Nuevo rumbo
Durante todo el mes de abril, los cuadros bolcheviques iban cambiando de actitud. A finales de abril, del 24 al 29 se celebró la conferencia del partido, en que asumieron definitiva y plenamente, sin reservas, las Tesis de Lenin. Este se apoyó en el sector más ligado a las masas, un sector joven pero ya templado en la lucha. Los «viejos» bolcheviques en viejos recuerdos. Lenin en la tradición del partido. Nada de medias tintas, actitud intransigente contra las clases dominantes.
Hubo, sin embargo, una excepción en lo referente a la Internacional. Lenin planteaba una ruptura con los agrupamientos centristas y confusos como el que se creó en Zimmerwald, dominada por la llamada tendencia «del centro», dirigida internacionalmente por Kautsky. Esta tendencia, aunque se reclamaba «internacionalista», en la práctica se limitaba a «declararse dispuestos a presionar por todos los medios a los gobiernos para que consulten al pueblo y éste exprese su voluntad de paz», contra la opinión de Lenin expresada entre otros documentos, en Las Tesis de Abril, «la única forma de acabar con la guerra es la revolución proletaria». Los kautskianos no defendían esa necesidad, siempre encontraban algún subterfugio para no hacerlo. No explicaban que el enemigo es el propio gobierno. «Los kautskianos son revolucionarios de palabra y reformistas de hecho; internacionalistas de palabra pero de hecho auxiliares del social-chovinismo… no puede tolerarse por más tiempo la charca zimmerwaldiana. No podemos permitir que por culpa de los kautskianos sigamos aliados a medias con la Internacional chovinista de los Plejánov y cía. Hay que romper inmediatamente con esa Internacional, permaneciendo en Zimmerwald sólo con fines de información».
Sin embargo, para muchos bolcheviques, Zimmerwald significaba internacionalismo. Los delegados no se decidían a abandonar el nombre de socialdemócratas ni de romper definitivamente toda ligazón con la II Internacional. Zinóviev presentó una resolución para participar en una conferencia internacional de zimmerwaldianos. Lenin intentó restringir la participación del partido asignándole fines puramente informativos. La propuesta se aprobó con un sólo voto en contra: el de Lenin. La Conferencia, curiosamente, no llegó a celebrarse nunca.
La actuación del día a día de los militantes bolcheviques no varió con este cambio. De hecho, ellos fueron los auténticos dirigentes de la revolución. Como diría más tarde Olminski, un viejo bolchevique: «nosotros nos orientábamos inconscientemente a la revolución proletaria, imaginando que navegábamos proa a la revolución democrático burguesa». Lenin no consiguió el cambio en el Partido sólo por su enorme autoridad moral, o porque el partido fuera personalista, sino apoyándose en la experiencia viva de la clase obrera y de los últimos acontecimientos.
El papel de Lenin
El resultado de la revolución estaba implícito en la situación, pero sin el partido no se hubiera podido instaurar la dictadura del proletariado. Sin Lenin, el proceso podría haber sido más lento, y los bolcheviques podrían haber resuelto esto demasiado tarde. Sin Lenin el partido no hubiese sido más que un hábil propagandista. Lenin no fue más que un eslabón en la historia, eso sí, un eslabón muy importante. Pero ni el partido ni Lenin son fruto del azar o, (faltaría más) un regalo divino. Son resultado de años de formación, de heridas restañadas, de selección. Un partido y sus dirigentes, no se improvisan.