La escalada de intimidación imperialista estadounidense contra Venezuela, que comenzó en agosto, ha alcanzado su punto álgido y ahora también incluye la intimidación contra Colombia. Además del aumento de la presencia militar en el Caribe, los ataques a lanchas rápidas y los vuelos provocativos de bombarderos frente a las costas de Venezuela, ahora asistimos al despliegue del grupo de ataque del portaaviones USS Gerald R. Ford hacia el Caribe.
¿Qué significa todo esto? ¿Qué pretende conseguir Trump? ¿Y cómo deben responder los comunistas revolucionarios?
La actual ronda de intimidación imperialista de Trump contra Venezuela comenzó a finales de agosto, con la orden de desplegar un número significativo de recursos militares —como buques de guerra y submarinos— en el Caribe, con la justificación de la «lucha contra los cárteles de la droga». Más tarde, en septiembre, se desplegaron más recursos —esta vez aviones de combate y otras aeronaves militares— en Puerto Rico.
Los recursos militares estadounidenses en el Caribe incluyen ahora: al menos cuatro destructores de la clase Arleigh Burke (el USS Gravely, el USS Jason Dunham, el USS Sampson y el USS Stockdale); un grupo anfibio de tres buques (el buque de asalto anfibio USS Iwo Jima y los buques de transporte anfibio USS San Antonio y USS Fort Lauderdale); al menos un buque de combate litoral (el USS Minneapolis-Saint Paul); el crucero lanzamisiles USS Lake Erie; el MV Ocean Trader (descrito como una «nave nodriza de operaciones especiales»); y el submarino de ataque rápido de propulsión nuclear USS Newport News.
También hay una escuadrilla de 12 cazas furtivos F-35B Lightning II del Cuerpo de Marines en Puerto Rico, así como aviones de comunicaciones (como el E-11A Battlefield Airborne), que han sido avistados volando desde bases estadounidenses en Puerto Rico y otros lugares de la región.
La semana pasada, aviones militares estadounidenses, incluidos bombarderos B-1B y B-52, realizaron vuelos sobre la costa de Venezuela. En una maniobra provocadora, dejaron sus transpondedores encendidos para que pudieran ser rastreados. Los drones MQ-9 Reaper también han participado en la reciente escalada.
El viernes 24 de octubre, el «secretario de Guerra» Pete Hegseth ordenó que el grupo de ataque del portaaviones USS Gerald R. Ford fuera desviado de Europa al Caribe, aunque en el momento de la publicación, todavía se encuentra en el Mediterráneo. El USS Gerald R. Ford es el portaaviones más nuevo y más grande de la Armada de los Estados Unidos y su portaaviones de propulsión nuclear más avanzado. Lidera el Grupo de Ataque del Portaaviones 12 (CSG-12) y lleva una flota aérea completa con docenas de aviones de combate y helicópteros. Solamente el número de aviones de combate de este grupo de ataque equivale al número total de que dispone la fuerza aérea venezolana.
Desde el domingo 26 de octubre, el USS Gravely, un destructor lanzamisiles, se encuentra en Trinidad y Tobago realizando maniobras militares conjuntas. Se trata de otra provocación más contra Venezuela, que se encuentra a solo 11 kilómetros de esta nación caribeña.
Antes de este despliegue masivo, la administración Trump había entablado negociaciones con Maduro a través del doblemente «especial» enviado presidencial especial para misiones especiales, Richard Grenell. Sobre esta base, Maduro y Trump llegaron a una serie de acuerdos en febrero. Venezuela aceptó los vuelos de deportación desde Estados Unidos (que aún continúan), liberó a varios ciudadanos estadounidenses que se encontraban detenidos, Estados Unidos prorrogó la licencia de explotación de la empresa petrolera y gasística Chevron en Venezuela y se habló de una serie de posibles acuerdos petroleros y mineros.
Ahora, Grenell ha sido retirado de su misión en Venezuela, Trump ha declarado que un cártel de la droga liderado por el propio Maduro está en el poder en el país y ha aumentado la recompensa por el presidente venezolano a 50 millones de dólares. Al mismo tiempo, Trump ha designado a una serie de cárteles de la droga como «organizaciones terroristas», les ha declarado la «guerra» y ha admitido públicamente haber dado permiso a la CIA para llevar a cabo operaciones encubiertas en Venezuela.
Desde el 2 de septiembre, Estados Unidos ha atacado 15 embarcaciones (14 lanchas rápidas y una semisumergible), matando a un total de más de 60 personas. Todos estos ataques (descritos de forma grandilocuente por Trump y otros funcionarios estadounidenses como «ataques cinéticos letales») se han publicitado de forma ostentosa con vídeos en las redes sociales, aunque no se ha dado ninguna información sobre la ubicación de los ataques, la información de inteligencia que los motivó, etc.
¿Lucha contra el narcotráfico?
¿Cuál es el objetivo de esta escalada repentina y provocadora? Trump ha alegado que el objetivo es poner fin a los envíos de drogas a Estados Unidos, que causan decenas de miles de muertes cada año. Pero esta justificación no resiste un análisis riguroso. Los informes estadounidenses (del Congreso, la DEA y otras fuentes abiertas y oficiales) revelan que la inmensa mayoría (74 %) de la cocaína que se trafica a Estados Unidos desde Sudamérica llega a través de la ruta del Pacífico. Estas drogas no se transportan en lanchas rápidas, sino en contenedores marítimos y aviones. Otro 16 % pasa por el «vector del Caribe occidental» (la costa caribeña de Colombia). Solo un 8 % pasa por el «corredor del Caribe» (frente a la costa de Venezuela).
Base de datos del gobierno estadounidense sobre incautaciones y movimientos de drogas conocidos y sospechosos.
Además, Venezuela no desempeña ningún papel en la producción de cocaína, que se lleva a cabo principalmente en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.
Trump ha intentado presentar a Venezuela como la principal ruta de entrada del fentanilo procedente de China a Estados Unidos, pero esto no tiene ninguna base en la realidad y no hay pruebas reales que lo demuestren. El fentanilo entra en Estados Unidos a través de México.
Entonces, ¿cuáles son las verdaderas razones de esta escalada de agresión imperialista contra Venezuela y qué quiere Trump?
Hasta hace poco, parecía que lo único que le interesaba a Trump con respecto a Venezuela era el acceso a su petróleo, siendo los recursos minerales un factor adicional. Venezuela tiene las mayores reservas probadas de petróleo del mundo y está muy cerca de Estados Unidos geográficamente, lo que la convierte en una fuente potencialmente barata y fiable. Sin embargo, para obtener acceso al petróleo venezolano, Estados Unidos no necesita entrar en guerra ni amenazar al país con acciones militares. Desde 2019, Venezuela ha sido objeto de sanciones muy estrictas, incluidas las impuestas a las empresas estadounidenses que operan en el país (con la excepción de la licencia vigente de Chevron).
Según un informe del New York Times, la cuestión del acceso a los recursos petrolíferos y minerales de Venezuela, e incluso la cuestión de que el país se aleje de sus actuales vínculos con Rusia, China e Irán, se debatió durante las negociaciones con Estados Unidos a principios de este año:
«En virtud de un acuerdo discutido entre un alto funcionario estadounidense y los principales asesores del Sr. Maduro, el hombre fuerte de Venezuela ofreció abrir todos los proyectos petroleros y auríferos existentes y futuros a las empresas estadounidenses, otorgar contratos preferenciales a las empresas estadounidenses, invertir el flujo de las exportaciones petroleras venezolanas de China a Estados Unidos y recortar los contratos energéticos y mineros de su país con empresas chinas, iraníes y rusas».
Aunque el Gobierno venezolano ha desmentido esta información, es un hecho que es Estados Unidos quien está impidiendo que sus propias empresas petroleras operen en Venezuela. El levantamiento de las sanciones contribuiría en gran medida a restablecer el acceso de Estados Unidos.
La única exigencia de Estados Unidos con la que Maduro obviamente no puede estar de acuerdo es el cambio de régimen, su propia destitución del poder, que parece haberse convertido en el principal objetivo de la escalada militar de Trump.
A principios de año, Trump parecía favorecer las negociaciones con Maduro, tras haberse quemado los dedos en su primera administración. El anterior intento de Trump de sacar a Maduro del poder, impulsado por halcones de Washington como John Bolton y Mike Pompeo, junto con guerreros de la Guerra Fría como Elliot Abrams, fracasó estrepitosamente.
Presionando para un cambio de régimen en Venezuela
¿Qué le ha hecho cambiar de opinión? Está claro que hay un sector del establishment estadounidense, radicado en Miami, que siente un odio visceral hacia la Revolución Cubana y cualquier otro gobierno de América Latina que parezca o suene remotamente «socialista». Maduro traicionó hace mucho tiempo la Revolución Bolivariana, pero sigue utilizando la retórica socialista y es considerado un aliado cercano de Cuba. El cambio de régimen en Venezuela y Cuba es un objetivo obsesivo para estos sectores, representados en el Congreso por los llamados «tres cubanos locos», Mario Díaz-Balart, María Elvira Salazar y Carlos Giménez, todos ellos representantes republicanos de Florida. Tienen tres votos clave en el Congreso, que Trump necesita para aprobar leyes, por lo que están en condiciones de obtener algunas concesiones de él. Ya intentaron que se cancelara la licencia de Chevron a principios de este año. Al final, no se revocó por completo, pero se endurecieron sus condiciones.
El secretario de Estado Marco Rubio también forma parte de ese hervidero de contrarrevolucionarios reaccionarios de Miami, que echan espuma por la boca en su odio hacia Cuba (y ahora también hacia Venezuela) y que desempeñan un papel desmesurado en la política estadounidense debido al peso que tiene Florida en las elecciones estadounidenses.
A ellos se une toda una camarilla de halcones de la política exterior y neoconservadores como Lindsey Graham, todos ellos intentando empujar a Trump en la dirección de organizar el derrocamiento de los gobiernos de Venezuela y Cuba.
Con el rápido desvanecimiento del apoyo popular a Trump, este se muestra más inclinado a ceder a la presión y a llevar a cabo ciertas políticas que puedan granjearle favores. En mayo y junio de 2025, la administración Trump canceló el programa de permiso condicional humanitario que había protegido de la deportación a más de medio millón de migrantes cubanos, venezolanos, nicaragüenses y haitianos. Eso contribuyó a su pérdida de popularidad entre la población latina. Quizás cree que la promoción agresiva de un cambio de régimen en Venezuela (y sus implicaciones para Cuba) podría ayudarle a recuperar parte de esa popularidad.
Otro aspecto relacionado con Venezuela es la migración, que Trump ha mencionado a menudo durante la actual escalada. Según se informa, el subjefe de gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miller, está desempeñando un papel importante en la dirección de los ataques aéreos contra lanchas rápidas en el Caribe, y también es un fanático de las políticas antimigratorias de línea dura de Trump. Trump está promoviendo la idea de que Maduro «ha vaciado las cárceles de Venezuela» y ha enviado a todo tipo de delincuentes a Estados Unidos, y que solo destituirlo del poder puede poner fin a eso.
Pero más allá de las razones inmediatas que pueda tener Trump para la actual escalada de la agresión imperialista contra Venezuela (complacer a los gusanos de Miami, obtener el control total del petróleo y los minerales, frenar la migración), está claro que esta escalada forma parte de una tendencia más amplia en la política exterior estadounidense. Trump está llevando a cabo la retirada de Estados Unidos de los conflictos en zonas que no se consideran de interés estratégico nacional, con el fin de reforzar la posición del imperialismo estadounidense en el continente americano, donde ha sido parcialmente desplazado por China.
El imperialismo estadounidense quiere recuperar el control de su patio trasero
La agresión imperialista contra Venezuela debe verse en el contexto de una serie de otras decisiones procedentes de Washington.
Estados Unidos ha presionado a Panamá para que ponga fin a su participación en la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda china, permita la presencia de tropas estadounidenses en su territorio y obligue a una empresa con sede en Hong Kong (CK Hutchison) a vender dos puertos clave en cada extremo del Canal de Panamá, aunque esta disputa no ha terminado en absoluto.
En agosto, Trump introdujo aranceles del 50 % a Brasil y aplicó sanciones en virtud de la Ley Magnitsky a altos funcionarios brasileños. La razón declarada de estas medidas punitivas fue el juicio a Bolsonaro, pero detrás de ellas se escondía la defensa de los intereses de las multinacionales tecnológicas estadounidenses, así como un intento de castigar a Brasil por su papel en el BRICS y sus estrechos vínculos con China.
En las últimas semanas, Trump ha intensificado su agresividad contra el presidente colombiano Petro, a quien ha calificado de «traficante de drogas ilegal». Trump ha revocado el visado estadounidense de Petro, le ha sancionado a él y a su familia, ha cortado toda la ayuda estadounidense a Colombia y ha amenazado con imponer aranceles.
Al mismo tiempo, Trump ha tomado medidas extraordinarias para apoyar a Milei en Argentina, con una línea de swap de 20.000 millones de dólares, un préstamo privado de otros 20.000 millones y la compra de 400 millones de dólares en pesos argentinos para respaldar la moneda. ¿Qué exige Estados Unidos a cambio de este apoyo? El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, declaró que Estados Unidos «se ha comprometido a sacar a China de Argentina». Otros funcionarios han mencionado que Estados Unidos debería tener acceso preferencial a los contratos de minerales e infraestructura, y se han quejado de que la estación de observación espacial china en la Patagonia podría tener un uso militar.
Algunos han descrito el enfoque de Trump hacia el continente americano como la «Doctrina Donroe», en referencia a la Doctrina Monroe de 1823, que se resumía en el lema «América para los americanos». En aquel momento, la postura de Estados Unidos era defensiva, ya que intentaba mantener alejadas del continente americano a las potencias imperialistas europeas, que eran más poderosas y estaban mejor establecidas. Más tarde, la Doctrina Monroe se complementó con el Corolario Roosevelt (1904-05), mediante el que Estados Unidos, ahora una potencia imperialista en ascenso, se otorgaba el derecho a actuar como policía del hemisferio occidental:
«Las malas prácticas crónicas o la impotencia que dan lugar a un debilitamiento general de los lazos de la sociedad civilizada pueden requerir, en América como en cualquier otro lugar, la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio occidental la adhesión de Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede obligar a Estados Unidos, por muy reacio que sea, a ejercer el poder policial internacional en casos flagrantes de tales malas prácticas o impotencia».
Algunos han descrito el enfoque de Trump hacia el continente americano como la «Doctrina Donroe»
La cláusula «por muy reacio que sea» desempeña aquí el papel de una hoja de parra, y la referencia a la «sociedad civilizada» es una tapadera para los intereses descarados del capital imperialista estadounidense de dominar un continente que consideraba su patio trasero, una fuente de materias primas, un campo de inversión y un mercado cautivo. Esta política, una extensión de la idea de Roosevelt de que el imperialismo estadounidense debía «hablar suavemente y llevar un gran garrote», se utilizó para justificar la intervención militar directa en Nicaragua, Cuba, la República Dominicana, Haití y muchos otros países, durante el período de la «diplomacia de las cañoneras».
El enfoque actual de Trump es casi una copia exacta de esa política. El continente americano debe volver a convertirse en el patio trasero de Estados Unidos, y todas las demás potencias que han invadido su derecho a dominarlo (China y, en menor medida, Rusia) deben ser expulsadas por la fuerza.
El auge de la influencia china en América Latina
Desde principios de la década de 2000, la presencia de China en América Latina y el Caribe se ha expandido de forma espectacular. Las empresas estatales chinas se han convertido en inversores clave en los sectores de la energía, las infraestructuras y el espacio de la región. El comercio entre China y América Latina y el Caribe ha pasado de aproximadamente 12.000 millones de dólares en 2000 a más de 500.000 millones en 2024. China es ahora el principal socio comercial de Sudamérica y el segundo más importante de América Latina y el Caribe en su conjunto, después de Estados Unidos.
China se ha convertido en una importante fuente de inversión extranjera directa y en un importante acreedor soberano, proporcionando más de 141.000 millones de dólares en préstamos a países de América Latina y el Caribe entre 2005 y 2021. Estas inversiones se han dirigido principalmente a materias primas (cobre, mineral de hierro, soja, petróleo) y sectores clave como la energía, las infraestructuras y las telecomunicaciones. Más de veinte países de la región se han sumado a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de China.
A finales de 2024, China inauguró un nuevo megapuerto en Chancay (Perú), lo que redujo el tiempo de viaje por mar entre ambos países de más de un mes a aproximadamente 23 días. China ha firmado acuerdos de libre comercio con varios países, entre ellos Chile, Costa Rica, Ecuador, Nicaragua y Perú. En mayo de 2025, China acogió en Pekín una cumbre con líderes de América Latina y el Caribe, durante la cual el presidente Xi Jinping anunció una línea de crédito de 9.000 millones de dólares para apoyar la inversión en la región. A principios de octubre, China fue admitida como país observador en la Comunidad Andina.
Todo esto se considera una amenaza para la posición de Estados Unidos en la región y su capacidad para acceder a materias primas, fuentes de energía, campos de inversión y mercados. El imperialismo estadounidense se ha comprometido a utilizar todos los recursos a su alcance para revertir esta situación y reafirmar su dominio en el hemisferio. No será una tarea fácil.
Las economías de México y, en menor medida, las de Centroamérica están estrechamente vinculadas a la de Estados Unidos, que domina a sus vecinos del sur. Alrededor del 80 % de las exportaciones de México van a Estados Unidos. Cuando Trump intimida al Gobierno mexicano para que actúe contra China, Claudia Scheinbaum acepta introducir aranceles del 50 % sobre las importaciones chinas y aumenta «el escrutinio y la supervisión regulatoria de la inversión extranjera y las importaciones», en particular las procedentes de China.
Sin embargo, Estados Unidos no tiene la misma influencia cuando se trata de los países sudamericanos, muchos de los cuales dependen ahora en gran medida de las exportaciones a China.
En toda América Latina, el imperialismo estadounidense es considerado, con razón, como el principal enemigo, la potencia que durante décadas ha participado en golpes militares, «cambios de régimen», invasiones, injerencias imperialistas e intimidaciones, y ha explotado sus recursos naturales. El sentimiento antiestadounidense está muy arraigado.
Como resultado, algunos podrían considerar que China desempeña un papel progresista en el continente. Después de todo, hasta ahora, el gigante asiático no ha llevado a cabo ningún golpe militar ni ha derrocado ningún gobierno. Se involucra en el comercio y la inversión sin exigir ninguna condición. Sin embargo, debemos ser claros. Los intereses de China en América Latina son puramente imperialistas en el sentido leninista de la palabra. Lo que busca son fuentes de energía y materias primas, mercados para sus productos y campos de inversión para su capital.
China no solo no es amiga de los trabajadores y los campesinos pobres de la región, sino que no tiene reparos en hacer tratos con regímenes represivos y reaccionarios. Los intereses económicos de China prevalecen sobre cualquier otra consideración.
China mantiene estrechos vínculos económicos con el régimen bonapartista burgués de Bukele en El Salvador. Ha realizado inversiones masivas en Perú, incluido el mencionado puerto de Chancay, donde hay un régimen ilegítimo que llegó al poder mediante un golpe de Estado contra Pedro Castillo, golpe que se consolidó mediante una brutal represión que dejó más de 50 muertos.
China también tiene importantes intereses en Ecuador, gobernado por el represivo gobierno derechista de Daniel Noboa. La semana pasada, China hizo una donación de 28 millones de dólares a Ecuador, que se destinará a las zonas «afectadas negativamente» por la reciente huelga nacional convocada por la organización campesina indígena CONAIE contra la eliminación de los subsidios al combustible. El dinero se distribuirá a través del fondo «Firmes con Noboa» exclusivamente a aquellos que no participaron en la huelga. Este es un ejemplo de cómo China desempeña abiertamente un papel de rompehuelgas al respaldar a un gobierno represivo de derecha.
Los comunistas dicen: ¡Manos fuera de Venezuela, manos fuera de Colombia!
La actual escalada de intimidación imperialista estadounidense en el Caribe forma parte de esta campaña de «rehemisferización». Está claro que al menos una parte de la administración Trump está presionando para que se produzca un «cambio de régimen» en Venezuela, y que esto se considera un campo de pruebas para una mayor agresión militar.
La posición de los comunistas revolucionarios es clara. Decimos: ¡Manos fuera de Venezuela, manos fuera de Colombia! Se trata de una posición de principios en apoyo a los países oprimidos y dominados contra la agresión imperialista, que no tiene nada que ver con el régimen político que existe en los países objeto de ataque.
El gobierno de Maduro en Venezuela sigue utilizando la retórica del socialismo y la Revolución Bolivariana, pero en realidad se ha convertido en lo contrario de todo lo que defendía el presidente Chávez. Hugo Chávez nacionalizó empresas y expropió tierras. Maduro privatiza y entrega tierras a los terratenientes. Chávez fomentó el control obrero y las ocupaciones de fábricas. Maduro destruyó el control obrero y encarcela a los líderes sindicales que se organizan para defender los derechos sindicales.
Pero debemos ser claros. La razón por la que Washington ha lanzado un ataque contra Venezuela y su Gobierno no tiene nada que ver con los derechos democráticos de los trabajadores y los campesinos. Es precisamente lo contrario. Quieren instalar un Gobierno que cumpla plenamente con los dictados del imperialismo estadounidense, que rompa los vínculos con China, Rusia e Irán, y que abra completamente los recursos naturales del país al saqueo y la expoliación por parte de las multinacionales estadounidenses.
La eventual llegada al poder de la premio Nobel de la Paz María Corina Machado no traería democracia ni derechos humanos. Más bien al contrario. Para llevar a cabo el programa de ataques contra la clase obrera y el campesinado al que se ha comprometido, un gobierno reaccionario liderado por la llamada «oposición democrática» tendría que recurrir a una represión masiva y brutal para aplastar la resistencia de la clase obrera.
Ya hemos pasado por esto antes. El ciclo de la Revolución Bolivariana tiene sus raíces en el levantamiento del Caracazo en febrero de 1989. En aquel momento, el gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP) aplicó un paquete de contrarreformas monetaristas que provocó un levantamiento espontáneo masivo en todo el país. El gobierno «democrático» de CAP utilizó al ejército contra las masas desarmadas de trabajadores y pobres, matando a cientos o posiblemente miles de personas.
Los problemas a los que se enfrentan los trabajadores y campesinos venezolanos no se resolverán, desde luego, con la intervención imperialista, ni con los lacayos del imperialismo estadounidense en la oligarquía local. Se agravarán aún más. La tarea de los comunistas revolucionarios es oponerse a la intervención imperialista.
Reemplazar a un amo extranjero por otro tampoco es el camino a seguir. En última instancia, la única forma de que los trabajadores y campesinos de América Latina se liberen del yugo del imperialismo es tomando el poder en sus propias manos, expropiando tanto a los capitalistas extranjeros como a los «nacionales» (en la medida en que existan) y utilizando la vasta riqueza y los recursos de la región para resolver las necesidades urgentes de las masas en materia de pan, tierra, empleo, vivienda, educación y atención sanitaria.