Individualismo de izquierdas o comunismo revolucionario
Contra la teoría y práctica anarquista
Rafael Zavala Vargas
Anarquismo o comunismo, dicotomía tan antigua que podría parecer innecesario seguir hablando y discutiendo del tema. No faltará quien en tono molesto proteste llamando a las “izquierdas” a superar sus diferencias y unirse contra el enemigo común. Claro está que estos elementos fanáticos de la política oportunista de frentes amplios/únicos, en todo momento independiente de las condiciones materiales y las correlaciones de fuerzas en el movimiento, carece plenamente de todo marco teórico en el que sustentar tal afirmación; puesto que, ¡claro!, todo aquel que se considere revolucionario anhela la posibilidad de la plena unidad de todos los sectores oprimidos en la lucha contra el enemigo común, todo aquel que se diga luchar por “transformar” nuestra realidad jamás se opondría a terminar con el fraccionalismo que tantas derrotas le ha costado a los oprimidos a lo largo de la historia.
Sin embargo, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. No basta con “anhelar” la tan sagrada unidad. Dicha unidad debe sustentarse en una claridad política, tanto de teoría como de acción; de lo contrario, lo que se tendrá en esta sagrada unidad no será más que una suma vectorial que tiende a cero, incapaz de ponerse de acuerdo en lo más mínimo, neutralizando por completo todo actuar revolucionario, o en su defecto, una caída completa en el oportunismo, donde se cederían los principios políticos en nombre de la “unidad”, esterilizando el carácter revolucionario de los comunistas.
Presentar con firmeza y claridad nuestras ideas, planteamientos, programa y bandera no es con fines sectarios, como lo quieren presentar los grandes ilustres eclécticos activistas y académicos. Lo hacemos porque desde las filas de la burguesía salen día a día elementos que buscan introducir ideas reaccionarias, erróneas y confusas disfrazadas de revolucionarias y radicales en las masas trabajadoras. Defender el marxismo no es una cuestión de sectarismo o dogmatismo, sino de dar una batalla por mantener la única herramienta que ha demostrado en la historia darle la capacidad al proletariado de enfrentar a su opresor, vencerle e iniciar el proceso de transformación de la realidad.
“Ustedes se sienten dueños de la verdad absoluta”, “Se atribuyen como la única forma de lucha”, “Ignoran la gran diversidad de contextos en donde no se puede aplicar su teoría”, etc., relinchan los detractores del marxismo, queriendo hacerse pasar, por ello, como superiores intelectualmente, pues a diferencia nuestra, han logrado superar ese viejo trasto nacido en el siglo XIX tan sesgado por el viejo continente europeo y superado por la historia tras la caída de la URSS y todo el bloque “socialista” a finales del siglo pasado.
Bueno, veamos que nos ofrecen estos excelentísimos genios que han superado, según ellos, al viejo y obsoleto marxismo.
Teoría anarquista: De Stirner a Kropotkin
Stirner, el padre egoísta del anarquismo
La teoría de Max Stirner parte de los planteamientos de Ludwig Feuerbach. Para Feuerbach, el hombre busca y adora en dios su propia esencia, es decir, no fue dios quien creó al hombre a su imagen y semejanza, sino que fue el hombre quien ha creado a dios a su imagen y semejanza.
Sin embargo, Stirner ve en Feuerbach el mismo error que sus antecesores, suplantando a Dios por la esencia humana. Esta abstracción sobre la naturaleza humana característica de los materialistas franceses del siglo XIX es rechazada por Stirner, quien plantea oponerse a que los individuos reales se tengan que sacrificar en nombre de la humanidad, de ese ser abstracto. La única salida del pantano teológico para Stirner es el tomar como punto de partida al único ser real, nuestro propio “Yo”. Toda abstracción (religión, ciencia, moral, el derecho, la ley, la familia, el Estado) son para este “Yo” un yugo que se impone.
La utopía de Stirner consiste en lo que denomina “asociación de egoístas” (Yo + Yo + Yo +, etc.) donde cada individuo, cada “Yo”, podrá asociarse con otros “Yo” solo en virtud de su voluntad e interés egoísta.
Stirner ha decidido emprender su viaje crítico perdido en la pesada neblina de la abstracción del individuo, abandonando las leyes y el desenvolvimiento del régimen social, ignorando que los hombres establecen relaciones entre sí y que estas no dependen de la voluntad de sus “Yo”, sino que son impuestas por la estructura de la sociedad en la que viven, es decir, por el régimen de producción y distribución existente.
El mérito incontestable de Stirner consiste en el combate enérgico contra el sentimentalismo de los reformadores de la burguesía y los socialistas utópicos, según el cual la liberación del proletariado sería fruto de la actividad virtuosa de las clases poseedoras abnegadas. Para Stirner, la única solución era la lucha encarnizada y no el llamamiento infructuoso a la generosidad de los opresores. Así preconiza la lucha de clases, pero la representa de una forma abstracta, en forma de una lucha entre un “Yo” egoísta contra otro “Yo” igual de egoísta. Sin poder ver nada de la realidad económica, Stirner no logra más que aproximarse a la lucha de clases sin dar con ella nunca. Lanza consignas de lucha de pobres contra ricos, y después, de todos contra todos, olvidando todo tipo de realismo.
Proudhon, el padre “inmortal” del anarquismo
Proudhon plantea que las preguntas “¿Qué es el poder?” y “¿Cuál es la mejor forma de gobierno?” deben ser cambiadas para preguntarnos “¿De dónde viene la idea de autoridad y del poder?”, de esta manera, busca informarnos del origen legítimo de la idea política. Proudhon desea hallar la “biografía de esta idea”, la biografía de la idea del poder.
Si lo que la humanidad busca en la religión y ve en dios es su esencia misma, entonces el ciudadano busca en el gobierno y observa en el poder su propia esencia, que no puede ser otra que la libertad.
Lo que el ciudadano busca en el gobierno no es más que sí mismo, la libertad. Es la libertad, entonces, la esencia del ciudadano, pero no se trata de una libertad política, o alguna otra en específico, sino la libertad absoluta. Para Proudhon, en la forma de gobierno lo que el ciudadano busca es la libertad absoluta del individuo “adecuada e identificada al orden”.
Proudhon ha querido destruir todos los argumentos en favor de la idea de la autoridad, del poder. Para esto, ha supuesto que lo que el “ciudadano” busca en el gobierno es la libertad “absoluta”. Y puesto que el ciudadano busca solamente esta libertad en el gobierno, el Estado no es más que una ficción. “Ha oído decir que Dios no es más que una ficción y de ahí ha deducido que el Estado lo es también”.
Al querer combatir el Estado, ha comenzado por negar su existencia. Todas las formas gubernamentales por la que los pueblos han pasado por más de sesenta siglos no son más que la creación de nuestra fantasía, “fantasmagoría de nuestro espíritu”. La historia política de la humanidad ha tenido como fuerza motriz, según Proudhon, sólo una creación de la fantasía humana.
El cómo lograr la tan desdichada libertad absoluta lo “resuelve” por medio de su entendimiento de economía, es decir, a través de las relaciones entre los productores, donde, según él, la única forma en que se realicen todos los términos es por medio de que todos “los trabajadores se garanticen unos a otros el trabajo y el mercado; con ese fin, que acepten, como moneda, sus obligaciones reciprocas”.
Para Proudhon la libertad, es decir la esencia del ciudadano y por lo tanto lo que se busca en todo gobierno, solo se consigue por medio de los acuerdos mutuos entre los individuos. Aquí parece que el “padre del anarquismo” no es más que otro Jacques Rousseau.
Así el programa político del anarquismo de Proudhon será la lucha por las libertades individuales enmarcadas, primero, por el sufragio universal y, posteriormente, por el “contrato libre”. Lucha que además no necesita de “catástrofes ni golpes de Estado”, sino de “intérpretes” abnegados. Se termina por entender así a la perfección la tan codiciada libertad absoluta del individuo “adecuada e identificada al orden”.
Bakunin, el padre colectivista del anarquismo
“Se me ha acusado de que soy comunista porque pido la igualdad económica y social de las clases y de los individuos, porque con el Congreso de los trabajadores de Bruselas me he declarado partidario de la propiedad colectiva. ¿Qué diferencia, se me dice, hace usted entre el comunismo y la colectividad? Estoy verdaderamente maravillado de que el señor Chaudey no comprenda esta diferencia, él, el ejecutor testamentario de Proudhon. Yo detesto el comunismo, porque es la negación de la libertad y yo no puedo concebir nada humano sin libertad. Yo no soy comunista porque el comunismo concentra y hace que el Estado absorba todos los poderes de la sociedad, ya que termina necesariamente en la centralización de la propiedad en manos del Estado, mientras que yo quiero la abolición del Estado -la extirpación radical de ese principio de la autoridad y de la tutela del Estado-, que, bajo el pretexto de moralizar y civilizar a los hombres, los ha esclavizado, oprimido y depravado hasta el día de hoy. Yo quiero la organización de la sociedad y de la propiedad colectiva o social de abajo hacia arriba, por la vía de la libre asociación, y no de arriba hacia abajo por medio de cualquiera autoridad, sea la que fuere. Como deseo la abolición del Estado, quiero la abolición de la propiedad individualmente hereditaria, que no es sino una institución del Estado, una consecuencia misma del principio del Estado. He aquí en qué sentido soy colectivista y de ninguna forma comunista”.1
En esta cita de Bakunin se logra encontrar la esencia de su teoría anarquista:
1. Combate el Estado y el “comunismo” en nombre de “la libertad completa de todo el mundo”.
2. Combate la propiedad “individualmente hereditaria” en nombre de la igualdad económica.
3. Considera la propiedad como “una institución del Estado”, como “consecuencia misma del principio del Estado”.
El programa se trata de la suma del principio abstracto de libertad y el principio abstracto de igualdad. La incapacidad de solidez del programa así formulado se ve claro en la cuestión de la propiedad, pues, Bakunin quiere la abolición de la propiedad “individualmente hereditaria”; pero ¿Qué hacer, si, suprimido el Estado, ésta sigue subsistiendo? Para Bakunin esto no es posible pues, como el Estado será suprimido, el propietario se verá privado de la consagración jurídica y política de aquél, de la garantía de la propiedad.
Bakunin se satisface con que la propiedad deje de ser un derecho para verse reducida a un hecho simple.
Kropotkin, el padre neo-proudhoniano del anarquismo
Kropotkin imagina la sociedad anarquista no como una reorganización de la máquina gubernamental, sino como la destrucción de ésta, es decir, el Estado. Inmediatamente después de destruir el Estado se creará una organización para la distribución de la riqueza común: comida, vivienda y vestido. “Todo será hecho por el pueblo mismo”. Los individuos “soberanos” se verán razonablemente limitados por las necesidades de la sociedad. Y así nos hallaremos en plena anarquía, la libertad individual estará sana y salva; habrá reglas obligatorias para todo el mundo y, sin embargo, cada uno hace lo que quiere.
Para él, la organización de la producción estará basada en la libertad de cada hombre de trabajar en el área de la industria o agricultura con una jornada laboral diaria y a cambio la sociedad, en compensación, le garantiza los bienes necesarios para su subsistencia.
Kropotkin prosigue y declara que en la sociedad anarquista no habrá autoridad alguna, pero habrá el contrato. No hace más que tomar el cadáver de Proudhon sin olvidar traer con él su sagrado contrato, en virtud del cual los individuos infinitamente libres “se comprometerán” a trabajar en tal “comuna” libre.
Ante la posibilidad de que un firmante del contrato (este trabajador “libre”) no cumpla con sus deberes “libremente” firmados, el contrato hará uso de sus medios de defensa: echarlo de la “comuna libre” para dejarlo morir de hambre. Todo firmante libre sabrá si respetar este contrato o preferir la hambruna. El sueño anarquista es distinto a la realidad capitalista únicamente en lenguaje.
Todo problema (político, social, económico, familiar) se solucionará, según Kropotkin y el resto de anarco-comunistas, gracias al contrato libre, por el “libre acuerdo”. Qué manera más sencilla de eludir el dar respuesta a todas las preguntas de su ideal abstracto.
La reacción disfrazada de radicalismo
¿En qué coinciden todos los autores mencionados? La supremacía de la libertad individual. Claramente estos no son todos o los únicos autores del anarquismo, sin embargo, veamos al que se desee ver, su esencia será la misma: por encima de las libertades individuales nada, todo aquello que se atreva a tratar de imponerse es una manifestación del maligno poder autoritario.
Esta no es más que la ideología de la pequeña burguesía, una clase miserable que se halla entre las dos grandes clases en pugna. Por un lado, cuando el poder del Estado lo tiene la gran burguesía la política de presión empuja a la precarización de la pequeña burguesía y la lleva a la proletarización. Por el otro, cuando el poder lo detenta el proletariado, este no sostiene ni mantiene la conservación del desperdicio de fuerzas de la pequeña producción individual, sino que llama siempre a la producción social y colectiva, destruyendo la base conservadora de la pequeña burguesía.
“¿Por qué hay tanto pequeñoburgués en el anarquismo? Porque el anarquismo está contra todo poder gubernamental, y todo pequeñoburgués, especialmente el pequeñoburgués empobrecido, también está en contra del Estado”.
“Con respecto al poder estatal, el pequeñoburgués es un anarquista por su misma situación de clase, especialmente en el periodo en que la situación de la pequeña economía se convierte en crítica”.2
Mientras que los comunistas llamamos a la toma de los medios de producción por parte de todo el proletariado organizado como clase dominante por medio de la dictadura del proletariado que impulse el desarrollo de las fuerzas productivas con la aplicación de una economía planificada y centralizada, los anarquistas llaman a la posesión individual de cada sindicato o comité de fábrica de sus instalaciones, donde solo ellos y nadie más les puede indicar qué y cuánto producir, pues todo ordenamiento implica autoridad, y toda autoridad significa represión a la libertad individual, a ese “Yo” de Stirner.
Este planteamiento no es más que un discurso sumamente reaccionario, busca retroceder a la época de la propiedad individual y la pequeña producción, con productores aislados en sus talleres, y que se sustenta en el “libre” intercambio, si se desea, hasta con el trueque.
No hace falta exagerar cuando decimos que muchos anarquistas ven con melancolía la antigua producción artesanal, sumamente improductiva con el actual nivel de los medios de producción.
La realidad suele ser muy dura en cuanto a los experimentos de producción “anarquista” que se han intentado practicar. En el total de los casos, o han sido víctimas del caos de la competencia, arruinandose unos y progresando otros como en la economía mercantil más básica, o en los casos más honestos, como en las colectivizaciones de Aragón en la guerra civil española, han tenido que adoptar métodos de centralización y planificación, es decir, han tenido que adoptar el programa del comunismo para no disolverse en alguna forma de caos capitalista.
Los comunistas deseamos la socialización para la tecnificación intensiva de cada sector de la economía que permita reducir al mínimo la jornada laboral, para así así terminar con la división entre el trabajo manual e intelectual, permitiendo el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad.
Los anarquistas culpan de autoritario esto, pues todo poder es en sí mismo malo. “¡¡Se convertirán en los nuevos explotadores!!”, refunfuñan. Moralistas y tímidos de que se les prive de su libertad individual por el beneficio común, se oponen a todo lo que plantee la organización y disciplina.
Nuevamente la experiencia histórica más avanzada del anarquismo les escupe en la cara la inutilidad de su propuesta anti estatal. En Cataluña fueron los anarquistas quienes encabezaron y vencieron la rebelión del ejército en julio-agosto de 1936. Eran una mayoría incontestable, pero en vez de poner en práctica su programa y abolir el Estado, prefirieron que fuera la burguesía catalana la que se hiciera cargo del poder estatal, la cual, por cierto, en cuanto pudo se deshizo de ellos.
Las tareas de los comunistas
Debemos siempre diferenciar entre los teóricos, que por su naturaleza de clase (pequeñoburgueses) son reaccionarios, y las bases jóvenes del anarquismo. El inmenso grueso de la juventud que se identifica con el anarquismo jamás han leído algo de su base teórica y mucho menos conoce sus efectos prácticos. Luchan contra un sistema autoritario, represivo, asesino y brutal. Cuando escuchan decir que el anarquismo quiere un mundo sin Estado, sin policía, sin represión y que, para lograrlo, no hace falta más que desobedecer todo orden, fácilmente se dejan llevar. Son hijos del proletariado desesperados y hartos de este sistema, y con tanta furia que están dispuestos a arriesgar la vida con tal de hacer arder al represor.
Los comunistas no somos sectarios ante la sana rebeldía de los jóvenes que se consideran anarquistas, más bien la consideramos consecuencia de un capitalismo cada vez más enemigo de la humanidad; por ello mismo consideramos necesario encauzar esa lucha por las vías de la lucha organizada, construyendo un programa para la emancipación de todas las clases explotadas, y ello requiere el método del marxismo y la disciplina del partido leninista. Debemos aplicar de forma amistosa y firme la fórmula de Lenin, la explicación paciente.
Defendamos los fundamentos teóricos y la práctica revolucionaria del marxismo con la explicación paciente. No nos interesa desperdiciar tiempo debatiendo con los teóricos académicos; debemos dejarlos en sus escritorios maldiciéndonos por rojos. Los rojos vamos con la juventud y le decimos:
ÚNETE, CAMARADA, LA REVOLUCIÓN NO SE HACE, ¡SE ORGANIZA!
1. Bakunin, Discurso en el Congreso de la liga de la Paz y la Libertad, Berna 1868
2. Preobrazhenski, Anarquismo y Comunismo, 1932.