Generación Z: manipulación reaccionaria y la necesidad de una salida revolucionaria
Carlos Márquez
El 15 de noviembre se realizó una manifestación, con amplia difusión en redes sociales, en la que se llamaba a los jóvenes de la generación Z a salir a las calles. Pero dicha manifestación estaba muy lejos de tener un carácter similar al de las protestas en Madagascar y Nepal, que, usando el símbolo pirata del anime One Piece, vieron a jóvenes encabezar movilizaciones que terminaron con el derrocamiento de gobiernos odiados. En México no llegaron en masa jóvenes; en su mayoría eran adultos e incluso adultos mayores de la pequeña burguesía, simpatizantes de ideas de derecha o ultraderecha.
Una interesante crónica de la marcha del 15N, titulada “¿Dónde quedó la Gen Z? La marcha juvenil que se robaron los viejos”, escrita por Luis Mendoza Ovando y P. Ayax, dice:
“Era una aglomeración de lo esperado: gente de 50 años y más vestidos de impecable blanco, pero con dos novedades estéticas: el sombrero estilo viñedo ahora es reemplazado por el vaquero rústico, en solidaridad por el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo; y la innovación de las banderas del anime One Piece”.
Un movimiento promovido por la derecha
Un joven llamado Ayax realizó una investigación donde demuestra cómo las primeras convocatorias a la marcha del 15 fueron rápidamente compartidas por cuentas de ultraderecha. Descubrió que, detrás de uno de los manifiestos de la supuesta generación Z, estaba la empresa de metadata Monetiq Agencia, que tenía como información de contacto la dirección del exdiputado del PRI José Alfredo Fermat. Ayax aporta información más precisa que demuestra que estas no son convocatorias espontáneas o inocentes, sino una campaña orquestada por la derecha mexicana. Basta ver quiénes hablan y comparten estos mensajes de la generación Z: uno de sus más importantes difusores (por poner un ejemplo) es el empresario del Grupo Azteca, Ricardo Salinas Pliego.
Pero Ayax reconoce que dentro de los grupos de debate de Discord de la llamada generación Z había un ambiente distinto al de las redes, donde participaban jóvenes reales, honestos, descontentos y con deseos de cambiar su realidad. En realidad, esos grupos de Discord se escindieron y también grupos como nosotros —el Partido Comunista Revolucionario—, así como grupos anarquistas, anti-anticomunistas y, en general, anticapitalistas, llamamos a una manifestación una semana antes, el 8 de Noviembre, en oposición a la del 15N, para marcar una clara diferenciación en donde reivindicamos la lucha contra la violencia, la militarización, el imperialismo y el oportunismo de la derecha.
Reacción pequeñoburguesa contra la violencia
Un tema central de las protestas era el llamado a la seguridad. Al iniciar el mes, en medio de las fiestas del Día de Muertos —que en el Estado de Michoacán tienen un fuerte arraigo—, fue asesinado en dicha entidad el alcalde de Uruapan, Carlos Manzo. Este personaje llamaba a abatir al crimen organizado y a no pactar con ellos, encabezando un movimiento llamado “Los del Sombrero”. Fue llamado el “Bukele mexicano”. En dicho estado, el crimen organizado ha aterrorizado a sectores de la población, incluyendo a sectores de la pequeña burguesía y la burguesía. Por ejemplo, en el mes de octubre fue asesinado, también en Michoacán, Bernardo Bravo Manríquez, líder de los empresarios limoneros.
La violencia en México, como lo hemos señalado durante años los comunistas, ha adquirido un carácter barbárico. Se engendró bajo los gobiernos del PRI, pero explotó cuando el PAN estuvo en el poder; sin embargo, Morena no ha logrado contenerla seriamente. Lo que podemos concluir es que este problema de violencia barbárica va más allá de los partidos en turno (sin negar que el trato que da cada uno pueda tener algún efecto de aceleración o contención), pero está ligado a un sistema en decadencia y descomposición. Atacarlo realmente de raíz significa atacar al sistema capitalista en declive, que es la causa de fondo del problema.
De hecho, el gobierno con mayor cantidad de homicidios dolosos ha sido el de López Obrador, con una cifra superior a los 200 mil. Según cifras oficiales, ha habido una disminución de un 25% en el actual sexenio de Sheinbaum. Si estas cifras son ciertas, es un paso adelante, pero muestra que los niveles de homicidios dolosos siguen siendo muy altos, al igual que los casos de desapariciones, extorsiones, secuestros, trata de mujeres, etc.
El problema de la violencia lo vivimos a diario las familias obreras y el campesinado pobre; pero es tan grave que también sectores de la pequeña burguesía y algunos de la burguesía lo han sufrido. El 15 de noviembre vimos una reacción contra esta violencia por parte de la pequeña burguesía. La forma en que buscan solucionar este problema también está condicionada por la posición de clase. Se identifican con Manzo porque es la reacción del productor que está dispuesto a recurrir a la autojusticia para atacar a estos grupos. Pero vemos en Michoacán otra forma de combatir la violencia, con la organización de las masas populares como en el caso de la comunidad de Cherán Keri.
Manzo, por ejemplo, ha sido reivindicado como mártir por un grupo de Michoacán desprendido del PRI, bajo el liderazgo de Juan Carlos Barragán, llamado “Revolución Social”. Ellos capturan y exhiben personas en videos transmitidos en vivo en redes y han creado empresas de seguridad privada. En realidad, son grupos armados fuera del control directo del Estado, con una posición de derechas, que actúan contra los criminales. Bien pueden actuar el día de mañana también como grupos paramilitares.
En la mencionada crónica del 15N, citada al inicio del artículo, también se afirma:
“Lo escucho y veo a gente mayor, pancartas que citan a Bukele –el presidente salvadoreño con una agenda antiderechos humanos–, un mar de color blanco en el que resaltan símbolos fascistas y banderas libertarias, como las que enarbola Javier Milei –el presidente argentino de la derecha–. Sí había rabia y descontento, pero también la sensación de que la gran mayoría de los asistentes no se estaría manifestando si este gobierno fuera de otro partido”.
La marcha estuvo marcada por consignas y pintas misóginas que atacaban el físico de la presidente y antisemitas tachándola despectivamente de judía.
Bloque Negro e infiltrados
En la marcha del 15N, más allá de los hijos de familias pequeñoburguesas que integraron la mayor parte de la movilización, también participaron algunos sectores juveniles, aunque muy minoritarios. Entre ellos se encontraron elementos del llamado Bloque Negro, cuya lógica política es apoyar cualquier acción que “debilite al gobierno”, sin analizar el carácter de clase de la movilización ni quién se beneficia de tales acciones. Esta postura es abiertamente errónea: abandona una perspectiva de clase, se disuelve en las iniciativas de la reacción y transforma a estos jóvenes en carne de cañón al servicio de la derecha.
La crónica de Luis Mendoza, en una alianza que podría parecer surrealista, describe así la escena:
“hay otros muchachos, verdaderamente jóvenes, que son los que tacharon de sembrados o infiltrados en el camino al Zócalo. Forman un círculo para planear cómo volver a chocar contra los policías. Destaca en la formación táctica una muchacha alta, vestida con una bata con estampado de jaguar, detalles de olán y un sombrero de pirata que adorna su cabeza. Ella hace base y despide a sus compañeros. Los otros rompen el círculo y forman una fila que avanza hacia Palacio Nacional. Las señoras católicas y panistas celebran la ofensiva”.
Pero en la movilización no actuaron únicamente los habituales grupos de ultraizquierda del Bloque Negro. Todo indica que también había agentes con intenciones abiertamente desestabilizadoras.
El periodista Alejandro Meléndez, quien estuvo en primera línea durante los enfrentamientos con la policía, relata la presencia de un grupo de jóvenes extremadamente violentos que amenazaban a los policías y afirmaron venir de cuando menos dos cárteles del narcotráfico. Según Meléndez, la derecha buscaba que hubiese un muerto en la manifestación para desencadenar una crisis política de gran envergadura. Como detalle revelador, antes de que estallaran las acciones violentas, los principales políticos y comunicadores de derecha que se habían mostrado en el Zócalo simplemente desaparecieron del lugar, dejando a la base en la el escenario de la trifulca.
Represión estatal contra la población
Pero no podemos omitir el actuar violento de los cuerpos estatales, que no se dirigió únicamente contra provocadores sino contra la población en general. Un compañero nuestro que caminaba en la zona del centro, por Pino Suárez, quedó repentinamente envuelto en nubes de gas lacrimógeno lanzado no sólo contra los manifestantes, sino también contra peatones que simplemente transitaban por la zona.
La brutalidad policial quedó evidenciada en el ataque al fotoperiodista de La Jornada, Víctor Manuel Camacho, quien fue golpeado y despojado de su cámara y teléfono por elementos policiacos. La agresión provocó que trabajadores, reporteros y columnistas del diario publicaran un comunicado de protesta. No se trató de un hecho aislado.
Aunque la posición del PCR fue no asistir a esta manifestación abiertamente cooptada por la derecha, otro compañero nuestro pasó por el Zócalo cuando estallaron los enfrentamientos. Al intentar auxiliar a una reportera afectada por el gas, un grupo de granaderos lo roció directamente en el rostro, lo arrastró sujetándolo de la mochila y del cabello, y lo introdujo en el perímetro policial.
Una vez aislado, fue golpeado cobardemente por varios elementos: puñetazos, patadas, ataques con extintores, insultos clasistas, humillaciones y escupitajos. Le arrebataron sus pertenencias e intentaron raparlo mientras sangraba por los golpes. Junto con otras diez personas, todas severamente heridas —rostros ensangrentados, extremidades lesionadas, cuerpos cubiertos de moretones— fue trasladado hacia la calle de Moneda. Allí, al descubrir propaganda del PCR en su mochila, los policías redoblaron la agresión: “deberías estar trabajando en lugar de andar haciendo tus mamadas”, le dijo uno de ellos antes de golpearlo nuevamente en el vientre.
Les tomaron fotos, datos personales y los amenazaron con desaparición y muerte. Permanecieron detenidos ilegalmente durante más de dos horas, sin atención médica, mientras voluntarios intentaban recabar información para evitar que fueran desaparecidos. Finalmente fueron llevados a la Fiscalía N° 1, donde continuaron sin recibir atención adecuada. La policía anunció que serían acusados de intento de homicidio, en un intento evidente de criminalizarlos.
Debido al desbordamiento de detenidos, los más heridos fueron desesposados. En un descuido, nuestro camarada logró escapar junto con otras personas, apoyados solidariamente por transeúntes que les ayudaron a resguardarse.
Repudiamos esta agresión policiaca contra nuestro compañero, quien no fue atacado por ser parte de la derecha —todo lo contrario—, sino por encontrarse en el momento y lugar equivocado y portar propaganda comunista. Todo detenido que no forme parte de la conspiración desestabilizadora de la reaccionaria derecha y haya sido víctima del exceso represivo del Estado debe ser liberado de inmediato.
Amenaza imperialista
Estas protestas de la derecha se realizan en medio de una ofensiva del imperialismo contra América Latina. La llamada “Generación Z” convocó otra manifestación para el 20 de noviembre, aniversario de la Revolución Mexicana, con una asistencia mucho más reducida y sin incidentes. Aun así, obligaron a modificar la ruta del desfile militar que el Estado realiza ese día. En el reportaje publicado por el canal de Julio Astillero queda en evidencia cómo estos manifestantes de la marea pequeñoburguesa reaccionaria piden o justifican, de manera abierta o velada, la intervención imperialista del gobierno de Trump.
El presidente estadounidense, en medio de las protestas de la derecha en México, declaró: “¿Lanzaría yo ataques en México para detener el narcotráfico? ¡No tengo problema! Haremos lo que sea necesario para detenerlo”.
Las declaraciones de Donald Trump no son un hecho aislado. Forman parte de una ofensiva más amplia del imperialismo estadounidense para recuperar control político y estratégico sobre América Latina, especialmente en el contexto de la crisis económica global y del ascenso del imperialismo chino en la región.
Bajo la máscara de “atacar a los cárteles en México” se esconde, en realidad, la vieja política intervencionista norteamericana. En el marco de protestas derechistas y de una atmósfera mediática que habla de “ingobernabilidad”, estas amenazas adquieren un carácter concreto: buscan imponer la idea de que México necesita tutela militar estadounidense para resolver problemas que el propio imperialismo contribuyó decisivamente a crear.
Trump ha aprovechado el malestar de sectores pequeñoburgueses mexicanos para presentarse como “el líder fuerte” que hará lo que el gobierno mexicano no hace. Se trata de un doble chantaje: por un lado, presiona al Estado mexicano para alinearse con los intereses de Washington; por el otro, legitima a las facciones de derecha interna que buscan que el país se subordine a la estrategia política estadounidense.
La derecha mexicana —desde el PAN hasta los grupos libertarios, el catolicismo conservador y las ultraderechas que se movilizaron el 15N— ha hecho eco de esta retórica. Se han dedicado a presentar al país como un “Estado fallido” o un “narcoestado”, justificando así una posible intervención. Si bien no necesariamente piden explícitamente una invasión, sí alimentan el argumento a favor del injerencismo.
Este clima de presión externa coincide con la necesidad del imperialismo estadounidense de mantener su dominio sobre América Latina en el delicado equilibrio mundial actual. Por ello, cada protesta derechista es amplificada por los medios norteamericanos y burgueses nacionales y cada expresión de descontento pequeñoburgués es presentada como preludio del colapso del gobierno mexicano. La derecha interna actúa, consciente o no, como quinta columna del imperialismo.
Las protestas de agricultores
En medio de este ambiente se han desatado protestas de productores y distribuidores del campo, así como de transportistas. Demandas como seguridad, mejores precios del maíz y el rechazo a una nueva ley de aguas están en el centro de estas movilizaciones. Las protestas surgen de problemas reales: los transportistas sufren particularmente la violencia, siendo víctimas de extorsiones, asaltos y asesinatos.
En los últimos tres años, el precio del maíz se desplomó por la sobreproducción mundial. La producción transgénica —que México no produce, pero sí importa— ha inundado el mercado. México se ve obligado a comprar maíz a Estados Unidos de acuerdo con los compromisos del T-MEC (del cual, de hecho, es el principal consumidor). Este año ha sido el de mayor importación desde que se tiene registro. “Entre enero y octubre México importó 40 millones 700 mil toneladas de granos y oleaginosas” (La Jornada, 24/11/25). En realidad, hemos visto un acuerdo comercial beneficioso para el imperialismo y no parece que con Trump —y un gobierno reformista que ha cedido a sus presiones— vaya a renegociarse de manera favorable.
Pero el problema no radica solo en ello. Aprovechando el bajo precio del maíz transgénico importado, las grandes empresas en México asfixian a los productores: “empresas como Maseca, Minsa y Cargill siguen pagando precios ‘injustos’ por el maíz blanco, que es para consumo humano y se utiliza en la cadena de la masa y las tortillas. Explicaron que mientras ellas venden la tonelada de harina a 17 mil pesos, pagan la tonelada de maíz a menos de un tercio de ese valor” (La Jornada).
En realidad, quien lleva la peor parte es el pequeño y mediano productor, no quienes especulan o lo exprimen. Sin embargo, estos problemas reales la derecha trata de capitalizarlos. El Frente Nacional Rescate del Campo y la Asociación Nacional de Transportistas, que tienen entre sus líderes a connotados miembros de partidos de derecha, buscan capitalizar el descontento y usarlo para desestabilizar al gobierno.
Medios de comunicación burgueses, como TV Azteca, propiedad del empresario Salinas Pliego, celebran los bloqueos, que se han extendido por 20 estados, tomando carreteras e incluso aduanas. Cuando su posición histórica ha sido satanizar las protestas y bloqueos que en el pasado realizamos las luchas sociales y magisteriales.
No se niega que la derecha busca desestabilizar al gobierno aprovechando elementos reales de descontento social. Es un reflejo, en parte, del abandono que la izquierda electoral —que ha dominado la escena política nacional— ha hecho de las luchas y demandas sociales.
Demandas legítimas y conspiración
El gobierno de la 4T, tanto en el periodo de López Obrador como ahora con Sheinbaum, enfrenta este escenario complejo con una visión profundamente limitada. Su error fundamental consiste en fusionar dos fenómenos distintos. Primero: las protestas legítimas de los trabajadores del campo y la ciudad, así como de la población trabajadora sometida a violencia y abandono histórico. Segundo: las maniobras conspirativas de la derecha, la ultraderecha y grupos empresariales (y muy posiblemente el imperialismo) que buscan capitalizar ese descontento para fines reaccionarios.
La conjunción entre presiones imperialistas, movilización pequeñoburguesa derechista, infiltración del crimen organizado y descontento campesino real expresa que México atraviesa una crisis orgánica; un momento donde las instituciones del Estado se muestran incapaces de contener las tensiones acumuladas del capitalismo dependiente.
La derecha quiere aprovechar este momento para construir una base social que legitime su regreso al poder. En el proceso, está utilizando todo: la inseguridad, la rabia pequeñoburguesa, el malestar de sectores juveniles e incluso la desesperación del campesinado pobre y mediano. Pero la poca asistencia a la marcha del 15N y el llamado a una contramarcha demuestra que ha sido incapaz de ganar a la juventud y su programa burgués conservador va en contra de los intereses de los trabajadores del campo y la ciudad, de las mujeres, la juventud e incluso de la pequeña burguesía. Aunque muchos afirmen que la juventud está virando hacia la derecha, nosotros hemos señalado que una capa avanzada de la juventud correctamente está llegando a las conclusiones de un programa abiertamente revolucionario y a otra capa la derecha no les ofrece ninguna alternativa para solucionar sus demandas y no los ha atraído.
Esta ofensiva, al mismo tiempo, revela la debilidad de los propios cimientos del sistema y el Estado burgués mexicano, incapaz de resolver la violencia (siendo de hecho un generador de la misma).
Un programa contra la derecha y contra el sistema
México atraviesa una crisis orgánica donde se combinan la descomposición del sistema, la ofensiva de la derecha, la presión imperialista y el inicio del agotamiento del propio proyecto de la 4T. En este contexto, ni el reformismo ni la administración “progresista” del capitalismo ofrecen una salida real para las masas, mucho menos lo harán las derechas. Por ello, frente a la campaña reaccionaria, la violencia, la manipulación mediática y el abandono histórico del campo y la ciudad, la tarea central, gobierne quien gobierne, es defender un programa independiente de la clase trabajadora. Por ello, los comunistas luchamos:
- Por un gobierno de la clase trabajadora. Basta de desigualdad social: no se trata solo de gravar a los superricos, ¡hay que confiscar sus riquezas! Planificación democrática de la economía para beneficio de la mayoría.
- Una economía al servicio de los trabajadores, no de los multimillonarios.No a la conciliación con los empresarios. Acabemos con los privilegios de los multimillonarios extranjeros y nacionales. Abajo el sistema de violencia, corrupción y explotación, abajo el Estado de los empresarios y su sustitución por un Estado de los trabajadores.
- Contra la violencia y la opresión. Por una lucha unificada y combativa contra el racismo, el sexismo y toda forma de discriminación. Igualdad y derechos plenos para todas las personas, sin importar su origen, sexo o género. Basta de crímenes de odio y violencia contra mujeres y personas de la diversidad sexual; justicia real y aparición de los desaparecidos. Por tribunales populares y policías comunitarios, que reemplacen al sistema judicial corrupto, bajo control democrático de la población.
- 5. Contra la militarización y la inseguridad. Para enfrentar la violencia derivada del narcotráfico y la drogadicción, es necesario transformar las condiciones que empujan a millones a las redes de la droga. Exigimos atención médica y tratamiento digno para personas con adicciones. Reorientar el gasto militar a programas de salud, cultura, educación y empleo para la juventud. Impulsar comités comunitarios, escolares y laborales para prevenir el consumo, fortalecer la organización popular y frenar la violencia con la organización de masas. Sólo el pueblo trabajador organizado podrá enfrentar el abandono, la impunidad y a quienes se benefician del negocio de la muerte.
- Salario digno y empleo seguro. Empleo para todos o subsidio de desempleo sin trabas. Salario mínimo según el costo real de vida, con escala móvil; jornada de 35 horas —y a la baja— y jubilación completa tras 30 años de trabajo; por la planta laboral después de 15 días de trabajo. Por un sistema solidario de pensiones, con la nacionalización de las Afores y Seguridad Social universal.
- Contra el capitalismo e imperialismo. Basta de guerras imperialistas y genocidios como el cometido contra el pueblo palestino. Rechazamos las agresiones económicas imperialistas, la imposición de aranceles y el intento de cargar la crisis sobre la clase obrera mundial. No al pago de las deudas externas de países ex coloniales. Solidaridad con la lucha revolucionaria de los trabajadores del mundo. Por la unidad internacional de la clase trabajadora en una federación socialista.
- Por un Partido Comunista Revolucionario. Que organice a nuestra clase a nivel nacional e internacional, bajo la bandera de la Internacional Comunista Revolucionaria. ¡Únete a la lucha por el comunismo!
