La movilización contra la reforma de las pensiones en Francia entra en una fase decisiva. Todas las jornadas de acción desde el 19 de enero han confirmado la magnitud de la oposición a los ataques previstos por el gobierno de Macron contra las pensiones y, más allá, contra toda su política.
[Nota: este artículo fue escrito días antes de la movilización del 7 de marzo de la que proporcionaremos un balance en próximos días]
Pero como anticipábamos, estas movilizaciones de 24 horas por sí solas no han podido hacer retroceder a Macron en el corazón de su ofensiva: el retraso de la edad de jubilación, el aumento de la duración del periodo de cotización y la supresión de los regímenes especiales para ciertos sectores de la población activa. A partir de ahora, todas las miradas están puestas en una nueva etapa de la lucha, que comenzará el 7 de marzo.
En un comunicado de prensa conjunto del 21 de febrero, todos los sindicatos implicados en la lucha «reafirman su determinación de paralizar Francia el 7 de marzo». Precisaba además que: «el 7 de marzo debe haber una paralización absoluta en las empresas, las administraciones, los servicios, los comercios, las escuelas, los lugares de estudio, los transportes…» etc.
Al mismo tiempo que suscribía este llamamiento para «paralizar Francia», el líder de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), Laurent Berger, ha echado un balde de agua fría sobre el movimiento. «No es un llamamiento a la huelga general», ha explicado, sin precisar cómo sería posible «paralizar» Francia sin una huelga general. Este hombre tiene miedo de su propia sombra y nada teme más que el éxito de esta lucha.
No obstante, el tono del comunicado intersindical –más combativo que los anteriores– refleja la presión ejercida desde abajo sobre los dirigentes de las organizaciones sindicales. Dicho esto, ni siquiera una sólida huelga general de 24 horas haría retroceder al gobierno. Por ello, cinco federaciones nacionales de la Confederación General del Trabajo (CGT) (Química, Ferrocarriles, Energía, Vidrio y Cerámica, Puertos y Muelles) llaman a los trabajadores de sus respectivos sectores –y más allá, a todos los trabajadores del país– a la huelga indefinida a partir del 7 de marzo.
Un comunicado de prensa conjunto de estas cinco federaciones de la CGT explica: «A partir del 7 de marzo, los trabajadores de nuestras cinco federaciones nacionales estarán en lucha indefinida. Esta coordinación debe dar confianza a los trabajadores y provocar un cambio en la relación de fuerzas en todos los sectores, públicos y privados». El mismo comunicado afirma: «la victoria se conseguirá mediante la coordinación metódica de huelgas indefinidas en los lugares de trabajo de los diferentes sectores económicos». Esto es absolutamente correcto.
Más allá de estas cinco federaciones de la CGT, la organización de huelgas indefinidas se discute en el conjunto de la izquierda y del movimiento sindical. Amplios sectores de la juventud y de los trabajadores comprenden que la lucha que comenzó el 19 de enero se encuentra ahora en una encrucijada: o se desarrolla un poderoso movimiento de huelga indefinida a partir del 7 de marzo, o el gobierno estará en condiciones de ganar. En otras palabras, entienden que la movilización del 7 de marzo debe ser el punto de partida de una nueva fase de la lucha, y no sólo una sexta movilización de 24 horas. Y es precisamente esta perspectiva la que podría, a su vez, conducir al éxito del 7 de marzo.
El potencial de la lucha
Un hecho importante a destacar es que, en varios lugares de trabajo, las recientes jornadas de acción se han utilizado como base para huelgas indefinidas con el fin de exigir aumentos salariales más elevados que los «propuestos» por la patronal en el marco de las Negociaciones Anuales Obligatorias, muy por debajo de la inflación.
Este vínculo entre la lucha contra la reforma de las pensiones y la lucha por aumentos salariales es muy significativo. Si el movimiento actual se eleva al nivel necesario para vencer, planteará necesaria y espontáneamente toda una serie de reivindicaciones, mucho más allá de la única exigencia –defensiva– de retirar la reforma de las pensiones.
Si un número creciente de sectores se compromete en un movimiento de huelgas indefinidas, los trabajadores aprovecharán esta nueva relación de fuerzas para pasar a la ofensiva sobre diversas cuestiones: salarios, condiciones de trabajo, empleo, servicios públicos, subsidios de desempleo, etc. Mejor aún: llevados por la fuerza de su propio movimiento, jóvenes y trabajadores querrán ajustar cuentas con el propio gobierno. En otras palabras, derribarlo y sustituirlo por un gobierno que represente sus intereses y no los de una minoría de ricos parásitos.
En el momento de escribir estas líneas, esta perspectiva es sólo una posibilidad. Pero no es una posibilidad abstracta desconectada de la realidad, dado que hay una enorme cantidad de ira acumulada en lo más profundo de la sociedad francesa.
En este contexto, los dirigentes de la izquierda y del movimiento sindical deberían intentar vincular la lucha contra la reforma de las pensiones a una lucha generalizada – más combativa– contra el conjunto de la política del gobierno, contra este mismo gobierno y para que se pongan en marcha medidas realmente progresistas. Desgraciadamente, no hacen nada de eso. Al centrar la lucha únicamente en el proyecto de ley del gobierno, están obstaculizando su potencial. Esto, sin embargo, no impedirá necesariamente que este potencial se realice, ya que el conservadurismo de la dirección es sólo un obstáculo relativo para el desarrollo de un poderoso movimiento de huelgas indefinidas. No hay que olvidar que en junio de 1936 y en mayo de 1968, las huelgas generales indefinidas tomaron por sorpresa a los dirigentes de la izquierda y del movimiento obrero.
El cretinismo parlamentario
En lugar de abrir perspectivas más amplias que la simple retirada de la «reforma» de las pensiones, los dirigentes de La Francia Insumisa y NUPES (el bloque de izquierdas de los partidos de la oposición) se alinean con la estrategia y el programa erróneos de los dirigentes de los sindicatos. Además, se dedican a una agitación parlamentaria bastante patética.
A la inmensa mayoría del pueblo no le interesa la permanente tormenta en un vaso de agua en la Asamblea Nacional, y en particular los animados debates del NUPES sobre qué «táctica» adoptar con respecto al artículo siete del proyecto de ley (sobre la modificación de la edad de jubilación): ¿hay que votarlo o no? Mélenchon piensa que no. Roussel, del Partido Comunista Francés, piensa que sí. Martinez (CGT) piensa como Roussel, mientras pide a Mélenchon que no se meta con el sindicalismo, y así sucesivamente, para gran regocijo de los medios de comunicación burgueses, que se empeñan en retransmitir ampliamente estas polémicas huecas.
Ante estas disputas en el seno de NUPES, uno piensa en la mordaz ironía de Friedrich Engels cuando denunciaba el «cretinismo parlamentario» como:
(Artículo escrito para el New York Tribune, julio de 1852)
Pongamos un ejemplo concreto. El 9 de febrero de 2006, la Asamblea Nacional adoptó el Contrato de Primer Empleo, que supuso una violenta ofensiva contra los jóvenes y todos los trabajadores. Dos meses después, la dirección sindical perdió el control de la masiva oposición que provocó, estallando huelgas espontáneas en un número creciente de lugares de trabajo. Esto obligó al Presidente Jacques Chirac a arrojar su recién aprobada ley al basurero de la historia.
Se apruebe o no, el actual proyecto de ley correrá la misma suerte si en las próximas semanas se desarrolla en el país un poderoso movimiento de huelga indefinida. El centro de esta lucha no está en el parlamento. Está en las calles, en los lugares de trabajo, en las universidades y en los institutos. Si los dirigentes del NUPES quieren contribuir a la victoria de nuestro campo, deben lanzar todas sus fuerzas en esta batalla y poner de manifiesto su verdadera perspectiva, la de una lucha para acabar con el gobierno de Macron y el sistema capitalista en crisis.