Escrito por: John Peterson – Socialist Revolution (CMI EE.UU.)
Las elecciones parciales legislativas de EEUU están al caer y las elecciones de 2020 a la vuelta de la esquina. Considerado por muchos como un referéndum sobre Trump y una vista previa de las próximas elecciones presidenciales, estas elecciones también será un referéndum sobre el sistema político en su conjunto. Si bien es posible que se produzca una sacudida anti-Trump, decenas de millones simplemente las ignorarán entendiendo instintivamente que si los Demócratas o los Republicanos controlan el Congreso, no se producirá ningún cambio fundamental.
En 2016, un enorme número de votantes, casi el 45 por ciento, optó por el abstencionismo «sin precedentes», mientras que Trump y Clinton recibieron cada uno un poco más del 26 por ciento. Las elecciones legislativas parciales de mitad de legislatura suelen tener una participación aún menor. La falta de opciones genuinas resulta en la falta de entusiasmo genuino. Votar en contra de algo o alguien solo puede motivar hasta cierto punto.
La polarización cada vez mayor de la sociedad estadounidense es, en última instancia, un reflejo del antagonismo irreconciliable entre los trabajadores y los capitalistas. Pero dada la historia singularmente retorcida del país, las cosas no son tan sencillas como «la clase obrera de un lado, la clase capitalista del otro». A modo de ejemplo, la vida política estadounidense se refleja actualmente a través del prisma distorsionado de los dos partidos principales, los cuales son flagrantes campeones del capitalismo. Por definición, esto significa que defienden intereses que son antagónicos a los intereses de los trabajadores. Pero como son una minoría exigua de la población, deben apoyarse en la mayoría de la clase trabajadora para ganar las elecciones. Con poco contenido que ofrecer, las diferencias nominales entre ellos se canalizan hacia la llamada «guerra de culturas», lo que lleva a enredos aún mayores.
Aclarar este embrollo en líneas de clase será necesariamente un proceso desordenado y prolongado, especialmente en ausencia de un partido político de la clase trabajadora de masas. Pero dado lo anterior, es difícil comprender cómo alguien podría negar el potencial colosal de una alternativa política de masas de la clase trabajadora. La disposición de los trabajadores estadounidenses a movilizarse y enfrentarse al statu quo se puso de manifiesto durante la campaña de Sanders y nuevamente durante la reciente oleada de huelgas de maestros. Millones de estadounidenses, votantes y no votantes por igual, se unirían con entusiasmo a un partido que fuese realmente suyo, uno que propusiera audazmente políticas socialistas que desafiasen el derecho de los capitalistas y sus partidos a gobernar. Y, sin embargo, increíblemente, la principal «estrategia» de la izquierda socialista es aferrarse de una forma u otra a los Demócratas.
No hay ilusiones en los Demócratas
Tomemos el ejemplo de la autodenominada socialista y miembro de los DSA(Socialistas Demócratas de América), Alexandra Ocasio-Cortez. Su tectónica victoria sobre un antiguo burócrata Demócrata alimentó la ilusión de que los Demócratas de alguna manera podrían ser empujados hacia la izquierda. Cuando el periódico marxista Socialist Revolution señaló que lejos de empujar a los Demócratas hacia la izquierda, Ocasio-Cortez sería rápidamente absorbida a la derecha, nos llamarón sectarios, pesimistas, dogmáticos y, cosas aún peores. Pero los verdaderos amigos se dicen la verdad, no importa lo desagradable que sea. Ahora ella ha dado un respaldo general a todos los candidatos del Partido Demócrata, incluido el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo.
No se puede negar que la victoria de Ocasio-Cortez generó interés en el socialismo, pero tenemos que preguntarnos: ¿qué tipo de victoria y qué tipo de socialismo? ¿Acaso los socialistas se limitan a «ganar» elecciones democrático- burguesas aisladas que llevan inevitablemente a la decepción cuando no cambia nada significativo? ¿O significa derrotar al capitalismo para asegurar una vida mejor para todos y la supervivencia de nuestra especie frente al cambio climático global?
En cuanto al socialismo, los marxistas lo entienden como el período de transición que une al capitalismo y a la sociedad sin clases, sin dinero y sin Estado, conocida como comunismo. Es el período que marca el inicio una vez que los trabajadores han conquistado el poder político y comienzan a actuar contra la propiedad privada de los medios de producción. No se trata simplemente de unas pocas reformas reversibles dentro de los límites del capitalismo. Mientras los socialistas revolucionarios luchan por reformas dentro del sistema, lo hacemos como parte de una lucha más amplia para derrocarlo de una vez por todas. El contenido es más importante que la forma. Las buenas intenciones personales y llamarse socialista no son suficientes.
El Partido Demócrata tiene el lastre del capitalismo detrás suya. Esperar que los individuos puedan resistir de alguna manera la gravedad de una fuerza tan poderosa sin las fuerzas de masa propias para respaldarlos y controlarlos es, en el mejor de los casos, ingenuo. Presentarse como Demócrata significa que estás en deuda con el Partido Demócrata. Es así de simple.
La gente estaba entusiasmada con Sanders y Ocasio-Cortez, no porque se postularan como Demócratas, sino porque se llamaban socialistas y desafiaban al status quo. Lo que los encumbró fue la posibilidad de la atención médica universal, educación gratuita y salarios más altos. Pero los Demócratas no pueden cumplir de manera significativa estas reivindicaciones, y mucho menos en una época de austeridad, recortes y contrarreformas. La tarea de los socialistas es acabar con el control que tiene el partido Demócrata sobre las mentes de millones de trabajadores que caen en su trampa por falta de una alternativa, y no fomentar esas ilusiones. En última instancia, el único partido y los candidatos en los que realmente podemos confiar son los nuestros. Si ese partido aún no existe, entonces depende de nosotros luchar por él dentro del movimiento, con un sentido de urgencia.
Un ejemplo de lo que es posible se puede ver en los recientes resultados de las elecciones en Québec. Sobre la base de un programa progresista que incluía aumentar el salario mínimo, garantizar la baja por enfermedad pagada, expandir masivamente el transporte público, reducir el costo de los medicamentos y el acceso a Internet, entre otros, Québec Solidaire (QS) más que duplicó su resultado anterior y consiguió el 16 por ciento de los votos. Con el colapso de los liberales y los nacionalistas, y la victoria de la Coalición de extrema derecha Avenir Québec (CAQ), el escenario está preparado para una mayor polarización y lucha de clases, y QS está en condiciones de galvanizar la lucha en la provincia y ganar futuras elecciones, si moviliza a los trabajadores y jóvenes detrás de un programa que se enfrente realmente al capitalismo. La conclusión a la que llegan los liberales y los reformistas cuando gana la extrema derecha es que se necesita aún más «moderación». Pero la verdadera lección es que una opción desafiante frente la austeridad y el capitalismo entusiasma a los trabajadores a ir a las urnas y a las calles.
Kavanaugh: tan feo como el sistema que lo apoya
En el momento de las elecciones parciales en EEUU, la economía sigue siendo técnicamente sólida y gran parte de la base de Trump todavía siguen apoyándole. Como resultado, los Republicanos bien pueden mantener el control del Congreso y la muy popular «ola azul» puede flaquear. Pero el resultado aún no está determinado, y en un sistema equilibrado en el filo de una navaja, incluso pequeños acontecimientos pueden inclinar la balanza hacia un lado u otro. La economía podría muy bien caer en picado en cualquier momento, y en la piscina de lo desconocido cayó la roca de las audiencias de Kavanaugh-Ford, el recién nombrado Juez del Tribunal Supremo acusado de violación, impulsado por Trump..
Los liberales se ponen histéricos sobre la posibilidad de que un archi-reaccionario como Brett Kavanaugh ocupe el puesto dejado por Anthony Kennedy. No hay que equivocarse sabemos que: Kavanaugh es un miembro privilegiado vomitivo de la clase dominante, enemigo declarado de la clase obrera. Pero no podemos olvidemos que el Tribunal Supremo al completo es enemigo de la clase obrera. Este es el mismo tribunal que dictaminó que Dred Scott no era una «persona» a los ojos de la Constitución y que la segregación «separada pero igual» era absolutamente legal [Dred Scott era un esclavo negro que pleiteó infructuosamente ante el Tribunal Supremo de EEUU en la década de 1850 para exigir su libertad, NdT], así como dictaminó que la esterilización forzada de las personas con discapacidades intelectuales era constitucional y que los japoneses-estadounidenses podían ser internados indefinidamente en campos de internamiento. Es el mismo organismo no electo por vida que decide las elecciones de EEUU, defiende la depuración de las listas electorales y protege los derechos de la Primera Enmienda y la personalidad jurídicas de las corporaciones.
A pesar del esfuerzo liberal por canonizar a Ruth Bader Ginsburg, la Corte Suprema no está compuesta por semidioses, sino por personas reales con intereses muy reales: intereses de clase. Es una institución totalmente reaccionaria, uno de los tres pilares del gobierno diseñado para mantener a las masas bajo control. Su esfera de poder se deriva de una interpretación generosa de la Constitución de los Estados Unidos, igualmente reaccionaria, un documento redactado por y para una minoría de propietarios ricos. Se alega que el Tribunal Supremo está por encima de la política, ‘interpretando’ ‘imparcialmente’ e ‘independientemente’ la ley. En realidad, al igual que la monarquía británica, es una de las últimas líneas de defensa para defender al gobierno burgués y no es en absoluto «independiente» de cualquier clase. Cuando la presión desde abajo crece en ciertos temas, como los derechos civiles básicos para los estadounidenses de raza negra o el matrimonio gay, es lo suficientemente flexible como para hacer ciertos ajustes, pero siempre dentro de los límites seguros para la continuación del sistema.
Existe una enorme inercia detrás de la aceptación mayoritaria de la Corte Suprema como la ‘última palabra’ en asuntos judiciales. Es una de las pocas instituciones políticas que todavía tiene una credibilidad bastante amplia. Mantener su integridad y santidad son primordiales. Esta es la razón por la que el Republicano Jeff Flake lamenta que las audiencias estén «destrozando el país» y que los medios de comunicación liberales están preocupados por el «escrutinio no deseado» que todo esto ha provocado. Es «no deseado» porque, si se expone la farsa de la imparcialidad, toda la base legal del dominio capitalista se pondrá en peligro. La Corte y la Constitución deben parecer que gobiernan para todos, mientras que en realidad dictan para unos pocos, un acto mágico difícil de lograr en los mejores momentos, y mucho menos en tiempos de intensificación de la crisis intensificadora.
Ninguna confianza en la clase dominante.
La confianza en cada pilar del poder se está desmoronando. Barack Obama, parcial y temporalmente, logró dar un toque de dignidad a un cargo no digno: el asiento del poder de la clase dominante más rapaz del mundo. Adormeció a la gente en un sentido de complacencia, pensando que después de la crisis de 2008, lo peor ya había pasado. Pero lo peor estaba lejos de terminar y hay mucho más por venir, y Obama, Clinton, Sanders y el resto del Partido Demócrata allanaron el camino para ello.
Como explicó Hegel, la necesidad se expresa a través del accidente y, al igual que la elección de Trump, el escándalo de Kavanaugh expresa una verdad más profunda. Que un sexista, racista, malhumorado, evasor de impuestos, narcisista y mentiroso congénito sea el presidente de los Estados Unidos no es una anomalía, sino un fiel reflejo de los verdaderos valores y el carácter del sistema. Que una criatura abominable como Brett Kavanaugh fuera su primera elección para ocupar un lugar en el cuerpo judicial más poderoso de la república capitalista más antigua de la tierra tampoco es una aberración. El sistema está agotado y no le queda nada más que ofrecer, excepto una crisis perpetua y caos. Al igual que los dos partidos principales que lo defienden, hay que arrojarlos al basurero de la historia.