Escrito por John Petersson
El mundo espera con la respiración contenida la elección del «líder del mundo libre». La elección de 2016 ha sido una montaña rusa para los votantes, encuestas, expertos y candidatos por igual. Nunca se ha visto una campaña igual a ésta en los EEUU durante un siglo o más.
Parece confirmar la creencia de muchos de que finalmente el pueblo estadounidense ha perdido la cabeza. Los comentaristas serios y los comediantes por igual están prediciendo el «final del experimento estadounidense de la democracia republicana» no importa cuál sea el resultado. Los votantes están tratando de configurar sus mentes para ver «cuál es el candidato que menos odian.»
El Financial Times dijo lo siguiente: «De lo que no cabe duda es que los mercados tienen miedo de una victoria de Donald Trump». Y de acuerdo con el laboratorio de ideas liberales, la Institución Brookings, una victoria de Trump «reduciría el valor del S&P 500 [índice bursátil de la Bolsa de Nueva York. NdT] y provocaría una devaluación del 25% en el peso mexicano, así como una volatilidad futura de los precios».
Una jefa de análisis político global del Citibank dijo que los EEUU están pasando por un «momento de mercados emergentes», con una volatilidad vinculada al resultado electoral más apropiado para países más pobres sin siglos de gobierno democrático-burgués. Sin embargo, ¿cree ella que una victoria de Clinton sería muy diferente?
A pesar de que las decisiones clave que afectan a nuestras vidas se toman en las salas de juntas de las corporaciones, esto no quiere decir que los presidentes no tengan un impacto e influencia sobre las características específicas de la dominación capitalista. En un mundo en equilibrio sobre el filo de una navaja, incluso pequeñas diferencias pueden inclinar la economía, la política y la sociedad en su conjunto a una situación fuera de control. La clase dominante prefiere claramente a Clinton y piensa que es la más adecuada para mantener el status quo. El problema es que el status quo de las últimas décadas ha terminado. El sueño americano ha terminado, no sólo para los trabajadores sino también para los capitalistas. El auge de la posguerra y el rebote tras el colapso de la URSS fueron anomalías. Ahora volvemos a la norma capitalista. Y como la noche sigue al día, la vuelta a esa norma significará agudizar la polarización y la intensificación de la lucha de clases en una escala no vista en décadas.
Cualquier cosa puede suceder
Después del último debate presidencial, Clinton parecía estar alejándose de su rival. Sólo uno de los setenta y dos periódicos del país ha apoyado al candidato Republicano. Ahora, pocos días antes de las elecciones, una victoria de Clinton está lejos de ser segura. Con poca cobertura positiva en los medios de comunicación y un aparato de campaña minúsculo sobre el terreno en comparación con los Demócratas, Trump puede ganar o por lo menos quedar incómodamente cerca, abriendo el camino para el caos posterior a las elecciones si decide no reconocer los resultados.
Clinton debería haber sido la favorita para la victoria. Pero las cosas no son como parecen. Estas son aguas desconocidas para el capitalismo, y la profundización de la crisis del sistema se refleja inevitablemente en una crisis profunda de la política burguesa. Aunque cada uno de los candidatos puede exacerbar la crisis de diferentes maneras, Trump y Clinton no tienen la culpa como individuos de la inestabilidad revelada por las elecciones. Son como los barcos en un océano tormentoso, arrojado de aquí para allá por fuerzas económicas y sociales que escapan mucho más allá de su control, desesperados por tomar el timón de nuevo en sus manos. A medida que la narrativa y la identidad nacional del «sueño americano» se desintegran junto con la economía, otras formas más heterogéneas de identidad y de polarización están tomando su lugar.
Esta siempre fue una elección que Clinton no podía perder, es decir, después de que ella y la Convención Nacional Demócrata maniobraran de forma antidemocrática para impedir la victoria de Bernie Sanders en las primarias Demócratas. Después de todo, Obama es relativamente popular, la economía aún no ha caído de nuevo en una depresión, con las secuelas del movimiento ocupar las plazas (Occupy) y Las Vidas Negras Importan (Black Lives Matter), el estado de ánimo general entre los jóvenes está claramente escorado a la izquierda, y Trump es un ignorante reaccionario y un bufón. Sin embargo, hay una mosca en la sopa: millones de estadounidenses odian a Hillary Clinton con pasión. La ven como una mentirosa, y una tramposa deshonesta, comprada y pagada por Wall Street. Ella es la personificación de una arribista privilegiada, la encarnación de la política como un negocio. Después de la experiencia de Sanders, decir «¡por lo menos no soy Trump!» no es suficiente motivación para que millones vayan a las urnas.
Como hemos explicado antes, si el Brexit tuvo lugar, Donald Trump puede convertirse en el próximo presidente de los Estados Unidos.
«Izquierda y derecha»
¿Qué sentido tiene el apoyo a Trump? Si realmente está en condiciones de ganar, será porque millones de trabajadores estadounidenses votarán por él. Su base central de apoyo es claramente la «pequeña burguesía enfurecida» – por muy numéricamente reducida y socialmente impotente que pueda ser, pero lo que él también ha aprovechado ha sido la ira profunda de millones de trabajadores ordinarios. Para entender lo que está sucediendo, hay que abandonar el entendimiento académico liberal burgués de los conceptos de «izquierda» y «derecha». En resumen, hay que analizar este proceso desde una perspectiva de clase.
Para los marxistas, la «izquierda» representa los intereses vitales e históricamente progresistas de la clase obrera en su lucha por la transformación socialista revolucionaria de la sociedad. La «derecha» son los defensores y beneficiarios del capitalismo decrépito y moribundo, un sistema regresivo sobre la base de la explotación y la opresión que ha sobrevivido mucho más allá de su «fecha de caducidad», debido a las traiciones de los dirigentes obreros. El determinante fundamental no es tal o cual política en abstracto, sino la clase: ¿eres un trabajador o vives del trabajo de los trabajadores?
Para mantener la ilusión democrática del «gobierno de la mayoría», a los trabajadores, que superan enormemente en número a los capitalistas, se les debe permitir votar en la urna (o al menos a los que no se les ha negado ese derecho por una miríada de motivos espurios). Durante los períodos normales, las diferencias superficiales sobre política social, económica, o extranjera son suficientes para que los votantes «se decidan» por quién deben votar. Pero a veces cuando las contradicciones del sistema estiran los partidos existentes hasta el punto de ruptura, y no hay una alternativa obrera de masas que surja para tomar su lugar, se requieren otros métodos para mantener las cosas dentro de límites seguros.
Así que seamos claros: los Demócratas no son la «izquierda», y los Republicanos no son la «derecha». Siempre han sido y siguen siendo hasta el día de hoy partidos, de, por y para la clase dominante. Ellos son en el mejor de los casos las alas «liberal de derecha» y «conservadora de derecha» de la clase capitalista. A pesar de que han evolucionado históricamente en un antagonismo ideológico entre sí, tanto el liberalismo como el conservadurismo son variantes del dominio capitalista y siempre se unirán en contra de los intereses de los trabajadores. Tanto los Demócratas como los Republicanos se inclinan demagógicamente a la clase obrera, prometiendo el sol y las estrellas durante las elecciones, pero gobiernan para los intereses de los capitalistas una vez que terminan las elecciones.
En ausencia de un partido obrero de masas, la mayoría de la clase obrera se ve obligada a «elegir», entre una de estas alas a las que ve como el «mal menor» cada vez que llega una elección. Durante décadas, los Demócratas podrían hacerse pasar por más de «izquierdas», debido a la herencia de las reformas modestas de Roosevelt y el New Deal en los años 30, y por el dinamismo juvenil de John F. Kennedy y la «Gran Sociedad» de Lyndon Johnson, en los 60. Pero la crisis del sistema significa que no hay más migajas para repartir. Los capitalistas quieren quedarse con toda la tarta, a pesar de que son los trabajadores quienes la hornean.
Después de casi una década de estancamiento, abandono, desempleo y subempleo bajo el gobierno del Partido Demócrata, no está tan claro para los trabajadores cuál de estos dos males es el «menor». Se trata principalmente de trabajadores de más edad, blancos, varones quienes apoyan a Trump, muchos de ellos miembros de un sindicato. Ellos fueron los principales beneficiarios de la expansión de posguerra y ahora pueden sentir cómo se cierran las puertas. Todavía no se han enterado de que la causa del declive de su nivel de vida es el propio sistema capitalista, e imbuidos por sus líderes sindicales con la idea de que los trabajadores son «socios de los patrones», están desesperados por conservar lo poco que tienen. Siguen esperando que un «rico empresario» pueda hacer el trabajo. Cuando ven a Hillary Clinton, ven a la compañera ideológica del hombre – su marido, Bill- que devastó el trabajo organizado a través de tratados de libre comercio como el NAFTA, la «reforma» del estado del bienestar, y un aluvión de leyes antiobreras. Que la dirección sindical esté aterrada por no ser capaz de entregar una victoria a Clinton, manteniendo a sus afiliados obedientemente alineados, es una condena desnuda de su política de colaboración de clases en los centros de trabajo y en las urnas.
«La escuela de los Demócratas»
Para millones de personas, el 2008 –con la elección de Obama– fue una alegre celebración del cambio posible y esperado, y de la esperanza de un futuro mejor. Nada de esto se materializó. De hecho, las cosas están peores para la mayoría de lo que lo estaban bajo GW Bush. Sólo el 1% se ha beneficiado de la expansión económica tibia de los últimos 7 años. No tiene nada que ver con que si Obama tenía buenas o malas intenciones. Incluso, aunque él pensara que podía aprobar algunas reformas modestas sin agitar las plumas del sistema, sus esfuerzos estaban condenados desde el principio conforme aceptó y abrazó los parámetros del capitalismo.
Dos legislaturas en la «Escuela de los demócratas,» están llevando a un profundo cuestionamiento, no sólo de Obama y de su partido, sino de todo el sistema. Esto es lo que nos ha llevado a la actual coyuntura. La menor participación a la esperada entre los estadounidenses negros en los centros de votación anticipada es sólo una indicación de esto, a pesar de los esfuerzos de Obama por movilizar a los votantes negros tras Clinton con el fin de «continuar su legado». Pero es precisamente su legado, un legado de la crisis capitalista, lo que ha dejado a tantos con tan poco entusiasmo por la elección.
Al final, Sanders jugó según las reglas y cumplió con su promesa de respaldar a Clinton. El decepcionante «lo que pudo haber sido» de la promesa y la traición de Bernie empañó la recta final de las elecciones. Las palabras y acciones indignantes de Trump oscurecieron y distrajeron la podredumbre esencial de la dinastía de Bill y de Hillary. Después de que los principales medios de comunicación se volvieran abiertamente contra Trump, hubo una explosión de mal menor desilusionante en lo que parecía un camino a la victoria para Clinton. Pero, como hemos visto, también hay una profunda desconfianza hacia el establishment, que personifica Hillary. La reapertura de la investigación sobre los correos electrónicos de Clinton por el FBI fue un escándalo insuperable para muchos votantes indecisos, y la carrera se estrechó una vez más.
Trump tiene una base independiente de apoyo –su propia riqueza, ego, y marca- y la adoración de millones de personas que lo ven como un extraño que «puede hacer cosas» (a pesar de ser un multimillonario). Él se pertenece a sí mismo, no a la clase dominante en su conjunto, y es, por tanto, más imprudente y difícil de controlar. Esta es la razón por la que los grandes empresarios en gran medida prefieren a Clinton. Pero los trabajadores, correctamente, sospechan de alguien bien pagada por Wall Street para que dé discursos.
En lugar de ofrecer una visión de gran alcance por un futuro mejor, Clinton y sus partidarios se han centrado casi por completo en qué terrible individuo es Donald Trump y en el desastre que representaría su presidencia. Su campaña está utilizando prácticamente el mismo manual que aquél. Pero el miedo puede no ser suficiente para inclinar la balanza a favor de los Demócratas en esta ocasión. A pesar de que no estén de acuerdo con su estilo y sustancia en muchos temas, Trump es visto por millones de personas como la alternativa menos inapetecible. Por increíble que pueda parecer a muchos, tanto dentro como fuera de los EEUU, esto es perfectamente comprensible si nos fijamos en lo que se le ha ofrecido a la clase obrera, política y económicamente, en los últimos ciclos electorales. Por esta razón, este resultado – la victoria de Hillary Clinton- en modo alguno es una conclusión inevitable.
La inestabilidad es inevitable
No importa quién gane, el próximo ocupante de la Casa Blanca presidirá un barril de pólvora de crisis e inestabilidad. Los recortes, la austeridad y los ataques a la clase trabajadora están en el orden del día sin importar lo que prometan los candidatos. Los trabajadores no tendrán más remedio que luchar en el centro de trabajo y en las calles. Si Trump gana, no sólo habrá protestas masivas espontáneas, sino que la próxima crisis económica bien podría originarse como consecuencia de ello. Sus partidarios aprenderán en el corto plazo que han sido engañados. Si Clinton gana, su luna de miel es casi seguro que será de corta duración, sobre todo con lo que puede ser el infierno de la crisis económica que se avecina en el horizonte. La última crisis no sólo secó la hacienda pública, sino también la disposición de la opinión pública para volver a rescatar al 1%. La conmoción y la parálisis serán reemplazadas por la indignación y la movilización.
Las repetidas afirmaciones de Trump de que «el sistema está manipulado» toca una fibra sensible a muchos niveles y está calculada para mantener altas la desconfianza e inestabilidad, si pierde. Aun como «ganador», probablemente comenzará con uno de los índices de aprobación más bajos de la historia moderna. Y si el Congreso sigue dividido, el estancamiento en Washington empeorará, lo que socavará aún más la poca confianza que pueda quedar del sistema político. Y al igual que el caso Dreyfus casi hizo caer la Tercera República Francesa en la década de 1890, cualquier tipo de escándalo podría provocar la caída de Clinton o de Trump.
Los líderes sindicales han fracasado una vez más al no proponer candidatos o un partido independiente. No importa el resultado, su política de mal menor está en las últimas y su autoridad sobre las bases está disminuyendo. También están aquellos «en la izquierda» que llaman a votar por Clinton, o por una «política de estado segura», mediante la cual los candidatos de terceros partidos sólo deben ser apoyados si no le «roban votos» a Clinton. Pero esto no hace avanzar nada la conciencia y la confianza de la clase, y objetivamente significa animar un voto por nuestros enemigos de clase. Si Clinton gana, estas personas quedarán desacreditadas con ella, y si pierde, quedarán desacreditadas por no derrotar a Trump con esta «estrategia».
Y no nos olvidemos del Colegio Electoral. Pese a todo el alboroto sobre la democracia y la voluntad de la mayoría, ni un solo estadounidense votará al presidente el 8 de noviembre. El Colegio Electoral es una de las muchas válvulas de seguridad incorporadas en la Constitución de los Estados Unidos para asegurarse que las masas no se tomen la democracia tan literalmente. Favorece los distritos rurales más conservadoras y significa que los votantes realmente votan por «electores» no electos que no están obligados por ley a votar por el candidato más votado por los electores en su distrito. Recuerde: esto es democracia para la burguesía, no para la clase obrera.
¿Tercer partido?
No debemos hacernos ilusiones en la democracia burguesa ni en los partidos de la clase dominante. El simple hecho es que no hay opciones viables para la clase obrera en estas elecciones. Los Libertarios pueden parecer superficialmente atractivos, pero son profundamente antiobreros en la práctica. Y a pesar de la sinceridad de sus partidarios, Jill Stein y los Verdes han sido incapaces por una variedad de razones de aprovechar la energía que había detrás de Sanders de una manera seria. Tanto si Sanders desperdiciara una oportunidad histórica o simplemente jugara el papel que había pretendido hacer desde un principio, mostró el potencial colosal para una expresión política verdaderamente de masas de la clase obrera. El auge de Sanders muestra lo que debe parecerse a un verdadero movimiento de masas de millones de trabajadores y jóvenes, abiertamente interesados en el socialismo. Pero sin ninguna alternativa real, millones de jóvenes no participarán en las elecciones de este año o emitirán un voto de protesta, a pesar de la histeria que se está fomentado alrededor de Trump.
El ascenso de un partido obrero de masas, sea cual sea la forma que adopte cambiará la situación de arriba abajo. Millones abandonarán a los Demócratas y Republicanos en manada. Debido a la historia peculiar y a la dinámica política de este país, habrá mucha confusión y muchas corrientes contradictorias en un partido así. Pero con el tiempo, las cuestiones fundamentales de clase van a pasar a primer plano y cristalizarán un ala izquierda revolucionaria y un ala reformista derechista. Los marxistas estarán participando firmemente en este proceso desde el principio, luchando por el socialismo revolucionario, por trabajo, salud, y educación para todos, y por la nacionalización de las empresas de la lista Fortune 500, bajo el control democrático de los trabajadores.
En ausencia de tal partido, animamos a nuestros miembros y partidarios a votar por cualquiera de los candidatos a la izquierda de los Demócratas que prefieran, entendiendo las limitaciones que tiene el voto protesta. Si bien puede servir como un barómetro interesante del estado de ánimo en un momento dado, no estamos interesados en terceros partidos. El partido de la mayoría de la clase trabajadora merece ser el primer partido, y es por eso por lo que estamos luchando. Sólo un partido socialista de masas puede derrotar a los partidos patronales en las urnas. Sólo un programa socialista revolucionario puede poner fin a su sistema de una vez por todas.
La clase dominante está dividida e insegura sobre cómo gobernar frente a la tormenta económica que se avecina. Las últimas revelaciones del FBI sobre Clinton [haber utilizado un servidor privado en su etapa como ministra de asuntos exteriores para escapar a cualquier control gubernamental de su correo electrónico personal, contraviniendo la ley, NdT] indican que el propio aparato del Estado, que en teoría se supone que debe permanecer imparcial en política y que debe limitarse a llevar a cabo y hacer cumplir la política que se le encarga, también está profundamente dividido, insertándose en el proceso electoral de una forma sin precedentes.
¡Luchar por un futuro socialista!
Lejos de limitarse a dejar salir el vapor, las elecciones han desestabilizado aún más la situación. Estemos o no listos, movimientos de masas a una escala que no hemos visto en nuestras vidas están en el horizonte. La vida enseña y los acontecimientos de los próximos años serán un curso acelerado de la crisis capitalista a todos los niveles. Mientras seguimos los giros y vueltas de la elección, no podemos distraernos con el circo de la política burguesa. No hay lugar para la desmoralización ni la rutina. Por el contrario, debemos estar llenos de un optimismo revolucionario ardiente, manteniendo nuestros ojos en el objetivo: la construcción de una organización de cuadros capaces de formar y educar a los batallones revolucionarios del futuro.
La tarea histórica de la Corriente marxista Internacional es ayudar a la clase obrera a remover del camino el cuerpo en descomposición del capitalismo. Para ello debemos crecer en calidad y cantidad. Únete a nosotros y ayuda a la humanidad a acercar ese día.