“Tú ya conoces mi admiración por Leibniz” (Carta de Marx a Engels, 10 de mayo de 1870).
Alemania, a finales del siglo XVII, era un país atrasado donde las relaciones sociales feudales seguían imperando: en lo económico la industria y el comercio estaban poco desarrollados y en lo político dominaba una aristocracia feudal. Alemania no había alcanzado la unidad nacional y estaba dividida en unos 300 estados feudales. Pero, al mismo tiempo, no podia mantenerse al margen de las conquistas culturales de la Ilustración europea y las ideas más avanzadas encontraron eco y desarrollo en las mentes más claras de la intelectualidad burguesa. Fue un desarrollo desigual y combinado. Gottfried Wilhelm Guillermo Leibniz (1646-1716) fue fundador de la filosofía clásica alemana que recogió y desarrolló parte de lo mejor del racionalismo burgués, pero lo hizo de forma contradictoria como lo era su realidad y contexto. En realidad, el conjunto de la filosofía clásica alemana llevaba el sello de la conciliación burguesa con la aristocracia y la iglesia, lo cual no era sino expresión de la debilidad de la burguesía como clase, sobre todo en Alemania.
Leibniz —quien nació en el seno de una familia luterana y de elevada cultura— fue filósofo, estadista, matemático, científico, ingeniero, historiador, diplomático, lingüista y hombre de leyes; al mismo tiempo un intelectual cortesano que un revoluconario en ciencia y filosofía, un filósofo de ideas políticas conservadoras que expresaba al mismo tiempo aspiraciones progresistas, como la necesidad de la unidad nacional alemana, el progreso técnico de la humanidad o la de escribir en francés o alemán en vez de latín como se acostumbraba en su tiempo; un teista con algunos métodos escolásticos en filosofía que, al mismo tiempo, propuso algunas ideas revolucionarias en matemáticas, lógica, ciencia y filosofía.
El padre de Leibniz murió cuando él tenía 6 años, pero le dejó una valiosa biblioteca en la que Leibniz aprende de forma autodidacta a tal punto que a los 8 años ya leía en latín. Entró a la universidad a los 15 años y obtuvo su licenciatura a los 17. En la universidad de Leipzig estudia historia, derecho, matemáticas. Siendo joven siente simpatías por las ideas materialistas pero su tendencia a la conciliación y su reticencia a romper con la religión lo lleva a desarrollar una filosofía idealista. Se convierte en consejero y diplomático del príncipe de Maguncia. Viaja a París y luego a Londres en donde se relacionó y mantuvo correspondencia con muchas de las mentes más brillantes de su tiempo: Hobbes, Spinoza, Malebranche, Bayle, Huygens, Papin y Leewenhoek.
Leía escribiendo sin cesar. De hecho, pensaba mientras escribía sobre toda clase de temas: lenguas, estadística, matemáticas, ingeniería, filosofía, etcétera; a tal punto que la totalidad de su ingente correspondencia, la mayor parte de su obra, espera aun a ser publicada por completo.
Se convierte, a partir de 1699, en consejero del ducado de Hannover. Intentó unificar todas las iglesias cristianas con el objetivo de unir a Europa y especialmente a Alemania —proyecto que naturalmente fracasó— pero que expresaba una tendencia a la conciliación que Lenin caracterizó como “razgos lassalleanos de Leibniz en política y religión” .
Denise Diderot, que en política era adversario de Leibniz, manifestó su admiración por los conocimientos enciclopédicos de un hombre que parecía la encarnación del ideal renacentista:
“Quizás nunca haya un hombre que haya leído tanto, estudiado tanto, meditado más y escrito más que Leibniz… Lo que ha elaborado sobre el mundo, sobre Dios, la naturaleza y el alma es de la más sublime elocuencia. Si sus ideas hubiesen sido expresadas con el olfato de Platón, el filósofo de Leipzig no cedería en nada al filósofo de Atenas. Cuando uno compara sus talentos con los de Leibniz, uno tiene la tentación de tirar todos sus libros e ir a morir silenciosamente en la oscuridad de algún rincón olvidado”.
Mientras, por su parte, que Voltaire sentía tanta repulsión por las ideas religiosas expuestas en La Teodicea que ridiculizó a Leibniz en su obra Cándido. Estas dos aproximaciones de dos hombres enciclopedistas expresan las dos caras de la moneda. Leibniz fue un hombre entre dos eras -entre el despotismo ilustrado y las revoluciones burguesas- que sucitaba admiración y odio al mismo tiempo, ilustrado, renacentista y escolástico religioso. Lo mejor y lo peor de su época.
Mónadas: los curiosos átomos espirituales
Monadología y Teodicea son las obras filosóficas fundamentales de Leibniz. La “monadología” de Leibniz es una teoría filosófica excéntrica y extraña, pero preñada de ideas dialécticas muy profundas. La dialéctica de Hegel, y por tanto la de Marx, le debe mucho a ese gran sabio alemán.
En el pensamiento de Leibniz el aspecto formalista convive ingenuamente con un profundo núcleo dialéctico, el formalismo lógico convive con ricas imágenes que vinculan lo finito con lo infinito, no es casual que Leibniz (independientemente de Newton) fuera inventor del cálculo que hace exactamente eso. El idealismo más bizarro, la idea de que el mundo no es más que resultado de la percepción de “almas” atómicas cuya más excelsa es Dios, convive con una especie de atomismo fractal que si se le da una interpretación materialista es asombrosamente vigente y profundo.
Escribió que:
“Cada porción de materia puede ser concebida como un jardín lleno de plantas; y como un estanque lleno de peces. Pero cada rama de la planta, cada miembro del animal, cada gota de sus humores es, a su vez un jardín o un estanque semejante” .La realidad en su más profundo sentido, según Leibniz, no es más que el producto intelectual de las mónadas, especie de átomos espirituales. Existen infinitas almas cuya percepción es lo que conocemos como mundo. De aquí proviene la tesis idealista, que retomará Hegel, según la cual el mundo es resultado de la actividad espiritual, no ya un mundo de las ideas separado del mundo real (Platón), sino el mundo como producto directo de la actividad del espíritu.
Las mónadas son pequeños universos, un fractal del universo completo, pero a su vez cada mónada es única como únicas son las gotas en el rocío. También hay aquí una expresión del individualismo burgués, la expresión del sujeto visto como un ente aislado y separado de todos los demás.
Hay mónadas más perfectas que otras dependiendo de su nivel de intelecto, pues toda alma o mónada tiene intelecto, aunque sea en menor grado. La más perfecta de todas es dios. Cada mónada es un mundo cerrado en sí mismo, como una cápsula cerrada, sin ventanas ni puertas. Pero, en tanto todas las mónadas son emanaciones divinas todas las mónadas están en una “armonía preestablecida” puesto que, en tanto emanaciones de dios, no pueden contradecirse entre sí. La armonía entre las percepciones de todas las mónadas es el mundo.
“Este enlace o acomodamiento de todas las cosas creadas [de las mónadas o átomos espirituales» hace que cada substancia simple tenga relaciones que expresan todas las demás, y que ella sea [cada mónada o átomo espiritual], por consiguiente, un espejo viviente y perpetuo del universo” .Lenin anotó en sus apuntes filosóficos:
“Mi interpretación libre: Mónadas = alma de cierto tipo. Leibniz = idealista. Y la materia es algo que participa de la naturaleza del ser otro del alma, o de una jalea que las vincula por medio de una conexión mundana, carnal”.
Curiosamente fueron los idealistas racionalistas los que más desarrollaron la visión dialéctica del mundo, el mundo visto desde su lado activo, desde Descartes hasta Hegel; mientras que los materialistas empiristas solían estar lastrados por una visión mecánica del mundo. En Leibniz había, por decirlo así, una intuición dialéctica que brilla con frecuencia:
“(…) todos los cuerpos están en un flujo perpetuo como los ríos; y las partes entran y salen en ellos continuamente” .
“Y como todo estado presente de una substancia es naturalmente consecuencia de su estado precedente, de este modo su presente está preñado de porvenir” .Muchos años antes de escribir su Monadología, Leibniz conoció a Leeuwenhoek quien descubrió los microorganismos en pequeñas gotas de agua vistas en el microscopio que perfeccionó. La fuerte impresión de esas pequeñas gotas llenas de vida y movimiento sin duda inspiraron las mónadas de Leibniz.
“Por lo tanto —escribió— toda la naturaleza está llena de almas… o por lo menos seres análogos a almas. Pues por medio del microscopio descúbrase que hay una multitud de seres vivos no visibles a simple vista, y que hay más almas que granos de arena y átomos” .Basta poner sobre pies materialistas a las mónadas idealistas de Leibniz para percatarse de que sus mónadas no son más que la distorsión espiritual del atomismo: una especie de atomismo idealista. “Ya estas mónadas son los vedaderos átomos de la naturaleza y, en una palabra, los elementos de las cosas” . Pero contiene la profunda idea de que la mónada es como un fractal del universo, un pequeño mundo infinito y lleno de movimiento y dinamismo. Lenin comparó las mónadas con los átomos y las partículas subatómicas que se estaban descubriendo a pricipios del siglo XX.
Leibniz conoció a Spinoza en 1676 y leyó algunas de sus obras antes de que se publicaran. Leibniz se sintió perturbado por las consecuencias materialistas y panteístas de las ideas de Spinoza pero sin duda fue influenciado por éste. Ambos concebían el mundo como una totalidad que vinculaba a dios y a la realidad tal como la vemos, sin que existiera una separación absoluta entre la realidad observable y dios. Feuerbach describió la aproximación de Leibniz comparándola con la de Spinoza en una reflexión muy profunda:
“La esencia de Spinoza es la unidad; la de Leibniz, la diferencia, la distinción. La filosofía de Spinoza es un telescopio; la de Leibniz, un microscopio. El mundo de Spinoza es una lente acromática de la divinidad, un mundo a través del cual no vemos otra cosa que la incolora luz celestial de la sustancia única; el mundo de Leibniz es un cristal mutifacético, un diamante, que por su naturaleza específica multiplica la simple luz de la sustancia en una riqueza infinitamente variada de colores”.
Por consiguiente, para Leibniz, la sustancia corpórea no es ya, como para Descartes, una masa inerte simplemente extendida, puesta en movimiento desde fuera, sino que como sustancia tiene dentro de sí una fuerza activa, un incansable principio de actividad. Y Lenin anotó: “Sin duda por esto valoró Marx a Leibniz, a pesar de los rasgos ‘lassalleanos de éste’ y sus tendencias conciliatorias en política y religión”.
“El mejor de los mundos posibles”
En Teodicea, Leibniz expone su lado más conservador y escolástico. Sostiene que nuestro mundo es el mejor de los mundos posibles. Por esta idea conservadora fue criticado y caricaturizado por pensadores como Voltaire. Pero para ser justos, Leibniz justificó esa idea siendo consecuente, a su manera, con su racionalismo idealista y es una tesis la cual, con un criterio dialéctico, puede tranformarse en su contrario como parte de un proceso, tal como lo hizo Hegel y, por supuesto, Engels y Marx sobre bases materialistas.
Para entender esto es necesario explicar la tesis de la Teodicea. Leibniz sometió a crítica el empirismo de Jhon Locke quien creía que el intelecto humano era una tabla raza que era escrita a partir de la experiencia. A la famosa frase de Locke que sostiene que “no hay nada en el intelecto que no haya pasado entes por los sentidos” Leibniz agregó “excepto el intelecto mismo”. Para Leibniz las verdades que surgían de la razón, llamadas “verdades de razón”, eran las matemáticas y la lógica que son verdades necesarias; pero las verdades que sólo se apoyaban en las experiencia eran contigentes: “verdades de hecho”. De esta forma Leibniz trataba de conciliar lo racional y lo empírico dando prioridad al primero.
La refutación de Leibniz es interesante y profunda aunque sea tan unilateral como el propio emprirismo que criticó: en efecto, los sentidos por sí mismos no clasifican ni ordenan la experiencia; es la razón y el entendimiento humano, a través de las ideas previas, la que prioriza y le da sentido a los datos de la experiencia, guiando el proceso acumulativo del conocimiento humano. Sin embargo, esas ideas previas o “paradigmas” que guían la experiencia, son también producto de la experiencia histórica —sólo que vista desde un punto de vista social y no en un sentido estrecho o individual como lo entendía el empirismo clásico—.
Así, por ejemplo, fue necesaria una larga experiencia histórica, sobre todo en materia de construcción y cálculo de volúmenes, para que el ser humano dedujera que los ángulos internos de un triángulo suman 180 grados. Este conocimiento surgió de la experiencia, pero después se convirtió en un lugar común y principio lógico de muchas deducciones matemáticas organizadas y clasificadas por pensadores como Euclides. Todo lo que se asume como un principio racional inamovible fue producto, en última instancia, de la experiencia histórica y, a su vez, toda la experiencia historica tiende a decantar en generalizaciones asbtractas cuya fuente es olvidada por los hombres que operan con esas verdades como principios evidentes. En pocas palabras, lo empírico y lo racional están dialécticamente unidos. Una verdad que olvidaban a menudo los empiristas y racionalistas, quienes sólo veían una cara de la misma moneda.
Partiendo de la idea de que en el intelecto se encuentran verdades puras y eternas -tesis de los racionalistas-, Leibniz intentó basar su filosofía y pensamiento. Leibniz expusó por primera vez el principio lógico de “la razón suficiente” el cual afirma que “ningún hecho puede ser verdadero o existente y ninguna enunciación puede ser verdadera sin que exista una razón suficiente para que así sea y no de otro modo” . La razón es el tribunal que justifica todo lo existente. Incluso Dios mismo puede ser demostrado a través de la razón. Leibniz retomó la “prueba ontológica de la existencia de dios” que había sido expuesta por Anselmo en la Edad media. En pocas palabras, esta “prueba” sostiene que si se entiende que dios es sinónimo de perfección se debe asumir que existe, puesto que la perfección incluye la existencia. Aquí vemos el lado escolástico y medieval de Leibniz cuyo método lógico no era, en principio, diferente a pesadores escolásticos como el de Tomás de Aquino. En realidad, la famosa “prueba ontológica” es una huera y vacía tautología que asume en las premisas la conclusión que pretende probar. Es equivalente a decir “dios existe porque existe”, falacia de “petición de principio”. Pero para Leibniz se trataba de un argumento racional evidente por sí mismo, lo que sólo prueba que era un fiel creyente de dios.
Una vez que se acepta la existencia de Dios y el “principio de razón suficiente” también se entiende la idea de la “armonía preestablecida” y que el mundo que existe es el “mejor de los mundos posibles” puesto que existe porque hay una razón para que sea así y no de otra manera. La tesis del “mejor de los mundos posibles”, sin embargo, debe entenderse en un sentido más bien físico y no moral. El mundo es como es porque hay razones para que así sea, aun cuando el ser humano no entienda todavía esas razones. La razón suprema de dios ha establecido la “armonía preestablecida” desde un punto de vista racional y funcional. En Leibniz está en germen una tesis que será desarrollada por Hegel: “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”. Aunque a primera vista parece una idea conservadora tiene en potencia la transformación revolucionaria. Claro que en Leibniz ese vuelco dialéctico está apenas en germen.
Engels explicó esta aparente paradoja: “La tesis de Hegel se torna, por la propia dialéctica hegeliana, en su reverso: todo lo que es real, dentro de los dominios de la historia humana, se convierte con el tiempo en irracional; lo es ya, de consiguiente, por su destino, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es racional en la cabeza del hombre se halla destinado a ser un día real, por mucho que hoy choque todavía con la aparente realidad existente. La tesis de que todo lo real es racional, se resuelve, siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer”.
En Leibniz late la idea dialéctica de que las mónadas son actividad y movimiento. Entre las mónadas existe una serie de graduaciones que van desde las más simples hasta la más compleja que es dios. Para Leibniz la naturaleza no da saltos, pero existe una conexión gradual entre todos los fenómenos. A la dialéctica germinal de Leibniz le hacía falta la noción del salto cualitativo, del rompimiento revolucionario; pero su noción de continuidad le permitió atisbar la gradual transición entre todos los fenómenos de la realidad. Siguiendo esta idea de continuidad y gradación de la realidad Leibniz sugirió la idea revolucionaria para su tiempo de que entre todos los seres vivos están emparentados e incluso vinculados por grados con la naturaleza inorgánica. Late en germen aquí la teoría de la evolución. Por ejemplo:
“En el universo todo se halla relacionado de tal manera que el presente oculta siempre en sus entrañas el futuro y cualquier estado puede explicarse de un modo natural pura y exclusivamente a partir del estado que le ha precedido en forma inmediata” .
Engels tenía en muy alta estima la noción de fuerza de Leibniz que, aunque aun insatisfactoria, era preferible a la visión mecanicista de fuerza propuesta por Descartes:
“Leibniz fue el primero en darse cuenta que la medida de movimiento cartesiana contradecía la ley de la caída —Escribió Engels—. Por otro lado, no se podía negar que en muchos casos la medida cartesiana era la correcta. Por consiguiente, Leibniz divide la fuerza de movimiento en fuerzas muertas y vivas. Las ‘muertas’ eran los impulsos o ‘tracciones’ de los cuerpos en reposo, y su medida el producto de la masa y la velocidad con que el cuerpo se movería si tuviese que pasar de un estado de reposo a otro de movimiento. Por otro lado, presentó como medida de vis viva, del movimiento real de un cuerpo, el producto de la masa por el cuadrado de la velocidad”.
Lógica, matemáticas y computación
Es interesante que a partir de su fé en la razón Leibniz fue precursor del “cálculo proposicional” que el llamaba “el arte de la combinatoria”. Era el ambicioso intento de crear un método universal del conocimiento. Si la razón es la base del conocimiento verdadero y el lenguaje no hace sino expresar la razón en su conexión lógica, es posible analizar los argumentos desde el punto de vista de su estructura y calcular si un argumento está bien construido o no. En otras palabras, Leibniz propuso que se trataran los argumentos como si fueran variables de una fórmula matemática o ecuación para demostrar su validez. Podría llegar el momento en que las personas en vez de discutir dirán: “calculemos”.
Leibniz aspiraba a ir más allá de la lógica silogística de aristóteles en un sistema matemático que abarcara todo el pensamiento. Pero para Leibniz esta lógica superior no sería una diciplina formal suficiente por sí misma —como la concibieron unilateralmente los positivistas del siglo XX— sino parte integrante de un “arte de la invención”. Por supuesto esta idea, aunque original, era ingenua y formalista. Actualmente se sabe, incluso por los descubrimientos de propios “logicistas” como Gödel, que no es posible encorcetar la totalidad del lenguaje humano en las rígidas fórmulas de la lógica formal y tampoco es posible evitar las contradicciones .
El “cálculo proposicional” de nuestros días, si ben es mucho más amplio y extensivo que los silogismos de Aristóteles, sólo puede representar formalmente algunos argumentos deductivos, pero no así los argumentos inductivos que no pueden ser abarcados formalmente y cuya validez se decide a través de la práctica social —en realidad es así con el conjunto del pensamiento—. Además, las grandes polémicas de la historia no se resuelven a través del exquisito debate académico sino por la lucha de clases, por la lucha de fuerzas vivas. Es verdad que la lógica proposicional es útil para descubrir la conexión lógica formal de complicados argumentos sin cuya ayuda sería muy dificil o complicado comprobar su validez formal, sin embargo, no se puede llevar esa diciplina más allá de sus límites y sustituir el contenido —siempre vinculado a la práctica material de los hombres— por la forma rígida de los argumentos. La lógica formal trata con esquemas rígidos, como fotografías inertes, pero la verdad es siempre concreta y movil. Es el pensamiento el que debe reproducir ese movimiento y no al revés como hace el idealismo o el formalismo lógico. Pero sin duda la idea de Lebniz fue genial y precursora en su momento.
Leibniz, al mismo tiempo e independientemente de Newton, descubrió el cálculo diferencial e integral, así como el cálculo infinitesimal. Su criterio dialéctico le permitió concebir el cálculo diferencial como una diferencia infinitamente pequeña entre dos valores infinitamente cercanos de una variable, e integral como la suma de un número infinito de diferencias. Es una contradicción operar con lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, pero Leibniz lo hizo, aunque como parte de una visión mística, como comentó Marx en una carta a Engels .
Si lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande estaban vinculados por una serie de grados ¿Cuál era el inconveniente de operar con ello en el terreno de las matemáticas? Mentes reaccionarias como las del obispó Berkeley se opusieron a esta concepción revolucionaria de las matemáticas. Incluso algunas de las razones por las que Newton se resistió por muchos años a publicar sus descubrimientos tenían que ver con las implicaciones teóricas de manejar lo infinitamente pequeño como una cantidad determinada. Newton descubrió el cálculo antes que Leibniz, casi diez años antes, pero Leibniz fue el primero en publicarlo (en su obra: El nuevo método de los máximos y mínimos de 1684). Engels escribió al respecto: “Leibniz, fundador de las matemáticas de lo infinito, en contraste con quien el asno inductivo de Newton aparece como plagiario y corruptor” .
En esa época, debido a la experiencia acumulada de representar en el plano las trayectorias de objetos balísticos y de ingeniería mecánica que llevó a Descartes a la noción de la magnitud variable, cobraba importancia la medición de tangentes y curvas. Leibniz descubrió la interdependencia de los dos métodos, aparentemente irreconciliables, de integración y diferenciación e introdujo símbolos que eran más fáciles de manejar que los incómodos métodos de Newton. Muchos de los símbolos introducidos por Leibniz se siguen usando hasta la actualidad. Esta fue otra razón, además de su concepción dialéctica más, por la cual Marx admiraba a Leibniz.
Marx estaba especialmente interesado en el cálculo diferencial e incluso escribió interesantes textos matemáticos al respecto. Leibniz también fue un pionero en el desarrollo de las matemáticas de la probabilidad y estaba adelantado a su tiempo en su concepción del espacio y el tiempo. Mientras que para Newton se trataba de variables independientes y absolutas para Leibniz espacio y tiempo dependían de la materia, tal como Einstein habría de descubrir mucho tiempo después. Por si fuera poco, adelantó las ideas que ahora conocemos como “transformación continua” —la deformación del espacio— que es la base de la topología.
También fue revolucionaria su propuesta de utilizar un sistema binario para la simplificación de cálculos matemáticos. Esta idea es la base de los ordenadores modernos. De hecho Leibniz retomó y mejoró la “pascalina” de Blaise Pascal y construyó en 1671 una hermosa computadora llamada Stteped Reckoner o Maquina de Leibniz que podía sumar, restar, dividir y obtener raíces cuadradas. Aunque las piezas tendían a trabarse y fallar. Escribió que: «Es indigno de hombres excelentes perder horas como esclavos en el trabajo del cálculo, porque si se usaran máquinas, podría delegarse con seguridad a cualquier persona».
Las máquinas de Pascal y Leibniz son de hecho los antecedentes de las computadoras de escritorio modernos. Por si fuera poco, sugirió a su primer inventor la idea central de la máquina de vapor. Al respecto de esto Engels escribió:
“El motor de vapor fue la primera invención en verdad internacional, y este hecho, a su vez, atestigua un poderoso progreso histórico. El francés Papin inventó el primer motor de vapor, y lo inventó en Alemania. El alemán Leibniz, quien por así decirlo dispersó brillantes ideas en su derredor, sin preocuparse de si el mérito de ellas le era otorgado a él o a algún otro, fue quien, como ahora lo sabemos por la correspondencia de Papin (publicada por Gerland), le dio la idea principal de la máquina: el empleo de un cilindro y un pistón. Poco después, los ingleses Savery y Newcomen inventaron máquinas parecidas; por último, su compatriota Watt, al introducir un condensador separado, llevó el motor de vapor, en principio, el nivel que poseen en la actualidad” .
Pero fueron muchas las ideas dispersadas, como dijo Engels, por el genio de Leibniz. Propuso ideas para el desarrollo de la minería y perfeccionó la construcción de estaciones de bombeo, fue fundador de la Academia de Ciencias de Berlín, etcétera.
Con la llegada del rey Jorge I al trono y la muerte de la protectora de Leibniz, la princesa Carla Sofia, el pensador se convierte en un personaje incómodo para la casa Hannover. Las relaciones cortesanas estaban soldadas con el capricho y la necesidad frívola de la realeza por adornarse y promoverse. La agria y rabiosa polémica de los seguidores de Newton —realmente un pleito unilateral de parte de éstos contra Leibniz— hizo mucho por desprestigiar el nombre del gran pensador. Es relegado y apartado de sus labores diplomáticas y de consejero, y se le deja la única tarea de escribir la historia de la familia —sin duda se esperaba una frívola historia a la que nadie daba gran importancia— tarea a la cual, sin embargo, Leibniz se dedica con ahínco. Cobra tal volumen que nunca verá la luz en vida de Leibniz y su publicación póstuma, hasta 1843, fue una contribución importante a la historiografía alemana.
Cuando Leibniz muere en 1716 nadie de la corte, excepto su secretario personal, acude a su funeral. Es sepultado en una tumba olvidada por años. Ni la Royal Society, a la que Leibniz pertenecía, ni la Academia de Ciencias de Prusia sintieron la obligación de honrar su memoria. Sus escritos fueron enclaustrados por la casa Hannover, deteniendo su publicación durante casi todo el siglo XVIII. Hasta el día de hoy su obra completa está lejos de ser publicada.
Puede que Leibniz fuera un teísta y cortesano conciliador en política y religión, sus ideas excéntricas y de cariz dialéctico generaban una profunda desconfianza dentro de la aristocracia dominante. ¡Y tenían razón! En Leibniz existía el germen de toda una serie de ideas avanzadas en muchas áreas —desde las matemáticas, la ciencia y la filosofía— y la semilla dialéctica de sus planteamientos germinará en la dialéctica hegeliana y, a través de ésta, en las ideas revolucionarias del marxismo. A pesar de sus defectos y debilidades como individuo el legado de Leibniz en ciencia y filosofía será recordado por siempre. Lo mejor de sus ideas sigue vivo en las ciencias modernas desde el cálculo diferencial, la computación y la máquina de vapor; así como también en el materialismo dialéctico del marxismo.