AMLO dijo, en la plaza de un Zócalo repleto, que el ejército mexicano nació de la revolución, que no es un ejército de la oligarquía y que el soldado es pueblo uniformado. Pero en realidad el ejército mexicano no nació gracias a la revolución, sino de la derrota de la revolución, nació del asesinato de Zapata y Villa, pues Zapata representaba al campesinado pobre en armas y el nuevo Estado burgués que nacía debía derrotar al Ejército Libertador del Sur y también aplastar la insubordinación de la División del Norte de Villa para consolidarse como tal.
La principal preocupación de los gobiernos postrevolucionarios (desde Madero a Calles) fue desarmar a los campesinos. Por esto Rubén Jaramillo escondió armas, para volverse a levantar cuando fuera posible y por eso fue asesinado por el propio ejército supuestamente «revolucionario». Madero también cometió el error de confiar en el ejército. Huerta, quien se suponía luchaba contra el golpe de Estado, se unió a los golpistas y asesinó a Madero en complicidad con la embajada gringa. Allende también confió en Pinochet y todos sabemos lo que pasó. Todo lo anterior por pretender ignorar el carácter de clase del ejército y apoyarse en él al mismo tiempo que se intenta emprender una transformación social.
El punto álgido de la revolución mexicana puede resumirse como una situación de doble poder entre un ejército de campesinos pobres armados en lucha por la tierra, frente a otro ejército naciente bajo control de una nueva burguesía. Esta situación de doble poder -uno popular e incluso anticapitalista frente a otro ejército bajo control de una nueva burguesía- no podía durar, uno de esos poderes debía imponerse. No es un secreto que la principal preocupación de Carranza fue la de aplastar a Zapata y acabar con Villa. El nuevo estado burgués se fue consolidando con la derrota de los verdaderos héroes de la revolución y a través de la reestructuración de gran parte del Ejército Constitucionalista que estaba bajo control de caudillos burgueses como Carranza y Obregón. Tras la derrota de Zapata y Villa se estableció una lucha entre diversas facciones militares que pugnaban por el control del naciente estado visto como un botín para el enriquecimiento personal y vehículo de corrupción.
La terea de gobiernos como el de Obregón y Calles fue el de institucionalizar esa lucha de facciones corruptas -generales ambiciosos en busca de poder- e institucionalizar al ejército dentro de la normalidad burguesa. Esto se hizo dando un inmenso poder a la Secretaría de Guerra y Marina, con el establecimiento de grados definidos y la diferenciación salarial -es decir, la cooptación de los generales “revolucionarios”-, la formación de cuadros militares y la participación de los altos mandos dentro del partido oficial que se organizó por sectores. Esta estructura daría origen al PRI. Claro que el nuevo régimen se vio obligado a hacer concesiones a las masas para montarse en el discurso de la “revolución” mientras hacía todo para dejar esas conquistas únicamente en el papel y dejar la dotación de tierras en un sistema de cuentagotas, enterrada bajo una montaña de trámites burocráticos. Aunque la situación cambió temporalmente durante el cardenismo éste periodo también fue el de una mayor coorporativización tanto del movimiento obrero como del campesino.
El carácter del ejército posrevolucionario se demostró en la acción, sobre todo durante el periodo postcardenista. No fue un asunto teórico o académico. Una y otra vez el ejército fue usado para aplastar al movimiento de los trabajadores: el cerco en el Deportivo 18 de marzo de los trabajadores de Nueva Rosita, las ocupaciones militares para aplastar huelgas como la de los médicos, los ferrocarrileros; su papel en la masacre del 68 y el entrenamiento de los grupos de porros que actuaron en ese movimiento estudiantil y en el halconazo de 1971. El combate sangriento al movimiento de Lucio Cabañas y Genero Vázquez. Su papel en la guerra sucia y la contrainsurgencia contra la guerrilla y en la desaparición -incluso dentro de instalaciones militares- de decenas de jóvenes del movimiento de izquierda. Se usaba la fuerza aérea del ejército para arrojar a los activistas asesinados al mar. El bombardeo contra comunidades indígenas tras el alzamiento neozapatista, las masacres de Acteal y Aguas Blancas, la represión de la huelga del 99 -la PFP no eran más que militares vestidos de policías-, la violación y asesinato de la anciana Ernestina Ascencio, la masacre de Tanhuato,… su papel activo en la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Hablar aquí de un ejército “revolucionario” resulta en una broma de muy mal gusto.
Por el momento los altos mandos del ejército no pueden realizar un golpe contra AMLO – un verdadero golpe de Estado, no las estupideces que dice Denisse Dresser- porque la enorme popularidad de éste y la correlación de fuerzas se los impide, AMLO sigue teniendo una popularidad enorme y llena el Zócalo con la mano en la cintura como vimos el 1 de diciembre. Pero la burguesía espera su oportunidad y trabaja conscientemente para lograrla, ya sea dentro de este sexenio o el que siga al de Obrador. Que no quepa duda que la plana mayor de los altos mandos se pasarían de lado de los golpistas si vieran la oportunidad.
AMLO confunde la extracción popular del soldado raso con la naturaleza y función clasista del ejército. En realidad el pacto de AMLO con el ejército forma parte de la manera en que su gobierno se está equilibrando entre el ejército, las masas y sectores de la burguesía, haciendo malabares para llevar adelante parte de su programa reformista de izquierdas en los marcos del capitalismo. Pero este equilibrio bonapartista tiene sus costos, gobernar sentado en las bayonetas de ejército pone al gobierno bajo la presión de los altos mandos que, por ejemplo, lograron la negociación del gobierno para la liberación del corrupto general Salvador Cienfuegos. El gobierno ha dado mucho poder al ejército -construcción de obras, banco de bienestar, la Guardia Nacional, etcétera-, en una situación donde si el control del estado regresa a la derecha -al control directo de la burguesía- las bases constitucionales para una dictadura cívico militar de derechas estarían dadas. Confiar en el ejército burgués es como confiar el cuidado del cordero al lobo.
Un verdadero ejército del pueblo significa armar al pueblo, purgar los altos mandos del ejército y basarse en la experiencia de las policías comunitarias y guardias populares para crear un ejército del pueblo, que sea un verdadero garante de los avances y motor para verdaderamente radicalizar los cambios. Lo demás es autoengaño. Pero desmontar al ejército corrupto y reconstruirlo con el pueblo significa llevar adelante la destrucción del estado burgués y esto sólo tiene sentido si existe un programa de expropiación de la gran burguesía, es decir, un programa socialista. Esto es lo que necesitamos los trabajadores.
Por supuesto, que los marxistas apoyamos muchas de las medidas progresistas del gobierno – rescate de la soberanía energética, programas sociales, lucha vs la corrupción, etcétera- pero también es necesario tener cabeza propia, ser críticos y tener conciencia de clase. Necesitamos organizarnos para luchar por el socialismo. Hay que llamar a las cosas por su nombre, el ejército actual no es un instrumento para el cambio, sino el aparato represivo de la clase dominante. La gran burguesía está desesperada por recobrar el control directo de su estado y su ejército; y éste también espera las condiciones para volver a la correa de su verdadero amo.