Las elecciones intermedias solían ser un asunto banal que recibía poca atención y participación electoral, en el que el partido de oposición normalmente retomaba el control del Congreso sin mucho alboroto. Pero la dinámica tradicional de la política burguesa estadounidense ha cambiado por completo en el último período, ya que la crisis sistemática del capitalismo mundial causa estragos en la estabilidad política en todo el mundo.
Las elecciones intermedias de este año brindarán una instantánea parcial del estado de ánimo político en la sociedad estadounidense en el punto medio del mandato presidencial de Biden.
Al carecer de una opción de clase clara en la forma de un partido socialista de masas de la clase trabajadora, la crisis actual del capitalismo estadounidense y la polarización que la acompaña tiende a refractarse en el prisma distorsionado de los dos partidos capitalistas. Ambos hacen un hábil uso de las “guerras culturales”, una dinámica que es particularmente clara en el Partido Republicano. Durante décadas, el Partido Republicano se ha apoyado en la política de identidad de derecha, con discursos racistas y guiños a los «valores tradicionales». Trump tomó ese enfoque y subió el dial al máximo, haciéndose pasar falsamente como la opción «antisistema» para aprovechar la indignación de millones de ciudadanos. El resultado ha sido el lento desmoronamiento de un pilar clave del gobierno burgués estadounidense, el Partido Republicano.
Partido Republicano en ruinas
Las profundas divisiones dentro del Partido Republicano se han puesto de manifiesto en los últimos meses. El destino de Liz Cheney es un ejemplo muy instructivo de lo que le espera a cualquier político republicano que rompa con Trump. Ha sido “expulsada” dos veces de varios puestos, fruto de la virulencia de sus colegas pro-Trump y de la base de votantes por igual. El año pasado, fue destituida sin ceremonias como presidenta de la Conferencia de su caucus.[1] Más recientemente, perdió sus primarias Republicanas en una victoria aplastante de Harriet Hageman, respaldada por Trump. Esto se debe, por supuesto, a que Cheney se ha posicionado como la líder del ala “respetable” de los Republicanos, e incluso afirmó recientemente que consideraría postularse para la presidencia. En consecuencia, se ha ganado el respeto de los políticos liberales y los columnistas de los periódicos, pero cabe señalar que tiene muy pocos partidarios vocales en su propio partido.
Cheney no puede y no restablecerá la estabilidad en su partido. Esta sombra de lo que fue no es un “perfil de coraje”, sino más bien una ideóloga despreciable con una evidente habilidad para las ilusiones. El día en que el país “se sobreponga” al “trauma de los años de Trump”, momento en el que ella pueda intervenir con un “historial limpio”, nunca llegará. El capitalismo mundial se encuentra en una crisis irreversible, y esa es la fuente del tumulto político en los Estados Unidos y en todas partes. Cheney, Romney, los Bush y otros de su índole son restos de una era que está muerta y enterrada. No será lineal, y no se pueden descartar algunas pequeñas victorias del establishment, pero el trumpismo, o sus variantes “light” en la línea de Ron DeSantis, sigue siendo el futuro del partido.
Campañas de la clase dominante contra Trump
Marx explicó que el Estado capitalista moderno no es más que “un comité para administrar los asuntos comunes de la burguesía”. Pero toda la experiencia demuestra que Trump, con su enfoque egoísta y descontrolado de la política, es totalmente inadecuado para este papel a los ojos de la mayoría de la clase dominante estadounidense. Véase, por ejemplo, la reciente redada del FBI en su residencia de Mar-a-Lago, en lo que parece haber sido un intento de su parte de retener archivos clasificados de su tiempo en la Casa Blanca, seguido de un ataque abierto contra el FBI por parte de este ex responsable ejecutivo de la «ley y el orden». Es por esto, y mucho más, que varias alas de la clase dominante están librando campañas simultáneas contra Trump, buscando alguna manera de quitarlo como factor político.
Por citar algunos de los litigios principales en los que está envuelto Trump: a) está siendo procesado por el fiscal de distrito de Manhattan; b) se enfrenta a una demanda civil por parte del fiscal general del Estado de Nueva York; c) está siendo investigado por el fiscal de distrito de Atlanta por interferencia en el recuento de las elecciones de 2020; d) está siendo investigado por la “comisión 6 de enero”; y más recientemente, e) el FBI registró su casa en Mar-a-Lago debido a su posesión de documentos clasificados. Todos estos cargos están dirigidos a una persona que recientemente tuvo el “gran honor” de servir como presidente de los Estados Unidos, y que bien podría ganar otro mandato. ¡Tal es el estado de la democracia burguesa estadounidense en la época de la decadencia capitalista terminal!
A la mayoría de la clase dominante estadounidense le encantaría que Trump fuera retirado de la política. Si es posible, lo ideal sería excluirlo de la campaña presidencial de 2024. Simultáneamente, la clase dominante busca enviar un mensaje a otros aspirantes a Trump: las reglas existen por una razón, y no dejaremos que este comportamiento salga impune. Pero esto ciertamente podría resultar contraproducente. La clase dominante tendrá problemas tanto si lo hacen, como si no. Una victoria de Trump en 2024 sería una pesadilla para los capitalistas. Pero incluso si nunca vuelve a sentarse en la Oficina Oval, podría convertirse en un “mártir” político, ya sea desde la prisión o desde su lujosa casa en Florida.
Es de destacar que Trump solo tiene una pluralidad de apoyo entre los votantes Republicanos, no una mayoría. Si bien las tres cuartas partes de la base Republicana no cree que Joe Biden haya sido elegido legítimamente, menos de la mitad elegiría a Trump como su candidato presidencial de 2024. Y aunque muchos en la élite Republicana seguramente preferirían a DeSantis frente a Trump, puede ser difícil para ellos negarle al expresidente otra oportunidad por la corona definitiva.
Los liberales lamentan la transformación del Partido Republicano en un “culto autoritario”. Es cierto que los trumpistas más endurecidos pueden encarnar esa descripción. Pero este no es el caso de millones de personas que ven a Trump como un salvador. Más que nada, su popularidad depende de sus ataques contra el “establishment” político. Esto explica por qué los halcones inequívocamente conservadores como Liz Cheney atraen la indignación de los votantes de Trump. La popularidad única de Trump radica, no en su conservadurismo per se, sino, sobre todo, en su “espíritu de lucha” cuando ataca con cinismo y, a menudo, con humor, a políticos e instituciones de toda la vida.
Los Demócratas se comportan como se esperaba
Biden ha tenido un gobierno unificado durante más de un año y medio y, salvo algunas migajas como la “Ley de Reducción de la Inflación” y la escasa medida de condonación de préstamos estudiantiles, ha hecho poco para cumplir sus promesas de campaña. Dado el historial decepcionante de Biden, recuperar el control del Congreso debería ser una apuesta segura para los Republicanos. Pero la Corte Suprema no electa escupió en la cara de millones al anular la ley Roe v. Wade (que amparaba el derecho al aborto). No se descarta, por tanto, que a los Demócratas les vaya mejor de lo esperado. Los resultados del reciente referéndum en Kansas son instructivos. En este estado “Republicano profundo”, el referéndum para ilegalizar el aborto fracasó estrepitosamente. Y como siempre, en ausencia de una alternativa clara, los Demócratas ganarán ciertas capas simplemente por no ser Trump. Pero este apoyo es tenue en el mejor de los casos.
El setenta y uno por ciento de los estadounidenses apoya a los sindicatos. El sesenta y uno por ciento apoya el derecho al aborto en todos o la mayoría de los casos. Dos tercios de los estadounidenses piensan que el gobierno debería hacer más para abordar el cambio climático. La inflación, el empleo, los costes de atención médica y el deterioro de la infraestructura también son preocupaciones clave para millones de estadounidenses. Los Demócratas pueden apoyar todo esto de palabra, pero en los hechos han quedado expuestos durante muchas décadas como incapaces de abordar de manera significativa ninguno de los problemas a los que se enfrentan los trabajadores.
Dado el apoyo mayoritario a una serie de medidas para abordar los problemas de clase, ¿cómo es tan difícil derrotar al trumpismo? La naturaleza completamente antidemocrática del Senado y del Colegio Electoral claramente juega un papel importante. Pero la razón más importante es simple: ninguno de los partidos representa a la mayoría de la clase trabajadora de la sociedad, y los líderes sindicales no ofrecen un camino a seguir de independencia de clase.
Necesidad urgente de una política socialista independiente de clase
Pase lo que pase en las elecciones de noviembre, Biden seguirá presidiendo una profunda crisis del capitalismo. La crisis inflacionaria, que actualmente es la principal preocupación de los votantes estadounidenses, persiste en todas las consideraciones de la clase dominante. En 2020, se necesitaba dinero barato para apuntalar el sistema. Ahora, los bancos centrales de todo el mundo están elevando las tasas de interés para tratar de frenar la inflación desenfrenada, y la Reserva Federal está preparando a la opinión pública para la posibilidad de una nueva recesión. Como dijo recientemente el presidente de la Reserva Federal, Jay Powell: “Tenemos que dejar atrás la inflación. Ojalá hubiera una forma indolora de hacerlo. No la hay”.
Esto, junto con tantas otras fallas en la sociedad estadounidense, es una receta para el continuo tumulto y la polarización social y política. Solo hay una forma de enfrentarse y acabar con el cáncer del trumpismo y la crisis de los dos partidos burgueses: una política socialista audaz, independiente y de clase.
La situación política en EE.UU. se caracteriza sobre todo por el odio al establishment y la creciente desconfianza hacia todas las instituciones. Al mismo tiempo, la línea de clases continúa afirmándose lentamente, a pesar de todo el ruido de las “guerras culturales”. En una encuesta reciente de confianza en 16 instituciones diferentes, todas menos una, el movimiento obrero organizado, disminuyó en 2022 frente a 2021. Y, en promedio, la confianza en las instituciones está en su punto más bajo desde 1979. Esta es una señal verdaderamente reveladora del proceso de revolución que se está filtrando en la sociedad estadounidense.
Capas significativas de la base de Trump, que incluyen a decenas de millones de trabajadores, podrían girar a la izquierda, pero con la generación actual de líderes sindicales, no parece que vaya a suceder. El papel de los dirigentes sindicales y de personas como Bernie Sanders es verdaderamente lamentable. A pesar de haber perdido su anterior brillo «antisistema», es probable que Sanders todavía pudiera comenzar un nuevo partido simplemente chasqueando los dedos, si no se hubiera adherido al Partido Demócrata capitalista hace mucho tiempo.
Una cosa está clara: el “centro” es una ficción que no se sostiene. Este es un fenómeno internacional. Los jóvenes, en particular, están legítimamente desencantados con ambos partidos. Y dentro de este contexto, un número creciente de jóvenes en todo el mundo se está volcando hacia las ideas del socialismo y el comunismo, un presagio bienvenido de los terremotos políticos que están por venir.
En este contexto, los marxistas nos proponemos continuar explicando pacientemente, educando, organizando y aumentando nuestras filas lo más rápido posible antes de las poderosas luchas de clase y crisis por venir. Antes de que nos demos cuenta, las elecciones presidenciales de 2024 estarán sobre nosotros, momento en el cual las cosas comenzarán a calentarse realmente. Así que recordémonos a nosotros mismos, a nuestros lectores y simpatizantes: ¡solo el socialismo puede vencer al trumpismo!
[1] Caucus: asamblea del partido en un Estado