Ecatepec en pie: la rabia obrera se cocina en Alpura y otras fábricas
Por Franco García
En Ecatepec, donde la mayoría trabaja para sobrevivir mientras el capital se enriquece, se está gestando algo importante. Esta vez no se trata de promesas ni de reformas vacías. Se trata de huelgas, organización y hartazgo acumulado. En la planta de Alpura, una de las mayores procesadoras de lácteos del país, los trabajadores decidieron parar. ¿La razón? La sobreexplotación disfrazada de “eficiencia”, la carestía y el desprecio patronal. Los medios burgueses lo presentan como un simple “conflicto laboral”, pero en realidad es la expresión de una crisis estructural de la clase trabajadora mexicana.
¿Por qué se levantaron los trabajadores de Alpura?
Porque los salarios ya no alcanzan para vivir. El sueldo promedio en Alpura Ecatepec ronda entre 5,500 y 7,000 pesos mensuales, mientras que el costo mensual mínimo de vida para una persona trabajadora en la zona metropolitana de México, según el Coneval y cálculos independientes, supera los 12,000 pesos si se incluye alimentación, transporte, vivienda, salud y educación básica. Es decir: la clase trabajadora vive por debajo de la línea de reproducción necesaria, a punta de deuda, pluriempleo o deterioro físico.
Además, en el último año, Alpura, propiedad del consorcio Grupo Lala, que en 2023 reportó más de 7 mil millones de pesos de utilidades netas, ha acelerado los ritmos de trabajo. Se redujo el personal en distintas líneas de producción y se impusieron metas más altas con menos operarios, todo bajo el pretexto de “competitividad”. Según trabajadores de la planta, se pasó de mover 1,200 cajas por turno a más de 1,500, sin descanso adicional ni aumento de salario.
Esto tiene consecuencias de salud graves. Un estudio de la UAM (2018) en maquilas del Estado de México reveló que el 58% de los trabajadores industriales presentan algún tipo de enfermedad relacionada con su actividad laboral y el 35% toman medicamentos para seguir produciendo.
¿Y qué hay de la dirección sindical ?
Silencio. Como ocurre en muchas industrias, la dirección sindical existente opera como apéndice de la empresa. No convoca a asambleas, no defiende a los despedidos y no consulta a la base. Sabemos por la experiencia histórica y la presión creciente que cuando los representantes del sindicato desaparecen, la base empieza a moverse por su cuenta.
Así ocurrió en Matamoros en 2019, cuando más de 70 mil obreros pararon rebasando a sus líderes sindicales u obligándolos a ponerse al frente, y también en General Motors Silao, donde los trabajadores tumbaron a un sindicato vendido. El peligro, claro, es el aislamiento. En Matamoros, la falta de coordinación nacional y apoyo logístico permitió que la patronal despidiera por cientos y cerrará filas con el Estado. El movimiento tampoco fue capaz de democratizar o crear nuevos sindicatos de forma masiva, aunque el esfuerzo del SNITIS es muy significativo.
Por eso no basta con levantarse: hay que coordinarse, organizarse desde abajo, formarse políticamente y pensar más allá del puro reclamo económico.
El enemigo es uno, aunque se disfrace de mil formas
La lucha en Alpura no está sola. En la ciudad de México y su zona conurbada, muchas familias trabajadoras enfrentan desplazamientos forzados por la gentrificación, impulsada por inmobiliarias que reciben permisos para construir desarrollos que nadie en el barrio puede pagar. El Estado, en lugar de garantizar vivienda digna, facilita los desalojos, sube el transporte, recorta servicios públicos.
A eso se suma el avance de plataformas como Uber Eats o Didi, que precarizan a miles de jóvenes trabajadores sin prestaciones, sin seguro, sin estabilidad. Hacen jornadas de 12 horas para sacar entre 250 y 400 pesos al día, mientras arriesgan su vida en el tráfico y son criminalizados por la policía.
Y al mismo tiempo, los maestros de la CNTE en Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Guerrero y también en la zona metropolitana resisten desde hace años los ataques del Estado capitalista contra la educación pública, los intentos de imponer modelos empresariales, la precarización del trabajo docente y a las Afores. Ellos también han construido formas autónomas de organización, con asambleas, control colectivo y resistencia territorial.
Todas estas luchas obreras, educativas, urbanas y uberizadas son provocadas por la misma lógica del capital: aumentar la ganancia reduciendo costos laborales, privatizar lo que antes era común, controlar la vida y el tiempo de la clase trabajadora.
¿Y si dejamos de luchar cada quien por su lado?
La unidad de estas luchas no se da por decreto. Pero es posible y necesaria. Lo que hace falta es:
-Coordinar encuentros entre sectores: obreros, docentes, repartidores, habitantes organizados.
-Reconstruir asambleas que decidan desde abajo.
-Usar medios propios: redes, volantes, carteles, videos combativos.
-Pensar en una huelga territorial, regional, que pare no solo una fábrica, sino toda una zona obrera.
-Ante todo, es necesaria la formación de uno o más núcleos compuestos por los compañeros con mayor compromiso, que se reúnan, preparen estrategias en la defensa de los intereses de la base y se formen políticamente para dar consistencia y estabilidad a la lucha.
Porque no basta con aguantar ni resistir por separado. Hay que avanzar hacia una estrategia ofensiva, organizada, con visión de clase.
El futuro lo trabaja quien lo pelea
Compañeros, camaradas, el paro en Alpura puede ser el comienzo de algo más grande. Pero eso dependerá de si logra salir del aislamiento, vincularse con otros sectores en lucha y construir fuerza colectiva. La historia ya nos enseñó que sin organización desde abajo, la patronal gana. Pero también nos enseñó que cuando los trabajadores se reconocen como clase, se organizan y luchan juntos, nada es imposible.
La leche, el aula, la calle y el algoritmo tienen algo en común: son producidos por trabajadores. Y si los trabajadores se detienen, todo se detiene.