Escrito por: Antonio Balmer y Ari Saffran, Socialist Revolution – EE.UU.
El 12 de agosto, las imágenes en directo de violentas batallas callejeras entre manifestantes «nacionalistas blancos» y neonazis y un mar de contramanifestantes en Charlottesville, Virginia, inundaron las noticias mundiales y las redes sociales.
La marcha «Unir la Derecha» fue organizada por una variedad de organizaciones de supremacistas blancos, neonazis, Ku Klux Klan y otras más de extrema derecha en respuesta a la tan esperada decisión de la ciudad de quitar una estatua del general Robert E. Lee [el jefe militar de los esclavistas del sur en la guerra de secesión norteamericana, NdT], uno de más de 1.000 monumentos confederados que aún permanecen en 31 Estados en los Estados Unidos.
La manifestación de extrema derecha atrajo la atención nacional la noche anterior, cuando cientos de derechistas marcharon con antorchas, incluyendo al más conocido referente de la extrema derecha norteamericana, Richard Spencer, por el campus de la Universidad de Virginia. Descendieron al Parque de la Emancipación (antes conocido como parque de Robert E. Lee), donde rodearon y hostigaron a un grupo de contramanifestantes antifascistas que se encontraban en la base de la estatua.
A las 11 de la mañana del sábado, las pequeñas escaramuzas se habían convertido en verdaderas peleas a lo largo de la calle West Main de la ciudad, llevando al alcalde a declarar el estado de emergencia. Las imágenes mostraban a la policía antidisturbios que, alineada a lo largo de la ruta de marcha, parecía estar atenta y mirando tranquilamente mientras los manifestantes fascistas atacaban a los contramanifestantes con spray pimienta y otros productos químicos, les golpeaban con bates de béisbol y palos, así como con escudos de madera. Los manifestantes neonazis estuvieron acompañados por «milicianos» vestidos de camuflaje con todo su engranaje y armados con rifles de asalto de gran potencia.
La inacción inicial de la policía fue criticada, entre otros por Cornel West, quien estuvo presente en la contraprotesta. «Si no hubiera sido por los antifascistas que nos protegían de los neofascistas, habríamos sido aplastados como cucarachas”. Pero el congresista Demócrata de Virginia, David Toscano, elogió a la policía por haber intervenido más tarde cuando las cosas comenzaban a «escaparse de las manos» y expuso completamente la mentalidad policial del Partido Demócrata cuando acusó posteriormente a los contramanifestantes antifascistas de «agitadores externos que querían alentar la violencia».
La situación se intensificó a primera hora de la tarde, cuando uno de los manifestantes fascistas, James Fields, atropelló intencionadamente con su automóvil a toda velocidad a una multitud de cientos de contramanifestadores, matando a Heather Heyer, de 32 años, una militante de la organización IWW (Trabajadores Industriales del Mundo). Fields, que había viajado todo el camino desde el Ohio rural para participar en el rally, fue fotografiado con un contingente de la organización neonazi Vanguard America. Otros 19 contramanifestadores fueron hospitalizados después de ser atropellados por su auto, y otras 14 personas resultaron heridas en peleas callejeras. Fields ha sido arrestado y acusado de asesinato en segundo grado -aunque el carácter terrorista de su ataque ha sido ignorado tanto por los medios de comunicación liberales como por los de derechas.
El presidente Trump, después de permanecer inusualmente silencioso por la tarde, comenzó a twittear desde su campo de golf de Bedminster, NJ. Como era de esperar, su intento de abordar la cuestión estaba desconectado de la realidad y provocó críticas mordaces. No sólo alabó las cifras de desempleo y trató descaradamente de desviar la atención de Charlottesville –“¡Hay tantas grandes cosas sucediendo en nuestro país!”, tuiteó– sino que sus comentarios sobre la violencia de la derecha eran vagos y equívocos, condenando el «odio, fanatismo y violencia de todas las partes. De todas las partes”. ¡Como si las acciones de los neonazis y de los que se defendían contra ellos estuvieran en el mismo plano!
Balance de fuerzas
La extrema derecha había querido que esta manifestación fuera una muestra de fortaleza, pero en realidad demostró la insignificancia de sus fuerzas. Después de meses de planificación, y a pesar de atraer a participantes racistas de todos los rincones del país –la gran mayoría de los manifestantes de derecha identificados eran de fuera del Estado, tan lejos como Florida y Nevada– la multitud que lograron reunir no fue más grande que el promedio de un mitin anti-Trump en una ciudad importante. No sólo la derecha fue superada drásticamente por la contramanifestación en Charlottesville (por lo menos de dos a uno), sino que además millares se movilizaron inmediatamente por todo el país en concentraciones simultáneas en Baltimore, Boston, Memphis, Minneápolis, Nueva York, Filadelfia, Portland, San Diego, y otras ciudades.
La mayoría de estas concentraciones improvisadas contra la derecha incluían consignas del movimiento #BlackLivesMatter [#LasVidasNegrasImportan, NdT] e incluso llamamientos a la revolución como la única cura para la enfermedad del racismo. La participación espontánea y el ánimo combativo en estas manifestaciones son la confirmación del verdadero balance de fuerzas entre la clase obrera y la juventud de todos los orígenes. Hay una determinación de luchar contra el racismo y todas las formas de opresión y desigualdad, como se muestra con cada nueva oleada del movimiento #BlackLivesMatter que se ha extendido por todo el país durante los últimos tres años.
Aunque muchas de estas protestas han sido provocadas por la brutalidad de la policía, otras han surgido alrededor de iniciativas para eliminar monumentos conmemorativos y símbolos en todo el Sur. Otros casos de terror derechista, motivados por una ideología racista y reaccionaria, también han provocado asco e indignación en los últimos meses.
Por ejemplo, en mayo, dos hombres fueron asesinados y un tercero herido por un racista violento en Portland. El hombre había estado acosando a una mujer que vestía una hijab y a su amiga. Cuando los transeúntes intervinieron, sacó un cuchillo y les cortó la garganta. Dos meses antes, dos hombres indios fueron abatidos en Kansas en otro incidente racista, que también implicó la intervención de un espectador en su defensa. En marzo, un supremacista blanco viajó de Baltimore a Nueva York con el objetivo de asesinar a un hombre negro, en un crimen horriblemente arbitrario pero premeditado. Su víctima fatal fue Timothy Caughman, de 66 años, un desamparado e indefenso sin techo.
Una sociedad en declive
La creciente frecuencia de estos acontecimientos refleja un reciente envalentonamiento de las capas más atrasadas de la sociedad, que ven un punto de apoyo en Trump, y particularmente en los miembros de extrema derecha de su Administración, como Steve Bannon y Stephen Miller. Esta percepción fue expresada por el ex líder del KKK, David Duke, quien declaró que el mitin de Charlottesville «cumple las promesas de Donald Trump». Más tarde protestó por el llamamiento de Trump en Twitter para que todos se «unan», respondiendo: «Yo le recomendaría que se mire bien al espejo y recuerde que fueron los blancos americanos quienes le pusieron en la presidencia, no los izquierdistas radicales», antes de continuar para lamentar la «invasión de la propaganda marxista».
Sin embargo, como estos mismos elementos están empezando a darse cuenta, no hay una base de masas ni siquiera un movimiento de ninguna significación detrás de sus ideas reaccionarias. No sólo estos eventos revelan la polarización en la sociedad, sino que, a su vez, profundizan esa polarización. El látigo de la contrarrevolución sólo sirve para estimular el abrumador predominio de un sentimiento antirracista entre la gran mayoría de los trabajadores y los jóvenes. Millones de personas están más abiertas a las ideas revolucionarias y socialistas hoy que en cualquier otro momento del que se tenga memoria.
El marxismo explica que para que un conjunto de ideas se convierta en una fuerza real en la sociedad, debe conectarse con los intereses materiales de una cierta capa social. En la sociedad capitalista, las opiniones racistas y otras opiniones chovinistas son fomentadas por la clase dominante, que controla las instituciones y el flujo de información que amolda la conciencia en la mayor parte del tiempo. Crean y sostienen conscientemente las desigualdades en nuestra sociedad, lo que a su vez refuerza su dominio e ideología. Lo más importante es que el capitalismo es incapaz de satisfacer las necesidades básicas de todos y que la inseguridad refuerza las divisiones sobre la base de la identidad, ya que las masas se ven obligadas a competir por lo poco que les queda disponible.
Por esta razón, muchos trabajadores tienen ideas racistas y chovinistas. Parte de la tarea del movimiento es educar a estas capas y ganarlas para la perspectiva de la lucha de clases unida contra nuestros explotadores comunes. Al mismo tiempo, sin embargo, los que pueden ser educados deben ser distinguidos de aquellos que no pueden serlo, y estos deben ser combatidos a través de la acción de masas de la clase obrera.
La solidaridad está forjada por las condiciones comunes de trabajo y de vida de la mayoría de la clase obrera y sobre todo por la lucha unida. La solidaridad es antitética a la ideología capitalista, pero está en aumento, especialmente a medida que la crisis se profundiza y las ilusiones en el status quo se erosionan. Las ideas de la derecha, los perpetradores de estos ataques sangrientos y sin sentido, resuenan mucho más en la pequeña burguesía, una capa de sociedad continuamente presionada por el ataque del gran capital y sus crisis, y cuya atomización engendra el individualismo, el racismo, el nacionalismo y otros venenos.
Los marxistas han explicado desde hace tiempo que, a escala mundial, la base de clase tradicional para un movimiento fascista de masas ha sido prácticamente eliminada por el desarrollo del capitalismo desde la Segunda Guerra Mundial. Y aunque la masa «enrabietada de la pequeña burguesía» que constituía base del fascismo ya no es la fuerza que alguna vez fue, incluso una dictadura militar requiere la destrucción del movimiento obrero –una batalla que ellos de ninguna manera tendrían garantizado ganar– así como renunciar al control político directo de su Estado. Así, mientras que la burguesía de todos los países depende de la fuerza bruta y se mostrará dispuesta a gobernar abiertamente a través de una dictadura militar abierta, si fuera necesario, en ninguna parte del mundo está dispuesta a entregar el poder a un régimen abiertamente fascista.
Por lo tanto, está claro que el fascismo no está en ninguna parte cerca de asumir el poder estatal. Pero este hecho no excluye la aparición de una forma embrionaria y virulenta de fascismo. De hecho, el surgimiento de tales fuerzas en la extrema derecha es una consecuencia inevitable de la creciente polarización en la sociedad. La aparición de organizaciones como Vanguard America es una expresión del agudo impasse del sistema capitalista, por un lado, y del vacío absoluto de la izquierda creado por la colaboración de clase de la dirección del movimiento obrero, por el otro. Entonces, ¿cómo puede la clase obrera aplastar este movimiento mientras permanece embrionario?
El capitalismo siempre ha sido violento, y en esta etapa de su agotamiento histórico, está plagado de tensiones sociales que pueden explotar en cualquier momento. Es un sistema basado en la esclavitud, el genocidio y la expropiación forzada, apoyado por el odio sectario y la violencia, y el insidioso y deliberado fomento de los prejuicios más corrosivos. Todo esto para asegurar la preservación fríamente calculada del beneficio y de la acumulación continua de capital. Ya sea en forma de pogroms patrocinados por el Estado, o por décadas del reinado de terror a lo Jim Crow [Jim Crow un conocido político racista norteamericano del siglo XIX, NdT], la dictadura del capital es y siempre ha sido caracterizada por la violencia calculada. Durante el boom de la posguerra, las ilusiones en un progreso gradual y lineal se mantuvieron durante un tiempo, pero a medida que la crisis se intensifica, también lo hará también la inestabilidad en la sociedad.
La apremiante tarea histórica
Trump no es el único político burgués culpable de practicar lamentaciones triviales. Los Demócratas y las organizaciones liberales han dejado clarísima su completa impotencia ante el terror de la extrema derecha. Por ejemplo, la delegación del Estado de Virginia de la Unión Americana de Libertades Civiles no sólo demandó a la ciudad de Charlottesville por otorgar el permiso de utilización del parque a los fascistas para la manifestación, sino que también difundió el rumor de que un manifestante antifascista lanzó piedras al coche de James Field. Por lo tanto, pintaron la intencional atrocidad terrorista como un «accidente» provocado por antifascistas –a despecho de la clara evidencia del vídeo en la que se muestra toda la secuencia de los acontecimientos. CBS News caracterizó el brutal asesinato de Heather Heyer como un «accidente fatal».
Lo que demuestra Charlottesville es la urgencia crítica de una inmensa tarea política para la cual no hay atajos. Que la clase obrera es una fuerza abrumadora numéricamente no hace falta decirlo. Pero en el frente político carece de una expresión de masas, independiente y organizada, y en el frente económico, es constantemente vendida por los líderes obreros pro capitalistas. La clase obrera conscientemente organizada, en forma de un partido socialista de masas, podría detener un movimiento fascista en expansión. Y lo que es más importante, solo puede poner fin al estancamiento que ha dado lugar a un resurgimiento del terror derechista, golpeando de manera colectiva la base material de la reacción.
Si el heroísmo y el coraje físico en un enfrentamiento individual fuera todo lo que se necesitara para luchar y ganar, la derecha sería fácilmente derrotada por nuestro número y resolución. Después de todo, personas como Rick Best y Taliesin Namkai-Meche en Portland estuvieron dispuestas a dar sus vidas en nombre de la solidaridad. Miles de jóvenes y trabajadores de todos los orígenes, valientes luchadores como Heather Heyer e innumerables de otros antifascistas, están dispuestos a defender a los oprimidos con sus cuerpos y puños. Pero en última instancia, estas escaramuzas aisladas no pueden eliminar este flagelo.
Un partido socialista de masas de la clase obrera con una dirección decidida y audaz, llevaría a millones de trabajadores a las calles en una imparable ola de manifestaciones contra la reacción racista en cada ciudad y ciudad estadounidenses. Al combinar estas manifestaciones con una huelga general meticulosamente preparada y coordinada, la clase obrera, con el movimiento obrero al frente, podría llevar a la paralización de todo el país. No sólo las antorchas de los neonazis se extinguirían tan fácilmente como las velas que apaga un niño en su cumpleaños, sino que la Administración Trump, que ha envalentonado a estos elementos, y todos los partidos e instituciones capitalistas, serían cuestionados. En definitiva, una demostración de fuerza de este tipo no sólo acobardaría las fuerzas dispersas del fascismo embrionario, sino que plantearía la pregunta: ¿quién dirige realmente la sociedad?
Los sindicatos deben ser rescatados de los burócratas colaboracionistas de clase y carreristas, que los han transformado en máquinas para controlar a los trabajadores en lugar de herramientas colectivas para combatir a los patrones. El racismo, la misoginia y todas las formas de opresión capitalista se manifiestan en el lugar de trabajo y tenemos que acometer esta cuestión nosotros mismos, y no depositar ninguna fe en los tribunales burgueses o en el arbitraje.
El programa de una revolución socialista puede parecer desalentador, considerando el vacío actual de dirección de la clase obrera, pero si hay una cualidad que caracteriza a la época actual, es la volatilidad. No estamos viviendo en un período «normal» de la historia, sino en uno excepcional en el que los acontecimientos se desarrollan a un ritmo impresionante, dando forma a la conciencia a una escala masiva. Después de toda una vida de retórica trivial y sin sentido de los políticos burgueses, los dos grandes partidos capitalistas tienen calificaciones de aprobación pésimas. Un programa audaz y revolucionario, si se le diera una plataforma suficientemente destacada, podría transformar el panorama político y poner fin al perpetuo «estado de emergencia» del capitalismo. Únete a la CMI y ayúdanos a llegar a capas cada vez más amplias de trabajadores y jóvenes con las ideas del socialismo revolucionario.