Con la película «¡Que viva México!», el director Luis Estrada se traicionó a sí mismo y a la base de espectadores que seguía sus películas.²⁵
Formalmente, Estrada sigue fiel a su estilo y, como en sus entregas anteriores, «¡Que viva México!», se trata de una sátira política. Pero una sátira efectiva debe contener la verdad. Películas como «La ley de Herodes» y «El infierno» fueron sátiras efectivas porque retrataban de forma certera la corrupción y la descomposición social generada por los gobiernos prianistas, por ello el director se ganó con justeza una base de seguidores entre la izquierda y entre los seguidores de López Obrador, ya que esas películas retrataban la crítica de una mayoría.
En «¡Que viva México!», la sátira se convierte en calumnia y burla contra el pueblo de México. Transmite un mensaje que es una mentira y debido a ello la película fracasa de forma estrepitosa y se desconecta de sus seguidores y de la propia realidad.
El pueblo de esta película es un pueblo flojo, ladrón, mantenido, resentido, arribista, estúpido, cuyo éxito es el fracaso de la clase media. Esto es una vil calumnia de derecha en la que Estrada se suicida como creador y escupe en la cara de sus seguidores naturales.
En lo fundamental, la película hace eco de los peores y más groseros prejuicios de la derecha y de la clase media conservadora. La crítica a la burguesía explotadora, al cura corrupto, al político corrupto metido en la 4T y a la clase media mezquina y trepadora; quedan en segundo plano. Se plantea una situación donde el fracaso de la clase media se debe al pueblo mantenido que roba al emprendedor.
Los peores miedos de la clase media de derecha —perder su comodidad, casa y a su propia familia debido al pueblo haragán— son reflejados. ¡Incluso el estúpido miedo a la reelección de AMLO! Para Estrada el pueblo es pobre porque quiere, porque no sabe aprovechar las oportunidades, incluso estando a metros de un tesoro.
Con esto el director de «La ley de Herodes» cometió un suicidio artístico y narrativo. El guión es tan malo que la película se queda vacía de ideas y la forma grosera y burlona se equipara a un mal chiste de Eugenio Derbez o a los pésimos programas de “comedia” de Televisa o TV Azteca, cuyo negocio es burlarse de la pobreza del pueblo, del chiste basado en echarse pedos. Más de tres horas de malos chistes en donde por alguna razón a Estrada le parece gracioso mostrar a sus personajes, en no menos de tres ocasiones, defecando.
Para Estrada, el gobierno de AMLO no hace más que repartir frijoles con gorgojo y apoyarse, con su populismo, en un grupo de miserables. Con esta perspectiva, Estrada muestra su alejamiento de la vida real del pueblo y la manera en que la mayoría entiende y concibe los programas del gobierno, como un triunfo de su propio movimiento y un respiro de alivio después de décadas de ataques y desprecio. Estrada se muestra totalmente desconectado de la realidad a la que mira desde arriba y con un criterio moralista.
Por supuesto que al gobierno de la 4T hay que criticarlo. Hay que criticar a los arribistas corruptos venidos de la derecha y montados por conveniencia en la 4T. Hay que criticar las medias tintas y la continuación de la explotación capitalista bajo nuevas formas. Pero la crítica debe ser de izquierda y con perspectiva de clase o no sirve para nada. La crítica se hace organizando al pueblo y los trabajadores, reflejando la verdad, no burlándose de la mayoría y calumniándola de forma soez y estúpida.
Aunque en una entrevista con «Los periodistas» Estrada se dijo «viejo comunista», al mismo tiempo se quejó de la “división” generada por el gobierno, como si dicha división fuera producto de la retórica y no de la estructura clasista de la sociedad capitalista. El director muestra mucha confusión y resentimiento político.
Pero si Estrada se cree “comunista” o lo fue alguna vez, en su película no hay nada de esto, sino una calumnia de derecha. Estrada se monta en los hechos en la retórica mentirosa de la oposición golpista, demostrando la fragilidad de las convicciones de «izquierda» de la clase media e intelectualidad acomodada. Estrada se queja amargamente en entrevistas con el periodista chayotero Carlos Alazraqui —ya de por sí mostrarse con este personaje demuestra de qué lado se ha puesto— que no recibió apoyo del gobierno, que el presupuesto para fomentar el cine se repartió entre otros 70 cineastas y que por no recibir dinero ha demandado al gobierno. No sabemos qué tan justos sean sus reclamos, pero el tono resentido y arribista no puede ocultarse. En realidad, cuando Estrada retrata a un pueblo mantenido por el gobierno, pareciera expresar un anhelo propio. Y en el miedo a la ruina por culpa de ese gobierno y ese pueblo está reflejando el miedo de un pequeñoburgués ambicioso.
Es una pena, la película es muy mala, en la práctica un «churro» de derecha. El suicidio artístico de Estrada no solo consistió en basar su libreto en una calumnia, sino en que la derecha lo seguirá odiando por «La ley de Herodes» y la izquierda lo abandonará con desprecio por calumniar al pueblo. Mientras tanto, los trabajadores debemos seguir criticando al gobierno desde un punto de vista de clase, desmarcándonos de forma contundente de los prejuicios miserables de la clase media conservadora.