El mundo ha entrado en una crisis de proporciones globales, tanto en términos de riesgo para la salud de las personas como en términos de colapso económico, que está cambiando drásticamente la forma en que vivimos.
Según algunos pronósticos, Estados Unidos podría sufrir una caída del 30 por ciento de su PIB en el segundo trimestre de este año, y un desempleo de hasta el 30 por ciento, algo inimaginable hace tan solo unas semanas. En China, se estima que la economía en el primer trimestre se contrajo en un 40 por ciento en comparación con el trimestre anterior, la mayor caída en 50 años.
El mundo entero está ahora en recesión, se calcula que el PIB mundial cayó un 0,8 por ciento en el primer trimestre. Puede que no parezca mucho, pero para ponerse en la perspectiva correcta, consideremos que cualquier crecimiento por debajo del 2 por ciento a escala mundial se considera una recesión.
Cualquiera que haya leído libros de historia, o que tenga la edad suficiente para haberlo vivido, será consciente de la colosal lucha de clases que se desencadenó en la década de 1970. El año 1974 fue el punto de inflexión en términos económicos, el crecimiento del PIB mundial ese año cayó brutalmente, del 6 por ciento aproximadamente el año anterior a menos del 1 por ciento. Por lo tanto, es de suponer que la caída actual del PIB en todo el mundo tenga un efecto similar, en términos de la lucha de clases, pero a una escala mucho mayor.
Aceleración rápida de los acontecimientos
Los acontecimientos cambian muy rápidamente. Esta es realmente una época de «cambios y giros bruscos y repentinos». Debemos acompañar rápidamente los cambios que están teniendo lugar. Debemos romper con la rutina si queremos comprender lo que se está desarrollando a nuestro alrededor, y actuar en consecuencia.
Un virus como al que nos enfrentamos inevitablemente tenía que tener un impacto en la economía, pero la profundidad y rapidez de la crisis actual también es un reflejo de las inmensas contradicciones que se habían acumulado dentro del sistema. Su estructura se ha vuelto tan frágil que incluso el más mínimo temblor podía hacer que se derrumbe.
En el período anterior, la clase capitalista logró mantener su sistema en pie mediante el uso de métodos que van en contra de todas las leyes de la economía de mercado, inyectando grandes sumas en la economía durante décadas, en forma de crédito generalizado, mucho más allá de lo que habrían hecho en el pasado.
Los comentaristas burgueses serios habían advertido sobre las consecuencias de tales políticas. La razón por la que fueron ignoradas dichas advertencias no se encuentra únicamente en el campo de la economía. Hay también un factor político involucrado.
A pesar de la propaganda burguesa y que muchos de ellos pudieron haber creído, la clase obrera no había desaparecido. Todo lo contrario. La clase trabajadora nunca ha sido tan fuerte como lo es hoy en términos numéricos. La fuerza laboral mundial tiene una fuerza de alrededor de 2.500 millones, tan solo los trabajadores metalúrgicos suman alrededor de 400 millones. Y los burgueses son muy conscientes del hecho de que una fuerza tan enorme no puede ser frenada solo por la represión.
Cualquier cosa que corra el riesgo de levantar a estos cientos de millones de trabajadores, podría desencadenar una ola de agitación revolucionaria nunca antes vista en la historia. Como explicó Marx, el capitalismo crea sus propios sepultureros.
En el período anterior, la clase trabajadora parecía estar en un segundo plano, no en primera fila. Hasta hace unos años, parecía que ocurrían pocas cosas en el frente industrial. Aunque ya había comenzado a cambiar en el período más reciente, en un país tras otro.
Ahora este proceso se ha acelerado y se está moviendo a un nivel mucho más alto. La clase trabajadora comienza a aparecer como la fuerza real que siempre ha sido, pero pocos eran conscientes del hecho. Este es un factor que está dejando las cosas muy claras para muchas personas y está acelerando el proceso de radicalización que ya estaba en marcha. En Italia se expresa esto de la forma más clara, se ha pasado de un período de muy bajo nivel de actividad de huelga a otro de huelgas generalizadas.
La crisis actual está revelando la verdadera naturaleza de clase de la sociedad. Todos los países, afectados por el brote del coronavirus, vieron a los capitalistas y sus políticos minimizando la gravedad del virus. Trump es el mejor ejemplo, en las primeras semanas del brote tratando de afirmar que era un engaño, y ahora diciendo que Estados Unidos volverá a trabajar en dos semanas. Boris Johnson se comportó de manera similar; Bolsonaro en Brasil hizo lo mismo, y así sucesivamente.
Al darse cuenta de lo que la propagación del virus podría significar para la economía, lo que para ellos significa sus beneficios, los capitalistas presionaron para que la producción en todos los sectores, independientemente de si era esencial o no, continuara.
La clase trabajadora comienza a moverse
Este tipo de comportamiento de la clase dominante es lo que ha provocado una ola de huelgas, comenzando primero en Italia, donde la pandemia golpeó con fuerza, anticipando lo que iba a suceder en otros lugares. En Italia, quedó muy claro para los trabajadores que se estaban aplicando diferentes raseros y diferentes medidas, dependiendo de si eran trabajadores o no.
El 4 de marzo se aprobó un decreto para adoptar el cierre, como el de escuelas y universidades, y otras medidas adoptadas para aislar a las personas. El mensaje para la gente en todas partes era el de quedarse en casa. Pero hubo una gran excepción: ¡los trabajadores! Millones de personas aún viajaban y convivían muy de cerca en el transporte público y en los centros de trabajo. Seguían trabajando hombro con hombro con sus compañeros, sin guantes, mascarillas ni ninguna otra de las medidas de protección necesarias.
Estallaron huelgas espontáneas en fábricas como la planta FIAT en Pomigliano, cerca de Nápoles, el 9 de marzo, y la fábrica de Bonfiglioli en Bolonia el 12. Estos ejemplos y otros sirvieron para encender un movimiento que se extendió de fábrica en fábrica, en la región del Véneto, en Lombardía, a los trabajadores portuarios de Génova y más allá. Los trabajadores luchaban por su propia seguridad y la de sus familias. Y, sin embargo, tuvimos casos, como en Módena, donde la policía apareció en las líneas de piquete, deteniendo a algunos de los militantes sindicales, lo que enfureció aún más a los trabajadores.
Seamos claros aquí: esto no fue promovido por las principales direcciones de los sindicatos. De hecho, mantuvieron un punto de vista opuesto y estuvieron colaborando con el gobierno y los empresarios para mantener abiertas las fábricas.
Sin embargo, el movimiento desde abajo fue tan grande que los líderes sindicales, que en tiempos normales usarían su peso para detener a los trabajadores, se vieron obligados de repente a apoyar las huelgas, al menos en palabras. Emitieron un comunicado el 12 de marzo pidiendo el cierre de las fábricas hasta el 22 de marzo.
Bajo una gran presión desde abajo, el gobierno y la patronal se vieron obligados a reunirse con los sindicatos para discutir el camino a seguir. La primera reunión, sin embargo, produjo un intento de eludir el problema, el gobierno emitió una declaración anunciando que la producción continuaría pero con el equipo de protección necesario. Esto, en un momento en el que no hay suficientes mascarillas para los trabajadores de la salud, ni qué decir para la fuerza laboral industrial, fue visto por los trabajadores como una broma de mal gusto, e imposible de aceptar.
Si el contacto cercano es un factor clave en la propagación del virus, fue muy claro para todos los trabajadores que, al verse obligados a ir a trabajar, se les estaba poniendo en riesgo. Si uno mira dos mapas, uno de la concentración de casos registrados de infectados y el otro de la concentración de fábricas en las diferentes partes de Italia, queda muy claro que existe una correlación entre los dos. Lombardía es la región más industrializada de Italia, y dentro de la región, en Bérgamo y Brescia vemos una de las mayores concentraciones de fábricas. Éstas son las dos provincias que actualmente están viviendo una auténtica pesadilla, con un gran número de muertos. Es ahí donde la gente de todo el mundo pudo ver como los camiones militares se llevaban los ataúdes, porque los cementerios locales ya no pueden hacer frente a esto. Escenas como éstas tuvieron un gran impacto en la psicología de millones de personas en Italia.
Maniobras del gobierno italiano
De esta forma, la presión desde abajo continuó aumentando y el primer ministro italiano se vio obligado a aparecer en la televisión el 21 de marzo, anunciando que cesaría la producción no esencial. Ésta fue precisamente la demanda que los trabajadores habían estado planteando en todo el país. La victoria parecía estar a la vista. Pero no, cuando el decreto real se publicó al día siguiente, resultó estar muy lejos de lo que se había prometido verbalmente.
Quedaba clara la inmensa presión ejercida al gobierno por parte de la patronal. El jefe de Confindustria (la asociación de la patronal) dejó clara su escala de prioridades cuando dijo: si cerramos la producción, perderemos miles de millones y el mercado de valores también colapsará. En estas palabras, los capitalistas le decían a millones de personas de la clase trabajadora que los beneficios son más importantes.
Esto ha elevado el conflicto a un nivel superior. Esta semana hemos visto más huelgas, como la huelga general convocada en la industria en la región de Lombardía. No fue una huelga general en el sentido de una huelga general de todos los sectores. La huelga se convocó en la industria del metal y en las plantas químicas y textiles. Según los informes que llegaron de los centros de trabajo, la huelga fue un gran éxito con una tasa de participación del 90 por ciento. Esto indica el estado de ánimo real en las zonas de producción.
La presión para una huelga general nacional se ha ido acumulando. Landini, secretario general de la mayor confederación sindical, la CGIL, amenazó con tal acción, al menos en palabras, si las fábricas no esenciales permanecían abiertas. Las maniobras del gobierno y los intentos descarados de los capitalistas de mantener en marcha la producción no esencial están abriendo los ojos de millones de personas sobre la verdadera naturaleza del sistema en el que vivimos.
Nadie puede ahora ignorar a la clase trabajadora italiana, o negar su existencia como solía estar de moda en los círculos pseudo-intelectuales de clase media. Por la noche, los principales canales de noticias tienen que hacer referencia a los «operai»: los trabajadores industriales de cuello azul. Estos trabajadores tienen la enorme simpatía de la población en general. Lo mismo es cierto para la industria de la construcción.
Hay otra capa de la clase trabajadora, que está pagando un precio aún mayor: los que se considera que trabajan en industrias esenciales, como la producción de alimentos o la industria farmacéutica. Y luego están los trabajadores en los hospitales: los médicos, enfermeras, limpiadores de hospitales, trabajadores de ambulancias, etc. Son la fuerza laboral con el mayor grado de contagio, y trágicamente muchas de estas personas mueren en el proceso. Hasta ahora, ha habido 60 muertes entre los médicos. Ha habido casos de suicidio entre enfermeras que ya no podían tolerar la inmensa presión bajo la que estaban.
Los trabajadores del sistema nacional de salud italiano se ven obligados a trabajar en condiciones atroces. Están pagando un precio enorme por todos los recortes realizados a la atención médica en el período anterior. Las ambulancias pueden tardar hasta ocho horas o más para responder a una llamada. Cuando un paciente es llevado al hospital, a menudo hay una larga espera antes de que una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) esté disponible. Muchos pacientes literalmente se dejan morir, ya que los médicos tienen que priorizar a aquellos pacientes que creen que se beneficiarían más de los cuidados intensivos.
Más UCIs, más ambulancias, medidas de seguridad más estrictas y equipos de protección más eficientes y más abundantes se traducirían en menos muertes.
Los trabajadores de la salud están exigiendo equipos de protección necesarios, que actualmente está muy lejos de ser suficientes para protegerlos. Una vez más, este sector tiene una enorme simpatía en toda la sociedad, y su difícil situación está contribuyendo a la creciente indignación de la clase trabajadora en su conjunto.
Ha quedado muy claro que el sistema de salud se ha visto sistemáticamente privado de fondos y que éste es un elemento clave en la alta tasa de mortalidad. El escenario de pesadilla actual significa que en el futuro la batalla para defender y mejorar los servicios públicos de salud se convertirá en un elemento clave. Los capitalistas, que solo tienen un objetivo en mente, que es beneficiarse de la atención médica, encontrarán muy difícil argumentar a favor de una mayor privatización del servicio nacional de salud.
Repercusiones internacionales
A medida que el virus se ha extendido a más y más países, hemos visto una reacción similar por parte de los trabajadores. Vimos esto en España, el segundo país más afectado en Europa después de Italia. El 16 de marzo hubo huelgas en las fábricas de neumáticos Michelin, Mercedes Benz, Iveco, Airbus, Continental y muchos más. Vimos desarrollos similares en Canadá, con una huelga en FIAT-Chrysler por preocupaciones por el coronavirus, y también en Estados Unidos y Francia, escenarios similares van surgiendo en un país tras otro a medida que el virus se propagaba.
Estamos viendo el comienzo de un proceso similar en Gran Bretaña. El gobierno está repitiendo lo que ya vimos en Italia, tomando medidas mucho después de que haya quedado muy claro que eran necesarias. Se ha ordenado el cierre de tiendas, restaurantes, bares, etc. Sin embargo, el gobierno ha declarado claramente que la fabricación y la construcción continuarán. Por lo tanto, mientras los ejecutivos de las empresas constructoras trabajan desde la relativa seguridad de sus hogares, se les pide a sus trabajadores que arriesguen sus vidas en el altar de sus beneficios. También veremos huelgas en Gran Bretaña.
Veremos que esto se repite país tras país, a medida que los trabajadores aprendan de la experiencia de los trabajadores de otros países. Lo que estamos presenciando es un proceso de lucha de clases que se desarrolla a escala mundial. La lucha en todos los países sobre qué centros de trabajo deben permanecer abiertos y en qué condiciones es una lucha de clases, e internacional. En el próximo período, esto se intensificará y se extenderá. En todos los países, veremos maniobras de la patronal y de los gobiernos y una respuesta combativa de los trabajadores.
La batalla para cerrar las fábricas
Los trabajadores de Italia quieren que se cierren las fábricas no esenciales. Esta idea se ha extendido a otros países también. Si los empresarios se resisten, provocarán una revuelta aún mayor por parte de los trabajadores. Hay un nuevo elemento muy importante en la situación: los trabajadores están imponiendo de facto cómo deben administrarse las fábricas, algo que ningún capitalista está dispuesto a tolerar.
Ante la posibilidad de una radicalización generalizada de la clase obrera, la clase dominante puede verse obligada a retroceder y aceptar las demandas de los trabajadores, al menos parcialmente. En Italia estamos viendo esto ahora, ya que algunas compañías han cerrado, mientras que otras buscan todo tipo de excusas para permanecer abiertas.
Los líderes sindicales también han estado desempeñando un acto de equilibrio muy precario, por un lado, tratando de limitar el alcance de la creciente combatividad de la clase trabajadora, mientras que al mismo tiempo, tratan de vehicular las demandas de los trabajadores.
El líder de la CGIL, Landini, después de haberse sumado temporalmente a la postura más combativa, ha firmado un acuerdo nefasto con el Ministro de Economía. El gobierno de Conte había considerado inicialmente 94 tipos de trabajo como esenciales. Estos se han reducido, pero aún se permite que continúe una gran cantidad de producción no esencial. Se estima que entre 6 y 7 millones de trabajadores siguen saliendo a trabajar. Se han organizado huelgas en el sector del comercio minorista, demandando, por ejemplo, el cierre de tiendas los domingos. Ahora parece estar claro que los líderes sindicales no tienen intención de convocar una huelga general a nivel nacional.
Al firmar este acuerdo, los líderes sindicales pretenden desmovilizar a la clase trabajadora. Al no garantizar la cobertura sindical oficial, coloca a los trabajadores en una situación difícil y precaria. Así, una vez más vemos cómo los líderes del movimiento obrero, justo cuando la clase comienza a moverse hacia la ofensiva, usan toda su autoridad para calmar la situación.
Esto sirve para exponer la falta de genuino espíritu de lucha de los líderes sindicales. Más adelante, esto conducirá a conflictos dentro de los sindicatos, cuando las bases intenten reemplazar a sus (mal)representantes.
Hemos visto muchas veces en la historia que, cuando la clase dominante se ve amenazada a este nivel, está dispuesta a llegar a compromisos para ganar tiempo. Los burgueses inteligentes se dan cuenta de que en momentos como éste, la radicalización puede ir tan lejos que los trabajadores pueden comenzar a desafiar la legitimidad del propio sistema y comenzar a buscar otras formas de dirigir la sociedad. Para superar esto, también con la ayuda de los dirigentes sindicales, han aceptado el cierre de algunas industrias, pero está lejos de lo que los trabajadores exigían inicialmente.
Eso explica la situación que tenemos ahora en Italia, y veremos muy rápidamente en otros lugares, donde hay constantes maniobras por parte del gobierno y la patronal, que también involucran a los líderes sindicales, con promesas hechas un día y luego incumplidas el siguiente.
En todo esto, están jugando con fuego y pueden verse obligados a retroceder. Hay un factor adicional que ayuda a convencer a algunos de los capitalistas a cerrar grandes sectores de producción: la demanda se está derrumbando en todas partes. Entonces, ¿por qué producir bienes que, de todos modos, no puedes vender?
Luego, otro elemento entra en la ecuación: ¿qué hacer con el trabajo excedente? Muchos trabajadores ya han perdido sus empleos, pero nuevamente, un aumento masivo del desempleo, a una escala similar a lo que vimos en la década de 1930, sería un factor enorme para radicalizar aún más a la clase trabajadora. Sería una clara indicación de que este sistema les ha fallado.
Eso explica por qué se están introduciendo amortiguadores sociales, como el pago temporal por despido y subsidios más accesibles. La clase dominante se está equipando con los medios para capear el temporal. El problema es que la deuda ya está en niveles astronómicos. Por lo tanto, los subsidios que están otorgando ahora serán pagados por los trabajadores en una etapa posterior. Las medidas que pueden tomar hoy para aliviar la presión de clase que se ha acumulado solo servirán para intensificar aún más la lucha de clases una vez que la crisis del coronavirus haya retrocedido.
La preocupación inmediata de la clase trabajadora es crear el ambiente más seguro para ellos y sus familias. No todos los empresarios han estado dispuestos a cerrar, y las luchas continuarán. Por lo tanto, habrá conflictos sobre cómo deben aplicarse las medidas de seguridad en aquellos centros de trabajo considerados esenciales y luchas para cerrar aquellos que intentan permanecer abiertos, a pesar de ser considerados no esenciales.
El acuerdo al que se han adherido los dirigentes sindicales no deja claro qué es esencial y qué no. También deja lagunas que los empresarios pueden usar a su favor. Por ejemplo, solo en Bolonia, 2.000 empresas han solicitado la exención del cierre. En La Spezia, en la región de Liguria, dos importantes fábricas de armas, la Leonardo y la MBDA, han sido eximidas del cierre por el gobierno local, a pesar de las demandas de los sindicatos de que deberían cerrarse.
La justificación dada por el prefecto es que todos los trabajadores no esenciales han sido enviados a trabajar desde su casa, y que se han tomado las medidas adecuadas para la fuerza laboral restante. Pero las dos plantas también tienen una serie de fábricas que suministran piezas, y en estas fábricas la situación es aún peor. Esto ha provocado la indignación de los trabajadores, que están preparando una huelga de ocho horas, respaldados por los sindicatos.
Está claro que lo que se considera «esencial» para los empresarios no se considera desde el punto de vista de la seguridad de los trabajadores, sino desde el punto de vista de sus ganancias. Industrias como la aeroespacial, armamentística, hotelera, etc., están incluidas en la lista de “esenciales”, por ejemplo.
Al continuar aplicando estos criterios, está claro que ignoran por completo la experiencia de Bérgamo, que no fue declarada zona de máximo riesgo en las primeras etapas del brote del virus, precisamente debido a la alta concentración de fábricas en esa provincia.
Por lo tanto, existen las condiciones para una disputa en curso a diferentes niveles entre los trabajadores y la patronal sobre lo que se considera «esencial», qué lugares de trabajo deben permanecer abiertos y cuáles no. Los líderes sindicales claramente están trabajando de romper el frente de los trabajadores y desmovilizarse.
Esto también es una advertencia para los trabajadores de otros países: tendrán que prepararse para todo tipo de maniobras, no solo por parte de los empresarios, sino también del gobierno, y lo más importante de sus propios dirigentes sindicales. Esto plantea la cuestión de construir estructuras que permitan a la base elegir a los delegados que deberían ser parte del proceso de negociación, e informar a los trabajadores, quienes tendrían que tener la última palabra en ratificar y llegar a acuerdos sobre esta cuestión.
El problema principal que tienen los trabajadores atañe a sus representantes. Sin un liderazgo sindical combativo y sin canales a través de los cuales la masa de trabajadores pueda expresarse, el estado de ánimo actual de la militancia podría debilitarse y fragmentarse, ya que algunos trabajadores serán enviados a sus hogares y otros tendrán que trabajar.
Cuando se cierre esta etapa, algunos trabajadores habrán sobrellevado la pandemia esperando su final en la seguridad de sus hogares: aquellos que hayan ganado el derecho a hacerlo.
Salto hacia delante en la conciencia
Sin embargo, ese no sería el final del proceso, sino solo una fase en un proceso profundo y continuo de despertar y radicalización de la conciencia. La gente está aprendiendo muy rápido. Además de la naturaleza del sistema, millones de trabajadores están comenzando a sentir su propia fuerza.
Uno de los principales factores para mantener unida a la sociedad capitalista es la falta de conciencia por parte de la clase trabajadora de su propia fuerza. Una situación que obliga a los trabajadores a unirse como clase y a usar el poder potencial que tienen, y a obtener resultados con el uso de ese poder, tiene un efecto dramático en el pensamiento de los trabajadores comunes. Cuando los trabajadores se dan cuenta de los resultados de una acción conjunta y coordinada, igual que el hambre llega a la hora de comer, se dan cuenta de que pueden lograr mucho más. Eso subraya aún más el papel traicionero de los dirigentes sindicales, que hacen todo lo posible para evitar que los trabajadores tengan esa experiencia de lucha de clases.
No obstante, aunque la crisis actual está obligando a las personas a permanecer dentro de las cuatro paredes de sus hogares, se está produciendo un proceso generalizado de radicalización. Y una vez que termine la pandemia, el mundo será un lugar muy diferente de lo que fue hace unas semanas. La clase trabajadora entrará en el nuevo período en un estado de ánimo muy diferente. Será mucho más consciente de la naturaleza real del sistema, pero también de su propio poder y fuerza.
Estos son acontecimientos muy preocupantes para la clase capitalista. Son conscientes de cuál será la situación una vez que termine la pandemia. Muchas compañías se habrán hundido, una gran cantidad de desempleados se habrán acostumbrado a un Estado que interviene para brindar ayuda. La deuda pública se habrá disparado a proporciones sin precedentes, algo que deberán abordar de inmediato. La única respuesta que tendrá la clase dominante será impulsar medidas de austeridad mucho más draconianas que las que vimos después de la crisis financiera de 2008.
Los poderes fácticos son conscientes de este proceso. Están viendo con gran alarma la creciente lucha de clases y la conciencia que conlleva. Esto también explica el comportamiento errático de todos los gobiernos, que saltan de una posición a otra, de un día para otro, ya que están bajo presiones de clase opuestas. Esto los expone a los ojos de las masas: un desarrollo muy peligroso desde el punto de vista de la clase capitalista y las instituciones del Estado burgués.
En este sentido, es como una situación de guerra. En tiempos de guerra, la conciencia puede moverse muy rápidamente desde las primeras etapas, cuando un espíritu de unidad nacional se impone en la sociedad desde arriba, hasta uno de revolución abierta. Sin embargo, lo notable de la situación actual es la rapidez con que ha surgido la diferenciación de clase.
En todas partes, se están haciendo intentos para fomentar un espíritu de unidad nacional. En Italia, la bandera italiana y el himno nacional se están utilizando para estimular dicho estado de ánimo. Lo que esto representa es un intento de minimizar los antagonismos de clase, precisamente cuando están en su forma más aguda.
En tal situación, los reformistas dentro del movimiento obrero asumen su papel clásico de mediación entre las clases. En Gran Bretaña tenemos a los líderes del Partido Laborista y los sindicatos hablando de «estar todos juntos en esto», etc. Se especula en Gran Bretaña, por ejemplo, que Boris Johnson, a pesar de su mayoría de 80 escaños, pueda tener que recurrir al Partido Laborista para sobrevivir.
Hay un aire de «gobiernos nacionales» en todas partes. En Italia, el gobierno se ha reunido con los líderes de la oposición y se habla de un «comité técnico» para coordinar con la oposición.
El empresariado preparándose para el futuro
Otra característica de la nueva situación es la creciente presencia de la policía y del ejército en las calles. Por ahora, la gente apoya su presencia, sintiendo que están ayudando en esta situación crítica. Se está utilizando personal médico militar y su experiencia en la instalación de hospitales de campaña en situaciones de guerra. El transporte militar se está utilizando para mover suministros, y trágicamente también ataúdes. Todo esto presenta una imagen del ejército del lado de la gente. Los altos mandos militares se exhiben en la televisión como si fueran una parte importante en la batalla contra el coronavirus.
Al mismo tiempo, tenemos un creciente uso de rastreo de los movimientos de las personas a través de redes móviles. Incluso se justifica el uso de drones para rastrear movimientos. Nuevamente, dada la situación de emergencia, muchas personas ven esto como justificado.
Sin embargo, debemos entender que esto también es parte de una política para que las personas se acostumbren a ver soldados armados y vehículos militares en las calles, y se acostumbren a la idea de una vigilancia generalizada.
La clase dominante es plenamente consciente del potencial revolucionario que existe dentro de la situación y sabe que se gestarán movimientos de masas una vez que la gente pueda regresar a las calles en multitud. Por lo tanto, deben preparar todas las herramientas a su disposición para cumplir con la nueva situación que se está preparando. En el futuro, querrán frenar a los trabajadores y jóvenes más combativos, a los dirigentes naturales que surgirán en los centros de trabajo y universidades.
La radicalización generalizada se debe al hecho de que está quedando muy claro que el «mercado» no funciona en estas condiciones. Hay muchos artículos, incluso de comentaristas reaccionarios burgueses, sobre cómo «todos somos socialistas ahora», lo cual es una admisión al hecho de que son necesarias medidas que involucren la intervención estatal directa en la economía. En todos los países, por temor a una reacción social, el Estado está interviniendo con enormes recursos monetarios para ayudar a las personas a superar esta crisis, pero también con una gran cantidad de fondos para evitar que las empresas se hundan. No es así como se supone que funciona el mercado.
La gente recordará todo esto, y una vez que termine la crisis, se preguntará por qué no podemos mantener estas medidas en su lugar. Una nueva ola de lucha de clases se desarrollará así.
Buscando la revolución
Dentro de este proceso, entre las capas más avanzadas y conscientes tanto de la juventud como de los trabajadores, está emergiendo una conciencia revolucionaria. Esto significa que una capa mucho más amplia de la población está abierta a ideas revolucionarias, y las únicas ideas revolucionarias realmente consistentes se encuentran en el marxismo. La gente quiere entender por qué sucede todo esto y qué se puede hacer al respecto. En tales condiciones, las ideas revolucionarias pueden alcanzar a una capa mucho más amplia.
Tenemos ejemplos en nuestro trabajo diario donde las iniciativas tomadas por pequeños grupos de camaradas de repente obtienen una audiencia mucho más amplia de lo que estábamos acostumbrados. Éste seguirá siendo el caso y seguirá creciendo. Las pequeñas fuerzas del marxismo ya están creciendo y estamos llegando a capas más amplias. Esto significa que podemos acelerar el proceso de construcción de la tendencia marxista dentro del movimiento obrero y entre los jóvenes en todos los países.
Necesitamos entender que las ideas que en el período anterior solo podían alcanzar a una capa muy pequeña y que se consideraban «extremas», ahora pueden alcanzar a una capa más amplia, ya que las condiciones «extremas» las hacen mucho más relevantes. El salto de conciencia que se ha producido abre una situación completamente nueva y los marxistas deberían multiplicar sus esfuerzos para construir una fuerza dentro de la clase trabajadora y la juventud que pueda sacar a la sociedad de la crisis histórica a la que se enfrenta ahora.