La revista iraní La escena contemporánea me ha pedido que contribuya con un artículo a un número especial sobre el tema «El capitalismo y el arte». Esta publicación, de la que solo recientemente he tenido conocimiento de su existencia, es una revista teórica relacionada con el arte y, en particular, el arte escénico. Creo que el creciente interés en las ideas marxistas entre los jóvenes, artistas e intelectuales en Irán está extendiéndose significativamente y estoy encantado de poder participar en esta importante discusión [Se puede ver la edición en farsi aquí].
Un hombre de negocios dijo en una ocasión al poeta inglés Robert Graves: «No hay dinero en la poesía», a lo que él respondió: «No, pero tampoco hay poesía en el dinero». Tengo la firme convicción de que el capitalismo, especialmente en su período de decadencia senil, es profundamente hostil al arte. Los capitalistas ven el arte como ven todo lo demás: como una mercancía. Conocen el precio de una obra de arte, pero no su valor. Para ellos, el arte y los artistas son para comprar y vender como cualquier otro producto.
Cuando el gran artista holandés Vermeer murió, su esposa tuvo que vender al panadero las pocas pinturas que su marido había dejado para pagar las deudas con él. Del mismo modo, Van Gogh vendió solo una pintura en toda su vida. Ahora las grandes pinturas (e incluso las no tan grandes) se venden por inmensas sumas de dinero en las salas de subastas de Londres y Nueva York. El arte en el mundo moderno es un mero objeto de especulación, un área de inversión altamente rentable y segura.
En el pasado, algunos hombres ricos, como la familia Medici en Florencia, eran generosos mecenas de las artes. También es cierto que tenían tanto dinero que no sabían qué hacer con él, pero al menos algunos de ellos tenían algún interés en el arte y mostraban cierto aprecio por las obras que habían encargado. Pero hoy, esos individuos anónimos que pujan por teléfono ofreciendo incontables millones de dólares por una pintura de Picasso, no lo hacen por amor al arte.
La mayoría de las pinturas así adquiridas nunca serán vistas por el público, tal vez ni siquiera por el propio comprador. Serán enterradas en la bóveda de algún banco suizo, tan perdidas para la humanidad como cualquiera de las maravillosas obras de arte antiguas que han sido dinamitadas o arrasadas por los bárbaros de Daesh en Siria e Irak. Podríamos agregar que no todas estas obras de arte han sido destruidas físicamente. Muchas fueron cuidadosamente sustraídas, sacadas de contrabando y vendidas en secreto a los ricos «amantes del arte» estadounidenses que las mantienen prisioneras, como los pobres diablos en las cárceles subterráneas de Daesh. Los verdaderos bárbaros y destructores del arte se encuentran en Nueva York y Londres.
Literatura y revolución
Históricamente, la literatura y la poesía han sido a menudo los vehículos de las ideas más avanzadas y revolucionarias. Marx fue un gran admirador de Percy Shelley, el gran poeta inglés revolucionario que, trágicamente, murió muy joven. Entre sus obras encontramos obras maestras revolucionarias como La revuelta del Islam y La máscara de la anarquía. La segunda de estas obras es una condena airada de una masacre de hombres, mujeres y niños desarmados perpetrada por el gobierno reaccionario.
El 16 de agosto de 1819 en la Plaza de Saint Peter, Manchester, 60.000 manifestantes pacíficos se congregaron para exigir libertad y la eliminación de la pobreza. Fueron brutalmente atacados por la caballería en un hecho que se conoció como la «Masacre de Peterloo». Ese día, unas 18 personas, incluidos cuatro mujeres y un niño, murieron por heridas de sable y pisoteados. Cerca de setecientos hombres, mujeres y niños resultaron gravemente heridos.
El Gobierno tory, en última instancia, fue responsable de la masacre y el vizconde Castlereagh, líder de los tories en la Cámara de los Comunes, fue el instigador de las duras medidas de represión política que le siguieron. Shelley escribió el poema La máscara de la anarquía como una protesta apasionada contra esta masacre. Es una dura denuncia del gobierno y las fuerzas de la reacción. En él leemos lo siguiente:
En mi camino vi al Asesinato.
Portaba una máscara con el rostro de Castlereagh.
Su mirada era dulce, aunque siniestra;
Siete perros de presa le seguían:
Todos eran obesos, y parecían
Estar en magnífica forma.
Por separado y de dos en dos,
Él les tiraba corazones humanos para que los devorasen
Sacándolos de su amplia capa.
Después llegó el Fraude, que vestía,
Como Eldon, un manto de armiño.
Sus grandes lágrimas, pues llorar perfectamente sabía,
Se volvían piedras de molino cuando caían.
Y los pequeños niños queJugaban a sus pies
Tomaban esas piedras por gemas
Y se abrían el cerebro bajo ellas.
Hoy, estas líneas, escritas hace más de 200 años, no han perdido su capacidad para conmocionar e inspirar la indignación revolucionaria. No es casualidad que hace unos meses el dirigente de izquierda del Partido Laborista Británico, Jeremy Corbyn, citara las últimas dos estrofas de este gran poema ante una audiencia extasiada de jóvenes en el festival pop de Glastonbury:
Hombres de Inglaterra, herederos de la Gloria,
Héroes de una historia no escrita,
Hijos de una poderosa Madre,
Que portáis sus esperanzas y las de todos;
Levantaos cual Leones tras el sueño
En número invencible.
Arrojad vuestras cadenas a la tierra como un rocío
Que mientras dormíais cayó sobre vosotros,
Vosotros sois muchos, ellos pocos.
Los miles de jóvenes que escucharon estos versos inspiradores se llenaron de alegría por su espíritu revolucionario. Habían ido al festival a escuchar música pop, pero se marcharon imbuidos de entusiasmo revolucionario. Aquí vemos claramente el poder de la poesía para inflamar los corazones de los hombres y de las mujeres. Es un poder que no disminuye con el paso del tiempo, sino que, más bien al contrario, se fortalece.
Wordsworth y la Revolución francesa
Algunos años antes de que Shelley escribiera estas líneas, el célebre poeta inglés William Wordsworth compuso su gran poema, El preludio. En ese momento, junto con muchos escritores y poetas en Inglaterra, Wordsworth estaba impactado por la gran Revolución francesa. Visitó la Francia revolucionaria cuando era joven y escribió los siguientes inspirados versos para celebrar su experiencia:
El gozo de estar vivo en aquel amanecer,
¡el Eden de ser joven! ¡Oh, tiempos!
¡En los que los hábitos magros, rancios y prohibitivos,
de las costumbres, las leyes, y los estatutos, reclamaron a la vez
la atención de un país apasionado.
En su vida posterior Wordsworth se desilusionó de la Revolución francesa, tras el ascenso de Napoleón Bonaparte. Muchos otros intelectuales siguieron sus pasos e, incluso, se volvieron conservadores reaccionarios. Pero un hombre se destaca en marcado contraste con esta tendencia: el gran poeta escocés Robert Burns. A diferencia de otros poetas y escritores de aquellos tiempos, Burns no provenía de un entorno rico, aristocrático o, incluso, de clase media. Hijo de un pequeño agricultor pobre, conocía el mundo de la pobreza y el trabajo duro. A través de su propio genio inherente, ascendió a través de las filas de los poetas más destacados de su época, o de cualquier época.Además de ser un poeta lírico maravilloso, Burns también fue un demócrata revolucionario valiente y consecuente. En sus obras, con frecuencia encontramos las referencias más mordaces y hostiles a los objetos de su odio: terratenientes, reyes, sacerdotes y abogados. En su largo poema satírico Tam o’Shanter, por ejemplo, leemos:
Three lawyers’ tongues, turn’d inside out,
Wi’ lies seam’d like a beggar’s clout;
Three priests’ hearts, rotten, black as muck,
Lay stinking, vile in every neuk.
Estas líneas están escritas en el dialecto nativo de las Tierras Bajas de Escocia (Lowland Scots) de Burns. En español, se leería así:
Tres lenguas de abogados vueltas del revés,
Cosidas con mentiras como un remiendo de mendigo
Tres corazones de clérigos tan negros como el estiércol
Pestilentes y viles por doquier.
En su breve pero mordazmente sarcástico poema Día de Acción de Gracias por una victoria nacional, Burns muestra su total desprecio por la fiebre patriótica que se apoderó de toda Gran Bretaña durante las largas guerras contra la Francia revolucionaria:
¡Hipócritas! ¿Son estas vuestras jugadas?
¡Asesinar hombres y dar gracias a Dios!
¡Desistid, por Dios! No prosigáis más;
¡Dios no aceptará vuestras gracias por Asesinato!
Robert Burns conservó su ardiente fe en la Revolución francesa y la defendió audazmente hasta el final de sus días. Solo el apoyo de sus admiradores aristocráticos lo salvó de la prisión o algo peor. Sin embargo, el gobierno se tomó la revancha negándole un puesto cómodo de funcionario. Terminó sus días como lo había hecho su padre, trabajando en la tierra en condiciones duras que minaron su frágil salud y al final lo mataron.
Drama revolucionario
Con el drama, la poesía y la prosa encuentran una nueva dimensión y significado. La relación entre el poeta y el lector individual es la relación entre dos átomos esencialmente no relacionados. El drama le da nueva vida a la palabra escrita, la cual al final se escapa de los estrechos confines de la literatura escrita y salta de la página para enfrentarse a un público más amplio de una manera mucho más concreta e inmediata.
Esto proporciona a la literatura un alcance mucho mayor de lo que sería posible en forma escrita. Contiene mayor fuerza para conmocionar, emocionar o divertir. Sus géneros principales eran tradicionalmente la tragedia y la comedia, aunque un genio como Shakespeare fue capaz de combinar las dos con gran efecto. El potencial para usar el teatro con fines políticos y revolucionarios es, por lo tanto, muy claro.
Incluso en su forma más antigua, el drama se ha utilizado para transmitir cierto mensaje. En la tragedia griega encontramos un poderoso mensaje contra la guerra en Las troyanas del dramaturgo griego Eurípides. Escrita en el año 415 a. C. durante la guerra del Peloponeso, a menudo se interpreta como un comentario sobre la captura de la isla egea de Milo y la posterior matanza y esclavización de su población por parte de Atenas. Si esta interpretación es correcta, fue una declaración política muy valiente y audaz. Muestra el sometimiento y la crueldad hacia las mujeres capturadas de la forma más cruda e impactante. Como todo gran drama, no ha perdido nada de su fuerza para conmocionar después de más de 2000 años.
En otro nivel completamente diferente, las comedias de Aristófanes tenían un mensaje político igualmente agudo. Las obras que nos han llegado contienen una mordaz crítica de la sociedad ateniense contemporánea, sus costumbres, su política e, incluso, su filosofía. El mensaje político más preciso en Aristófanes se identifica con las sangrientas y prolongadas guerras entre Atenas y Esparta. Cuatro de sus obras son apasionados llamamientos a la paz.Sin embargo, a diferencia de las obras de Eurípides, en Aristófanes no encontramos principios ni moralidad elevados. Políticamente, Aristófanes era un conservador y enemigo acérrimo de la democracia ateniense, que él consideraba la fuente de todo mal. Sus obras contienen muchos ataques mordaces contra el pueblo de Atenas, a quienes consideraba meros incautos en manos de demagogos inescrupulosos. Probablemente su deseo de paz con Esparta indique cierta simpatía hacia el sistema político conservador y draconiano en ese Estado. En cualquier caso, el arte de la comedia en las obras de Aristófanes alcanza alturas similares a las alcanzadas por sus rivales, los grandes trágicos de la etapa ateniense.
Shakespeare e Ibsen
Con las obras de Shakespeare, el arte dramático alcanza un nivel verdaderamente sublime que nunca ha sido igualado o, menos aún, superado. Aquí la poesía y el drama se fusionan en una sola forma de arte. Cada línea en estos grandes dramas es poesía del nivel más elevado. Esto de ninguna manera disminuye el impacto dramático de las obras. Muy por el contrario, el impacto dramático se vuelve aún más poderoso por el impacto de la imaginería poética.
Este no es el lugar para desarrollar un análisis de la obra de Shakespeare (he intentado hacer esto en otro lugar). Ciertamente no soy el único que tiene la convicción inquebrantable de que Shakespeare es el mejor escritor de todos los tiempos. Pero dado que el énfasis principal del presente artículo se refiere a la relación entre la política (y específicamente la política revolucionaria) y la literatura, debo señalar que tal relación, aunque puede detectarse en algunas de las obras de Shakespeare, está muy lejos de ser de gran importancia.
Se pueden sacar ciertas conclusiones sobre la actitud de Shakespeare hacia la revolución a partir de algunos pasajes de Enrique VI, Parte 2 y Julio César, por ejemplo, pero tal conclusión tendría que ser de un carácter claramente negativo. Los recuerdos de las sangrientas guerras civiles conocidas como las guerras de las Dos Rosas todavía estaban muy presentes en la mente de la gente en la época de Shakespeare, y la gente de su clase social no estaba favorablemente dispuesta a regresar a convulsiones sociales y políticas. La actitud de Shakespeare en ese sentido era conservadora, aunque en el campo del arte y la literatura era un gran revolucionario y un innovador audaz.
En el siglo XIX tenemos las obras del gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen. Estos dramas pueden arrojar mucha luz sobre la naturaleza y los problemas de la sociedad noruega de ese período, y particularmente el estrecho filisteísmo y moralidad hipócrita de la clase media noruega. Ibsen somete esto a una crítica mordaz y penetrante en sus obras.
Estas obras conmocionaron y escandalizaron a la Europa de ese momento. Ibsen adopta el tema de la emancipación de la mujer en obras de teatro como la Casa de muñecas. Aquí una mujer finalmente escapa de los confines sofocantes de un matrimonio infeliz. El ruido del portazo cuando abandona la casa es un intenso símbolo de la prisión que deja atrás. Es una condena devastadora de los valores hipócritas del siglo XIX que trataron de disfrazar la esclavitud de las mujeres a los hombres como el don natural e inalterable de las cosas.
En Un enemigo del pueblo, el personaje central, el Doctor Stockman, descubre que el sistema de desagüe de los baños está contaminado. Alerta a varios miembros de la comunidad y al principio recibe apoyo y agradecimiento por su descubrimiento. A la mañana siguiente, sin embargo, su hermano, que además resulta ser el alcalde de la ciudad, le dice que debe retractarse de sus declaraciones, ya que las reparaciones serían demasiado costosas y, en cualquier caso, no está conforme con las conclusiones de la investigación.
El alcalde moviliza a la opinión pública contra su hermano y uno por uno sus antiguos partidarios lo abandonan. Como se niega a renunciar a sus ideas, es condenado al ostracismo por la respetable comunidad de clase media. Su casa es destrozada y es despedido junto con sus hijas. Se ha convertido en «Un enemigo del pueblo».
Muchos años después, cuando el gran revolucionario ruso León Trotsky vivía en exilio forzado en Noruega, meditó sobre el significado de los grandes dramas de Ibsen. Habiendo sido recibido en el seno de la «democrática» noruega por el Partido Laborista que estaba en el gobierno, Trotsky pronto se encontró en condiciones mucho peores de las que había estado anteriormente en Francia. Aislado del mundo exterior, con prohibición de escribir o, incluso, comentar sobre asuntos externos en un momento en el que Stalin estaba lanzando los monstruosos Juicios de Moscú, estaba virtualmente bajo arresto domiciliario.Trotsky quedó impresionado por la manera profunda y veraz en que el gran dramaturgo noruego del siglo XIX denunció tan elocuentemente la hipocresía que es tan característica de la pequeña burguesía escandinava en general y de la pequeña burguesía «progresista» y «liberal» (hoy en día se diría socialdemócrata) en particular. Detrás de la máscara sonriente del liberalismo, siempre encontramos el rostro feo de la reacción burguesa. Cualquiera que se atreva a arrancar esta máscara es automáticamente denunciado como «Un enemigo del pueblo».
Arte político
El escritor alemán Bertolt Brecht hizo la siguiente observación en una ocasión: «Que el arte se vuelva “apolítico” significa solo aliarse con el “grupo gobernante”». Por supuesto, al arte le es posible evitar completamente el comentario social, enterrarse en un lecho de flores de olor agradable, cerrar los ojos a la fea realidad de la opresión y la explotación que lo rodea. Pero el arte que es fiel a sí mismo, sobre todo, el gran arte, no puede ser indiferente al destino de la humanidad.
Eso no quiere decir que el arte deba descender al nivel de cruda propaganda. La propaganda pertenece al terreno de la política donde juega un papel importante. Pero la política no es el terreno natural del arte. El artista debe expresar los sentimientos del corazón y el alma. Estos sentimientos no pueden ser dictados por influencias externas, ya sean políticas, religiosas o monetarias. Sin embargo, en su nivel más alto, el sentimiento artístico puede reflejar el drama de la existencia humana de la forma más poderosa.
Para que el arte se vuelva genuinamente libre, para que la cultura deje de ser propiedad privada de unos pocos y se vuelva auténticamente humana, primero es necesario romper los lazos de la esclavitud, la explotación y la opresión. Es por eso que el arte, para ser fiel a sí mismo, debe ser un arte revolucionario. Y como hemos visto en el caso de Picasso, el arte revolucionario puede alcanzar el nivel de genialidad.
En el terreno de la literatura y el drama, podemos citar ejemplos de escritores que combinaron exitosamente el trabajo revolucionario y los grandes logros artísticos. Maiakovski era un miembro activo del partido bolchevique en Rusia desde una edad temprana. En su poesía podemos ver una fusión perfecta del fervor revolucionario con los niveles más altos posibles de logro poético. También escribió obras exitosas como La chinche y realizó carteles en el estilo constructivista que llevaron esta rama del arte al más alto nivel alcanzado en cualquier momento antes o después.
No es una casualidad que la poesía de Maiakovski ejerciera un poderoso impacto en las mentes de millones de trabajadores y campesinos rusos en los años posteriores a la Revolución de Octubre. Ese gran acto de emancipación inspiró a las masas a participar no solo en política, sino también en la cultura. El tremendo florecimiento del arte, la poesía y la música en la década de 1920 fue sofocado bajo el peso agobiante de la burocracia estalinista. El suicidio de Maiakovski en 1930 fue sin duda una protesta contra la contrarrevolución política estalinista.
Otro ejemplo sorprendente fue el caso de Bertolt Brecht. Al igual que Maiakovski, Brecht fue un marxista convencido que utilizó sus obras para denunciar sin piedad el capitalismo. En obras como La ópera de los tres centavos, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny y Los siete pecados capitales (brillantemente adaptadas a la música por el talentoso colaborador de Brecht, el compositor Kurt Weill) criticó a la sociedad burguesa, su moralidad e hipocresía. Brecht es mejor conocido por sus obras experimentales y su teoría dramática revolucionaria. Pero también fue un poeta importante que escribió 1.500 poemas. Entre ellos, encontramos el poderoso poema Preguntas de un obrero que lee, que vale la pena reproducir en su totalidad:
¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada
la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió? ¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba,
los que se hundían gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.¿Él solo?
César derrotó a los galos.¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su Armada
fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años. ¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.
Sin embargo, a Brecht se le recuerda mejor indudablemente por su obra dramática. Desarrolló una teoría del drama completamente nueva conocida como el «efecto de distanciamiento» (en alemán Verfremdungseffekt), que representa una forma inusual de utilizar el teatro. Él lo describió como «actuar de tal manera que a la audiencia se le impida simplemente identificarse con los personajes de la obra. La aceptación o el rechazo de sus acciones y expresiones debe ocurrir en un plano consciente, en lugar de, como hasta ahora, en el subconsciente de la audiencia».
Al destruir la ilusión por medio de la cual el público se identifica inconscientemente con las ideas y las motivaciones de los actores en el drama, Brecht nos obliga a pensar en el contenido real de lo que se les presenta. Esto a veces da lugar a una experiencia incómoda. Pero como dramaturgo revolucionario, Brecht no tenía el más mínimo interés en hacer que el público se sintiera cómodo.
Hace muchos años recuerdo que, cuando se puso Mahagonny en los escenarios de Londres, provocó aullidos de protesta entre los espectadores de la clase media, cuyos sentimientos estaban doloridos por su mensaje intransigente. En un momento determinado, un personaje de la obra está a punto de ser ahorcado y solo podrá salvarse mediante el pago de una cierta cantidad de dinero. Un actor se adelantó en el escenario y se dirigió directamente a la audiencia para pedir que hicieran el sacrificio financiero necesario para salvar la vida de un hombre.
Naturalmente, no se recibió ninguna donación, ya que el conmocionado público londinense se metió las manos en los bolsillos, pero para asegurarse de que sus carteras aún estaban ahí. Esto fue posteriormente denunciado como «un insulto a la raza humana». Si se pretendía insultar, no era a la humanidad en general, sino solo a los aficionados londinenses de la pequeña burguesía egocéntricos y tacaños, cuyo arrebato de dignidad ofendida para mí fue indicio de que la flecha con púas de Brecht había acertado perfectamente su objetivo.
Literatura, Oriente y Occidente
En muchos sentidos, el Oriente es más culto que el Occidente. Mientras que la poesía en Occidente es hoy en día propiedad de un puñado de intelectuales y a menudo la gente común la mira con recelo, en el Oriente sigue siendo una tradición vibrante y popular. El drama, como la poesía, es un arte con una larga historia en los países musulmanes. Los poetas de otros tiempos eran cortesanos, siervos feudales de rango incierto, cuyo deber era estar a mano cada vez que su patrón deseaba descansar o divertirse con el ingenio del poeta. En la mayoría de los casos, los poetas de la corte eran esclavos del autócrata en el trono.
Sin embargo, a mí me parece que las actitudes persas hacia la poesía siempre poseían un contenido esencialmente social y crítico. Y se me ha dicho que hoy en día hay muchas cosas muy interesantes teniendo lugar en todos los campos del arte iraní. Desafortunadamente, debo reconocer un lamentable desconocimiento de los detalles de este tema. En parte, esto se debe al hecho de que en el Occidente no se presta suficiente atención a las grandes culturas del Oriente, no solo en la actualidad sino incluso en el pasado.
En los libros de texto hasta el día de hoy, Alejandro de Macedonia es retratado como un gran hombre que «salvó» a Europa de los «bárbaros» persas. No se dice una palabra sobre las grandes culturas y el arte de la antigua Persia, que alcanzaron cumbres asombrosas cuando el pueblo de Macedonia se componía de pastores pobres y el padre de Alejandro (conocido por los griegos como Felipe el Bárbaro) estaba tratando de aprender el idioma griego. Tan impresionadas estaban las hordas invasoras macedonio-grecas con las maravillas de Persépolis que no perdieron tiempo en quemarla hasta los cimientos. El pueblo de Irán sabe esto de sobra, pero es un libro cerrado para la mayoría de la gente de Occidente, para quien Alejandro sigue siendo «el Grande».
Sin embargo, el problema principal que tengo es el idioma. Uno puede apreciar las artes visuales sin ninguna necesidad especial de saber idiomas. No es necesario hablar o leer holandés para apreciar las pinturas de Van Gogh. En ese sentido, la pintura y la escultura (y también la música) son casi universales en su atractivo. Pero las cosas son diferentes con la literatura, y especialmente con la poesía, la forma más elevada de la literatura.
La poesía no puede ser traducida. Traducir poesía es destruirla como poesía. Hay solo dos posibilidades. Uno puede traducirla literalmente, palabra por palabra –y así se pierden todas las cualidades poéticas–, o uno puede recrearla en otro idioma, en cuyo caso es posible crear poesía buena o, incluso, genial, pero es algo completamente diferente al original.
Sin embargo, se ha logrado cierto éxito relativo a través del trabajo de unos pocos traductores competentes. Algunas de las poesías más bellas del idioma inglés son las recogidas en Rubaiyat de Omar Jayam en la maravillosa traducción de Edward Fitzgerald. Creo que algo de la magia del original se transmite en la traducción de Fitzgerald. Pero no me hago ilusiones de que los poemas de Fitzgerald, aunque fantásticos, sean el Rubaiyat de Omar Jayam, sino algo completamente diferente.
Por lo que sé de él, Jayam era una figura notable, similar en muchos sentidos a los genios del Renacimiento occidental, pero varios siglos antes. Al igual que Leonardo da Vinci, era un erudito. Ya en el siglo XI, sus obras abarcaron los campos de la astronomía, las matemáticas, la filosofía y la poesía.Aunque no puedo leerla en el original, es obvio que se trata de una poesía llena de gran belleza, que combina la sensualidad con un sentido profundo y conmovedor de la fragilidad y lo efímero de la vida. En su estilo satírico agudo, rítmico y melodramático, Jayam no solo evoca emociones intensas, sino que a través de ellas también saca a relucir su filosofía agnóstica racionalista, que estaba muy por delante de su época. Además de sus méritos filosóficos y poéticos intrínsecos, esta literatura persa temprana es interesante debido a su carácter crítico y rebelde. Junto con su apasionado llamamiento para que los humanos celebren la vida y utilicen al máximo el tiempo limitado en esta tierra –a menudo transmitido a través de las imágenes del vino, que simboliza la pasión y la vida, así como el vino mismo, que estaba prohibido por el clero–, era una molestia para la institución religiosa. ¿Y dónde estaría la poesía persa sin el amor, el vino y la taberna?
Hafiz, también, era un poeta que cantaba las alegrías del amor y el vino, pero igualmente a veces atacó la hipocresía religiosa. Él es muy conocido por su poesía, pero asimismo escribió sobre política y religión. Su lengua afilada desolló sin piedad la hipocresía de los sacerdotes y las élites gobernantes durante el siglo XIV.
A partir de estos ejemplos (debe haber muchos otros de los que lamentablemente no tengo conocimiento), está claro que, desde los tiempos más remotos, la literatura persa ha contenido importantes elementos críticos, inconformistas y rebeldes. Los grandes poetas persas perfeccionaron el uso de la sátira como arma política. Y esta arma conserva toda su potencia en el Irán actual.
¿Tiene el arte un futuro?
Tal vez el cuadro más importante del siglo XX fue el Guernica de Picasso, que lo pintó como una reacción a la brutalidad de la Guerra Civil española y los crímenes del fascismo. Nadie puede describir esta gran obra de arte como mera propaganda. Sin embargo, tiene un mensaje político muy claro y extremadamente potente. Es el verdadero descendiente de los igualmente magníficos aguafuertes en blanco y negro del gran pintor español Goya llamados Los desastres de la guerra.
Estas obras de arte increíblemente poderosas fueron el producto de las profundas reacciones sentidas por un artista ante el terrible destino de los hombres y las mujeres en las sangrientas guerras de su propia época. Con frecuencia me pregunto dónde están hoy las obras de arte equivalentes. Nuestro mundo se ve desgarrado por constantes guerras, sangrientas masacres, limpieza étnica y brutalidad en una escala sin precedentes. Por dar un solo ejemplo, en las horrendas guerras civiles en el Congo, al menos cinco millones de hombres, mujeres y niños han sido masacrados. Sin embargo, estas atrocidades ni siquiera se merecen la portada de los periódicos.
Así como la burguesía no tiene nada que decir en el ámbito de la filosofía, en el terreno del arte y la música ha abandonado desde hace tiempo cualquier pretensión de relevancia y, mucho más, de grandeza. Si en la actualidad el arte tiene algún significado, uno hubiera esperado que tuviera algo que decir sobre estas cuestiones. Pero buscamos en vano un equivalente moderno del Guernica de Picasso o de Los desastres de la guerra de Goya. En su lugar, nuestros artistas en Gran Bretaña dedican su tiempo a producir obras sobre temas tan fascinantes como una cama deshecha o un tiburón conservado en formaldehído. ¡A tales niveles de trivialidad ha descendido el arte en nuestros tiempos!
¿Significa esto que la causa del arte se ha perdido irrevocablemente? Llegar a tal conclusión sería caer en el tipo de pesimismo y nihilismo artístico que indudablemente es el estado de ánimo generalizado que existe hoy en las filas de la burguesía y sus seguidores de la clase media. Pero el marxismo es optimista y revolucionario por su propia naturaleza. Lejos de ser pesimistas sobre las perspectivas del arte y la cultura en general, tenemos mucha confianza en el papel que pueden desempeñar tanto hoy en día como en el futuro.
Los marxistas de ninguna manera rechazan los grandes logros hechos por el arte y la cultura en el curso de los últimos 2000 años de la civilización humana. Pero entendemos que durante todo este tiempo el camino a la cultura ha estado bloqueado para la gran mayoría de los hombres y las mujeres. Durante todo este tiempo, el arte y la cultura han sido el monopolio de unos pocos privilegiados, los mismos privilegiados que han disfrutado del beneficio de la riqueza y la educación y, en consecuencia, han controlado el gobierno y el destino del pueblo.
Toda la historia muestra que el arte es revolucionario por su propia naturaleza. Debajo de la superficie, el gran arte siempre busca romper con las viejas convenciones y encontrar nuevas formas de mirar el mundo. El arte está involucrado en una búsqueda eterna de la verdad. Por esa razón, es hostil a todas las formas de hipocresía, mentiras y engaños. El arte moderno está destinado a chocar con el sistema si desea sinceramente salir del impasse en que se encuentra.
El fermento social y político actual en Irán inevitablemente inspirará a toda una nueva generación de poetas, escritores y dramaturgos cuyas obras reflejarán los acontecimientos en la sociedad. Ahora más que nunca para los escritores iraníes es imposible aislarse de la realidad social. La nueva generación encontrará formas y medios para expresar los sentimientos, los pensamientos y las aspiraciones de las masas. Al hacerlo, regresarán a las ricas tradiciones artísticas y literarias del pasado, transmitiéndoles el aliento de la nueva vida.
La dialéctica nos dice que, tarde o temprano, todo se convierte en su opuesto. Algunas veces, la historia en general puede parecer un ciclo sin fin en el que se repiten los hechos que han sucedido en el pasado. Hay un elemento de verdad en esta observación, pero es incompleta y, por lo tanto, falsa. La rueda de la historia gira constantemente. Pero a pesar de todos sus giros, nunca regresa al punto de partida. La historia se repite, pero siempre termina en un nivel cualitativamente superior, enriquecida por todo el contenido acumulado del pasado.
Estas observaciones son aplicables no solo al desarrollo de las sociedades, sino también al arte y la cultura. En el pasado, Persia pasó por períodos de grandes logros artísticos, seguidos por períodos de decadencia e, incluso, de barbarie. Pero el potencial colosal del pueblo de Irán y sus artistas, escritores e intelectuales, permanece intacto. En el futuro, este potencial le permitirá a Irán ascender a cimas de logros culturales que colocarán todas las glorias del pasado en la sombra más oscura. Hoy más que nunca, el verdadero artista tratará de unir sus esfuerzos creativos personales con los esfuerzos de la masa del pueblo explotado y oprimido para cambiar la sociedad y crear un mundo mejor. Sin lugar a dudas, no puede haber una forma de arte superior a esa.
Pero nuestro cine no sólo es original por su forma, sus recursos o su método.
Forma, método o recursos no son más que el resultado de la particularidad principal del cine nuestro. Nuestro cine no es un medio de pacificación sino una acción de combate.
Nuestro cine es ante todo un arma cuando se trata de un enfrentamiento con una ideología hostil y, ante todo, es una herramienta cuando está encaminado a su actividad principal: influir y transformar.
Sergei Eisenstein,
YO memorias inmortales, Siglo XXI, vol. 1, p. 50.
Introducción
La toma del poder de la clase obrera en Rusia en 1917 transformó todos los aspectos de la sociedad y el arte tuvo también su revolución. Los trabajadores ahora estaban construyendo una nueva sociedad, un nuevo mundo, y eso obligaba a dejar atrás viejas ideas poniendo bajo cuestionamiento lo establecido y obligando a repensar al mundo. La Revolución rusa atrajo a lo mejor de la intelectualidad tras de sí y generó a su vez grandes artistas en todas las áreas. Mencionar un incompleto listado de artistas como Serguéi Prokófiev o Dimitri Shostakovich, en la música, Alexander Rodchenko en la fotografía, Vladímir Maiakovski en la literatura, Vasili Kandisky y Natalia Nontcharova en el arte plástico o Serguei Eisenstein, Dziga Vertov, Vsevolod Pudovkin, Esther Shub o Aleksandr Dovzhenko en el cine, nos da una idea de cómo los acontecimientos de 1917 levantaron lo mejor de lo mejor de la sociedad.
No se trataba sólo de hacer arte, los artistas revolucionarios veían la forma de emplearlo como instrumento de combate y en la construcción de la nueva sociedad; al arte había que repensarlo y teorizarlo, buscando la forma de hacerlo accesible a las masas y poner color a la vida de las personas que habían vivido en un mundo gris de guerra y explotación. De tal forma, por ejemplo, que la pintura se vio disminuida a favor del cartel, que podía ser más accesible a las masas. Las distintas expresiones artísticas no actuaban una alejada de la otra sino complementándose entre ellas dialécticamente. El arte plástico contribuía al teatro como la música complementaba el lenguaje cinematográfico.
La sociedad heredada del zarismo, basada en una economía semifeudal con un naciente capitalismo atrasado, heredó a una población analfabeta y atrasada culturalmente. Fueron esos últimos de la escala social quienes hicieron la revolución, pero ahora, después de la toma del poder, las tareas puestas sobre la mesa implicaban sacar a la sociedad del atraso económico y cultural. Para eso fue necesario expropiar las principales palancas productivas, poniéndolas al servicio de la sociedad bajo una economía socialista democrática y planificada. Pero no eran suficientes las medidas económicas, había que llevar educación y entretenimiento a la población, absorber el conocimiento científico y cultural eliminando viejos prejuicios sociales.
León Trotsky escribió:
“la cuestión de las distracciones reviste una enorme importancia en lo tocante a la cultura y la educación. El carácter del niño se manifiesta por el juego. El carácter del adulto se expresa con mayor fuerza a través del juego y las distracciones. Los juegos y las distracciones pueden también contribuir ampliamente a la formación del carácter de toda una clase, cuando esta clase es joven y marcha hacia adelante, como lo hace el proletariado.” (León Trotsky, Problemas de la vida cotidiana, Pasado y Presente, pp. 124-125).
Y más adelante añade:
“Tomamos a los hombres tal como los ha creado la naturaleza y como la antigua sociedad los ha educado en parte, y en parte estropeado. En el seno de ese material humano vivo, buscamos donde asentar las palancas del Partido y del estado revolucionario. El deseo de divertirse, de distraerse, contemplar espectáculos y reír, es un deseo legítimo de la naturaleza humana. Podemos y debemos conceder a esa necesidad satisfacciones artísticas cada vez mayores, sirviéndonos al mismo tiempo de esa satisfacción como medio de educación colectiva, sin ejercer tutela pedagógica o constreñimientos para imponer la verdad” (Ibid., p. 125).
Los bolcheviques pusieron una importante atención en ganar a lo mejor de la intelectualidad a la revolución; Trotsky se daría el tiempo para polemizar con distintas tendencias artísticas. Aun cuando los dirigentes del Estado obrero no coincidieran con éstas, nunca se les ocurrió reprimir a los artistas o imponer sus ideas, incluso con los artistas contrarrevolucionarios, que podían hacer mofa de los bolcheviques. Otra cosa era cuando estos realmente llevaban a cabo acciones contrarrevolucionarias contra el Estado obrero, donde éste tenía derecho a defenderse. Con el estalinismo la actitud hacia el arte y sus creadores fue opuesta, sembrando imposición y terror.
La guerra civil
El gobierno obrero, al tomar el poder, primeramente dio las tierras a los campesinos para dejar en claro su alianza y solidaridad. Había que reorganizar la industria y la economía. Lenin hacia llamados a las masas a tomar ellos mismos las tareas de la sociedad y el control de las tierras y fábricas. Casi de inmediato, las potencias imperialistas invadieron, con apoyo de la contrarrevolución interna, distintos territorios del antiguo Imperio zarista. La Revolución rusa fue realmente pacífica, pero los imperialistas la bañaron de sangre imponiendo una guerra civil. La prioridad era la defensa de la revolución, pero para ello se tenían que usar todas las armas disponibles.
León Trotsky, que no tenía experiencia militar previa, formó casi de la nada al Ejército Rojo que combatió valerosamente a los 21 ejércitos blancos apoyados por las potencias imperialistas que, divididas en la Guerra Mundial, ahora se unían contra la Revolución proletaria. Es en medio de la guerra civil que se empiezan a gestar los inicios del cine soviético, pues se necesitaba dar noticias y también informar y elevar la moral de las tropas y población. La prensa escrita seguía siendo muy útil pero los documentales y noticias filmadas alcanzaban un importante impacto en la población. El Ejército Rojo pariría a una buena capa de cineastas soviéticos.
Incluso en las duras condiciones impuestas por la guerra civil los bolcheviques buscaban la educación de los trabajadores. Anatoli Vasílievich sería nombrado desde 1917 Comisario del Pueblo de Instrucción, impulsando desde la dirección estatal el desarrollo educativo y del arte. Fue el cine, sin lugar a dudas, una importante herramienta de propaganda y educación de las masas.
El periodista mexicano Luis Hernández Navarro explica tanto el atraso como los avances educativos de aquellos años:
“Al comenzar el siglo XX, casi 80 por ciento de la población rusa entre ocho y 50 años era analfabeta. En Asia Central casi nadie sabía leer, y muchas de sus lenguas carecían de alfabeto gráfico. En 1914 se contabilizaban apenas ocho estudiantes universitarios por cada 10 mil personas. Según Lenin, no existía en Europa un país tan bárbaro como el suyo, en el que se despojaba a las masas de la educación, las luces y el conocimiento.
“Los bolcheviques se dieron a la tarea de educar a su pueblo en medio de la destrucción provocada por la Primera Guerra Mundial y la insurrección, las agresiones de las potencias capitalistas, la escasez y la hostilidad hacia el nuevo régimen por parte de los profesores, la falta de escuelas y material escolar, además del enorme analfabetismo.
“Víctor Serge describe cómo en el año I de la Revolución el nuevo poder educó en aulas sin mobiliario a niños con el estómago vacío, que debían compartir entre cuatro sólo un lápiz. A pesar de ello, se crearon nuevas escuelas en todas partes, se impartieron cursos para adultos y se abrieron facultades obreras. Los resultados fueron sorprendentes. Entre 1917 y 1928 se construyeron 8 mil 700 escuelas primarias y secundarias. Fueron creados centros de educación superior por toda la Unión Soviética. Entre 1920 y 1940 fueron alfabetizados 60 millones de adultos. Sesenta por ciento de la población no había cursado la educación básica en 1926, pero en 1930 el porcentaje ya había disminuido a 33 por ciento”. (“La Jornada Perfil”, suplemento especial, 17 de octubre 2017).
Para el régimen zarista, esta condición de atraso era necesario para mantener el dominio de la autocracia, los terratenientes y capitalistas. Pero en una revolución hecha por los obreros, aliados a los campesinos, era necesario justo lo contrario: sacar de la ignorancia a las amplias masas para que de forma consciente construyeran la nueva sociedad. El arte y en particular el cine ayudarían a educar al pueblo. Lenin y Trotsky se opusieron a esas tendencias que querían formar un arte proletario desechando toda la cultura y la historia anterior, por el contrario había que asimilar la ciencia, la técnica y el arte del pasado. ¿Cómo se puede concebir a un Prokofiev o un Shostakovich sin retomar la herencia del gran compositor del zarismo Piotr Ilich Tchaikovsky y a éste sin las grandes aportaciones musicales del barroco, los clásicos y los románticos? No se puede entender la gran música soviética sin comprender las aportaciones musicales de compositores influenciados por revoluciones burguesas como Bach, Handel o Beethoven o músicos aristócratas como Haydn o Mozart. Trotsky señala:
“Por supuesto, hay que saludar toda tentativa de aportar el mayor ritmo, sonido y color posibles a las fiestas populares, los mítines y las manifestaciones. Pero es preciso tener por lo menos algo de imaginación histórica para comprender que entre nuestra pobreza económica y cultural de hoy y el momento en que el arte se funda con la vida, es decir, aquel en que la vida alcance proporciones tales que sea modelada totalmente por el arte, llegará y desaparecerá más de una generación. Para bien o para mal, el arte de ‘oficio’ subsistirá todavía numerosos años y será instrumento de la educación artística y social de las masas, de su placer estético, no sólo por lo que se refiere a la pintura, sino también a la poesía lírica, la novela, la comedia, la tragedia, la escultura, la sinfonía. Rechazar el arte como medio de describir y de imaginar el conocimiento para oponernos al arte burgués contemplativo e impresionista de los últimos decenios significa arrebatar de las manos de la clase que construye una nueva sociedad una herramienta de la mayor importancia. Se nos dice que el arte no es un espejo, sino un martillo, que no refleja, sino que modela. Pero también hoy se enseña el manejo del martillo con la ayuda de un espejo, de una película sensible que registra todos los elementos del movimiento. La fotografía y la cinematografía, gracias a su fuerza descriptiva, se convierten en poderosos instrumentos de educación en el terreno del trabajo. Si no puede uno pasarse sin un espejo, incluso para afeitarse, ¿cómo vamos a construir o reconstruir la vida sin vernos en el ‘espejo’ de la literatura? Claro está que nadie piensa en exigir a la nueva literatura que tenga la impasibilidad de un espejo. Cuanto más profunda sea la literatura, tanto más querrá modelar la vida, tanto más capaz será de ‘pintar’ la vida de modo significativo y dinámico” (Trotsky, Sobre arte y cultura, Alianza Editorial, pp. 60-61).
Maiakovsky y el cine
No se pueden negar las grandes aportaciones de la Revolución rusa al cine; una de ellas es que es el primer Estado que le apoya desde su dirección. Esto se hizo incluso en el momento en que esta industria era controlada por el capital privado. Lunacharsky se apoyó en Maiakovsky para impulsar los primeros proyectos fílmicos de la revolución. Vladimir Maiakovsky fue un revolucionario que combatió al zarismo y apoyó a la Revolución bolchevique, y uno de los más grandes artistas que dio la revolución. Éste es más conocido por sus trabajos literarios, su incursión en el cine es, sin embargo, muy poco conocida.
Apoyándose en la empresa cinematográfica Neptuno y con un director gris como fue Nikandro Turkin, Maiakovsky escribiría guiones y actuaría en las películas soviéticas tales como No nació para el dinero (1918), basada en una obra de Jack London o La maestría y el obrero, Encadenada a la pantalla (Leyenda del cine) (1918). Uno de sus guiones llamado Al frente o Hacia el frente (1920) produjo una película de propaganda para el Ejército Rojo. También escribió Benz N° 22 (1922), libro cinematográfico, y produjo las revistas Kino Font y LEF (Levi Front Iskustv, Frente del arte de izquierda), que sería muy influyente en la que se publicaría algunos de los primeros artículos teóricos cinematográficos (incluyendo textos de Eisenstein y Dziga) y de la vanguardia artística.
El gran problema es que Maiakovsky fue muy avanzado, fue la primera vanguardia cinematográfica soviética en un momento donde el desarrollo del cine no lograba alcanzarlo. Varios de sus guiones no fueron realizados, pero dejaría huella e influiría con sus ideas futuristas en el cine, como en la película de ciencia ficción Aelita (1924) de Yákov Protazánov o en el movimiento de los kinoks de Vertov Dziga. Maiakovsky, en un poema en un estilo de manifiesto, dijo:
“Para vosotros, el cine es un espectáculo.
“Para mí, es casi una concepción del mundo.
“El cine es el vehículo del movimiento.
“El cine es el revulsivo de las literaturas.
“El cine es el destructor de la estética.
“El cine es la intrepidez.
“El cine es el deporte.
“El cine es el repartidor de las ideas.
“Pero el cine está enfermo.
“El capitalismo ha cegado sus ojos con un puñado de polvo de oro. Los hábiles empresarios lo llevan de la mano por las calles. Amasan dinero conmoviendo los corazones con argumentitos llorones.
“Eso debe terminar.
“El comunismo debe rescatar al cine de las manos de sus guardianes especuladores.
“El futurismo debe hacer que se evapore el agua estancada de la poltronería y la moral
“De lo contrario, sólo tendremos bailables importados de América o eternos ‘ojos lacrimosos’ de Moszhukin. De las dos la primera nos aburre.
“La segunda, mucho más” (En Eduardo de la Vega Alfaro, La vanguardia cinematográfica soviética 1918-1935, Conaculta-Cineteca Nacional, pp. 15-16).
León Trotsky polemizaría con la revista LEF y los futuristas, con quienes no coincidía en sus concepciones teóricas; aunque critica a Maiakovsky, lo estima como gran artista revolucionario.
“El Partido no tiene ni puede tener decisiones hechas sobre la versificación, la evolución del teatro, la renovación del lenguaje literario, el estilo arquitectónico, etcétera, de igual modo que en otros terrenos el Partido no tiene ni puede tener decisiones prefijadas sobre la mejor fertilización, la organización más correcta de transporte o las ametralladoras más perfectas. Por lo que toca a las ametralladoras, los transportes y los fertilizantes, hay que tomar decisiones prácticas inmediatamente. ¿Qué hace entonces el Partido? Asigna a algunos de sus miembros la tarea de estudiar y de resolver estos problemas, y controlar a estos miembros por los resultados prácticos de sus actividades. En el campo del arte, el problema es a un tiempo más simple y más complejo. Por lo que se refiere a la explotación política del arte o la prohibición de esa explotación por nuestros enemigos, el Partido tiene experiencia suficiente, perspicacia, decisión y recursos. Pero el desarrollo real del arte y la lucha por formas nuevas no forman parte de las tareas y preocupaciones del Partido. Este no encarga a nadie un trabajo semejante. Sin embargo, entre los problemas del arte, de la política, de la técnica y de la economía existen ciertos puntos de contacto. Estos son necesarios para determinar las relaciones recíprocas internas sobre esos problemas. De ellos, se ocupa el grupo Lef. Este grupo va dando tumbos, coge de aquí y de allá y, sea dicho sin ofenderle, exagera bastante en el campo teórico. ¿Pero no hemos exagerado en campos mucho más vitales? Además, ¿hemos tratado de corregir seriamente errores de aproximación teórico o de entusiasmo partidario en el trabajo práctico? No tenemos razón alguna para dudar que el grupo Lef se esfuerza seriamente por trabajar en interés del socialismo, que está profundamente interesado en los problemas del arte y que quiere ser guiado por criterios marxistas. ¿Por qué, pues, comenzar por romper en lugar de tratar de influir y de asimilar? La cuestión no radica en un sí o un no tajante. El Partido tiene mucho tiempo por delante para influir con cuidado y para escoger. ¿Tenemos acaso tantas fuerzas cualificadas como para permitirnos ser pródigos con esa ligereza? El centro de gravedad se halla, después de todo, no en la elaboración teórica e os pro lemas del arte nuevo, sino en la expresión artística ¿Cuál es la situación, por lo que respecta a la expresión artística del futurismo, de sus búsquedas y de sus realizaciones? Ahí encontramos aún menos razones para la precipitación y la intolerancia” (Trotsky, Sobre arte y cultura, pp. 60-61).
Dziga Vertov y los inicios del cine soviético
El Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública creó en 1918, al estallar la guerra civil, el Kino-Komitet (Comité Cinematográfico), que tenía al Kino Nadelia (Cine Semana), el primer noticiero cinematográfico; en éste destacaría un joven músico y escritor que se convertiría en uno de los grandes directores del cine de la revolución: Vertrov Dziga. Se filmarían las noticias de la cotidianidad de la vida rusa, y después, de la guerra civil, con su Kino Pravda (Cine verdad) y documentales que se enviaban a las tropas del Ejército Rojo y a la población.
La industria fílmica estaba colapsada, se dio una guerra económica contra el naciente Estado obrero que impedía tener los materiales más mínimos para la producción, los estudios quedaron abandonados y en pésimo estado. Dziga Vertov narra las precarias condiciones:
“Teníamos un sótano en el centro de la ciudad. Era oscuro y húmedo, con un piso barroso en cuyos agujeros uno se caía a cada momento. Grandes ratas hambrientas corrían sobre nuestros pies. En algún sitio había una única ventana bajo el nivel de la calle; y bajo los pies, una corriente de agua proveniente de caños que goteaban. Uno debía tener cuidado de que la película no tocara nada sino la mesa para que no se mojara. Esta humedad impedía que nuestros rollos compaginados con tanto amor quedaran convenientemente pegados y herrumbraba nuestras tijeras y empalmaduras. No había que apoyarse en esa silla; la película estaba colgando allí, y esto sucedía en toda la habitación. Antes del anochecer, por la humedad y el frío castañeteaban los dientes. Envolví a la camarada Svilova con una tercera chaqueta. Era la última noche de trabajo, de modo que los dos nuevos números de Kino-pravda estarían listos a tiempo” (En Leyda Jay, Kino historia del cine ruso y soviético, Editorial Universitaria de Buenos Aires, pp. 193-194).
Fueron los jóvenes quienes asumían con gran entusiasmo las tareas de la revolución y esto pasaba en el frente de propaganda. Camarógrafos se iban a los distintos frentes de batalla y zonas del Estado y hacían filmaciones, éstas llegaban al centro donde Dziga montaba las películas. Las mismas debían tener un mensaje que contar y en base a ello se armaban los documentales. Este cine debería, ante todo, reflejar la realidad.
Dziga y su grupo, conocido como los kinoks, lanzaron el primer manifiesto de la historia del cine en 1919, que, ampliado, sería publicado en la revista LEF en 1922. En él se declaraba la guerra al cine de ficción y a la dramatización. Lo que se debía mostrar es la realidad. Dejó tras de sí un registro fílmico invaluable. Los kinoks, surgidos en plena guerra civil, declaraban la consigna “filmar o morir”. Surge el movimiento del Cine Ojo, en el cual se declaraba que el ojo humano era bastante imperfecto y la cámara podría suplir esa debilidad y mostrarnos el caos de los fenómenos visuales que llenan el espacio. La cámara debe liberarse de nuestro ojo alejándola de toda imitación. Retrospectivamente, podemos decir que algunas afirmaciones son exageradas; el mismo Dziga realizaría obras con efectos dramáticos, pero sus aportes al cine son muy grandes en el terreno del documental, los noticieros mismos y el inicio de la teorización del cine.
Dziga realizaría grandes obras fílmicas como El hombre de la cámara (1929), [note] www.youtube.com/watch?v=FUnTxoMl5k8 [/note] donde aparece la cotidianidad de Rusia y se ve cómo se hace la propia filmación con tomas en que el camarógrafo corre gran peligro. Chaplin dijo sobre Entusiasmo: Sinfonía de Donbras (1931), que Dziga era un músico y los profesores no debían criticarlo sino aprender de él, debido al enlace que hace entre la música y el montaje cinematográfico. Su gran nivel en el montaje se puede ver en Tres cantos para Lenin (1934), una gran película, pero sin la frescura de sus películas de los primeros años de la revolución, donde ya se muestra el culto a la personalidad que se impuso con el realismo socialista bajo el estalinismo.
Con la revolución de 1917 surgió el primer Estado que le dio una real importancia y creó la primera escuela de cinematografía de la historia en el mundo: el Instituto Pansoviético de Cinematografía, creado también por el comisariado que dirigía Lunacharsky. Un profesor de dicha universidad tendría un papel más que influyente y destacado, nos referimos a Lev Kuleshov.
Los bolcheviques abrazaron al cine dentro de su lucha, enviarían coloridos trenes, e incluso barcos, adaptados con salas de proyección a los más recónditos lugares de Rusia y serían recibidos entusiastamente por la población, que veía fascinada, por primera vez en sus vidas, esas imágenes en movimiento en las grandes pantallas. El arte y el cine se convertían en instrumentos emancipadores.
Con Dziga y Kuleshov surgirían dos de las principales corrientes de la vanguardia cinematográfica. Una tercera fue la Fábrica de Actores Excéntricos (FEKS), fundada en 1922, de la que destaca la pareja de directores de Grigori Kozíntsev y Leonid Trauberg, que dirigirían Las aventuras de Octubrina (1924). Una cuarta nacería desde el teatro del Prolekult con Eisenstein. Fuera de las tendencias establecidas, vimos a grandes directores como Esther Shub o Aleksandr Dovzhenko, un hijo de campesinos analfabetas que logró graduarse como maestro rural.
Serguei Mijáilovich Eisenstein
Las revoluciones producen choques violentos y cambios bruscos en las conciencias de las masas, pero también en las de los individuos concretos. La inteligentsia se vio sacudida. El caso del joven Serguei Mijáilovich Einseistein es muy ilustrativo. Él nació en Riga, Letonia, el 23 de enero de 1898. Su madre provenía de la alta burguesía, mientras que su padre, con raíces familiares alemanas, fue un destacado arquitecto durante el zarismo. El pequeño Mijaíl fue un niño tímido, obediente e incapaz de torturar una mosca o desbaratar un reloj. Fue muy sensible y desde pequeño se fascinó por la pintura, particularmente la de Da Vinci. Desde niño le gustó hacer dibujos e incluso haría alguna poesía. Pero su vida no se encaminaba hacia el arte, sino que seguiría los pasos de su padre al estudiar Ingeniería, orientándose a la arquitectura. Su vida se convertiría en su contrario con el triunfo de la revolución de 1917, cuando tenía 19 años. Se transformaría en un gran cineasta que mostró una personalidad muy distinta a la de su niñez y entorno burgués, haciendo filmes llenos de escenas apasionadas y violentas levantando la causa de la revolución proletaria.
Su juventud fue marcada por la turbulencia de la historia, tocándole ver los estragos de la guerra mundial, la farsa del gobierno provisional burgués y, con ilusión, la revolución bolchevique. Su entorno burgués se desmoronaba. Su padre se aliaría con la contrarrevolución blanca, pero Serguei se identificó con el proletariado, aunque siendo en un inicio más bien un espectador de esos grandes acontecimientos. La Revolución rusa rompió con su vieja vida y él se quedaría solo. Eisenstein se sumaría a la tarea del proletariado de reconstruir la sociedad, pero a su vez tenía que reconstruirse para él mismo una nueva vida.
Si Serguei hubiera vivido en una época de calma, seguramente no se hubiera convertido en uno de los grandes artistas de la historia; posiblemente hubiera sido un profesionista con una vida cómoda y monótona; algunas aportaciones podría haber dado a la arquitectura, pero sin duda su creatividad se hubiera visto coartada. Fueron esos acontecimientos históricos en que vivió los que marcaron su camino, hasta cierto punto, independientemente de él mismo.
“Una mañana, al llegar a su clase en la Universidad, Serguei Eisenstein descubrió que sus veneradas dependencias estaban en agitación. Todos los estudiantes parecían estar en los corredores, formando grupos y dedicándose a sus propios asuntos. Abriéndose paso entre la multitud, Serguei Mijailovich buscó su clase. Cuando encontró a sus compañeros, éstos ya habían votado ingresar al Ejército Rojo para defender Petrogrado. A pesar de toda su confusión, a Serguei nunca se le ocurrió separarse de sus camaradas. No podía colocarse contra la Revolución. Aunque no tenía claras opiniones políticas, sabía que debía estar del lado del pueblo” (Marie Seton, Sergei M. Eisenstein una biografía, Fondo de Cultura Económica, p. 38).
Del Ejército Rojo al teatro
Se suele decir que es la falta de pan lo que genera una revolución, pero después de la toma del poder de los trabajadores el pan escaseo aún más. El papel de las masas y sus dirigentes fue heroico. Lucharon en contra del viejo régimen y sistema que se trataba de reinstaurar, heredando la decadencia del pasado, y defendieron su revolución porque por primera vez se ponían los intereses colectivos de las amplias masas de obreros y campesinos como prioridad. Los individuos se subordinaron a una tarea histórica mayor.
Eisenstein, al reclutarse en el Ejército Rojo junto con otros estudiantes, pasó a ocupar tareas que requerían mayores cualidades técnicas, como la edificación de trincheras, pero la necesidad de propagandistas lo llevó pronto a convertirse en elaborador y diseñador de las pancartas, y a decorar trenes de agitación que debían no sólo expresar las ideas del Ejército Rojo y la revolución con palabras, sino mostrarlas gráficamente. Eisenstein empieza a usar las imágenes como lenguaje para comunicarse con las masas.
La economía ya estaba devastada por el zarismo, la guerra imperialista y la ineptitud del gobierno provisional burgués, pero esta devastación se acentuó con la guerra civil. Cuando fue posible, los bolcheviques desmovilizaron a los estudiantes para que estos regresaran a sus escuelas y se ocuparan en tareas primordiales, como la reconstrucción de la economía.
En su paso por el Ejército Rojo, Eisenstein se apasiona con el estudio del japonés, y al ser desmovilizado prefiere ir a Moscú a estudiar esa lengua, dejando de lado sus estudios de ingeniería. Es el otoño de 1920. El futuro director de cine en su vida conseguiría hablar 9 idiomas. El japonés es una lengua muy gráfica y es significativo que le haya levantado esa pasión. Pero en un periodo tan turbulento incluso esa orientación de estudio no se concretó y su vida tomaría otro rumbo.
Serguei, esperando a que se abriera su curso, pasó penumbras; no tenía un salario, tampoco un techo donde vivir y se le dificultaba incluso conseguir un poco de alimento; no conocía a nadie en esa gran ciudad. Era el periodo de la hambruna.
El accidente juega un papel en la historia y fue de forma casual que Eisenstein encontró a un viejo conocido, muy probablemente a su amigo de infancia Maxim Shtrauj, a quien observó a lo lejos por varios días hasta que finalmente se acercó a él, reconociéndose. Este encuentro le cambiaría la vida. Pudo conseguir un techo donde dormir y un poco de pan. Shtrauj pertenecía al Proletkult y mientras abrían su curso en la universidad, al cual nunca ingresaría, Serguei ayudaría a pintar las escenografías de las obras teatrales.
El Proletkult fue uno de los más importantes grupos de artistas creados con la revolución, que buscaba llevar la cultura a los obreros, animándolos también a hacer arte. Eisenstein fue devorado por esta agrupación, entrando a una vorágine de actividad rodeado de gente animada con la creatividad que la revolución había hecho explotar. Una revolución es una gran fuente de inspiración. Estos jóvenes podían tener hambre, pero su hambre de creación y de aportar a la construcción de la nueva sociedad socialista era aún mayor.
Su experiencia haciendo mantas y decorando trenes en el Ejército Rojo le ayudó ahora en la escenografía teatral. Eisenstein iniciaría su participación en el teatro en la obra El mexicano, basada en un cuento de Jack London que habla de un grupo del Partido Liberal Mexicano que dirigirían los hermanos Flores Magón. Participaría también en las obras El precipicio, Macbeth, Una buena relación con los caballos, Niños ladrones, Phèdre y La fenomenal tragedia de Phetra.
Desde que empezó a trabajar en las escenografías y vestuarios se notaban sus ideas revolucionarias e innovadoras, aunque no siempre los proyectos se concretaron. Eisenstein asumiría un papel de codirector y después de director. Dejando por un breve periodo el Proletkult, ingresaría a la compañía de teatro de Vsevolod Meyerhold, una de las más destacadas figuras del teatro y un influyente teórico de este arte, quien estableció la técnica de la Biomécanica (que Einsenstein retomó), que exige un gran entrenamiento físico del actor para que pueda cubrir las difíciles necesidades de la obra. Existe una foto de este dramaturgo, que le regalaría años después a Serguei, que tiene esta dedicatoria: “Me siento orgulloso del alumno, que ya se convirtió en maestro. Amo al maestro que ya ha creado una escuela. A este alumno, a este maestro, a S. Eisenstein, mi admiración, Moscú, 22-IV, 1936, V Meyerhold” (Eisnstein, YO memorias inmortales, vol. 1, sección de fotos). Meyerhold, durante el periodo del estalinismo, sucumbiría bajo la represión de la burocracia, siendo asesinada por ésta en 1940.
En ese periodo, un actor conocido como Grisha y llamado Grigory Alexandrov, robó a Serguei su pan, generando con él una pelea, hasta que el primero cedió y dijo que llevaba dos días sin comer, y el segundo, que había comido el día anterior. Finalmente regaló lo que quedaba del pan. De ahí nacería una gran amistad y una creativa colaboración.
Eisenstein regresaría al Proletkult como director y el atlético Alexandrov lo acompañaría. El teatro ruso, antes de la revolución, era un arte para las élites. En la búsqueda por convertirlo en arte proletario, Serguei retomó un viejo gusto por el circo y desarrolló el teatro acrobático. El circo estaba mucho más cercano al pueblo que el teatro clásico.
La necesidad de teorizar lo que se hacía, y en medio de la gran revolución inspirada en las ideas de Marx y Engels, hace que Eisenstein llegue a las ideas de la dialéctica, que de hecho inconscientemente ya aplica, y que lejos de coartar la creatividad, la desarrollan:
“Con la ayuda de Pavlov, de Freud, de una temporada con Meyerhold, consigo atrapar en forma desordenada y febril algunos de los misterios de este nuevo campo. Muchas lecturas y los primeros pasos independientes en el trabajo decorativo y escénico del Teatro Proletkult marcan esta lucha singular contra los molinos del misticismo, erigidos por las manos solícitas de serviles sicofantes en los caminos hacia los métodos del arte contra quienes procuran penetrar con sentido común en los secretos del arte.
“La empresa resulta ser menos quijotesca de lo que al comienzo parece ser. Las aspas de los molinos se rompen y uno percibe en esta región la misma dialéctica que está en la base de todos los fenómenos y todos los procesos.
“En esa época he sido por disposición interna un materialista, durante mucho tiempo.
“Y ahora en esta etapa descubro inesperadamente la relación existente entre las cosas que encuentro en mi trabajo analítico y lo que sucede en mi derredor.
“Mis alumnos en arte para mi gran sorpresa, repentinamente me puntualizan que en el terreno del arte estoy siguiendo el mismo método que en el aula vecina sigue el instructor en ciencias políticas y cuestiones sociales.
“Eso es suficiente para poner en mi mesa de trabajo las obras de los materialistas dialécticos en lugar de las obras sobre estética.
“El año decisivo es 1922: hace una década.
“El ensayo de búsqueda personal en una rama particular de la actividad humana queda combinado con la investigación filosófica de los fenómenos sociales, tal como es señalada por los fundadores del marxismo.
“Pero no me detengo allí. Y la revolución por medio de la obra de aquellos genios, ingresa a mi obra en una forma totalmente distinta.
“Mi vinculación con la revolución se convierte en asunto de sangre y de huesos y de convicción interna” (En Seton, Sergei M. Eisenstein…, 455-456).
La llegada al Cine
Su primera incursión en el cine la tiene a los 24 años, con un cortometraje llamado El diario de Glumov (1923), basado en la obra teatral El sabio, de Alexander Ostrowski, aflorando nuevamente su pasión, reprimida en la infancia, por los payasos de circo. Es una película poco clara, va tan rápido que el espectador no alcanza a captar todo lo que se quiere decir. Sergei cuenta cómo es nombrado asistente de Dziga Vertov: ‘‘Pero después de observar cómo filmamos nuestras primeras dos o tres tomas, Vertov nos consideró como un caso perdido y nos abandonó a nuestro destino” (En Leyda Jay, Kino…, p. 199).
https://www.youtube.com/watch?v=CFDbzUoQ76w&t=56s
Eisenstein piensa en algún momento que el arte debía ser destruido porque se convertía en un distractor de los problemas reales del obrero. La forma de destruir el arte era mostrar la realidad misma. Fue aquí que nace uno de sus más grandes fracasos, la obra Máscaras de gas, que buscaba mostrar la realidad con obreros reales como actores y presentándola en la fábrica misma. En su ensayo “Del teatro al cine”, Eisenstein dice:
“En medio de los valores plásticos de la fábrica real, los accesorios de teatro producían una impresión ridícula. El elemento ‘espectáculo’ era incompatible con el olor pestilente del gas. La miserable escena se perdía entre las escenas verdaderas de la actividad obrera. En definitiva, fue un fiasco y volvimos a encontrarnos de vuelta en el cine”. (En Serguéi M. Eisenstein, Cuadernos de la Cineteca, Conaculta-Cineteca Nacional).
Eisenstein ayudó a la cineasta Esther Shub a editar para Rusia la película Dr. Mabuse (1922), de Fritz Lang, que ahí se llamaría Divina decadencia.
El lenguaje cinematográfico
El gran desarrollo industrial conseguido con el capitalismo en el siglo XIX dio nacimiento al cine. A finales de ese siglo se habían descubierto diversos aparatos que daban una impresión de movimiento de la imagen. Los dos más famosos e influyentes son el kinetoscopio y el cinematógrafo. El primero fue inventado por Thomas Alva Edison, en Estados Unidos, y tuvo la singularidad de valerse, a diferencia de otros inventos, de la imagen fotográfica. Las filmaciones que se hicieron para este aparato eran pequeñas escenas de acciones concretas, como una pareja dándose un beso, gente bailando, una mujer bañando a un bebé, un violinista tocando, o un par de boxeadores peleando. El kinetoscopio se convirtió en un invento popular y se comercializó en 1984, pero tenía la limitante de que mostraba las imágenes a un espectador individual que depositaba una moneda en un aparato.
https://www.youtube.com/watch?v=nRiUkfk6gL0
En Francia, los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo, que permitía filmar, revelar y proyectar imágenes que también daban una ilusión de movimiento. En 1895, comenzaron a hacerse las primeras funciones de cine, en el sentido que un grupo de gente se juntaba frente a una pantalla a ver dichas imágenes. El efecto social de esto se puede describir en la conocida anécdota de que en esas funciones la gente se levantaba de su asiento al ver venir de frente a un tren. Eso muestra cómo las imágenes del cine pueden mover pasiones en los espectadores. La primera película de la historia consiste en ver salir a los obreros de una fábrica. Los filmes de los Lumière eran cortos mostrando escenas con acciones concretas. Esto se debía a una cuestión técnica, pues los primeros rollos de película duraban poco más de 50 segundos. En realidad, el nacimiento del cine surge como una rareza de circo que inicialmente ni siquiera contaba historias, por muy pequeñas que estas fueran, aunque éste tuvo su evolución; en las películas de los hermanos Lumière aparecen ya algunas pequeñas narraciones, como El regador regado (1895).
https://www.youtube.com/watch?v=4nj0vEO4Q6s
Alice Guy inicia rodajes de películas, siendo posiblemente la pionera del cine, aunque por muchos años olvidada. En Francia también vimos a Georges Méliès; un hombre de teatro hacer rodajes fantásticos que hasta nuestras fechas se mantienen en la memoria colectiva, como lo es su Viaje a la Luna (1902).
https://www.youtube.com/watch?v=_FrdVdKlxUk&t=5s
Si en las películas de Edison o los Lumière veíamos un zoom o una perspectiva, fue más por un accidente que por una acción consciente. Es en Brighton, Inglaterra, donde personajes como James Williamson y George Albert Smith, desarrollan, entre 1901 y 1909, técnicas que hasta la fecha se utilizan en la cinematografía. Aquí la cámara deja de ser fija y adquiere movimiento (traveling), descubriendo con ello el colse up (Ver La lupa de la abuela). Se comienza a usar también la cámara como si fuera el punto de vista de algún personaje u objeto (con Méliès la cámara siempre ocupa el lugar del espectador) y empezamos a ver escenas diferentes que trascurren de manera simultánea, mientras que en el pasado sólo habíamos visto escenas progresivas individuales; también aparecen escenas que cambian de un plano a otro (overlap). El lenguaje aquí es más claro que con Méliès, que manejaba muchos cuadros abiertos donde cuesta trabajo apreciar los detalles principales de la narración.
En EEUU, por su parte, usarían esos mismos elementos para rodar películas de más larga duración, como El asalto y robo de un tren (1903), de Edwin S. Porter, que dura casi 11 minutos, siendo el primer western.
https://www.youtube.com/watch?v=QPylDE7Rc-I
En los Estados Unidos donde, a partir de un proceso acumulativo, se da un salto naciendo de manera plena el lenguaje cinematográfico, ¿de qué forma? Con largometrajes que conjuntaban de forma creativa los elementos desarrollados en el periodo anterior, haciendo de la edición el elemento de narración. La historia nos dio en David Wark Griffith, un burgués de Kentucky, al padre del lenguaje cinematográfico. Su obra maestra es El nacimiento de una nación (1915), un verdadero largometraje con más de 3 horas de duración. Una película racista y clasista que enaltece a los blancos esclavistas sureños. De igual forma que un cumulo de palabras, por sí solo, no hacen poesía, pero acomodadas de cierta forma pueden expresar ideas e incluso sentimientos de una forma creativa, las imágenes también se pueden usar de forma narrativa y artística.
Así como existen reglas sintácticas en la escritura, Griffith desarrolla reglas similares en el cine, haciendo de éste un lenguaje universal. Una toma puede ser como una letra, mientras que un plano con movimiento de cámara da una palabra, donde las herramientas de edición jugarían el papel de signos de puntuación, siendo estos los elementos de la frase cinematográfica. En ese punto se encontraba el lenguaje cinematográfico cuando la revolución rusa triunfó.
El cine soviético y el montaje
La revolución rusa aceptaba los cambios, el pensamiento dialectico permeaba y mostraba que era posible las transformaciones a pesar de los obstáculos, todo esto tendría un efecto en el desarrollo del lenguaje cinematográfico, revolucionándolo. La aportación más importante que el cine nacido con la revolución rusa daría al mundo es el desarrollo pleno del montaje, que si omitimos el sonido, el color y las imágenes en 3D, es el último gran aporte al lenguaje cinematográfico a nivel mundial, usado hasta el día de hoy. Antes del cine soviético veíamos embrionariamente elementos del montaje, pero son los soviéticos quienes lo desarrollarán plenamente no sólo en el terreno práctico sino también en el teórico pasando de lo simple a lo complejo.
El montaje consiste en ordenar los distintos planos, aparentemente disociados entre sí, pero que unidos de una forma concreta determinan un sentido y generan un efecto dramático determinado. El llamado efecto Kuleshov nos permite entender esto de forma más clara. Si nosotros ponemos un primer plano con una persona seria y otro plano con esa misma persona sonriendo, podemos intercalar en medio un plano distinto, por ejemplo una joven descendiendo de un tren o un bebé durmiendo o unos obreros poniendo banderas rojas en la puerta de una fábrica. En cada caso tendremos un mensaje y efecto distinto en el espectador.
La historia le atribuye a Kuleshov la creación del montaje. Alfred Hitchcock, por ejemplo, habla del gran impacto que para él ha significado este teórico del cine. Lev Kuleshov ya trabajaba en cine antes de la revolución, como guionista y maquillista. Creó, dentro del Instituto Pansoviético de Cinematografía, su laboratorio experimental, donde analizó desde lo más básico el montaje y otros elementos cinematográficos. Debido al bloqueo, Kuleshov tiene que dar sus clases sin materia para hacer cine, basándose sólo en la teória.
Él habló de su teoría del montaje quizás desde 1921 y escribió al respecto en 1922. El artista social revolucionario Victor B. Shislovsky dijo: “Kuleshov, al ver el efecto del montaje, lo registró y lo explicó, y por esta razón este efecto, en justicia, lleva su nombre. Traduciendo al lenguaje del cine que se formó más tarde, significa que el sentido de la expresión cinematográfica depende del enfrentamiento de los fragmentos” (En Víctor B. Shislovsky, Eisenstein, Ediciones ICAIC, p. 168).
Había un elemento material que fomentó el desarrollo del montaje. Hacía falta en Rusia película virgen, lo que obligaba a usar creativamente materiales fílmicos almacenados en los laboratorios.
No se puede comprender el descubrimiento del montaje sin ese actuar creativo colectivo que surgió con la revolución. Esos elementos de montaje ya fueron usados en el teatro por el mismo Eisenstein con su montaje de atracciones o en la televisión soviética, como lo es la sección de noticias con Eduard Tissé, futuro cercano colaborador de Eisenstein, o en el Cine-Ojo de Vertov Dziga.
La huelga
Al terminar la guerra civil, la revolución pudo brindar más apoyo al desarrollo artístico. Fue cuando Lenin, en febrero de 1922, dice su famosa frase: “De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante. El cine debe ser y será el principal instrumento de cultura del proletariado”. En otro momento diría: “Si el pan sirve para alimentar el cuerpo, el arte teatral y cinematográfico deben convertirse en el alimento del espíritu, porque el pueblo tiene derecho a contar con un arte cuya sustancia sea una constante búsqueda de la verdad y la belleza” (En De la Vega, Vanguardia cinematográfica soviética…, pp. 15-16).
Trotsky coincidiría en esa apreciación y señaló: “En este campo [el de los medios de satisfacción y educación colectiva], el instrumento más importante, el que supera de lejos a todos los demás es, sin duda, el cine. Esta invención desconcertante en materia de espectáculos ha entrado en la vida de los hombres con una rapidez fulminante” (Trotsky, Problemas…, p. 125).
El año 1924 es muy importante para la historia del cine soviético: aparecerá el más importante filme de Lev Kulechov, Mr. West en el país de los bolcheviques (1924), también Aelita (1924), de Yákov Protazánov, Las aventuras de Octubrina (1924), de Kozintzev y Trauberg, y los kinoks, con Dziga, seguían produciendo filmes de propaganda de gran interés, incluyendo animaciones. Eisenstein empieza su carrera como cineasta coincidiendo con el inicio del mejor periodo fílmico del cine de la revolución y superando en calidad, con su primera película, a muchos de los cineastas que iniciaron su carrera previa a él.
En ese año, 1924, un joven pianista se ganaba la vida tocando en las funciones de películas mudas en un viejo y húmedo cine. En ocasiones, Dimitri Shostakovich, como se llamaba, profundizaba tanto en la música que empezaba a improvisar sin importar la película; hasta que alguien del público se quejaba regresaba a tocar en base a la proyección. En otros momentos dejaba de tocar para reírse a carcajadas en medio de la película. Eso puede explicar por qué no duró mucho en ese empleo. Fue en ese tiempo que compuso su Sinfonía N° 1 en Fa menor (1925) el que sería el más grande compositor soviético. Su participación en el cine no se quedaría ahí y colaboraría ampliamente componiendo música para cerca de 40 películas entre el año 1929 y 1971.
En aquél tiempo, Proletkult había ideado una serie de filmes titulados Hacia la dictadura del proletariado, que consistiría en 7 películas, pero de las cuales sólo se realizaría una, la primera gran obra cinematográfica de Eisenstein: La huelga (1924). El primer largometraje de Eisenstein es de los menos conocidos, pero no por eso es una obra menor. Según Jay Leyda, un crítico estadounidense, “con La huelga termina el periodo de introducción del cine soviético y empieza el de los logros y los éxitos” (En Emilio García Riera, “La huelga”, en Serguéi M. Eisenstein, compilación de Eduardo Alfaro de la Vega).
El fotógrafo de esta película sería Eduard Tissé, que desde entonces muestra su genio, al que se le puede encontrar desde los inicios del cine soviético. Tenía una sección de noticias sobre el Ejército Rojo que se proyectaban en los trenes de propaganda. Desde La huelga, filmaría todas las películas de Eisenstein, aunque de la segunda parte de Iván el terrible sólo de forma parcial.
La huelga tiene la intención de llevar las ideas del marxismo al cine. Aparece por primera vez el protagonista favorito de Eisenstein: la masa. “La organización es la fuerza de la clase obrera ―sin organización de las masas el proletariado está anulado― la organización es la unidad de acción, la unidad de la intervención práctica” (Eisenstein, La huelga, Goskino y Proletkult, F en B/N, 82 min). Esa frase de Lenin, escrita en 1907, se pone como preámbulo al inicio de la película.
Lenin dijo en alguna ocasión que una huelga puede ser una especie de revolución en pequeño. La película muestra el desarrollo de consciencia de la clase obrera. La fábrica está en calma, pero ya hay agitadores que clandestinamente realizan trabajo. Hay infiltrados de la empresa que se comparan con animales como un mono, un búho, una zorra o un buldog, mostrados con una técnica de sobreimpresión de imágenes. Hay provocaciones de los patrones, hacen desaparecer un micrómetro y culpan a uno de los activistas, quien no puede pagar la costosa herramienta con su miserable trabajo, y para mantener su dignidad se suicida dejando una nota a sus compañeros señalando su inocencia. Trotsky dijo que existe un proceso molecular en la toma de consciencia, donde basta un accidente para sacar a flote todas las tensiones contenidas. La muerte de su compañero es el detonante para el estallido de la huelga. En una parte de la cinta se recuerda el poder del proletariado, que sin su permiso no hay producción. “¡No abras la puerta! ¡Nadie entra y nadie sale!” (…) “Sin nuestro trabajo las maquinas se pararán, la fábrica morirá. La fuerza está con nosotros, somos los más fuertes, estamos unidos en la lucha contra el capital” (Ibid).
https://www.youtube.com/watch?v=grnZWbXGsQA
En el desarrollo de la cinta se muestra la vida cotidiana del obrero que sufre para mantener su lucha en medio de presiones y hambre; en contraste, la de los burgueses está llena de lujos y excesos. El Estado se pone al servicio de la clase capitalista y ataca a los obreros que resisten. El lumpenproletario es usado como herramienta de choque contra los obreros. La historia es heroica pero trágica, el zarismo combatió con tremenda dureza a la clase obrera. Las fuerzas estatales atacan al barrio obrero en una escena que anticipa la masacre de Odesa de El acorazado Potemkin (1925). Los obreros son tratados como reces en un matadero. La Revolución rusa ya había demostrado que la clase obrera podía vencer, pero Eisenstein quiere recordar que en el camino al triunfo hay heridas en el cuerpo del obrero que son inolvidables y dejaron sus huellas en diversas huelgas y luchas obreras. En la última parte de la película hace un llamado al proletario a no olvidar.
El acorazado Potemkin: El nacimiento del genio cinematográfico
Los primeros años de embrionario trabajo fílmico mostraban ya madurez a mediados de los años veinte, y fue en 1925 que se creó una gran obra de arte de la cinematografía. En nuestro tiempo, donde hay grandes avances técnicos parecería aburrido mirar una película muda, en blanco y negro, sobre un acontecimiento ocurrido en un lejano país hace más de cien años. El lector puede olvidar todas las películas que aquí mencionamos, pero lo invitamos a ver El acorazado Potemkin (1925), pensamos no se decepcionará. Eisenstein logra un lenguaje universal apasionante que impactaría al mundo y hoy mismo lo sigue haciendo.
El acorazado Potemkin se basa en un guion realizado por Nina Agadzhanova, que trataría de abarcar el conjunto de la revolución de 1905 en distintas locaciones donde los sucesos tuvieron lugar. Después de las primeras tomas, ese proyecto fue desechado, algunos dicen que era un guion irrealizable, y se acordó basarse en un solo episodio, el motín del acorazado y la masacre en Odessa.
¿Quién es el protagonista de El acorazado Potemkin? Son las masas en acción. Pero además los actores eran obreros o marineros en su vida normal, lo que le da una impresión de mayor realismo. Esto fue a lo que Eisenstein llamó tipificación, es decir que un actor juega el mismo rol que en la vida real.
El acorazado Potemkin es la obra mejor lograda de Eisenstein. En ese tiempo, el que se convertiría en el más grande director del cine soviético, y vanguardia de la vanguardia artística rusa, estaba completamente comprometido con la causa de la revolución socialista y ponía su arte al servicio de la misma. El individuo y el proceso eran uno solo. Ese mismo espíritu reinaba entre su equipo y los actores. Este filme es obra misma del proceso surgido del octubre de 1917 y sería inconcebible sin la revolución. Si hoy sigue apasionando a quien lo ve es porque existe una identificación en un mundo que requiere de la acción consciente de las masas en su lucha por una sociedad justa y sin explotación.
La película inicia con una cita de León Trotsky, que bajo el estalinismo sería censurada, y que bien puede aplicarse al miso Serguei:
“El espíritu de la revolución planeó sobre la revolución rusa. Un misterioso proceso estaba ocurriendo en multitud de corazones. La personalidad individual, sin apenas tiempo de tomar conciencia de sí misma, se disuelve en el grupo y éste se disuelve en el movimiento revolucionario” (Eisenstein, El Acorazado Potemkin, Goskino, F en B/N, 77min).
En las escaleras de Oddesa Serguei decidió recrear el pogromo perpetuado en esa ciudad en 1905. Encontró bocetos hechos por un dibujante francés sobre estos sangrientos hechos y habló con sobrevivientes de ese ataque del ejército y las Centurias Negras.
El cine soviético había adquirido plena madurez y El acorazado no vino solo; poco tiempo después sería proyectada La madre (1926), [note]www.youtube.com/watch?v=U-6qocfMG1w[/note] de Vsevolod Pudovkin, el mejor alumno de Lev Kuleshov. Este filme, basado en el clásico libro de Máximo Gorki, sería otro gran éxito cinematográfico. Mientras que con Eisenstein teníamos a las masas en acción, con Pudovkin la revolución se personificaba en la madre y su hijo. Se inició una competencia entre ambos personajes, que defendían conceptos distintos de montaje, pero que se manifestó en un choque de personalidades, al grado que cada uno compraría un perro al que le pondría el nombre de su rival.
El acorazado Potemkin mostró al mundo que la Revolución rusa podía estar a la vanguardia no sólo en la justicia social sino en muchas más áreas, como el arte. De la noche a la mañana, contando con 27 años de edad, Serguei se convirtió en una figura destacada del arte con impacto internacional. Su éxito público contrastaba con su personalidad solitaria y retraída.
El ascenso de la burocracia
El ocaso del cine y el arte soviéticos está íntimamente ligado al proceso de degeneración burocrática del Estado obrero. Lenin, en la última etapa de su vida, da una lucha en contra del ascenso de la burocracia haciendo un frente único con Trotsky, este proceso se acelera con la lucha fraccional abierta con su muerte en 1924. Stalin era el verdadero representante de la burocracia. Trotsky apelaría a la organización de la clase obrera para luchar contra el burocratismo, conformando una fracción a la que se denominarían los Bolcheviques-Leninistas, conocida también como la Oposición de Izquierda. El resultado de esta lucha no estaría determinado por la lucidez de los dirigentes de las distintas fracciones, sino por la correlación de fuerzas que favoreció al ala burocrática.
La revolución fue posible gracias a la alianza de obreros y campesinos, pero los segundos necesitaban de mercancías baratas provenientes de la ciudad. La débil industria no permitía el abasto necesario. En 1917, la clase obrera industrial equivalía a sólo el 10% de la población; con la guerra civil la industria no aumentó sino que se retrajo. Además, había que abastecer a las tropas que defendían al Estado obrero. El campesinado, antes aliado, comenzó en sus capas superiores a oponerse a la revolución. Con Lenin, se tuvieron que dar algunos pasos atrás y permitir que los campesinos acapararan individualmente granos permitiendo cierto comercio capitalista que permitiera mantener la producción agrícola y en última instancia desarrollar la industria bajo una economía planificada. Lenin siempre defendió la necesidad de tomar medidas de control obrero frente a estos retrocesos.
En medio de la disputa interna, la dirección del Partido formada por la alianza Stalin-Bujarin se apoyó en los kulaks, el sector rico del campesinado, y planteó la consigna “enriqueceros”. La Oposición de Izquierda defendía un plan de industrialización basado en planes quinquenales, se opuso a la política de la dirección del Partido y defendió la colectivización paulatina del campo en base a una campaña de convencimiento. En 1925, Stalin impulsó medidas de desnacionalización de la tierra. En ese año, Eisenstein, en medio de su competencia con Pudovkin, iniciaría un nuevo proyecto fílmico sobre el campo ruso llamado La línea general, con una posición más cercana a la Oposición de Izquierda.
Los individuos, al hacer la historia, ponen su sello sobre la misma, pero fueron causas objetivas las que llevaron a la degeneración del Estado obrero. La política de la dirección del Partido en el terreno internacional llevó a apoyar alas de la burguesía, supuestamente progresista, y sectores de derecha del movimiento sindical, llevando derrotas revolucionarias en Gran Bretaña y China, profundizando el aislamiento de la revolución. Esto tuvo un enorme costo. El movimiento obrero internacional fue capaz de evitar que la revolución fuera aplastada, pero no de tomar el poder en sus propios países, debido en gran medida a la traición de las direcciones socialdemócratas. Estas derrotas fortalecían a la burocracia y debilitaban al ala revolucionaria. Las masas estaban agotadas y entraron en reflujo, y aunque simpatizaban con las ideas de la Oposición de Izquierda de Trotsky y esta mantenía la dirección de las fábricas más grandes de Rusia, finalmente no dieron la batalla que evitara el ascenso de la burocracia
Como predijo la Oposición de Izquierda, el campesinado enriquecido se convirtió en una fuerza considerable, que amenazaba con la restauración capitalista, boicoteando al Estado obrero con el acaparamiento de granos, que llevó a situación de hambruna. Stalin dio un giro en su política y planteó la liquidación del kulak, a la par que sus seguidores, que tenían el control del aparato, usaron éste para expulsar a la Oposición de Izquierda del Partido en 1927, sin que se permitiera un debate democrático. Cuando Eisenstein culminaba su filme sobre el campo, la política del Partido había cambiado y éste fue modificado por los estalinistas. En 1930, Stalin impulsaría la colectivización forzosa del campo, sin importar que los productores fueran grandes o medios, generando una reacción del campesinado, que asesinó su ganado y se negó a sembrar, llevando a una crisis agraria de la cual nunca se recuperaría la URSS.
Eisenstein inició en 1926 el rodaje de La línea general sobre el campo ruso, pero el nuevo proyecto de Pudovkin y el grupo cinematográfico Mezhrapom fue hacer un filme para conmemorar los 10 años de la revolución, que se llamaría El fin de San Petesburgo (1927). Fue cuando la compañía donde trabajaba Eisensten, Sovkino, se dio cuenta de su error. Se interrumpió el rodaje de La línea general, iniciando un proyecto conmemorando el aniversario de la revolución.
El proceso de burocratización del Estado fue paulatino y en 1925-26 se encontraba en sus primeras etapas. La burocracia no se había consolidado en el poder y éste lo mantenía en medio de las batallas fraccionales. En 1926, se hace una exposición titulada Vida y costumbres de los pueblos de la URSS, que sería posiblemente la primer expresión del realismo socialista, línea artística oficial de la burocracia en el poder. Por otro lado, era un hecho que la clase obrera no sólo había tomado el poder, sino también sobrevivido a la ofensiva sangrienta de los imperialistas. La revolución se acercaba a su décimo aniversario y éste era motivo de júbilo y celebración. Una obra de teatro llamada Diez años tomó como escenario al Palacio de Invierno, pero en el lado opuesto del Rio Neva, de tal forma que los trabajadores de San Petesburgo se colocaron llenando un kilómetro y medio de la calle para apreciar el espectáculo.
Octubre
La ciudad de San Petesburgo, que incluyó al Palacio de Invierno, se puso a disposición de Eisenstein, al igual que miles de actores, dentro de los que había revolucionarios que participaron en los gloriosos acontecimientos cuando la clase obrera tomó el cielo por asalto. Hoy es una idea aceptada que Octubre (1928) es una de las mejores o quizás la mejor película realizada sobre la revolución de 1917. Pero en su tiempo Octubre fue un fracaso dentro de Rusia, mientras que El fin de San Petesburgo de Pudovkin fue ovacionado. La fracción mayoritaria del Partido, dirigida por Stalin, condenó la película de Eisenstein y ésta tuvo que ser reeditada teniendo un retraso en su exhibición, apareciendo hasta marzo de 1928.
Eisenstein decidió basarse en el libro de John Reed, los Diez días que conmovieron al mundo para su filme celebratorio de la revolución de 1917. Lenin había dicho: “Quisiera que este libro fuese distribuido por millones de ejemplares y traducido a todas las lenguas, ya que ofrece un cuadro exacto y extraordinariamente útil de acontecimientos que tan grande importancia tienen para comprender lo que es la revolución proletaria, lo que es la dictadura del proletariado” (Vladimir Lenin, prefacio a Diez Díaz que conmovieron al mundo, de John Reed, Brigada para leer en libertad, p. 5). Basta dar un dato para ejemplificar el real papel de algunos personajes en la historia de la Revolución rusa: este libro menciona sólo 2 veces el nombre de Stalin y 61 veces el de Trotsky, por eso, contrario a lo que Lenin pensaba, bajo el estalinismo sería una obra prohibida y después sería reescrita la historia de la revolución poniendo a Stalin en un papel que nunca jugó.
Trotsky apenas si aparece en Octubre. Esto no cuadra entre los espectadores rusos de 1928, pues era claro en ese entonces el papel jugado por quien dirigiera en 1917 el Comité Militar Revolucionario y encabezara la toma del poder. Debido a la censura de la burocracia, una tercera parte de la película fue cortada para eliminar de la historia a León Trotsky. Pese a ello, sigue siendo una obra de gran valor artístico y reflejó muchos pasajes y aspectos del convulsivo 1917 ruso.
Al otro lado del mundo, en México, el comunista cubano Julio Antonio Mella haría un artículo elogiando Octubre. La describe así:
“Es la vida, es la multitud. Son los ejércitos, las fábricas con el poema de sus máquinas, los bosques de bayonetas desfilando por las calles. Las ametralladoras subidas a las tribunas de las barricadas hablando su elocuente y definitivo lenguaje. Todo lo que es la revolución, sin literatura alguna, con su desnuda belleza, está allí fiel, exactamente interpretado. La huelga que estalla el traidor de siempre, la ira cómoda del burgués, los “defensores del orden”, los esquiroles, están en la film como están en la vida diaria. También surgen los personajes célebres: el histérico y teatral Kerensky; el recio Lenin hablando en la tribuna como un “martillo que piensa”, según la frase de Gorki; el nervioso agitador Trotsky, actuando como un dinamo humano; el pacifico y tranquilo Zinovief; el ecuánime Kamenev, todas pasan por la pantalla breves segundos sin monopolizar la vida de la multitud” (Julio Antonio Mella, Documentos y artículos, Editorial Ciencias Sociales-Instituto Cubano del Libro, pp. 461-462).
Julio Antonio Mella estaba enterado de las disputas en el Partido y la Internacional. En Bruselas, había entrado en contacto con la Oposición de Izquierda y conocía sus ideas, por eso, pese a casi desaparecer Trotsky de la película, Mella no deja pasar desapercibida su presencia.
La revolución no es un proceso lineal, puede incluso haber reacción abierta en medio de la revolución. En Octubre, las Jornadas de Julio, un periodo de reacción, aparece en escena. La reacción burguesa se burla de los bolcheviques ante una batalla que han ganado. Miramos a un obrero golpeado, tirado con su cabeza en el rio, mismo donde los periódicos Pravda son arrojados y terminan por hundirse. La caída de un caballo, caído también en batalla, desde las alturas de un puente abierto, corona la derrota proletaria.
Aparece un Lenin, a su regreso del exilio, mostrando la línea que reorientaría al Partido, pues en la vida real Zinoviev, Kamenev y Stalin no luchaban por la toma del poder de la clase obrera y apoyaban al Gobierno Provisional burgués de Kerensky. Lenin, cuando aparece en escena, señala a una multitud que le oye entusiasmada que no se debe confiar en el Gobierno Provisional y que hay que luchar por el socialismo.
El intento de golpe de Estado de Kornilov al gobierno de Kerenski es mostrado como una batalla entre dos napoleones. Los “revisionistas”, “traidores”, bolcheviques, son sacados de las cárceles y encabezan la batalla contra Kornilov, provistos con un arsenal de fusiles y un arsenal de propaganda de agitación revolucionaria; esta última explicando con el lenguaje del obrero y el campesino los problemas que se viven como la falta de pan, paz y tierra. Los bolcheviques ganaron el poder porque ganaron a las masas a sus ideas, eso fue más poderoso que las balas, y efectivamente ésta fue la forma en que derrotaron a Kornilov y abrieron el camino para la toma del poder de los trabajadores.
De repente, hay una escena que no cuadra. El Comité Central bolchevique se reúne y decide la toma del poder. Trotsky está presente y propone prorrogar esta acción, Lenin interviene diciendo que no hay caminos intermedios y que es el momento de tomar el poder. Acto seguido, todo el CC vota por unanimidad esta acción. Esto es una completa tergiversación histórica, producto de la presión de la burocracia estalinista a Eisensten, que lo llevo a hacer serias concesiones. Trotsky y Lenin estaban a favor de la toma del poder, la única diferencia era que el primero pensaba que era correcto hacer coincidir este acto con el Congreso de los Soviets, algo que fue acertado, porque le dio un apoyo mayor de masas. Quienes se opusieron, no sólo votando en contra, sino filtrando la información en la prensa burguesa, fueron Zinoviev y Kamenev. Pero este “error” no se le puede atribuir a Eisenstein, fue una tergiversación del estalinismo.
Una escena que es claramente ficción es la toma del Palacio de Invierno, pues no fue tan dramática y el traspaso del poder se dio de una forma casi pacífica. En una película reciente, Eisenstein en Guanajuato (2015), de Peter Grenawey, aparece una escena donde en un restaurante Tissé y Alexandrov recuerdan cómo a los trabajadores de limpieza del Palacio de Invierno les gustó más la revolución real porque en esa tenían menos vidrios rotos que barrer. Alan Woods también resalta este hecho:
“Algunos años más tarde, el célebre director soviético Serguei Eisenstein hizo una película llamada Octubre, que contiene una famosa escena sobre la toma del Palacio de Invierno, durante la cual hubo algunos accidentes. ¡Más personas fueron heridas y resultaron muertas durante el rodaje de la película que en el acontecimiento real!” (Alan Woods, “El significado de Octubre”, In Defence of Marxism, acceso el 3 de diciembre de 2017, https://www.marxist.com/la-revolucion-rusa-el-significado-de-octubre.htm).
Aunque Eisenstein filmó para las masas, no siempre el resultado era lo más accesible. Su montaje era revolucionario, en Octubre introduce, de una forma mayor que en sus películas anteriores, elementos de montaje intelectual, añadiendo muchos iconos y otros objetos que pueden ser interpretados por el espectador de manera subjetiva. Esto hace a la película un poco más compleja que Potemkin y fue una de las razones por las que se le criticó en su momento y la película no tuvo el éxito de otras producciones.
La línea general
Después de que recibiera críticas por Octubre y de su primer choque serio con la burocracia, regresó a su trabajo de la Línea general. Eisenstein era un artista comprometido con la revolución y, a diferencia de sus obras pasadas, ésta no miraba hacia atrás sino al porvenir. Era una película concebida para contribuir a la construcción de la nueva sociedad socialista. Para entonces, la política de la dirección del Partido, Stalin-Bujarin, hacia el campo, había cambiado y, de aliados, los kulaks pasaron a ser el enemigo principal de la revolución. Por la intervención de Stalin, Eisenstein tuvo que cambiar el final de la obra y su título, conociéndose como Lo viejo y lo nuevo (1929) [note]www.youtube.com/watch?v=RR5Cvw4s2oE&t=4305s[/note]
.La perspectiva de Lo viejo y lo nuevo es la colectivización y la industrialización del campo con una lucha ideológica para conseguirlo, ganando a lo mejor de los campesinos para ello en base al convencimiento aun cuando hubiera choques naturales en el camino. Esta perspectiva era completamente factible en un Estado obrero sano pero bajo el régimen burocrático la historia y la relación del régimen con el campesino cambiaron drásticamente.
Lo viejo y lo nuevo, con las modificaciones realizadas bajo el régimen estalinista, se suele decir que es la primera obra cinematográfica del realismo socialista, pero eso es verdad sólo en parte. Es una obra que nace en un periodo donde la burocracia estalinista estaba en proceso de consolidación y aún no conseguía aplastar del todo las tradiciones de la revolución de Octubre. Lo viejo y lo nuevo sigue siendo una obra revolucionaria con muchos elementos del bolchevismo. La colectivización del campo no se impone, se hacen asambleas para decidir sobre esto, no siempre con resultados positivos pero donde los elementos del partido aplican la consigna leninista de explicar pacientemente. El papel contrarrevolucionario de los kulaks, se ponen sobre la mesa. La industrialización del campo y la proletarización del campesino, para eliminar las contradicciones entre campo y ciudad.
Aparecen muchos iconos de Lenin, pero en varias ocasiones como un contraste y crítica a la burocracia. Una figura de Lenin sirve para entintar las plumas, volviéndolo un icono despreciable para el funcionario, carente de su significado revolucionario. Cuando dos campesinos van a una oficina exigiendo un tractor para sus tierras colectivas se ve la foto de Lenin leyendo el Pravda y un funcionario abajo con la misma imagen; ese parecido muestra la enorme diferencia que hay entre la burocracia y el líder muerto del partido bolchevique. La imagen de Lenin entre los campesinos adquiere otro significado porque era un real líder con el que el pueblo se identificó.
Salir de la asfixia de la burocracia
La Revolución rusa había mostrado sus éxitos en el cine, pero iba por detrás en el desarrollo tecnológico. Eran los comienzos del sonido en el cine. Pudovkin y Eisenstein habían mantenido una rivalidad, pero ambos eran artistas de la Revolución bolchevique, y junto con el conjunto de artistas, estaban siendo sometidos por la creciente burocracia que tomaba mayor poder. Fue cuando estos dos personajes y Alexandrov decidieron publicar un manifiesto conjunto sobre el sonido.
La burocracia se levantaba sobre los éxitos de la revolución, que se adjudicaba como propios, y no quería quedar a la zaga. Se aprobó que el equipo en torno a Eisenstein viajara a Europa para explorar el cine sonoro.
Eisenstein, después de Potemkin, ya había conocido a artistas del exterior que visitaron Rusia y lo buscaban con admiración, pero fue este viaje lo que lo vincula realmente a la intelectualidad europea. Conoce, entre muchos otros, a Fritz Lang, Bertold Brecht y, aunque brevemente, a Einstein, quien le regalaría una foto autografiada. No estuvo exento de problemas con la policía, debido a su posición revolucionaria. En la civilizada Suiza, por ejemplo, estuvo un día entero detenido por la policía migratoria que impedía su entrada al país.
La Rusia zarista era el país atrasado de Europa, pero con la revolución, en el terreno político, se convirtió en el más adelantado. Rusia dio grandes derechos y conquistas materiales para las mujeres obreras, una de ellas fue el derecho al aborto, mientras que en Suiza éste se legalizó hasta apenas el 2002 y se permitió el derecho del voto a la mujer apenas en 1971. En este país, Eisenstein, Alexandrov y Tissé harían un cortometraje, aunque inconcluso, llamado Miseria y fortuna para las mujeres (1929), sobre el derecho al aborto, con el objetivo de agitar a su favor en Europa, mostrando las condiciones inhumanas de las mujeres proletarias europeas y de sus hijos, a quienes muchas veces no podían siquiera alimentar.
https://www.youtube.com/watch?v=8QZkh1oB0ao
En Suiza, participa en un encuentro de cineastas independientes, el primero que se realiza en su tipo. Algunos asistentes ya conocían el trabajo de Serguei, aunque otros no. Sus ideas les atrajeron y al final él, en medio también de debates diversos, se vio dirigiendo un film que narraba la lucha entre el cine comercial y el independiente, teniendo como actores a los otros cineastas. Esta película se arruinó y nunca pudo salir a la luz. Así iniciaría el gran peregrinar del mejor director de cine de su tiempo, que no podía hacer cine.
Eisenstein fue recibido con grandes glorias en Alemania y Francia, aunque fríamente en Inglaterra, pero al buen estilo inglés, con respeto. Pero él no era sólo un cineasta, y cuando se le oía hablar no lo hacía sólo sobre arte, pues hablaba de teoría cinematográfica, política y filosofía; pronto sedujo a la intelectualidad inglesa y europea. No autorizaron que El acorazado Potemkin fuera exhibido en el centro de Londres, pero dio cursos en el Film Society Study Group, y después en Cambrige. Dio conferencias también en la Universidad de Berlín, en la Sorbona de París, donde prohibieron la proyección de La línea general y se organizó un fuerte operativo policiaco alrededor de la universidad, y en Holanda habló para la Film Liga; a su llegada a este país, algunos periodistas despistados fueron a recibirlo porque confundieron su nombre y esperaban ver a Einstein.
De este viaje Europeo queda un cortometraje llamado Romance sentimental (1930). Éste fue un proyecto que encabezó Alexandrov en que Eisenstein tiene alguna colaboración. Este es el primer experimento en el cine con sonido de este trio de cineastas soviéticos, con fotografía de Tissé. La trama habla de una fina mujer que contagia a la naturaleza tocando el piano con su música triste. Si aparece el nombre de Eisenstein en los créditos es más por presión de quienes financiaron el proyecto.
Fuera de Romance sentimental, no hay quien invierta en un director socialista excéntrico que no produce cine comercial y tiene ideas revolucionarias. Eisenstein Mijailovich trabajaba incansablemente, y además de sus películas dejará tras de sí muchos proyectos fílmicos por demás interesantes, uno de los que rondaba en su cabeza era hacer una película sobre El capital, de Marx, basado en el montaje intelectual. En la Sorbona hablaría de ello:
“El filme intelectual es la única cosa capaz de superar la discrepancia entre el lenguaje de la lógica y el lenguaje de la imaginación. Con la base del lenguaje de la dialéctica del cine, la cinematografía intelectual no será una cinematografía de episodios ni una cinematografía de anécdotas. El cine intelectual será la cinematografía de los conceptos. Será la expresión directa de sistemas ideológicos completos y de sistemas de conceptos.
“Mi nueva concepción de cine está basada en la idea de que los procesos intelectuales y emocionales que hasta ahora han sido como de existencia independiente entre sí ―arte versus ciencia― que forman una antítesis que hasta ahora no ha sido unida, puede juntarse para formar una síntesis con la base de la cinedialéctica, un proceso que sólo el cine puede obtener. A la fórmula científica puede dársele la calidad emocional de un poema. Intentaré filmar El capital de tal forma que el humilde obrero o campesino pueda comprenderlo a la manera dialéctica”. (Marie Seton, Sergei M. Eisenstein…, p. 153).
Eisenstein y su choque con Hollywood
Eisenstein, en Rusia, era censurado y coartado por la burocracia estalinista. En Europa, su film suizo se frustró y no había en la industria privada europea quien invirtiera en él. Eisenstein no estaba hecho para la industria capitalista y chocaba con ella, y necesitaba la libertad que el Estado obrero deformado no le permitía. El mundo conspiraba contra este gran genio cinematográfico, que no podía hacer lo que mejor podía: cine. El mundo no conocerá la evolución del montaje intelectual de Eisenstein, que se hubiera desarrollado en su filmación de El capital.
Sin posibilidad de filmar cualquier cosa en Europa y con un creciente acoso, donde, en Francia, el gobierno amenazaba con expulsarle y le consideraba un indeseable político, se abrió un contrato con Paramount para hacer cine en la principal industria de cine del mundo: Hollywood. Agarró sus maletas y viajo a un nuevo continente.
Llegó a Nueva York, donde conoció a Griffith, el padre del lenguaje cinematográfico. Le atrajo conocer el Harlem y los barrios latinos. Estando en Chicago, lo llevaron arriba de una loma para que conociera la ciudad y dijo: “aquí no se puede ver nada”. Quería conocer las entrañas del país, al trabajador y la vida común. Una anécdota que habla de su personalidad fue cuando dio su primera conferencia de prensa: no se rasuró por tres días y bromearía con los periodistas diciendo que no se había rasurado para ellos porque sabía que ellos creían que todos los rusos eran barbudos, mofándose de esas ideas que siempre mostraban a los bolcheviques como barbaros atrasados. [note]Lev Kulechov trata al respecto de estos prejuicios gringos hacia la Rusia soviética en su más importante película: Las extraordinarias aventuras de Mr. West en el país de los bolcheviques (1924). www.youtube.com/watch?v=wVeg8shVTiQAl[/note]
Pero Hollywood tampoco era lugar para él, quien filmaba para las masas y no para el lucro, y venía de un país donde la clase obrera había transformado la sociedad. No se concebía con actores profesionales. En la frialdad de ese mundo, eran pocas las personas que le atraían. A Greta Garbo la calificó de estúpida por preguntarle quién era ése tal Lenin. Compaginó con Colleen Moore, que le parecía menos frívola y que además la conoció en el cine de Griffith. Uno de sus pocos amigos fue Charles Chaplin, con quien entabló amistad y se guardaban admiración mutua. Existe un pequeño libro de Eisenstein con los escritos que le dedicó a este icono de la cinematografía mundial.
En la revista de uno de sus pocos amigos estadounidenses, Joseph Freeman, Eisenstein escribió como carta de presentación:
“Imaginad un cine que no es dominado por el dólar. Una industria cinematográfica en la que el bolsillo de un hombre no se llene a costa de otro, que no esté hecho para los bolsillos de dos o tres personas sino para las cabezas y los corazones de ciento cincuenta millones de personas. Cada película afecta las cabezas y los corazones, pero, como regla, el cine no es producido especialmente para las cabezas y los corazones. Generalmente las películas se hacen para el beneficio de dos o tres bolsillos; sólo incidentalmente afectan las cabezas y los corazones de millones” (Ibid., p. 159).
En 1929, hubo el colapso financiero más estrepitoso de la historia. En “la tierra de los sueños y la libertad” se pasaba hambre. En medio de la crisis y la sociedad se polarizaba. Antes hubiera sido inaceptable la presencia de una figura como Eisenstein, pero existía radicalización de izquierda y de derecha la que adquiría fuerza y, como siempre, en estos casos, culpaban a los extranjeros y comunistas agitadores de lo que pasaba. El anticomunista Frank Peace, presidente del Hollywood Technical Directors Institute, sacó un panfleto de 24 páginas titulado: “Eisenstein, mensajero del infierno en Hollywood”. En una conferencia de prensa, Peace califica a Eisenstein de sádico y monstruo que glorificaba con su cine rojo el asesinato de oficiales del ejército y la marina.
Paramount en realidad había conseguido secuestrar al mejor cineasta soviético, pero un movimiento antisemita y anticomunista comenzó a presionar a Paramount y a Hollywood en oposición a la presencia de Eisenstein. El director soviético quería hacer cine y buscó una historia no política: Una tragedia americana, aunque sin abandonar sus ideas revolucionarias cinematográficas. No le gustaban, por ejemplo, los actores profesionales. Todo esto chocaba con esta gran industria y cada proyecto de guion era rechazado generándose gran presión para que los tres cineastas rojos, Eisenstein, Alexandrov y Tissé, salieran del país.
De forma infructuosa, se hicieron muchos esfuerzos para prolongar el visado de Eisenstein y buscar nuevos proyectos fílmicos en Hollywood. Valoró la posibilidad de viajar a Japón, país que apasionaba a Eisenstein. La idea de ir a México no fue inmediata, pero finalmente consiguió el permiso para entrar, teniendo una experiencia fascinante y trágica a la vez.
El financiamiento se consiguió por la intermediación de Chaplin con el escritor Upton Sinclair, que simpatizaba con las ideas socialistas y la obra de Eisenstein, al grado que anteriormente le había propuesto llevar a la pantalla alguna de sus novelas. La familia Sinclair financiaría el proyecto, ellos lo hacían por el arte, pero también como lucrativo negocio; sabían que el presupuesto inicial de 25 mil dólares sería insuficiente y les fue relativamente fácil conseguir más patrocinadores; si hipotecaron su casa fue para mantenerse como socios mayoritarios, esperando así tener la mayoría de las regalías. Eisenstein lo que quería era hacer cine y no le importó mucho las condiciones del contrato, tenía derecho a producir la película, pero nunca se especificó que él la montaría.
El revolucionario y exótico México
México no sólo tenía una historia revolucionaria fascinante, sino que era tan diferente y exótico. Eisenstein, aún en EEUU, diría a Los Ángeles Times: “México es primitivo y apegado a su tierra” (De la Vega, Del muro a la pantalla: S.M. Eisenstein y el arte pictórico mexicano, Conaculta-Cineteca Nacional, p. 13). Su interés por este país data de su primera juventud, pero fue hasta que decidió hacer su película que sistematizó su estudio sobre su historia y arte. Alexandrov cuenta que estando en Rusia vio a Diego Rivera y que de ahí viene por primera vez la idea de hacer una película sobre México. El día que se venció su visa en EEUU, Eisenstein compró el libro de Anita Brenner, Ídolos tras los altares (1929), y le prestaron fotografías de la estancia de Edward Weston en México. Es posible que antes ya haya conocido las fotografías de Tina Modotti. La película ¡Que viva México! comenzó a desarrollarse en la genial mente de Eisenstein.
En el hoy México se asentaron culturas que alcanzaron un importante desarrollo basados en una economía agraria con propiedad colectiva, similar a la que Marx describió como “modo de producción asiático” y donde, aun llegado Eisenstein, había resquicios del matriarcado descrito por Engels. El Imperio mexica oprimía a otros pueblos cuando la monarquía hispánica conquistó este territorio. El desarrollo de la sociedad se dio de forma contradictoria. Además de la independencia de España, se dio una revolución burguesa conocida como La Reforma, que encabezó un grupo de jacobinos encabezados por Benito Juárez. Con luchas de liberación nacional y revoluciones se creó México. El capitalismo no nació aquí de una forma pura, sino combinando modos de producción y explotación ancestrales con industria moderna y explotación asalariada. El arte también refleja ese proceso de desarrollo contradictorio, Alan Woods señaló al respecto:
“Los escultores, artesanos y constructores mexicanos, quienes fueron obligados al arduo trabajo de la construcción de enormes iglesias y catedrales, monumentos triunfales para celebrar su propia servidumbre, obtuvieron la revancha introduciendo elementos nativos en el arte de los invasores cristianos. De esta forma, el espíritu de México, se preservó pese a todo” (Woods, prólogo a la edición mexicana de Razón y Revolución).
México había realizado revoluciones burguesas y se había introducido en el capitalismo, pero las masas exigían justicia social e hicieron la revolución de 1910-1917, que si bien no consiguió acabar con el capitalismo, significó concesiones sociales, además de tener un carácter antiimperialista. Las masas habían barrido con el viejo régimen y transformado la sociedad, pero, a diferencia de Rusia, no lograron tomar el poder, pues no se concretó la unidad de obreros y campesinos. En 1914, Villa y Zapata, los principales representantes de las masas campesinas, admirados por Eisenstein, tenían el poder en sus manos pero lo dejaron ir. “Incluso existen fotografías donde los dos líderes están sentados uno al lado del otro en los dorados sillones de Palacio Nacional, el ‘Palacio de Invierno’ de la capital mexicana. Pancho, con el uniforme militar regular. Zapata, con uno típicamente campesino: un enorme sobrero de petate y el cuerpo cargado de cananas” (Eisenstein, YO memorias inmortales, vol. 1, p. 344). Así describió Eisenstein esa famosa escena de la revolución mexicana.
En México no existió una organización como el Partido Bolchevique y su dirección. Al final la burguesía naciente tomó el control, aunque obligados a dar muchas concesiones sociales a las masas obreras y campesinas. Eisenstein vería la diferencia entre una revolución socialista triunfante y otra que acabó con el régimen pero no con el sistema capitalista.
La Revolución rusa impactó a la Revolución mexicana y también a sus artistas. En México, al igual que en Rusia, la revolución tenía la tarea de educar al pueblo. Durante los años 20s y 30s, bajo las manos de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y varios más, se pintaron kilómetros de paredes de edificios públicos, mercados y escuelas, murales con motivos históricos e ideas políticas revolucionarias. Eisenstein mismo sería dibujado en un mural realizado por su amigo Roberto Montenegro ―también quedaría registrado en fotografías de Manuel Álvarez Bravo―. Los murales de la revolución siguen impresionando al día de hoy al espectador. Alan Woods escribe:
“El espíritu revolucionario de México se puede apreciar no sólo en su historia y su política, sino que también en su arte, en su escultura y su arquitectura. Recuerdo haberme impresionado por un gran mural pintado por Diego Rivera en el Palacio Nacional en la Ciudad de México. En él, podemos encontrar una impresionante representación de uno de los episodios más relevantes de la historia mexicana, ejecutado con gran espíritu y vitalidad. Los sacerdotes españoles y los guerreros mexicas se codean con los conquistadores, mientras los trabajadores y campesinos mexicanos aparecen al lado de Carlos Marx, con el Manifiesto Comunista en sus manos. Esto es arte nacido de la Revolución” (Woods, prólogo a la edición mexicana de Razón y Revolución).
Eisenstein, que admiraba al muralismo, quería hacer una obra cinematográfica de la altura del mural que Rivera dedicó a la historia general de México.
“En la producción de la película en la que actualmente estamos involucrados, es nuestro propósito y deseo el de realizar un retrato artístico de la contrastante belleza natural, las costumbres, el arte, los tipos humanos en México, y mostrar en relación con su ambiente natural y su evolución social. Combinar montañas, mares, desiertos, ruinas de civilizaciones antiguas y el pueblo del pasado y el presente en un cine sinfónico desde el punto de vista de la estructura y la organización, comparable en algún sentido a las pinturas de Diego Rivera en el Palacio Nacional. Como esas pinturas, nuestro filme presentará la evolución social de México desde los tiempos antiguos al presente, cuando emerge como un país progresista, de libertad y oportunidades” (De la Vega Alfaro, Del muro a la pantalla…).
Hubo una seducción mutua, Eisenstein ganaría la admiración de varios artistas en México y generaría una influencia en su cine que estaba a punto de entrar en su época de oro, empezando por Arcady Boytler, cineasta nacido en Moscú, que tendría su producción fílmica en este país, pasando por el futuro guionista de cine José Revueltas, quien seguramente no conoció al director letón, en ese entonces joven militante del Partido Comunista. Algunos piensan que Gabriel Figueroa también sería influenciado por la fotografía de Tissé.
Stalin tenía una política de zigzag, pasando del oportunismo al sectarismo ultraizquierdista. La Internacional Comunista caracterizó públicamente al gobierno de Plutarco Elías Calles de lacayo del imperialismo y de estar de rodillas frente al papa. Las relaciones diplomáticas entre estos dos países estaban rotas a la llegada de Eisenstein. El gobierno mexicano tenía una línea represiva contra los comunistas. La imprenta del periódico El Machete había sido allanada, las huelgas obreras reprimidas, manifestaciones en apoyo de los anarquistas Sacco y Vanzetti disueltas, comunistas habían sido encarcelados y es muy probable que la policía mexicana colaborara con el gobierno de Machado para asesinar a Julio Antonio Mella, quien había alabado la película Octubre. Además, la campaña anticomunista contra Eisenstein en EEUU tuvo ecos en México y su equipo era sospechoso de ser agentes del comunismo internacional.
Al llegar a México, se les puso vigilancia estatal, aunque el policía no podía entender una palabra en ruso. En su hotel fueron detenidos y después encarcelados. Se revisaron sus maletas, encontrando fotos de Villa, Zapata, correspondencia de Rivera y demás. También fotos que habían tomado unos días antes del festejo de la virgen de Guadalupe, que, decían, denigraban al país. Quedarían en la noche bajo detención domiciliaria, teniendo cada policía la custodia de un detenido. Eisenstein pasaría la peor parte: ya era demasiado el tener que compartir la pequeña cama con un policía para además tener de acompañante al de mayor sobrepeso. El incidente no pasó a mayores y fueron liberados con un: “¡Ustedes disculpen, fue un error!”
Al no existir relaciones entre México y la URSS impidió, por un lado, protección a los cineastas soviéticos pero, por otro, dio mayor libertad a éstos, que no tenían la vigilancia constante de la burocracia estalinista.
¡Que viva México!
La llegada de Eisenstein al país no pasó desaperciba. Fue anunciado por los periódicos como el mejor cineasta del mundo, aunque confundiendo a Alexandrov con Tissé, y nombrando a la mejor película del cineasta letón El crucero Potemkin. En entrevista, anunció que el tema de su película sería México, combatiendo los estereotipos estadounidenses contra el país y su revolución. También dijo que no tenía una idea preconcebida de lo que haría y que tomaría su tiempo para estudiar el país y planificar su cinta.
Además del incidente inicial con la policía, los cineastas se encontraban con el atraso técnico, donde no encontraban laboratorios adecuados para revelar el material filmado, lo que significaba que debían mandarlo a Los Ángeles, California. Estaba también la censura mexicana. La burocracia es odiosa en todas partes.
Un temblor sorprendió a Oaxaca, con epicentro en el poblado de Huajuapan. Los cineastas viajaron a la capital oaxaqueña en una avioneta. Al llegar, una réplica los sorprendió. Filmarían un cortometraje que va más allá de un simple reportaje de lo acontecido; tiene una visión apocalíptica y un diseño bastante estético. El Partido Nacional Revolucionario (antecesor del PRI), en su prensa, pedía la expulsión de Eisenstein de México por, según ellos, violar las leyes aéreas. El cortometraje, de 11 minutos, tendría como música de fondo La llorona, melancólica canción popular mexicana, y sería estrenado en el Teatro Iris de la Ciudad de México para juntar fondos a favor de los damnificados.
https://www.youtube.com/watch?v=t8yD0Sdegl8
A su película mexicana la pensaba titular ¡Que viva México! Después de un periodo de maduración mental, estaba proyectada para tener 6 episodios. Pensó en dedicar uno a David Alfaro Siqueiros (con alusión clara a su mural El entierro del obrero sacrificado), otros a Jean Charlot, El Greco, Francisco de Goya, José Clemente Orozco, José Guadalupe Posadas, y habría pasajes inspirados en la obra de Diego Rivera. El proyecto del filme fue evolucionando y tomando forma más definida. Eisenstein dejó algunas páginas escritas sobre esto, pero mucho estaba en su propia mente, por lo que nunca conoceremos lo que debió ser ¡Que viva México!
La historia iniciaría evocando a la muerte con un prólogo (“Calavera”), recordando el México ancestral filmado en las zonas Mayas de Yucatán, donde además gobernó el socialista Felipe Carrillo Puerto, que mantenía gran admiración por la Revolución rusa. La segunda parte se llamaría “Zandunga”, con tomas del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, una de las zonas de tradición cultural más profunda del país, tierra de artistas y de fiesta. Eisenstein diría que algo del jardín de Edén había quedado no entre el Tigris y el Éufrates sino justamente en Tehuantepec.
La tercera historia se llamaría “Maguey”, mostrando los conflictos previos a la revolución. Recrearía una historia basada en un hecho real que el gobierno mexicano querría censurar porque pensaba daría una mala imagen al país, donde se muestra el abuso contra la mujer y a unos peones enterrados vivos con sus caras de fuera y asesinados por el golpear de los caballos que pasan encima de ellos. La locación sería la hacienda de Tetlapayac, Hidalgo. Esta parte se adelantó a los melodramas que caracterizaron a la época de oro del cine mexicano.
“Fiesta” debería haber sido la cuarta parte, que mostraría la influencia social y religiosa del “viejo continente”. La quinta historia es una de las más interesantes, pero la única que no sería filmada; hablaría del triunfo de la revolución y se llamaría “Soldadera”. Tendría claros elementos de la lucha de la mujer por su emancipación y el corrido revolucionario de La Adelita como fondo. Eduardo de la Vega Alfaro explica cómo Eisenstein comprendió cómo muchos de los elementos del régimen anterior no habían cambiado con la revolución y consolidó su concepción del filme, que “debía contener, además de la exaltación de la historia, las luchas y costumbres del pueblo mexicano. Un sentido irónico en contra de la nueva burguesía que había ocupado el poder tras la derrota de los ejércitos campesinos-populares comandados por Francisco Villa y Emiliano Zapata” (De la Vega, Del muro a…).
Estando en Rusia, Eisenstein fue atraído por una nota sobre la festividad del día de muertos en México aparecida en la publicación comunista alemana Arbaiter Illustriert Zeitung. El teórico marxista Alan Woods da una descripción muy buena de esa contradicción dialéctica que hay en la cultura mexicana entre la vida y la muerte y que se remonta al arte prehispánico:
“Las impresionantes imágenes de dioses grabadas en las piedras contienen una idea. La serpiente por ejemplo, representa el renacimiento a través de su cambio de piel, conforme el cultivo crece y la experiencia renace, del mismo modo lo hace la serpiente. Pero aquí, inmediatamente encontramos una contradicción. La enorme mandíbula de la serpiente se mantiene completamente abierta, lista para tragar todo lo que esté a su alcance. Ella lleva consigo la obscuridad y la destrucción—el fin de todas las cosas—. Esto es una representación del eterno ciclo de la vida y la muerte” (Alan Woods, prólogo a la edición mexicana de Razón y Revolución).
Eisenstein mantenía una visión optimista del futuro y lo mostró en su proyecto ¡Que viva México! Las sexta parte, el “Epilogo”, mostraría al México moderno. En algún momento no hay una sino muchas muertes. “Es una notable festividad mexicana, cuando los mexicanos evocan el pasado y muestran su desdén por la muerte. Y termina con la victoria de la vida sobre la muerte, sobre la influencia del pasado. La vida renace bajo los esqueletos de cartón, la vida corre hacia adelante y la muerte retrocede y desaparece. Un alegre indito se quita la máscara de la muerte y sonríe, con una contagiosa sonrisa: Encarna el nuevo México creciente”. (Seton, Sergei M. Eisenstein…, p. 207).
Con esa visión optimista termina el proyecto de guion de Einstein más desarrollado de su película mexicana. Esta es la visión de este artista socialista frente a México con su revolución inacabada pero donde la historia no ha terminado. Mientras en “Maguey” se ve a una mujer abusada por la clase dominante, en “Soldadera” hay una mujer en lucha revolucionaria que se logra emancipar y va preñada, ese niño que tiene en sus entrañas da esperanza en el futuro. La película acaba justamente con ese niño de la revolución venciendo a la muerte. Este artista socialista, en un país con una revolución que no acabó con el capitalismo, termina su película con esta lucha del viejo mundo capitalista que debe dar paso a la vida que se encarna en la nueva sociedad.
El más bello de los filmes inexistentes
México fue fuente de inspiración para Eisenstein. Aquí no solo rodó la película, escribió también sobre teoría cinematográfica e hizo una enorme cantidad de dibujos, hoy expuestos en prestigiosos museos. El cálido pueblo mexicano lo acogió y este país tan colorido no podía más que fascinarlo. La población lo acogió y sintió cmo su hogar a la hacienda de Tetlapayac, dedicada a la producción de pulque, bebida fermentada del maguey a la que Serguei Eisenstein llamaría el vodka mexicano.
Durante la producción de la película se presentaron varios problemas. En la hacienda de Tetlapayac ocurrió una tragedia, un joven tomó una pistola que había adquirido Tissé y asesinó accidentalmente a su hermana mientras que presumía el arma. Además, había enviado a su cuñado, Kimbrough, para administrar el presupuesto de la filmación. Nunca hubo conexión con los 3 cineastas soviéticos y menos después que éstos, armados de cananas y fusiles, bromeando, fingieron emboscarlo.
El alargamiento del proyecto y los problemas presupuestales fueron uno de los elementos centrales para el rompimiento Sinclair-Eisenstein, que veían en el trascurrir del tiempo cómo su relación se deterioraba y amargaba. Las leyes del mercado se imponían a este proyecto fílmico independiente. Para Eisenstein era clave filmar el día de muertos, el 2 de noviembre de 1931. Sinclair y su esposa querían terminar ya el proyecto. El 20 de noviembre Eisenstein participa en la filmación del desfile conmemorativo de la revolución, en una película oficial del gobierno, con el objetivo de juntar recursos para terminar la filmación. No se conoce este film pero sí referencias periodísticas al respecto.
En medio del conflicto de ¡Que viva México!, se da el rompimiento entre Eisenstein y Alexandrov. Otro duro golpe.
Sinclair era un escritor respetado en la Unión Soviética. Envió a Stalin una carta explicando los problemas de financiamiento y Stalin le respondería con este telegrama:
“Carta recibida (punto) Conjunto de investigación acusa a Danashevsky de sabotaje (punto) Si usted insiste puedo solicitar la amnistía a organismo superior (punto) Eisenstein perdió la confianza en sus camaradas en Unión Soviética (punto) Se le cree desertor que rompió con su propio país (punto) Tanto que aquí pronto no tendrá interés en él (punto) Lo lamento pero todo afirma éste es el hecho (punto) Deseo usted esté bien y cumpla su plan de venir a vernos (punto) Mis saludos (punto) 2783 21/11 31 =. Stalin” (Ibid, p.492).
Desde que vino a América, la paranoia de Stalin hacia desconfiar de Eisenstein. Sinclar diría en su respuesta que Eisenstein no estaba actuando contra la URSS. Kimbrough regresaría a EEUU metiendo más veneno contra Eisenstein, hablando de su mal comportamiento y presionando para no dejarle concluir el filme. Años más tarde, Upton Sinclair le diría a Marie Seton:
“comprendimos que [Eisenstein] simplemente se estaba quedando en Mex. a costa nuestra, para evitar la vuelta a Rusia. Todos sus colaboradores eran trotskistas y todos homos [sexuales]” (Ibid, p. 489).
Es posible que Eisenstein quisiera dilatar su estancia en México para no regresar a una sociedad asfixiada por el burocratismo. Bajo Lenin y Trotsky la homosexualidad se legalizó; se respetaban los derechos sexuales de las personas. Pero bajo Stalin fue considerado un delito por atentar a la buena moral e incluso se consideró un acto contrarrevolucionario. En una sociedad socialista sana, la homosexualidad debe verse como lo que es, algo normal y natural, y no una enfermedad. Eisenstein viajaría a las costas de Jalisco y Colima (nunca estuvo en Guanajuato como sugiere Greenaway) con su equipo, el muralista Montenergo y el culto genealogista jalisciense Jorge Palomino Cañedo. Con este último entablaría una relación amorosa. Este pudo haber sido uno de los motivos para impedir la culminación del filme.
Sobre sus relaciones trotskistas cabe señalar que Eisenstein admiró a León Trotsky, como lo muestra su Acorazado y Octubre, y ya había tenido sus primeros choques con la burocracia. Diego Rivera se había encontrado en la URSS con Trotsky antes de ser exiliado a Alma Alta ―en ese mismo viaje también conoció a Eisenstein―, aunque no está claro si había definido en 1931-32 una posición política clara en el conflicto; pero es verdad que en 1934 intercedería con el gobierno de Cárdenas para conseguir asilo de quien dirigió la toma del poder y la defensa del Estado obrero al frente del Ejército Rojo. Por otro lado, Julio Antonio Mella, asesinado en México antes de la llegada de Eisenstein, había entrado en contacto con la Oposición de Izquierda Internacional y llevó estas ideas a México, a partir de las cuales se formaría el primer grupo trotskista. El Partido Comunista Mexicano estaba en medio del proceso de estalinización. El movimiento trotskista, continuador del legado de Octubre, apenas se estaba constituyendo y no es claro que Eisenstein tuviera relación con éste. Lo que sí es claro es que tenía ideas revolucionarias en el cine y era un artista socialista no subordinado a la burocracia como Upton Sinclair.
Cuando Diego Rivera pintó a Lenin en el Rockefeller Center, defendió su obra de arte, pero nada pudo hacer frente al argumento de Rockefeller de que el muro era de él y fue derrumbado su mural. Él, sin embargo, pudo rehacer su obra en el Palacio de Bellas Artes, en Ciudad de México. Eisenstein fue despojado de los filmes que realizó en México y todos sus intentos de recuperarlos y terminar su película fueron frustrados. Upton Sinclair, en un acto de violación, sacó filmes basados en este material. No fue sino hasta 1979, ya muerto Eisenstein, que se pudieron recuperar estos materiales y Grigory Alexndrov, basado en los textos de su antiguo compañero, hizo el film que podría acercarse un poco al pensado por Eisenstein.
El telegrama de Stalin también puede entenderse, porque las ideas artísticas de Eisenstein entraban en conflicto con el nuevo régimen burocrático y ya su obra comenzaba a ser minimizada, y se imponía como arte oficial al realismo socialista.
Alexander Medvedkin y su Cine-Tren
Alan Woods da una buena descripción de lo que el estalinismo significó en el arte:
“La liquidación de la democracia obrera leninistas estuvo necesariamente acompañada de la imposición de normas totalitarias en todos los niveles de la vida social y cultural. La primera víctima del nuevo régimen burocrático-totalitario fue la libertad artística. La burocracia requería obediencia y conformismo, no originalidad y debates libres sobre el arte. Además, en un régimen totalitario, donde el debate político y la crítica son silenciados y la oposición es perseguida con la mano dura del Estado, el arte, la literatura y la música pueden jugar el papel de una oposición clandestina en la que la crítica de la burocracia se transmite en una críptica el lenguaje que las personas acostumbradas a leer entre líneas pueden entender. La Unión de Compositores Soviéticos se formó específicamente para vigilar a los compositores y convertirlos en los obedientes servidores de la burocracia” (Woods, “Shostakovich, the musical conscience of the Russian Revolution”, In Defence of Marxism, acceso el 3 de diciembre de 2017, https://www.marxist.com/shostakovich-conscience-russian-revolution211206.htm).
El 25 de enero de 1932 se inicia una página gloriosa del cine contra el burocratismo, que duraría 294 días, justo el periodo en que Eisenstein regresa a la URSS. Este era un proyecto oficial que contaba con la aprobación del Comité Central, pero que no tuvo un control férreo de la burocracia central; se da en el periodo del primer plan quinquenal donde se quería elevar la producción y fue ejecutado por reales comunistas.
Autorizaron a Medvedkin usar un tren donde producirían y proyectarían películas en el interior de Rusia. Alexander Medvedkin había alcanzado un alto cargo en el Ejército Rojo, encargándose a nivel central de la propaganda, pero después se dedicaría a hacer cine.
Las condiciones laborales de quienes se embarcaron en esta experiencia incluían un contrato de un año de trabajo, con una vivienda de un metro cuadrado (dentro del tren), ninguna limitación para las horas de trabajo y participación obligada en todas las tareas en cualquier hora del día o la noche. Las limitaciones no limitaban a los jóvenes que querían apoyar en la construcción de la sociedad socialista. El verdadero espíritu de Octubre permeo en el equipo del Cine-Tren en torno a Alexander Medvedkin. Era el tiempo del primer plan quinquenal y se buscaba fomentar la productividad. Esta experiencia ayudó a ello, pero fomentando el debate democrático y medidas de control obrero.
Este Cine-Tren se basó en el principio de decir siempre la verdad y tenía la consigna “Filmar ahora, proyectar mañana”. Una de sus películas realizadas es ¿Cómo te va, camarada minero? (1932). “Con toda franqueza y audacia atacaba la organización de la alimentación de los mineros. Aquí una enorme fábrica-cocina alimentaba tan mal a los mineros, que dejaron de visitar la cantina. Todo parecía soso, se rodaba sin vergüenza, todo era rudo… La empresa estaba encabezada por unos pillos. Sabían convencer a la administración, con guarismos en las manos, de que todo era debido a la falta de abastecimientos”. (Medvedkin, Alexander, El cine como propaganda política, Siglo XXI, p. 10).
Las condiciones de trabajo eran terribles. Hay una escena del baño, donde los mineros hacían sus necesidades con la gente pasando frente de ellos en contraste los burócratas tenían los pantalones rotos de los traseros de tanto estar sentados. En otra película se exhibe a alcohólicos y otros saboteadores del trabajo. Estas películas eran exhibidas en los pueblos, la gente se interesaba porque aparecía ahí su vecino, pero luego veían problemas que también les interesaban. Las proyecciones se convertían en asambleas y se tomaban resoluciones contra la burocracia o para tomar medidas a favor de los trabajadores de la fábrica. Se mandaban copias de los cortometrajes a los poblados vecinos que tenían problemas similares. Medvedkin diría:
“No nos equivocamos al explorar hasta el extremo esta curiosa particularidad del cine: la reacción en la sala era extraordinariamente rápida. El activista del partido o del komsomol captaba inmediatamente nuestra crítica. En seguida, después de la exposición surgirían calurosas discusiones. Se marcaba un plan de reestructuración, se presentaba un realizador, se llegaba a resoluciones sobre las inminentes cesantías y represalias judiciales contra los inútiles y aventureros. Así se introdujeron mejoras en la alimentación masiva en la planta de la administración minera ‘Octubre’, los administradores negligentes fueron enviados a la cárcel, los malos cocineros echados, el abastecimiento mejoró siguiendo el ejemplo de los buenos vecinos, se reorganizó la economía, etc.” (Ibid., p. 12).
Los borrachos y ausentitas acudían con el equipo del cine tren pidiendo se les eliminara de las filmaciones pues tenían problemas con sus esposas. El equipo del cine tren se negaban, pero si se habían redimido ya no las volvían a proyectar.
En una ocasión fueron los obreros de las cuencas mineras. Estaban muy enfadados porque los burócratas locales, por negligencia y corrupción, habían destruido máquinas y afectado la producción. Ellos mismos hicieron una película que se llamó El gran mudo (1931). El resultado fue una crítica aún más mordaz que las dirigidas por el equipo del cine tren. Este proceso evolucionó al grado de que los trabajadores ejercieron control de la empresa, resolviendo problemas concretos para los trabajadores; incluso pagaron al equipo del cine tren por sus labores, lo cual les ayudó porque había gente en la administración central que dificultaba sus pagos debido a que no estaban del todo de acuerdo con su política.
Este era un grupo de cineastas revolucionarios. Cuando Stalin tomó el control del partido, Trotsky no llamó a formar uno nuevo, sino que formó una oposición, porque sabía que la militancia del partido era valerosa y revolucionaria, y la tradición de Octubre muy fuerte. Medvedkin recordaría:
“La crítica más mordaz de nuestra pantalla era captada por el pueblo, y de todo corazón, pues atacaba a los ‘elementos nocivos’, y en rededor de nuestro tren se formaban grupos de dinámicos activistas, siempre prontos a prestar su apoyo, entre los cuales se destacaban los miembros del partido y de la federación de juventudes” (Ibid, p. 24).
Hubo más dificultades cuando el cine tren llegó al campo ucraniano. El equipo encontró que la mitad de los campesinos no querían trabajar. Eso era un claro efecto de la colectivización forzosa, aunque Medvedkin y su equipo no comprendían la causa. Pese a todo, lograron jugar un papel en elevar la producción y explicar a los campesinos la importancia de su trabajo. En cierto sentido, su cine refleja lo que ocurrió en el campo después de las incorrectas políticas del estalinismo bajo su colectivización forzosa y no estuvo exenta de excesos en las medidas contra los campesinos ricos y boicoteadores.
El Cine-Tren realizó también filmes animados que tenían como personaje a un camello, y también hicieron comedias. Una de ellas fue La historia de Tit (1932), de la cual existe una versión reconstruida donde aparece un campesino que cuando se trata de trabajo está enfermo o cansado, pero cuando se trata de comer va enseguida con su enorme cuchara. Una vez lo mandan a vender gansos. Decidió tomar un baño y atar a los gansos con su ropa, el resultado es que se quedó sin ropa y regresó sin gansos, y con un traje de bailarina y con girasoles en el pecho y en vez de pantalones. Esta película tuvo un gran éxito, los campesinos reían y pedían verla nuevamente justo después de terminada. Los campesinos hacían bromas contra los perezosos en el trabajo, a los que veían identificados y muchas veces les apodaban Tit.
El Cine-Tren era un equipo de obreros revolucionarios comprometidos con la causa del socialismo. Había compañeros con talentos diversos, desde técnicos, como financieros, cinematográficos y con experiencia en la dirección de masas, que se embarcaron en este proyecto que no tenía al cine como objetivo sino como el medio para hacer avanzar la revolución socialista y elevar la conciencia de los obreros y campesinos.
Cuando hicieron filmes con el Ejército Rojo del inicio de los años 30, experimentaron lo que ya pasaba con los otros cineastas: un control y orientación más férrea hacia su trabajo. La carrera fílmica de Medvedkin fue trágica, sus películas siempre fueron censuradas y nunca exhibidas. Era innovador y revolucionario, pero con un claro sentido popular. Fue un director de culto entre los cineastas soviéticos que admiraban su trabajo, en especial su filme La felicidad (1935) [note]www.youtube.com/watch?v=g-gx8u9Eq6g[/note]. Pese a la censura, el impacto del Cine-Tren de Medvedkin abrió su camino. En la huelga de 1967 de la fábrica Rhodiacéta, en Francia, se formó un grupo de cineastas que se inspiró en esta experiencia soviética, abrazaron la causa de la lucha obrera y decidieron llamarse el Grupo Medvedkin, donde participaron Godard, Marret y Marker. Filmarían las huelgas de la revolución de 1968 en Francia. Medvedkin viajaría a Francia en 1971 y sería recibido por un grupo de militantes, obreros y cineastas comprometidos. Chris Marker haría un par de documentales sobre la vida de Medvedkin y su experiencia del Cine–Tren, impidiendo que se fuera al olvido esta rica experiencia.
Humillación y censura
Eisenstein regresó a Rusia en 1932 sin haber podido concluir un solo largometraje en el extranjero. Debió ser particularmente difícil no conseguir montar ¡Que viva México! Pese a tener a su retorno 34 años, parecía un viejo que había vivido y sido golpeado demasiado. La burocracia estalinista se había consolidado y pagado una mayor factura a los artistas. Eisenstein se refugió realizando trabajos propagandísticos y teóricos sobre el cine, y dando cátedras ocupando un cargo alto en la escuela de cine.
Antes del regreso de Eisenstein, su autoridad había sido cuestionada; se escribieron artículos para minimizarlo. En la Conferencia Creativa de los Trabajadores del Cine Soviético, en 1935, un representante del Comité Central del Partido Comunista estalinizado, Dinamov, dio el discurso inaugural de 4 horas, dando las orientaciones generales a partir de lo cual se criticaba el cine anterior y se planteaba los trabajos a futuro. Un año antes, en un congreso similar de escritores, se había aprobado como tendencia general al realismo socialista, y en 1932 se había fundado la Asociación Rusa de Escritores Proletarios (RAZZ), que sería el instrumento de censura y control del régimen en contra del arte. Alan Woods apunta adecuadamente, sobre el realismo socialista, que:
“No era ni socialista ni realista, sino más bien una especie de conformismo lúgubre y conservadurismo que presentaba a Stalin y a la burocracia con el tipo de ‘arte’ superficial y poco exigente que su limitada comprensión y estrechez de miras podían enfrentar, mientras que al mismo tiempo pintaba vida soviética en colores teñidos de rosa” (Woods, “Shostakovich, the musical conscience…”).
Eisenstein dio el segundo discurso en la Conferencia de Cineastas. Resaltaba correctamente las aportaciones del cine del periodo 1924-29, pero ahora se ensalzaba al nuevo cine de una forma un tanto artificial. La película Chapayev (1934) se ponía como el modelo de los filmes futuros.
En el debate, Eisentein fue criticado en esta conferencia, por tener una cabeza muy grande; hacer teoría en vez de práctica cinematográfica, algo típico de la época estalinista, pues la burocracia detesta en el fondo la teoría y son empiristas. Las ideas vanguardistas chocaban con la nueva política burocrática. La tipificación era sustituida por actores profesionales. El cine que había logrado producir Eisenstein tenía como protagonistas a las masas, ahora se implementaba el culto a la personalidad y, por tanto, esa idea vanguardista chocaba con la nueva realidad. Antes de que terminara la conferencia, se hizo una premiación en el teatro Bolshói. Eisenstein había preparado un discurso, pero no pudo darlo, a cambio recibió, al igual que Tissé, premios de cuarta categoría.
En el cierre de la conferencia, Eisenstein da un discurso valiente rebatiendo a sus oponentes. Defendiendo la necesidad de hacer teoría para no estar como en la torre de Babel. Este debate lo animó a hacer nuevamente cine y anunció que entraría nuevamente a la producción. Aunque imbuido en el ambiente estalinista, ya se le escuchan frases como: “el corazón que late por un objetivo bolchevique no puede ser roto” o “no hay mejor comentario final, ni mejor programa para el futuro que pueda ser aplicado al medio de nuestra obra, que el que se encuentra n la belleza socialista con la que el camarada Dinamov comenzó su informe”.
Pero Eisenstein seguía siendo un artista demasiado revolucionario para la burocracia. Se introduce en un nuevo proyecto fílmico, por primera vez sin la compañía de Alexandrov pero con la inseparable cámara de Tissé, al que llamaría El prado de Bezhinn (1937). Eisenstein seguramente se identificó con la historia, pues la trama era de un padre que había ido al Ejercito Blanco, mientras el hijo estaba con los bolcheviques; una historia por demás familiar para él. Este filme pasó por dos años de producción, dos guiones diferentes y dos mil rublos de inversión, pero no salió a la luz porque fue políticamente incorrecto para el régimen burocrático, porque no mostraba con suficiente dureza y de manera central el conflicto de clase de los kulaks, a los que debía mostrarse como los enemigos principales de la revolución. El filme fue censurado y destruido en un bombardeo en 1941 cuando Rusia fue invadida durante la segunda guerra mundial aunque se conservaron algunos fotogramas.
La censura a El prado de Bezhinn no fue un caso excepcional, datos aparecidos en Pravda nos dicen que: “en 1933, Soiuzfilm, el mayor estudio de cine soviético, pagó el adelanto de 129 guiones; al final sólo 13 fueron aprobados para su producción. Incluso bajo estas circunstancias, muchos filmes logrados nunca fueron exhibidos públicamente. Tan solo entre 1935 y 1936, 37 cintas fueron declaradas inaceptables, cerca de un tercio del total de la producción fílmica de los estudios soviéticos durante esos dos años” (Serguéi M. Eisenstein, Cuadernos de la Cineteca, Conaculta-Cineteca Nacional, p. 114).
Eisenstein hace una autocrítica escrita púbica mostrando sus “errores” en El prado de Bezhim para cubrirse las espaldas. La censura era el mal menor. El estalinismo comenzó a usar como método el asesinato contra los oponentes, con sanguinarias purgas que terminarían por aniquilar a la vieja guardia bolchevique, pero que afectaría también a los artistas.
“En 1937-8, la Purga de Stalin alcanzó un clímax sangriento. El famoso director de teatro soviético Vsevolod Meyerhold [con quien Eisenstein trabajo en su compañía], con quien Shostakovich había colaborado, fue enviado a un campo de concentración, donde fue asesinado en 1940. Otros escritores y artistas soviéticos notables también fueron víctimas de las Purgas, incluido Isaak Babel [que fuera coguionista de El Prado de Bezhinn junto a Eisenstein], el autor de la Caballería Roja, el poeta Osip Mandelshtam y muchas otras figuras menos conocidas. Mosolov, el compositor de The Iron Foundry, también fue encarcelado” (Woods, “Stalin: 50 años después de la muerte del tirano”, El Militante, acceso el 3 de diciembre de 2017, argentina.elmilitante.org/historia-othermenu-55/134-stalin-a-50-aos-de-la-muerte-del-tirano.html).
Para desgracia de los cineastas, Stalin era un amante del cine, lo cual podría significar una desgracia para los directores si las películas no eran de su agrado. Eisenstein era, pese a todo, un gran cineasta y la burocracia quería aprovechar su talento.
El realismo socialista de Eisenstein
Es significativo que Eisenstein, con su mente revolucionaria, intentó, después de El prado, hacer una película sobre la creación del Ejército Rojo y otra sobre la revolución que se desarrollaba en España. Aunque finalmente realizaría un filme histórico sobre Alexander Nevsky, y para evitar que se “equivocara”, se le impuso todo un equipo alrededor y la codirección de Dimitriy Vassiliev. Un séquito de historiadores aseguraron que no hubiera errores; los históricos no eran tan importantes, pues lo que se buscaba es que se siguiera la línea política en vigencia.
Eisenstein pudo hacer una nueva película, casi una década después, sólo cuando cedió a sus viejas ideas, aunque la tradición de Octubre fue una llama viva difícil de apagar.
Alexander Nevsky (1938) promovía elementos patrióticos y nacionalistas. Una década atrás, Eisenstein quería hacer una película sobre China, porque era el país en que se avecinaba la revolución. El internacionalismo del bolchevismo era sustituido por el nacionalismo bajo el estalinismo. El centro de esta nueva película era enzarzar una figura histórica en la que el dirigente de la URSS se vería reflejado. Pero con Eisenstein las masas siguen jugando el papel central.
La escena principal es la batalla en el hielo que fue filmada en verano, con hielo artificial, donde Tissé resolvió las difíciles condiciones técnicas haciendo una magnifica fotografía. Prokofiev hizo la música y, en coordinación con Eisenstein, dan coherencia con la imagen. Hoy se le considerada una de las más importantes bandas sonoras de la historia del cine. Esta escena musicalizada, con todos los avances en efectos especiales que tenemos, ahora parece menos impresionante, pero fue justo su impacto la que la volvió un modelo para futuros filmes, además de convertirse en imagen de los juegos de los niños rusos de la época. Alexander Nevsky dirige con autoridad, pero no se le ve en la batalla, son las masas las que se adjudican la heroica victoria a las tropas invasoras alemanas.
Eisenstein se llenó de gloria con su Nevsky. Sería condecorado con la orden Lenin. Se dice que Stalin le palmeo la espalda, diciendo: “después de todo eres un buen bolchevique”. Privilegios y prestigio se daba a los artistas que seguían los lineamientos del régimen burocrático. Einstein pasaría a dirigir los estudios Mosfilm. El estalinismo lo convirtió en un símbolo y parcial instrumento.
Era la antesala de la Segunda Guerra Mundial y Stalin entró en un pacto con Hitler en otoño de 1939, de tal forma que ya no fue aceptada esta película, Alexander Nevsky, y pasó un tiempo engavetada. En cambio, Eisenstein montaría Die Walküre (La Valkiria), la opera Wagner, que se estrenaría en noviembre de 1940. Ambos artistas habían abrazado las ideas revolucionarias anticapitalistas en su juventud, pero ahora la imagen parecía tan distante, y en el Bolshói no había ningún judío y, por el contrario, la opera fue escuchada por el embajador nazi. Eisenstein se dejó envolver por el ambiente de los privilegios de la burocracia.
Iván el terrible: mordaz crítica a Stalin
En 1944 aparece la primera parte de Iván el terrible (1944). Su mensaje no era simple, los censores tuvieron que verla dos veces antes de valorar su presentación en público y se dice que se permitió su proyección después que Stalin la vio y lo autorizó.
Iván tiene mano dura y aparece en la película como un zar al que el pueblo lo busca para que lo gobierne. Al inicio de la película se dice que Iván creó un Estado fuerte contra quienes lucharon contra la unidad de la tierra rusa, pero lo que se ve en pantalla es lo contrario:
“la lucha de Iván por el poder y las cuestiones de legitimidad mismas que pronto llevan a pruebas de lealtad que casi todo el mundo falla. Las traiciones son seguidas por represalias que rápidamente se vuelven mortales. En medio de la gloria militar, en lugar de unificación, estamos cautivados por el terror, el asesinato, la conspiración, la traición, las acusaciones y la violenta aniquilación. Ya en la parte I, el Estado no sólo no está unido, está destrozado” (Serguéi M. Eisenstein, Cuadernos de la Cineteca, Conaculta-Cineteca Nacional, p. 155, subrayado en el original).
Gabriel Figueroa, el gran fotógrafo del cine mexicano, dijo que “fotográficamente hablando, estoy seguro que Iván el terrible es la obra donde se consiguió la más alta calidad en blanco y negro que hasta ahora se haya realizado, en particular sobre la composición de iluminación y fuerza.” (Cine Toma, n° 44). Iván el terrible es una obra sumamente cuidada, vinculando a la música y al arte plástico. Eisenstein, que en el periodo vivo de la revolución planteo acabar con el arte porque era un distractor que impedía ver la realidad, en medio del estalinismo, se refugiaba en éste.
Eisenstein, hacia afuera, parece un claro divulgador del régimen, y a su interior no termina de verse con recelo y sospecha. Pese a ello, esta película parece enzarzar la figura del dictador y ganaría por ella la condecoración Stalin, con los más altos honores, que no hubiera sido posible sin la intervención y aprobación del dictador.
Eisenstein mismo debió haberse cuestionado esa aceptación del régimen a su película, en medio de toda la gloria que le cubría su compañero Tissé se distanciaría de él. En Iván el terrible II (1958) Eisenstein no deja lugar a dudas, y es más que clara la crítica al estalinismo. Aquí Eisenstein trabaja por primera y única vez con el color. Una fiesta de Iván está teñida de tonalidades rojas, él trata a sus súbditos como perros fieles y parece un desquiciado paranoico. Los boyardos organizan conspiraciones y son purgados, asesinados.
Una revolución tan grande como la rusa de 1917 deja una huella difícil de borrar. O te adaptas a la contrarrevolución burocrática, que aplastó el legado de Octubre, o buscas la forma de combatirla. Después de la Segunda Guerra Mundial, el estalinismo era una fuerza colosal y Eisenstein los desafió valientemente. Iván el terrible II es una crítica abierta al estalinismo y hacerla, una acción suicida que podría implicar tortura y muerte. La tensión de saber que Stalin veía su película lo llevó a un paro cardiaco, que, aunque no de forma inmediata, lo llevaría inevitablemente a la muerte. Finalmente, el corazón de Eisenstein sucumbiría el 11 de febrero de 1948 y última película sólo vería la luz años después de la muerte de Stalin. [note]La tercera parte de la trilogía se comenzó a filmar, pero después de ser mostrada la segunda parte fue imposible proseguir con la filmación. Existen algunas escenas y fotogramas de la misma. https://youtu.be/JMCnfanrCQs[/note]
El legado de Eisensten
El arte soviético fue claramente impulsado por la más grande revolución de la historia. Consiguió grandes avances pero fue asfixiado por la contrarrevolución burocrática. El ejemplo del cine es más que ilustrativo y se puede identificar la mano de la burocracia, que significó un claro retroceso; basta con comparar los filmes de la década de los años 20s con las de los años 30s y posteriores. El cine sólo tuvo un resurgir cuando murió Stalin y aparecen directores como Tarkovski, aunque el régimen burocrático permaneció chocando constantemente con la libertad que necesita el artista. Quedó, sin embargo, un importante legado artístico que nació con la revolución bolchevique, como lo es la obra de Eisenstein.
En sus últimos meses de vida, aun enfermo en la cama, trabajó en libros teóricos de cine y en sus memorias. Los libros teóricos de Eisenstein sobre cine siguen siendo material imprescindible para los estudiosos y creadores de cine. La forma del cine y El sentido del cine son libros de cabecera en el medio. Existen otros trabajos poco conocidos, como su libro Método, que aún no tienen traducción. Con la caída del estalinismo, en 1989, se abrieron los viejos archivos soviéticos y nuevos materiales han aparecido. Aún hoy, Eisenstein seguirá aportando a la teoría cinematográfica.
Su forma de hacer y teorizar al cine se basa en la dialéctica; su cine está influido claramente por la filosofía marxista. El cine de Eisenstein es el mejor que se realizó en las primeras décadas del régimen soviético. Algunas de sus películas siguen siendo consideradas hoy de las mejores en la cinematografía mundial.
Casi al finalizar su vida escribió en sus memorias: “Nuestro cine es ante todo un arma cuando se trata de un enfrentamiento con una ideología hostil y, ante todo, es una herramienta cuando está encaminado a su actividad principal: influir y transformar”. Esto fue válido para contribuir a la gran Revolución bolchevique en su guerra contra el capitalismo mundial, pero también es válido en su crítica al régimen estalinista, que se expresa en sus dos últimas películas. Es lamentable que muchos de sus proyectos no pudieran concretarse. Además de su proyecto sobre El apital de Marx, intentó hacer una película sobre la rebelión de esclavos en Haití, la Guerra Civil española, la historia de Moscú, historias satíricas que sin duda criticarían a la burocracia, como MMM, una adaptación de La condición humana de André Malraux y muchos más.
La historia no se detiene y el lenguaje cinematográfico seguirá desarrollándose ,pero es un hecho que el montaje, la más importante aportación al cine mundial hecho por la Revolución rusa, es un elemento vital de este lenguaje y es el que le da sentido al cine hasta nuestros días.
El desarrollo de las fuerzas productivas ha permitido una simplificación de la producción fílmica y, en otro sentido, una mayor sofisticación. Una ventaja del desarrollo tecnológico es que lo está volviendo más accesible. Hoy se puede hacer o ver una película desde un celular. Como en la Rusia revolucionaria se usó el cine, hoy se deben usar esas herramientas y la nueva tecnología de comunicación como arma de combate contra este sistema hostil.
Eisenstein hacia cine de forma seria, como pocos en la historia, y sus películas mantienen vigencia porque nos recuerdan el mundo de hoy. Reflejan la lucha de clases, la lucha contra la explotación, contra el totalitarismo, por la democracia obrera y contra el capitalismo. Nos recuerda, sin negar el papel de la dirección, que el protagonista principal de la historia son las masas, que aunque pueden tener derrotas son capaces de vencer. Sus películas pueden seguir siendo herramientas de discusión entre trabajadores, estudiantes o campesinos que buscan mejorar sus vidas y una sociedad democrática basada en la real igualdad.
Del auténtico socialismo florecerá el arte
Eisenstein es producto de la más grande revolución que haya llevado a cabo el ser humano. Su vieja clase iba al basurero de la historia y él tomó partido por el porvenir, por la clase obrera que expresa el futuro. Rusia era un país atrasado en 1917 y no pudo más que iniciar la revolución socialista, aunque no concluirla. Demostró, sin embargo, el potencial que para el desarrollo del intelecto humano tiene el socialismo. En un Estado obrero democrático sano, el arte y la ciencia florecerán.
El desarrollo del arte estaba en una etapa de ascenso y tenía todo un futuro de desarrollo. Los grandes progresos que al cine dio la revolución, empezando por el descubrimiento pleno del montaje, es una pequeña muestra de ello. La Revolución rusa demostró el potencial que se abrirá en la ciencia, el arte y el desarrollo intelectual del ser humano bajo el socialismo. Todo esto fue coartado por el estalinismo. Rusia era un país extremadamente atrasado y podía sólo desarrollar el socialismo sanamente si la revolución se extendía a los países avanzados, pero faltaba una Internacional bolchevique experimentada. En un país europeo, en la misma Rusia actual, en EEUU con su enorme proletariado, vemos el campo industrializado y un gran desarrollo de las fuerzas productivas; no hay razón objetiva para que en una nueva revolución socialista ocurra lo que en la Rusia atrasada del pasado. Incluso países como México, Brasil, Venezuela, Argentina… tienen condiciones mil veces más favorables. El socialismo sólo puede crearse con la participación consciente de la clase obrera. La clave, en última instancia, es construir la herramienta bolchevique a nivel mundial, una auténtica Internacional.
El fenómeno del estalinismo fue complejo y era difícil oponerse a éste sin una política consecuente. Ésta sólo la dotó la Oposición de Izquierda de Leon Trótsky, el creador del Ejército Rojo, que luchó valerosa para mantener limpia la bandera de Octubre. Sus militantes se organizaron en las peores condiciones, incluso en las cárceles sacaban periódicos y en Siberia organizaban huelgas. El estalinismo es tan opuesto al bolchevismo que masacró a estos valerosos bolcheviques que morían con vivas a Lenin y Trotsky, cantando La internacional. Muchos artistas no tenían toda esta claridad y algunos terminaron como instrumentos del régimen. Un artista revolucionario, con una política y militancia coherente, puede enfrentarse de mejor forma a las atrocidades de un régimen así. No significa que todos los artistas deban ser militantes revolucionarios, el socialismo debe ser el reino de la libertad, tal como lo explicó Engels.
La historia no es un proceso lineal, puede tener retrocesos y derrotas, pero no hay otro camino para el futuro de la humanidad y, por tanto, del arte, que acabar con este sistema explotador y enajenador. Se nos abrirá todo un potencial de desarrollo. En el comunismo se habrán eliminado las contradicciones de clase, pero el arte seguirá jugando un papel. Así como los kinoks de Dziga, la corriente de Kuleshoc-Pudovkin, el grupo de Eisenstein o la Fábrica de Actores Excéntricos tenían ideas diferentes y debates, a veces muy intensos y acalorados, veremos ocurrir esto en el comunismo.
“Todas las esferas de la vida, como el cultivo de la tierra, la planificación de la vivienda, los métodos de educación, la solución de los problemas científicos, la creación de nuevos estilos interesarán a todos y cada uno. Los hombres se dividirán en ‘partidos’ sobre el problema de un nuevo canal gigante, o sobre el reparto de oasis en el Sahara (también se plantearán cuestiones de este tipo), sobre la regularización del clima, sobre un nuevo teatro, sobre una hipótesis química, sobre escuelas encontradas en música, sobre el mejor sistema deportivo. Y tales agrupamientos no serán envenenados por ningún egoísmo de clase o de casta. Todos están igualmente interesados en las realizaciones de la colectividad. La lucha tendrá un carácter puramente ideológico. No tendrá nada que ver con la carrera por los beneficios, la vulgaridad, la traición y la corrupción, todo lo cual forma el núcleo de la ‘competencia’ en la sociedad dividida en clases. La lucha no será por ello menos excitante, menos dramática y menos apasionada. Y en la sociedad socialista, todos los problemas de la vida cotidiana, antaño resueltos espontánea y automáticamente, igual que los problemas confiado a la tutela de las castas sacerdotales, se convertían en patrimonio general; de igual modo puede decirse con toda certeza que las pasiones y los intereses colectivos, la competencia individual, tendrán amplio campo y ocasiones ilimitadas para ejercitarse. El arte no sufrirá ninguna falta de esas descargas de energía nerviosa social, de esos impulsos psíquicos colectivos que provocan nuevas tendencias artísticas y cambios de estilo. Las escuelas estéticas se agruparan en torno a sus ‘partidos’, es decir, a asociaciones de temperamentos, de gustos, de orientaciones espirituales. En una lucha tan desinteresada y tan intensa, que se eleva sobre una base cultural constantemente, la personalidad se desarrollará en todos los sentidos y afinará su propiedad fundamental inestimable, la de no satisfacerse jamás con el resultado obtenido. En realidad no tenemos ningún motivo para temer que en la sociedad socialista, la personalidad se duerma o conozca la postración” (Trotsky, Sobre arte y cultura, Marxist Internet Archive, acceso el 3 de diciembre de 2017, marxists.org/espanol/trotsky/1920s/literatura/8a.htm).
La muerte reciente del pintor mexicano José Luis Cuevas (febrero 26, 1934-julio 3, 2017) no ha sido desaprovechada por los comentaristas culturales burgueses para tratar de reavivar la leyenda maniquea del adalid de la Ruptura del arte mexicano. Fue la crítica de arte Teresa del Conde quien se refirió por primera vez a los artistas que diferenciaron su quehacer del de los muralistas desde la década de los 1950’s como la Generación de la Ruptura, y Cuevas, poseedor de una personalidad magnética y de un agudo narcisismo que nunca disimuló, despuntó rápidamente como la figura más visible del grupo de –entonces– jóvenes creadores.
Sin demeritar en lo absoluto el calado artístico de figuras tales como Pedro Coronel, Günther Gerzo, Mathias Goeritz, Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Alberto Gironella, Vladimir Kibalchich Rusakov (llamado Vlady), Lilia Carrillo, Fernando García Ponce y del propio Cuevas, entre otros, y reconociendo sin reservas el derecho que les asistía al discrepar de la senda trazada por los –así llamados– “tres grandes” (Orozco, Rivera y Siqueiros), la trascendencia de esta señalada actitud ha sido exagerada notablemente por la intelectualidad burguesa, ya desde entonces como también a la postre. Según su propia mitología, la Generación de la Ruptura se opuso, contra todo pronóstico y sin más ventajas que su temeridad, al anquilosado “arte oficial”, reducido ya a ser una herramienta propagandística del régimen demagógico nacionalista; rompiendo las ataduras del arte político, sus empeños se vieron recompensados con el ingreso del arte mexicano en el panorama artístico internacional contemporáneo.
La obra de Cuevas, en efecto, es una expresión de inquietudes patentemente personales, protagonizada por personajes alienados, delirantes y hasta perversos, y no la expresión manifiesta de una determinada línea política; el erotismo, la locura y su propia persona fueron algunos de sus temas predilectos. La misma fue complementada por una extensa actividad literaria que incluye numerosos artículos de opinión y columnas periodísticas, destacando del conjunto su manifiesto primigenio, que lo convertiría en un eminente vocero de Ruptura y de su crítica a la política cultural mexicana de mediados del siglo XX: La cortina del nopal.
Sin embargo, ahora es sabido que la responsable de batirse en dichas polémicas públicas no era la pluma del propio Cuevas sino la del crítico de arte cubano –radicado Washington, DC– José Gómez Sicre (julio 6, 1916-julio 22, 1991), también funcionario cultural de la Organización de los Estados Americanos (OEA), brazo político de los EEUU en el continente, a quien solicitaba por carta que redactara en lugar suyo y con toda discreción no sólo sus posicionamientos, sino también cartas respondiendo a otros críticos –como Raquel Tibol– y hasta las respuestas a los cuestionarios que los medios informativos le hacían llegar al artista para poder entrevistarse con él; éste confiaba plenamente en la “comunión de ideas” entre él y su “escritor de cabecera”. La extensa relación epistolar que sostuvieron evidencia la profunda dependencia que Cuevas desarrolló hacia su ideólogo por temor al descrédito que habría supuesto el ser delatado por una “discrepancia estilística”. El joven artista, ávido de notoriedad, estuvo dispuesto a convertirse en un alfil de la política cultural imperialista a cambio que se abrieran para él las puertas de la fama (Véase: http://www.excelsior.com.mx/expresiones/2016/07/06/1103180).
Gómez Sicre, por su parte, realizaba en México –a instancias de Cuevas– el mismo trabajo que llevaba a cabo en el resto de los países de América Latina: promover la despolitización de su arte. Por medio del financiamiento y de la difusión, la OEA –apuntalando los intereses de los EEUU– condicionaba a los artistas de una región cuyas pronunciadas desigualdades económicas la vuelven por demás sensible a las ideas revolucionarias. Los muralistas agrupados en la Escuela Mexicana de Pintura se consolidaron en la órbita de la Revolución agrarista de 1910 y si obtuvieron del gobierno postrevolucionario –muy a pesar de éste– los medios materiales para concretar su visión artística, éste sólo consintió en apoyarlos para granjearse una legitimidad de la que adolecía, circunstancia que no medró necesariamente con el contenido revolucionario ni el estético de su propuesta.
Para mediados de siglo, el régimen autoritario mexicano ya estaba listo para desembarazarse de su retórica revolucionaria nacionalista y de su política cultural. Ésta ya se servía de la figura de Tamayo como contrapunto, si bien su pintura seguía ligada a los motivos folclóricos y a los formatos monumentales. Lejos de haber subvertido y conquistado al “arte oficial”, José Luis Cuevas y la Generación de la Ruptura ascendieron impulsados por un viraje en el seno del mismo, derivado del devenir político del presidencialismo mexicano. Si bien resulta arbitrario constreñir al arte a ser una expresión política, no lo es menos el suponer que su despolitización significa una superación histórica. No es la práctica artística de Cuevas sino su interpretación de la misma la que merece ser cuestionada.
Todas las artes: el arte de la palabra, el teatro, la pintura, la música y la arquitectura, darán a este proceso una forma bella. […] Para decirlo mejor: el proceso de la edificación de la cultura y la autoeducación del hombre comunista también desarrollarán hasta el máximo todos los elementos vitales de las artes actuales […] y sobre estas cumbres se elevarán otras nuevas. León Trotsky, Literatura y Revolución
El 25 de Julio de 1938, en la Ciudad de México, la firma de Diego Rivera sustituyó a la de León Trotsky –a petición suya[1]– al pie del Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente, que el emigrado redactó en colaboración con el poeta surrealista francés André Breton y que sirvió como documento fundacional de la Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente (FIARI). Ésta constituiría una trinchera a dos frentes en contra de la censura del fascismo y el estalinismo, y en defensa de la libertad de la creación artística, en los albores de la segunda masacre imperialista planetaria. El llamado enunciado en dicho manifiesto no fue dirigido de manera exclusiva a los artistas revolucionarios, mas defendía –contra el purismo y la indiferencia– el lazo entre el arte y la revolución como un binomio fundamental de la expresión individual y la colectiva de la libertad humana, y declaraba abiertamente el antagonismo intrínseco entre ésta y la sociedad de clases, que la restringe también en su dimensión artística.[2]
Si la actitud crítica de Trotsky hacia la Unión Soviética fue oscurecida y hasta silenciada públicamente, en la misma medida en la que esclareció el devenir del que fue el primer Estado obrero de la historia, que, aun habiendo transformado profundamente las relaciones sociales y económicas del antiguo Imperio Ruso, habría tenido que bregar –apoyado en una política revolucionaria internacionalista– por elevar su grado de industrialización por encima del de las potencias capitalistas, en vez de sólo proclamar su superioridad propagandísticamente, su actitud hacia el arte revolucionario es también tan reveladora como es prácticamente desconocida. Y sin embargo, quizás, de entre “…todos los grandes pensadores marxistas, Trotsky fue el que mostró un interés más vivo por el arte, incluido el arte moderno”[3]. Además de reconocer la libertad política de los artistas, junto con el carácter intrínsecamente revolucionario de su actividad, les previno también sobre el amaneramiento que seguía estrechamente al proyecto de la creación de un arte enteramente nuevo, de un –así llamado– ‘arte proletario’, que obviara la urgente y necesaria tarea de auxiliar primero a las clases recién emancipadas en la labor de asimilar y apropiarse de la cultura heredada por la antigua sociedad, antes de edificar una cultura superior, que no sería ya la de ésta o aquella clase social, sino la cultura de la humanidad socialista.
“Todo lo que ha sido conquistado, creado, construido por los esfuerzos del hombre y que sirve para poder mejorar el poder del hombre es cultura.”[4] Y el arte también forma parte de dicha producción. Así, como el resto de la misma, éste está condicionado históricamente en una medida significativa y es un reflejo de las relaciones económicas propias de la sociedad dividida en clases, e incluso –como parte que es del conjunto– es también un instrumento de la dominación ideológica de una clase sobre el resto. Para liberarse del yugo de la naturaleza, el ser humano sometió a sus semejantes al yugo de los medios sociales de producción y al de las ideas de una clase dominante. “En las fuerzas productivas está expresada en su forma material, la destreza económica de la humanidad, su capacidad histórica para asegurar su existencia.”[5] Esta misma capacidad está expresada en una forma inefable en el arte. Y del mismo modo que la emancipación de una clase social depende no de la destrucción de los medios técnicos que la oprimen en sus relaciones económicas, sino de su apropiación, el arte de la vieja sociedad también constituye una porción de la herencia que ésta ha de legar a la posteridad y es incluso uno de los medios necesarios para trascenderla. Pues el arte arroja luz sobre la Historia en beneficio de la conciencia. “Sí, la cultura fue el instrumento principal de la opresión de clase; pero es también, y sólo ella puede llegar a ser, el instrumento de la emancipación socialista.”[6]
El arte es una de las formas mediante las que el hombre se sitúa dentro del mundo; en este sentido la herencia del arte no se distingue de las herencias de la ciencia y de la técnica –y no resulta menos contradictoria que la de ellas–. A pesar de ello, y a diferencia de la ciencia, el arte es un modo de conocimiento del mundo, no como un sistema de leyes, sino como un grupo de imágenes, y al propio tiempo es un procedimiento para la inspiración de determinadas emociones y de ciertas disposiciones de ánimo. El arte de los siglos pasados ha hecho al hombre más complejo y más flexible, ha elevado su mentalidad a un nivel más alto, lo que lo ha enriquecido en todos los órdenes. Este enriquecimiento constituye un precioso logro de la cultura, por tal, el conocimiento del arte del pasado resulta una precondición necesaria no sólo para la creación de un nuevo arte sino también para la edificación de una nueva sociedad, pues el comunismo necesita gente con una mente altamente desarrollada. […] Puede [el arte del pasado enriquecernos], precisamente porque es capaz de nutrir nuestra sensibilidad y educarla. Si infundadamente fuéramos a repudiar el arte del pasado, devendríamos en una gran pobreza espiritual.[7]
Ya desde la época que precedió a la Revolución de Octubre, el término ‘cultura proletaria’ fue una divisa común entre los grupos políticos y artísticos que ejercieron su actividad en aquel periodo convulso; aglutinados en el movimiento Cultura Proletaria (‘Proletaraskaya Kultura’, Proletkult), a partir de 1917. Así, la construcción de una cultura proletaria en el contexto de la revolución socialista parecía una tarea imponderable, pues, ¿cómo habría de derrocar la clase obrera a la burguesía si no podía oponer su propia cultura a la de ésta? Trotsky se mostró en desacuerdo con dicha suposición. Es cierto que del ascenso histórico de cada nueva sociedad surge una nueva etapa de la cultura material y espiritual del ser humano. Mas –históricamente– la producción de una nueva cultura ha demostrado ser un periodo más bien dilatado, tal que no se completa sino hasta que la clase social que la produce ya ha dejado atrás el cenit de su desarrollo político. La clase social emergente sólo consigue dar a luz a sus cumbres culturales sobre la base de su pleno desarrollo económico, y alcanzándolo prepara el ascenso de una nueva clase social antagónica, de modo que sus grandes obras son ya un legado para la posteridad; sus medios productivos y su ideología –exhaustos– comienzan a oprimir el modo de vida de su sucesora. De hecho, “…la burguesía no sólo se desarrolló materialmente en el seno de la sociedad feudal, uniéndose a ésta de mil maneras y apoderándose de la riqueza, sino que además se atrajo a los intelectuales, creándose así puntos de apoyo culturales (escuelas, universidades, academias, periódicos, revistas), mucho antes de apoderarse abiertamente del Estado.”[8] Así, el desarrollo de la cultura proletaria le parecía a Trotsky una empresa prematura, toda vez que la burguesía había sometido al proletariado a privaciones tremendas, lo mismo en el orden material como en el espiritual, y más aún en medio de una confrontación todavía inconclusa, pues “…la dictadura del proletariado no es la organización económica y cultural de una nueva sociedad, sino un régimen militar revolucionario en lucha para instaurar esa organización.”[9]
Trotsky ponderaba que la auténtica tarea artística de la revolución socialista a comienzos del s.XX consistía en la apropiación del proletariado del arte heredado por la sociedad burguesa y la aristocracia, pues no existía una perspectiva franca en la que pudiera proyectarse la consolidación de un arte proletario, cuando la revolución internacional era una tarea pendiente e impostergable para el triunfo del socialismo. “Pero se puede objetar: fueron precisos milenios para crear el arte de la sociedad esclavista y sólo siglos para el arte burgués; ¿por qué, entonces no habrían de bastar unas décadas para el arte proletario?”[10] Sin embargo, a diferencia de todas las revoluciones anteriores, la revolución proletaria significa –en virtud de la propia constitución de la producción capitalista moderna– la abolición de todas las diferencias de clase, y la abolición de las mismas representa también la abolición de cualquier forma de gobierno; el marxismo concibe al Estado obrero como un semi-Estado cuyo propósito histórico es desaparecer. “Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.”[11] El socialismo será una transición de vuelta a la primitiva sociedad sin clases, a partir de un desarrollo económico incomparablemente superior: un regreso al comunismo –no fundado en la escasez, sino de la abundancia– que suprimirá las ataduras materiales de la libertad humana. Así, “…antes de superar la etapa de aprendizaje cultural el proletariado habrá dejado de ser proletariado.”[12]
“La burguesía llegó al poder habiendo dominado plenamente la cultura de su tiempo. El proletariado, por su parte, llega al poder poseyendo sólo una aguda necesidad de dominar la cultura.”[13] La aspiración de los artistas vanguardistas soviéticos de producir un paradigma artístico enteramente nuevo era, en este sentido, desproporcionada y estaba todavía enmarcada en el contexto del pensamiento burgués. Si bien, todavía se le puede calificar de revolucionaria en el sentido político, pues la orientación de su ejercicio les vinculaba significativamente con las necesidades sociales, y en el sentido de la innovación formal, pues desarrollaron en un entorno auspicioso –durante algunos años– las proposiciones del arte vanguardista europeo. En los términos del materialismo histórico, una cultura revolucionaria lo será en una forma muy concreta, al servicio de la socialización de la cultura heredada; ésta “…reside en que no será aristocrática, para una minoría privilegiada, sino que será una cultura de masas, universal, popular.”[14] Si la intención de producir un arte proletario a partir de proposiciones formales fue el resultado honesto del desarrollo de la vanguardia artística moderna, en la órbita de una revolución socialista, y la expresión genuina de una sociedad que daba un salto repentino en el perfeccionamiento de su cultura material y espiritual, ella misma estaba atada al destino de la vanguardia política y enfrentó una rápida decadencia ante el avance de la contra-revolución. “Expresiones como “literatura proletaria” y “cultura proletaria” son peligrosas, porque comprimen erróneamente el porvenir cultural dentro de los estrechos límites actuales; falsean la perspectiva, no respetan las proposiciones, no respetan las medidas y cultivan la peligrosísima arrogancia de los pequeños círculos.”[15]
Tal pareciera que no pocos artistas revolucionarios –los creadores del arte proletario– contaban con alcanzar las escalas del futuro montados sobre la ola de la revolución. De una forma similar a lo que ocurrió con los militantes más atrasados del movimiento político revolucionario, los artistas que no quisieron encontrar un final trágico trataron de encontrar su nicho entre las filas del arte oficial (censurados por el estalinismo); otros fueron barridos por el desencanto y por la represión política. La excitante promesa de ser parte de la aurora de una nueva era en la Historia del Arte se desvaneció en el aire. Esta desmoralización –comprensible– cundió tanto más hondamente donde la comprensión del movimiento histórico era más mecánica y superficial. “Es imposible encontrarle salida a este atolladero por los medios del propio arte. […]. El arte no puede ni salir de la crisis ni mantenerse al margen. No puede salvarse solo. Perecerá inevitablemente […] si la sociedad contemporánea no logra transformarse. El problema tiene, pues, un carácter totalmente revolucionario.”[16] Como si el movimiento artístico revolucionario confiara sólo en sus propios medios, asumió como suya exclusivamente la responsabilidad de operar un renacimiento unilateral de toda la cultura. La pretensión de ofrecer a las masas trabajadoras un arte del todo nuevo habría enmascarado la desconfianza velada de los artistas en la capacidad del pueblo revolucionario para adueñarse de la cultura heredada. Pero aun con toda su vivaz radicalidad, el movimiento del arte revolucionario sobre-estimaba su propia fuerza y sus alcances, como si no se percatase de que el impulso vital que lo alimentaba era dependiente de un movimiento superior en el orden de la Historia, que lo subsumía; como si aún arrastrara consigo la herencia del idealismo, encarnado en su fe irreductible en su independencia.
El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a las alturas que sólo genios solitarios habían alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura. [17]
[8] Trotsky, León, “Cultura proletaria y arte proletario”, Sobre arte y cultura, segunda edición, traducido por S. Alonso et. al. (Madrid: Alianza Editorial, 1973), 104.
(Managua, 9 de diciembre de 1948) poeta, novelista y activista nicaragüense.
La poesía es un tipo de discurso, pero no cualquier discurso, es uno radical, que transgrede y evidencía las limitaciones del lenguaje escrito, por lo que busca configurar imágenes con palabras y para esto la polisemia es bastante útil. En está ocasión compartimos algo de Gioconda Belli, quien además de poeta fue militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) donde ocupó un cargo en la comisión política. Sus poemas transgreden no sólo al tradicional lenguaje, sino que incluso deja diferentes posiciones al respecto de lo que ella plantea debe ser el feminismo, y la lucha de la mujer. Su obra va construyendo la propia identidad femenina en su proceso de concientización feminista, que lucha por inscribirse como sujeto social y discursivo dentro de contextos claramente patriarcales.
Fanny casillas
Huelga
Quiero una huelga donde vayamos todos. Una huelga de brazos, piernas, de cabellos, una huelga naciendo en cada cuerpo.
Quiero una huelga de obreros de palomas de choferes de flores de técnicos de niños de médicos de mujeres.
Quiero una huelga grande, que hasta el amor alcance. Una huelga donde todo se detenga, el reloj las fábricas el plantel los colegios el bus los hospitales la carretera los puertos.
Una huelga de ojos, de manos y de besos. Una huelga donde respirar no sea permitido, una huelga donde nazca el silencio para oír los pasos del tirano que se marcha.
Gioconda Belli.
Nueva tesis feminista
¿Cómo decirte
hombre
que no te necesito?
No puedo cantar a la liberación femenina
si no te canto
y te invito a descubrir liberaciones conmigo.
No me gusta la gente que se engaña
diciendo que el amor no es necesario
-‘témeles, yo le tiemblo’
Hay tanto nuevo que aprender,
hermosos cavernícolas que rescatar,
nuevas maneras de amar que aún no hemos inventado.
A nombre propio declaro
que me gusta saberme mujer
frente a un hombre que se sabe hombre,
que sé de ciencia cierta
que el amor
es mejor que las multi-vitaminas,
que la pareja humana
es el principio inevitable de la vida,
que por eso no quiero jamás liberarme del hombre;
lo amo
con todas sus debilidades
y me gusta compartir con su terquedad
todo este ancho mundo
donde ambos nos somos imprescindibles.
No quiero que me acusen de mujer tradicional
pero pueden acusarme
tantas como cuantas veces quieran
de mujer
El hombre que me ame
El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer la que anida en mí,
la golondrina
transparente de la ternura.
II
El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
con que yo estaré al lado suyo.
III
El amor del hombre que me ame
será fuerte como los árboles de ceibo,
protector y seguro como ellos,
limpio como una mañana de diciembre.
IV
El hombre que me ame
no dudará de mi sonrisa
ni temerá la abundancia de mi pelo
respetará la tristeza, el silencio
y con caricias tocará mi vientre como guitarra
para que brote música y alegría
desde el fondo de mi cuerpo.
V
El hombre que me ame
podrá encontrar en mi
la hamaca para descansar
el pesado fardo de sus preocupaciones
la amiga con quien compartir sus íntimos secretos,
El inglés cuenta con por lo menos 250.000 vocablos – aunque algunas estimaciones sugieren un número mucho mayor – un millón o más (según el estudio elaborado por Global Language Monitor, en enero de 2014 y el estudio más reciente realizado por Google y Harvard). Sea cual sea la cifra real, está claro que el inglés tiene más palabras que cualquier otra lengua europea. Este es el resultado de su peculiar evolución histórica.
William Shakespeare – Photo: Public DomainEn los últimos mil años, el inglés ha cambiado más que cualquier otra lengua europea. El anglosajón, del que deriva el inglés, pertenecía a las lenguas germánicas, relacionadas con el holandés, el alemán y las lenguas habladas en los países escandinavos. Si retrocedemos unos siglos atrás, al inglés hablado antes de 1066, leer el poema épico anglosajón Beowulf resultaría tan incomprensible para la mayoría de hablantes del inglés moderno como el griego homérico, como dejan ver estas primeras líneas:
“Hwaet! Wé Gardena en géardagum þéodcyninga Thrym gefrúnon hú dA æþelingas Ellen fremedon”
“¡Oíd! Yo conozco la fama gloriosa
que antaño lograron los reyes
daneses, los hechos heroicos de
nobles señores”.
Después de la conquista normanda, en 1066, el francés normando se convirtió en la lengua de la clase dominante, siendo el latín la lengua culta y de la Iglesia. Pero la población continuó hablando el dialecto anglosajón del alemán. Una característica curiosa del inglés es que utilizamos una palabra para un tipo particular de carne y otra completamente diferente para el animal de donde procede. En todos los casos, la palabra para la carne es francesa, mientras que la que designa al animal es alemana, como en los siguientes ejemplos:
Animal (Alemán) o [IA*] | Carne (Francés)
—————————————————
Vaca (Cow / Kuh) | de vacuno (Beef / Boeuf)
Becerro (Calf / Kalb) | de ternara (Veal / Veau)
Cerdo (Swine / Schweine) | de cerdo (Pork / Porc)
Oveja (Sheep / Schaf) | de cordero (Mutton / Mouton)
[*Inglés Antiguo, se refiere a la forma del inglés hablado alrededor de 500-1100 dC]
Este es un claro ejemplo de la base de clase del inglés, ya que los campesinos que hablaban anglosajón conocían a los animales muy bien, pero casi nunca comían carne, mientras que los señores normandos, que hablaban francés, estaban familiarizados con el animal solamente cuando venía servido en un plato. A día de hoy, el inglés hablado por los trabajadores contiene una mayor proporción de palabras de origen germánico, mientras que las “clases cultas” utilizan una mayor proporción de palabras de origen francés o latino.
Hay en el inglés moderno incluso una especie de “acento de clase alta” que, si bien no es muy singular, es sin duda mucho más pronunciado en inglés que en otras lenguas. El idioma de los que “hablan refinado” o de los que “hablan con canicas en la boca” ofende a los oídos de la mayoría de las personas, produciendo más o menos el mismo efecto desagradable que el del zumbido de un torno de dentista. Aunque no se comprenda el por qué, a la gente común le suena completamente ajeno – de hecho lo es. Es un eco lejano de los tiempos en que la clase alta hablaba un idioma diferente, extranjero.
Durante un largo período, gran número de palabras procedentes del francés y del latín entraron en la lengua. Esto explica que el inglés posea un vocabulario mucho mayor que cualquiera de las lenguas germánicas o románicas, como el francés, español o italiano. La fusión del inglés (anglosajón) con el francés (normando), que se produjo a finales del siglo XIV, hizo del inglés no sólo un idioma singular y rico, sino también un animal híbrido bastante extraño que desafía toda lógica.
La naturaleza compleja y francamente ilógica de la ortografía inglesa, que ha llevado a generaciones de estudiantes extranjeros (y también a nativos de habla inglesa) a la confusión, es la consecuencia inevitable de la fusión de dos lenguajes completamente diferentes. Pero el resultado es un vocabulario maravillosamente rico, que permite numerosos matices y juegos de palabras difíciles, cuando no imposibles, de lograr en otros idiomas.
Esta metamorfosis alcanzó su expresión más perfecta en Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer – la primera verdadera obra maestra de la literatura inglesa. Pero el lenguaje de Chaucer era una etapa de transición. Todavía no era inglés moderno.
Incluso las personas cultas tendrían problemas para entender las primeras líneas de esta obra:
“Whan that Aprille with his shoures soote The droghte of Marche hath perced to the roote, And bathed every veyne in swich licour,
Of which vertu engendred is the flour […]”.
Aunque se acerca mucho más al inglés moderno que la lengua del poema Beowulf, muy pocas personas de habla inglesa serían capaces de leer hoy las obras de Chaucer en el idioma original.
Un lenguaje de transición
El periodo en el que vivió Shakespeare fue un período de cambio fundamental en la evolución de la lengua inglesa, que aún estaba en su etapa de formación. El inglés, como se ha dicho, era una lengua muy reciente entonces. No hacía mucho tiempo atrás todavía era la lengua de las clases bajas; las clases altas hablaban francés, mientras que la lengua común de los hombres que atesoraban el conocimiento no era el inglés, sino el latín.
Fue en el transcurso del siglo XVI cuando el inglés alcanzó realmente la mayoría de edad. Fue un momento de florecimiento de la literatura y la poesía en Inglaterra sin parangón y, posiblemente, la lengua inglesa no haya vuelto a experimentar tal esplendor desde entonces. Fue como si el inglés hubiera sido arrojado de repente a un crisol gigantesco en el que se mezclaron palabras de muchos otros idiomas, y se transformaron mediante una extraña alquimia.
En ese momento, el inglés era un idioma muy flexible y maleable, como la lava que fluye libremente después de una erupción volcánica. El propio Shakespeare jugó un papel importante en el desarrollo del inglés en esta etapa formativa. Dr. Jonathan Hope, uno de los críticos de Shakespeare, comenta lo siguiente: “[Shakespeare] escribió durante un período transitorio para la gramática inglesa cuando había una gama de opciones gramaticales abiertas para los escritores”.
Al igual que un alfarero habilidoso moldea la arcilla fresca en su torno, Shakespeare transformó esta materia prima maravillosa en algo nuevo y especial. Esto se refleja en la enorme riqueza del inglés de Shakespeare, una riqueza que nunca ha sido igualada, con la posible excepción de la Biblia del Rey Jacobo, que fue escrita casi al mismo tiempo. Shakespeare creó nuevas palabras y usó las viejas de una manera novedosa; según algunas estimaciones, inventó más de 1.700 de nuestras palabras comunes, transformando sustantivos en verbos y verbos en adjetivos, uniendo palabras para producir palabras nunca oídas anteriormente.
Entre las muchas palabras que inventó se encuentran las siguientes: ‘propicio’ (“auspicious”), ‘sin fundamento’ (“baseless”), ‘descarado’ (“barefaced”), ‘castigar’ (“castigate”), ‘estrépito’ (“clangour”), ‘con destreza’ (“dexterously”), ‘disminuir’ (“dwindle”), ‘santurrón’ (“sanctimonious”) y ‘perro guardián’ (“watchdog”). Además de estas nuevas palabras, Shakespeare fue también el autor de un gran número de expresiones y frases comunes, algunas de las cuales se han convertido en refranes. Éstos son sólo algunos de ellos:
All that glitters isn’t gold: “No es oro todo lo que reluce” (El mercader de Venecia): puede que las cosas que no sean tan buenas como parecen. Break the ice: “Romper el hielo” (La fierecilla domada): iniciar una conversación con diplomacia. Wear one’s heart on one’s sleeve: “Llevar el corazón en la manga” (Otelo): para expresar los propios sentimientos abiertamente. A laughing stock: “Un hazmerreír” (Las alegres comadres de Windsor): objeto de risa de otros. In a pickle: “Estar en un apuro” (La tempestad): estar en una situación incómoda de la que no se puede salir fácilmente. Fair play: “Juego limpio” (La tempestad): jugar respetando las reglas.
Algunos estudios recientes indican que algunas de estas frases pudieron haber estado en uso antes de Shakespeare, aunque el primer uso registrado se encuentra en sus escritos. Estos estudios aceptan que, de todos modos, Shakespeare creó muchos nuevos términos o dio un nuevo significado a las palabras antiguas. Nada de esto quita grandeza a la obra de Shakespeare. Y, en cualquier caso, la anterior lista de palabras y frases no hace justicia al genio de Shakespeare y a la forma maravillosa en que utilizó el inglés como vehículo único para su poesía. Es una especie de alquimia o magia difícil de analizar e imposible de imitar. Tomemos sólo un ejemplo, la palabra que Shakespeare inventó: “incarnadine” – es decir, ‘enrojecer/carmesí’.
En su obra, Macbeth, encontramos a Macbeth horrorizado por el asesinato de Duncan que acaba de cometer. La imaginería de Macbeth está dominada por dos colores – el negro y el rojo: la noche y la sangre. Después de asesinar a Duncan, su rey y pariente, Macbeth se queda paralizado por la visión de la sangre en sus manos, se da cuenta de que nunca podrá limpiársela. Más bien, enrojecerá todo el océano (“incarnadine”):
“[Llaman a la puerta dentro]
Macbeth:
¿Dónde llaman? ¿Qué me ocurre
que todo ruido me espanta? ¿Qué manos
son éstas? ¡Ah, me arrancan los ojos!
¿Me lavará esta sangre de la mano
todo el océano de Neptuno? No, antes esta mano
arrebolará el mar innumerable,
volviendo rojas las aguas.
Macbeth, Acto II, Escena II
Aquí Shakespeare toma una palabra ya existente con una raíz latina, carn-, en referencia a la carne y, por lo tanto, a sus derivados, al color carne. A partir de este concepto original inventa un nuevo verbo, “enrojecer”, que significa convertir algo en carmesí. Pero este tipo de análisis lingüístico – por muy interesante que sea- corre el riesgo de alejarnos del verdadero Shakespeare y la forma mágica en que utiliza el inglés. Lo que tenemos aquí es pura magia que desafía todas las definiciones.
El torrente interminable de términos, y las imágenes sorprendentes que éstos evocan, nos dan la impresión de un hombre completamente intoxicado con las palabras, las cuales combinó de la manera más original e inesperada en sus símiles y metáforas. La imagen del océano verde de Neptuno transformándose en un mar de sangre es tan sorprendente que trasciende cualquier análisis. Aquí y en toda la obra de Shakespeare, el todo es infinitamente mayor que la suma de sus partes.
La vida, el amor y la muerte en Shakespeare
En las obras de Shakespeare vemos la condición humana abordada desde todos los ángulos imaginables. Estos grandes temas de la vida, el amor y la muerte se tratan en una profundidad que tienen un carácter casi filosófico. En sus obras hay una cascada interminable de imágenes sorprendentes, que transmiten maravillosamente toda la extensión de las pasiones humanas y contienen en sí mismas la esencia destilada de la condición humana. Esto es lo que explica su atractivo universal.
Todos los aspectos esenciales de la experiencia humana están contenidos en las obras de Shakespeare. El rey Lear es una oscura tragedia sobre la vejez, llena de las más profundas percepciones psicológicas. La tragedia de Otelo es una obra magistral sobre el tema de los celos y la pasión en las relaciones entre hombres y mujeres. Las diversas etapas del devenir humano se resumen en uno de sus discursos más memorables, en Como gustéis:
“El mundo es un gran teatro,
y los hombres y mujeres son actores.
Todos hacen sus entradas y sus mutis
y diversos papeles en su vida.
Los actos, siete edades. Primero, la criatura,
hipando y vomitando en brazos de su ama.
Después, el chiquillo quejicoso que, a desgana,
con cartera y radiante cara matinal,
cual caracol se arrastra hacia la escuela.
Después, el amante, suspirando como un horno
y componiendo baladas dolientes
a la ceja de su amada. Y el soldado,
con bigotes de felino y pasmosos juramentos,
celoso de su honra, vehemente y peleón,
buscando la burbuja de la fama
hasta en la boca del cañón. Y el juez,
que, con su oronda panza llena de capones,
ojos graves y barba recortada,
sabios aforismos y citas consabidas,
hace su papel. La sexta edad nos trae
al viejo enflaquecido en zapatillas,
lentes en las napias y bolsa al costado;
con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas
para tan huesudas zancas; y su gran voz
varonil, que vuelve a sonar aniñada,
le pita y silba al hablar. La escena final
de tan singular y variada historia
es la segunda niñez y el olvido total,
sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.”
Como gustéis, Acto II, Escena VII
El tema del amor es tratado de forma muy conmovedora en Romeo y Julieta. Esta obra tuvo un profundo efecto no sólo en la literatura sino en la música. Inspiró una ópera en Gounod, un ballet en Prokofiev, una obra sacra en Berlioz y una famosa obertura en Chaikovsky. Pero Shakespeare expresa su faceta más lírica en las sencillas canciones de amor, como la cantada por el bufón en Noche de Reyes:
“Amada mía, ¿adónde vas?
Oye, tu amor se acerca ya
Con su alto y bajo son.
No, vida mía, no andes más,
Que siempre acaba el caminar
Cuando te encuentra el amor
Con el amor no hay un después:
Se goza y ríe a la vez;
Lo que venga, quien sabrá.
De nada sirve posponer;
Ven a besarme, lindo bien:
Siempre joven no serás.”
Noche de Reyes, Acto II, Escena III
Esta es la voz del amor de juventud en plena floración. Un tratamiento muy diferente recibe el amor en Antonio y Cleopatra. Aquí el tema de la pasión se presenta de forma exótica y sensual, completamente diferente al amor inocente de Romeo y Julieta. Cada línea en esta obra rezuma el perfume embriagador de Oriente. El discurso en el que Enobarbo describe la barcaza real de la reina Cleopatra es poesía en su grado más alto:
“Yo te cuento
El bajel que la traía, cual trono relumbrante,
Ardía sobre el agua: la popa, oro batido:
Las velas, púrpura, tan perfumadas que el viento
Se enamoraba de ellas: los remos, de plata,
Golpeando al ritmo de las flautas, hacían
Que las olas los siguieran más veloces,
Prendadas de sus caricias”.
Antonio y Cleopatra, Acto II, Escena II
Esta obra, como Romeo y Julieta, termina en tragedia; en muchas de las obras de Shakespeare la idea del amor se tiñe con la conciencia de que toda la existencia humana termina en la muerte. La idea de que todo lo que existe es perecedero está implícita en todas partes.
Sonetos
La mayor parte de la obra de Shakespeare se compone de obras de teatro. Sin embargo, también escribió poesía de muy alto nivel, especialmente los sonetos que forman un apartado propio. Son un conjunto de 154 sonetos, a través de los cuales se exploran temas como el amor, el sexo y la belleza, de una manera profunda y fluida. Probablemente fueron escritos en 1592, cuando el fuerte brote de peste bubónica obligó a cerrar los teatros – algo bastante común en aquellos tiempos.
Los sonetos, que eran ya una forma literaria tradicional en Italia, se hicieron populares en Inglaterra durante el período isabelino. Varios de los sonetos de Shakespeare siguen siendo muy populares hoy en día, sobre todo, el Soneto 18 (“¿A un día de verano compararte?”). Pero todos ellos son obras de excepcional belleza poética y profundidad filosófica. El tema principal que vertebra estos poemas es la fugacidad de la vida y del amor, y el paso del tiempo.
SONETO 60
“Tal cual ruedan las olas a la playa
Discurren hacia el fin nuestros minutos.
Cada cual reemplaza al precedente
Y todos en tropel van progresando.
La criatura en mar de luz nacida
Se arrastra a la adultez, y es coronada
Por pérfidos eclipses que oscurecen
Las dádivas que antaño le dio el Tiempo.
El Tiempo transfigura cuanto ofrece
Y en las frentes más bellas abre grietas
Devora las rarezas de Natura
Y el filo de su hoz lo siega todo”.
Hay pocos ejemplos poéticos, que de forma tan trascendente y fluida, describan el proceso de la vejez como en el soneto 73, comparándola con la llegada del otoño:
SONETO 73
“En mí ves esa época del año
Cuando hojas mustias, pocas o ninguna,
Con el frío tiritan en las ramas,
Capillas derruidas y sin cantos.
En mí ves el crepúsculo del año,
Cuando el sol agoniza en Occidente
Y la noche lo cubre muy despacio,
Segunda muerte, sello de reposo.
En mí ves los fulgores del rescoldo
Que dormita en las jóvenes cenizas
Como en lecho de muerte, consumido
Por lo que antes sirvió para avivarlo.
Esto ves, y tu amor se fortalece
Pues pronto perderás, lo que ahora amas.”
Incluso aquí, en los versos más íntimos, reconocemos el eco de la época turbulenta en la que vivió Shakespeare. El verso “capillas derruidas y sin cantos” se refiere a la campaña protestante de destrucción de conventos y monasterios. Ésta es una imagen llamativa de la inestabilidad de todas las cosas de la naturaleza y la sociedad, un tema particularmente recurrente en estos sonetos.
Desconozco si se ha escrito algo parecido al efecto devastador que produce el oscuro nihilismo del siguiente pasaje de Macbeth, cuando al ser informado de la muerte por suicidio de su esposa, reflexiona sobre la inutilidad de la existencia humana:
“Mañana, y mañana, y mañana
se arrastra con paso mezquino día tras día
hasta la sílaba final del tiempo escrito,
y la luz de todo nuestro ayer guió a los bobos
hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate, breve llama!
La vida es una sombra que camina, un pobre actor que
en escena se arrebata y contonea
y nunca más se le oye. Es un cuento
que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia,
que no significa nada.”
Macbeth, Acto V, escena V
Durante los diez últimos años de su vida, Shakespeare escribió Cimbelino, El cuento de invierno y la genial obra, La tempestad, obras de teatro de un tono más serio, incluso sombrío, que las comedias de la década de 1590. A diferencia de las tragedias, sin embargo, estas obras terminan con la reconciliación y el perdón. Esta es la voz de la vejez, cuando las tormentas de la vida se van amainando, y los hombres y mujeres pueden mirar hacia atrás en su vida, no con ira, sino con una visión filosófica.
En 1616, Shakespeare cambió su testamento tras verse deteriorada su salud y sintiendo que el final estaba cerca. Su único hijo había muerto en 1596, por lo que Shakespeare dejó la mayor parte de sus bienes a sus dos hijas y una donación de dinero para su hermana, socios, amigos, y los pobres de Stratford. Un detalle curioso es el hecho de que a su esposa Anne le legó la “segunda mejor cama” de la familia.
Murió en Stratford-upon-Avon un mes más tarde, supuestamente el 23 de abril de 1616, en su 52 cumpleaños y, también, coincidiendo con el día de San Jorge –el santo nacional de Inglaterra. En realidad, la fecha exacta de la muerte de Shakespeare se desconoce. Se dedujo a partir de un registro de su entierro dos días después, el 25 de abril de 1616, en la iglesia de Santa Trinidad. En su tumba se talló una bolsa de grano para representar la ocupación tradicional de su familia.
No se conoce la causa exacta de su muerte ya que no hay relatos de la época sobre la misma. Había hecho su testamento un mes antes de su muerte, en el que decía estar en “perfecto estado de salud.” Cincuenta años después, el vicario de Stratford-Upon-Avon afirmó que Shakespeare murió de una fiebre contraída después de un “feliz festejo”, en el que “bebió demasiado”.
Un programa reciente de la BBC dedicó su investigación a la tumba de Shakespeare. Como era de esperar, no reveló absolutamente nada. Su testamento, lejos de arrojar luz, añade más misterio. ¿Por qué, por ejemplo, dejó a su esposa su “segunda mejor cama”? Nunca lo sabremos, pero con mucho gusto dejamos estos asuntos a otras personas con tiempo que perder.
Siete años después de su muerte, se publicó una selección de textos de Shakespeare. Ésta fue, con mucho, la versión más completa de su obra. Fue compilada por sus amigos John Heminges y Henry Condell. Contenía 36 obras de teatro, incluyendo 18 inéditas. Es aquí, no bajo las losas de piedra de la iglesia de la Santa Trinidad, donde podremos encontrar la verdad sobre Shakespeare. Representan el verdadero monumento de Shakespeare: ¡un monumento colosal!
El genio de Shakespeare
“¡Vaya! Se apoya sobre el mundo estrecho
Cual coloso.”
Julio César, Acto I, Escena II.
Si uno se limita a examinar la trama y el contenido de Hamlet o Macbeth, no parecen ser diferentes al tipo de dramas sangrientos que precedieron a las obras de Shakespeare. Pero no estaríamos entendiendo nada. Lo que insufla tanta vida a estas obras no es el tema, sino la poesía de su lengua, que crea una especie de magia, difícil o, incluso, imposible de explicar.
Sorprende pensar que todas sus obras están escritas en verso, de un nivel poético que ningún otro poeta inglés ha logrado posteriormente. Casi cada uno de sus versos contiene un tesoro escondido. Como éste de Macbeth (Acto I, Escena II): Ross acaba de venir del campo de batalla donde Macbeth ha derrotado al ejército vikingo. Cuando se le pregunta de dónde viene él responde:
“Donde las banderas noruegas se mofan del cielo y con su soplo escalofrían a nuestra gente.”
En estas pocas palabras, uno puede sentir el soplo del gélido viento y escuchar el aleteo de las banderas vikingas, gracias al hábil uso de la aliteración. Pequeños detalles como éstos son el sello distintivo de un verdadero poeta.
Más adelante en la misma obra, una enloquecida Lady Macbeth, recuerda con horror la escena del asesinato de Duncan:
“¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera digo! – La una, las dos; es el momento de hacerlo. – El infierno es sombrío. ¡Cómo, mi señor! ¿Un soldado y con miedo? ¿Por qué temer que se conozca si nadie nos puede pedir cuentas? – Mas, ¿quién iba a pensar que el viejo tendría tanta sangre?.”
La naturaleza espantosa del asesinato se expresa en unas simples palabras:
“Mas, ¿quién iba a pensar que el viejo tendría tanta sangre?”
Este dominio de las palabras se asemeja al boceto de un gran pintor, quien con unas pocas pinceladas hábiles, es capaz de transmitir con precisión la esencia de su tema. Aquí vemos un fuerte contraste entre una fría, calculadora e insensible Lady Macbeth, que asegura a su marido que “un poco de agua nos lava del hecho” (Acto II, Escena II), y la posterior Lady Macbeth (Acto V, Escena I), enloquecida por sus pesadillas, que llora de desesperación:
“Aún queda olor a sangre. Todos los perfumes de Arabia no darán fragancia a esta mano mía.”
En Enrique IV, primera parte, Shakespeare describe una conversación imaginaria entre el galés Owen Glendower y el rebelde inglés Hotspur. Hay un contraste total entre los dos: el galés es orgulloso, político, místico y supersticioso; el inglés (del norte) es valiente, tenaz, prosaico, poco imaginativo y completamente impresionado por las fantasías de Glendower:
“GLENDOWER
Yo puedo evocar los espíritus del fondo del abismo.
HOTSPUR
También lo puedo yo y cualquier hombre puede hacerlo;
Falta saber si vienen, cuando los llamáis.”
Enrique IV, primera parte, Acto III, Escena I
El contraste total entre el carácter celta y anglosajón se consigue gracias a un agudo cuidado por el detalle y un irónico sentido del humor.
Un poeta de todos los tiempos
“Él no era de una época, sino de todos los tiempos.” (Ben Jonson sobre Shakespeare)
Un escritor contemporáneo de Shakespeare, Robert Greene, criticó a Shakespeare, cuando éste ya era famoso, de ser “un mero actor que creía que sabía escribir”. Greene no fue el único que no tuvo en cuenta el genio de Shakespeare. Durante mucho tiempo después de su muerte estuvo subestimado. Marx escribió: “Una singularidad de la tragedia inglesa, tan repulsiva para con los sentimientos franceses que Voltaire solía llamar a Shakespeare un borracho salvaje, es su peculiar mezcla de lo sublime y lo básico, lo terrible y lo ridículo, lo heroico y lo burlesco.”
Para nosotros, hoy en día, estos juicios parecen simplemente ridículos. El genio de Shakespeare es universalmente reconocido y ha dejado una marca indeleble en el mundo. Sin embargo, la extrema escasez de información acerca de su vida, incluso ha dado lugar a la especulación de que sus obras podrían no haber sido escritas por él en absoluto, sino por otra persona. Se ha atribuido a Marlow, Bacon e, incluso, a otros candidatos menos probables, la autoría de las obras de Shakespeare
Las pruebas presentadas para justificar tales teorías son extremadamente inconsistentes, por lo que no hace falta tenerlas en cuenta. Sin embargo, los defensores de las teorías conspiratorias son extremadamente persistentes y recurren a los argumentos más increíblemente complicados para probar su teoría. Algunos de ellos incluso han intentado demostrar que hay mensajes secretos ocultos en el texto de las obras, que supuestamente apuntan a la identidad del autor “real”.
El porqué este misterioso autor “real” tendría que haber llegado a tales extremos para revelar su identidad al público, en lugar de simplemente revelarse a sí mismo, es difícil de contestar. La naturaleza ridícula de estas afirmaciones fue expuesta de manera muy eficaz cuando se señaló que uno de los Salmos de la Biblia comienza con la palabra “Shake” y termina con la palabra “spear”, demostrando con ello ¡que Shakespeare era el verdadero autor de la Biblia!
Cuatro siglos han pasado desde la muerte de William Shakespeare y, desde entonces, ningún escritor lo ha superado en imaginación, poesía y profundidad psicológica. Su contemporáneo y rival, el dramaturgo Ben Jonson dijo: “Él no era de una época, sino de todos los tiempos”. Y esa es la verdad.
La influencia de Shakespeare en la literatura mundial es indiscutible. Pero va mucho más allá del ámbito literario. El Libro Guinness de los Récords enumera más de 400 adaptaciones cinematográficas de las obras de Shakespeare, convirtiéndose en el autor más filmado de todos los tiempos. Ha tenido una gran influencia en una amplia gama de formas artísticas, desde la pintura hasta la escultura o el cine.
Entre las versiones cinematográficas, se encuentran las destacadas Enrique V, Hamlet y Ricardo III, de Laurence Olivier; Trono de sangre, de Akira Kurosawa; Romeo y Julieta, de Franco Zeffirelli, y una versión rusa impresionante de Hamlet, traducida magistralmente por Boris Pasternak, e interpretada por el gran actor soviético, Innokenty Smoktunovsky, como príncipe Hamlet. Leonard Bernstein también refundió Romeo y Julieta en un contexto sorprendentemente moderno en su musical West Side Story.
Las palabras del poeta de Avon con frecuencia hacen acto de presencia en los discursos y escritos de los políticos. Lenin se refirió a los políticos democráticos burgueses del gobierno provisional, como “esos cobardes, parlanchines, narcisos presumidos y pequeños Hamlets [blandiendo] sus espadas de madera”. El movimiento de huelga generalizada que se produjo durante el invierno de 1978 a 1979, en Gran Bretaña, fue bautizado como “el invierno del descontento”, citando (o más bien citando erróneamente) las primeras famosas palabras de Ricardo III.
Shakespeare fue uno de los autores favoritos de Marx, junto con Homero, Dante y Cervantes. La hija de Marx, Eleanor, recordaba así: “En cuanto a Shakespeare, era la Biblia de nuestra casa, siempre entre nosotros. A los seis años, me sabía cada una de las escenas de Shakespeare de memoria”. La gran admiración de Marx por Shakespeare no es sorprendente.
En mi opinión, William Shakespeare es probablemente el escritor más grande que jamás haya existido. Personalmente, creo que el único escritor capaz de acercarse a su genio poético, fue Dante Alighieri, cuya Divina Comedia fue compuesta en la Baja Edad Media. En esto, por supuesto, hay un gran elemento subjetivo. Otros grandes escritores pueden merecer el mismo título de grandeza. Sin embargo, sería difícil encontrar otro escritor en la literatura mundial que haya tenido un gran impacto en el mundo del arte, la literatura y la música como Shakespeare.
¿Se podrían alcanzar tales niveles en el futuro? ¿O deberíamos llegar a la conclusión de que fue un fenómeno único, irrepetible? Por supuesto, jamás podrá haber otro Shakespeare, al igual que no puede haber otro Aristóteles o Rembrandt. Cada uno hizo su propia contribución única a la cultura humana, de acuerdo con el periodo en el que vivieron. Y puesto que no se repetirán esas condiciones específicas, el tipo de obra artística y filosófica que surgió de ellas tampoco se podrá repetir exactamente de la misma manera.
En el curso de la historia humana, en un período de miles de años, ha habido muy pocos genios como Shakespeare, Beethoven, Hegel, Marx o Einstein. Pero es imposible no deducir que el potencial para el genio ha existido en la mente de millones de personas que se vieron obligadas a una vida de servidumbre, siempre aisladas del mundo de la cultura, el arte y la ciencia. Trotsky preguntó una vez lo siguiente: “¿Cuántos Aristóteles están cuidando cerdos? ¿Y cuántos porqueros están sentados en tronos?”.
Shakespeare fue el producto de una época revolucionaria, una época de transición que abrió nuevas perspectivas para la raza humana, amplió sus horizontes y elevó su imaginación a nuevas alturas. Pero las revoluciones también tendrán lugar inevitablemente en el futuro. Y la mayor revolución de todas consistirá en la emancipación de la raza humana de la esclavitud capitalista, la opresión y la explotación. En el socialismo, por primera vez, cada hombre y mujer se verá libre para desarrollar cualquier talento potencial que lleve dentro.
El socialismo abrirá la puerta al arte, la ciencia y el gobierno, que ha sido el monopolio de unos pocos privilegiados desde hace miles de años. La reducción de la jornada laboral a una mínima expresión permitirá a los hombres y mujeres dedicar tiempo a su propio desarrollo. Por supuesto, no todo el mundo puede convertirse en un Shakespeare o un Einstein. Pero podemos estar seguros de que, de entre los miles de millones de personas a los que se les ha negado el acceso a la cultura y la civilización, surgirán nuevos genios en muchos campos.
Veremos el surgimiento de nuevos Shakespeares, Beethovens o Rembrandts, y una explosión de la cultura, el arte y la música como nunca se ha visto en la historia anterior. Se expresarán con una nueva voz, que reflejará las nuevas condiciones, y resonará en los corazones y en las mentes de los hombres y mujeres, al igual que hizo Shakespeare hace cuatro siglos. Los Shakespeares del futuro aún estar por nacer. Pero tenemos todas las razones para esperar y creer que los escritores y artistas del futuro alcanzarán nuevas alturas, que eclipsarán todos los maravillosos logros del pasado.
La época de Shakespeare fue también la época de Maquiavelo. Ese brillante filósofo italiano fue el primer hombre en explicar que la conquista y el mantenimiento del poder político no tienen nada que ver con la moral. El propio Estado es violencia organizada y la toma del poder del Estado sólo puede llevarse a cabo por medios violentos. Los moralistas han criticado al filósofo italiano muy duramente, pero la historia ha demostrado la solidez de su análisis.
En las obras de Shakespeare; en particular, sus obras históricas, tenemos una elocuente descripción literaria de lo que Maquiavelo expone en su filosofía política. Las obras históricas dan cuenta de las luchas de poder que culminaron en lo que se conoce como la “Guerra de las Dos Rosas” (por cierto, gracias a Shakespeare). Una lucha por el poder –en este caso, el poder monárquico- a través de intrigas, puñaladas por la espalda, traición y asesinato.
Hablamos de un mundo en el que la violencia y la traición eran las herramientas normales del comercio de las políticas monárquicas. El sistema feudal se venía abajo y el capitalismo comenzaba a echar raíces. La vieja aristocracia se debilitaba y era aniquilada físicamente por un largo y sangriento conflicto. Dicha guerra fue un conflicto sin sentido entre dinastías rivales, caracterizado por la extrema violencia y el vandalismo en la búsqueda del poder. Dos bandos de magnates ladrones luchando a brazo partido, bajo la estrecha vigilancia de un Richard Warwick, verdadero poder en la sombra entre ambos rivales. Durante treinta y dos años, los nobles de Inglaterra se mataron uno a otros sin piedad.
Esa amarga lucha por el trono inglés jugó un papel importante en el debilitamiento del orden feudal en Inglaterra. Al final, ambas Casas –York y Lancaster– quedaron exhaustas. Eduardo IV (1461-1483), de la casa de York, fue sucedido por su hermano Ricardo, lo que fue descrito con notoriedad por Shakespeare en su obra Ricardo III. En esta obra, Shakespeare describe cómo el Duque de Clarence fue acuchillado y luego ahogado en un barril de vino a las órdenes de su hermano, Ricardo, duque de Gloucester, más tarde Ricardo III. Enrique VI fue asesinado en la cárcel, probablemente por el propio Ricardo. Estos eran los métodos habituales que la nobleza de Inglaterra utilizaba en la Época de la Caballería.
Es un ejemplo de “la brutal manifestación de fuerza de la Edad Media”, a la que se refiere Marx en el Manifiesto Comunista. Estas guerras civiles asesinas terminaron finalmente con la muerte de Ricardo III, el último rey de York, en Bosworth, en 1485. El resultado fue el surgimiento de una nueva dinastía fundada por el aventurero galés, Enrique Tudor.
Los Tudor alentaron el desarrollo del comercio, la industria y la naciente burguesía. Pero la nueva dinastía era inestable, sus fundamentos jurídicos muy precarios. Tanto Enrique VII como su hijo, Enrique VIII, protagonizaron conspiraciones y revueltas que, de nuevo, amenazaban con empujar a Inglaterra a la guerra civil. Por esta razón, la mayoría de las clases altas y las clases medias se mostraron fervientemente leales a Isabel I, que parecía interponerse entre ellas y el retorno al caos que temían.
Fue una época de gran inseguridad, en la que las conspiraciones, intrigas políticas y la rebelión siempre estuvieron en el aire. El gran contemporáneo de Shakespeare, Christopher Marlowe, que había ganado gran popularidad y éxito con obras como El Judio de Malta y Tamerlán, fue asesinado en una pelea de bar, al parecer debido a las sospechas de ser un espía.
La propia Isabel I vivió en un estado permanente de ansiedad, temiendo ser asesinada a manos de los católicos descontentos o de los agentes españoles. Su persona era vigilada por una vasta red de espías e informadores bajo el siempre vigilante Walsingham, uno de sus ministros más fieles. Hay un retrato de Isabel pintado en su vejez. Su cara aparece muy maquillada, de blanco, con el fin de ocultar la fea realidad de su rostro. Está vestida con magníficas sedas y satenes y cubierta de joyas de incalculable valor.
Sin embargo, una observación más cercana revela un detalle curioso y bastante macabro. Su vestido está decorado con ojos y oídos humanos. El significado queda perfectamente claro: “Mis ojos y oídos están en todas partes. Veo lo que estás haciendo, escucho lo que susurras, puedo leer tus pensamientos más íntimos y penetrar en los secretos de tu corazón y de tu alma”. En una palabra: La gran hermana te está mirando.
En ninguna parte se describe mejor este peculiar mundo de intrigas, conspiraciones y asesinatos como en Julio César. Aquí la psicología que impulsa a los políticos ambiciosos es diseccionada con la precisión de un cirujano experto. Julio César es otra historia de intriga maquiavélica y puñaladas por la espalda (literalmente), que transmite fielmente la esencia de la vida política, no sólo al final de la República romana, sino en cualquier otro período de la historia, sobre todo el nuestro.
Mirando a su alrededor en las caras de sus futuros asesinos, César comenta con un irónico sentido del humor:
“Haz que me rodee Gente obesa y peinada y que no vele.¡Qué flaco! ¡qué famélica aparienciaEs la de Casio! Por demás cavila,
Y tales hombres son muy peligrosos”.
Antonio intenta tranquilizarlo:
“No es peligroso, no le temas, César;Es un honrado Romano y bien dispuesto”.Pero César no se deja engañar, respondiendo:
“¡Más grueso lo quisiera! Mas ¡no importa!”
(Julio César, Acto I, Escena II)
En Enrique VI, el Duque de Gloucester (el futuro rey Ricardo III) dice:
“Porque, puedo sonreír, y asesinar mientras sonrío,Y llorar ‘satisfecho’ por lo que aflige mi corazón,Y mojar mis mejillas con lágrimas artificiales,
Y cambiar de rostro según la ocasión”.
(Enrique VI, Tercera Parte, Acto III, Escena I)
En estas breves líneas tenemos la esencia destilada de lo que ahora llamamos maquiavelismo. Es un eco escalofriante de las palabras puestas en boca de Donalbain, en Macbeth: “Hay puñales en las sonrisas de los hombres”. En la misma obra, Duncan, meditando sobre la muerte del conde de Cawdor, pronuncia las siguientes palabras:
“No hay arte que descubrala condición de la mente en una cara.Él era un caballero en quien fundé
mi plena confianza”.
(Macbeth Acto I, Escena IV)
Todo ello es un fiel reflejo del espíritu de la época. A pesar de su brillante apariencia externa, el mito de la “feliz Inglaterra” de la época isabelina fue sólo eso: un mito. Fue una época de inseguridad extrema, donde las tramas de asesinato siempre estuvieron presentes, los espías escuchando en cada esquina y en cada taberna, y el aire cargado de temor y sospecha.
Isabel I se impregnó de los hábitos de una mente característicamente maquiavélica. Pasó la mayor parte de su vida consumida por la sospecha y el miedo a ser asesinada. Se mostró completamente despiadada contra los enemigos reales o imaginarios. Un hombre bien podía obtener su favor, y encontrarse prisionero después en la Torre de Londres en espera de su ejecución.
Fue una oportunista, cuyos principios fundamentales se basaron en la supervivencia personal; sus creencias religiosas siempre quedaron en segundo lugar. Incluso en sus persecuciones, le faltó la convicción de su fallecido hermano, Eduardo VI, un fanático protestante, o la de su católica hermana María I, igualmente fanática. María I quemó en la hoguera a cientos de personas por considerarlas herejes, con el fin de salvar sus almas. Isabel I ahorcó o guillotinó, no para salvar almas, sino para protegerse a sí misma y servir a sus intereses y su trono.
La actitud de Shakespeare hacia la revolución
Las obras de Shakespeare nos pueden decir mucho sobre la vida de finales del sigo XVI y principios del siglo XVII. Como se ha dicho, fue un momento de gran turbulencia política y social. Una de las obras de Shakespeare, en particular, jugó un importante papel en los acontecimientos políticos. La participación política –aunque fuera de forma indirecta- en la que Shakespeare se vio involucrado pudo haber terminado muy mal para él. Esto ocurrió hacia el final del reinado de Isabel I, ya anciana, en un momento en el que las especulaciones sobre su sucesión se agudizaban.
Por regla general, el mensaje de las obras históricas de Shakespeare es pro-monárquico y, en ese sentido, conformista. Por razones obvias, deseaba obtener los favores del monarca reinante, tanto de Isabel I como, más tarde, de Jacobo I. La razón de esto no era puramente pecuniaria. Shakespeare y su generación tenían todas las razones para temer la inestabilidad política. Su psicología se basaba en la experiencia de los últimos acontecimientos. El recuerdo de la “Guerra de las Dos Rosas” todavía estaba vivo en la mente de la gente.
Sin embargo, en varias de sus obras de teatro, Shakespeare da rienda suelta a ciertos pensamientos subversivos e, incluso, revolucionarios. Shakespeare era capaz de ver el mundo desde todos los ángulos imaginables. A pesar de que provenía de un entorno relativamente privilegiado, fue capaz de entender la miseria y el sufrimiento humano. Vivió en la época de inicios del colonialismo. Los europeos tuvieron contacto con personas de diferente color, religión y costumbres. El violento choque de culturas por lo general no tuvo un final feliz.
En La tempestad, la última obra de Shakespeare, nos encontramos con una sorprendente denuncia de la esclavitud colonial. Calibán es un ser monstruoso que vive en un estado de salvajismo, esclavizado por el mago Próspero, el personaje principal de esta obra. Este último está dotado de misteriosos poderes y es también una persona muy culta. Según algunos críticos, Shakespeare se representa a sí mismo en la figura de Próspero, en forma de poderoso hombre del Renacimiento. Sin embargo, Shakespeare pone en boca de Calibán un discurso que expresa de manera elocuente la revuelta del esclavo contra su amo:
“Me enseñaste a hablar, y mi provechoes que sé maldecir ¡La peste roja te lleve
por enseñarme tu lengua!”.
(La tempestad, Acto I Escena II)
El propio Londres era un lugar muy violento en esos días. Había frecuentes disturbios, principalmente de los aprendices pobres, que expresaban sus frustraciones en los ataques a los criados de los nobles, extranjeros y prostitutas. Tales perturbaciones eran consideradas por las autoridades de la ciudad como algo habitual de la vida cotidiana. Mucho más graves fueron los estallidos rebeldes en las zonas rurales. Estos fueron provocados por los cercamientos de las tierras comunales, zonas baldías y bosques, por parte de los codiciosos terratenientes y agentes de la Corona.
Dichas protestas populares contra los cercamientos fueron bastante comunes en la época de Shakespeare, sobre todo, en el período comprendido entre 1590-1610. Por lo general, consistieron en desgarrar setos y rellenar zanjas. Las mujeres y los niños participaron en estas acciones. Los disturbios en las pequeñas aldeas, que se hicieron muy frecuentes, se consideraron un delito menor. Pero en una escala más grande fueron castigados como traición. La revuelta más grande, conocida como la “Rebelión de Kett”, involucró a 16.000 campesinos. Kett murió en la cárcel. Tuvo suerte de no haber sufrido un destino peor.
La rebelión de Cade
Hay un desafío a la autoridad en Hamlet, Julio César y Ricardo II. Sin embargo, Shakespeare no era un revolucionario social. El mensaje de las grandes obras históricas de Shakespeare es precisamente éste: una advertencia contra el caos de la lucha civil –y la revolución. La única representación explícita de la revolución social en Shakespeare está contenida en la obra Enrique VI, Segunda parte.
Los hechos en los que se basa la obra son los siguientes. Durante el caótico reinado de Enrique VI, se produce una rebelión del campesinado, indignado por la cada vez más pesada carga de impuestos y otras medidas de opresión. En junio de 1450, un ejército de 20.000 rebeldes avanza desde el condado de Kent hacia Londres, bajo la dirección de un hombre que se hace llamar, John Cade, Este hombre, supuestamente un irlandés, derrotó a las fuerzas enviadas por el rey contra los rebeldes y mató a su comandante, Sir Humphrey Stafford.
En Enrique VI, Lord Say describe Kent de esta forma:
“El lugar mas civilizado de toda esta isla:Dulce país, porque lleno de riquezas;
Su gente liberal, valiente, activa, rica”.
Sin embargo, en la misma obra, los hombres de Kent se representan en términos negativos, como rebeldes sin sentido, desenfrenados, rebeldes contra la autoridad. Pero este juicio parece ser unilateral a la vez que injusto. Como era habitual en todos estos levantamientos durante la Edad Media, los rebeldes afirmaban estar luchando, no contra el rey, sino contra sus ministros, en concreto contra el tesorero real, Lord Say. Estas demandas fueron bien recibidas por la gente de Londres, así como por los soldados del ejército del rey. Éste terminó huyendo a la relativa seguridad de Kenilworth, desalentado de obtener una victoria.
Los temores de Enrique VI estaban bien fundados. A medida que los rebeldes se acercaban a la capital, el ejército del rey se desvanecía; sus soldados se negaban a luchar contra los rebeldes, quienes mantenían un nivel admirable de disciplina. Los rebeldes entraron en Londres sin resistencia, capturaron a Lord Say y Cromer, que fueron decapitados. A partir de entonces, el movimiento pareció perder su dirección y degeneró en meros disturbios. Cade había dado órdenes para que no se realizaran saqueos o robos. Sin embargo, algunos de los rebeldes comenzaron a saquear las casas de los ricos, provocando una reacción en contra de ellos. Los rebeldes se vieron obligados a abandonar Londres y Jack Cade huyó a Kent, donde fue asesinado por un sheriff, presuntamente mientras se escondía en un jardín.
La impresión que se tiene al leer la versión presentada por Shakespeare, en su obra Enrique VI, es desfavorable. Refleja los temores de las clases altas isabelinas hacia la masa de oprimidos, que representaban una amenaza constante a su situación privilegiada. La pequeña nobleza isabelina debió de haberse sentido sentada al borde de un gran y peligroso volcán, a punto de estallar con estrepitosa violencia. Estos temores tiñeron claramente el retrato de Shakespeare sobre Jack Cade y su ejército rebelde. Cade dice así:
“No dejaremos vivo a un solo Lord, a un solo caballero:No perdono sino a los que van con botas,Porque son hombres honestos ahorrativos, y
No se atreverían a llevarse lo nuestro”.
“Estaremos en orden cuando lleguemos al mayor desorden”,
Supuestamente, Cade también dijo:
“Muchas gracias, buena gente: no habrá dinero; todos comerán y beberán a mi cuenta.”Siete panes de medio penique (3 1/2 centavos) se venderán por un centavo.”Todo el reino será propiedad común – no propiedad privada; simplemente toma lo que necesites.
“Todos deberán llevar el mismo uniforme, que deben aceptar como hermanos, y adorarme como su señor.”
En este punto, Dick el carnicero grita la famosa frase:
“La primera cosa que haremos, será matar a todos los abogados”.
En ese momento, entra un secretario. Alguien lo acusa de saber escribir y leer. Cade ordena:
“Colgadlo con su pluma y tintero al cuello”
Al final, la cabeza de Cade fue exhibida en todo Londres y su cuerpo se convirtió en “alimento de cuervos”. Las clases medias isabelinas pudieron dormir tranquilas de nuevo.
Nunca sabremos lo que Jack Cade dijo en realidad, pero los versos anteriores se parecen sospechosamente a lo que los defensores del capitalismo repiten constantemente hoy en día: que la idea del socialismo es una utopía, que estamos prometiendo a la gente cosas que no se pueden lograr, engañando a las “masas ignorantes” con la promesa de un paraíso de tontos.
Una cosa está clara: William Shakespeare no era un revolucionario. Apoyó el orden existente de la Inglaterra isabelina, en la que basó su éxito. Apoyó la monarquía y consideró los movimientos de las clases oprimidas, equivocados cuanto menos, y una receta para el caos y la anarquía cuanto más. A pesar de este hecho, hay muchos elementos en las obras de Shakespeare que muestran un profundo conocimiento del sufrimiento de los oprimidos, así como lo que podríamos llamar “el sentido común”. No es casualidad que sus obras tuvieran éxito, no sólo entre la próspera clase media de donde procedía, sino entre las capas más pobres de la sociedad.
Irlanda y la Rebelión de Essex
La acumulación primitiva no sólo significó el saqueo y el despojo del campesinado inglés, sino también el despojo aún más brutal de las tierras del pueblo irlandés. El período de los Tudor, y en particular el isabelino, se caracterizó por la opresión más feroz de los irlandeses. En este caso, la opresión de clase se fundó, una y otra vez, en las diferencias nacionales, religiosas y lingüísticas.
Irlanda fue la primera colonia de Inglaterra; la cara real y cruel de la clase dominante inglesa queda patente en el tratamiento infligido a los irlandeses. Éstos fueron tratados como esclavos y criminales, extranjeros en su propia tierra. Los soldados ingleses masacraron hombres, mujeres y niños sin piedad, exterminaron comunidades enteras. Para los señores ingleses, los irlandeses no eran seres humanos, sino poco menos que animales sin ningún tipo de derechos, incluido el derecho a la vida.
Como resultado, se dieron toda una serie de levantamientos y rebeliones sangrientas, implacablemente reprimidas por las fuerzas de la corona inglesa. El más serio de ellos fue la rebelión del jefe irlandés, Hugh O’Neill (Aodh Mor O Neill), conde de Tyrone en el Ulster, que derrotó en varias ocasiones a las fuerzas inglesas y ofreció la corona de Irlanda a España, invitando a la intervención militar en la búsqueda de su común causa católica.
La corona inglesa había invertido mucho dinero y perdido un número creciente de hombres en este conflicto sangriento. La hora más oscura para Inglaterra, en Irlanda, llegó el 14 de agosto de 1598; las fuerzas inglesas fueron destruidas en la batalla de Yellow Ford, en el condado de Armagh. En ella fallecieron 2.000 hombres, entre ellos su comandante, el mariscal de Irlanda Sir Henry Bagenal. Una vez controlados Ulster y Connacht, el ejército de O’Neill pudo avanzar rápidamente a continuación a Leinster, y luego a Munster.
Ante esta situación desesperada, Isabel I envió a Irlanda a uno de sus “favoritos”, Robert Devereux, II conde de Essex, con una enorme fuerza de 17.000 soldados de infantería y 1.500 jinetes, entre los que se encontraban 2.000 veteranos transferidos desde los Países Bajos, y la promesa de 2.000 hombres más por venir. Dos años antes, Devereux se había convertido en un héroe nacional cuando compartió el mando de la expedición que capturó Cádiz a los españoles.
Con una fuerza tan grande como ésta, sería difícil que “el héroe de Cádiz” fallara en el intento de aplastar a los rebeldes irlandeses. Pero fracasó. Devereux debió de haber sido un aristócrata niño malcriado con fuertes tendencias narcisistas. La excesiva preocupación por su apariencia personal (llevaba el pelo largo) y su delicada autoestima no se tradujeron en coraje y previsión en el campo de batalla. Su campaña militar fracasó rotundamente. Se comportó como un cobarde, y sus únicos éxitos consistieron en perpetrar las habituales matanzas de hombres, mujeres y niños irlandeses.
Al final, cayó en una trampa cuidadosamente preparada para él por O’Neill. Este último le ofreció una tregua, que aceptó con presteza. Después mantuvo conversaciones privadas con el rebelde irlandés sobre los términos de la tregua. Fue un grave error. Se dice que Isabel I montó en cólera cuando se enteró, sospechando traición. Para empeorar las cosas, parece que Devereux viajó a Londres para justificarse ante su antigua amante, irrumpiendo en su dormitorio con las botas de montar y la capa salpicada de barro para mayor efecto.
Efecto, sin duda, tuvo su espectacular entrada. Isabel I, que necesitaba varias horas cada mañana para que su servicio de criadas le blanquearan su rostro, la vistieran con sus mejores galas e hicieran todo lo posible para ocultar los estragos de la vejez, no estaba en absoluto acostumbrada a que los hombres –incluso los antiguos amantes– aparecieran sin previo aviso en su dormitorio en tal estado de desnudez. Devereux cometió la torpeza más imperdonable, y lo pagaría caro.
Uno de los aspectos más entrañables del conde de Essex fue su devoción sin límites y apoyo a las artes. Se hizo amigo de Shakespeare y asistió a sus obras de teatro, su favorita parece que era la tragedia de Ricardo II. La obra cuenta la historia de los dos últimos años del reinado de Ricardo II y la forma en que fue depuesto por Bolingbroke –el futuro Enrique IV – encarcelado y asesinado.
El sábado 7 de febrero de 1601, sólo dos años antes de la muerte de la reina, se le pidió a la compañía de Shakespeare que llevara a cabo la obra de Ricardo II en el Teatro Globe. Iba a jugar un papel fatal en el complot tramado por el conde de Essex, tras sufrir la desgracia y el destierro de la corte.
Shakespeare escribió y publicó Ricardo II alrededor de 1595. Los paralelismos entre la anciana reina y Ricardo II eran demasiado incómodos. Está claro que Isabel I estaba al tanto de dichos paralelismos políticos entre ella y Ricardo II, y de las posibles ramificaciones.
La “Reina Virgen”, como así quiso ser recordada, no tuvo hijos. La siguiente en la línea de sucesión era la reina María de Escocia, a la que había ejecutado y cínicamente culpado de ello a otras personas. El candidato más probable era pues el hijo de María, el rey Jacobo VI de Escocia. A pesar de que éste, sin duda, se inclinaba hacia el catolicismo, fue más pragmático que su madre, cuya obsesión con el catolicismo la condujo directamente a la muerte.
Dado que Jacobo era partidario de un acuerdo con el partido protestante de Londres si llegaba al trono, una facción de la nobleza inglesa lo vio como un posible candidato y entró en contacto con él. Entre éstos estaba casi probablemente Robert Devereux. Éste fue el turbulento contexto político y social de las obras de Shakespeare entre 1590 y 1613. La obra muestra la caída de Ricardo II por un grupo de nobles rebeldes. La caída del rey se representa en la siguiente escena:
NORTHUMBERLAND.- Milord, os espera en la baja corte para hablar con vos. ¿Os dignáis bajar?”
REY RICARDO.- Abajo, abajo voy. Semejante a un faetón en el mentido resplandor que no tiene poder para conducir sus corceles sublevados. ¿En la baja corte? Bajas cortes, en efecto, aquellas en que los reyes son lo bastante bajos para descender al llamamiento de los traidores y concederles su perdón. ¿En la baja corte? ¿Descender? ¡Abajo, corte! ¡Abajo, rey! Pues los búhos nocturnos lanzan sus chillidos allí donde las alondras debieran cantar sobre las alturas”.
(Ricardo II, Acto III, Escena III)
En el contexto dado, la obra resultaba provocadora, políticamente subversiva e, incluso, traidora. Los partidarios de Robert Devereux pagaron cuarenta chelines a la compañía de Shakespeare –suma muy por encima de la tarifa habitual– como un soborno para llevar a cabo la obra de teatro en el día y hora señalados. La obra fue utilizada como propaganda para convencer al público de la justicia de la causa rebelde.
Al día siguiente, 8 de febrero, Devereux entró en Londres a la cabeza de 300 hombres armados con la esperanza de apoderarse de la corona. Pero sus esperanzas se desvanecieron pronto. La gente no se sublevó y la rebelión terminó en una farsa. El conde fue capturado y decapitado por traición el 25 de febrero de 1601. Se dice que Isabel I lloró amargamente por la suerte de su antiguo amante. Pero también se dice de ella que lloró por la suerte de María, reina de Escocia, y otras de sus víctimas. La sinceridad de estas lágrimas quedó en la incógnita, pero no sirvieron para detener la caída del hacha sobre su víctima.
¿Fueron Shakespeare y su compañía conscientes de la importancia real de la obra que se les pidió llevar a cabo? ¿O se dejaron atraer por el dinero extra que se les ofreció? De cualquier manera, se salvaron fácilmente. Algunos miembros del público fueron detenidos y ejecutados por traición, pero no hubo cargos contra Shakespeare o sus actores.
¿Se dio cuenta la propia Isabel del significado de la obra? En los escritos de William Lambarde se nos dice que en agosto de 1601 él mantuvo una conversación con la Reina en la que ésta dijo: “Soy Ricardo II, ¿no lo sabe?”. La autenticidad de esta afirmación ha sido cuestionada, al igual que muchas otras cosas. Pero me gustaría pensar que fue cierto. En un acto de suprema ironía histórica, a la compañía de Shakespeare se le ordenó realizar Ricardo II en Whitehall, en presencia de la propia reina, el martes de Carnaval de 1601 –el día antes de que le cortaran la cabeza al conde de Essex. Tal vez la anciana reina estuviera disfrutando de una broma privada a su costa.
Un nuevo reino
Si el conde de Essex hubiera tenido un poco más de paciencia, podría haber conseguido su objetivo y mantenido su cabeza. En 1603, Jacobo VI de Escocia se convirtió en el rey Jacobo I de Inglaterra. Inglaterra, Escocia y Gales estaban ahora unidas bajo una sola corona. Dotado de una inteligencia aguda y de un instinto aún más marcado por la auto-preservación, Jacobo se convirtió en un experto en las oscuras artes de la manipulación y la intriga. Durante años estuvo conspirando para hacerse con el trono inglés (que le correspondía, aunque no tan directamente, por derecho de descendencia) una vez que Isabel pasó a mejor vida. No hay muchas dudas de que estaba involucrado en la trama de Essex. Jacobo liberó de inmediato de la prisión a los supervivientes de la facción de Essex.
Como rey de Escocia, un país relativamente pobre, Jacobo no podía entregarse a sí mismo a la clase de extravagancias a las que aspiraba. Pero teniendo a su disposición el erario inglés, rebosante del oro robado a los españoles, el rey podía permitirse el lujo de ser generoso con el dinero. Su corte fue conocida por su suntuosidad y extravagancia, aunque también fue un nido de intrigas y luchas por el poder. Jacobo tuvo sus cortesanos favoritos –por lo general apuestos jóvenes- que recibieron regalos exquisitos. Sus relaciones románticas no debieron de dejar de ser, por supuesto, una expresión de “amor físico y espiritual apasionado”. Pero eso no impidió que la gente dejara de especular con la idea de que estas relaciones iban más allá del amor platónico.
Bajo el reinado de Jacobo los teatros florecieron como nunca antes. Shakespeare fue el beneficiario inmediato de su lujosa generosidad. Su empresa se adjudicó una patente real. Con la invitación del rey, la compañía de teatro de Shakespeare, Lord Chamberlain’s Men, se hizo conocida como los “Hombres del Rey”, y produjo nuevas obras bajo su patrocinio. Fue durante este reinado cuando Shakespeare escribió muchas de sus más célebres obras de teatro, cuyo argumento se basa en las luchas por el poder político. Entre ellas se encuentran El Rey Lear, Antonio y Cleopatra y, por supuesto, Macbeth.
Después de haber estado tan cerca del desastre en relación con la difunta reina Isabel, Shakespeare estaba ansioso por obtener los favores del nuevo monarca desde el principio. Con este fin, compuso una de sus grandes obras. Macbeth (“la obra escocesa”) se publicó a principios del reinado de Jacobo y claramente fue compuesta como un medio para impresionar al nuevo monarca. La obra rinde homenaje a la ascendencia escocesa del rey, exaltando la figura de un hipotético ancestro del rey, Banquo; la presencia de las tres brujas fue diseñada para complacer a un hombre que estaba obsesionado con la brujería.
Ya cuando ocupaba el trono de Escocia, Jacobo se veía a sí mismo como algo sagrado. También pensaba que tenía una percepción especial hacia los agentes de Satanás. Tenía un miedo morboso a una muerte violenta y veía la brujería como un mal que amenazaba su orden divino. Antes de su reinado, las persecuciones por brujería habían sido raras en Gran Bretaña. Si bien miles de supuestas brujas se hacían quemar en el continente europeo, sólo un número relativamente pequeño sufrió ese destino durante el reinado de Isabel. El reinado de Jacobo cambió todo eso. En 1590, supervisó personalmente el proceso contra las brujas de North Berwick. En este juicio, más de setenta personas fueron acusadas de enviar una tormenta que casi hundió el barco del rey que transportaba a Jacobo y a su nueva esposa, Ana de Dinamarca, cuando navegaban hacia su casa desde Noruega.
Se desconoce el número exacto de personas quemadas en la hoguera como resultado de ese juicio. Sin embargo, miles de mujeres y, algunos hombres, escoceses, fueron acusados de brujería, torturados y asesinados, especialmente después de 1597, año en el que Jacobo escribió una Demonología. Cuando se convirtió en rey de Inglaterra, Jacobo promulgó su visión sobre la brujería al sur de la frontera, donde las leyes en contra de ella eran bastante menos duras que en Escocia. Sólo un año después de que el rey ascendiera al trono inglés, se aprobó una nueva ley sobre brujería, que convirtió “la convocación de los espíritus” en un crimen castigado con la ejecución.
A Jacobo le gustaba celebrar fiestas de lujo y máscaras para la nobleza cortesana. Los servicios de un escritor tan consumado como Shakespeare eran muy bienvenidos. Y estaba dispuesto a pagar por ello. Macbeth fue el primer drama inglés de representación de brujas y de sus reuniones secretas para llevar a cabo sus ritos diabólicos. Realizado para la corte de Jacobo en 1606, la obra supuestamente contó con su aprobación más entusiasta. Uno duda de que este entusiasmo fuera compartido por los pobres desgraciados que pagaron con sus vidas las fantasías mórbidas de Su Majestad.
El lujoso estilo de vida de la corte de Jacobo I condujo inevitablemente a deudas igualmente lujosas. Los súbditos del rey presentaban de forma natural las facturas. Las disputas parlamentarias sobre las deudas del rey, sin duda, quitaron algo de brillo a las alegrías de la vida de la corte. Pero esto no impidió que prosiguiera su feliz derroche. Al final, las deudas que le dejó a su hijo y sucesor, Carlos I, condujeron a un conflicto entre el rey y el Parlamento que condujo directamente a la guerra civil y a la revolución. Pero esa es otra historia.
La Inglaterra de Shakespeare, como la España de Cervantes, protagonizó una gran revolución social y económica. Fue una época de cambio muy turbulenta y dolorosa, que arrojó a un gran número de personas a la pobreza y creó en las ciudades un vasto grupo de desposeídos y elementos del lumpen-proletariado: mendigos, ladrones, prostitutas, desertores, entre otros. La misma suerte corrieron los descendientes de la empobrecida aristocracia y los expulsados del clero; todos ellos formaron una reserva interminable de personajes para las obras de Shakespeare.
Martin Luther – Image: Public DomainLa revolución protestante que se inició con la revuelta de Lutero sumergió al conjunto de Europa en un sangriento conflicto, en el cual la burguesía emergente consiguió aunar fuerzas bajo la bandera de la nueva religión. Uno de los puntos centrales del credo protestante postulaba que la Biblia, la Palabra de Dios, debía penetrar en cada hombre y mujer sin la necesidad de ninguna mediación por parte de sacerdotes. La traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas, por tanto, se convirtió en la punta de lanza del nuevo movimiento.
Incluso antes de que Lutero desafiara abiertamente la autoridad del Vaticano, el reformador inglés, John Wycliffe, había traducido la Biblia al inglés. Sus seguidores, los lolardos, habían participado en los movimientos revolucionarios que culminaron en la revuelta de los campesinos de 1381. Esa revuelta terminó en derrota, pero en el siglo XVI, la revolución protestante en Inglaterra produjo una nueva y brillante traducción de la Biblia a manos de William Tyndale. Por el delito de traducir la Biblia al inglés, se le condenó por herejía y traición y fue ejecutado por estrangulamiento y luego quemado en la hoguera por Enrique VIII, el padre de Isabel I.
Inglaterra siguió siendo un país católico hasta el reinado de Enrique VIII. El papel de la religión entonces era muy diferente de lo que es hoy. La gente era muy religiosa y la Iglesia tenía un poder colosal en sus manos. Los hombres y las mujeres estaban dispuestos a morir por sus creencias. El reinado de los Tudor ofreció muchas oportunidades para hacerlo.
Enrique VIII fue originalmente un firme defensor del catolicismo y un enemigo de la nueva tendencia religiosa. Por sus servicios a la antigua religión, el Papa le permitió usar el título de Defensor Fidei (defensor de la Fe), que apareció en la moneda del reino durante siglos después de que perdiera su significado original: defensor de la fe católica.
Enrique VIII, por razones dinásticas, rompió con Roma y se declaró jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra, (El Acta de Supremacía), dando comienzo a siglos de agitaciones religiosas en Gran Bretaña. El monarca necesitaba romper con el poder de la Iglesia en Inglaterra y pronto descubriría que sería una excelente manera de ganar dinero.
En 1535, Enrique VIII ordenó el cierre de los conventos, abadías y monasterios católicos romanos de Inglaterra, Gales e Irlanda. Con la disolución de los monasterios se convirtió de facto en el dueño de las inmensas riquezas que habían pertenecido a la Iglesia: inmuebles, terrenos, dinero y demás. Con la venta de sus ganancias a los nobles ricos y a la creciente burguesía, obtuvo el dinero que necesitaba para financiar sus inútiles y costosas guerras contra Francia y Escocia y, al mismo tiempo, dio un poderoso impulso al proceso de acumulación primitiva de capital.
La ruptura con Roma fue un importante punto de inflexión histórico. Pero, desde un punto de vista doctrinal, no representó la clase de cambio radical que supuso la revolución protestante en el continente europeo. Enrique VIII, al igual que su hija Isabel I, no era amigo del puritanismo, ya que lo veía como una amenaza para el orden establecido. Por lo tanto, dejó gran parte de los antiguos rituales de la Iglesia intactos.
Eso cambió radicalmente bajo el breve gobierno de su hijo Eduardo VI (1547-1553), un devoto protestante. Por primera vez, Inglaterra se convirtió en una nación verdaderamente protestante. Eduardo VI introdujo un nuevo libro de oraciones y todas las misas se llevaron a cabo en Inglés. Los católicos fueron reprimidos y a los obispos que se negaron a cumplir se los encerró. Pero Eduardo VI murió joven y fue reemplazado por su hermana mayor María, una ferviente católica.
Inglaterra volvió a ser una vez más una nación católica. El Papa volvió a ser el jefe de la Iglesia y las misas en latín. La represión se dirigió entonces contra los protestantes. Unos 300 miembros protestantes destacados, que se negaron a acatar las creencias católicas, fueron quemados en la hoguera. Entre ellos se encontraban los obispos Latimer y Ridley. Se dice que cuando comenzó a prender la hoguera, Latimer le dijo a Ridley las famosas palabras: “Sed de buen ánimo maestro Ridley. Sed hombre. Por la gracia de Dios encenderemos en este día tal luz en Inglaterra, que confío nunca se apagará”.
Para empeorar las cosas, la reina María I se había casado con el rey Felipe II de España. Todo esto le valió a la reina el apodo de “Bloody Mary” (María la sangrienta), aunque a decir verdad ella mató a muchos menos por año que su asesino padre. Sin embargo, estas acciones produjeron una violenta reacción contra ella.
Después de su muerte, Inglaterra giró bruscamente en la dirección del protestantismo, exacerbado por el odio a España, que se convirtió en el principal enemigo de la nación. El ascenso de Isabel I, el 17 de noviembre de 1558, tras la reacción católica bajo María I, fue recibido con general regocijo. Sonaron campanas y las hogueras iluminaron el cielo. Ahora les llegaba el turno a los sacerdotes católicos ir a la cárcel o pasar a la clandestinidad. Se cerraron muchas iglesias.
Isabel I trató de equilibrar la oposición de fuerzas, dando concesiones a protestantes y católicos. En la Inglaterra isabelina era ilegal para los católicos oficiar o asistir a misa. Sin embargo, los ricos y poderosos solían escapar al castigo por sus prácticas religiosas. Las familias católicas ricas mantenían capellanes privados en sus hogares, algo con lo que se hacía la vista gorda, siempre y cuando quedara en la intimidad de sus propios hogares y no se involucraran en actividades subversivas contra la Corona.
Pero este incómodo ejercicio de equilibrio estaba condenado al fracaso. Las tensiones continuaron aumentando y fueron enardeciéndose por las noticias de las masacres en el continente europeo. En 1572, el día de San Bartolomé, hubo un asesinato en masa de hugonotes (calvinistas franceses) en París. Esta noticia causó indignación en Inglaterra y una gran reacción violenta contra los católicos. El asesinato del líder protestante holandés, Guillermo de Orange, agregó combustible a las llamas. En 1580, el Papa afirmó que no sería pecado mortal asesinar a la reina de Inglaterra. Este anuncio puso automáticamente a todos los católicos bajo sospecha de traición.
Un ejército de jesuitas fue enviado a Inglaterra para conspirar clandestinamente, con la colaboración de los nobles católicos, y preparar el terreno para un levantamiento católico. Durante 18 años, la reina María I de Escocia estuvo prisionera de su prima Isabel, quien la utilizó como moneda de cambio útil para sus relaciones con Francia y España. Hubo una sospecha fundada de que María era un punto focal para la subversión católica. Los consejeros de Isabel I, miembros del partido protestante, decidieron deshacerse de esta amenaza potencial.
La red de espías de la Reina estaba controlada por Francis Walsingham. Su red se extendía por todas partes. Walsingham acusó a María de estar involucrada en un complot de asesinato dirigido al derrocamiento de Isabel, para que fuera sustituida por la propia María. Afirmó haber descubierto cartas comprometedoras que demostraban su culpabilidad. Nunca sabremos si estas cartas fueron auténticas o inventadas por él. En cualquier caso, tuvieron el efecto deseado. En febrero de 1587, Isabel firmó la orden de ejecución y María fue decapitada.
La religión en las obras de Shakespeare
La revolución religiosa que se extendió como la pólvora por Europa afectó a la literatura del momento de una manera muy directa. Hasta entonces, el único teatro existente permanecía estrechamente vinculado a la Iglesia. Con la prohibición, bajo el gobierno protestante de Isabel I, de los misterios (drama teatral medieval), se abrió la puerta al surgimiento de un nuevo teatro secular. Esto hizo posible el éxito de Shakespeare.
El elemento religioso aflora en sus obras. En el prólogo y acto I, escena I, del Enrique V de Shakespeare, los arzobispos de Canterbury y de Ely, dos poderosos clérigos ingleses (católicos), se consultan el uno al otro. Son personajes ridiculizados para la diversión de la audiencia. Se les describe como avaros y codiciosos conspiradores.
Los obispos están preocupados por un proyecto de ley promulgado por el rey Enrique V. Temen que el rey apruebe una ley por la que el gobierno se haría con las propiedades y dinero de la Iglesia, que se utilizarían para mantener el ejército, apoyar a los pobres, y aumentar el tesoro del rey. Los clérigos, que se han hecho ricos y poderosos con dichas tierras y dinero, están decididos a quedarse con sus bienes.
Con este fin, el arzobispo de Canterbury convence al joven rey Enrique para reclamar el trono de Francia. Una pequeña guerra en Francia podría distraer al rey del proyecto de ley para confiscar las propiedades de la Iglesia. Para animar al rey, Canterbury le promete: conseguir una generosa donación de la Iglesia para financiar el esfuerzo de guerra.
La escena va dirigida claramente contra el catolicismo romano, muy impopular entre el pueblo de Inglaterra, ya que se lo asociaba especialmente con una potencia extranjera hostil y perjudicial. En esta obra, el país en cuestión es Francia, enemigo tradicional de Inglaterra. Sin embargo, para el público isabelino, el enemigo principal era la España católica.
La hostilidad hacia España era en parte religiosa. El ascenso de la burguesía fue acompañado de convulsiones sociales, económicas y políticas; revolución y guerra. Las primeras batallas decisivas entre la naciente burguesía y el orden feudal en descomposición se libraron a cabo por motivos de religión. La Iglesia Católica había dominado la sociedad durante generaciones, ejerciendo una dictadura absoluta sobre las mentes y las almas de los hombres y mujeres. En las obras de Shakespeare, encontramos numerosas referencias hostiles a España y a los métodos de la Inquisición española.
El ascenso de Inglaterra representaba una amenaza directa a la hegemonía española. Ésta era en ese momento la nación más rica y poderosa de la tierra. Isabel I actuó con cínico oportunismo y sin principios en materia de religión, como en todos los demás asuntos. Coqueteó ora con el rey Felipe de España, ora con su enemigo, el rey de Francia, tentando con la perspectiva de matrimonio, que en ese momento era otra forma de establecer alianzas políticas, al tiempo que los mantenía a distancia y sistemáticamente fortalecía el poder de Inglaterra.
Cuando Felipe II se dio cuenta de la imposibilidad de conseguir el control de Inglaterra a través del santo matrimonio, decidió utilizar otros medios, menos sutiles. En 1588, la España católica se preparaba para invadir Inglaterra. Sin embargo, las cosas no salieron como se esperaba. La Armada Española fue acosada por los buques de guerra ingleses y, finalmente, fue destruida por las tormentas del mar. Un dicho común a propósito de la Armada española decía: “Jehová sopló y los dispersó”.
El viento soplaba ahora con fuerza en las velas del partido protestante en Inglaterra. La reina, sin embargo, no estaba satisfecha con el rápido crecimiento de su poder e influencia. En privado, prefería la pompa y el rigor de la antigua misa y las estructuras jerárquicas de la antigua religión. Sin embargo, se vio obligada a apoyar a los protestantes, ya que las principales amenazas a su poder y a su vida procedían de los católicos y de Roma.
Se vio obligada a inclinarse en la dirección del partido protestante en la corte, representado por Burleigh, Walsingham y el conde de Leicester. Sin embargo, la Reina miraba al partido protestante (los Puritanos) con sospecha y odio. La sociedad se hizo presa de la fiebre religiosa que estaba produciendo un giro político inquietante. Un observador horrorizado se quejaba así: “Muchos son los que no han oído un sermón en siete años, yo podría decir que incluso en diecisiete años”. En palabras de Sir Francis Drake, la Reforma “fue tan lejos como para acabar casi con la religión”.
Esta misma antipatía se refleja en Noche de Reyes, de Shakespeare, donde leemos lo siguiente:
“Ese diablo de puritano, o cualquier cosa que sea distinta a un oportunista, es un asno afectado que cree saberlo todo sin haber visto un libro y se expresa de la manera más ampulosa. Está tan pagado de sí mismo, inflado según él de cualidades, que tiene por artículo de fe que todos los que lo miran lo aman. Y es en ese defecto suyo donde mi venganza encontrará notable apoyo para actuar.” (Noche de Reyes, Acto II Escena III)
Isabel I – Image: Public DomainLa demanda de la democratización de la Iglesia alarmaba incluso a aquellos, entre los poderosos, que eran enteramente favorables a las nuevas doctrinas. Isabel I consideraba a los Puritanos como peligrosos extremistas y un potencial desafío al poder monárquico. Los Presbiterianos exigían terminar con los obispos. Pero a la monarquía no le sería tan fácil controlar una iglesia reformada, y vio esto como una amenaza.
Edmund Grindal, el arzobispo de Canterbury, uno de los partidarios más significativos de los Presbiterianos, fue suspendido del ejercicio de su cargo, quedándose en el limbo durante el resto de su vida. El presbiterianismo fue la rama constituida por la capa superior adinerada de la burguesía y sus aliados en la nobleza. Cuanto más baja la escala social, más radicales se convirtieron las nuevas ideas religiosas.
En el ala extrema izquierda del protestantismo, las tendencias más radicales comenzaban a cristalizar. Tendencias como los Anabaptistas se estaban moviendo en una dirección revolucionaria. ¿No podría llevar todo esto directamente a la demanda de la democratización del sistema político? Esa pregunta recibió su respuesta en el siglo siguiente, con el estallido de la guerra civil y la revolución burguesa.
El desarrollo de la conciencia nacional
Éste fue el período de la formación de los estados-nación de Europa; en Shakespeare, el espíritu nacional inglés rezuma en cada línea de sus obras. La conciencia nacional inglesa se desarrolló en el transcurso de la Guerra de los Cien Años contra Francia, como se refleja en las obras históricas de Shakespeare, especialmente Enrique V. Los franceses aparecen aquí representados como los enemigos nacionales de Inglaterra y el patriotismo inglés está más o menos definido como oposición a Francia. Sin embargo, en la periodo isabelino, el ascenso del poder español creó un nuevo enemigo para la nación.
La posición geográfica de Inglaterra como isla jugó un papel inmenso en su destino. El mar proporcionó una frontera natural y una línea de defensa de la que carecían otras naciones europeas. También proporcionó un estímulo para el comercio y, por tanto, para la acumulación de capital. Si bien gran parte de la Europa continental se vio inmersa en guerras civiles y guerras sangrientas de religión, entre protestantes y católicos, el reino de Inglaterra disfrutó de paz y prosperidad tras finalizar el período de guerra civil conocido como la Guerra de las Rosas.
La reforma parcial llevada a cabo por Enrique VII proporcionó un nuevo impulso al desarrollo del capitalismo en Inglaterra, cuyos inicios se vislumbraban desde el siglo XIV. El comercio de la lana inglesa se benefició de la industria textil en los Países Bajos y de los combates en el continente, ya que creaba posibilidades para el comercio lucrativo con cada una de las partes beligerantes.
El período de los Tudor fue, por tanto, un punto de inflexión decisivo en la aparición de Inglaterra como nación. La popularidad de las obras históricas de Shakespeare y Marlowe son testigos del creciente sentimiento de conciencia nacional. La derrota de la Armada Española en 1588 marcó un cambio cualitativo en el destino nacional de Inglaterra. A partir de entonces, el poder inglés debía consolidar su fuerza desplazando a España de su posición predominante como primera potencia en Europa y en el mundo. Un nuevo espíritu –de confianza y optimismo en el futuro- crecía por todos lados. Los ingleses comenzaron a sentirse un pueblo distinto con un destino especial.
El orgullo nacional inglés queda reflejado en el famoso discurso que Shakespeare pone en boca de Juan de Gante en Ricardo II:
“Este trono real de reyes, esta isla sometida a su cetro, esta tierra de majestad, esta sede de Marte, este otro Edén, este semi-paraiso, esta fortaleza que la Naturaleza ha construido para defenderse contra la invasión y el brazo armado de la guerra, este florido plantel de hombres, este pequeño universo, esta piedra preciosa engastada en el mar de plata que le sirve de muro o de foso de defensa alrededor de un castillo contra la envidia de naciones menos venturosas; este trozo bendito, esta tierra, este reino, esta Inglaterra, esta matriz fecunda en grandes reyes, temibles por su valentía, famosos por su nacimiento, renombrados por sus hazañas, que en servicio de la fe cristiana y de la verdadera Judea se levanta el sepulcro, rescate del mundo, del Hijo de la bienaventurada María; el país de estas queridas almas; este caro, caro país (…)”.
El apogeo del teatro
En el período isabelino, el teatro experimentó una transformación completa. Fue en este periodo en el que apareció por primera vez el establecimiento de teatros en Inglaterra y disfrutó de un enorme éxito. Hasta ese momento, la única forma similar de entretenimiento la habían constituido los juglares, quienes ofrecían su espectáculo callejero en las ferias, patios de las posadas y plazas públicas durante los días de mercado. Las únicas obras que se llevaban a cabo en las ciudades de Inglaterra eran los “autos sacramentales”, sobre temas religiosos. Pero la reforma protestante asestó un golpe mortal a este tipo de entretenimiento.
El teatro se liberó de este modo de la influencia de la Iglesia y abrió el camino a un nuevo teatro secular. Se formaron compañías de actores para entretenimiento del público bajo el patrocinio de los nobles. Esta nueva forma de arte muy pronto se hizo muy popular. Los nuevos teatros profesionales atraían a unos 15.000 espectadores semanales en Londres, una ciudad de entre 150.000 a 250.000 habitantes.
Durante la vida de Shakespeare, por primera vez, se erigieron teatros permanentes, especialmente en Londres. El Red Lion y The Theatre (ElTeatro), de James Burbage, fueron los primeros teatros públicos en Inglaterra. La zona londinense de Bankside fue el lugar natural para teatros como TheRose y TheGlobe.
Por aquellos días no se consideraba del todo respetable. Las turbas rebeldes de espectadores no olían a rosas. Las condiciones sanitarias de Inglaterra bajo los Tudor eran primitivas en cualquier caso y el deslucido vulgo que frecuentaba los espectáculos rara vez se lavaba. La atmósfera estaba cargada de sudor, cerveza y grosería. También representaba una amenaza potencial para el orden público.
Desde la Edad Media, la zona de Londres conocida como Southwark, había sido un área de tabernas, fosa de osos y burdeles. El obispo de Winchester poseía algunos de los muy rentables prostíbulos de esa zona; las prostitutas locales eran conocidas popularmente como las “gansas de Winchester”. Es aquí donde Falstaff y sus amigos [personajes shakespearianos] pasaban el tiempo bebiendo y de juerga.
En la época isabelina, Southbank comenzó a atraer a un nuevo público y algo más respetable. Sin embargo, a los temerosos de Dios los teatros les parecían lugares impíos (“dominio de Satanás”). A algunos Puritanos, como William Prynne, les hubiera gustado ver las salas cerradas por completo. Sin embargo, los teatros disfrutaron del respaldo de poderosos representantes y no sólo sobrevivieron, sino que prosperaron, especialmente con el advenimiento de un público burgués nuevo y más respetable.
La clase media isabelina tenía dinero para gastar; ir al teatro a codearse con la nobleza, que también era asidua espectadora, se puso muy de moda. De hecho, el entonces Lord Chamberlain [uno de los miembros oficiales de la Casa Real, NdT] fue el mecenas de la compañía de actores de Shakespeare. Ir al teatro no se limitó, sin embargo, a los ciudadanos más ricos de la capital. Los pobres podían pagar un centavo para estar en los puestos de venta en la parte delantera del escenario. Los clientes más ricos podían llegar a pagar hasta la mitad de una corona para sentarse debajo de la cubierta, a salvo de las inclemencias del tiempo londinense.
Éxito temprano
Era un fenómeno nuevo e interesante. También era un negocio muy rentable para los que sabían cómo explotarlo. El joven Shakespeare ciertamente supo cómo hacerlo. Lo siguiente que nos llega de los archivos sobre Shakespeare corresponde al periodo como dramaturgo en Londres, y miembro de una compañía conocida como “Los Hombres del Lord Chamberlain”. Sus primeros éxitos despertaron el resentimiento por parte de otros autores menos exitosos.
Entre 1590 y 1592, Shakespeare irrumpió en los escenarios de Londres, con sus obras Enrique V, Ricardo III, y La comedia de los enredos. Fueron un éxito inmediato. Dicho éxito y popularidad le dieron una creciente confianza. Prueba de ello podría ser la atención que el autor le dedicó al escudo de armas que le fue otorgado a su padre en 1596 y cómo se involucró para no perder el título. En 1602, tuvo que defenderlo contra las acusaciones de que “Shakespeare, el actor” no daba derecho al honor de un escudo de armas.
Su compañero y rival, el dramaturgo Robert Greene, escribió una nota poco favorecedora describiendo a Shakespeare como “cuervo recién llegado”. Este lenguaje insultante refleja la hostilidad de la élite de escritores educados en la universidad hacia el nuevo chico “recién llegado” cuyo éxito veían como una amenaza. Evidentemente, sus temores estaban bien fundados.
Shakespeare se hizo rico y famoso, y accionista de Los hombres del Lord Chamberlain. El grupo tenía su propio teatro llamado The Globe; Shakespeare, claramente un astuto hombre de negocios, tenía una participación del 12,5% en el mismo. Tenía el capital suficiente para invertir en propiedades tanto en Stratford como en Londres. Compró la segunda mayor casa de Stratford, en 1597, aunque siguió viviendo en Londres.
Cuando los teatros se cerraron en 1593 a causa de la peste, el dramaturgo escribió dos poemas narrativos, VenusyAdonis y La Violación de Lucrecia y, probablemente, comenzó a escribir sus sonetos de ricos matices. Ciento cincuenta y cuatro de sus sonetos han sobrevivido, lo que le dan su reputación de talentoso poeta. Hacia 1594, también había escrito La fierecilla domada, Los dos caballeros de Verona y Trabajos de amor perdidos.
En 1598, el autor Francis Meres, lo calificó como “el más excelente” de los escritores ingleses, tanto en la comedia como en la tragedia. Su trabajo llamó la atención de la Corte y actuó en varias obras ante la reina Isabel I. Más tarde se encontraría en graves dificultades cuando, poco antes de su muerte, el conde de Essex organizó un complot mal preparado en el que Shakespeare se vio implicado indirectamente.
Un período de transición
Marx señaló que es precisamente este tipo de períodos de transición social los que producen en abundancia el tipo de personajes pintorescos que aparecen en las obras de Shakespeare. Pero aparte del humor disparatado que tanto cautivó al público isabelino, sir John Falstaff es una caracterización llamativa de un aspecto de la época –del lado plebeyo- los bajos fondos de la sociedad isabelina que yacen debajo del glamoroso espectáculo de la vida cortesana, la caballería y el honor. De hecho, representa su polo opuesto.
En uno de sus discursos más famosos, Falstaff transmite con precisión el carácter transitorio de una sociedad que está desechando la parafernalia del feudalismo y la vieja moral feudal, basada en ideas tales como la lealtad a los superiores, el honor, etc., a favor de consideraciones más prácticas, en especial de tipo monetario. La diatriba filosófica de Sir John sobre el honor le proporciona una excusa conveniente para huir de la batalla:
[…]¿Qué necesidad tengo de salirle al paso a quien no me llama? Vamos, eso no importa; el honor me aguijonea. Si, ¿pero y si el honor, empujándome hacia adelante, me empuja al otro mundo? ¿Y luego? ¿Puede el honor reponerme una pierna? No ¿O un brazo? No ¿O suprimir el dolor de una herida? No ¿El honor no es diestro en cirugía? No ¿Qué es el honor? Un Soplo ¡Hermosa compensación! ¿Quién lo obtiene? El que se murió el miércoles pasado ¿Lo siente? No ¿Lo oye? Tampoco ¿Es entonces cosa insensible? Sí, para los muertos ¿Pero puede vivir con los vivos? No ¿Por qué? La maledicencia no lo permite. Por consiguiente, no quiero saber nada de él; el honor es un mero escudo funerario y así concluye mi catecismo”.
Y Sir John abandona el campo de batalla tan rápido como pueden sus gruesas piernas.
Este discurso representa una crítica mordaz de una moral anticuada que está muy en línea con la del Don Quijote, de Cervantes. En este período, España era un hervidero de cambio social, en el que las viejas clases se disolvían más rápidamente de lo que las nuevas podían tardar en reemplazarlas. La decadencia del feudalismo, junto con el descubrimiento de América tuvieron un efecto devastador en la agricultura española. En lugar de un campesinado productivo ganándose el pan con el sudor de su frente, nos encontramos con un ejército de mendigos y parásitos, aristócratas y ladrones en ruinas, sirvientes reales y borrachos, todos luchando por ganarse la vida sin trabajar.
La sociedad española de ese periodo ha quedado retratada con el mismo rico mosaico de canallas, ladrones y estafadores que aparecen en las páginas de las obras de Shakespeare. La filosofía de aquella capa se puede resumir en una palabra: supervivencia. La vida consistía en una loca carrera por garantizar los medios de existencia a cualquier precio. Su lema era: “cada uno a lo suyo y al diablo todo lo demás”. Esta filosofía del egoísmo burgués se resume en las palabras de Sancho Panza que, como Falstaff, personifica los valores y la moral del nuevo mundo, mientras que don Quijote se aferra a los de un mundo que ha dejado de existir. La contradicción resultante entre lo que debería ser y lo que es se puede resumir en una palabra: locura. Es precisamente en esta contradicción y, su evidente absurdo, donde reside el humor de la obra maestra de Cervantes.
Las escenas subidas de tono en la taberna, en Don Quijote, dan a la novela vida y color, además de destacar la contradicción central del período histórico. Un vulgo español vivo y animado frente a una nobleza muerta y absurda. El tema central del Quijote contiene una verdad histórica fundamental sobre la España del período de decadencia feudal. Los ideales de la caballería aparecen ahora como excentricidades ridículas y anticuadas en el contexto de la naciente economía capitalista, en el que todas las relaciones sociales, la ética y la moral están dictadas por el dinero contante y sonante.
La Inglaterra de Shakespeare, como la España de Cervantes, estaban en medio de una gran revolución social y económica. Éste fue un cambio muy turbulento y doloroso, que sumió a un gran número de personas en la pobreza y creó en las ciudades un vasto grupo de desposeídos y elementos del lumpen-proletariado: mendigos, ladrones, prostitutas, desertores, entre otros, de la misma suerte que los descendientes de la empobrecida aristocracia y los expulsados del clero; todos los cuales crearon una reserva interminable de personajes como Sir John Falstaff.
Sir John Falstaff
Sir John Falstaff es probablemente el más popular de todos los personajes de Shakespeare. Él es el arquetipo del “pícaro encantador”, un borracho, mentiroso, charlatán y ladrón. Su centro de operaciones se encuentra en Southwark, una zona a las afueras de la ciudad de Londres, al sur del río Támesis, que era el refugio de criminales y prostitutas. Aquí es donde la gente de Londres venía a divertirse, en las tabernas, burdeles y teatros. También fue el escenario del teatro The Globe, de Shakespeare, que ahora ha sido reconstruido y sigue mostrando sus obras.
Los compañeros de Falstaff son otros pícaros, borrachos, ladrones y asesinos como él, pero también se incluye al Príncipe de Gales, el futuro Enrique V, quien participa con entusiasmo en sus inmorales e ilegales aventuras en las obras de Enrique IV, I y II parte. Entre sus compañeros en la taberna Cabeza de jabalí se encuentran Pistola, un viejo soldado, un presumido, un cobarde y “fanfarrón”, Poins, y Bardolph (un ladrón, cuya descripción física –nariz grande y roja y cara cubierta de abscesos- sugiere una fase avanzada de alcoholismo).
Estos lúmpem-proletarios son ejemplos bastante típicos de los bajos fondos londinenses, con los que Shakespeare pareció haberse familiarizado bastante bien. Estos elementos desechados de la sociedad surgieron como fruto de la desintegración del viejo orden feudal en un momento en que el capitalismo aún no se había establecido firmemente. Constituye un fiel reflejo de la composición social de una gran parte de la población de Londres en tiempos de Shakespeare.
Sir John Falstaff personifica a esa capa de la sociedad, aunque esté superficialmente modificado por el ingenio y modales de un caballero isabelino en tiempos difíciles. Todo lo que dice y hace está exagerado, desde la gula y la embriaguez a la mentira, a la que eleva a una forma de arte, disimulando su villanía mediante la hipérbole, falseando los acontecimientos con las más imaginativas y coloristas invenciones.
Como todos los buenos mentirosos, Falstaff muestra un gran ingenio para ocultar sus mentiras: “Hal, si te digo una mentira, escúpeme en la cara, llámame caballo”. En una de sus mentiras más escandalosas, Falstaff afirma haber matado al líder rebelde, Hotspur Percy, en el campo de batalla del que se ha escapado. Cuando el príncipe Enrique le pregunta, se sucede el siguiente diálogo cómico:
“PRÍNCIPE ENRIQUE.- Pero si yo fui quien mató a Percy y a ti te vi muerto.
FALSTAFF.- ¿Tú?… ¡Señor, señor! ¡Cómo impera la mentira en este mundo! Concedo que yo estaba en el suelo y sin aliento y así estaba él; pero ambos nos levantamos al momento y combatimos una hora larga por el reloj de Shrewsbury. Si se quiere creerme, perfectamente; si no, que recaiga sobre los que deben premiar a los hombres de valor tal pecado de ingratitud. Sostendré con mi cabeza que le he hecho esta herida en el muslo; si el hombre estuviera vivo y lo negara, le haría comer un pedazo de mi espada”. (Enrique IV, parte I, Acto V, Escena IV)
Así como el campo de batalla no es su mejor elemento, Falstaff se mueve con comodidad en el entorno de la taberna. De hecho, mientras otros luchan por el honor, él se pasa el tiempo comiendo y bebiendo durante toda la obra de Enrique IV. El Príncipe descubre a Falstaff en una borrachera en la taberna Cabeza del Jabalí, en la que ha consumido una cantidad gigantesca de sack (un vino dulce español popular en Inglaterra en ese momento). Examina el contenido de la cuenta de Falstaff, que dice así:
“POINS: (Leyendo) . Item , un capón 2 chelines, 2 peniques. Item , salsa 4 p. Item , vino, 5 ch. 8 p. Item , anchoas y vino después de cenar, 2 ch. 6 p. Item , pan, medio penique.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh monstruosidad! ¡Sólo medio penique de pan para esa intolerable cantidad de vino! (Enrique IV, Parte I, Acto II, Escena IV).
En caso de que no lo supiera el lector, dos galones de sack son aproximadamente ¡nueve litros! Falstaff es un hombre grande en todos los sentidos de la palabra. Su enorme corpulencia es descrita maravillosamente en el siguiente pasaje:
“[…]Falstaff va sudando a chorros y engrasando la flaca tierra al caminar”. (Enrique IV, Parte I, Acto II, Escena II)
Falstaff y el Príncipe se enfrascan en un ridículo duelo de palabras, insultándose a turnos entre sí. Los improperios logran un alto grado de arte, como cuando el príncipe describe a Falstaff de la siguiente manera:
“[…] ese baúl de humores, esa tina de bestialidad, ese hinchado paquete de hidropesia, ese enorme barril de vino, esa maleta henchida de intestinos, ese buey gordo asado con el relleno en el vientre, ese vicio reverendo, esa iniquidad gris, ese padre rufián, esa vanidad vetusta […]” (Enrique IV, Parte I, Acto II, Escena IV).
A pesar de lo fundado de estos insultos, no disminuyó en lo más mínimo la popularidad de este personaje ante el público, en especial entre los llamados groundlings [los espectadores que compraban la entrada más barata, que exigía estar de pie, en el teatro isabelino, NdT]. Tan popular fue este simpático pícaro que cuando Shakespeare retrató su muerte en la obra de Enrique V, la protesta que se generó por parte del público obligó al autor a escribir otra obra, la comedia Las alegres comadres de Windsor, con el fin de reintegrarlo.
Las famosas victorias de Enrique V pudieron haber apelado a los más nobles sentimientos patrióticos del público de Shakespeare, pero, definitivamente, los espectadores se sintieron más a gusto con la vida de los bajos fondos de las tabernas y del pícaro Sir John Falstaff quien, como ellos, entre risas, alcohol, blasfemias y adulterios, rindieron homenaje al fin de la aristocrática época caballeresca, mostrándole su voluminoso trasero.
Shakespeare transformó la literatura inglesa, elevándola a alturas inauditas, y que no han sido alcanzadas posteriormente. Como un flameante meteorito a través del firmamento, arrojó una luz asombrosa sobre todo un período de nuestra historia. Su impacto en la literatura universal fue, sin duda, mayor que el de cualquier otro escritor. Sus obras han sido traducidas a todos los idiomas. Lejos de apagarse, su estrella brilla tanto como el primer día desde hace siglos.
“Él no era de una época, sino de todos los tiempos” (Ben Jonson sobre Shakespeare)
William Shakespeare – Image: Public DomainEn Literatura y Revolución (1924), Trotsky escribió lo siguiente: “Una nueva clase no empieza a crear toda la cultura desde el principio, sino que se apodera de la antigua, la clasifica, la reorganiza y construye sobre ella”. Si bien Aristóteles y Goethe representaban para Trotsky la cúspide del alcance humano, Edipo Rey, de Sófocles, le pareció una obra que “expresa la conciencia de todo un pueblo”. Lo mismo podría decirse de William Shakespeare, el más célebre escritor de habla inglesa.
Sorprende, sin embargo, lo poco que se conoce de la vida del autor, que muchos consideran el más grande escritor de todos los tiempos. De Shakespeare sabemos cuándo murió, pero no se tiene constancia exacta de su nacimiento. Los registros muestran que fue bautizado el 26 de abril de 1564, en Stratford-upon-Avon, una pequeña ciudad a 100 millas al noroeste de Londres, muy lejos del centro cultural y comercial de Inglaterra. Puesto que los bebés eran bautizados tres días después de su nacimiento, pudo haber nacido el 23 de abril, el mismo día en que murió, a los 52 años, pero esto también se discute.
Gran parte de su vida está envuelta en un velo de misterio. Lo poco que sabemos de su vida se puede resumir brevemente. No nació en el seno de una familia noble ni en el de una especialmente rica. No fue a la universidad. Sin embargo, se convirtió en el escritor más famoso del mundo.
La familia de Shakespeare
A primera vista, William Shakespeare no parecía destinado a la grandeza. Su padre, John Shakespeare, comenzó como aprendiz de guantero y curtidor de pieles y, más tarde, se hizo comerciante de lana y productos agrícolas. Fue un hombre hecho a sí mismo, se casó con Mary Arden, la hija de un acaudalado granjero local, dueño de una granja de sesenta acres. William fue el tercero de ocho hijos.
Parece que ni John ni Mary sabían escribir. El padre de Shakespeare utilizaba un compás de guantero para firmar. Pero esto no impidió que se convirtieran en miembros importantes de la comunidad. Entre otros cargos cívicos, John Shakespeare fue elegido catador del municipio de Stratford – un cargo bastante importante si tenemos en cuenta que en aquellos días la gente bebía cerveza, que era más seguro que beber agua. Más tarde, en 1565, se convirtió en tesorero de la ciudad y concejal, (un puesto que incluía educación gratuita para sus hijos en la escuela secundaria de Stratford) y alcalde, en 1568 y 1571.
Orgulloso de su éxito, John Shakespeare quiso aspirar al título de caballero y solicitó un escudo de armas. Pero por razones desconocidas, la solicitud fue retirada y, en los siguientes años, por razones también misteriosas, la fortuna de John Shakespeare entró en declive. En 1570, fue acusado de usura por prestar dinero a una tasa del 20% y 25% de interés. En 1578, se demoró en el pago de sus impuestos y no pudo pagar la suscripción obligatoria de edil para socorro a los pobres. En 1579, tuvo que hipotecar la propiedad de Mary Shakespeare para pagar a sus acreedores.
En 1580, recibió una multa de 40 libras por faltar a una cita judicial. Se convirtió en un deudor y se ausentó frecuentemente de las reuniones municipales. En 1586, la ciudad lo retiró del consejo de ediles debido a la falta de asistencia. Hacia 1590, John Shakespeare sólo poseía su casa en la calle Henley. Lo peor estaba por venir. En 1592, fue multado por no asistir a la iglesia. Ese era un asunto serio.
La religión era esencial en la sociedad para la que escribió Shakespeare. La reina Isabel I hizo obligatoria la asistencia a la iglesia de Inglaterra, a pesar de que para muchos suponía recorrer largas distancias. Las personas que no asistían a la iglesia –por cualquier motivo salvo por enfermedad– eran sancionadas con multas. Algunos han llegado a la conclusión de que el padre de Shakespeare –y, posiblemente, el propio Shakespeare– eran católicos convertidos. Pero esto es una suposición arbitraria. Su incapacidad para asistir a la iglesia pudo haberse debido a razones más mundanas, a saber, la falta de pago de las deudas.
Así que, aunque Shakespeare nació en un hogar de clase media con relativa holgura, debió de haber pasado la mayor parte de su infancia bajo la sombra de las dificultades financieras de su padre. Esta experiencia debió de haber influido poderosamente en su psicología durante su juventud. La experiencia de una relativa pobreza y la desgracia que la acompaña, le agudizó un sentido para los negocios, que se reflejó en los últimos años.
Posteriormente, la fortuna de la familia pareció mejorar. En 1599, John Shakespeare se reincorporó a la alcaldía de la ciudad, pero murió poco tiempo después, en 1601. Tenía probablemente cerca de setenta años y había estado casado durante cuarenta y cuatro años. Mary Shakespeare murió en 1608.
En resumen, Shakespeare nació en una familia de clase media bastante típica para la época; época que Karl Marx describió como el período de acumulación originaria del capital. El sistema feudal había caído en decadencia y surgía una nueva clase media en ascenso con su propia agenda y ambiciones. John Shakespeare, ese hombre hecho a sí mismo, que levantó un negocio, se emparentó con el dinero y lo perdió de nuevo, bien podía ser la personificación de un nuevo período en la historia de Inglaterra y del mundo.
Infancia y educación
El joven William asistió a la escuela primaria local, la Escuela Nueva del Rey, donde, posiblemente, su formación debió de haberse basado en retórica, gramática, latín y griego, principalmente. No sabemos nada acerca de sus años escolares, pero un famoso pasaje de Como gustéis, nos puede proporcionar una pista, que sugiere que no estaba muy entusiasmado con la escuela:
“El chiquillo quejumbroso que, a desgano,
con su cartera y radiante cara matinal,
cual caracol se arrastra hacia la escuela”
¿Reflejan estos versos sus propios recuerdos de la escuela? Su historia posterior sugiere que ése podría ser el caso.
En la escuela, entró en contacto con la mitología griega, la comedia romana y la historia antigua, todo lo cual resurge en sus obras, que se basan con frecuencia en modelos griegos, latinos, franceses e italianos. El resultado es una combinación única y rica de elementos ingleses y otros no ingleses. En sus obras se pueden encontrar frecuentes citas de autores romanos, como Plutarco, y material de la mitología clásica.
Shakespeare, a diferencia de su compañero dramaturgo, Christopher Marlowe, no fue a la universidad. Ben Jonson, otro famoso contemporáneo, escribió de él que tenía “poco latín y menos griego”. Shakespeare aprendió más de su experiencia práctica como actor que de sus estudios formales. Al no haber ido nunca a la universidad, su conocimiento de las personas y las situaciones se derivaba de la vida misma. Shakespeare escribió para las masas – los “espectadores”.
Parece que comenzó sus actividades literarias como actor ambulante, como miembro de la compañía de Los hombres de la Reina, y esto tuvo un impacto en su forma de escribir las obras de teatro. A diferencia de otros escritores, escribió desde el punto de vista del actor. Sus obras incluyen a menudo lo que es, en realidad, la dirección de escena.
A los 18 años, se casó con Anne Hathaway, una mujer ocho años mayor que él y con tres meses de embarazo. En algún momento, Shakespeare se traslada a Londres, dejando a su familia en Stratford, y se establece como dramaturgo y actor. Se dice que trabajó como maestro, aprendiz de carnicero y empleado de un abogado. Su primer biógrafo dice que huyó a Londres para escapar del castigo de la caza furtiva de ciervos. Sin embargo, no existe evidencia real de sus actividades en este periodo de su vida, que se conoce como “los años perdidos”.
Debido a la escasez de información precisa sobre la vida de Shakespeare, la única forma de poder arrojar alguna luz sobre su vida, y obras de teatro, es colocarlas en su contexto histórico real –del que existe abundante documentación. En 1558, seis años antes del nacimiento de Shakespeare, Isabel I fue coronada reina de Inglaterra. En los siguientes 45 años Londres se convertiría en una próspera urbe comercial.
Para conocer mejor al poeta de Avon, hay que colocarlo en el contexto del mundo en el que nació –una emocionante nueva era de cambio, agitación y transición en la frontera entre dos mundos– el viejo mundo feudal, con sus inamovibles certezas y rígidas jerarquías sociales y religiosas, y un nuevo mundo que estaba luchando por nacer: la edad de la Revolución burguesa.
Una era de revolución
“El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio de las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición”.
(Karl Marx, El Manifiesto Comunista)
De nuevo, se podría decir lo mismo de Shakespeare. El propio Shakespeare fue el producto de la edad en la que vivió y, probablemente, no podría haber florecido de la misma manera en ningún otro ambiente. Fue una época de cuestionamiento de las viejas ideas, tradiciones y creencias, de transformación en la vida de hombres y mujeres y derrumbamiento del viejo sistema. Fue una época de transición, una ruptura decisiva con el pasado medieval y el comienzo de un nuevo período histórico, en una palabra, fue una época de revolución.
En las obras de Shakespeare, tenemos la esencia destilada de un pueblo en un período de transición de un período histórico a otro. Fue un período notable de la historia inglesa. Después de un siglo de agitación sangrienta, conocida como la Guerra de las Rosas, ésta fue una época de relativa estabilidad política bajo la nueva dinastía reinante de los Tudor.
La derrota de la Armada Española en 1588 colocó a Inglaterra como la potencia militar y comercial más importante en el escenario mundial. Reinaba un espíritu de aventura y cambio. Francis Drake se convirtió en el primer capitán de barco en completar la circunnavegación del globo; la reina Isabel I financió la exploración del Nuevo Mundo a cargo de Sir Walter Raleigh. Él trajo el tabaco y oro de las Américas, aportando así nueva riqueza a su país y monarca.
El siglo XVI fue la época del Renacimiento en Inglaterra. Fue una época de investigación y experimentación. La vieja y estéril Escolástica de la Edad Media fue desafiada por un movimiento científico-filosófico revolucionario, estrechamente asociado con el nombre de Francis Bacon (1561-1626). Para Marx, fue el primer creador del materialismo inglés, y está considerado como el padre de una nueva forma de aprendizaje secular y una nueva filosofía científica.
Además de floreciente centro comercial, Londres fue también un importante centro cultural, donde prosperaron el aprendizaje y la literatura. El crecimiento económico creó una clase media próspera ávida de nuevas obras. Shakespeare nació en el seno de esa nueva clase media, la clase que se enorgullecía de las libertades y derechos que otras personas carecían de manera visible.
Esta época fue testigo del florecimiento del teatro en Inglaterra. A finales del siglo, Inglaterra contaba con todo un grupo de dramaturgos: Marlowe, Dekker, Lyly, Kidd, Greene, Heywood, seguido más tarde por Beaumont, Fletcher y Ben Jonson. El florecimiento de la literatura fue de la mano con las innovaciones tecnológicas, en particular, la invención de la imprenta. Caxton estableció su primera imprenta en 1476, y muy pronto, libros, que anteriormente habían sido monopolio de unos pocos ricos, se hicieron accesibles a un público de masas entre la nueva clase media.
El ascenso de la clase media burguesa fue un desarrollo revolucionario. El individualismo burgués penetró en el arte en forma de retratos y autorretratos –una forma de arte prácticamente desconocida en el arte de la Edad Media. Y se hizo sentir en las obras de Shakespeare en forma de soliloquio. La novela en sí fue un producto de la misma tendencia –un nuevo interés en la psicología individual, como se refleja en Hamlet, Macbeth, Otelo o El rey Lear. Esto fue algo nuevo en el teatro –penetrar en la mente del sujeto y dejar al descubierto sus motivaciones secretas, obsesiones y deseos.
El poder del dinero
“La burguesía […] dondequiera que ha conquistado el poder, ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus «superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel «pago al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal”. (El Manifiesto Comunista)
“Al dinero si va delante, todos los caminos se abren” (W. Shakespeare, Las alegres comadres de Windsor, Acto II, Escena II)
Esta explosión de arte, ciencia y literatura fueron la expresión de cambios fundamentales en la vida económica y social de la sociedad: la decadencia de la vieja sociedad feudal y el ascenso de la burguesía; el surgimiento de una economía basada en el dinero y el comercio, en lugar del sistema feudal basado en la posesión de la tierra.
El siglo XVI vio el surgimiento de un nuevo tipo de economía basada en el comercio y el dinero. En la Edad Media, la riqueza se basaba en la propiedad de la tierra. La usura era consideraba por la Iglesia pecado capital y a los cristianos se les prohibía prestar dinero a interés. Este papel fue generalmente desarrollado por los judíos, lo que explica el aumento del antisemitismo en aquel momento.
En El mercader de Venecia, Shakespeare hace un retrato en términos negativos de Shylock, un usurero judío que, como es bien conocido, acepta prestar el dinero a un cristiano con la condición de que, si la suma no es devuelta en la fecha fijada, tendrá que darle una libra de su propia carne. Aquí vemos expresada en una forma extrema la verdadera relación entre acreedores y deudores, que ha existido de una forma u otra desde viejas épocas. La conducta de los banqueros de la Unión Europea en relación a Grecia es sólo la continuación de esta antigua y venerable tradición.
También expresa gráficamente la importancia de la reciente creación del dinero como elemento vital del comercio y base de toda la vida económica. No es casualidad que en sus Manuscritos filosóficos, de 1844, Marx citara la obra de Shakespeare, Timón de Atenas, para subrayar el poder del dinero en la sociedad burguesa:
“¿Oro? ¿Oro amarillo, brillante, precioso? No, dioses. No soy hombre que haga plegarias inconsecuentes: !Dadme raíces, cielos sin nubes! Mucho de esto convertirá lo blanco en negro; lo feo en hermoso; lo falso en verdadero; lo bajo en noble; lo viejo en joven; lo cobarde en valiente. ¡Oh dioses! ¿Por qué? Esto va a sobornar a vuestros sacerdotes y a vuestros sirvientes y a alejarlos de vosotros; va a retirar la almohada de debajo de la cabeza del hombre más robusto; este amarillo esclavo va a fortalecer y disolver religiones, bendecir a los malditos, hacer adorar la lepra blanca, dar plaza a los ladrones y hacerlos sentar entre los senadores. Él es quien hace que se vuelva a casar la viuda marchita y quien perfuma y embalsama como un día de abril a aquella gente ante la cual entregarían la garganta, el hospital y las ulceras en persona. ¡Vamos, fango condenado, puta de la humanidad, que siembras la disensión entre la multitud de las naciones, vuelve a la tierra en donde te puso la Naturaleza!”
(Timón de Atenas, Acto IV, Escena III)
Y Marx explica su significado interno: “Shakespeare pone de manifiesto dos propiedades del dinero en particular: (1) Es la divinidad visible, la transformación de todas las cualidades humanas y naturales en su contrario, la confusión universal y de inversión de las cosas; que reúne a las imposibilidades. (2) Es la puta universal, el proxeneta universal de los hombres y de los pueblos”.
Esta profunda observación apunta al corazón de la naturaleza del capitalismo, y es aún más cierto hoy que cuando fue escrito. El verdadero Dios de la sociedad moderna no es Jehová, Mahoma o Buda, sino Mammón [el espíritu que opera detrás de las cosas materiales –las riquezas- en la Biblia, NdT]. Los templos reales no son ni las catedrales ni las mezquitas, sino los bancos y las bolsas de valores. Sus altos sacerdotes son los banqueros, corredores de bolsa y los tenedores de bonos. Y todavía exigen su libra de carne. El verdadero espíritu del capital se resume en la persona de Shylock.
La suya es la voz del capitalismo en su forma más cruda y, por tanto, más sincera. El capital debe permitirse la expansión sin ningún tipo de restricción o impedimento. La relación entre los seres humanos se reduce a un abierto nexo monetario. Las consideraciones sentimentales, de amistad, la moral o la religión no entran en juego. Por eso es preferible no prestar dinero a un amigo, sino más bien a un enemigo que debe sufrir las consecuencias en caso de impago.
Ésta es la verdadera naturaleza del capitalismo despojado de toda pretensión de humanidad o moral. La imagen no es favorecedora, pero es totalmente fiel a la realidad. Shylock es la personificación del capital –su esencia destilada. Su antipatía hacia Antonio [el mercader cristiano] no se basa tanto en la religión, sino en el hecho de que viola el principio más fundamental del capitalismo –la inviolabilidad del afán de lucro. Antonio representa una vieja moralidad, un vestigio de la época en que se suponía que los límites de la amistad y el honor eran la regla suprema:
“Me dan ganas de llamarte otra vez lo mismo, de escupirte de nuevo y de darte también de puntapiés. Si quieres prestar ese dinero, préstalo, no como a tus amigos, pues ¿se ha visto alguna vez que la amistad haya exigido de un amigo sacrificios de un estéril pedazo de metal?, sino préstalo como a tus enemigos, de quienes podrás obtener más fácilmente castigo si faltan a su palabra”.
(Antonio en El mercader de Venecia, Acto I, Escena III)
Por el contrario, Shylock representa la nueva moral capitalista, que sitúa la búsqueda del beneficio antes que cualquier otra consideración. El crimen más atroz de Antonio, desde el punto de vista de Shylock, no es que adore a la Santa Trinidad, sino que preste dinero sin exigir interés, violando con ello el sacrosanto mandamiento del capitalismo:
“¡Qué fisonomía semejante a un hipócrita publicano! Le odio porque es cristiano, pero mucho más todavía porque en su baja simplicidad presta dinero gratis y hace así descender la tasa de la usura en Venecia. Si alguna vez puedo sentarle la mano en los riñones, satisfaré por completo el antiguo rencor que siento hacia él. Odia a nuestra santa nación, y hasta en el lugar en donde se reúnen los mercaderes se mofa de mí, de mis negocios y de mi ganancia legítimamente adquirida”.
(El mercader de Venecia, Acto I Escena III)
Algunas personas han tratado de encontrar el antisemitismo en este juego y cierto es que Shakespeare no era totalmente libre de los prejuicios de su tiempo. Sin embargo, como Marx comprendió, la esencia de Shylock no es su raza, nacionalidad o religión, sino su vocación como prestamista de dinero, la personificación del capitalismo en su etapa de formación de la acumulación originaria, es decir, en su estado más puro de esencia químicamente destilada.
Como para refutar de antemano la acusación de antisemitismo, Shakespeare pone en boca de Shylock el discurso más elocuente en su defensa:
“Soy judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?”
(El mercader de Venecia, Acto III Escena I)
El capital no conoce ni raza ni religión. No tiene patria y no conoce fronteras. No tiene ni alma ni corazón, no conoce ni bueno ni malo. Sin embargo, este dios ciego, más implacable que cualquier ídolo pagano, subyuga a toda la raza humana y la obliga a hacer su voluntad. Ese es el verdadero mensaje de la obra de Shakespeare y sigue siendo un mensaje válido para nuestra propia época.
La acumulación originaria
“Mientras sea un mendigo, despotricaré y diré que no hay otro pecado sino el ser rico; y cuando sea rico, mi virtud consistirá en decir que el único vicio es la pobreza”. (El bastardo en Vida y muerte del rey Juan, Acto II escena III)
El capitalismo se desarrolló en Inglaterra algo más tarde que en las ciudades del norte de Italia, pero una vez que se afianzó su desarrollo fue muy rápido. Este fue el período llamado por Marx como el período de acumulación originaria. La monarquía Tudor actuó como una agencia de la clase emergente de los capitalistas ingleses. Isabel I prestó su apoyo a la nueva clase de fabricantes y comerciantes, quienes proporcionaron la riqueza que sustentaba a la dinastía gobernante y aseguraba su supervivencia en un mundo amenazador. Pero este progreso económico se pagó a un alto costo social.
Los trastornos sociales surgidos de estos grandes cambios significaron terribles dificultades para las masas. Marx describe esto en El Capital, en la sección sobre la acumulación originaria:
“En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista, y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres son despojadas repentina y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres y desheredados. Sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino”. (Karl Marx, El Capital, volumen I, capítulo XXIV)
La industria principal fue la manufactura lanera, que constituía tres cuartas partes de las exportaciones de Inglaterra. El aumento constante de la demanda de lana promovió el crecimiento de la cría de ovejas. Pero como esto requería menos trabajadores, un gran número de la población rural se vio desocupada. Las granjas que producían alimentos anteriormente se convirtieron en tierras de pastoreo para el ganado ovino. Como Tomás Moro describiera amargamente en su famosa obra Utopía, las ovejas se estaban comiendo a la gente.
Este fue un período de leyes brutales contra los “mendigos” y “vagabundos”, es decir, contra la gran cantidad de campesinos que habían sido despojados de la tierra, desplazados por los nuevos métodos de la agricultura capitalista. En este período, como Marx observó, un gran sector de la población inglesa fue criminalizada, procesada, azotada y condenada a muerte por el delito de ser pobres. Durante el reinado de Enrique VIII, no menos de 72.000 “ladrones” fueron condenados a muerte. Los salarios estaban limitados por ley. Los problemas a los que se enfrentaban las masas empobrecidas se exacerbaron con la disolución de los monasterios, que arrojaron a miles de monjes y monjas a las filas de los desocupados, y con la disolución de las mesnadas feudales de la nobleza.
Así describe Marx las leyes brutales promulgadas contra los pobres en el reinado de Isabel I: “a los mendigos sin licencia, mayores de 14 años, se los azotará con todo rigor y serán marcados con hierro candente en la oreja izquierda en caso de que nadie quiera tomarlos a su servicio por el término de dos años; en caso de reincidencia, si son mayores de 18 años, deben ser… ajusticiados, salvo que alguien los quiera tomar por dos años a su servicio; a la segunda reincidencia, se los ejecutará sin merced, como reos de alta traición. Leyes similares: 18 Isabel c. 13 y otro de 1597”. (El Capital, vol. I, cap. XXIV)
Sin embargo, ésta es sólo una cara de la moneda. A pesar de su carácter opresivo y explotador, el sistema capitalista naciente también dio lugar a un explosivo desarrollo de las fuerzas productivas. A pesar de la pobreza y las dificultades que sufrieron muchas personas, y las terribles enfermedades que asolaron Inglaterra durante los siglos XVI y XVII, la población aumentó.
Londres era ahora un animado centro comercial, en el que se concentraba el 85% de todas las exportaciones. Cada año alrededor de 10.000 ciudadanos emigraban a Londres, creyendo que las calles estaban pavimentadas de oro como en el cuento. Las calles no eran de oro, pero los salarios en Londres eran un 50% superiores que en otras partes del país. Los ricos terratenientes y comerciantes construyeron casas palaciegas con jardines y huertos. La clase media prosperó e, incluso, algunos de las clases más bajas tuvieron suficiente dinero para ir al teatro.
Caravaggio y Monteverdi trabajaban para clientes ricos que pagaban las facturas. Shakespeare dependió sólo en parte de dichos clientes. El ascenso de la burguesía había creado una nueva audiencia de la clase media que iba al teatro y pagaba sus asientos. Shakespeare empezó a escribir de manera creciente para este público.
A pocos días de que se cumpla el centenario de la revolución rusa de 1917 (en realidad fueron dos), comenzamos una serie de artículos dedicados a reivindicar la importancia histórica y la vigencia de uno de los acontecimientos más importantes de la humanidad, cuando los trabajadores se atrevieron a “tomar el cielo por asalto”.
En este texto se abordan las características de las vanguardias artísticas nacidas o inspiradas al calor de la revolución, los acalorados debates en torno a la cultura y el arte, las reflexiones de Trotsky acerca del papel del arte en la revolución socialista, y, finalmente, cómo la contrarrevolución stalinista destruyó no sólo las conquistas políticas de la revolución, sino también a las vanguardias mismas.
Escrito por: David Rodrigo García Colín Carrillo
La revolución de octubre dio un impulso magnífico al arte soviético en todos los campos. Por el contrario, la reacción burocrática ha aplastado el renacimiento artístico con su mano totalitaria. No debemos sorprendernos. El arte es fundamentalmente una función de los nervios y exige una sinceridad total. [Trotsky, “El arte y la revolución”]
El arte que surgió al calor de Octubre tuvo una vida contradictoria, turbulenta y desigual como lo fue la misma revolución. La toma del poder por parte de los bolcheviques fue un acontecimiento bastante pacífico.1 Se dice que murieron más personas en el rodaje de una de las películas de Serguei Einsestein (Octubre), con motivo de la Revolución de Octubre, que en la toma del Palacio de Invierno. Inmediatamente después de la toma del poder la sociedad era un inmenso torbellino de debates callejeros, polémicas y discusión apasionados inspirados en la idea de que la revolución mundial estaba al alcance de la mano. Un mundo efervescente y vanguardista, llenó de inspiración a poetas, dramaturgos, escritores, escultores, creadores plásticos, –desde los obreros y campesinos amateurs con sus toscos poemas hasta creadores del más alto nivel- en infinidad de corrientes que luchaban por la hegemonía en el arte con la misma pasión con la que los bolcheviques lucharon por ganar a las masas. Incluso durante la guerra civil el arte de la revolución no se extinguió del todo. La NEP de la post-guerra civil dio un nuevo respiro a la revolución aunque el proceso de burocratización ya había comenzado; un proceso que terminaría por estrangular al arte de la revolución en “su propia cuna”. Alan Woods señala la rica mezcla heterogénea, ecléctica y experimental de la que se nutrió la vanguardia artística que se inspiró en la revolución, antes de que ésta fuera traicionada:
“Los artistas revolucionarios que emergieron de Octubre se basaron en una tradición muy rica. Había influencias de los cubistas franceses y futuristas italianos, simbolistas, constructivistas, Proletkult y una miríada de otras escuelas compitiendo unas con otras en una desconcertante variedad artística. Incuso antes de la Revolución rusa ya existía un semillero de creación artística, experimento y vanguardismo. Artistas rusos pre-revolucionarios como Valentín Serov, Mijail Vrubel y Victor Borisov-Musatov, que ya habían experimentado con nuevas formas artísticas, son los que pavimentaron el camino. Los artistas soviéticos estaban motivados por la búsqueda de la verdad y aunque los resultados con frecuencia fueron desiguales, en todos ellos había honestidad e integridad. Sólo en los últimos años se le ha prestado la atención debida a este período artístico tan destacado, tanto en Rusia como en Occidente.
La revolución dotaba al artista de material en abundancia. En palabras de Maiakovsky, “de una vez por todas se pintará de color la vida monótona” […]2
Era el mundo de las vanguardias artísticas que pretendían romper con un rancio academicismo dogmático, con sus reglas rígidas, a favor de la libre y audaz experimentación. Romper con el pomposo y aristocrático arte del zarismo y de la burguesía. El espíritu general era expresado por la consigna constructivista: “un arte constructivo que no decora, pero organiza la vida”. En un mundo lleno de tensión, emoción y pathos todos los que hasta entonces habían permanecido expropiados culturalmente querían expresarlo todo, aprenderlo todo, criticarlo todo. Los cerca de 500 palacios que componen San Petersburgo de Pedro el Grande fueron nacionalizados y convertidos en escuelas, museos (de todo tipo: desde el museo de naipes reales hasta el museo de las rocas), viviendas, oficinas públicas; con las colecciones privadas nacionalizadas, por ejemplo, se cuadruplicó el acervo del Museo Hermitage, de tal suerte que incluso hoy es el museo más grande del mundo: si creemos a la información de los guías del museo, si uno invirtiera de forma ininterrumpida 30 segundos en cada obra expuesta requeriría seis años para admirarlo todo; esta riqueza pública es lo único que se conserva del legado revolucionario en la Rusia burguesa actual. Como una inmensa plaza pública la revolución estaba llena de oradores, actores, poetas ambulantes, músicos de toda clase, sátiros y cómicos que ridiculizaban la vieja y decadente vida que trataban de destruir para crear algo enteramente nuevo, cometiendo no pocos excesos irresponsable y nihilistas en el camino. En términos de la “jerga” artística actual se podría decir que las calles se habían convertido en un inmenso “performance”. Victor Serge -testigo presencial y sobreviviente de los campos de concentración de Stalin- relata en sus memorias la intensa vida artística que se dio incluso en los breves interludios de la etapa más cruenta de la guerra civil (1919); relata que en las calles de Moscú:
“Había varios cafés de poetas en la calle Tvérskaia; era la época en que Serguei Esenin se revelaba escribiendo a veces con tiza versos magníficos en las paredes del exmonasterio de la Pasión […] Al salir de allí, me detenía delante de los escaparates, algunos quebrados por las largas hendiduras de las balas del año pasado, donde Maiakovski pegaba sus carteles de agitación contra la Entente, el Piojo, los generales blancos, Lloyd George, Clemenceu, el capitalismo encarnado por un ser barrigón, con sombrero de copa y fumando un enorme puro […] Lunacharski, comisario del pueblo para la instrucción pública, había dado permiso a los pintores futuristas para decorar Moscú, y habían transformado los puestos de un mercado en flores gigantescas. El gran lirismo, hasta entonces confinado en los círculos literarios, buscaba para sí mismo nuevas vías en las plazas públicas. Los poetas aprendían a declamar o a salmodiar sus versos ante grandes auditorios venidos de la calle. Su acento quedaba renovado por ello, las cursilerías cedían su lugar al poder y al ardor”.3
Era una corriente de opinión muy extendida el que la titánica obra revolucionaria exigía un arte titánico y monumental. Algunos monumentos fueron construidos, pero a menudo estos ambiciosos proyectos trataban de alcanzar por medio de la imaginación lo que el aislamiento y el atraso semifeudal le impedía a la Rusia post revolucionaria.4
“Diderot decía que la musa de la escultura era “silenciosa y esquiva”. Pero los monumentos de la revolución era todo menos eso. Entre los nuevos monumentos tenemos obras la escultura de Victor Sinaisky de Lassale, el Stepan Razin de Konionkiv y su Hombre, y el monumento torre imaginativo e impresionante de Tatlin a la Tercera Internacional, que nunca se construyó y que sólo existe en madera y alambre. Pretendía que fuera una gigantesca torre de cristal y metal que empequeñeciera al rascacielos más alto del mundo […]”5
Si la toma del poder fue un acontecimiento incruento el verdadero baño de sangre comenzó con la guerra civil en donde la joven revolución fue invadida por veintiún ejércitos extranjeros en doce frentes de guerra. Trotsky observó que “los cañones de la guerra civil tienden a acallar a las musas del arte”. La revolución debía luchar a muerte por su derecho a la supervivencia antes de que los artistas tuvieran el espacio y el tiempo para el desarrollo cualitativo de la creación estética. Sin embargo, incluso en este periodo, se cultivó, con cierto éxito, la poesía y la novela épica que tendía a inflamar el espíritu de lucha que caracterizó a la gesta heroica en la cual los esclavistas fueron derrotados. El poster y el teatro (dos de las formas más accesibles del arte) fueron de las manifestaciones artísticas más relevantes del periodo de la guerra civil.
“El póster estimulaba el pensamiento, expresaba la indignación, bullía de entusiasmo, provocaba risa, respondía al instante a los acontecimientos y comunicaba si retraso las noticias. Los posters se sacaban por la noche, para empapelar las calles a la mañana siguiente. Aun sabiendo que la vida del poster sería de solo un día, con los años, han perdurado en la historia del arte. Han perdurado no sólo como testigos de los grandes acontecimientos, sino también por su gran y rigurosa perfección […] Estos posters tienen el derecho a ser considerados auténtico arte. Si es pop art, entonces es su categoría más elevada. Los posters tenían forma verdaderamente artística, los de Maiakovsky, Dmitri Moor, Mijail Cheremnykh y muchos más, muchos de sus nombres se han perdido, aunque su arte sobrevive. El teatro también alcanzó nuevas cotas con la obra de genios como Meyerhold y Maiakovsky”.6
Aquí uno de los carteles más conocido (“Libros” 1925, abajo) de Rodchenko. Además de diseñador, fue pintor abstracto-impresionista y fotógrafo. Desempeñó cargos en el joven Estado soviético como el de director de museos.
Rodchenko convirtió la fotografía en un arte, no se trataba de retratar lo real sino de captar artísticamente lo real por medio de una cámara fotográfica. Aquí una de sus fotografías más conocidas: “Escalera de emergencia” (1926)
Aunque muchos de los carteles estaban limitados por los fines propagandísticos impuestos por la terrible guerra civil, su contenido artístico no queda aclipsado –al menos no del todo-por el contenido político. Aquí un cartel de Adolf Strakhov conmemorativo del día internacional de la mujer trabajadora: “¡mujer, ahora eres libre!, ayúdanos construyendo socialismo” (1923).
La valoración que los bolcheviques tuvieron por el arte se puede juzgar, en parte, por el hecho de que incluso en los años más duros de la guerra civil se promovieron masivas exposiciones de arte.
“Se nacionalizó las mayores colecciones de arte, como la galería Tretyakovsky y las colecciones de Sergei Shchukin e Ivan Morozov”. El “Tren de Cultura y de Instrucción” recorrió entre 1918 y 1921 las vías férreas poniendo el arte al alcance de las masas campesinas y analfabetas. Sus vagones, transformaban las estaciones en museos y escenarios a cielo abierto con espectáculos teatrales, exposiciones de cine, de pintura, etc. En 1920, por ejemplo, se reproduce el ataque al palacio de Invierno con ocho mil actores y quinientos músicos y con el mismo buque Aurora tirando salvas como en 1917. Isadora Duncan bailó también al aire libre con cinco grados bajo cero, hacía tanto frío que se escarchaban los instrumentos de la orquesta que la acompañaba”.10
Cada soviet intentaba organizar su propia sección teatral. Cuando a Lunacharski –primer comisario para la Educación del régimen soviético- le llegaron rumores sobre la destrucción de la iglesia de San Basilio por la artillería bolchevique, se decidió a romper con su Partido en protesta por semejante crimen al arte; afortunadamente “la iglesia de San Basilio no sufrió daño durante la insurrección de Moscú”.11 Trotsky recuerda en su autobiografía que, como comisario de guerra, tuvo que debatirse con su compañera Natalia Sedova quien se desempeñaba como directora de Museos y Monumentos históricos, en el Comisariado de Instrucción Pública.
“Le cupo en suerte bajo las condiciones de vida de la guerra civil los monumentos del pasado. Y por cierto que no era empresa fácil. Ni las tropas blancas ni las rojas sentían gran inclinación a preocuparse del valor histórico de las catedrales, de las provincias, ni de las iglesias antiguas. Esto daba origen a frecuentes conflictos entre el ministerio de la Guerra y la dirección de los Museos. Los encargados de proteger los palacios y las iglesias echaban en cara a las tropas su falta de respeto a la cultura; los comisarios de guerra reprochaban a los protectores de los monumentos de arte el dar más importancia a objetos muertos que a hombres vivientes. El caso era que, formalmente, yo tenía que estarme a cada paso debatiéndome en el terreno oficial con mi propia mujer. Este tema ha dado lugar a buen número de chistes y bromas”.12
Adolfo Sánchez Vásquez resumió el contenido de los primeros decretos soviéticos:
“Los primero decretos del poder soviético, firmados por Lenin, tienden precisamente a asegurar el disfrute de los bienes de la educación, la ciencia, la literatura y el arte por las grandes masas […] Hacer de la cultura un dominio público, un patrimonio social: he ahí la primera tarea del socialismo, doblemente primordial en un país atrasado culturalmente”.13
La poesía quebraba las reglas de la academia y generaba nuevas formas y medios de expresión de la mano de creadores como el gran Vladimir Maiakovsky, Alexander Blok, Andrei Biely y otros. Maiakovsky no sólo fue poeta sino pintor, director de teatro y de cine. Su poesía es revolucionaria hasta excesos nihilistas por los que sería criticada por Trotsky. Frente a un pueblo que requería romper con su indigencia cultural tanto como con su pobreza material Maiakovsky, en un mecanicismo burdo, llamaba a acabar con los clásicos en la literatura, así como la revolución acababa con los ejércitos blancos.
La audacia de Maiakovsky y su búsqueda de nuevas formas serían fructíferas para el arte a pesar de sus excesos perniciosos y sus infantilismos ultraizquierdistas.
“La poesía de Maiakovski tiene ante todo la necesidad y búsqueda de la oralidad, estaba hecha para ser oída, hablada, cantada, gritada. Buscaba, que lejos de los planteamientos puramente literarios y en cierta forma elitistas del futurismo de Marinetti, encontrar la forma de que sus ideas y sus frases fueran escuchadas por el pueblo, de esta forma conjugaba sus dos pensamientos teóricos, el artístico y el político. Los ejemplos más claros, por la necesidad que tenía el poeta de llegar a la gente, a remover sus conciencias, a agregarlos a la revolución fue en 1917 sus poemas se llenan de palabras malsonantes, lejanas al concepto usual de la palabra poética. […] La inmediatez de la poesía era su rasgo más característico, estaba escrita a pie de calle, al momento, como un periodista armado de versos y poemas, como un soldado de lápiz y papel. […]El mundo semántico que llena la poesía de Maiakovski está lleno de ideas utópicas, de búsqueda de un mundo futuro distinto, Su propia técnica literaria se basaba en dejar de lado cualquier forma de literatura, por tanto poesía, clásica, romper los cánones que encorsetaban el poema , sea en la forma o en el contenido, un concepto nuevo para un mundo nuevo, nada era ni sería igual al pasado, por lo tanto el pasado sobraba”.15
En general la producción artística de la Revolución rusa no era de tendencia figurativa o “realista”; era abstracta, simbolista, impresionista. No lo era sólo porque tratara de fugarse del mundo como frecuentemente sucede con estas tendencias subjetivistas (aunque dado el atraso de la Unión Soviética el elemento de “fuga” no puede desdeñarse), sino porque pretendía transformarlo, porque no se conformaba con él, quería trascenderlo y no simplemente representarlo. Aunque las tendencias principales, sobre todo en la pintura, no eran “realistas” su diversidad y variedad eran impresionantes. Sin duda estos artistas, en su intento de romper con el arte anterior, no hacían sino recuperar la herencia de tendencias que, como el futurismo o el surrealismo, eran una expresión estética de la crisis o exacerbación de la individualidad (burguesa por supuesto). Pero también es cierto que al atar sincera y apasionadamente su genio creativo con la revolución estos artistas encontraban, de forma contradictoria, la realización objetiva y social de sus intuiciones estéticas dando un enorme impulso al desarrollo del arte. Las pinturas de Marc Chagall, Fílonov, el suprematismo de Kazimir Malevitch e incluso Kandisnky son evidencia clara de que en la pintura las vanguardias rusas no eran seguidoras del “realismo” al que, en realidad, consideraban académico, conservador y reaccionario.
“Chagall pinta escenas surrealistas llenas de magia, como la de El paseo. A Kandisnky le preocupa el color. Lo utiliza como forma de expresión de sentimientos por encima de la representación de objetos materiales. Filónov también deja en sus cuadros a un lado la realidad para hablar de realidad. Por ejemplo, en Fórmula de la Revolución un entramado de formas irreconocibles de distintos tamaños refleja la diversidad del pueblo ruso”.16
Malevich funda el “suprematismo” en el cual las figuras y los colores son simplificados para cobrar mayor fuerza expresiva. Sus temas son la vida campesina y el primitivismo de la vida rusa.18 Veía en el socialismo la búsqueda de Dios, la nueva iglesia es la fábrica y los mártires son los trabajadores que aspiran a encontrarse con el reino de Dios en la tierra19.
Pavel Filónov fue el fundador de la “pintura analítica” en la que la realidad es descompuesta en sus elementos individuales y luego vuelta a integrar – en un “síntesis” donde las fronteras entre descomposición y re-composición son prácticamente borradas- una imagen que revela una realidad no evidente. Con ésta tesis compone cuadros verdaderamente fascinantes. Condenado por el stalinismo muere de hambre en 1941. Aquí sus increíbles obras “Fórmula del proletariado” de 1921 y “Fórmula de la revolución” de 1920.
Frecuentemente creadores e intelectuales honestos se asustan con el fantasma de las revoluciones que “todo lo destruyen”. Pero incluso en la atrasada Rusia la revolución generó un campo creativo y de libertad para los intelectuales bastante notable. Anatole Vasilievich Lunacharski fue el primer comisario del Pueblo para la Educación. Aunque incapaz en tareas administrativas tuvo un papel muy importante en atraer a la intelectualidad hacia el régimen soviético. En un retrato-homenaje ante su muerte, en 1934, Trotsky escribió:
“Como comisario del pueblo de educación Lunacharski era irremplazable en las relaciones con los viejos círculos universitarios y pedagógicos en general, convencidos de que de los “ignorantes usurpadores” no se podía esperar otra cosa que la liquidación total de la ciencia y el arte. Sin esfuerzo y con entusiasmo le demostró a este medio tan cerrado que los bolcheviques, además de respetar la cultura, no eran enemigos de ella. Más de un druida académico tuvo que quedarse con la boca abierta ante este vándalo que leía sin dificultad media docena de lenguas modernas y dos clásicas y, al pasar, desplegaba inesperadamente tan formidable erudición que alcanzaba de lejos como para diez profesores. A Lunacharski le corresponde gran parte del mérito por la reconciliación de la intelectualidad patentada y diplomada con el poder soviético […]”23
La revolución hizo lo posible, con sus inmensas limitaciones culturales y económicas, por involucrar o poner a la cabeza de las instituciones culturales a todos los intelectuales y creadores que no huyeron de la revolución y que estuvieran dispuestos a participar sin que ello implicara renunciar a sus visiones particulares sobre el arte –muchos de ellos buscaban una nueva religión o el elemento subyacente místico de la realidad-, tal fue el caso del famoso fundador de la pintura abstracta-lírica Wassily Vasílievich Kandinsky quien se desempeñó –a pesar de que su arte y filosofía tendían al misticismo- dentro del “Comisariado para la educación”, en tareas de reforma de las escuelas de arte. Fue fundador del Instituto para la Cultura Artística. Chagall y Malevich –quienes se inspiraban en una mística afín a la religión ortodoxa-también se desempeñaron en responsabilidades estatales, aquél como Comisario de Arte para la región de Vitebsk y éste como jefe del Departamento de Arte del Soviet en Moscú, sin renunciar a su libertad de creación y de crítica (se producían manifiestos artísticos como los hongos después de la lluvia).24 El gran director de teatro Mayerhold tuvo altos cargos en el Consejo de Teatro Bolchevique. Filónov, Gorki, Maiakovsky y muchos otros creadores tuvieron puestos importantes en materia cultural. Comprometerse con la revolución y participar en instituciones estatales no equivalía a someterse ante la autoridad, como sucede frecuentemente con los intelectuales que se fusionan con el Estado burgués; por el contrario, las duras condiciones de aislamiento y asedio de la revolución significaban más privaciones y sacrificios que privilegios para los artistas comprometidos, pero por fin podían participar en una tarea que pretendía fusionar el arte con la vida en un ambiente de libertad creativa y honestidad. De hecho existían constantes choques pero no entre el Estado y las “sectas vanguardistas” sino entre éstas mismas: entre el constructivismo y el suprematismo, entre el abstraccionismo y el arte monumental, entre el primitivismo y el futurismo, etc.25
En la música el movimiento vanguardista ruso encontró algunos de sus más sublimes exponentes. Shostakovich y Prokofiev desarrollaron formas no tradicionales y vanguardistas de composición y estructura musical, como el caso de la ópera atonal “La nariz”, de Shostakovich, basada en la obra de Gógol.
Grandes cineastas se unieron de manera entusiasta a las causa de la revolución produciendo obras maestras del ahora llamado “séptimo arte”: “La madre” [Pudovkin, 1924], “La huelga” [Eisenstein, 1924], “El acorazado Potemkin” [Eisenstein, 1925], “Soviet, avante!” [Vertov, 1926] y “Octubre” [Eisenstein, 1927] fueron obras pioneras. Einsestein revolucionó la cinematografía con la técnica del montaje –usado y abusado en el vacío cine hollywoodense- pero su contribución va mucho más allá del aspecto técnico: en su más célebre rodaje “El acorazado potémkin” el protagonista no es un individuo sino la masa que lleva adelante la revolución, no existen actores “profesionales” sino las masas recreando el drama del que fueron protagonistas. Las imágenes no son sólo crudas representaciones de lo real sino símbolos y metáforas de la revolución, contienen una idea filosófica profundamente dialéctica: producir en el espectador una idea sugerida implícitamente por dos imágenes asociadas como la síntesis producto del choque entre la tesis y la antítesis. Hoy la narrativa de películas como “La huelga” puede parecer lenta –sobre todo para espectadores acostumbrados a la vertiginosa dinámica del cine de nuestros días- pero su mensaje vanguardista, el drama que expresan (mucho más actual que el del 99% del cine contemporáneo) y recursos innovadores siguen siendo vigentes.
Dziga Vertov, por su parte, fue un cineasta revolucionario que en 1919 llamaba a subvertir las reglas del cine. Fue impulsor del “Cine-ojo” que consistía en una idea de cine documental que arrancara su material de la vida real sin guiones, actores o escenografías artificiales. El cine debía cortar su “cordón umbilical” que lo unía a la literatura y el teatro adquiriendo su propia lógica y lenguaje. Durante el stalinismo a este cineasta se le acabaría el marco para su experimentación pues era la época de hacer cine sobre la mentira y no sobre la verdad de la vida. No había espacio para los documentales. En un cine que, hasta hoy, es dominado por el género masculino en la Rusia de Lenin y Trotsky destacaron cineastas femeninas como Elizaveta Svilova, Olga Preobrazhenskaya, Esfir Shub.
Novelas de calidad desigual fueron inspiradas por los años heroicos de la revolución. Algunas de ellas son verdaderas obras de arte:
“Este período también dio novelas notables, como Chapayev de Dimitri Furmanov, que fue comisario político con los célebres partisanos de Chapayev, Isaak Babel y su Caballería roja, una de las mejores obras en prosa de la Rusia soviética de los años veinte. Pero la contrarrevolución stalinista acabó con todo este maravilloso potencial”.26
Vladímir Yevgráfovich Tatlin fue fundador en 1914 de la vanguardia artística conocida como el “Constructivismo” que tendría un gran impacto en el arte de Octubre y más allá (en la educación), fue pintor, escultor y arquitecto. Pasará a la posteridad, sobre todo, por su increíble proyecto arquitectónico conocido como la “Tercera internacional” que la guerra civil y la pobreza impedirían materializar más allá de la maqueta. Se trataba de un enorme edificio habitable que sería cede de la Tercera Internacional -encargada de impulsar la revolución socialista más allá de la fronteras rusas (en esas fechas a nadie, mucho menos a Stalin, se le había ocurrido la antimarxista idea del “socialismo en un solo país”)-, de comedores públicos y la oficina de correos. De cuatrocientos metros de alto superaría a la Torre Eiffel y su construcción sería de hierro, acero y cristal. Lo increíble y artístico del proyecto consistía, entre otras cosas, en su diseño “dialéctico” en espiral (como la estructura del desarrollo contradictorio) conteniendo en su interior diferentes estructuras geométricas en rotación: un cubo que completaría su giro en un año, una pirámide que rotaría en un mes, el cilindro haría lo propio en un día y la media esfera en una hora. Trotsky no fue muy entusiasta con el proyecto de la Torre Tatlin, reprochó a Tatlin pretender “encerrar” al “Consejo Mundial de Comisario del Pueblo” en una “botella de cerveza”: “Podíamos aceptar el cilindro y su rotación, si ello se combinara con una construcción simple y ligera, es decir, si los mecanismos para hacerlo girar no aplastasen toda las construcción”.27
En 1943 Stalin enterró a la III internacional –el principal proyecto político de Lenin- sin siquiera convocar a un congreso. El audaz planteamiento de Tatlin nunca fue recuperado excepto por la monstruosa distorsión de la burocracia stalinista que, al igual que los faraones egipcios, pretendía construir para su gloria y culto una estructura enorme, que no pasó de la cimentación, conocida como “El palacio de los soviets” que pretendía ser el edificio más alto del mundo (415 m de altura) rematada con una enorme escultura de Lenin de cien metros de envergadura. La burocracia no se había conformado con disecara a Lenin querían aplastar su memoria e ideas con una enorme estatua de un hombre que siempre rechazo el culto a la personalidad.29 El inicio de la Segunda guerra Mundial haría que el edificio monumental no pasara de un inmenso foso para sus cimientos30 que recordaba la “oquedad” monstruosa donde se habían arrojado las ideas originales del bolchevismo y el marxismo.
31 [aquí una recreación computarizada de cómo luciría el “Palacio de los soviets”]
La policrómica y desconcertante expresión artística de los primeros años de la revolución son la mejor respuesta a la burda caricatura stalinista según la cual Lenin abogaba por el control total del Partido sobre la literatura y el arte. La manipulación grosera del artículo de Lenin “Sobre literatura del partido”-que se refería exclusivamente a la literatura destinada a los órganos del Partido Bolchevique- es uno de los ejemplos más grotescos de la distorsión de sus ideas. Sánchez Vásquez observa que
“Lenin no se pronuncia a favor de la supresión o la limitación de ninguna corriente artística o estética ni adopta medidas oficiales para favorecer una de ellas y obstaculizar las otras; es decir, en la batalla estética y artística de los años veinte, en la que confrontan sus principios y realizaciones las más variadas tendencias en un verdadero clima de libertad de expresión y creación”.32
En realidad los gustos estéticos de Lenin eran bastante conservadores y aunque no carecía de una cultura literaria notable (además de las viejas canciones populares revolucionarias, gustaba de Tolstoi, Pushkin, la pintura representativa, la Ópera y, en general, de los clásicos) él mismo aceptaba su incompetencia en temas artísticos. El arte de vanguardia de la revolución (Mayakosky por ejemplo) le parecía a Lenin incomprensible. Por cuestiones teóricas de principio, en la misma línea que Trotsky, se opuso al izquierdismo infantil del Prolekult –que pretendía desechar la cultura del pasado y crear una “nuevecita” puramente proletaria- pero nunca pretendió convertir sus gustos estéticos particulares en norma universal. Trotsky criticó duramente los excesos irresponsables del Prolekult y Maiakovsky pero hubiera sido impensable que sus ideas fueran prohibidas.
“[…] En más de una ocasión, Lenin reconoce que el arte no es un dominio en el que él se sienta seguro. “Con gran asombro”-cuanta Lunarcharsky- “se detuvo ante un monumento de corte futurista, pero cuando le pidieron su opinión, dijo Yo no entiendo nada de eso: pregunte a Lunarcharsky”.33
Y sin embargo esta gran revolucionario con gustos estéticos conservadores se preocupó por fomentar esas expresiones artísticas que le desconcertaban o que simplemente no terminaba de entender.
Trotsky y la “Revolución Cultural”
A pesar de la impresionante explosión artística inspirada por la revolución, la recién creada Federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas seguía siendo una nación extremadamente, atrasada, inculta y analfabeta. Sólo el 10% de la población pertenecía a una clase obrera recién salida del campesinado, la mayoría no sabía leer ni escribir. La situación económica empeoró aún más a raíz de la guerra civil a grado tal que el proletariado industrial prácticamente desapareció. Quizá no nos equivoquemos al afirmar que la forma surrealista, impresionista y, en general, vanguardista del arte soviético se debía, en parte, al contraste entre un espíritu creador exuberante que se debatía contra una realidad indigente. Este arte no era ni socialista ni proletario y no podía serlo. Era un arte que trataba de fugarse de la realidad porque ésta era demasiado pobre, prosaica y atrasada. La necesidad de superar la indigencia cultural de las masas fue una de las razones por las cuales Lenin y Trotsky se opusieron a la pretenciosa y fantástica teoría del “Arte proletario” que idolatraba el atraso cultural en lugar de aspirar a superarlo.
En 1923, después de terminada la guerra civil y a comienzos de la lucha de Trotsky y Lenin contra la burocracia, aquél se dio tiempo para escribir un libro –problemas de la vida cotidiana- sobre la necesidad de emprender una ofensiva por el aumento del nivel cultural de los trabajadores en todas las manifestaciones de la vida; desde los problemas más triviales hasta la necesidad de un lenguaje culto. Se podría decir, si se quiere, que se trataba de emprender una “Revolución Cultural”, aunque este término no es el más adecuado –no fue por cierto el utilizado por Trotsky quien hablaba, más bien, de reformar la vida una vez que la revolución se había realizado, de apropiarse del legado cultural del pasado más que de “revolucionarlo”- a la luz de los excesos de la “Revolución Cultural” (1966-1976) en la China de Mao, en donde Shakespeare era condenado por burgués34 –junto con la música de Beethoven- el término ha caído en el oprobio. Lo que Trotsky planteaba era exactamente lo contrario de los excesos del “Arte proletario” y su posterior versión china; se trataba de emprender con los obreros y campesinos soviéticos – en base a su propia movilización y experimentación- las tareas culturales que en los países capitalistas avanzados se habían llevado a cabo, de manera contradictoria, en los marcos de la sociedad burguesa e impulsarlos más allá con las posibilidades propias de una economía planificada: aprender a leer y escribir, superar una vida cotidiana dominada por la barbarie, liberar a la mujer de la esclavitud del hogar, generar nuevas fiestas y tradiciones que arrebataran a los trabajadores del púlpito y la superstición; generar nuevas relaciones entre padres e hijos, esposa y esposo; arrebatar a la población de la taberna para llevarla a los museos, al cine; etc.
Esta tarea, para Trotsky y Lenin, no podía ser vista al margen de la revolución socialista factor sin el cual se trataría de una utopía sin sentido. Se enmarcaba en la necesidad de mantener las palancas fundamentales de la economía en manos estatales –es decir en la liquidación del capitalismo-, en el desarrollo de la economía, en el mantenimiento del poder obrero, en la defensa de la revolución asediada por un cerco capitalista y, sobre todo, en la extensión de la revolución más allá de las fronteras soviéticas. Pero aparte de ello “las nueve décimas partes de nuestra tarea” –afirmaba Trotsky- “desembocan en el plano cultural”.35 Ante esta magnífica tarea, que ya no le sería dado a Trotsky impulsar pues algunos años después sería expulsado por la burocracia, toda charlatanería que pretendiera crear una cultura de la nada y puramente proletaria no podía más que resultar nociva. Así escribió: “Esta búsqueda de la piedra filosofal resulta de la desesperación ante nuestro atraso, al mismo tiempo que de la creencia en milagros que, ya de por sí, es un índice de atraso”.36
Por lo anterior las reflexiones de Trotsky acerca de la “renovación cultural” en lo relativo al cine, el lenguaje, las relaciones familiares, etc. plasmadas en Problemas de la vida cotidiana, no platean una cultura “maravillosa, comunista” enteramente nueva inventada por el genio revolucionario de Trotsky, como quizá algunos desearían en un libro sobre “cultura socialista”, pero hacen que el libro en cuestión tenga un dimensión práctica y concreta que lo hace más interesante. Trotsky pretende partir de lo concreto (desde el punto de vista del nivel cultural de la Rusia de 1923) para superarlo y elevar el nivel cultural de las masas no en la fantasía sino en la realidad. Su libro es un llamado al Partido Bolchevique para llevar adelante una “Gran Política” entendida como la realización de las medidas necesarias para “orientar la actividad colectiva en todos los campos de la vida pública”,37 para despertar la actividad creativa de las masas y apoyarla en la creación de una nueva vida cultural más digna y más humana, sin burocratismos ni ocultamientos de la verdad. Se trata de un libro, escrito un poco antes que El nuevo curso, que marca el comienzo de la lucha abierta de la oposición llamada “trotskista” contra la burocracia.38 Esto es evidente en el título y el contenido del último capítulo del libro: “Contra la burocracia, progresista y no progresista” que se opone a la sofocación burocrática de la iniciativa creadora de las masas en la formación de nuevas formas más solidarias de vida.
La revolución, por definición, representa el despertar de la consciencia de grandes capas de la población. Pero el despertar político de un sector ni siquiera significa para éste un despertar automático en su nivel cultural, en sus costumbres, en el trato a la mujer, en el alcoholismo, en la limpieza, la “civilidad”, etc. –mucho menos para las capas más atrasadas o apáticas-. El atraso y poca diferenciación del proletariado ruso facilitó su cohesión política en la revolución de Octubre pero dificultó su elevación cultural una vez en el poder. Así observa Trotsky que “La historia no nos da nada gratuitamente: la rebaja que nos concede en un campo –el de la política- se la cobra en el otro-el de la cultura-”.39Por su atraso la “edificación socialista” le resultará tan difícil a los trabajadores soviéticos como fácil le fue la toma del poder….la historia del stalinismo le dará la razón.
Si en lo político los trabajadores dan un salto de consciencia ¿Cómo llevar ese salto a la vida diaria? La cuestión no es nada sencilla. De hecho resultará imposible para una revolución aislada más allá de algunas medidas preparatorias “profilácticas”. Guardemos la siguiente reflexión en la memoria porque resulta de gran relevancia en el debate sobre la alienación, en lo que Trotsky llamó “proceso molecular de la revolución” y en las reminiscencias de Freud en el pensamiento de Trotsky:
“Es en la vida diaria donde se percibe mejor hasta qué punto el individuo es el producto y no el creador de sus condiciones de vida. La vida, es decir, las condiciones y los modos de vida, se crean, mucho más aún que la economía, “a espaldas de los hombres” (la expresión es de Marx). En el plano de la vida diaria, la creación consciente ocupa un lugar insignificante en la historia de la humanidad. La vida diaria resulta de la acumulación de las experiencias espontáneas de los hombres, cambiando con igual espontaneidad, bajo el efecto de la técnica o de los golpes ocasionales asestados por la lucha revolucionaria, reflejando, en resumidas cuentas, mucho más el pasado de la sociedad humana que el presente”.40
No se nos olvide, cuando evaluamos estas tesis, que los bolcheviques contaron siempre con que su revolución sería el primer episodio de un drama mundial que acabaría con la extensión de su revolución a los países capitalistas avanzados. Dados los éxitos impresionantes de la planificación económica soviética sólo hace falta un poco de imaginación para representarse los resultados culturales y las dificultades que se hubieran evitado si la revolución alemana de 1923 no hubiera sido derrotada. Pero Trotsky en su libro se abstrae momentáneamente de las tareas de la revolución mundial para proponer qué es lo que el régimen soviético puede hacer mientras tanto, para elevar el nivel cultural de la población.
En primer lugar se debe abordar la vida tal cual es sin idealizaciones de ningún tipo; por eso Trotsky llama a los periodistas y a los literatos a “Mostradnos la vida tal como sale de la fragua de la revolución”.41 Como decía Spinoza “la libertad es el conocimiento de la necesidad”. No se puede transformar aquello que no se conoce o se oculta deliberadamente. Trotsky pide retratar la vida de las masas tal cual es, en todas sus contradicciones y en toda su fealdad. Retratar la vida en la taberna, en la fábrica, en el sindicato, en el comité, en la calle, etc. Lo contrario al futuro “realismo socialista” que en lugar de ser “realismo” era idealismo panegírico de la peor especie. Hay que promover en el obrero la reflexión crítica sobre su vida y exponerla en los medios periodísticos y literarios. Claro que estas reflexiones no constituyen más que el diagnóstico pero son de suma utilidad para sustraer la vida a la barbarie al mismo tiempo que se desarrollan las fuerzas productivas de una economía que ha roto con el capitalismo.
Los ilustrados burgueses trataron de racionalizar todos los aspectos de la vida, someter a la existencia a los cánones de la razón humana, pero sus brillantes reflexiones resultaban utópicas ya que el capitalismo es altamente irracional, anárquico y el factor consciente juega en él un papel ínfimo subordinado a la lógica del capital. Por ello la economía planificada es un instrumento de primer orden para la racionalización real de la vida: “La vida no puede racionalizarse, es decir, transformarse de conformidad a las exigencias de la razón, sin racionalizar la producción, pues la vida se basa en la economía […] y el socialismo equivale a una poderosa expansión de la cultura, de una cultura auténtica, humana, de una cultura del hombre liberado de las relaciones de clase”.42
Con la reducción de la jornada laboral en un tercio (las ocho horas de trabajo) y la prohibición del alcohol el régimen bolchevique debía poner las bases para sustraer al obrero del alcoholismo y de los dogmas religiosos para llenar su “tiempo libre” de actividades que eleven sus horizontes, su consciencia y su cultura:
“El deseo de divertirse, de distraerse, de contemplar espectáculos y reír, es un deseo legítimo de la naturaleza humana. Podemos y debemos conceder a esa necesidad satisfacciones artísticas cada vez mayores, sirviéndonos al mismo tiempo de esa satisfacción como medio de educación colectiva, sin ejercer tutela pedagógica o constreñimientos para imponer la verdad”.43
El llamado “séptimo arte” estaba apenas naciendo. Trotsky llama a adoptarlo de forma decidida para llenar la vida de la población de nuevas formas de percepción estética.
“[…]La pasión del cine se basa en el deseo de distraerse, de ver algo nuevo, inédito, de reír hasta de llorar, no sobre la propia suerte sino sobre la de otro. El cine ofrece una satisfacción óptica totalmente viva e inmediata todas esas necesidades sin exigir nada del espectador, ni siquiera la capacidad de leer. De ahí la afición y la gratitud del espectador hacia el cine, fuente inagotable de impresiones y de sensaciones. He ahí el punto, no solamente el punto, sino la vasta superficie donde pueden comenzarse los esfuerzos en vista a la educación socialista44 […] El cine divierte, instruye, sorprende la imaginación con imágenes y quita las ganas de ir a la iglesia. Es el instrumento del que tenemos que apoderarnos a toda costa”.45
El Estado Obrero debe hacerle la competencia a la taberna y a la iglesia para que el tiempo libre de los trabajadores sea tiempo de “calidad” aportándole algo que le haga crecer espiritualmente. Evidentemente el régimen bolchevique garantizó la libertad de culto pero no dejó de propagar las ideas ateas, ilustradas y materialistas como un medio para superar el embrutecimiento cultural.
La Iglesia es importante en la vida de las personas no sólo porque en ella encuentren el “opio” que les asegura una vida mejor cuando hayan muerto, no sólo porque, como decía Marx, la religión sea “el lamento de la criatura agobiada” que intenta fugarse de una realidad de miseria transfigurando su vida en su imaginación. También lo es por el peso de ceremonias, reforzadas por la costumbre, que azucaran una vida amarga por medio de imágenes, cantos, rituales, comuniones, fiestas; es decir, dan un poco de color a una vida gris. Los campesinos no son religiosos tanto por “respeto” a la jerarquía eclesiástica (las “Jaqueries” campesinas han empezado muchas veces por la destrucción de las iglesias y el asesinato de los curas) sino por la fuerza de la tradición y el apego a el ritual y las fiestas.
“El elemento de distracción, de entretenimiento, de pasatiempo, desempeña un papel enorme en la ceremonia religiosa. A través de la escenificación, la iglesia actúa sobre los sentidos: la vista, el oído, el olfato (el incienso), sobre la imaginación. La afición de los hombres al teatro-ver y oír algo nuevo brillante, que los saque de lo ordinario- es muy fuerte, indestructible e insaciable desde la infancia hasta una edad avanzada. Para que las amplias masas renuncien al formalismo, al ritual de la vida diaria, no basta la propaganda antirreligiosa. Ésta, evidentemente, es indispensable. Su resultado práctico inmediato se aplica a una minoría intelectualmente valiente”.46
Entonces hay que echar la cimiente para que la población genere sus nuevos pasatiempos, nuevas imágenes, nuevos sonidos, nuevos colores y nuevas tradiciones.
Promover el surgimiento de un nuevo tipo de estructura familiar diferente a la tradicional es aún más complejo que impulsar formas de esparcimiento. El proceso de crisis social que implica una revolución, al mismo tiempo que crea las bases para nuevas formas de relaciones sociales, destruye las arcaicas con mayor velocidad. Esto es aún más cierto en las relaciones familiares que tienden a disolverse sin que nada nuevo las sustituya de manera inmediata. Las necesidades de la guerra civil separaron a millones de hombres de sus unidades domésticas por periodos de tiempo prolongados, no sólo la mujer tuvo que hacerse cargo de tareas que tradicionalmente le correspondían al varón sino que la revolución conmovió prejuicios (en hombres y mujeres), atentando contra las antiguas costumbres familiares, generando toda clase de contradicciones y conflictos. La historia de la Revolución mexicana no fue muy diferente. Los hombres se unieron a los ejércitos revolucionarios, muchas mujeres se convirtieron en “soldaderas” llevando a sus hijos en sus espaldas, ayudando en la preparación de las armas y alimentos (en el Ejército Libertador del Sur algunas mujeres ocuparon puesto de mando) o, en la mayoría de los casos, quedándose en sus jacales al cuidado de sus tierras.
El desigual cambio psicológico que implicó la revolución de octubre, la inmensidad de las tareas pendientes frente al atraso no menos inmenso, originó toda clase de “tragedias” familiares que tendían a desmoronar a ésta: el soldado comunista que regresa al “hogar” con una mentalidad totalmente diferente, desestructurando dinámicas previas; parejas cuyos miembros son ambos comunistas y la mujer exige el mismo derecho para participar en las asambleas, en los sindicatos y en la vida pública, volviendo prácticamente inexistente la vida hogareña, generando conflictos y discordias; el hombre es comunista pero la mujer se dedica solamente al hogar, las nuevas ideas del esposo, impías a ojos de la mujer, se convierten en una catástrofe familiar; el hombre es comunista en la vida pública pero sigue siendo un déspota en la intimidad del hogar “las mujeres son para él tan sólo hembras que en ningún sentido son tomadas en serio”;47 la mujer es comunista pero el esposo es un devoto de la familia tradicional, la mujer quiere participar en una nueva vida cívica que le despierta un nuevo sentido de dignidad, el abismo que separa los puntos de vista genera un desmoronamiento de los lazos maritales.
La crisis de la vieja estructura familiar presentaba retos inmensos para el nuevo régimen. En todo caso la intervención del Estado, para Trotsky, no debe significar la interferencia burocrática en la vida privada del individuo: “su intervención debe tener como único fin acordar a la familia condiciones de vida más normales y dignas; debe garantizar las necesidades sanitarias y otros intereses de los trabajadores, creando de este modo las bases para generaciones futuras más sanas y felices”.48 En este ámbito, como en ningún otro, no bastan los decretos que en muchas ocasiones, dice Trotsky, degeneran en demagogia, hipocresía o doble moral. Será imposible el surgimiento de relaciones familiares más dignas sin las bases materiales para su florecimiento y desarrollo. En este terreno el desarrollo económico propio de una economía nacionalizada debe orientarse hacia la construcción masiva de hogares dignos (dado el atraso esta tarea aún está lejos en el horizonte), el establecimiento de lavanderías públicas, educación pública, comedores comunitarios de calidad, guarderías dignas, casas cuna, etc. que liberen a la mujer de la esclavitud hogareña. Pero – como lo demostrará el desarrollo posterior de la economía soviética- sin la participación democrática de los trabajadores es imposible generar nuevas formas pues de lo que se trata es de la vida de las masas.
Trotsky propone que, aún con el atraso de la sociedad soviética de aquellos años, es posible promover las asociaciones civiles de familias que experimenten en “unidades colectivas para el gobierno del hogar”49 con apoyo y financiamiento del Estado y que puedan servir como una semilla que muestre el camino a seguir a otras unidades familiares. La propuesta no es tan descabellada como pudiera parecer, Trotsky relata los debates que se daban entre vecinos muchos de los cuales no estaban especialmente politizados pero sí estaban interesados en mejorar sus condiciones de vivienda: Un vecino proponía medidas para construir una vivienda comunal: “¿Por qué no formar una comunidad más grande, el distrito, y reunir nuestras fuerzas para la consumación de nuestro proyecto?” las sugerencias empezaron a fluir: un vecino propuso derribar los cercos de un predio baldío y hacer el pozo para los cimientos: “Podemos instalar en medio un patio de juegos para niños […] y ¿qué acerca de una cocina común y una guardería? Ustedes los hombres sólo piensan en sí mismos […] para nada piensan en nosotras”.50 Trotsky señala, a propósito de esta anécdota, que “Si en realidad queremos transformar las condiciones de vida debemos aprender a mirarlas a través de los ojos femeninos”.51 En todo caso no se trata de que el Estado imponga compulsivamente tales o cuales modalidades, éstas deben germinar de manera natural de la libre asociación y de la libre experimentación. Lo mismo se aplica en las relaciones entre padres e hijos, a este respecto Trotsky hace la siguiente reflexión:
“[…] los padres, como es natural, tienen derecho a interesarse por el destino de sus hijos e influir sobre el mismo con su experiencia y consejo, pero los jóvenes no tienen ninguna obligación de someterse a la voluntad paterna, particularmente en la elección de sus amigos o conyugue; el despotismo de los padres no debe ser combatido mediante el suicidio, sino por la reunión de los jóvenes por una acción vigorosa, por la tolerancia mutua etc”.52
La religión mantiene su arraigo en las exequias, los bautismos, los cumpleaños y la ceremonia matrimonial. La revolución ha traído nuevas tradiciones (la bandera roja, la Internacional, los aniversarios, etc.) pero no ha extendido su influencia en fiestas más íntimas asociadas con las fases de la vida (nacimientos, cumpleaños, la muerte). “La costumbre se resiste a aceptar el mero matrimonio, no santificado por una ceremonia espectacular”53 ¿Qué nuevas formas surgirán? ¿Qué de lo viejo permanecerá?
“La creación de nuevas formas de vida y ceremoniales de uso avanzará más deprisa a medida que se extienda la educación y crezca la seguridad económica. Tenemos muchos motivos para atender a este proceso con el máximo cuidado. Por supuesto no debe existir ningún tipo de compulsión que venga desde arriba, sea por ejemplo, la burocratización de los nuevos modos de vida. Sólo mediante la creatividad de las grandes masas del pueblo, asistidas por la iniciativa artística y la imaginación creadora, podremos en el curso de años y tal vez décadas, descubrirnos el camino para el logro de formas de vida más nobles y elevadas. Sin llegar a regular este proceso creativo, nosotros debemos, sin embargo, impulsarlo cada día […]”.54
En el terreno del trato humano y digno la sociedad soviética debía aún aprender de la “civilidad” desarrollada en los países democráticos burgueses pero despojándola de toda su hipocresía, formalismo y falsedad. En los países capitalistas la civilidad es un “lubricante” de las relaciones sociales que oculta la explotación y el mezquino interés privado, sin embargo, contiene la forma de un trato más digno y humano en comparación con el despotismo señorial del vasallaje. Es indispensable un trato digno entre las personas sin confundirlo con la doble moral propia de las sociedades de clase. Al respecto vale la pena citar las palabras de Trotsky.
“En todos los países democráticos civilizados la burocracia “sirve” por supuesto, al pueblo. Esto no impide, sin embargo, que se eleve por encima de éste como si se tratara de una compacta casta profesional. Actualmente ya sea en Francia, Suiza o EE.UU; sólo es útil a los magnates capitalistas, más aún se comporta servilmente con ellos, mientras que trata arrogantemente a los trabajadores y campesinos. Pero en las “democracias” civilizadas este hecho está revestido de ciertas formas de civilidad y cortesía, de mayor o menor grado según los diferentes países. Pero cuando es necesario (y esto ocurre diariamente) la excusa de la civilidad es fácilmente echada a un lado por el puño de la policía; los huelguistas son apaleados en las secciones de la policía de París, Nueva York, y otros centros del mundo. Como quiera que sea, la civilidad “democrática” en las relaciones entre la burocracia y el pueblo, es en lo esencial un producto y herencia de las revoluciones burguesas. La explotación del hombre por el hombre conserva su vigencia, ahora menos “brutal” y adornada con el pretexto de la igualdad y la urbanidad de las costumbres. En tanto contiene junto a los gérmenes de nuevas relaciones humanas tradiciones provenientes de distintas épocas, nuestra máquina burocrática soviética es única y compleja. Entre nosotros, como regla general la civilidad no existe”.55
El desarrollo del nivel cultural de los trabajadores se debe expresar, entre otras cosas, en la exigencia de un trato digno, cortés y civilizado. En la rotación y remoción de los cargos, en la crítica por medio de la actividad periodística, etc.
Otro frente en la lucha por una mayor cultura está en la promoción de un lenguaje correcto, despojado de las excrecencias del lenguaje soez y vulgar herencia de una vida bárbara y brutal, del sometimiento indigno y de la sexualidad reprimida sublimada en el lenguaje que degrada e insulta la dignidad humana. Es necesario impulsar la expresión literaria en la cual los trabajadores descubran las sutilezas, la riqueza y el refinamiento en la expresión, el engrandecimiento de los medios y formas de expresión y comunicación. No se trata sólo de una cuestión formal sino de la expresión formal de un contenido culto y digno:
“El lenguaje también tiene necesidad de una higiene. Y no en menor grado, sino mucho más que las otras, la clase trabajadora necesita un lenguaje sano, ya que, por primera vez en la historia, comienza a pensar independientemente acerca de la naturaleza, acerca de la vida y sus fundamentos; y el instrumento indispensable de todo pensamiento correcto es la claridad y agudeza en el lenguaje”.56
La lucha por promover un lenguaje “correcto” es la lucha por desprenderse de un pasado dominado por la brutalidad, la degradación, la humillación y la opresión. Por un lado de la desesperación ante la opresión y, por el otro, la altivez del opresor.
“El lenguaje insultante y las blasfemias constituyen un legado de la esclavitud, de la humillación y la falta de respeto por la dignidad humana, tanto la propia como la de los demás. Esto es exactamente lo que ocurre en Rusia respecto de las blasfemias. Me gustaría que nuestros filólogos, lingüistas y especialistas en el folklore me dijeran si conocen en cualquier otro idioma términos tan disolutos, vulgares y bajos como los que tenemos en ruso. Hasta donde yo sé nada o casi nada parecido existe fuera de nuestro país. El lenguaje blasfemo en nuestras clases socialmente inferiores era el resultado de la desesperación, la amargura y, sobre todo, de la esclavitud sin esperanza ni evasión. El lenguaje blasfemo de nuestras clases altas, el lenguaje que salía de las gargantas de la aristocracia y de los funcionarios, era el resultado del régimen clasista, del orgullo de los propietarios de esclavos y del poder inconmovible”.57
Da la impresión que si un filólogo o un experto del folklore hubiese asesorado a Trotsky, le habría aclarado que las blasfemias proferidas en México superan, quizás, a las humillaciones propias del lenguaje ruso. Nos parece que los estudiosos de la lengua no han explorado cómo en las expresiones del lenguaje se manifiesta la opresión. Trotsky, por lo que sabemos, no conoció el “albur” y el lenguaje soez del “mexicano” pero en él se expresa con todo relieve las marcas de la conquistas, la violación masiva de mujeres y la degradación del indígena. “Hijo de la chingada” es el recordatorio de que los primeros mestizos de Mesoamérica-como señaló Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad– fueron resultado de una violación, literalmente “hijos de la chingada”. Un hombre valiente es un “chingón”, es decir, un violador. La manera insultante de referirse a la mujer como “manchada” o “chorreada” expresa la idea humillante de que la mujer se vuelve impura durante la menstruación. “No te rajes” expresa la idea machista de que tener vagina es sinónimo de ser cobarde. Los proverbios mexicanos están tan llenos de “sabiduría popular” como de resignación ante la status quo: “quien nace pa maceta no sale del corredor” idea racista de que las clases bajas no puede aspirar a nada mejor. ¡Incluso el lenguaje muestra las llagas purulentas producidas por la sociedad de clases!
Trotsky como crítico del arte proletario
Trotsky fue crítico de las vanguardias, las diversas “capillas” artísticas y los principales figuras del arte surgidos en la fragua de la revolución (El “arte proletario”, el Futurismo, Maiakovsky, Alexis Tolstoi, Esenin, Blok, etc.) subrayando sus lados positivos pero rechazando su pretensiones de erigirse como los únicos y verdaderos heraldos del “arte proletario”; la opinión de Trotsky, acerca de que en el arte debía regir el principio de la máxima libertad,58 se complementaba con una aguda crítica al sectarismo y el dogmatismo de algunos miembros del partido bolchevique, especialmente dura fue su crítica a los teóricos del “Arte proletario” (Bojdanov, Lunarcharski, Bujarin, etc.), corriente también criticada severamente por Lenin, quienes en nombre del rechazo al “arte burgués” pretendían, con un irresponsable nihilismo, tirar por la borda la preciosa herencia cultural del pasado para sustituirla por un fantasmagórico e inexistente “Arte proletario” (teoría precursora inconsciente de los excesos de la “revolución cultural” china).
Alan Woods explica la influencia y el impacto que tuvo la corriente del arte proletario en los primeros años posteriores a la Revolución rusa:
“El movimiento cultura proletaria surgió en los difíciles años de la Guerra Civil. Después de 1920, estas organizaciones llegaron a tener 400.000 miembros. Publicaban quince periódicos diferentes. En cierto sentido, era algo positivo, pero en general padecían la inmadurez que caracterizaba a muchos aspectos del pensamiento de la época. Después de Octubre, la mente estaba abierta a nuevas ideas. Predominaba un espíritu de experimentación. Pero no todos los experimentos terminaron en éxito. Mezclada con un puñado de especulaciones maravillosas, coexistía una gran cantidad de escoria. Era una necesidad separar ambas. Pero para determinar qué era verdaderamente valioso, y establecer un criterio artístico nuevo en consonancia con la nueva realidad social y cultural surgida de la revolución, era necesaria la experiencia y el debate libre. La idea de que el arte y la literatura podían ser algo forzado y disciplinado, era totalmente ajena al joven estado obrero con su espíritu de democracia revolucionaria. Lenin, y en particular Trotsky, intentaron convencer con ideas, pero nunca se les pasó por la mente que el partido se impusiese por la fuerza o la coerción”.59
De acuerdo con los bolcheviques la Revolución rusa pondría las condiciones para que la clase obrera, inculta, analfabeta y apenas despierta a la vida política tras siglos de barbarie, absorbiera críticamente todo lo valioso de la herencia cultural de la sociedad burguesa y del pasado. El proletariado, y en general las masas oprimidas por el capitalismo, no sólo están expropiadas materialmente sino, también, culturalmente.
A diferencia de la burguesía que luchaba por su hegemonía cuando ya tenía los medios materiales para generar una cultura, el proletariado estaba materialmente imposibilitado de generar una cultura artística; ni siquiera con la toma del poder el proletariado estaría en condiciones de crear una “Cultura proletaria”. La toma del poder por el proletariado era, tanto para Marx como para Trotsky, una etapa transitoria que debía dar lugar a una sociedad donde no pudieran existir las clases sociales ni, por tanto, ningún “Arte proletario”; la dominación del proletariado generada por la Revolución rusa era radicalmente distinta a la revolución burguesa, porque a diferencia de ésta, el proletariado no tomaba el poder para establecer un dominio de clase permanente sino para generar las condiciones para la desaparición de las clases; como fenómeno transitorio la dominación del proletariado -sobre todo de un proletariado apenas salido de la sumisión feudal- no estaba en condiciones de generar una cultura propia digna de medirse con la cultura burguesa de, por ejemplo, el Renacimiento; en cambio tiene la tarea de expropiar culturalmente a la burguesía para difundir todos los elementos de la cultura universal en las masas del pueblo y posteriormente generar una cultura verdaderamente universal en una sociedad que no conozca las humillaciones de clase, y cuyos horizontes culturales se alcen muy por encima de las mayores cumbres artísticas de la “prehistoria” clasista. Respecto a esta idea Trotsky escribió una nota en su diario, el 9 de marzo de 1935: “Para que el completo cambio radical de los cimientos sociales, las costumbres y las concepciones, legue a una cristalización artística sobre nuevos ejes, hace falta tiempo. ¿Cuánto? No se podría decir al azar, pero mucho tiempo. El arte siempre va en el convoy de una nueva época. Y el gran arte-la novela-es un equipaje particularmente pesado”.60
Trotsky, por supuesto, sabía que el despertar político del pueblo se expresaba en una sed de aprender y de expresarse culturalmente, en forma de canciones populares, versos inspirados (aunque torpemente escritos), tradiciones y fiestas con contenidos nuevos, y en una multitud de intelectuales honestos que daban expresión a esos anhelos. Trotsky observaba en esas expresiones –muchas veces rupestres- un valioso síntoma del calado hondo de una verdadera revolución que llegaba a las fibras más sensibles de las masas y la intelectualidad progresista, pero ello era el síntoma de un despertar que debía apropiarse del pasado para cobrar plena consciencia en una futura cultura universal. Incluso en las más grandes obras de los artistas y creadores que habían aunado sus talentos al tren de la revolución (Maiakovsky, Pilniak, Pasternak, Esenin, etc.) Trotsky veía la experimentación, las semillas valiosas de un porvenir cultural pero no el roble formado y robusto de una cultura diferenciada del atraso campesino y los sentimientos legados de un pasado burgués. En conclusión: Los creadores que se inspiraban en la revolución proletaria no eran creadores de “arte proletario” sino “artistas de la revolución” que no es lo mismo.
“Una bofetada en la cara del gusto público” Trotsky acerca de Maiakovsky 61
“La poesía es un arma cargada de futuro” [Gabriel Celaya]
El futurismo, corriente en la que se comprometió el poeta ruso Vladimir Maiakovsky,62 pretendía romper con la tradición, reivindicaba el dinamismo, el movimiento, la exaltación y, por tanto, la máquina. En el Manifeste du futurisme (1909) el poeta italiano Tommaso Marinetti afirmaba: “…un automovil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”. No obstante su izquierdismo de juventud, Marinetti terminaría como comandante del ejército fascista. Maiakovsky, en contraste, como poeta de la Revolución rusa. ¿Es posible explicar las bases objetivas que expliquen por qué el Futurismo de Marinetti y Maiakovsky se desarrolló en las atrasadas y nada “futuristas” Italia fascista y la Rusia soviética? Y ¿por qué el futurismo se desarrolló en regímenes políticos tan profundamente antagónicos?
La teoría del Desarrollo Desigual y Combinado puede arrojar un poco de luz al respecto. Bajo el dominio del capital imperialista se da una peculiar interrelación dialéctica entre los llamados “países del primero mundo” y los países del “tercer mundo”. Una dialéctica de saqueo. El dominio del gran capital en estos últimos se mantiene mediante la formación de una oligarquía compuesta de una débil burguesía y la gran propiedad terrateniente, y mediante el sometimiento de la burguesía local como sucursal del capital trasnacional. Mientras que, a nivel general, las relaciones de producción pre-capitalistas mantienen a los países “periféricos” en el atraso semi-feudal; al estar estas relaciones subsumidas dentro de la lógica capitalista, el capital trasnacional desarrolla “enclaves” de desarrollo industrial, introduciendo tecnología de punta, sin trastocar en lo general las formas de explotación más brutales, propias del feudalismo. Esta dinámica de intercambio desigual de valor, de explotación intensiva, de sometimiento colonial y de atraso -combinado con el desarrollo industrial y formas de trabajo asalariado- es, a grandes rasgos, la dinámica propia del Desarrollo Desigual y Combinado explicado por Trotsky.
El desarrollo contradictorio de la historia, expresado en esta ley del desarrollo capitalista, puede ser aplicado -guardando las proporciones- al desarrollo contradictorio de las ideas filosóficas y estéticas. Efectivamente Marx y Engels habían ya señalado el desarrollo desigual y contradictorio entre la infraestructura y la ideología en el marco de un sistema de interdependencia internacional. Desde la perspectiva de Marx la filosofía clásica Alemana -desde Kant hasta Hegel (por lo menos)- puede explicarse, en parte, porque los pensadores alemanes desarrollaron en la Teoría filosófica lo que países más avanzados económicamente habían afirmado en la práctica. Mientras que en Inglaterra y Francia la burguesía realizó su revolución burguesa de facto, los pensadores alemanes, en un contexto de atraso económico y político –y, por tanto, de impotencia social-, llevaron adelante la revolución burguesa…. en el pensamiento. Así Marx señala en La Ideología alemana que la filosofía kantiana es la expresión de la revolución Francesa a la “alemana”, es decir, sólo teoréticamente (por eso Engels plantea que el marxismo, con la filosofía de Feuerbach como eslabón transitorio, representa “el fin de la filosofía clásica alemana”). Estaríamos ante una expresión peculiar de Desarrollo desigual y combinado en el terreno del pensamiento. La grandeza de la filosofía clásica alemana se debe, en parte, a la pobreza de sus relaciones económicas y la cobardía filistea de su burguesía.
Trotsky señala que un fenómeno similar se observa con las vanguardias rusas, especialmente con el Futurismo. No es casualidad que esta corriente artística se haya desarrollado, sobre todo, en dos países subdesarrollados (Italia y Rusia) a la sombra tanto del fascismo como de su antípoda bolchevique.
“Se dio entonces un fenómeno varias veces repetido en la historia: los países retrasados, si disponen de cierto grado de cultura intelectual, expresan en su ideología, más clara y poderosamente que los otros, las conquistas de los países adelantados […] No es en los Estados Unidos ni en Alemania donde el futurismo alcanza su máxima expresión, sino en Italia y Rusia. Descontando la arquitectura, la subordinación del arte a la técnica material es insignificante; las disciplinas literarias suministran la mejor prueba de ello. El poema que ensalza los rascacielos y los aeroplanos, puede escribirse en mal papel y a lápiz en cualquier aldea del gobierno de Raizán”.63
El futurismo deseaba superar el subdesarrollo ruso e idealizaba, por ello, el turbulento y dinámico mundo moderno. Si en la Italia fascista el Futurismo se unió al movimiento de Mussolini fue, paradójicamente, por las mismas razones por las que el movimiento Futurista se unió al movimiento bolchevique: en ambos casos la bohemia intelectual pequeñoburguesa fue atraída, como el polvo de hierro hacia el imán, por poderosos movimientos de masas, no obstante que los objetivos políticos de ambos fueran totalmente opuestos. La pequeña burguesía tiende a girar hacia el movimiento social que le da más garantías de triunfo, si los partidos de izquierda no muestran decisión la pequeña burguesía girará hacia la derecha.
El rechazo del academicismo, de la poesía intimista, romántica y cursi; del formalismo sin contenido, de la pereza y la inmovilidad feudales llevó a los futuristas a ensalzar la técnica, el movimiento, la transformación y la ciencia que se aplica y transforma la vida social. El ánimo exaltado e hiperbólico llamaba a rechazar el pasado y todo lo que fuera conservador, cursi y romántico. “Su enemigo de clase no era el terrateniente ni el capitalista” -nos dice Deutscher- “era más bien Konstantin Belmont, el simbolista exquisito, o Dimitri Mereshkovski, el místico decadente. La esfera en que aspiraba a lograr una transformación radical era la técnica de la versificación y el vocabulario del poeta […] El estilo de Belmont, Sologub y Mereshkovski estaba tan acabado, pulimentado y liso como la tranquila superficie de un estanque dormido. El joven Maiakovsky estaba tratando desesperadamente de agitar aquella superficie tirándole piedras de futurismo”.64 Pero, desde el punto de vista de Trotsky -al mismo tiempo que el Futurismo desarrollaba nuevas formas de expresión, ritmo y sintaxis- contenía un elemento nihilista que podía resultar pernicioso para la revolución de Octubre. Cuando Maiakovsky, en sus versos, hacía llamados a los trabajadores tales como:
Trotsky respondía enfáticamente que el proletariado, por el contrario, no tenía que “disparar” contra los clásicos sino aprender de ellos, llevárselos a la escuela (si se quiere a “punta de pistola”) y elevar su cultura. El llamado de Maiakovsky expresaba el rompimiento de una casta literaria aristocrática que tenía un pasado cultural burgués con el cual podía pretender romper, una pretensión sectaria que elevaba a ley universal.
“Pero esa clase de llamados resulta insustancial cuando es la clase obrera quien los recibe. Ella no necesita ni puede romper con las cadenas de una tradición literaria que está lejos de sufrir. Desconoce la antigua literatura, que aún hoy debe asimilar. Antes de romper con Puschkin, es necesario conocerlo. La ruptura futurista con el pasado no es en último extremo más que una tempestad en un vaso de agua, desatada por intelectuales que han crecido con Pusschkin, Feth, Tiutschev, Briusov, Balmont y Block”.66
Los Futuristas querían ser revolucionarios pero sólo lo eran en la superficie. Al rechazar la tradición ignoraban que las ideas revolucionarias, que llevaron al triunfo a la Revolución rusa, se apoyaban en una rica tradición teórica: la de la Economía Política inglesa, la del socialismo utópico francés, la de la filosofía clásica alemana; además de las experiencias revolucionarias de 1848 y la Comuna de París. Los bolcheviques previeron y prepararon la revolución con la teoría y la práctica; los futuristas, en cambio, “se precipitaron de cabeza”67 en la revolución sin prever nada (sólo presintiendo poéticamente) y entendiendo poco.
Trotsky señala, en el comienzo de su ensayo sobre Maiakovsky, que más de una vez en las historia sucedió que corrientes artísticas y literarias empezaron como herejías para terminar sacralizadas como modas por el stablishment de la academia y la “sociedad”. Tal sucedió con el romanticismo francés que empezó anatemizando la vida burguesa a la que los románticos pertenecían. Los románticos, como pavos rebeldes, se ponían melenas y se embadurnaban con colores verdosos el rostro para protestar contra la venalidad y superficialidad burguesas. “La chaqueta amarilla de los futuristas, es sin duda, la nieta de aquel chaleco romántico que aterraba a los papás y a las mamás”.68 Pero Maiakovsky no alcanzó a ser absorbido por el Olimpo literario de la academia “[…] la Revolución rusa” dice Deutscher “estalló antes de que el acto de reconciliación llegara a realizarse”.69
La tesis constructivista “fusionar el arte con la vida” era, sin duda, muy saludable y progresista. El problema se presentaba en el momento en que una buena idea se transformaba en ultimátum que debe ser cumplido al instante. La escuela de Maiakovsky –por medio de su revista Left- llamaba al artista a “abandonar el torno (es decir, el taller del artista) y fundíos con la vida”.70 Pero la impaciencia semi-anarquista destruía irresponsablemente el puente que une el presente con el porvenir. En el puente que une ambos extremos es necesario que las masas asimilen el uso del “torno del alfarero” antes de abandonarlo al museo de antigüedades. “Se nos dice que el arte no es un espejo, sino un martillo; que no refleja sino que forma [señala Trotsky] Pero hoy en día se aprende a manejar el martillo con la ayuda de un “espejo”, o sea una placa sensible a la luz, que retiene todas las fases de un movimiento […] Para afeitarse hace falta un espejo. ¿Cómo se puede, pues, transformar y reorganizar la vida sin mirarse en el espejo de la literatura?”.71 Los futuristas encabezaron una rebeldía bohemia contra el arte exclusivista burgués y con ello presintieron la revolución como las hojas de los árboles que con su movimiento anuncian la tormenta.
No obstante los reproches y las críticas a los excesos (y toda revolución es un exceso) Trotsky reconocía el mérito estético de Maiakovsky y el futurismo. “[…] Es difícil negar rotundamente los éxitos artísticos de los futuristas, sobre todo en cuanto a poesía se refiere. Con muy pocas excepciones, directa o indirectamente, la moderna poesía rusa ha tenido que someterse a la influencia del futurismo, Es visible el sello de Maiakovsky sobre numerosos poetas proletarios”.72¿En qué consisten tales méritos artísticos? La respuesta de Trotsky a esta pregunta permite poner de relieve que en el futurismo el dirigente soviético veía algo más que una oportunidad de hacer un análisis sociológico.
En la innovación en el ritmo y la rima los futuristas, según Trotsky, realizaron aportes notables. La rima es una necesidad social introyectada en la psique humana: “La psiquis humana, que ha absorbido ritmos biológicos y sociales, busca su imagen idealizada en el sonido, en la luz y en la palabra artística. Mientras perdure esta necesidad psicológica, los ritmos y rimas futuristas -más elásticos, atrevidos y multiformes- representan un indudable valor estético, que ya trasciende los límites de la escuela que los ha creado”.73 La poesía de Maiakovsky está llena de un ritmo y una melodía que, seguramente, sólo puede apreciarse en su lengua original.
La búsqueda de nuevas palabras y nuevos instrumentos para la lírica fue otro de los aportes del futurismo. Ello tendía a dotar de más riqueza expresiva al lenguaje humano:
“No siempre dispone la palabra de suficiente elocuencia para expresar el concepto, en el sentido concreto en que el hombre, en cada caso particular, lo concibe. Por otra parte, el color y la sonoridad de un término no impresionan únicamente la vista y el oído, sino también el intelecto y la imaginación. El pensamiento se hace más preciso sólo por medio de una escogida selección de sus palabras, por el estudio de sus formas más artísticas y de sus más acertadas combinaciones. Atropelladamente y con descuido no puede hacerse nada en este terreno, en el que se necesitan instrumentos microscópicos. […]”74
Sobre Maiakovsky, como gran artista, Trotsky escribe:
“Maiakovsky es un gran talento, o, según la expresión de Block, en “talento violento”. Tiene el arte de representar cosas que está uno harto de ver, como si fueran completamente nuevas. Domina la palabra y la riqueza del léxico como un atrevido maestro que trabaja con arreglo a leyes que él mismo se ha creado, sin preocuparse de si su maestría agradará o no. Muchas de sus imágenes, contracciones y giros han entrado en la literatura y en ella permanecerán para siempre, o al menos por mucho tiempo. Tiene su construcción propia, sus formas, su ritmo y su rima”.75
En su Poema “Ahí tienen” de 1913 Maiakovsky demuestra el profundo desprecio que sentía por la “sociedad oficial”, odio entrañable que lo unió a la revolución:
¡Ahí tienen!
“Dentro de una hora, a ese limpio callejón
fluirá vuestra adiposidad hombre a hombre como gotas de grasa.
Usted, señor, por ejemplo, tiene col en el bigote
de una sopa dejada a medias en alguna parte.
Usted, señora, por ejemplo, con su cara repintada de blanco
parece una ostra que asoma entre la concha del vestido.
Todos ustedes, tan sucios, con chanclos o sin ellos,
se han trepado a la mariposa del corazón poético.
La turba se restriega enfurecida
y eriza sus patitas de pulga multicéfala.
Y si a mí, un huno rudo,
no me dan ganas hoy de mostrarme simpático,
lanzaré una carcajada y los escupiré,
les escupiré a la cara alegremente,
yo, prodigo derrochador de palabras sin precio”.76
La violencia señalada por Blok se expresa, por ejemplo, en una de las estrofas de su gran poema “La nube en pantalones” que describe su poesía potente y estridente como el trueno:
“Los delicados
Tocan el amor con tiernos violines!
Pero el rudo se sirve de timbales”.77
No obstante, de acuerdo a Trotsky, su estilo grandioso y exaltado transforma al exceso de dinamismo en una monótona repetición de “maximums”; en una especie de “calma gritona”:
“El defecto principal de la poesía futurista, aún en sus mejores obras, es la carencia de sensibilidad para la justa medida: ha sobrepasado el tono adecuado a los salones,, sin encontrar todavía el que conviene a los lugares públicos […] Maiakovsky grita demasiado con hasta frecuencia, allí donde sólo debería hablar, y por eso, cuando debe gritar, parece insuficiente su voz, de la que sin necesidad abusó. Los gritos y la ronquera se encargan de minar el terreno al énfasis del poeta”.78
Al desear en la poesía una tensión permanente Maiakovsky logra una inmovilidad permanente como aquel que no puede mover la espalda por una tensión muscular extrema provocada al intentar estar en éxtasis perpetuo: “Maiakjovsky pretende que cada párrafo, cada giro y cada una de sus imágenes sea un máximum, un límite, una cumbre y por esto precisamente no tiene la “cosa” como conjunto ese máximum deseado”.79 Para disfrutar las cumbres es necesario escalar la montaña partiendo desde abajo. Si la cima es permanente, la cima se desvanece. La dialéctica es necesaria para una composición exacta. Estrofas completas de sus poemas se convierten en impertinentes gritos desgañitados.
El camino de Maiakovsky a la revolución es el camino del poeta bohemio individualista. “La revolución es para él un acontecimiento legítimo, vivido, que deja profundas huellas en el alma, porque ha fulminado y herido con sus rayos y truenos todo aquello que Maiakovsky odiaba a su modo y rechazaba. […]”.81 A Maiakovsky le atrae la rudeza y el dinamismo de la revolución porque corresponden el dinamismo y la violencia de su propia personalidad. “La revolución el espectáculo futurista más gigantesco que el poeta pudiera soñar. La historia misma estaba tirando por la borda el modo de vida anticuado y, por los tanto, el modo anticuado de escribir, pintar y edificar”.82 En los poemas en donde Maiakovsky pretende retratar al proceso revolucionario se “tutea” con la historia como si el Yo del artista estuviera al mismo nivel que el proceso social.
“No se puede hablar de ampulosidad ni de zancos literarios, porque sería quedarse cortos. Maiakovsky, semejante al coloso de Rodas, se apoya con un pie en el Chimborazo y con el otro en el Monte Blanco. Su voz ahoga el estampido del trueno […] desaparecen las proporciones de las cosas terrestres y no se puede trazar una línea divisoria entre lo grande y lo pequeño”.83
El individualismo hipostasiado que se habla de tú a tú con las convulsiones sociales revela los orígenes sociales de la sensibilidad artística de Maiakovsky y su abordaje poético de lo histórico y lo social. No se le puede reprochar a Maiakovsky la forma en que siente -un sentimiento auténtico y profundo- pero sí se pueden encontrar en sus raíces sus límites. Señala Trotsky que
“[…] La vida diaria, el ambiente personal y el círculo de experiencias individuales, ejercen […] una influencia determinada sobre las creaciones poéticas […] Así sucede que hay hombres que, pensando como revolucionarios, sienten como pequeñoburgueses. Por este motivo, en el futurismo, aun cuando se haya entregado por completo a la revolución, se encuentra más el espíritu revolucionario de la bohemia que el del proletariado”.84
Maiakovsky intenta dar voz a la revolución proletaria; y lo hace, por cierto; pero desde una óptica individualista ajena al proceso social que llena su poesía; es como si un espejo quisiera reflejar una realidad ajena a su estructura. Así Maiakovsky pretende que 150,000,000 de personas hablan por su boca. El poeta se convierte a fuerza de hipérboles en una suerte de profeta o mesías, desvirtuando la naturaleza social de la revolución, malogrando el poema.
“150.000.000 es el autor de este poema.
La bala
Es su ritmo
Su rima,
el fuego rodando de edificio en edificio.
150.000.000 hablan por mis labios.
Este libro se acaba de imprimir.
Por millones de pasos en la rotativa adoquinada de las plazas.
¿Quién le preguntará a la luna?
¿Quién le exigirá al sol
su explicación?
¿Por qué
remiendan los días y las noches?
¿Quién le dirá a la tierra el nombre del autor genial?”85
Quizá esta sea la razón por la que en la poesía prerevolucionaria de Maiakovsky (por ejemplo la “Nube en pantalones” -extenso poema en cuatro partes que escribiera el poeta, entre 1904 y 1905 con apenas 22 años de edad-) se encuentre mayor equilibrio y proporción que en los poemas “proletarios” de Maiakovsky (como el poema “150,000,000”) en donde se encuentra arbitrariedad a borbotones; falta proporción y adecuación de las metáforas heroicas con el contenido que aspira a trasmitir. En la “Nube en pantalones” Maiakovsky presiente la revolución de 1905 y convoca a pisotear a la falsa sociedad, la labor del poeta está con el pueblo. El dolor y la furia son catalizados por el desdén de un amor:
“¡No es posible dejar de un salto el corazón!
[…]
Más seguros que los rezos son los tendones y los músculos
¿Por qué habriamos de rogar una limosna al tiempo?
¡Nosotros,
cada uno de nosotros,
sostenemos en nuestras cinco
las correas de transmisión del mundo!
[…]
Y cuando,
proclamando con una revuelta
su arribo, salgan a recibir al salvador,
yo
me sacaré el alma,
la pisotearé
¡para hacerla más grande!,
y así ensangrentada se las daré como estandarte
[…]
Hoy hace falta
pegarle duro al cerebro del mundo
con una manopla
[…]
Sáquense, transeúntes, las manos de los bolsillos:
Trotsky ve en “150,000,000” una posible etapa de transición en el desarrollo artístico e intelectual del gran poeta. El régimen burocrático orillará al suicidio a Maiakovsky antes de haber logrado la hipotética transición. No obstante Maiakovsky será semilla valiosa de un porvenir que no hemos logrado alcanzar.
“En este no próximo porvenir, en el que la educación cultural y estética de las masas activas habrá zanjado el profundo precipicio que existe entre la inteligencia creadora y el pueblo, será el arte muy distinto de lo que es actualmente. En la cadena de las circunstancias que lo preparen, el futurismo habrá desempeñado el papel de eslabón indispensable. ¿No es suficiente eso?”87
Maiakovsky se suicida de un disparo al corazón el 14 de abril de 1930. Trotsky, ya en el destierro en Prinkipo, escribe en el Boletín de Oposición, un homenaje que es, a la vez, un ataque a la “pornografía, de cortesanas revolucionarias, producida por una colectividad anónima”88 que había sepultado a los verdaderos artistas. Después de haberlo condenado por “formalista” Stalin lo “rehabilita” en 1935 (ya no era peligroso porque estaba muerto). Su amigo Boris Pasternak señalará el hecho como su “segunda muerte”. Maiakovsky estaba hecho para “cantar” la etapa heroica de la revolución, pero no podía soportar su mezquina y gris burocratización… y la prohibición de gritar los vicios de la nueva casta. Intentó adaptarse al stalinismo -tres meses antes de su muerte se unió a la stalinista “Asociación de Artistas proletarios”- pero no pudo. Años antes de su suicidio –mutilados sus poemas por órdenes de burócratas- le había dicho a Serge “[…] un día me voy a levantar la tapa de los sesos. ¡Todos los hombres son unos cerdos!”89 La emotiva despedida de Maiakovsky a Esenin, ante el suicidio de éste, es extensiva a su propia y trágica muerte:
La revolución, ante todo, conquistará, en dura lucha para cada individuo no solo el derecho al pan, sino también el derecho a la poesía. [León Trotsky].
[Poema-despedida de Maiakovsky ante el suicidio de Esenin]
El destino del poeta ruso Esenin, autor de Pugachev y Las baladas de los veintiséis, fue trágico. Víctima de una revolución que lo inspiró pero que no terminó de comprender, el estrangulamiento de la revolución tuvo entre una de sus millones de víctimas al alma sensitiva y delicada de Esenin. Serguéi Alexandrovich Esenin, nació en el poblado campesino de Riazán, en 1895 (se desconoce la fecha exacta de su nacimiento). Después de cursar su “educación básica” en escuelas religiosas estudió 3 años para ser maestro. Para entonces ya leía la poesía de Aleksander Pushkin y Lérmontov, componía sus propias poesías de forma autodidacta las cuales declamaba ante sus compañeros y a los viajeros en las estaciones de tren. En 1912 trabaja en Moscú en un almacén pero continúa cultivando su verdadera pasión en el círculo literario del poeta campesino Súrikov; al comienzo de la Primera Guerra Mundial escribe, para el periódico de influencia populista “El amigo del pueblo” su Papamosca obra que ensalza al mujik, censurada por el régimen y que no se conservó. Después de la universidad radica en Petrogrado donde recibe la protección artística de Gorki y se codea con la inteligencia rusa. Sus simpatías políticas estaban con el campesinado, se encontraban en el desaparecido movimiento narodniki que idealizó al campesinado y trató de levantarlo con el estruendo de las bombas y los atentados terroristas; sin embargo su delicadeza lírica ya no retenía de los narodnikis su heroísmo violento sino su añoranza de la primitiva vida campesina.
“A pesar de todo, su producción poética encontró su inspiración en la Revolución rusa:
Pero la “musa de la poesía” que hablaba a través de Esenin se inspiraba en el campesino, ahí radica la contradicción de este poeta que se subió al tren de una revolución obrera. Sus poemas transmiten imágenes campiranas y populares reflejando una realidad dominada por el campesinado (90% de la población rusa):
Tranquilo, en el matorral de enebro, cerca del barranco
Por esta contradicción Trotsky ubicaría al joven y sensible Esenin en la categoría de “compañero de ruta” de la revolución. En Literatura y Revolución escribe lo siguiente:
“Entre el arte Burgués que se agota, repitiéndose o callando, y el arte nuevo, que todavía no existe, surge un arte de transición, que aunque más o menos relacionado con la revolución, no es, sin embargo, el arte de la revolución. Boris Pilniak, Vsevolod Ivanov, N. Tichonov, los hermanos de Serapio, Esenin, el grupo de los “imaginistas” y en parte también Kluiev, son todos ellos en conjunto y cada uno en particular, inconcebibles sin la revolución. […] No aceptan la revolución en su conjunto, su fin comunista les es desconocido. Todos están más o menos dispuestos a pasar por encima de los trabajadores y cifrar sus esperanzas en el mujik. No son artistas de la revolución proletaria, sino sus compañeros de ruta […] la labor creadora de los “compañeros de ruta” constituye una especie de “naturalización” soviética de los anteriores narodnikis, sin sus tradiciones y por tanto sin perspectivas políticas. Pensando en ellos se nos ocurre preguntar: ¿hasta qué estación nos acompañarán?, lo que ni aún hoy puede contestarse con plena certidumbre, porque su respuesta depende, no sólo de las cualidades subjetivas de éste o aquel literato, sino principalmente de la marcha objetiva de los acontecimientos en el próximo decenio”.96
Lamentablemente “la marcha objetiva de los acontecimiento” obligaría al “compañero de ruta” Esenin a bajarse del tren de la revolución descarrilada y controlada por los burócratas… por medio del suicidio. Durante el desarrollo XIV congreso en 1926 de un Partido “Bolchevique” ya controlado por el stalinismo, el espíritu creador de Esenin, sofocado por el peso muerto de la ignorante y conservadora burocracia, protestaría contra el régimen de manera trágica, y a la vez tranquila como el otoño:
“[…] el poeta Serguéi Esenin se corta las venas en el hotel Astoria, escribe su último poema con sangre y luego se ahorca. Trotsky le dedica un artículo en Pravda del 19 de enero de 1926. Al referirse a una poesía cuya “grosería fingida a medias” encubre “la ternura de un alma sin defensa ni protección”, procura poner de relieve las relaciones del poeta y la revolución: “Esenin era un ser interior, tierno, lírico; la revolución, por su parte, es pública, épica, está llena de desastres”. Aunque acostumbrado a la calumnia, Trotsky se habría sentido sin duda azorado ante el título que atraviesa la parte inferior del KomsomolskaiaPravda del 11 de septiembre de 1927: “Esenin no se ahorcó: los trotskistas de la GPU asesinaron al poeta”.97
Deja escritas en sangre desgarradores versos dirigidos a su amigo el poeta Volf Ehrlich:
Sobre este conmovedor poema Trotsky escribiría el siguiente homenaje:
“Sus últimas palabras tienen una admirable ternura y dulzura; ha dejado la vida sin clamar contra esa afrenta, sin hacer protestas, sin dar un portazo, sino cerrándola suevamente con una mano por la que corría la sangre. Con este gesto, la imagen poética y humana de Esenin aparece rodeada de un inolvidable resplandor de despedida”.99
El “resorte lírico” del alma de Esenin fue destruido por la bruta y torpe “alma” del burócrata y la implacable marcha de la revolución:
“Su resorte lírico -señala Trotsky- no hubiera podido desarrollarse hasta el fin más que en una situación en que la vida fuera armoniosa, feliz, llena de cantos, en una época en que no reinase como señor el combate violento, sino la amistad, el amor, la ternura. Está época llegará […] Entonces el individuo podrá desarrollarse, como podrá desarrollarse la poesía, como las flores. La revolución, ante todo, conquistará, en dura lucha para cada individuo no solo el derecho al pan, sino también el derecho a la poesía. En su última hora, ¿a quién escribió Esenin su carta de sangre? ¿No se dirigía quizá a un amigo que no ha nacido aún, al hombre del futuro que algunos preparan con sus luchas y Esenin con sus cantos? El poeta ha muerto porque no era de la misma naturaleza que la revolución. Pero en nombre del porvenir, la revolución lo adoptará para siempre […] ¡El poeta ha muerto, viva la poesía! Un hijo de los hombres indefenso se ha despeñado por el abismo. ¡pero viva la vida creadora en la que Sergio Esenin ha entrelazado hasta el último momento los hilos preciosos de su poesía”.100
Blok, el poeta “místico” de la revolución
“¡Camarada, no seas cobarde. Contra Rusia apunta el fusil! ¡Contra la Santa Rusia contra su podredumbre … [Los doce Alexander Blok[
Usted ignora que Inglaterra, Francia y Alemania dejarán de existir. Que el viejo mundo se ha desvanecido. Que está naciendo un nuevo mundo” . [carta de Blok a una emigrada]
La evolución de la poesía simbolista de Alexander Blok representa, quizá, una de las trasmutaciones sufridas por un poeta, más asombrosas en la historia del arte. Miembro de una familia aristocrática, en la que se fragua -durante su infancia y juventud- su melancólica y mística sensibilidad estética, el simbolismo de Blok es a la vez romántico, apocalíptico, mórbido, religioso e íntimo:
Pocos estilos poéticos expresan un modo de sentir más alejado del “espíritu” social, prosaico y terrenal de una revolución como la rusa. “Sostiene con Bieli y con Viacheslav Ivánov que el simbolismo es una mística religiosa donde el poeta es el sumo sacerdote […] comparte con los demás simbolistas la idea de las “correspondencias” y el uso de los símbolos para enlazar el mundo visible con las formas del mundo invisible”.102Su poesía aristocrática canta la fatiga del paso del hombre por la tierra, espera el advenimiento del reino de Dios y utiliza metáforas terrenales para evocar lo inmaterial, el Topos Uranus de Platón. Block presiente el colapso de la sociedad en la que vive y por ello se aferra más a su misticismo religioso. Así, en sus poemas, convierte a su amada esposa Liubov Mendeleyeva (hija del famoso químico ruso Dimitiv Medeleyev) en el arquetipo platónico de la belleza femenina:
“La Musa, adornada de primavera, tocó a la puerta del poeta,
Cubierta por las tinieblas de la noche, susurraba palabras [confusas;
Olían los pétalos de las flores, traídas por el viento
Al lecho del rey terrenal y de la mensajera del cielo;
Al volar con el alba primera, al subir, puso ella
Una rosa amarilla sobre los negros rizos del hombre:
Que se corrompa el cuerpo y el alma volará sobre el desierto.
Serás para siempre triste y joven, comprometido con la diosa”.103
Sin embargo, cosa notable, un sentimiento confuso dormitaba en el espíritu de Blok, algo que despertó en la revolución de 1905 y a lo que se entregaría en 1917: su sensibilidad social y sus simpatías por el pueblo. En una carta a la señora Hippius (poeta intimista que huye de la revolución y se exilia en Francia) Blok afirma, quizá exageradamente, que lo secundario en su personalidad, lo que lo unía con los místicos simbolistas, era lo que lo dominaba en los años de reacción, pero lo esencial de su personalidad fue lo que lo separó de la casta literaria, algo que siempre estuvo en él, lo esencial que fue “invocado” por la revolución:
“Nuestros más gratos encuentros tuvieron lugar durante los años de reacción, cuando lo esencial dormitaba en nosotros y sólo lo secundario se manifestaba. No he cambiado- es trágico para mí y también para usted-; pero, junto a lo secundario, lo esencial ha despertado en mí […]”104
Este notable poeta “espiritista” saludó a su manera a la revolución y compuso para ésta uno de los poemas más sobresalientes, “Los doce”, obra cumbre de Blok como lo reconocería el propio autor. En este notable poema (escrito dos meses después de la revolución de Octubre) Blok sigue siendo simbolista –rompiendo, al mismo tiempo, con su simbolismo aristocrático- y místicamente canta y saluda la fuerza elemental, brutal y creadora que representa, para él, la revolución (que en su poema es representada por una tormenta de nieve). Blok sintió la revolución y en su notable ensayo “Los intelectuales y la revolución” convocó a la intelectualidad a sentirla y unirse a ella:
“Escuchad la música del futuro, esa música que llena el aire que nos rodea. No busquéis notas falsas ni discordantes en la grandiosa melodía de esta orquesta… Prestad oído a la revolución, escuchadla con todo el cuerpo, con toda el alma, con toda vuestra consciencia!”105
La mayor parte de los colegas aristocráticos de Blok, obviamente, no escucharon su llamado. Blok se convirtió un ser “apestado”, proscrito de su propia “casta” y corriente artística, se le consideró como un traidor al que se le debía colgar cuando triunfara la contra-revolución. Nunca le perdonaron comparar en su poema a la vieja sociedad con un “perro sarnoso que debía morir”.
“Vsévolov Ivanov en sus recuerdos escribe sobre su encuentro, detrás de la taza de té, con el almirante Kolchak y él ha entregado sus palabras. “Gorky y en particular Blok son talentosos. Son muy, muy talentosos… Pero con todo, cuando tomemos Moscú, tiene que colgar a los dos…”.106
Sin duda la fuerza elemental de la revolución tocó las fibras más íntimas de Blok imprimiéndole tal fuerza a su genio creativo que compuso el poema en el breve lapso de un mes.
“Al escribir Los Doce, y aún después de terminar el poema, percibí durante varios días, físicamente, con el oído, un gran ruido a mi alrededor, un ruido indistinto, probablemente el del derrumbe del viejo universo”.107
El ambiente electrizante de la revolución no sólo se expresa en la obra, éste debía plasmarse en la ejecución misma del poema. Así la propia Liubov Mendeleyeva, después de exigentes ensayos supervisados por el autor, representaba el poema inspirada en los ademanes, entonaciones y gestos propios de la copla popular de Mijail Savoyarov. ¡Notable escena debe haber sido el observar a la hija del gran químico Mendeleyev, quien era políticamente conservador, recitando un poema sobre la revolución! Blok acepta la revolución con todos sus inconvenientes, excesos y brutalidades porque abre el camino de algo nuevo. Compara a la revolución triunfante, en la parte final de su poema, con el advenimiento de Cristo:
Cuando algún crítico le recriminó al poeta el hecho de que Cristo109 aparecía artificialmente pegado al final del poema, se dice que Blok respondió de manera notable, demostrando que el misticismo inconsciente superaba los deseos conscientes del propio autor, mostrando, en fin, la notable sinceridad para consigo mismo.
“Yo quería que este fin sea otro. Cuando he acabado, me he asombrado: ¿por qué Cristo? Pero si yo miraba más atentamente, veía más claro a Cristo. Y entonces he anotado: “Por desgracia Cristo”.110
Blok creó un poema sobre el “maremágnum” espontáneo de la revolución. Trotsky elogia el significado estético del poema y describe la contradicción que se manifiesta en él: “Este poema es, sin duda el más logrado de Blok. En el fondo, es un grito de desesperación por el pasado agonizante, pero un grito de desesperación que se eleva hasta una esperanza en el futuro. La música de los terribles acontecimientos inspiró a Blok. Parecía decirle. Todo lo que has escrito hasta el momento está mal. Está llegando gente nueva. Trae corazones nuevos. No tienen necesidad de tus escritos anteriores. Su victoria sobre el mundo antiguo significa una victoria sobre ti, sobre tu lírica, que sólo ha expresado la angustia del mundo antigua antes de su muerte”.111Y sin embargo, de acuerdo a Trotsky, Blok no describe a la revolución sino “a los fenómenos que la acompañaron, provocados por ella, pero esencialmente opuestos a ella”112 Blok, por ejemplo, describe el momento en que los revolucionarios derriban las puertas de la prisiones “¡Abrid la celdas! !La canalla va a salir de juerga!”113 y en ello ve la esencia de la revolución. Pero, dice Trotsky, “La revolución fue ascética, especialmente en su periodo más intenso”.114 De hecho los bolcheviques en el poder prohibieron el alcohol y arrojaron las botellas a las aguas de los río para evitar que la revolución degenerara en una revuelta de borrachos y provocadores. Ver en los saqueos y las ejecuciones arbitrarias la esencia de la revolución es lo mismo que juzgar un rostro por sus verrugas. (¡Y vaya que algunas de las “verrugas” de la Revolución rusa llegaron a ser bastante feas, antes de que echaran a perder el “rostro”!).
Este fue el último poema, Blok guardó silencio en cuanto ese maremágnum disminuyó la espectacularidad de su cauce. Pero si Blok calló, señala Trotsky, es sólo porque su sensibilidad pudo inspirarse en la revolución pero nunca se asimiló a ésta, su rompimiento con su lírica mística fue para él su propia destrucción como creador. Se entregó a la espontaneidad pero se consumió en ella quemando las naves de su pasado, en asombrosos fuegos, sin subirse por completo en una nueva nave. “Sin duda, Blok no es de los nuestros. Pero ha avanzado hacia nosotros. Y al hacerlo, se ha destrozado. El resultado de su intento es la obra más significativa de nuestra época. Su poema “Los Doce” tendrá un valor permanente”.115 Blok lo reconoce implícitamente así en sus memorias:
“En enero de 1918, yo me entregué a la espontaneidad por la última vez. Pero, no me retracto de que lo escrito de aquel entonces, porqué éste fue escrito de acuerdo con la espontaneidad […]”116
Aunque Blok dejó de escribir como poeta, sus últimos años de vida son interesantes. Desempeñó cargos estatales en la “Comisión de teatros”, en la “Comisión editorial del comisariado para la Instrucción Pública”. Impulsó la puesta en escena, en teatros populares, de obras de Shakespeare, Moliere, Schiller, etc; se dedicó a corregir traducciones; funda una asociación filosófica, se hace presidente de una revista literaria (Cuadernos de soñadores). Es presidente de “comunas” literarias donde poetas y pintores se van a vivir en casas “requisadas” con biblioteca común, salas de pintura, de estudio; con talleres de poesía, de traducción, etc. su labor intenta, en general, elevar la cultura de las masas. Su empeño no es estéril: en una de sus últimas visitas a Moscú, sus presentaciones -“las jornadas de Blok”- reúnen a dos mil personas. Su diario refleja cómo Blok se debatían entre el desánimo y la esperanza.117 Blok muere el 7 de agosto de 1921 de una afección cardiaca, lo suficientemente antes como para no ver cómo su poesía era puesta en la picota, durante el stlainismo, por “idealista” y decadente. Un bello pensamiento de su diario íntimo constituye un epitafio digno para este gran poeta:
“[…] funcionarios armados de plumas, pinceles o cinceles glorifican, bajo la vigilancia de funcionarios armados con máuseres, a los jefes grandes y geniales, aunque faltos, de hecho, del menor destello de grandeza o de genio. El arte de la época stalinista quedará como la expresión más concreta del retroceso más profundo de la revolución proletaria” [Trotsky, “El arte y la revolución”]
“En 1929, Stalin, aparentemente haciendo gala de su nuevo poder, entra en [el] estudio [de Riazanov], observa los retratos de Marx, Engels y Lenin, constata la ausencia del suyo, que hacía instalar por doquier, y le pregunta ¿Dónde está mi foto?. Riazanov le responde: “Marx y Engels son mis maestros, Lenin es mi camarada. Y tú, ¿tú quién eres para mí?” [Citado por Matias Maiello en “La vida de David B. Riazanov” en Marx y Engels de David Riazanov, editorial CEIP]
El stalinismo puso fin a la explosión artística generada por la revolución. Las vanguardias fueron pisoteadas como un jardín aplastado por la burda y sucia bota de un gendarme. El aplastamiento no fue sólo ideológico sino incluso físico. Mucha gente cree que el arte genuino de la revolución fue el bizantino “realismo socialista” –producto reproducido, como mercancía de contrabando, en la China de Mao y en la mayoría de países stalinistas-pero en realidad fue todo lo contrario. “El realismo socialista” (impuesto como tendencia oficial en el arte a partir de 1934) no era más que el retorno al arte académico y figurativo tan despreciado por las vanguardias. Era el retorno de la “academia” en la peor de sus formas posibles: la representación figurativa y propagandista de la burocracia y “el padrecito de los pueblos” Stalin; un arte dirigido por policías, sin ninguna libertad creativa. Un “arte” generado para que la inculta y brutal burocracia lo pudiera entender –evitando críticas ocultas a su poder-y para pintar a las masas una realidad en contradicción con su vida y sus penurias; esta corriente tiene más relación con los faraones egipcios que con la revolución de Octubre y las vanguardias que se inspiraron en ella. Ni es realista ni socialista.
¿Cómo fue esto posible?, ¿cómo se pasó de las vanguardias al “realismo socialista”?. Lo que sucedió en el terreno del arte fue una manifestación más del proceso de burocratización del Estado Soviético y el surgimiento de una nueva casta burocrática bonapartista. Como resultado de la guerra civil, la derrota de la revolución europea y la hambruna; los soviets –los organismos básicos del poder soviético-dejaron prácticamente de existir. El poder se concentró cada vez más en el Partido Bolchevique; las medidas vistas como temporales por los bolcheviques, como la ilegalización de los partidos que se unieron a la contrarevolución (incluidos los mencheviques y social-revolucionarios), y el terror rojo, se convirtieron en norma oficial. Lenin fue consciente de que el Estado soviético era un estado obrero con deformaciones burocráticas. El Partido tomó medidas administrativas y políticas para luchar contra la burocratización (irónicamente Stalin –por sus capacidades organizativas- fue promovido por Lenin en puestos encargados de luchar contra la burocracia que aquél utilizó para afianzar su poder). En lo político se creó la III internacional para extender la revolución, única garantía para no perecer, inspirada en el internacionalismo revolucionario que caracterizó a la teoría marxista desde sus orígenes. Se garantizó la democracia al interno del partido y al interno de la III Internacional recién nacida. En lo administrativo ningún funcionario del partido podía recibir un salario superior a un obrero cualificado. La última batalla de Lenin fue contra la burocracia como lo atestiguan sus últimos discursos, su “Testamento” y su ofensiva final contra Stalin en la que haría frente común con Trotsky.
Sin embargo el pesado Estado soviético ya estaba compuesto de más de cinco millones de personas en fechas tan tempranas como 1920. 30 mil oficiales zaristas fueron reclutados en la guerra civil dada la falta de cuadros militares. La derrota en 1923 de la revolución alemana, de la revolución china en 1926 –entre otras revoluciones- dio un duro golpe moral a las capas más avanzadas del pueblo ruso. Miles de los cuadros políticamente más avanzados de la revolución murieron durante la guerra civil. El partido renovó entre el 75-80% de su militancia después de 1923. Esos millones de burócratas crearon sus propios intereses, contrarios a los ideales bolcheviques originales. Stalin fue el representante político de esta capa social. Salido de las sombras de la revolución y de los despachos organizativos del Partido, encabezó los intereses de una burocracia que poco a poco se hacía consciente de sus propios intereses y aspiraciones pequeñoburguesas. Después de la muerte de Lenin, el triunvirato (Kamenev, Zinovien, Stalin) se hacen del poder, apartando a Trotsky, mientras que Stalin –quien en realidad tenía los hilos a espaldas de Kamenev y Zinoviev (revolucionarios de mayor talla teórica y moral)-ponía a sus hombres en los puestos clave del aparato soviético. La contrarevolución política comenzó con la segregación política de los enemigos de Stalin, continuó con las expulsiones masivas, siguió con las deportaciones para culminar, de forma sangrienta, con los fusilamientos y la exterminación física de todos aquellos que habían tenido alguna relación con la revolución, que habían colaborado con Lenin o que simplemente “sabían demasiado” -junto con sus familiares, amigos y conocidos-. El “terror rojo” que la Chekas, en el contexto de la guerra civil, implementaron en contra de los “blancos” se volvió en contra de la revolución. El partido stalinista se creó con la eliminación total del Partido bolchevique (del CC del Partido en 1917 sólo sobrevivieron el mismo Stalin y la Kollontai como una gris embajadora en Suecia). Durante las juicios farsa de Moscú (1936-1938) revolucionarios de toda la vida fueron denigrados por el fiscal Vyshinski (este oscuro personaje presidió los infames “Juicios de Moscú”; había sido el menchevique que encabezó las acusaciones hacia Lenin de ser “agente Alemán”) quien gritaba insultos innombrables: “muerte a los perros rabiosos”, “payasos”, “pigmeos”, “montón fétido de residuos humanos”,119 insultarse y someterse a la infamia no los salvó de la ejecución. La purga fue de tal magnitud que una de las razones manifiestas que animaron a Hitler a invadir Rusia fue que Stalin había liquidado a los principales cuadros del Ejército Rojo. Jean-Jacques Marie hace un macabro recuento de los alcances de las purgas monstruosas de Stalin tan sólo en el periodo comprendido entre 1937-1940:
“[…] En total, en 1937-1938, fueron detenidos 1.372.392 individuos de los que fueron fusilados 681.692. Entre ellos, más de 110.000 miembros del partido. En total, entre 1939-1940, 121.033 individuos fueron detenidos, de los que fueron fusilados 4.464. a estas cifras hay que añadir los millones de campesinos muertos durante la “deskulakización” y los cientos de miles de detenidos del gulag no condenados a muerte, pero fallecidos de hambre, de frío, de agotamiento y de enfermedad. Los siete millones de muertos de la hambruna de 1932-1933 son también víctimas de la política stalinista”.120
La reacción sangrienta y brutal expresaba la inseguridad e incertidumbre de una burocracia que quería estabilizar sus privilegios y eliminar las amenazas reales, potenciales o imaginarias. Stalin no contaba con un “plan maestro” bajo el brazo; de manera empírica y brutal, dio bandazos “epilépticos” de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, de acuerdo a las necesidades y emergencias del momento -del “socialismo al paso de tortuga (hasta 1928) a la locura ultraizquierdista del “tercer periodo” (hasta 1934-35), del “tercer periodo” a los oportunistas “frentes populares” (a partir de 1935)-. La contra-revolución teórica se expresó, entre otras muchas cosas, en la teoría del “socialismo en un solo país” (1924), el renacimiento del nacionalismo, el rompimiento deliberado de los topes salariales, el regreso de las condecoraciones y los privilegios obscenos de la alta burocracia … empezando por la momificación de Lenin.
Considerando la magnitud de la reacción no sorprende que ésta se haya manifestado en el terreno artístico. De hecho fue en este campo delicado donde el stalinismo tuvo una de sus expresiones más trágicas ya que el arte es creación libre y el totalitarismo burocrático es hostil a toda innovación y libertad. “Las contradicciones, la falsedad y la ignorancia del bonapartismo soviético [anota Trotsky en su diario el 9 de marzo de 1935], cuando pretende comandar soberanamente el arte, excluyen la posibilidad de cualquier creación artística, cuya primera condición es la sinceridad. Un viejo ingeniero puede aún, de mala gana, fabricar una turbina-no será de primera calidad, precisamente porque fue hecha de mala gana, pero cumplirá su función. Pero no se puede escribir de mala gana un poema”.121
Stalin pretendía suprimir toda forma de oposición y, como señala Alan Woods, el arte es una forma de lenguaje que puede decir muchas cosas. El arte debía ser “realista” para que pudiera ser entendido, controlado y censurado por burócratas incultos y “socialista” para que sirviera como instrumento ideológico sobre las masas. Todas las expresiones artísticas fueron purgadas y controladas sin excepción: desde la historia hasta la literatura, desde el cine hasta la ópera, desde la pintura hasta la fotografía, desde la forma estilística hasta la lingüística. Jdanov se convertiría en el inquisidor del arte y protector de la pureza del “realismo socialista” (será asesinado por Stalin en 1948, éste tratará de utilizar su muerte, como la de Kirov, para preparar una de sus últimas purgas; pero la burocracia dejaría morir a un Stalin anciano y demente). El ambiente de intolerable sofocación empujó al suicidio a no pocos artistas e intelectuales. La suerte de los artistas revolucionarios reseñados por Trotsky en su obra Literatura y revolución es referida en las memorias de Natalia Sedova viuda de Trotsky:
“[…] tres han muerto de muerte natural: Andrés Biely, Alejandro Blok, Demian Biedny. Dos poetas de la revolución se han suicidado: Essenin y Maiakovsky. Uno ha muerto al salir de prisión: Kliuev. El escritor Voronsky ha sido fusilado; muchos otros han desparecido, especialmente Pilniak”.122
La purga artística, sangrienta en muchas ocasiones, sólo fue superada por la del Partido y el Estado. Pilniak desaparecería en 1937; Serge, quien fue él mismo un sobreviviente del gulag, relata cómo su genio creativo fue pisoteado por la GPU y cómo esto le afectaba emocional y anímicamente: para no ser excluido de la literatura soviética tuvo que rescribir su obra Bosques de las islas por órdenes de Yezhov –quien sucedería a Yagoda en la GPU- Pilniak se quejaba amargamente ante Serge: “¡me ha hecho una lista de cincuenta pasajes que debo modificar completamente! –Exclamaba- si pudiera escribir libremente! ¡Qué no haría!”123 Maiakovsky tuvo la “suerte” de morir temprano (se suicidó en 1930), más tarde es declarado por Stalin como ícono de la “poesía proletaria”; ésta será, según su amigo Boris Pilniak, su “segunda muerte”. A este trágico recuento habría que añadir la muerte de Meyerhold quien fue fusilado en 1940 después de haber sido brutalmente torturado acusado por “desviacionismo político” y obligado a retractarse frente a burócratas incultos.124 Malevich, creador del suprematismo, es detenido e interrogado en 1930, sobrevive a costa de violentarse a sí mismo y producir pinturas de “realismo socialista”. Se fusila junto a Mayerhold al talentoso periodista Koltsov y unas semanas después al escritor Asaac Babel.125 Yagoda fue ejecutado por Stalin acusado de envenenar al gran escritor Gorki; en este caso Stalin decía la verdad, pero “omitió” que Yagoda actuaba bajo sus órdenes. Filónov muere de hambre, a comienzos de la II guerra mundial, abandonado por el régimen. El poeta Ossip Mandelstam fue detenido en 1933 y muere en el gulag por haber escrito los siguientes versos:
“El cuanto puedes susurrar una palabra a tu vecino
La poesía honesta y experimental de un Maiakovsky y el romanticismo campirano de un Esenin son enterrados bajo una montaña de basura “poética”, de pésima calidad, cuya lectura no puede más que provocar la nausea sofocante que generaría un salmo eclesiástico como sustituto de un poema de la Décima Musa. He aquí un ejemplo de “poesía proletaria” publicada en el periódico Izvestia en 1936:
“Stalin…y no añado más…Todo está contenido en un nombre tan inmenso. Todo: el partido, la patria, el amor, la inmortalidad. Todo”
Stalin es el amo del cosmos y aún lo trasciende, es el amo del universo. ¡Un Stalin metafísico!:
Tú, Stalin, estás más alto
“Que los altos espacios celestes,
Y sólo tus ideas
Son más altas que tú..
Tú espíritu, Stalin, es más luminoso que el Sol”.127
El estilo monocorde y extremadamente pobre de los escritos y discursos de Stalin- salpicado de obsesivas metáforas sobre amputamientos, decapitaciones y sangrías , que retratan muy bien la psicología psicopática del tirano, – fue declarado el non plus ultra de la literatura universal y la oratoria. Trotsky observa que “Stalin, quien es incapaz de construir correctamente una frase en ruso, es declarado como uno de los clásicos en el estilo. Este bizantinismo y este reino de la policía tiene algo profundamente trágico, a pesar de sus aspectos bufonescos”.128
Las memorias y los libros de historia fueron reescritos para exaltar el papel de Stalin o para eliminar los nombres de aquellos que habían sido desterrados o ejecutados. Tal fue el destino de las memorias de Maximo Gorki -sus “recuerdos sobre Lenin” mencionan a Trotsky-, el famoso libro de John Reed Diez días que conmovieron al mundo, tan elogiado por Lenin, es manipulado y los nombres de Trotsky, Krassin, Nogin y Lunacharsky son borrados. Ninguna historia de la guerra civil se salva pues todas mencionan a Trotsky. Como el partido, las bibliotecas fueron purgadas de “herejías” y los libros destruidos como en tiempos de la inquisición. Literalmente se crea un Index de libros y autores prohibidos, Index cuyo contenido sólo podía ser conocido por altos funcionarios.129 Stalin no perdonaba ni las erratas, aquellos desgraciados que escriban –en lugar de Stalin- Smalin, Slalin, Sralin, Ssalin irán a la cárcel.130
“Todos los historiadores, en bloque, son convictos de herejía. El estudio de la Revolución francesa, Robespierre, el Thermidor, el de la revolución inglesa, Cromwell y los niveladores, el de los tiranos de la ciudad antigua, compromete al principio, es peligroso después. La mayor parte de los jóvenes historiadores comunistas terminará trágicamente. Eugenio Tarlé logrará sobrevivir, gracias a sus sutiles adaptaciones, tras haber pasado por la prisión de Leningrado, aguardando la ejecución, y conocido la deportación a Alma Ata”.131
El lugar de estas memorias fue ocupado por el Compendio de la historia del PC de la URSS supuestamente escrito por Stalin en 1938 pero en realidad redactado, bajo la vigilancia del “gran timonel”, por una comisión de tres miembros, uno de los cuales (Knorin) será fusilado por ser un “enemigo del pueblo”. Publicado ad nauseam se trata de “un catecismo, y como tal ha de ser leído y repetido machaconamente […] es la Biblia de la nueva aristocracia”132 que presenta a Stalin como el dirigente de la insurrección de Octubre y como segundo de Lenin (más tarde Lenin aparecerá como el segundo de Stalin). Se publicaran 43 millones de ejemplares del mamotreto en 67 lenguas, la “sobreproducción” del catecismo era tal que después de los bombardeos en Corea los tomos fueron utilizados por la población como argamasa en la reconstrucción de paredes, ¡al menos sirvieron para algo útil! Las fotografías de la revolución son manipuladas por la GPU para desaparecer a aquellos que han sido asesinados o desterrados. Aquí algunos de los ejemplos más escandalosos – muchos más han sido recopilados por David King en su colección fotográfica The commissar vanishes-. A la izquierda la fotografía original tomada en 1919 durante la celebración del segundo aniversario de la revolución, a la derecha la misma fotografía con Trotsky y Zinoviev suprimidos.
La fotografía siguiente -tomada durante un discurso de Lenin en 1920- donde se observa a Trotsky y Zinoviev fue manipualada en la fotografía de la derecha.
Incluso los stalinistas caídos en desgracia fueron desaparecidos de las fotografías oficiales. En 1940 Yezhov –monstruo cruel sucesor de Yagoda en la NKVD, también fusilado, – cae en desgracia y es ejecutado. Debía desaparecer también de la memoria fotográfica.
A los escritores no les va mejor que a los historiadores:
“[…] el novelista liberal Zamiatin obtiene autorización de Stalin para exiliarse en el extranjero; el notable novelista soviético Boris Pilniak, sufre campañas de prensa y amenazas literalmente frenéticas, se humilla y vuelve a humillarse, lo que no le impedirá desaparecer finalmente, porque tiene demasiado talento, con independencia del uso que de él haga; el poeta Vladimir Piasta se hundirá en la deportación. De ese modo, comienza el largo martirologio de los escritores […] El “secretario general” de la Literatura proletaria, Leopoldo Awerbach, pariente de Yagoda, jefe de la GPU, regentea con facundia la vida literaria. (Será más tarde fusilado, junto con su poderoso protector)”.136
En muchas ocasiones el trágico aplastamiento de las artes se combina con la comedia (mejor dicho tragicomedia):
“Al envejecer, Stalin tiene lagunas de memoria. Un día, propone conceder el premio de la dramaturgia a los autores de una obra, uno de los cuales se encuentra en el gulag. La asistencia se aterra. ¿Qué hacer? Callar significaría correr el riesgo de adoptar una decisión que, cuando se descubra la verdad, sería calificada de sabotaje. Intervenir significa que el guía carece de facultades. Cruel dilema. Finalmente, un osado balbucea: “Está en la cárcel camarada Stalin”. Sorprendido, Stalin pregunta ¿Quién está en la cárcel? Uno de los dos autores de la obra, Tchevtcherikov, está en prisión, camarada Stalin. Stalin finge no haber oído y cambia el tema”.137
Las obras de arte pictóricas que dieron gigantes como Chagall y Malevich fueron sustituidas por pinturas burdamente propagandísticas que se hacían pasar como “arte socialista”. Estaban dirigidas, no por el impulso de la libertad creativa, sino por la misma GPU y sus brazos “artísticos” como la AARR. Sólo basta comparar ambas tendencias para revelar la magnitud de la contrarevolución stalinista en el arte. Aquí una de las manifestaciones más grotescas del “realismo socialista”, el bodrio insultante tiene el título cursi y ridículo de “Rosas para Stalin” (1949) de Boris Vladimirski –tan grotesco como haber titulado a otra de sus obras “Bombones para Hitler”-
La contradicción chocante que desgarra esta pintura está en el estilo semi-impresionista de la ejecución (no carente de buena técnica) -estilo prohibido por subjetivista, junto con el cubismo, el arte abstracto y el conjunto de arte moderno- y el contenido imbécil que le fue impuesto. Malevich, por su parte, sobrevivió a las purgas, pero la traición que tuvo que hacerse a sí mismo al ejecutar pinturas de “realismo socialista” probablemente fuera poco menos peor que la muerte; aun así, Malevich trataba de combinar el estilo clásico del “realismo socialista” con pinceladas de su amado y prohibido “suprematismo”. Su obra “La obrera” de 1931 (¿o de 1933?) muestra esta contradicción. Las manos y el rostro son “realistas” mientras que el uso del color en la vestimenta recuerda al suprematismo.
Un crítico citado por Serge dijo que la obra de Zamiatin, controlada por Yezov, “grita la mentira y murmura la verdad”. Esta frase notable puede decirse de muchas de las obras hechas bajo el dominio totalitario stalinista (incluidas las obras de Einsestein y Malevich). Un ejemplo revelador de esto está en una pintura de un tal S. K. Tkachenko que se exhibe en el vestíbulo del Museo Casa León Trotsky; se trata de una obra de 1957, copia de un original pintado en 1957, en estilo típico del realismo socialista; se ve a Lenin durante un discurso durante el VII Congreso de los Soviets (1920) en el palacio Bolsoi, está rodeado por el CC del partido bolchevique destacando, obviamente, Stalin en uno de los planos. La pintura sería anacrónica para el museo si no fuera porque en ella se ve un asiento desocupado en el que está posado un gorro militar de la Guerra Civil. La referencia a Trotsky anatemizado es transparente. La verdad emergía tímidamente por las grietas del aparentemente monolítico régimen bonapartista.
Grandes músicos son condenados por el títere inculto de Stalin Jdanov –quien a decir de Jacques-Marie tocaba el piano con un dedo o quizás dos- acusados de “formalistas” mediante decreto del Comité Central. En la picota están Muradeli, Shostakovitch, Khatchaturian y Prokofiev pero el prestigio internacional y la necesidad de música para películas que ensalcen al “padre de todos los pueblos” les salvan la vida. Después de haberlos acusado de “formalistas” Stalin concederá cinco premios “Stalin” Shostakovitch y seis a Prokofiev.
El cine no sufriría menos maltratos. El filme de Einsenstein “Octubre” tuvo que ser rehecho pues menciona a Trotsky y no a Stalin.140 A pesar de todos los intentos del desdichado Einsenstein por adaptarse a la censura, vive bajo un insoportable acoso. Su filme El prado bajo Berlín es destruido pues había osado proyectarlo a un pequeño grupo antes de que fuera visto por el Secretario General. Stalin ordena un nuevo rodaje propagandístico del que surgirá Alexander Nevski. Einsestein no soporta la presión y muere infartado en 1948 después de que Stalin lo reprendiera personalmente por retratar a Iván el terrible, en la segunda parte de su rodaje homónimo, como un tirano.
A partir de 1945 Stalin lanza una campaña soterrada para aparecer como el verdadero inspirador de las ideas de Lenin. En la presentación del filme la luz sobre Rusia de Iutkevich, los gruñidos de Stalin se multiplican, aterrorizando a los presentes, quienes tratan de interpretarlos. Iutkevich los interpreta correctamente: retoca el filme para que Stalin ya no aparezca como un “igual a Lenin” sino como su superior. (Todos los apparatchik debían ser expertos, so pena de castigo brutal, de la “hermenéutica” de los gruñidos y gestos del “Gran Guía”). En la película La caída de Berlin se eleva a Stalin la categoría de Dios, aunque todavía aparece como un igual a Lenin -o por lo menos su encarnación terrenal-. Stalin se presenta de blanco, majestuoso. Un Bujarin convertido en Judas se ríe burlonamente, ante un tractor averiado, porque que los tractores soviéticos no son más que chatarra; pero “Judas” se equivoca como el todopoderoso Stalin le demostrará: “Stalin se inclina sobre el motor, roza apenas las bujías y tractor emite inmediatamente un ronquido entusiasta. Stalin sube al asiento, toma el volante, piensa en el futuro y, surgidos de la nada y de su genio, aparecen en sobreimpresión miles de tractores surcando los campos”.141
Un Stalin anciano, en la cima de su locura y poder, se hace erigir cientos de esculturas que lo muestran eternamente joven y de alturas descomunales. Los campesinos de a píe que tuvieron la “suerte” de mirar a Stalin en persona –en las pocas ocasiones en que éste se dio “baños de pueblo”- o incluso los políticos occidentales que lo observaron, no dejaron de advertir el contraste entre las majestuosas representaciones “artísticas” de Stalin y la decepcionante figura del Stalin real: de baja estatura, de un rostro vulgar agujereado por la viruela, ojos amarillentos, adjunto de espalda y con una brazo semiparalizado. En el centro de la ciudad de Ostrog se erige una enorme mole de bronce que representa al farsante Lyssenko –quien ocupaba el lugar de Darwin en biología – ofreciendo a Stalin unas espigas de una “nueva especie” de trigo que en realidad ya era conocido en el antiguo Egipto. Lyssenko condena, con la venía de Stalin, la teoría genética como mística, a Darwin por haberse equivocado en las bases de la teoría de la evolución de las especies y promete a Stalin cosechas milagrosas que nunca llegan. Pero Stalin lo mantiene como su protegido, con la oposición soterrada de los verdaderos científicos rusos, pues en un congreso de granjeros en 1935 Lyssenko había sido especialmente entusiasta con la represión a los intelectuales, arrancando aplausos al “padre de todos los pueblos”.142 El monumento en Ostrog es, así, un monumento a la venalidad y la estupidez. El régimen semi-liberal de Kruchev tendrá la “virtud” de retirar estos monumentos para mejor continuar con la esencia del régimen de Stalin del que Kruchev era heredero.
Además de la escultura, la arquitectura no se libra del dominio totalitario. La notable novela histórica del escritor cubano Leonardo Padura –excelentemente documentada- El hombre que amaba a los perros, que sintomáticamente acaba de ser publicada en Cuba, relata una anécdota reveladora en este sentido. En un dialogo, frente al Hotel Moscú, entre Grigoriev –mentor de asesinos al servicio de la GPU- y Ramón Mercader –asesino material de Trotsky quien se preparaba para su misión magnicida- el cínico Grigoriev le muestra físicamente a Mercader los alcances de la obediencia que se le debe tributar a Stalin:
“[…] cuando él decidió que se le debía dar una imagen nueva a Moscú, escogió este lugar para que se construyera un hotel para que se alojaran sus visitantes más distinguidos. A partir de sus sugerencias, pidió que le presentaran dos proyectos diferentes. Como él piensa que Moscú debe comenzar a convertirse en la capital de la arquitectura proletaria, tiene sus ideas al respecto. Se las comentó al proyectista Schúsev y a los arquitectos Saveliev y Strapan y les encargó los planos con la seguridad de que ellos sabrían interpretar lo que él tenía en mente. Los arquitectos temblaron al oír lo que Stalin les pedía y proyectaron, cada uno por su lado, lo que creyeron que podían ser las ideas del Jefe. Pero cuando Schúsev le presentó los dos proyectos, él no pudo verlos de inmediato, tenía otros problemas, y no se sabe por qué, a la semana siguiente los planos volvieron a manos del proyectista Schúsev… autorizados los dos por el camarada Stalin. ¿Cómo era posible?, se preguntaron. ¿Quería dos hoteles, o quería los dos proyectos, o había firmado los dos por error? La única solución era preguntarle al camarada Stalin si se había equivocado, pero… ¿quién se atrevía a molestarlo en sus vacaciones en Sochi? Además, el Secretario General nunca se confunde. Entonces Schúsev se iluminó, como genio que él es: realizarían los dos proyectos en un solo edificio, una mitad según el de Saveliev y la otra siguiendo el de Stapran… Así nació este engendro, y Schúsev, Saveliev y Stepran lograron salir airosos. El edificio es absurdo, un horror estético, pero existe y cumple con las ideas y decisión del camarada Stalin. Yo aprendí la lección, y espero que tú seas capaz de entenderla. ¡Salud, Soldado 13!- dijo y bebió hasta el fondo de su vaso de vodka”.143
El dialogo es ficticio por supuesto, pero el proyecto existió y efectivamente se trata de un horror estético. Afortunadamente el engendró de mil habitaciones fue otro de los edificios monumentales proyectados por Stalin que nunca se construyó.
Terminemos nuestro mórbido paseo por el museo del horror del la estética stalinista con las memorias de Shostakovich citadas por Alan Woods:
“Shostakovich recuerda un increíble incidente que ocurrió poco antes de la muerte de Stalin. Siempre vivía una existencia nocturna y tenía la costumbre de telefonear a la gente en mitad de la noche. En una ocasión llamó a la Sede de la Emisora Estatal para preguntar por un concierto de piano de Mozart que había escuchado en la radio. ¿Quién era el pianista y cómo podía conseguir una grabación? Al director de la radio le entró el pánico. No existía esa grabación. ¿Pero cómo podía decirle eso al jefe? Nadie podía saber cómo iba reaccionar y la vida, como escribía Ostrovsky, es la posesión más preciada del hombre. No había otra alternativa, reunió a todos los miembros de la orquesta y al pianista, en medio de la noche grabaron el concierto para que el Jefe lo tuviera a su disposición por la mañana. Esta grabación todavía estaba en el giradiscos cuando murió Stalin”.145
1 Véase, por ejemplo, de Victor Serge El año I de la revolución rusa, (México, Siglo XXI, 1999.) especialmente el capítulo dedicado a la incruenta toma del palacio de invierno. (pp. 66-67.) O también del mismo autor De Lenin a Stalin donde se relata la ingenua clemencia y humanismo que caracterizó al régimen bolchevique antes de que fuera endurecido por la guerra civil.
2 Art of the October Revolution. Mijail Guerman. p. 17. En la edición inglesa, citado por Alan Woods en “El marxismo y el arte”, Madrid, Fundación Federico Engels, 2000, p. 14.
3 Serge, victor, Memorias de mundos desaparecidos, México, Siglo XXI, 2003, pp. 90-91.
4 Trotsky anota, en Literatura y Revolución, la siguiente reflexión: “El intento de arrancar al porvenir una construcción arquitectónica, sólo condujo a una arbitrariedad personal más o menos dotada de espíritu. Y si con algo entrará en pugna el nuevo estilo es con la arbitrariedad personal”. (México, Juan Pablos, 1973, p. 56.)
5 Alan Woods, “El marxismo y el arte”, Madrid, Fundación Federico Engels, 2000, p. 14.
6 Guerman, Mijail, Art of the october revolution, p. 17, citado por, Alan Woods, “El marxismo y el arte”, Madrid, Fundación Federico Engels, 2000, p. 14.
7 Tomada de Tomadas de: Tomás Llorens, et al, Las vanguardias rusas, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid, 2006, p. 274.
8 Tomadas de: Tomás Llorens, et al, Las vanguardias rusas, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid, 2006, p. 98.
9 Tomado de: Guerman, Mikhail; “Art of the October Revolution”, Aurora Art Publishers, Leningrad, 1979, p.241.
10 Charla del catedrático de la UBA Miguel Vedda titulada “Literatura y revolución rusa”, 25/10/2007, vi en: http://www.pts.org.ar/spip.php?page=imprimir_articulo&id_article=8266
11 Trotsky “Anatole Vasilievich Lunacharski”, en Perfiles de revolucionarios, México, El caballito, 1978, p. 185.
12 Trotsky, Mi vida, Argentina, CEIP, 2012, pp. 371-372.
13 Sánchez Vásquez, Adolfo, Sobre arte y revolución, México, Grijalbo, 1979, pp. 32-33.
14 Fragmento del poema “Es demasiado pronto para alegrarnos”, publicado en 1918 en el órgano oficial de la Sección de las Artes Plásticas de la Comisaría de Cultura. Citado en PCE(r) Vladimir Maiakovsky, Vida y obra literaria, p. 23, en: http://www.antorcha.org/liter/maiakovski.htm
21 Tomadas de: Tomás Llorens, et al, Las vanguardias rusas, Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza, 2006, p. 164.
22 Tomadas de: Tomás Llorens, et al, Las vanguardias rusas, Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza, 2006, pp, 175, 177 respectivamente.
23 Trotsky, “Anatole Vasilievich Lunacharski”, en Perfiles de revolucionarios, México, El caballito, 1978, pp.185-186.
24 Malevitch, por ejemplo, fundó el periódico de su corriente llamado “Anarquía” donde llamaba a los artistas a unirse a la revolución y apoyar “el giro radical del antiguo estilo de vida”.
25 No sólo las corrientes artísticas chocaban entre sí en sus desconcertantes manifiestos, sino que algunas corrientes, que se subdividían dentro de sí, llegaban al extremo de la autodestrucción. Algunas lo hacían conscientemente para subrayar su radicalismo anarquista. Al respecto vale la pena citar una entrevista a Larionov y Zdanevich, ambos artistas futuristas rusos:-¿Sois futuristas? -Sí, lo somos.
-¿Rechazáis el futurismo?
-Sí, lo rechazamos. Puede desaparecer de la faz de la tierra.
-¿Pero no es esto una contradicción?
-Sí. Lo es, pero nuestra misión consiste en contradecirnos.
-¿Sois unos charlatanes?
-Sí, lo somos.
-¿Carecéis de talento?.
-Sí, carecemos.
-¿Se puede hablar con vosotros?
-No, no se puede hablar con nosotros.
-¿Y cuáles son vuestros propósitos para el año que va a comenzar?
-Ser fieles a nosotros mismos (citado en Tomás Llorens, et al, Las vanguardias rusas, Madrid,Museo Thyssen-Bornemisza, 2006, p. 32).
27 Trotsky, Literatura y revolución, Tomo I, (dos tomos), España, Ruedo Ibérico, 1969, p. 170.
28 Guerman, Mikhail; Art of the October Revolution, Aurora Art Publishers, Leningrad, 1979, p. 295.
29 Dice el menchevique David Shub: “De todos los grandes dirigentes políticos de la historia moderna, ninguno ha estado tan desprovisto de vanidad personal como él, y ninguno ha deseado menos que él dar a conocer su propia persona antes que sus ideas”. Citado por Jean Jacques-Marie en Lenin, Madrid, POSI, 2008, p. 90.
30 King, David, The comissar vanishes, Canongate books, UK, 1997, p. 155.
32 Sánchez Vásquez, A. Sobre arte y revolución, México, Grijalbo, 1979, p. 39.
33 Citado por Sánchez Vásquez en Sobre arte y revolución, México, Grijalbo, 1979, p. 41.
34 Véase, por ejemplo, de Deutscher, Isaac, El maoísmo y la Revolución Cultural China, pp.73-79. La Revolución China fue un golpe de una fracción del Partido Comunista chino encabezada por Mao y Lin Piao para recuperar la dirección política basándose en la movilización de la juventud y en los fermentos de descontento contra la burocracia. Un típico movimiento bonapartista en el cual Mao se apoyó en un movimiento de masas pero manteniendo, al mismo tiempo, un control burocrático. Se emprendió una campaña contra la intelectualidad, contra sectores que podían dotar de ideas a ese movimiento, con el pretexto de acabar con la “ideología burguesa” en el arte y la ciencia. No pocos burócratas caídos en desgracia desfilaron ridiculizados públicamente en escenas que recordaban las procesiones de la Inquisición. Uno de los episodios más oscuros de la, sin embargo, gloriosa Revolución China.
35 Trotsky, Problemas de la vida cotidiana, Buenos aires, Cuadernos de pasado y presente, 1974, p. 169.
38 Antecedentes más tempranos de oposición a la burocracia dentro del Partido Bolchevique los podemos encontrar en la “Oposición obrera de Alejandra Kollontai” y la “carta de los 23”.
39Trotsky, Problemas de la vida cotidiana, Buenos aires, Cuadernos de pasado y presente, 1974, p. 172.
58 Resulta particularmente monstruosa la calumnia que Robert Service lanza a Trotsky: “[…] en resumidas cuentas, fue Trotski quien sentó las bases filosóficas para el stalinismo cultural” (Op cit. p. 417). Podríamos decir que “en resumidas cuentas” el libelo de Service tiene sus bases filosóficas en la escuela stalinista de la falsificación, esperamos demostrar, con abundantes referencias a la obra y acciones de Trotsky –obra y vida que Service parece desconocer-, que esta calumnia es una más de las que abundan en su pésima biografía.
59 Woods, Alan, “Marxismo y el arte”, Madrid, Fundación Federico Engels, 2000, p. 16.
60 Trotsky, ¿Adónde va Francia?, Diario del exilio,Argentina, CEIP, 2013p. 236.
61 Este era el provocativo nombre del manifiesto futurista de Maiakovsky, Burliuk, Kruchenij, Velimir Jlebnikov firmado en 1912.
62 Nuevamente Service ofrece una ofrenda a la escuela de la falsificación en lo referente a las relaciones de Trotsky con Maiakovsky, en general el capítulo supuestamente dedicado al frente cultural es uno donde Service comete los más grandes atropellos a la verdad histórica. No señala las tesis centrales que se ofrecen en Literatura y revolución, por ejemplo su polémica con respecto al prolekult, pero miente o distorsiona casi en cada línea. El análisis complejo y contradictorio que Trotsky hace de la obra de Maiakovsky es escamoteado, sus comentarios positivos acerca de su creación son eliminados por Service, como si Trotsky hubiera condenado sumariamente al poeta futurista. Llega al extremo monstruoso de insinuar que Maiakovsky se suicidó por culpa de Trotsky, con lo cual Service se supera así mismo en el arte de la distorsión histórica (Cf. Service, op cit. 415). Esperamos que esta parte de nuestro trabajo demuestre palmariamente las inauditas mentiras de Service en este tema.
63 Trotsky, Literatura y revolución, México, Juan Pablos, 1973, p. 50.
64 Deutscher, Isaac; “El poeta y la revolución”, en El marxismo de nuestro tiempo, México, Era, 1975, pp. 223-224.
65 Fragmento del poema “Es demasiado pronto para alegrarnos”, publicado en 1918 en el órgano oficial de la Sección de las Artes Plásticas de la Comisaría de Cultura.
66 Trotsky, Literatura y revolución, México, Juan Pablos, 1973, p. 52.
67 Trotsky, Literatura y revolución, México, Juan Pablos, 1973, p. 53.
87 Trotsky, Literatura y revolución, México, Juan Pablos, 1973, p. 77.
88 Trotsky, “El suicidio de Maiakovsky”, en Literatura y revolució, otros escritos sobre la literatura y el arte, (dos tomos), Tomo II, España, Ruedo Ibérico, 1969, p. 132.
89 Serge, Victor, memorias de mundos desaparecidos, México, Siglo XXI, 2003, p. 205.
90 Maiakovsky, “150 000 000”, en Cinco escritores de la revolución, Editorial arte y literatura, La Habana, 2009, pp. 245-246.
91 Maiakovsky, “A Serguei Esenin” en Cinco escritores de la revolución, Editorial arte y literatura, La Habana, 2009, p. 241.
99 Trotsky, “En memoria de Sergio Esenin”, en Sobre arte y cultura, Madrid, Alianza Editorial, 1971, p. 144.
100 Trotsky, “En memoria de Sergio Esenin” en Sobre arte y cultura, pp. 147-148.
101 Alexander Bolk, fragmento de “No temas a la muerte”. Citado en la web: arte-y.literatura-gótica.blogspot.mx/2010_07_01_archive.html
102 De la Paz, Jorge, “La poesía de Alejandro Blok”. En la web: publicaciones.anuies.mx/pdfs/Revista53_S4A1ES.pdf
103Alexander Blok, fragmento de “La Musa”. Citado en De la Paz, Jorge, “La poesía de Alejandro Blok”. En la web: publicaciones.anuies.mx/pdfs/Revista53_S4A1ES.pdf
104 Berberova, Nina, Alexandr Blok, Barcelona, Circe, 1997p. 187.
105 Berberova, Nina, Alexandr Blok, Barcelona, Circe, 1997 pp. 178-179.
106 Orlov V.N., La vida de Blok /Zhizn Bloka/, Moscú, “Tsentrpoligraf”, 2001, ISBN 5-227-01463-9, pág. 540, en ruso. Citado en Wikipedia.
107 De la Paz Jorge, “La poesía de Alejandro Blok”, En la web: publicaciones.anuies.mx/pdfs/Revista53_S4A1ES.pdf
108 Blok, “Los doce” en Cinco escritores de la revolución, Editorial arte y literatura, La Habana, 2009, p. 32.
109 En los ensayos de la emigrada rusa Nina Berberova publicados bajo el título “Alexander Blok” –que ya hemos citado- se afirma que “Trotsky le aconseja sustituir a Cristo por Lenin” (p 180). Sin embargo, a no ser que se presenten pruebas – la autora no presenta ninguna cita o referencia de su aserto-, debemos considerar dicha afirmación como una invención de una emigrada hostil a la revolución. Trotsky, sin duda, no se callaba sus críticas a la poesía de Blok y las dio a conocer en artículos publicados masivamente las cuales fueron recogidos en su libro Literatura y revolución. Tanto a Lenin como Trotsky les repelía el culto a la personalidad y hubieran sido los últimos en compararse con Cristo. Por otro lado Blok publicó “Los Doce” en 1918 época en la que el culto a un Lenin momificado estaba aún lejos en el horizonte. La emigrada rusa tiende en su texto a extrapolar fenómenos de represión que se presentaron durante la dictadura stalinista como omnipresentes en tiempos de Lenin. Así, por ejemplo, pretende poner en el mismo plano críticas adversas a la poesía de Blok de gente como Kamenev como sinónimos de actos de censura. Lo mismo se podría decir de Trotsky quien expresó críticas a la poesía simbolista. Kamenev, como cualquier militante de la infinidad de corrientes artísticas de la revolución, tenía plena libertad para pronunciarse en pro o en contra de tal o cual corriente, pero es muy extraño que la polémica se vea como equivalente de censura. El texto de Berberova se vuelve cómico cuando afirma que el diario íntimo de Blok hubiera sido tan pesimista como Berberova hubiera deseado si Blok no hubiera temido que el régimen soviético revisaría y sometería a la censura sus memorias. Afirmar tal cosa en 1920 y 1921 es confundir las fechas, los métodos y las personas, ya sea por ignorancia o por mala fe. Berveroba cita del diario de Blok cuando éste cae presa del desánimo, pero omite la mayor parte de las memorias que reflejan la autenticidad con la que Blok se unió a la revolución; relata las condiciones de carestía en la que trabajaban los intelectuales –lo cual es cierto- pero no puede ocultar que hasta el final de sus días Blok, con todo y su enfermedad, participó activamente en conferencias, recitales y proyectos artísticos de toda índole, incluso desde responsabilidades de gobierno.
110 Nikolai Gumilov “Alexander Blok, la persona y el poeta”, Citado en Wikipedia.
111 Trotsky Literatura y revolución, otros escritos sobre la literatura y el arte, Tomo I, (dos tomos), España, Ruedo Ibérico, 1969, p. 79.
113 En la versión al castellano de “Los doce” publicada en Cinco escritores de la revolución, Editorial arte y literatura, La Habana, 2009; no aparecen estos versos criticados por Trotsky y citados en su libro Literatura y revolución.
114Trotsky Literatura y revolución, otros escritos sobre la literatura y el arte, Tomo I, (dos tomos), España, Ruedo Ibérico, 1969, p. 81.
116 Orlov V.N., La vida de Blok /Zhizn Bloka/, Moscú, “Tsentrpoligraf”, 2001, ISBN 5-227-01463-9, pág.514 en ruso, citado en Wikipedia.
117 Escribe “¡Qué tristeza! ¿Cuándo terminará eso? ¡Es hora de despertar!”, recupera sus ánimos con su exitosa visita a Moscú “¡Qué gente estupenda hay en Moscú!”. Citado por Berberova , Op cit. pp. 199-200.
118 Citado en: Berberova Nina, Alexandr Blok, Barcelona, Circe, 1997, p. 206.
119 Jean-Jacques Marie, Trotsky, revolucionario sin fronteras, México, Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 475.
120 Jean-Jacques Marie, Stalin, Madrid, Palabra, 2008, p. 608.
121 Trotsky, ¿Adónde va Francia? Diario del exilio, Argentina, CEIP, 2013, p. 236.
122 Serge Victor, Vida y muerte de león Trotsky, México, Juan Pablos, 1971, p. 136.
123 Serge, Victor, memorias de mundos desaparecidos, México, Siglo XXI, 2003, p. 273.
124 King, David, The comissar vanishes, UK, Canongate books, 1997, p. 165.
140 En la única escena en la que aparece Trotky “se exhibe (…) exigiendo la espera (…) El propósito manifiesto de este cuadro fue exhibir las pretendidas posturas divergentes que separaron a Lenin y a Trotsky con referencia a la insurrección armada de Octubre” (García Higueras, Gabriel, Trotsky en el espejo de la historia, México, Museo casa León Trotsky, 2005, p. 201.
141 Jean Jaques Marie, Stalin, Madrid, Palabra, 2008, p. 795.