Capital variable, capital constante y el secreto de la explotación capitalista
David García Colín Carrillo
Marx parte de la tesis de la economía política clásica de que la fuente del valor mercantil de una mercancía reside en el trabajo. A partir de esta idea extrae conclusiones revolucionarias, demostrando que el sistema capitalista se basa en la extracción de plusvalía, es decir, en la explotación de la clase obrera.
El capital puede definirse como una relación social donde los medios de producción existen como propiedad privada, y estos se emplean con el objetivo de producir mercancías para generar ganancias a la clase dominante: la burguesía. El capital no es más que trabajo acumulado empleado para explotar fuerza de trabajo y obtener plusvalía, la fuente de la ganancia. Para obtener ganancias, la clase dominante debe comprar en el mercado —con un dinero que también funciona como capital— las materias primas, los instrumentos de trabajo, la maquinaria, etcétera, y, por otra parte, comprar la fuerza de trabajo.
A las materias primas y maquinaria, además de la fábrica misma y otros instrumentos de trabajo, Marx las va a denominar “capital constante” ya que “no cambia la magnitud de valor en el proceso de producción”.1 Los medios de producción no añaden valor nuevo al valor de la mercancía producida, tan sólo le transfieren su valor, por consumo o desgaste. Los medios de producción no generan nuevo valor y el que contienen, y transfieren a la mercancía a través de su uso, nace del trabajo. Por ello, subrayamos, el capital es “trabajo acumulado” monopolizado por una clase de explotadores (burgueses).
La fuerza de trabajo, en cambio, es una mercancía muy especial que tiene la virtud de crear valor, o sea, trabajo humano plasmado en los productos elaborados por los seres humanos. El capitalista paga con el salario el valor de reproducción de esa fuerza de trabajo, es decir, el equivalente en dinero al coste de producción del trabajador: su alimento, educación, vivienda, etcétera (eso suponiendo que se paga un salario “justo”).
Pero al ponerse a trabajar, el trabajador no sólo reproduce en la mercancía producida el valor de su fuerza de trabajo (su salario), sino que añade un valor adicional que Marx denomina “plusvalía”. Marx explica que “(…) la parte que se invierte en fuerza de trabajo cambia de valor en el proceso de producción. Además de reproducir su propia equivalencia, crea un remanente, la plusvalía, que puede también variar, siendo más grande o más pequeño. Esta parte del capital se convierte constantemente de magnitud constante en variable. Por eso le doy el nombre de parte variable del capital, o más concisamente, capital variable”.2
El trabajador es la parte esencial del sistema, pues no sólo es el que crea los medios de producción —los instrumentos de trabajo y las fábricas no crecen de la tierra—, sino que es el que genera plusvalía. La plusvalía es la fuente de la ganancia: el verdadero Dios, la razón de ser del sistema capitalista.
El capitalista tiene como único interés aumentar sus ganancias, y eso sólo puede hacerse aumentando la tasa de plusvalía, es decir, el grado de explotación del trabajador; aumentando, por ejemplo, la parte de la jornada de trabajo en la cual el trabajador produce un valor adicional sobre su salario. Esto puede hacerse, y de hecho se hace, tanto aumentando la jornada de trabajo, aumentando la intensidad del trabajo y/o deprimiendo los salarios. A este tipo de plusvalía Marx la llama “plusvalía absoluta”.
La clase dominante tiene, sin embargo, otra forma de aumentar la tasa de plusvalía: desarrollando nuevas fuerzas productivas que vuelvan el trabajo más productivo y el salario relativamente más barato. A esta forma Marx la llama “plusvalía relativa”. Al invertir en nueva tecnología el capitalista tiene una ventaja competitiva, pues puede vender al mismo precio de mercado —o incluso menos— y obtener una ganancia extraordinaria.
Sin embargo, al generalizarse esa innovación —y esto tiende a hacerse debido a la propia competencia— la ventaja competitiva del burgués individual se diluye. Pues recordemos que los medios de producción no generan plusvalía, sólo la fuerza de trabajo puede hacerlo. Al cambiar la composición orgánica del capital, es decir, aumentar la parte que se invierte en máquinas en relación a la invertida en fuerza de trabajo, la tasa de ganancia tiende a disminuir.
Producto de la competencia el mercado se satura de productos, los capitalistas intentan mantener sus márgenes de ganancias con despidos y recortes aumentando la plusvalía absoluta, pero con ello recortan su propio mercado ya saturado de mercancías que la población necesita pero que no pueden venderse. Vemos un sistema demente en el que existe miseria en medio de la abundancia de productos. Las crisis periódicas del capitalismo, con todas sus tragedias para las masas, son inmanentes como la respiración lo es al organismo.
El capitalismo está signado por contradicciones como ésta. Es un sistema anárquico donde la “mano invisible del mercado” decide el destino de millones de personas. Y sin embargo, es la fuerza de trabajo la que genera la riqueza, la que crea y moviliza las máquinas de forma colectiva. De hecho la única forma en que la sociedad capitalista puede reproducirse es mediante la explotación del trabajo colectivo de la clase obrera. Pero esta forma social de producir entra en contradicción con la propiedad privada de los medios de producción y los estrechos mercados nacionales, las crisis mismas son una manifestación de esa contradicción. La necesidad de derribar a este sistema y armonizar las fuerzas productivas con relaciones sociales comunistas, es decir, hermanar la forma colectiva de producir con una forma colectiva de propiedad, surge como una consecuencia de las contradicciones del capitalismo, y se presenta como la única forma de resolver esas contradicciones que están sumiendo al mundo en la barbarie.
- Marx, K. El Capital, Tomo I, México, FCE, p. 158.
- Ibidem.