Las últimas elecciones en Argentina se dan en un contexto extremadamente volátil. La aguda tensión entre los explotados y un régimen que tiene enormes dificultades para seguir gobernando como lo hacía antes, deja al desnudo la crisis de gobernabilidad.
Tanto la crisis del régimen político en su conjunto como la crisis de gobernabilidad, se encuadran en la crisis del capitalismo mundial. El capitalismo se encuentra en un período de prolongado estancamiento económico y ajuste contra la clase trabajadora. El carácter orgánico de la crisis golpea con fuerza no sólo a los países de capitalismo atrasado sino también a los países capitalistas avanzados de Europa y América del Norte. Incluso la economía china –aún considerada como el motor de la economía mundial por los economistas burgueses- se enfrenta a una recesión sin precedentes.
La imparable subida del dólar, las enormes deudas gubernamentales, el retroceso de la globalización, la catástrofe medioambiental, la guerra en el Este de Europa y los ataques del Estado Sionista en Medio Oriente, son una clara muestra de la inestabilidad general que recorre el mundo entero.
El estancamiento de las fuerzas productivas en el marco de la propiedad privada de los medios de producción, que están concentrados en las manos de un puñado de empresarios, banqueros y terratenientes, sumado a la camisa de fuerza que imponen los Estados nacionales, son los factores centrales que determinan, en términos históricos, esta fase del capitalismo en declive.
Por su parte, la crisis que atraviesa la Argentina es la de un capitalismo atrasado, parasitario y rentista que se ve sujeto a las fuerzas centrífugas y centrípetas del mercado mundial. Las economías más fuertes se imponen a las economías más débiles. Esta crisis estructural tiene una expresión marcada en la insolvencia del Estado, que cuestiona la dominación política de la burguesía y sus partidos políticos. Cada medida que intenta restablecer el equilibrio económico rompe el equilibrio social y político. Las contradicciones del capitalismo, que día a día van en aumento, son el preludio de crisis sociales y políticas de enormes proporciones.
La presión sobre los músculos y nervios de la clase trabajadora, que sufre el hambre y la degradación sistemática de la vida, en directa relación a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional, hacen que los representantes políticos de las diferentes facciones de la burguesía se reacomoden día tras día, de cara al balotaje electoral que enfrentará a Sergio Massa y Javier Milei.
La política de Mauricio Macri de apoyar a Javier Milei en las PASO, como también en la primera vuelta, produjo una serie de rupturas en Juntos por el Cambio, generando reagrupamientos alrededor de la formula Massa/Rossi y el llamado a un Gobierno de Unidad Nacional, que en realidad es un gobierno de los explotadores contra los trabajadores. Esta bandera que levantan Massa y Unión por la Patria tiene un sentido de “contener” a las masas, ante la profundización del ajuste que debe llevar adelante después de noviembre. Massa aspira mantener el arbitraje entre las clases opuestas en la idea de mantener la “paz social”. Intenta sostener la gobernabilidad en oposición a las medidas de shock de mercado de Milei.
A pesar de su rotundo fracaso, expresado claramente en la devaluación y la inflación persistentes, Massa lleva adelante una política de conciliación entre clases opuestas y antagónicas que solo puede funcionar, de manera relativa, mientras ello permita otorgar concesiones a la clase trabajadora como vimos durante el período de auge en el precio de las commodities (2003-2011). Ahora, en medio de una de las peores crisis en la historia del capitalismo, la política de conciliación de clase implica inevitablemente recortes contra la clase obrera para beneficiar las ganancias de los capitalistas. El acaparamiento deliberado de alimentos o combustible, para forzar a un aumento de los precios, es una prueba irrefutable de esto y una muestra de lo que implica gestionar el capitalismo en crisis.
Sergio Massa, con el acuerdo de Cristina Fernández, intenta mantener el delicado equilibrio inestable. Trata de mostrar a los trabajadores –aunque sin lograrlo- que su programa es otro distinto al del FMI, cuando en realidad su programa implica mantener el pulso del ajuste y buscar una salida en la explotación del litio, el gas, el cobre y el petróleo por parte de las multinacionales. Pero, sobre todo, busca diferenciarse al insistir permanentemente en el fantasma de un posible gobierno de Milei.
Para esto cabalga sobre el instinto de clase de un sector de los trabajadores que salió al cruce de la derecha, dando su voto a Unión por la Patria como herramienta para parar a Milei, y utiliza una propaganda basada el temor natural hacia la ultraderecha a fin de explotar este instinto en su favor. Del lado contrario, la gente de Milei también explota en su propaganda el rechazo y hastío de la gente hacia la realidad de miseria agravada que se vive hoy.
Así, vemos como ambas fuerzas han bombardeado a la población a través de los medios escritos, radiales y televisivos, apoyándose fuertemente en las redes sociales. Del lado de UxP se amenaza con que viene la dictadura, y se muestran repetidamente videos con chicos sacando revólveres en las escuelas, en relación con los dichos del “libertario” acerca de permitir la portación de armas.
Del lado de LLA, se muestran videos de gente que cuyos familiares perdieron la vida en hechos delictivos, o de jubilados que no llegan a fin de mes, queriendo vender la falsa idea de que Milei sí representa un cambio ante la situación actual.
Por su parte, a pocos días del balotaje Sergio Massa repite una estrategia de campaña que le resultó efectiva para remontar las elecciones. Ha vuelto a otorgar una serie de subsidios hacia la base obrera y los sectores populares, beneficiarios de planes sociales y trabajadores precarizados. Se han aumentado los montos de créditos para jubilados, incluyendo una gama de préstamos a los trabajadores en relación de dependencia. Aunque estas medidas tienen un impacto en la cabeza de los laburantes, son políticas económicas que rápidamente quedan devoradas por la inflación, y además aumentan la presión sobre el rojo fiscal al acelerar la emisión monetaria.
La postura de los Comunistas ante un posible triunfo de Javier Milei, no es combatirlo con la herramienta del mal menor, ni conformar un polo antifascista, democracia vs. fascismo, patria vs. anti patria. Apoyarnos en este polo no sólo nos quita independencia política como trabajadores en relación al Estado capitalista, sus partidos, los representantes políticos del régimen y sus gobiernos. También nos pone en la misma trinchera en la que se esconde, tras el velo de la democracia parlamentaria, el puño de hierro del capitalismo monopolista y la dictadura de la oligarquía financiera.
Para combatir a Milei, sus ideas y los intereses que representa, debemos llamarlo por lo que es realmente y no por lo que aparenta: un político que lleva adelante un programa anti obrero, que incluye políticas de negación de las libertades democráticas y las libertades públicas, y que expresa mayor sujeción a los dictados del FMI, mostrándose como un implacable defensor de las desigualdades que el sistema capitalista genera, más aún en momentos de crisis estructural. Un demagogo que utiliza la bronca contra los partidos mayoritarios y cabalga sobre el desprestigio que han cultivado por años para impugnarlos frente a las masas trabajadoras. Muestra una apariencia de patear el tablero sin sacar los pies del plato, con lo que termina generando nuevas ilusiones en sectores de las masas hacia el sistema capitalista.
Pero llamarlo fascista, no sólo es un uso intencional de los políticos y comunicadores del sistema, para generar una polarización con Unión por la Patria que aliviana y oculta el lugar de Massa y sus aliados como parte del concierto capitalista mundial y nacional, sino que tampoco se corresponde con lo ocurrido en la década del ’30, cuando sí surgió el fascismo como un movimiento erigido sobre la derrota de las organizaciones obreras. Es claro que no estamos en la década del ‘30, y que tanto Milei, como otras figuras y fuerzas políticas regionales y mundiales, no pueden ser analogadas sin más al “fascismo histórico”. No obstante, es preciso advertir que en la LLA se han congregado un conjunto de fuerzas políticas, muchas de ellas largamente preexistentes a ese espacio, que sí tienen un discurso autoritario, de rasgos fascistas, que expresan una reivindicación a la dictadura genocida, especialmente en la voz de la candidata a Vice Presidenta Villarroel. Fuerzas que no han vacilado y no vacilarán en usar la más feroz represión contra la clase obrera y los explotados -si la correlación de fuerzas se lo permite- y que así lo declaran programáticamente. Fuerzas que han recorrido un camino de profundización en la negación de las libertades democráticas y apuestan por la eliminación y restricción de muchas de ellas, y por el odio social como un importante rasgo de identidad, junto a un intenso discurso anticomunista. Pero, dicho esto, también es cierto que Milei aún no dirige una organización militarizada con la finalidad de destruir físicamente a la clase obrera, ni cuenta con una base social organizada e incitada con ese fin.
Mauricio Macri tomó el timón de la campaña de Javier Milei con el acuerdo de Patricia Bullrich de sumarse al espacio del libertario, en el intento de poner cierta “racionalidad” a la campaña de LLA. Pero esto parece no estar consiguiendo los efectos deseados, o al menos no en la medida que él desearía, si nos guiamos por las actuaciones públicas de los miembros de la LLA y del propio Milei de los últimos días. Lo que sí queda claro es que ante los capitalistas, la ferocidad del león pasa sin más -parafraseando a la candidata presidencial del FITU- a la de un gatito mimoso que se refriega en las faldas de los empresarios.
Para combatir a Milei y a las fuerzas políticas detrás de su candidatura, debemos organizarnos antes y después del balotaje. Pero tenemos un obstáculo que debemos remover y resulta imprescindible para que podamos avanzar en defender nuestros objetivos e intereses de clase. Los jefes sindicales son un corsé que debemos romper, superar la barrera que imponen las direcciones sindicales actuales, ya que no sólo asfixian de múltiples maneras nuestras demandas, sino que impiden la lucha conjunta de la clase trabajadora. En tal sentido, la clase obrera ocupada tiene la obligación de atraer a una lucha común a sus hermanos y hermanas de clase desocupados.
Ganar en espacios de democracia colectiva es fundante de una nueva realidad en nuestras organizaciones sindicales. Debemos echar mano de la herramienta de la democracia obrera, como vía para definir de manera unitaria las medidas de lucha: marchas, huelgas con ocupación de fábricas, con el control de la producción en nuestras manos, con la creación de órganos de poder obrero, hasta llegar a las coordinadoras que pongan sobre la mesa la cuestión de quién manda en la sociedad: la clase capitalista a través de sus instituciones burguesas o la clase trabajadora a través del Poder Obrero.
Sea cual sea el resultado de las elecciones, debemos forjar la independencia de nuestras organizaciones. Esa es nuestra prioridad como trabajadores y juventud.
El capitalismo ha dado todo lo que pudo dar, pero no va a dejar la escena reconociéndose como una clase que ha caducado. Es por esto que necesitamos trabajar para poner en debate y en perspectiva la necesidad de la revolución y la lucha por el Comunismo. Remarcamos la necesidad de luchar por la independencia política de nuestra clase para que las y los trabajadores y la juventud vean y abracen la bandera de otra realidad posible, que podemos construir un futuro de certezas, sin explotación, desigualdad social ni miseria, mediante la institución de un gobierno de los de abajo.
Es por esto que no es posible derrotar a la derecha dándole apoyo político o electoral a Sergio Massa, quien representa el arbitraje entre las clases pero beneficia claramente a los empresarios y da continuidad al ajuste exigido por el FMI. Apoyarle significa apoyar la continuidad del saqueo de los recursos naturales e implica apoyar la destrucción de los salarios, que ha llevado al hundimiento en la miseria a más de la mitad de la clase obrera y la juventud.
Únicamente es posible derrotar a la ultraderecha y la derecha a través de grandes luchas, y no por vías electorales. Es en esa perspectiva que debemos organizarnos.
El desplome fenomenal de votos producto del malestar hacia el conjunto de los partidos del régimen se expresa a través del ausentismo. A pesar del repunte de participación en las generales respecto de las PASO, estas elecciones tuvieron la segunda tasa de participación más baja desde 1983, lo que constituye una clara expresión de la crisis de gobernabilidad. Tanto los llamamientos demagógicos a la unidad nacional como los anuncios de recortes -motosierra en mano-, son recibidos con escepticismo.
La clase trabajadora es heterogénea políticamente y saca conclusiones a diferentes ritmos. Así como muchos fueron a votar, luego de ausentarse en las primarias, para cortarle el paso a LLA, muchos otros ni siquiera consideraron que valía la pena el esfuerzo elegir a un candidato. Incluso sectores de la clase trabajadora votaron el discurso “anti sistema” contra la “casta política”, para expresar su repudio a los políticos capitalistas que vienen descargando el ajuste contra las y los trabajadores. Pero las ilusiones democráticas que se han ido construyendo a lo largo de estos 40 años se irán desvaneciendo a través de una serie de profundas conmociones. El “proceso molecular de la revolución” se desarrolla de forma ininterrumpida en la cabeza de los trabajadores, que aprenden a través de la experiencia colectiva de la clase.
Sergio Massa y el Frente de Todos fueron los responsables de aprobar en el Congreso el acuerdo criminal con el FMI. Acuerdo que también legitimaron los votos de los parlamentarios de Juntos por el Cambio, que de la misma forma Milei avaló. Como dice el tango Cambalache: “en el mismo lodo todos manoseaos”.
Una tendencia similar ocurre en política internacional. Recientemente Massa, Bullrich, Larreta, la diputada electa por el partido de Milei, Diana Mondino y el embajador de los Estados Unidos, Marc Stanley, junto los jueces de la Corte Suprema de Justicia Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti, se reunieron en el Hotel FourSeasons para expresarse “contra la barbarie terrorista y en apoyo al Estado de Israel”. La complicidad del régimen político con el genocidio que está llevando adelante el Estado Sionista de Israel contra el pueblo palestino, cobra dimensiones catastróficas y resulta impúdico. Los candidatos del FMI y sus partidos son «como hermanos y como enemigos»: dependiendo del “viento histórico”, van de un lado o del otro del mostrador.
Así como en 2015 el Frente para la Victoria pavimentó el camino a Macri, las políticas de ajuste del Frente de Todos le han abierto el camino a Milei.
La derecha de Macri, Bullrich y Milei cabalgan de manera cínica sobre el malestar que genera la degradación de la vida y del trabajo. Asimismo, cabalgan sobre el caballo de la inseguridad, estigmatizando a los sectores golpeados por la crisis y las contradicciones sociales que se generan ante la impotencia de no “tener una salida”, y que en realidad son consecuencia de la explotación capitalista. No es un fenómeno nuevo que sectores de las masas, ante el recrudecimiento feroz de la crisis, elijan un camino individual en vez de una vía colectiva para enfrentar la crisis. Muchas veces, estas salidas individuales implican transgredir los límites de la legalidad burguesa, que castiga a los pequeños ladrones pero consagra el gran robo contra las mayorías trabajadoras.
Es sin duda alguna, la dirigencia del peronismo y sus partidos aliados, que se encolumnan como furgón de cola, los que tienen una responsabilidad central ante el ascenso de Milei.
También es cierto que el auge de aventureros y oportunistas similares a Trump, Bolsonaro o Boris Johnson se produce allí donde la izquierda no ha logrado poner en pie una alternativa de cambio radical. La dirigencia de la izquierda adaptada al régimen y de la izquierda democratizante, tienen una responsabilidad que asumir ante ello.
En la votación del 22 de octubre el FIT-U ha ganado su quinto diputado, pero no será una victoria para los trabajadores a menos que este triunfo se traduzca en el crecimiento y la consolidación de una militancia orientada en la perspectiva de poder obrero. Ante el balotaje llaman a no votar a Milei, señalando que no tienen acuerdo con el Gobierno de Unidad Nacional que levanta Sergio Massa. En los hechos, sin embargo, dejan en libertad a los militantes del FIT-U para que voten a Massa. La responsabilidad del FIT-U, sin dudas, es no mantener una política leninista hacia las masas, explicando pacientemente hacia dónde va el capitalismo en Argentina y en la región, ni llamar a desconfiar de las instituciones del régimen político y a que la clase obrera se organice en sus lugares de trabajo, estudio y en las barriadas populares hacia su propio poder. Por el contrario, su posición ante el balotaje es la de dar una respuesta en el plano electoral.
Es una verdad de Perogrullo que Massa y Milei no son lo mismo, pero rechazar a Milei y a Massa no es una tarea meramente electoral, sino que forma parte de la lucha cotidiana por defender nuestras condiciones de vida, cada vez más golpeadas por el ajuste del FMI y sus aliados nacionales. Estas elecciones no representan ningún tipo de salida para la clase trabajadora. La clase dominante va a utilizar el balotaje para legitimar la profundización del shock contra las mesas trabajadoras, independientemente de quien sea el próximo presidente. Es más que evidente que los dos candidatos expresan en sus discursos un corrimiento hacia la derecha. Aunque Massa intente diferenciarse con las medidas económicas que anuncia, hay plena conciencia en las diferentes facciones de la burguesía de que marchamos hacia una profundización del ajuste. Además, el peso de la deuda -403 mil millones de dólares, más del 88% del PBI del país- y los pagos para el próximo año, son un peso asfixiante para toda la economía nacional, que presionan las cuentas de un Estado ya de por sí insolvente.
En este momento concreto y particular el apoyo a Sergio Massa y a su candidatura representa llanamente desarmar políticamente a la juventud y a los trabajadores que buscan una verdadera y genuina salida a sus enormes problemas de salud y educación, de vivienda y trabajo. Sabemos que hay sectores de masas y de vanguardia que creen en una salida entre todos, en la idea de un Gobierno de Unidad Nacional y de la conciliación de clases, apoyándose en el mal menor, pero la fuerza de la experiencia está mostrando el rostro del ajuste, que lleva a las mayorías populares a sueldos de hambre y largas jornadas laborales. Entonces, el apoyo a la candidatura de Sergio Massa implica generar mayor confusión en vez de claridad.
La contradicción central no es entre “el mal mayor y el mal menor”, o “el enemigo principal y el secundario”, como se nos señala, sino que lo fundamental del problema es el sistema capitalista que se encuentra en descomposición, destilando los venenos del horror. Es por esto que debemos centrar nuestros esfuerzos en construir un partido revolucionario.
Nos encontramos ante una crisis civilizatoria acá y en el mundo. Como revolucionarios, como verdaderos Comunistas, debemos decir las cosas como son. Es el capitalismo el que determina esta crisis civilizatoria cuando nos empuja haciala barbarie, la depredación ambiental, enormes hambrunas, guerras y desocupación masiva. Pero cada acción provoca una reacción, como respuesta ante los embates del capital: las masas salen a la lucha, y en un momento crítico éste combate se transforma en lucha revolucionaria, en lucha por el poder. Pero para llegar a la victoria debemos construir el Partido Mundial de la Revolución Socialista. No existe revolución triunfante sin partido revolucionario.
La burguesía y sus candidatos son incapaces de resolver los grandes problemas de la sociedad. Por esto los trabajadores debemos luchar por un gobierno propio, por un poder que pueda derrocar al capitalismo y sus instituciones. Como señalaba Marx: “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios de toda la clase burguesa”.
Las auto convocatorias, las asambleas, los comités por la huelga general, el congreso obrero, la organización en nuestros barrios, lugares de estudio y de trabajo, son las discusiones que debemos darnos antes, durante y después de este balotaje.
Desde la Corriente Socialista Militante CMI Argentina llamamos a rechazar a los dos candidatos. Llamamos a desconfiar en la democracia burguesa. Las y los trabajadores y jóvenes debemos confiar sólo en nuestras propias fuerzas. Derrocar al capitalismo y construir una nueva legalidad es nuestra tarea.
Sabemos lo que viene. Debemos prepararnos. Es nuestro momento.
Plenario Nacional de la Corriente Socialista Militante, sección argentina de la Corriente Marxista Internacional