Con 5,000 carabineros solo en Santiago el gobierno conmemora el aniversario de la Rebelión de octubre. Lo que empezó como una insurrección de masas espontánea contra el régimen heredado de la dictadura, terminó encauzado dentro de un proceso constituyente hoy completamente hueco.
Por una parte, ante la ausencia de una dirección política y orgánica de la clase trabajadora, y por otra, la bancarrota de los partidos tradicionales de los últimos 30 años, fueron las clases medias quienes dirigieron la institucionalización de las demandas de octubre con promesas de cambios profundos. Prometieron que Chile sería la tumba del neoliberalismo. Pero no hubo nada de eso. Chile es ahora la tumba del posmodernismo.
Ha quedado expuesto el contenido reaccionario detrás de la fraseología pseudorevolucionaria que hasta hace poco usara la pequeña burguesía hoy en el gobierno. Esta misma flacidez ideológica y programática de las clases medias estuvo representada en la convención constitucional que desvirtuaron esa “fiesta democrática” ante los ojos de todos. Queriendo salvar el sistema, profundizaron aún más la crisis de desprestigio de las instituciones. El proyecto histórico de la burguesía liberal al menos predica un universalismo en su ideología y sus instituciones políticas, pero el posmodernismo sólo ofreció una fragmentación de identidades y demandas particulares. En la cancha del sistema político burgués, el posmodernismo sólo pudo reproducir lo ya existente pero sazonado con alguna excentricidad, imponiendo el sello de la posición social vacilante de la pequeña burguesía.
La sociedad se divide en dos principales clases sociales que son la burguesía y los trabajadores, que expresan la lucha entre el capital y el trabajo. La lucha entre los empresarios dueños de Chile que solo buscan ganancias, y las masas trabajadoras que quieren vivir dignamente. Si en lugar de una asamblea constituyente en el marco de las instituciones burguesas, se desarrolla el poder de la clase trabajadora exhibido embrionariamente en la huelga general y las formas de auto organización, se puede entonces movilizar a la gran mayoría de la población, incluidas las clases medias, detrás de un programa de transformaciones sociales y económicas profundas que acabe con el capitalismo. Para esto es necesario expropiar la banca y los recursos naturales, dos cosas que el programa de “cambios” de la pequeña burguesía no toca, y que sólo se expresó tangencialmente en el debate en torno a la propiedad del agua. En vez de hablar claramente de propiedad de los medios de producción, se habló sólo de medioambiente y derechos de la naturaleza.
Un gobierno de trabajadores con un programa socialista, sí tiene un contenido universal y democrático sin necesidad de una asamblea constituyente burguesa, sino que emana de sus órganos de poder, desde organizaciones territoriales y de base. Este proyecto histórico de la clase trabajadora en el poder no fue desarrollado hasta el final por las asambleas territoriales, brigadas y primera línea. Para esto se necesitaba una organización política que militara por coordinar estos esfuerzos de auto organización a nivel nacional y hacia los lugares de trabajo, especialmente los sectores estratégicos de la economía. Esto último podría haberse hecho realidad, si las burocracias sindicales hubieran preparado de verdad una huelga general revolucionaria, en vez de subordinar la lucha buscando negociar con el régimen en crisis y salvar a Piñera.
Desde que el 15N se selló el acuerdo por la paz y la nueva constitución, fueron abandonadas las demandas de octubre que representaban los intereses profundos de las masas trabajadoras que se rebelaron contra 30 años de profundización del capitalismo. La rebelión era contra las afps, contra las farmacias y el lucro en la salud y la educación, etc. Ahora se nos ofrece una nueva transición. Una repetición de las cocinas parlamentarias y los acuerdos entre todo el abanico de partidos que representan los intereses de la clase capitalista. Se sigue criminalizando a la juventud que lucha y militarizando el Wallmapu.
Al contrario de lo que se trató de vendernos, no existe una continuidad lógica entre la rebelión de octubre, y el siguiente proceso constituyente con el gobierno de Boric. El acuerdo fue un desvío de la lucha, y a la convención fueron principalmente representantes anecdóticos y “símbolos” del estallido; y el gobierno del Frente Amplio y el Partido Comunista con su pusilanimidad vinieron a remachar ese desvío con la derrota estrepitosa de su proyecto, y acaso a sepultar cualquier rastro de “octubrismo”.
Pero Octubre no ha muerto. Las condiciones sociales y económicas se encuentran aún más deterioradas que hace 3 años. Nuestra lucha no es una línea recta hasta la victoria. Existen peligros en la situación, suscitado precisamente por la dirección política del proceso que con la derrota del apruebo invita a la desmoralización y la apatía en la sociedad. Esto sobretodo sumió al activismo en el pesimismo. La psicología pequeño burguesa se caracteriza por estos cambios bruscos de ánimo entre la euforia y el pesimismo.
Si la clase trabajadora no desarrolla sus organizaciones y sus cuadros políticos, que ofrezcan un programa revolucionario, existe el peligro que las actuales direcciones políticas de la izquierda ya no sólo gobiernen con la derecha como lo hacen actualmente, sino que dejen completamente el poder en bandeja a la derecha en el próximo período. Es hora de organizarnos y volver a las calles. La nueva constitución está muerta en la cocina parlamentaria. Octubre está vivo en las calles. Que viva la Rebelión de Octubre!