Este 19 y 20 de diciembre llegamos a un nuevo aniversario de la rebelión popular que pasó a la historia como el Argentinazo. Este año se cumplen 22 años de las jornadas que iniciaron toda una nueva época histórica en la vida nacional. La irrupción de las masas en las calles fue una manifestación de repudio ante la situación socioeconómica, pero también de los manejos políticos y hasta de toda una cultura dominante, la de los años noventa. El Argentinazo fue la expresión de la clase trabajadora ante los despidos, privatizaciones, caída del salario, devaluación, inflación y decadencia de un régimen político capitalista agotado.
De cara a las elecciones presidenciales de octubre de 1998, una coalición formada para vencer al PJ bajo el nombre de “La Alianza”, se presentó como una opción de gobierno -con Fernando De la Rúa de candidato a presidente- que venía a terminar con las todas las políticas neoliberales del peronismo menemista. Medidas de ajuste que habían sumergido en una profunda miseria social a la clase obrera.
El gobierno de De la Rúa, fue arrastrado hacia su caída en un contexto de crisis mundial desatada en los ‘90. En todos los continentes se manifestaban síntomas de recesión y caída en la producción industrial. En julio de 1997, la crisis del sudeste asiático inició con una devaluación en Tailandia, luego se extendió al resto de la región y finalmente se llevó puesto a varios países capitalistas avanzados, en lo que fue conocido como “la primera gran crisis de la globalización”. Corea del Sur, Tailandia, Filipinas, Malasia e Indonesia tuvieron recesiones agudas durante un año, Rusia también sufrió una crisis bancaria y de devaluación, entrando en default. Varios países europeos, como Inglaterra, ingresaron en recesión. Hubo caída de la industria en Alemania y el desempleo general se incrementó a gran velocidad. Previamente en el ’94, en México la crisis llamada el “efecto tequila” se había desarrollado ante un préstamo con EEUU imposible de respaldar por el Estado mexicano.
En Brasil el real sufrió una devaluación del 35%, y por supuesto, Argentina no estuvo exenta a esta crisis capitalista. La recesión y la inflación, también impactó a la industria nacional: industria alimenticia, petroleras, textiles y construcción mostraron caídas en la actividad, esta última por la reducción de la obra pública. El nivel de endeudamiento de Argentina llevó a la burguesía nacional a llevar adelante una mega devaluación a través de la ley de convertibilidad durante el gobierno de Menem conocida como $1 = U$D1. Se realizó la apertura del comercio exterior y al movimiento de capitales, y se promovió la privatización de empresas públicas.
Las crisis provinciales a consecuencia de estas políticas capitalistas se expresaron con grandes gestas de luchas obreras de distintas fracciones. Los trabajadores Santiagueños dieron el inicio a los provincialazos en 1993, siendo los protagonistas los empleados públicos, a quienes se les adeudaban hasta tres meses de salario. Los obreros de las plantas petroleras de YPF se alzaron contra la privatización. En Salta, Tartagal, Jujuy y General Mosconi la lucha de los petroleros se expresó en la forma de puebladas. También se levantaron los obreros de cerámica Zanon. En general, la clase trabajadora se levantaba en defensa de sus puestos de trabajo contra las privatizaciones, los despidos y las suspensiones.
Las patronales se apoyaban en la ley de quiebras para acceder al rescate del Estado, mientras vaciaban las instalaciones de las fábricas. Al mismo tiempo que atacaban junto al gobierno las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera, los empresarios se acobijaban bajo el ala del Estado.
La clase obrera comenzaba a ocupar las fábricas y realizar piquetes en sus puertas para evitar el vaciamiento de las patronales y el boicot/destrucción de máquinas.
La respuesta del Estado fue salvar a los capitalistas e improvisar un proceso de precarización laboral, mediante la implementación de programas sociales para la asistencia alimentaria y laboral. Medidas que se mantienen hasta el día de hoy, ante la imposibilidad del régimen de expresar una salida material realmente favorable a la clase obrera en el contexto capitalista. Luego de la devaluación de Duhalde en 2002, los gobiernos posteriores apoyándose en la conciliación de clases y el reformismo, no pudieron superar las contradicciones del capitalismo que comenzaron a exacerbarse a partir de 2011. En el presente gobierno el ultra reaccionario de Milei expresa estas mismas contradicciones más profundamente.
En el presente, la crisis del sistema capitalista tuvo un punto de inflexión en 2008 ante la crisis de las hipotecas suprime con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Esta crisis financiera se transformó en crisis orgánica del sistema, cuyas contradicciones no han dejado de expresarse en la arena mundial hasta el día de hoy: la guerra de Ucrania y la masacre del estado sionista de Israel sobre palestina, la guerra comercial de China con EEUU, y la gran recesión mundial luego de la pandemia. Todos estos fenómenos son síntomas del agotamiento del régimen capitalista a nivel global. Ninguna reforma, aunque se presente como positiva para los trabajadores en el corto plazo, podrá resolver estas contradicciones fundamentales. Sólo la revolución nos abre una salida favorable a las masas laburantes del mundo.
El gobierno de LLA, con Javier Milei a la cabeza, hoy lleva adelante un plan de mega devaluación similar al que preparó la irrupción del Argentinazo, como vía capitalista para intentar salir del escenario hiperinflación que ya comienza a desatarse.
Estamos en una etapa en la cual el régimen capitalista, si bien aún no entró en un mayor grado de contradicción, ha profundizado su proceso de descomposición. El rol que deben jugar las organizaciones obreras clasistas es el de impulsar un programa revolucionario de transición para el conjunto de la clase. Un programa que permita transmitir a los trabajadores la experiencia política desarrollada, y que sea un factor de reagrupamiento político de los distintos sectores y capas de las masas laburantes, fabriles, asalariadas en general, no asalariadas y en situación de desempleo. Es decir la clase en su conjunto.
Si la clase trabajadora no pudo hacerse del poder durante el Argentinazo, no fue sólo por una falta de dirección revolucionaria, sino por el carácter aún embrionario de los partidos de izquierda y los desvíos/déficit político en los planteamientos con los que se dirigieron a las masas trabajadoras, en general en clave sectaria (aparateando las asambleas populares en vez de impulsar el Frente Único) o democratizante (levantando la consigna de la Asamblea Constituyente)
Hay que tomar en nuestras manos las tareas/premisas de impulsar la formación de órganos democráticos en el seno de la clase trabajadora, sus sindicatos y demás instancias organizativas, que nos permitan impulsar la construcción de un Partido Revolucionario que surja de las entrañas de la clase obrera y la juventud, de lo más avanzado de los trabajadores, para forjar una dirección ante los procesos de lucha que se aproximan con aceleración. Se hace necesaria la coordinación de las luchas y su unificación nacional. Debemos dar la batalla política para desembarazarnos de las burocracias que solo buscan negociar sus privilegios.
La clase obrera debe reaccionar no sólo en defensa propia, sino hacia una acción política de conjunto. Hay que preparar un Congreso Obrero e impulsar la huelga general. Es la hora de la clase obrera de desarrollarse como una fuerza de poder.
Contamos con la experiencia histórica de las Asambleas Populares del 2001, entonces debemos potenciar en las fábricas, los lugares de trabajo, los barrios, las universidades y las escuelas, organismos de auto organización que puedan constituirse como embriones de doble poder o sea el embrión del futuro poder de la clase trabajadora en oposición al Estado de los capitalistas en las perspectiva de una nueva legalidad.
El Comunismo, es decir, la planificación de la economía sobre la base de la democracia obrera, no sólo sigue siendo una alternativa al desastre del capitalismo y su ajuste brutal. Es la única alternativa para un futuro digno, sin explotación ni miseria, y con verdadera libertad para todas y todos los trabajadores.