Escrito por: William Prieto, Lucha de Clases – Venezuela
En Rusia en febrero de 1917, tras una serie de protestas que llevaron a la abdicación del Zar Nicolás II, se daría paso al gobierno provisional de Gueorgui Lvov y después de Kerenski (militante del Partido Social Revolucionario, de origen campesino, aunque con tendencias liberales). Una de las principales exigencias del pueblo ruso era la retirada de Rusia de la guerra imperialista que había comenzado en 1914. Para ese momento, Rusia era una nación atrasada con un relativamente bajo nivel de desarrollo económico, mayoritariamente agrícola, y con niveles altos de pobreza extrema causantes de innumerables hambrunas.
En el ideario de las amplias masas populares se extendió la necesidad de llamar a una Asamblea Constituyente y generar una nueva constitución. Para los reformistas, especialmente los mencheviques, esto significaba dar pasos hacia la formación de una economía capitalista y un Estado burgués de corte liberal, para que a futuro se pudiera avanzar al socialismo. Este planteamiento no era bien visto por los bolcheviques, quienes entendieron que la postura anterior suponía la vía de la conciliación de clases, y por tanto, planteaban una revolución proletaria.
La incapacidad del gobierno de Kerenski para cumplir muchas de las propuestas que las masas exigían, además de haber dado continuidad a la guerra contra Alemania -enviando tropas mal equipadas al frente, se sumarían al hambre extendida entre amplios sectores de la población. Esto, generaría una situación de inestabilidad que sería enfrentada por el gobierno a través de la represión de los obreros y campesinos que protestaban en las calles, y la persecusión de los más importantes dirigentes bolcheviques, como Vladimir Uliánov “Lenin”. El gran lider marxista, quién habría ingresado al país en abril de 1917, agitó con un programa revolucionario conocido hoy como las “Tesis de Abril” y bajo la consigna “todo el poder a los Soviets”, para con esto ganar la mayoría en el partido bolchevique y enrumbarlo hacia conquistar a las masas y luego hacer la revolución.
El intento de golpe de estado del general Kornilov
El fracaso de la ofensiva militar de julio, que evidenció el deplorable estado del ejercito ruso en la guerra y detonó en la profundización de la polarización social, precipitó el nombramiento del general Kornilov como comandante en jefe de las fuerzas armadas. Sobre la base de las dudas de Kerenski, Kornilov, que era un general de extrema derecha y muy allegado a el Zar, fue tomando atribuciones por cuenta propia sin consultar al gobierno provisional, tales como perseguir a los Soviets por considerarles culpables de la desmoralización de las tropas, lo que supuestamente llevó, según el juicio de la burguesía, a la derrota de la ofensiva de julio. También, impulsó el fusilamiento de todos los desertores del frente de batalla.
Tras las jornadas de julio, donde el movimiento revolucionario se radicalizó hacia la izquierda y amenazó la estabilidad del régimen de Kerensky, la reacción ya comenzaba a plantearse un gobierno militar dirigido por Kornilov. Para sus partidarios, Kurnilov era el salvador destinado a devolver el orden al país, restaurar la disciplina en el frente y eliminar la influencia política de la izquierda radical, especialmente la de los bolcheviques. De haber triunfado su intento golpista, el régimen resultante sin duda hubiese aplastado las conquistas de febrero y hubiese hundido en sangre al movimiento revolucionario.
En agosto, se le solicitó a Kerenski que detuviera a la extrema izquierda y que implantara la pena de muerte a los traidores, algo que no fue aceptado por el gobierno provisional. Kerenski temía la reacción de los obreros, soldados y de los soviets que los representaban. Ante la posibilidad de que el anuncio de las medidas llevase a una ruptura con los Soviets, un enfrentamiento civil y la instauración de un gobierno a merced de los militares, Kerenski vacilaba.
Así, convencido de que el gobierno provisional no acataría las órdenes impartidas por su mando, Kurnilov envió tropas a la Capital llamando a ahorcar a los “agentes y espías alemanes” encabezados por Lenin. Animado por los empresarios, y aclamado por los dirigentes de derecha, en una conferencia se le solicitó a Kornilov que diera un golpe de estado. Los bolcheviques rechazaron esta conferencia y de inmediato llamaron a una huelga en la ciudad de Petrogrado. El 28 de agosto se dio el alzamiento militar y al día siguiente Kerenski acude a solicitar apoyo de los soviets para detener el golpe. Los bolcheviques, quienes hasta ese momento eran objeto de persecusión por parte del gobierno, organizaron voluntarios revolucionarios para combatir a los soldados de Kurnilov y derrotar el golpe, mientras exigieron armas. El gobierno provicional no tuvo más opción que cederlas.
El éxito de la rápida acción bolchevique y del Comité fue rotundo. Obreros rusos incluso impidieron que los trenes con los militares golpistas se trasladaran hacia la Capital. Se detuvo el golpe de Kurnilov sin disparar ni un solo tiro. Lo más interesante de esta posición de los bolcheviques es que en un principio, un sector de éstos era partidario de no defender el gobierno de Kerenski, ya que éste había arremetido en contra de los Soviets, mientras otros eran partidarios de plantear una defensa acrítica del gobierno; pero la posición de Lenin, que fue la que dominó, era derrotar el golpe de estado de extrema derecha y luego recrudecer el combate contra Kerensky hasta hacer la revolución. Esto no supuso en ningún momento dejar de desenmascarar las debilidades de Kerensky durante el golpe ante las masas, sino precisamente lo contrario. Al mostrar la mayor disposición de combatir el golpe, exigiendo armar a los obreros en petrogrado para pararlo, las vacilaciones del gobierno provicional quedaron claramente expuestas.
Luego de derrotar el golpe de estado, el gobierno provisional quedó en una extrema vulnerabilidad, ya que sus bases sociales comprendieron sobre la base de los hechos la debilidad de éste para emprender medidas decididas contra las clases dominantes, para parar sus amenazas y para romper definitivamente con las mismas. Ante las masas quedó en evidencia el compromiso de Kerensky con el imperialismo, que impediría que con su gobierno Rusia saliera de la guerra; el compromiso con las clases acomodadas del campo, que obstaculizaría el reparto de la tierra; y finalmente su servilismo a la burguesía rusa. Esta correcta posición elevo el nivel de simpatía de las masas hacia los bolcheviques y permitió que éstos ganaran la mayoría en los Soviets, para así luego emprender la revolución de octubre.
El intento de golpe en Venezuela
Es importante tomar en cuenta el nivel de conflictividad que existe actualmente en Venezuela. El gobierno de Nicolás Maduro atraviesa una severa crisis económica, con hiperinflación desde noviembre de 2017, y para solventarla ha venido impulsado medidas económicas en el marco del capitalismo, con reformas que al final terminan de descargar el peso de la crisis sobre los hombros de los trabajadores.
Por otro lado, el gobierno ha impuesto un tabulador salarial precario en una situación de pulverización del poder de compra de los sueldos producto de la hiperinflación, sobretodo en las instituciones y empresas dependiente del Estado. Esto ha llevado a protestas de trabajadores en las calles, que han sido en algunos casos reprimidas, con detenciones para sus dirigentes. Igualmente, el deterioro de los servicios básicos (agua, electricidad, telecomunicaciones y gas) ha llevado a los sectores más pobres a protestar en las calles.
Con este panorama Maduro fue a una reelección en mayo de 2018, las cuales ganó, pero con un alto nivel de abstención (53%), que no se observaba desde las elecciones presidenciales de 1993, donde hubo una abstención del 40%. Al ser convocadas estas elecciones por la Asamblea Nacional Constituyente, elegida en 2017 pero desconocida por la derecha nacional y sus apoyos internacionales, éstos han desconocido como consecuencia también la elección presidencial.
El gobierno paralelo de Guaidó
Esta situación derivó en que el presidente de la Asamblea Nacional, que se encuentra en desacato desde 2016 por un dictamen del Tribunal Supremo de Justicia, se haya autoproclamado presidente interino de la república -auspiciado desde Washington, siendo reconocido de inmediato por los EE.UU, la “Comunidad Europea” y algunos países de América Latina. Otros países si bien no llegan al punto de aceptarlo como presidente interino, llaman a nuevas elecciones generales, por lo que tampoco aceptan a Maduro como presidente. Otros como China, Rusia, Nicaragua, México, Bolivia y el Caricom han reconocido la legalidad del gobierno de Maduro.
Paralelamente, el gobierno de Trump ha impuesto una serie de medidas económicas y políticas en contra del gobierno de Maduro, que se suman a las que desde el 2017 se vienen practicando, éstas últimas han tenido la intención de restringir el ingreso de dinero e incluso la venta de petróleo a Estados Unidos. Este bloqueo se hace con la excusa de que los ingresos petroleros y los activos en el exterior han sido congelados para estar disponibles para el gobierno de transición que encabezaría Guaidó, pero que en realidad sería un gobierno títere de los EE.UU. Todo esto, mientras se hacen continuos llamados y amenazas a las fuerzas armadas para que depongan al gobierno.
Maduro, al igual que Kerenski, vacila en su posición y ha puesto toda su confianza en los militares, los cuales en los últimos años han tenido todo tipo de concesiones que no se le otorgan al pueblo, algo muy peligroso, ya que como es explicado por Lenin en el Estado y la Revolución, los militares son el lado represivo del Estado burgués, y por lo tanto, lo defenderán. En pocas palabras, los militares acompañarán a Maduro mientras no se trastoquen sus intereses o mientras este sea el principal garante de los mismos.
La posición de la izquierda en Venezuela
A diferencia de los bolcheviques, que enfrentaron el golpe de la reacción encabezado por Kornilov exigiendo medidas revolucionarias como el armamento de los Soviets, un sector de la izquierda no solo ha expresado una posición vacilante ante la situación, sino que además ven en leyes burguesas la solución a un conflicto que ya toma un carácter internacional, de una pugna imperialista mundial en las que las principales potencias se reparten el mundo a sus anchas, sabiendo que esta confrontación dejó de ser legal para pasar a ser política e incluso bélica. Nos referimos a la Plataforma en contra de la Guerra que impulsa la realización de un referendum.
Este sector, llega incluso al extremo de sentarse con Guaidó reconociéndolo de esta manera, algo extremadamente peligroso. Por su parte, los sectores más atrasados del movimiento dan un apoyo acrítico al gobierno de Maduro, sin tomar en cuenta que parte de la crisis se debe al mal manejo de los ingresos y la corrupción, que ha sido en algunos casos tan escandalosa, que al gobierno no le ha quedado otra que denunciarla hipócritamente. Este último sector, olvida la política perjudicial hacia la clase trabajadora que impulsa el gobierno. Piensan, que la solución es ganar espacio en el tren ministerial, sin olvidar que la crisis es consecuencia de la estructura burguesa del Estado, y que ocupar un cargo en un ministerio no resolverá en nada la situación.
Desde nuestra posición, y sin olvidar el papel que ha jugado el gobierno de Nicolás Maduro, consideramos que no es tiempo de vacilaciones. No se nos puede acusar de ser débiles ante el gobierno, porque hemos criticado y nos hemos opuesto a su política conciliadora frente al capital mundial, pero en este momento, existe aun una diferencia al comparar los bloques, ya que el Gobierno de Maduro ciertamente ha impuesto medidas en contra del pueblo, pero un gobierno de la derecha, respaldado por Estados Unidos y el FMI, impondría medidas aún más severas para descargar la crisis sobre los más desprotegidos, sin ningún tipo de subsidio o ayuda que busque paliar su situación. Sin dejar de oponernos a la poítica gubernamental, que aplica decisiones burguesas contradictorías que nos llevan hacia un ajuste capitalista a paso lento, debemos combatir el golpe imperialista que de triunfar no depararía nada bueno para la clase trabajadora y el pueblo.
Al igual que los bolcheviques en agosto del 17, debemos exigir las armas para combatir el golpe ante una posible confrontación violenta o intervención norteamericana. Hablamos de armamento con completa autonomía de los cuerpos militares del Estado burgués para fortalecer los cuerpos combatientes de las milicias populares en las fábricas y en el campo, que permitan, luego de un triunfo contra el golpe, tomar esas armas para expropiar los medios de producción y los latifundios, así como la banca e imponer un Estado obrero, bajo control democrático de la clase obrera, donde podamos tomar medidas económicas y políticas a favor del pueblo. Si el gobierno sigue vacilando y poniendo sus esfuerzos en negociar con su enemigo, así como toda su confianza en los militares, vamos al fin del proceso que lleva 20 años, pero no será porque los revolucionarios consecuentes vacilamos en nuestro rol, sino una demostración más del fracaso de los reformistas.