Por David García Colín Carrillo
“Y semejante espacio lo llamamos infinito, porque no hay razón, capacidad, posibilidad, sentido o naturaleza que deba limitarlo. En él existen infinitos mundos semejantes a éste y no diferentes de éste en su género” (Giordano Bruno, “Sobre el infinito universo y los mundos”)
El pasado 3 de agosto la revista Science (http://science.sciencemag.org/content/361/6401/490) publicó un artículo, de un grupo de científicos italianos, donde se revela –a partir de observaciones en el polo sur marciano que comenzaron desde mayo de 2012 y hasta diciembre de 2015- la existencia de un lago de unos 150 kilómetros cuadrados –unos 20 kilómetros de largo- y no menos de metro y medio de profundidad, a kilómetro y medio debajo de un casquete de hielo. Los investigadores no descartan la existencia de otros lagos en otras latitudes del planeta rojo ya que apenas se ha investigado el 10% del polo sur.
El descubrimiento de este gran cuerpo de agua líquida extraterrestre es uno de los más importantes y emocionantes para la astrobiología en la últimas décadas y se añade a la posible existencia de agua líquida en lunas del sistema solar como Europa y Encélado. Sabemos que el agua líquida es una de las condiciones esenciales para la vida –al menos como la conocemos-.
Según Roberto Orosei, del Instituto Nacional de Astrofísica de Italia, firmante del artículo de Science, “La respuesta corta a si puede haber microbios en este lago es sí”. Es cierto que la temperatura extrema -68 grados bajo cero- y la altísima salinidad –que pudiera explicar, a pesar de la temperatura, la liquidez- son parte de un medio extremo que hace muy difícil la existencia de vida. Sin embargo, “Algunos microbios terrestres usan las sales en su metabolismo y de hecho hay microbios que podrían vivir en un hábitat como el que hemos detectado en Marte”, sostiene Orosei. Aunque, por otra parte, el científico planetario Steve Clifford mantiene otra opinión: «ningún microorganismo terrestre conocido podría sobrevivir en aguas tan saladas y frías».
Pero si la causa de la liquidez del agua marciana fuera la actividad geotérmica, en vez de la salinidad, el ambiente podría ser más benévolo para la vida. En cualquier caso, en la tierra hay lagos salados subterráneos que albergan vida, tal es el caso del lago Vostok, en la Antártida.
Se sabe que Marte tuvo, hace unos 4,300 millones de años, una atmósfera que permitió la existencia de ríos y lagos en su superficie. Pero probablemente el tamaño y el cambio del campo magnético de Marte, adelgazó a tal punto la atmósfera marciana que descompuso el agua líquida superficial -la restante se concentró en forma de hielo en los polos- y la radiación extrema se volvió hostil a la existencia de la vida. La superficie marciana se hizo estéril. Es posible que el tamaño de Marte provocara cambios cualitativos que evitaron una evolución similar al de nuestro planeta. Sin embargo, la gruesa capa de hielo podría proteger de la radiación a hipotéticos microbios extremófilos.
Aunque la falta de oxígeno en la casi inexistente atmósfera no permitiría la energía suficiente para que un ser vivo fuera más grande que la cabeza de un alfiler, no cabe duda que la existencia de grandes cantidades de agua líquida abren emocionantes posibilidades. No puede descartarse que la vida marciana hubiera surgido en un remoto pasado y se hubiera adaptado y sobrevivido a las extremas condiciones de los lagos subterráneos. Claro que todo lo anterior es especulación. Pero para el doctor de la Open University, Manish Patel “el hallazgo de agua líquida abre las puertas a la posible existencia de organismos en el planeta”.
Pero incluso en el caso de que futuras investigaciones no encontraran vida en esos cuerpos de agua, su existencia misma refuerza la idea de que los ingredientes básicos de la vida están presentes en el universo, incluso en nuestro sistema solar. Desde nuestra perspectiva, estos descubrimientos refuerzan la concepción materialista propia del marxismo: los seres humanos y la vida misma no son una creación especial de un ser divino, sino el resultado de la evolución de la materia a nivel cósmico.
Basados en un método filosófico correcto –materialista y dialéctico- los antiguos filósofos griegos, hace más de dos mil años, apuntaron en la dirección adecuada. Anaximandro, por ejemplo, afirmó que la vida había surgido en océanos primitivos y evolucionado a partir de seres parecido a peces. Otros héroes del pensamiento desafiaron a las ideas dominantes y adelantaron una visión sobre el origen de la vida que antecede a Oparin. El pensador renacentista Giordano Bruno fue quemado vivo por la Inquisición al afirmar que la tierra no era un lugar especial o diferente cualitativamente del conjunto del cosmos -mientras que el pensamiento medieval y aristotélico sostenía que los cielos estaban compuestos de una sustancia especial (éter)-, que en el universo existen otros planetas, algunos de ellos habitados por otras formas de vida. Engels –en textos como “Dialéctica de la naturaleza”- concebía la vida como una forma especial del movimiento de la materia, una de las formas más complejas de movimiento.
Si bien aún falta mucho para el descubrimiento de vida extraterrestre –así sea vida microbiana- la existencia de agua y los elementos químicos fundamentales para la vida en otras partes del universo apunta a que ésta –como una forma compleja de existencia de la materia- surge tan pronto como el ambiente permite la formación de cadenas largas de enlaces de carbono, de proteínas y otros procesos metabólicos; hasta que, en un punto crítico determinado, aparecen las primeras y más primitivas formas de vida. Probablemente este salto se alcance en planetas o lunas de un tamaño y a una distancia determinada con respecto a su estrella, que permitan una fuerza gravitatoria y temperatura adecuadas para una atmósfera con presencia justa de oxígeno y océanos que hagan posible la química de la vida. Marte, por su tamaño y fuerza gravitacional, pudo haber estado en el límite de esa posibilidad. Estas condiciones son, seguramente, raras, excepcionales, frágiles y preciosas –como la vida misma- pero no se trataría de un fenómeno único e irrepetible en la evolución de la materia. Esta forma de entender la vida extraterrestre es mucho más emocionante y estimulante que las aberrantes alucinaciones de los “buscadores de aliens” y los productores de “alienígenas ancestrales”.
Aún no es posible, con la tecnología disponible, taladrar el casquete polar marciano hasta alcanzar el lago para tomar muestras de agua. Parece complicado que en el sistema capitalista sumido en una crisis sin remedio -con los recortes a sectores “no prioritarios” (para el capital) que ello implica- se destine el presupuesto necesario para impulsar una épica científica y tecnológica como la necesaria para taladrar el polo sur marciano.
Para la clase dominante el presupuesto a la investigación espacial es un “desperdicio”, pero desde un punto de vista humano la búsqueda en otras latitudes del universo de vida y la indagación sobre las condiciones de su existencia no pueden ser más relevantes: se trata de indagar nuestros orígenes, nuestro lugar en el universo y nuestro destino como especie. Hay pocas cosas más interesantes y apasionantes que el salto dialéctico de la materia inorgánica a la orgánica, de la vida a la consciencia y de la biología a la cultura. Una sociedad organizada de manera diferente, donde el lucro privado no sea la prioridad, podría destinar todos los recursos necesarios a todas las inquietudes científicas, artísticas, filosóficas y humanistas que han inquietado a la humanidad desde hace milenios, preguntas que apenas ahora podemos responder con mucha mayor evidencia. El socialismo, desde esta perspectiva, no sólo aparece como la única manera de solucionar las condiciones materiales de la inmensa mayoría de la humanidad, sino de sentar las bases para dar respuesta a las inquietudes más profundas, filosóficas y trascendentales que han preocupado a los seres humanos desde tiempos inmemoriales. ¿Puede haber algo más importante que esto?