Escrito por: Deivi Peña
En todo el subcontinente sudamericano las derrotas que han venido sufriendo los gobiernos progresistas, han levantado una alarma cada vez más creciente entre la vanguardia del proletariado en Venezuela. Sin embargo, sin entender correctamente a que se deben estás derrotas y lo que representan para las masas trabajadoras, no es posible trazar perspectivas claras para la intervención y respuesta del proletariado en Venezuela y en el resto de la región. Y sin un plan de acción claro, como principal arma de lucha de la clase trabajadora, la posterior derrota del movimiento obrero sería casi inevitable.
Las masas no entran en una etapa de reflujo hasta que se han acabado por completo sus esperanzas en que las luchas de hoy se traduzcan luego en un mejor mañana. No obstante, este proceso en el que la consciencia revolucionaria de las masas se trasforma en conservadora de nuevo, no es algo lineal, ni tampoco gradual. Al tratarse de un proceso vivo se manifiesta a través de contradicciones, vaivenes, pequeños flujos y reflujos que al acumularse preparan la entrada de flujos o reflujos mayores.
Un proceso electoral en el marco de la democracia burguesa no es un reflejo mecánico del desarrollo de la lucha de clases, ni tampoco del nivel de consciencia de las masas trabajadoras. Es por esto que un reflujo electoral no es sinónimo de un reflujo en la lucha de clases. Algunas veces se trata específicamente de la desconfianza de las masas en su dirección.
Rusia en 1917
A inicios de 1917 el partido bolchevique era un partido minoritario entre las masas, las cuales seguían tanto a los mencheviques como a los socialrevolucionarios. A pesar de esto, tan sólo 8 meses después del despertar de las masas en la Revolución de Febrero, la clase trabajadora y los campesinos siguieron a los bolcheviques hacia la toma del poder.
¿Cómo entender que un partido que meses antes era minoritario entre las masas, se convirtiera en la dirección revolucionaria que llevaría a las masas trabajadoras hacia la toma del poder? Los estalinistas afirman que se trató tan sólo de la preparación del partido, a través de su férrea disciplina y sus heroicos cuadros dirigentes, encabezados por Lenin, quienes tomaron el poder en Octubre. Mientras que los anarquistas dicen justo lo contrario, que fueron las acciones decisivas de las masas que lograron la derrota de las fuerzas reaccionarias, y que esto fue posible a pesar de la dirección “burocrática” de los bolcheviques. Ambas explicaciones tienen verdades a medias, pero encierran una total incomprensión del proceso en sí mismo.
Mientras los primeros utilizan esta explicación para justificar sus posturas totalitarias y burocráticas frente a las masas, para justificar la dictadura del partido en sustitución de la dictadura del proletariado, es decir, que todo lo que se “necesita” es un partido de cuadros marxistas disciplinados que tomen el poder; los segundos lo utilizan para justificar la ausencia de la necesidad de la construcción de un partido de cuadros que dirija a las masas, es decir, sólo basta con las masas en auge, quienes espontáneamente encontrarán una salida revolucionaria a sus problemas más importantes.
Lenin, quien era un materialista dialéctico, por el contrario explicaba que para que una revolución fuera posible hacían falta la conjugación de dos condiciones primordiales. Por un lado las condiciones objetivas o condiciones materiales, es decir, en Rusia la crisis social producto de la participación de este país en la primera guerra mundial, la represión, la hambruna, la miseria y demás carencias materiales que empujan a las masas trabajadoras a protestar y luchar por un cambio, lo cual se acrecentó enormemente ante la bancarrota del gobierno reformista burgués de Kerensky. Las otras condiciones son las subjetivas, conformadas por el partido de cuadros que pueda actuar como una dirección proletaria ante las masas trabajadoras; pero tan importante como los militantes del partido (o quizás más) es el programa que estos cuadros defienden. Un programa que sea capaz de mejorar revolucionariamente las condiciones de vida de las masas y al mismo tiempo romper con las viejas cadenas que les oprimen. Pero, para que tales ideas tengan eco entre el proletariado es necesario que los revolucionarios tengan raíces sólidas dentro del movimiento obrero. Sólo fue posible que los obreros siguieran a los bolcheviques, porque estos últimos estaban fuertemente implantados en sindicatos y soviets.
En Rusia, no fue sino hasta que las masas trabajadoras, asqueadas de la traición a través de la conciliación de clases del gobierno que debería representarles, rompieron con sus viejas creencias y esperanzas en el programa reformista de Kerensky y asumieron el programa revolucionario de los bolcheviques, en contra de los mencheviques y socialrevolucionarios que les recomendaban entregar el poder a sus opresores.
Las lecciones de la revolución Rusa son claras:
- Las revoluciones las hacen las masas, siempre y cuando tengan una dirección revolucionaria que les guíe, bajo un programa verdaderamente socialista.
- Sin un programa revolucionario que logre romper radicalmente con el viejo sistema e imponga nuevas relaciones sociales, las masas son arrastradas a una derrota tras otra.
- De no existir el partido revolucionario, o de no tener suficientes raíces en sindicatos y demás organizaciones de la clase trabajadora, el vacío es llenado por los partidos reformistas, por los oportunistas, por los conciliadores y por la aristocracia obrera.
- En Rusia, sin la acción decisiva de los Bolcheviques, las dirigencias reformistas y pequeño burguesas de los partidos de los mencheviques y socialrevolucionarios hubieran dirigido a las masas a un matadero.
Brasil y Argentina
Aunque ambos procesos políticos son considerados de la izquierda progresista, debemos comenzar aclarando que en ninguno de los casos existían revoluciones, y al mismo tiempo ni la dirección del PT (en Brasil) y ni la del Frente para la Victoria (Argentina), llevaron a cabo medidas socialistas, ni pretendían incluir dentro de su programa tales conquistas.
Tan sólo se trataron de gobiernos nacionalistas, opuestos a los programas neoliberales de los gobiernos derechistas, que habían destruido la calidad de vida de las masas trabajadoras y de la pequeña burguesía en el período anterior. Aunque lograron mejorar significativamente la vida de los desposeídos, tan sólo se limitaron a administrar el capitalismo de forma “humana”, lo cual fue “posible” mientras los precios mundiales de las materias primas (principal fuente de exportaciones para estos países) estaban altos. Sin embargo, la crisis capitalista mundial obliga a las potencias (principales consumidoras de estas materias primas) a consumir menos, y esto hace que los precios se desplomen a nivel mundial.
Esto no sólo afecta a Venezuela con la caída de los precios del petróleo, sino que también afecta a los países del BRICS, y a toda la región sudamericana, ya que históricamente los países imperialistas han obligado a los países de la periferia a ser productores de materias primas baratas, que luego son transformadas por éstos y devueltas a los países de la periferia en forma de mercancías terminadas.
Es por esto que luego de la posterior caída de los precios de las exportaciones, todo gobierno progresista, al no romper de raíz con el capitalismo, se ve forzado o a expropiar a los capitalistas o a claudicar ante ellos. Tanto Cristina como Dilma rechazaron medidas radicales de izquierda y no les quedaba más opción que recortar su inversión social progresivamente para complacer a la burguesía, es decir, retirar las conquistas sociales que les garantizaron el respaldo de las masas en los años anteriores. En definitiva, si no rompes con el capitalismo, te subordinas a su dinámica. Si bien durante una etapa de crecimiento de la economía mundial puedes maniobrar con cierto margen, en épocas de crisis capitalista te conviertes en un administrador de la crisis, y la única salida desde el capitalismo para las crisis, es poner todo su peso sobre los hombros de la clase trabajadora.
Esto explica la caída en el apoyo de base de Cristina y Dilma. Tanto el PT como el kirchnerismo han aplicado una receta para su propia derrota, al intentar conciliar los intereses de los empresarios con los de los trabajadores, lo cual es una lección que parecen no haber aprendido Evo, y Maduro.
Bolivia y Venezuela
Los gobiernos de Chávez (ahora de Maduro) y Evo se distinguen del resto de los gobiernos progresistas de la región, no sólo porque ambas dirigencias pretenden la construcción del socialismo – o al menos en sus discursos lo reflejan así. Sino también porque son países en los cuales ocurre un proceso revolucionario. Esta cualidad particular ha empujado los procesos, a veces incluso más allá de lo que sus dirigencias han querido en primer momento. Por esto las reformas que fueron aplicadas durante el período de bonanza del capitalismo son mucho más profundas que en los otros países.
Sin embargo, al carecer de un programa realmente socialista, y al dedicarse a tratar de suavizar las contradicciones dentro del capitalismo a través de reformas paulatinas, sin romper radicalmente con él, obligatoriamente se verán (y se ven ya) forzados a retirar todas las conquistas que lograron en los años anteriores. Pero en estos países es más difícil aplicar recortes radicales, no sólo por haber ido más lejos, sino porque retirar estas conquistas en Venezuela y Bolivia sería sólo posible contra la feroz lucha y resistencia de la clase trabajadora.
En Venezuela, cada paso hacia atrás que se ha dado, sumado a la incapacidad del gobierno bolivariano para resolver la crisis económica y el sabotaje creciente de la burguesía, ha venido mermando la simpatía de las masas trabajadoras hacia el gobierno de Maduro. Esto tarde o temprano llevará a la derrota de la Revolución Bolivariana, si no se toman medidas radicalmente socialistas lo antes posible. Y el mismo destino ocurrirá en Bolivia de no aprender estas lecciones urgentes.
Sectarismo a la izquierda, conciliación a la derecha
Todos los procesos progresistas de la región, desde Argentina hasta Venezuela, tienen en común dos factores que aceleran su degeneración, por un lado el combate a la crítica interna y la actitud sectaria hacia el resto de las organizaciones de la izquierda, y por el otro el intento desesperado de buscar aliados en sus enemigos. Es decir, se combate a los posibles aliados que pudieran agrupar las fuerzas de izquierda y crear la correlación de fuerzas favorables para avanzar, a fin de evitar estos retrocesos peligrosos que han sido el inicio del fin para los gobiernos de Argentina, Brasil (y lo serán en Venezuela y Bolivia de no aprender estas lecciones), y además al no aceptar aliados en la izquierda, se pretende encontrar aliados en sus opositores, que desde sus inicios han sido acérrimos enemigos de las transformaciones que estos gobiernos iniciaron.
Esta actitud sólo fuerza a los gobiernos a girar lentamente hacia la derecha para congraciarse con sus nuevos “aliados”, sin embargo, la lección es clara. Si bien algunas medidas a la derecha pudieran calmar por un breve tiempo a algunos sectores de la derecha y la burguesía, es tan sólo mientras la correlación de fuerzas es ampliamente favorable para el gobierno, al mismo tiempo, cuando las fuerzas se vean mermadas producto de estas mismas medidas, la burguesía y sus representantes actuarán al unísono y como un sólo bloque sólido en contra de los gobiernos. A fin de cuentas la burguesía y el imperialismo no pueden conformarse con una contrarrevolución a cuenta gotas, ellos pueden aprovecharse de los gobierno para que estos comiencen las primeras contrarreformas y sienten las bases para otras más profundas, pero en el fondo necesitan quitar de los trabajadores todas y cada una de sus conquistas, y al final necesitan de un gobierno abiertamente derechista que pueda aplicar todas las contrarreformas con total celeridad.
En el caso de Brasil y Argentina la conciliación se hizo mientras el apoyo de las masas era mayoritario para los gobiernos, y esto permitió que de forma oportunista este sector de la burguesía aceptara entrar en la coalición del gobierno, pero luego de destruir con sus propias medidas la base de apoyo hacia ellos mismos, con la aplicación a cuenta gotas del programa de la derecha, la burguesía muestra su verdadero rostro y traiciona cualquier pacto anterior.
Para Venezuela, Bolivia y Ecuador, la conciliación con la burguesía se intenta en un proceso en el que los gobiernos han venido perdiendo su base de apoyo, producto del agotamiento de los programas reformistas que pretendían aplicar y de la incapacidad de resolver los problemas más acuciantes de las masas de forma revolucionaria y radical. Por ello, cualquier nuevo giro a la derecha no lograría ganar tiempo, sino que por el contrario, aceleraría el proceso de decaimiento de su fuerza electoral, facilitándole el trabajo a la derecha.
Por una alternativa de izquierda
La revolución Rusa muestra que de existir un partido revolucionario suficientemente implantado en la clase trabajadora, una vez que ha mostrado su incapacidad el programa reformista, las masas pueden seguir un programa socialista radical, sin titubeos ya que han perdido toda ilusión en medidas reformistas, pero al mismo tiempo, de no existir una alternativa de izquierda, este vacío es llenado por los partidos de la pequeña burguesía y/o la derecha, los cuales lanzarán a las masas a un nuevo proceso reaccionario.
Desde Argentina hasta Venezuela, y en el resto del mundo se pone de manifiesto, que una vez agotado un programa que no termina por romper con el capitalismo, y al no existir una alternativa verdaderamente socialista por la izquierda, las masas terminan siguiendo a los partidos de derechas que llenan el vacío.
Como explica Trotsky en el Programa de Transición “la situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado.” De lo que se trata es que no se puede esperar que una serie de procesos políticos, con una dirigencia pequeño-burguesa y bajo un programa tibiamente reformista, vayan tan lejos como para completar tareas socialistas.
Si bien es cierto, que una dirigencia puede ir más allá de su programa inicial, producto de la presión y resistencia de las masas trabajadoras y en especial del proletariado, también es cierto que para poder hacer presión desde abajo hace falta una organización proletaria dotada de un programa revolucionario y radicalmente socialista. Pero al mismo tiempo, si la vanguardia del proletariado pudiera lograr la capacidad de organizarse lo suficiente como para exigirle a un gobierno que aplique un programa socialista, entonces se pone de manifiesto la posibilidad de que el mismo proletariado asuma la dirección de su propio gobierno, dejando atrás a los reformistas y sin necesidad de depender de ellos.
La tarea histórica de la vanguardia del proletariado sigue siendo la misma, es dejar atrás cualquier esperanza en los reformistas y en un programa a medias tintas, y construir la dirección proletaria que luche por el cumplimiento de un programa radicalmente socialista, que pueda acabar de raíz con el capitalismo y tomar medidas realmente socialistas.
Por una alternativa de izquierda.
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Proletarios del mundo uníos.
Por la Federación Socialista de Latinoamérica.