Escrito por David García Colín |
“Cuando los dioses quieren destruir a alguien primero lo vuelven loco” pero Eurípides, a quien se le atribuye la frase, omitió señalar que a otros, los dioses los vuelven estúpidos. Peña Nieto se hunde en el abismo del desprestigio pero una vez en el fondo se pega un tiro en el pie. La visita del archireaccionario candidato republicano Donald Trump, a invitación del gobierno mexicano, ha puesto al presidente de México en un ridículo internacional, ha mostrado cruelmente la bancarrota política y moral de un régimen corrupto y entreguista hasta la médula de sus huesos. La descomposición del gobierno es histórica, sólo falta saberla aprovechar políticamente en beneficio de las masas trabajadoras.
Peña Nieto, presuntamente tratando de remontar en una opinión pública que lo desprecia y en lo que pensaba sería una “jugada maestra” antes de su cuarto informe de gobierno, quiso presentarse ante el mundo como el gran “estadista” que logró convocar a los dos candidatos a la presidencia del país más poderoso del planeta. Pero es imposible que un perro chihuahua logre arriar a un par de búfalos sin que lo pisoteen. Sólo logró caer aún más bajo y ayudar a que la campaña del candidato xenófobo y racista repuntara un 2%. The Economist, el vocero de la burguesía internacional, afirmó correctamente que al presidente mexicano “nadie perdonará que su reunión con Trump le ayude a ganar la elección”.
Y si la intención era lisonjar con ambos candidatos, no logró más que ponerse en ridículo ante ambos. Hillary Clinton tuvo el humor de utilizar un proverbio mexicano en un acto de campaña para expresar su estupor: “Un viejo proverbio mexicano dice: dime con quien andas y te diré quien eres”, poco después lanzó un merecido puntapié al perrito faldero, rechazando la insólita invitación del gobierno mexicano pues, evidentemente, “hay cosas más importantes”. Es claro, sin embargo, que tanto Clinton como Trump representan a la misma clase y a los mismos intereses, la única diferencia es el estilo pulido y diplomático de Clinton; frente al estilo brutal y abierto del republicano. La gran burguesía norteamericana -como lo revela el financiamiento de las grandes corporaciones- preferiría a la predecible y controlable Clinton, mientras que los ciudadanos de a pie reaccionarios y enloquecidos por la crisis prefieren la brutalidad de Trump. Pero para los trabajadores escoger entre ambos es como elegir entre la gonorrea o la sífilis.
Tal vez, pues es difícil desentrañar las intenciones de un hombre que delira, Peña pretendió ablandar a Trump con retórica y diplomacia, lanzando un balón de cortesía al afirmar, en conferencia de prensa conjunta, que los insultos racistas contra México del candidato Trump “fueron un malentendido”. Esa jugarreta barata fue una estupidez incluso desde el punto de vista de la diplomacia burguesa. Trump es un político improvisado -por eso resulta atractivo a muchos norteamericanos de derecha- que no se ajusta a las rancias reglas del juego de la diplomacia tradicional, sino que vocifera y vomita lo que su base ultraconservadora y reaccionaria quiere escuchar, a eso vino a México y al parecer le fue bastante bien. Astutamente aceptó la oferta del gobierno de Peña, sabiendo que una tribuna como ésta no se podía desaprovechar.
Peña ha balbuceado algunas “justificaciones” sosteniendo que la invitación a ambos candidatos fue para explicarles la importancia recíproca que la relación binacional tiene para ambos países -¡cuánta amabilidad de su parte!-. Esto resulta tan oportuno como el asno que explica amablemente la importancia de su existencia al jinete que lo monta y le clava las espuelas. Ni el jinete necesita las explicaciones del asno, ni los candidatos gringos necesitan que su lacayo les informe lo que ellos saben de sobra: México es su patio trasero, ellos son los que mandan. Peña Nieto ha encontrado en su otrora flamante secretario de economía -Luis Videgaray- el chivo expiatorio que necesitaba. El secretario de la “economía blindada” y los gasolinazos fue renunciado al haber sido el que propuso la genial idea de hacer la invitación a los candidatos. La crisis del gobierno se profundiza, aparecen cuarteaduras y fisuras por todas partes y se caen pedazos a la vista de todos.
Todo en Peña Nieto es fabricado -incluso su peinado plastificado- y su discurso, como su tesis de licenciatura, es cuidadosamente escrito por otros y normalmente leído con telepronter. Peña Nieto creyó que Trump iba a ajustarse a las reglas de la formalidad diplomática -probablemente eso es lo único que aprendió en la escuela de leyes-. Pero Trump es la personificación de la brutalidad sin careta del capitalismo más salvaje. Cuando el discurso de Trump se salió del esquema que Peña creía que iba a respetar, no sólo no fue capaz de salirse del guión, sino que como una máquina preprogramada, no tuvo la capacidad para simular oposición a Trump aunque sólo fuera en una guerra de lenguas y saliva-por supuesto, como fiel instrumento de la burguesía y del propio imperialismo, le es imposible hacer algo más-. Trump, en la fatídica conferencia conjunta, declaró que él y su anfitrión no habían hablado sobre quién pagaría el muro. El atribulado Peña Nieto no atinó a responder nada que se saliera de una escenificación en la que los actores no se ajustaron a su ingenuo libreto. De nada sirvió a Peña escribir en twiter que le había dejado claro a Trump que México no pagará el muro -evidentemente alguien miente-pues, no había terminado de escribir ese twiter, cuando Trump, ante su base de rancheros antiinmigrantes en Arizona, dijo que “México pagará el muro pero aún no lo sabe”. No se puede negar que Trump tiene un sentido del humor bastante retorcido y truculento -tal como su peinado- pero evidentemente el chiste de mal gusto no causo mucha gracia en Los Pinos.
El gobierno priísta de Enrique Peña Nieto se puede describir como una sucesión ininterrumpida de eventos desastrosos, desastrosos para las masas trabajadoras -evidentemente- pero también para la imagen de aparador, cuidadosamente construida por las televisoras, que se cae a pedazos. Masacres como las de Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingan, Tanhuato -entre otras muchas-; el repudio generalizado a una Reforma Educativa que el régimen insiste en imponer aunque esté políticamente muerta; escándalos de corrupción como los de la “Casa Blanca” y, recientemente, el plagio de la tesis de licenciatura; los gasolinazos, la violencia imparable -despertamos con la noticia de un niño de 10 años ejecutado con tiro de gracia en Oaxaca-, la precarización del empleo, la desesperación social, privatizaciones masivas, naufragio electoral, etc. El gobierno de Peña Nieto puede presumir el récord de ser el más impopular del que se tenga memoria, más del 70% de la población lo repudia. El famoso cineasta mexicano González Iñarritu señaló, correctamente, que «la invitación que extendió el presidente de México al candidato del Partido Republicano fue una traición ya que con este acto avala y oficializa a quien ha insultado, escupido y amenazado por más de un año” ante el mundo entero a los mexicanos».
Como Nerón ante Roma incendiada por él mismo, Peña se aferra a la ilusión de ser un gran estadista al que no le importa su nula popularidad si es el costo a pagar por impulsar las reformas que México “necesita”. Paradójicamente, en esa pose heroica que nadie se traga, afirma se un demócrata pero, al mismo tiempo, dice que no le importa lo que el pueblo opine de él -parece que Peña tampoco es muy versado en lógica formal-. La popularidad de Peña está tan dañada que incluso “chayoteros” pagados por gobernación, como Carlos Marín de Televisa, se dan el lujo de hacer entrevistas hostiles al presidente. ¡Cuando el loro entrenado comienza a picotear a su dueño es porque las ratas -y los loros- están por abandonar el barco!
Pero ¿quién se atreve a empujar el árbol podrido para que por fin caiga? Todas las condiciones objetivas están dadas para esto: descomposición por arriba, repudio popular por abajo, crisis económica y política, etc; pero el factor subjetivo -la dirección de las organizaciones de masas, Morena y la CNTE principalmente- sufre una severa miopía: el cretinismo electorero de Morena y el gremialismo semisectario de la CNTE -que no es capaz de establecer una estrategia que se extienda a nivel nacional y vaya más allá de paros, marchas, mítines y plantones (por más necesarios que estos sean y por más heroicas y sacrificadas que sean las dignas bases de la CNTE)-. Como hemos dicho en otra parte, Morena y la CNTE son como dos hermanos siameses que tiran en sentidos contrapuestos sin poder ponerse de acuerdo para caminar juntos, mediante un Frente Único en la acción. Para honor de la CNTE, sin embargo, nadie duda que los maestros y padres de familia han sido el sector que ha mantenido a raya al gobierno y ha opuesto la única resistencia real al régimen a nivel nacional. AMLO ha declarado que la desestabilización del gobierno no conviene -¡como si el gobierno no estuviera ya desestabilizado!- para no generar violencia -¡Como si el país no estuviera sumido en un océano de violencia y sangre!-y Martí Batres, presidente de Morena, ha dicho, justo cuando las masas organizan una marcha espontánea por la renuncia de Peña, que no conviene la renuncia pues “estamos en la parte final del sexenio [¡?]. Nosotros la planteamos al principio del sexenio [si lo hicieron, nadie se enteró]. Cuando planteamos esta cuestión nos atacaban mucho. Pero lo hicimos al principio porque la renuncia del Presidente en los primeros dos años del sexenio significaba la convocatoria de elecciones. Ahorita, si el Presidente renunciara, es el Congreso el que pone al Presidente”. Pero el asunto no se reduce a la pueril aritmética parlamentaria y electorera. La burocracia de Morena parece incapaz de ver que la caída de Peña Nieto abriría un nuevo periodo histórico en donde habría todas las condiciones para la llegada de la izquierda al gobierno, gobierno que sólo puede llegar a condición de basarse en el movimiento de masas en las calles. De otra forma no será posible. Los reformistas normalmente logran lo contrario de lo que pretenden, en su intento de mantener el orden existente -reduciendo las vías del cambio a sus cálculos electorales y sus encuestas reconfortantes- sólo contribuyen a mantener la violencia y la barbarie, perpetuando el sufrimiento de las masas, y se bloquean a sí mismos, y a todos los demás, sus propias posibilidades de triunfo.
Afortunadamente, aunque esto sea poco consuelo, si la dirección de Morena peca de mezquindad, el gobierno de Peña peca de estupidez y todas las condiciones objetivas conspiran para una explosión social que los reformistas no podrán evitar por más que lo intenten. Para las masas serán dos años bastante largos los que le quedan a la actual administración, si es que consigue terminar. La burguesía, probablemente, intentará apuntalar a algún candidato independiente o incluso impulsará la candidatura panista. AMLO se aferrará a la ilusión de que la burguesía lo apoyará como válvula de seguridad, pero esto es más que dudoso si no se apoya en un movimiento sin precedentes en las calles. Los trabajadores, aprovechando las nuevas coyunturas que pronto se abrirán, debemos organizarnos y crear, dentro del movimiento de masas, la dirección política de clase que tanto nos hace falta a los trabajadores.