Escrito: por David García Colín
El asentamiento de Catal Huyuk -al sur de la Península de Anatolia, en Turquía- es el mejor conservado del periodo neolítico donde, por primera vez, los humanos descubrimos la agricultura y la ganadería, y donde los poblados permanentes prefiguraron las primeras ciudades de la historia. Fue un periodo decisivo de la humanidad que preparó el surgimiento de las clases sociales y la vida urbana. Catal Huyuk es considerado, con sus nueve mil años de antigüedad, como una de las “protociudades” más antiguas del mundo. Es verdad que con sus 8 mil habitantes y la poca división del trabajo que revela el homogéneo plano arquitectónico no sería estrictamente una ciudad -más bien se trata de un poblado- pero como todo en el mundo es relativo, hace nueve mil años Catal Huyuk era, muy probablemente, la “urbe” más grande del mundo. Algo así como la «Manhattan” de su tiempo.
Sus trece hectáreas fueron habitadas por un promedio estimado de ocho mil personas que se dedicaban a la cacería, la agricultura de tres especies de trigo –entre otros diez tipos de frutas y nueces- y, más tarde, al pastoreo. La comunidad comerciaba con la bíblica Jericó y otros de los primeros poblados permanentes de la historia, aprovechando ricas minas de obsidiana. Su arquitectura destaca por las construcciones habitacionales que están pegadas unas a las otras –el trazado urbano carece de calles- . Los accesos se ubican en los techos por lo que el bullicio de los transeúntes se daba en los techos. No se han encontrado evidencias de enfrentamientos bélicos o gran estratificación social –no hay diferenciación en las viviendas y el acceso alimentario, según estudios forenses, era igualitario (incluso entre hombres y mujeres)-, pero ya existe cierta diferenciación en los ajuares funerarios, lo que sugiere que, probablemente, estamos ante una incipiente jefatura que no rompe aún la base comunista de la sociedad.
Llama la atención la manufactura de estatuillas de mujeres en barro cocido, las cuales están adornadas con materiales preciosos. Apenas en el 2016 se desenterró una hermosísima escultura, hecha de mármol, de 17 cm de altura y un kilogramo de peso de una mujer obesa que fue enterrada ritualmente al lado de piedras de obsidiana –lo que subraya que estamos ante un simbolismo especial asociado a la mujer-.
Otro ejemplo es la famosa “mujer sentada”, descubierta en 1961, se trata de una fascinante figura de barro de veinte centímetros de altura de una mujer obesa, dando a luz, que -flanqueda por dos felinos- está posada en un especie de trono. La mayoría de estas estatuillas –legado de las “Venus primitivas” del neolítico- aparecen en Catal Huyuk al mismo tiempo que surge la agricultura, por lo que se han interpretado como la representación de una diosa de la fertilidad –tanto de la tierra como de la naturaleza salvaje-.
De hecho una de las primeras esculturas monumentales registradas, de hace unos 7 mil años, es también la de una mujer gorda sentada. De alguna manera, ya sea por algún vínculo desconocido o por una convergencia independiente, la poderosa tradición matrilineal de Catal Huyuk se manifestó de forma asombrosamente similar en otras jefaturas que existieron varios miles de años después, a miles de kilómetros de distancia. En Malta las culturas megalíticas del neolítico europeo construyeron un Templo –Tarxien- donde tallaron una escultura de dos metros de altura de una mujer gorda, sentada.
La arqueóloga Marija Jimbutas afirma: “mucho más compleja de lo que la gente piensa. No solo era la Diosa Madre que controlaba la fertilidad, o la Dama de las Bestias que gobierna la fecundidad de los animales y de toda la naturaleza salvaje, sino una imagen compuesta con rasgos acumulados de las eras preagrícola y agrícola. Durante esta última se convirtió esencialmente en la Diosa de la Regeneración, esto es, una Diosa Luna, producto de una comunidad sedentaria y matrilineal que abarcaba la unidad arquetípica y la multiplicidad de la naturaleza humana. Ella era la fuente de vida y de todo lo que producía fertilidad y, al mismo tiempo, era la poseedora de todos los poderes destructivos de la naturaleza. La naturaleza femenina, como la Luna, tiene su cara positiva y su cara negativa».
Pero la evidente posición de mando de la “mujer sentada” tal vez no sólo represente la posición de una diosa, sino la expresión real de jefaturas donde no era extraño que las mujeres -en su papel de recolectoras, agricultoras y símbolo de la fertilidad- estuvieran al frente de la comunidad. ¿De dónde, sino, habría surgido la imagen de una mujer sentada en un trono en evidente posición de poder? Reconociendo que estamos ante la imagen de una diosa de la fertilidad ¿no son los dioses una imagen invertida de relaciones sociales reales que existen o existieron en un remoto pasado?
El hecho de que no existan evidencias de acusada de guerra permanente, ni de diferenciación de clase o de género también es interesante: mostraría que la alta posición de la mujer en el neolítico temprano no estaba relacionada con ningún tipo de opresión, como sucede en el caso de su antípoda patriarcal-esta última relacionada con la explotación de clase-. James Mellaart –descubridor del yacimiento- murió convencido que había encontrado evidencias de una sociedad matriarcal. Actualmente la mayoría de arqueólogos descartan esa conclusión: la posición social de hombres y mujeres, según los estudios arqueológicos, estaba equilibrada, y las representaciones artísticas de hombres y mujeres abundan más o menos por igual –aunque no olvidemos que las esculturas de diosas primitivas suelen estar asociadas a materiales preciosos, lo que indica un simbolismo especial-. En cualquier caso, lo que habría que descartar es, más bien, una visión distorsionada de la alta posición de la mujer en las sociedades agrícolas primitivas. Es infructuoso buscar, en las sociedades prehistóricas, el equivalente perfecto del patriarcado –o sea, una sociedad en donde los hombres (en general) estén oprimidos por las mujeres (en general)- (por lo demás el “patriarcado” ha sido despojado de su esencia clasista por algunas corrientes del feminismo encargadas de ocultar las contradicciones de clase). No existen las oposiciones mecánicas pues muchos fenómenos aparentemente análogos por su antagonismo obedecen a causas opuestas. Las relaciones matrilineales y la alta posición de la mujer en la prehistoria no se basaban en la opresión, sino al contrario, en la igualdad del comunismo primitivo. ¡Por ello nuca ha existido una sociedad matriarcal que sea la imagen en espejo del patriarcado!
Sin que desaparezcan las “diosas primordiales” aparece en el registro arqueológico las primeras representaciones de dioses varones, representaciones fálicas y de cabezas de toro –que tendrán gran importancia ritual en la futura civilización minoica- cuya presencia atestigua, a nuestro juicio, la creciente importancia del ganado en la producción. La importancia de dioses varones aumenta conforme se consolidan los primeros rebaños y, podemos suponer, la relativa igualdad de género va llegando a su fin, sin que desaparezca aún la presencia de las diosas primordiales.
Como sea, la ciudad fue abandonada después de un incendio ocurrido hace siete mil setecientos años que aunque marcó el final del asentamiento, coció las paredes de ladrillo para la posteridad. Al mismo tiempo Jericó, protegida por murallas y torres defensivas, perduraba. Probablemente el estilo arquitectónico y la falta de tradición guerrera de Catal Huyuk la convirtió en una “ratonera” indefensa en la medida en que su creciente riqueza fue ambicionada por tribus guerreras menos pudientes, dando origen a la oposición entre urbes y tribus “bárbaras” –que nace con la “civilización” o las clases sociales- que acechan en su periferia. O, probablemente, las nacientes contradicciones sociales –de las que hasta ahora no hay evidencia-, alimentaron una guerra civil que ocasionó su final –no sería la última vez que una ciudad antigua es destruida por una rebelión incendiaria-. Sea como fuere, Catal Huyuk, una de las primeras “ciudades” del mundo, seguirá aportando evidencias sobre el origen de la vida urbana, las divisiones sociales y la desigualdad de género –fenómenos entrelazados-.