Escrito por: David Rodrigo García Colín Carrillo
Para Ninnette a quien le apasionan los idiomas
“Hay algo profundamente trágico cuando se pierde en el aire la última palabra del último hablante de una lengua muerta”
En el mundo de nuestros días existen unos 7 mil idiomas, pero en la actualidad el 80 % de la humanidad habla sólo alguna de las 70 lenguas más relevantes (numéricamente hablando); estos 70 idiomas constituyen apenas el 1% del total de idiomas repartidos en el mundo. De estas 70 lenguas, los idiomas con más usuarios son nueve: el chino (700 millones de hablantes), el castellano (468 millones), el inglés (375 millones), el hindi (380 millones), el árabe (280 millones), el ruso (278 millones), el bengalí (230 millones), el portugués (203 millones) y el japonés (130 millones), que en conjunto son hablados por un tercio de la población mundial. En contraste con estas nueve lenguas gigantes, más de la mitad de las lenguas que se hablan en el mundo tienen pocos miles de hablantes, con muchas de ellas apenas se comunican entre 60 y 200 personas. Pero esta distribución tan desigual es un producto histórico, específicamente es producto del impacto de la civilización, la división de clases y del imperialismo.
Lo primero que debe decirse acerca de las nueve lenguas más habladas en el mundo es que todas ellas son una herencia imperial. El chino es herencia del imperio Han; el castellano, francés y el portugués son herencia del latín del Imperio romano; el inglés y el alemán –lenguas germánicas- son producto de las invasiones bárbaras que al final del Imperio romano mezclaron sus idiomas con el que se hablaba en el imperio, en una estructura latinizada; el árabe es herencia del imperio que conquistó Egipto en el siglo VII.
A su vez, buena parte de las lenguas mayoritarias que se hablan en Europa y en el mundo provienen del sánscrito, la rama más antigua del tronco lingüístico indoeuropeo que manifestaba la influencia de la cultura india y, sobre todo, una conexión comercial muy antigua que iba desde la India y China hasta Europa Occidental, lazo que en tiempos posteriores se conoció como la “Ruta de la seda» o «Ruta de las especias”. Una de estas lenguas indoeuropeas, el acadio, sustituyó la antigua lengua sumeria –la que habló la primera civilización de la historia- pero, a su vez, el acadio fue sustituido por el arameo que, al ser la lengua de los comerciantes sirios y, después, del Imperio persa, se impuso como lengua franca y es la lengua en que hablaban los primeros cristianos, incluido Jesús.
La enorme influencia cultural de los griegos se manifestó también en la lengua. Fue un idioma que se difundió junto con la expansión de las polis griegas, su comercio mediterráneo y las conquistas de Alejandro Magno. En el mundo helenístico la cultura griega se difundía aunque las viejas Polis griegas y su democracia desaparecían del mapa. Por eso cuando las etimologías de la mayoría de nuestras palabras no son latinas, es porque son griegas. Incluso los nombres actuales de expresiones culturales propias de civilizaciones que no hablaban griego, son nombres derivados de este idioma; ejemplo de esto son las palabras: Egipto, pirámide, esfinge y obelisco.1
El latín, por su parte, se impuso sobre lenguas anteriores como el etrusco, el celta, el umbro, el osco, el falisco, etc. La influencia de Roma se expresa en las declinaciones latinas del alemán y en que más de la mitad de las palabras que componen el idioma inglés que se usa en espacios cultos provienen del latín.
El castellano surgió del uso cotidiano y popular del latín, dando lugar a un dialecto (entre otros, como el antiguo italiano, francés, portugués, rumano, etc.) que terminó sustituyendo al viejo idioma –arrinconado a espacios cultos y virtualmente extinto (aún hoy la mayoría de términos científicos siguen usando el latín, como un uso residual de una lengua culta)-. La fragmentación feudal que caracterizó al colapso del Imperio Romano de Occidente favoreció la formación de esos dialectos vulgares que los hombres cultos creían indignos de las clases altas, pero en un mundo donde la educación estaba en declive era la antigua lengua culta (el latín) la que estaba condenada. Isaac Asimov comentó al respecto: “Puesto que todos los campesinos, hombres y mujeres, y también las mujeres de las clases superiores, eran incultos, ni el más santo de los eclesiásticos ni el más sutil de los sabios podían arreglárselas con el latín solamente. También tenían que aprender la lengua vulgar, pues ¿quién podía vivir sin hablar nunca con las mujeres?”2
Si en Brasil se habla portugués, mientras en la mayoría de Latinoamérica castellano, se debe a la división del mundo entre portugueses y españoles –quizá la primer división capitalista del mundo- que, mediante una simple línea en el mapamundi, pretendía dejar África para los primeros y el Nuevo Mundo para los segundos, pero el Papa que fungió como árbitro en el Tratado de Tordesillas (1494) ignoraba, además de la esfericidad del mundo, que la burda línea dejaba del lado portugués una pequeña parte de América. Un cínico trazo en un mapa decidió el destino de millones de personas.
A este fenómeno se le conoce como la “aplanadora lingüística” que las sociedades urbanas imponen a otras sociedades más simples, debido al peso numérico, la supremacía militar, comercial y poder estatal. De esta forma la mayoría de las lenguas que habló la humanidad en la mayor parte de su historia han desaparecido para siempre.
En el pasado, las lenguas de las sociedades cazadoras recolectoras estaban más espaciadas –en un territorio tan dilatado como el de los cotos de caza y pesca de estos pueblos- pero eran lenguas que hablaban algunas decenas o centenas de personas. Algunas de estas lenguas apenas sobreviven en “zonas residuales”, lugares apartados como en las montañas del Cáucaso, Australia, Nueva Guinea y el Ártico que no eran de interés para las clases dominantes de las grandes urbes –la lengua euskera es un caso raro de sobrevivencia a la aplanadora romana-. Las lenguas de sociedades agricultoras sin gran estratificación, por el contrario, suelen estar muy focalizadas, así por ejemplo, en Nueva Guinea es posible encontrarse con una lengua nueva, ininteligible para la más cercana, cada 20 o 40 kilómetros. Es muy probable que este fuera el caso en la mayoría de sociedades aldeanas que componían el mosaico mesoamericano, enclavado en nichos geográficos y culturales relativamente aislados, sólo enlazado por el poder central de las grandes urbes tributarias, con una lengua franca para cada territorio hegemónico (náhuatl, maya, zapoteco, etc.).
En el mito de la “Torre de Babel” del Viejo Testamento, dios castiga a los hombres por su intento de construir “una escalera al cielo” y divide a la humanidad en lenguas diferentes para que no se entendieran entre sí y jamás se atrevieran a retarlo de nuevo. Este mito presupone una existencia fija y estanca de los diferentes idiomas, que habrían sido creados por dios de una vez y para siempre –como se supone creó a las diferentes especies de animales-. Sin embargo, los idiomas evolucionan y se fusionan. Gracias a la lingüística es posible, por ejemplo, rastrear la relación de las lenguas romances con el latín –estudiando la estructura y palabras derivadas de éste-.
Pero la investigación paleolingüística nos provee de más elementos que la consabida relación del latín con las lenguas romances, también nos sugiere que todos los idiomas actuales tienen un ancestro común. Algunos lingüistas están convencidos que la comparación de raíces comunes de muchos idiomas del mundo puede sugerir algunas de las palabras que se usaban hace unos 12 mil o 15 mil años, durante el paleolítico. De esta forma, la lingüista Merrit Ruhlen ha elaborado una lista de 115 palabras o raíces de un idioma desaparecido llamado “nostrático”.3 Podrían rastrarse cognados aún más antiguos, por ejemplo, una antiquísima palabra “pik” que significaba hueso (palabra importante para un mundo con tecnología de piedra y hueso), habría evolucionado en muchas ramas y significados (significados que habrían cambiado su referente o el objeto que denotan, sólo figurativamente sugieren un ancestro común), dando origen a la palabra del francés “bec” (que significa pico), a la palabra maya “pek” (que significa perro), a la palabra latina “pectus” (que significa pecho), a la palabra griega “boks” (que significa “pez boga”), a la palabra alemana “backe” (que significa mejilla), a la palabra inglesa “back” (que significa espalda).4 Aunque esta teoría es polémica y los especialistas debaten acaloradamente su utilidad, lo que es cierto es que el lenguaje es una herramienta móvil y en evolución.
En el fondo, el proceso de difusión de las nueve lenguas principales del mundo expresa los resultados de la división de la sociedad en clases sociales. La producción de un excedente económico permitió la división del trabajo entre productores directos de alimento y, por otro lado, el surgimiento de tareas especializadas y administrativas que operan en beneficio de una clase social improductiva pero privilegiada, es decir, la división de la humanidad en explotados y explotadores, y la concomitante división de la ciudad y el campo. La concentración urbana implica una densidad de población sin precedentes, la concentración de grandes masas de personas en un territorio delimitado, y la imposición estatal de una lengua franca u oficial para fines económicos, administrativos, políticos, militares e ideológicos.
Los centros urbanos tienden a someter, desplazar y/o eliminar a poblaciones más simples–junto con sus idiomas- que ocupan esferas de influencia de interés para los imperios, al mismo tiempo, tiende a atraer o poner bajo su esfera a un conjunto de pueblos y personas que se ven en la necesidad de aprender el idioma del imperio para poder comerciar, negociar o escalar en la cúspide social. Evidentemente las oportunidades para utilizar el idioma oficial son tan desiguales como lo es la sociedad de clases misma. En algunas de las civilizaciones de la antigüedad no necesariamente se obligaba a los pueblos sometidos a hablar una sola lengua, bastaba con que se pagara tributo, se proporcionaran esclavos o que los cabecillas de la aldea aprendieran la lengua oficial para que la clase dominante les permitiera adorar sus propios dioses locales, practicar su cultura y hablar su propia lengua; tal fue el caso del Imperio romano y el mexica. Sólo en casos de negativa o sedición los pueblos rebeldes eran desplazados, exterminados u obligados a hablar la lengua y a adorar a los dioses hegemónicos. Incluso sin la existencia de coerción, el simple peso numérico, comercial y político de los centros urbanos implicaba el gradual desplazamiento de los idiomas. Esto explica el dominio y concentración territorial del náhuatl en el centro de México y el que aún hoy esta lengua sea hablada por más de un millón de personas, el mismo razonamiento se aplica con el quechua y el aymara que impuso el imperio Inca.
Aun hoy muchos migrantes deciden aprender inglés no porque algún Estado los obligue de forma explícita, sino porque de esta forma se tiene la esperanza de mejorar económicamente, acceder a servicios, emprender negocios, integrarse culturalmente, etc. Simplemente muchas personas deciden aprender el inglés porque es el idioma que escuchan en la televisión, los comerciales y en su música favorita; hablar inglés da una imagen de status y cultura “superiores”. Esto muestra que el simple peso de una economía más poderosa tiende a disolver y desplazar otras manifestaciones culturales que no se amoldan al modo dominante de producir y pensar. Es debido al peso mundial del imperialismo norteamericano, a su músculo económico y militar -tejido a través del siglo XX- que el inglés es en la actualidad la lengua franca en el mundo del comercio, la política y los grandes negocios–no se debe a la supuesta superioridad del inglés como lengua en sí-. Procesos análogos a lo que hoy sucede con los migrantes se dieron en el mundo antiguo, con independencia de si el idioma era impuesto por la fuerza o no. Obviamente, la fuerza jugó un papel importante en el pasado y en el presente. En toda sociedad de clases la violencia es el lubricante de los procesos históricos y un moldeador de la cultura, el idioma no es la excepción.
La imposición de un idioma oficial no sólo trae beneficios administrativos y económicos al Estado, también es manifestación de control ideológico y político sobre una población y es un elemento que aprovecha la clase dominante para dividir y segregar a los sectores oprimidos en líneas raciales, étnicas, religiosas y/o lingüísticas. Por ello la Rusia de los zares imponía el ruso a las minorías étnicas y nacionales, la Rusia de Stalin hizo algo similar en imponer el ruso sobre el estonio, letón y lituano; el régimen de Hitler prohibió el yiddish, etc. Estas imposiciones estatales que se han hecho y se hacen en beneficio de la clase o casta dominante, son algunos de los fenómenos más humillantes que pueden hacerse sobre un pueblo o nacionalidad oprimidos y no pocas veces han sido pólvora para revoluciones sociales.
Aun cuando la sustitución de una lengua por otra es un fenómeno que se aceleró con el surgimiento de los centros urbanos y las clases sociales, la llamada “aplanadora lingüística” se volvió apabullante con la globalización capitalista, misma que comenzó con la repartición del mundo por los imperios holandés, español, portugués, inglés, francés, etc. Con el incremento cualitativo y cuantitativo del poder económico, militar y político del capitalismo se incrementó, al mismo tiempo, la expansión de las lenguas imperiales y la imposición de lenguas oficiales. El capitalismo, para desarrollarse, requirió el establecimiento de un mercado común (el rompimiento de las barreras feudales al libre comercio y tránsito de objetos y personas), fronteras definidas, la formación de una mano de obra libre de medios de producción y de cadenas que la ataran a la tierra; pesos, usos horarios y medidas estandarizadas y, también, un idioma oficial –Suiza, con sus cuatro idiomas oficiales, es una de las excepciones a la regla-.
De esta manera la mayoría de las 7 mil lenguas que existen en el mundo están desapareciendo a un ritmo vertiginoso de una lengua cada nueve días. Dice Jared Diamond: “Por desgracia, hoy en día las lenguas están desapareciendo con más rapidez que en cualquier otro momento de la historia humana. Si las tendencias actuales se mantienen, un 95 por ciento de las lenguas que nos han sido transmitidas en las decenas de miles de años de historia de los humanos conductualmente modernos se habrán extinguido o estarán moribundas en 2100. La mitad de las lenguas se habrán extinguido para entonces, casi todas las demás serán lenguas moribundas que sólo hablarán los ancianos y sólo una pequeña minoría serán lenguas vivas todavía transmitidas de padres a hijos”.5
La sed de ganancia implícita en la sociedad capitalista –como lo explicara Marx en el Manifiesto Comunista- disuelve todas las estructuras del pasado, incluidas las lenguas. Uno de los muchos ejemplos trágicos de este proceso fue el destino de los nativos norteamericanos frente a la demencial “fiebre del oro”. Entre 1853 y 1870 el pueblo Yahi de California fue masacrado, de este pueblo y su lengua sólo sobrevivió un individuo llamado Ishi, que se mantuvo oculto, traumatizado y exhausto hasta ser encontrado en 1911. En 2008 falleció Sophie Borodkin, la última hablante de eyak, idioma nativo americano de Alaska. Los hijos de los eyak ya sólo quisieron aprender inglés. Con la muerte de Sophie “el mundo lingüístico del pueblo eyak se sumió en su último silencio”.6
Destino parecido sufrieron todas las lenguas de Tasmania a manos de los invasores británicos, debido a masacres deliberadas y enfermedades occidentales por las que los nativos morían como moscas. En el caso de Mesoamérica, enfermedades como la viruela y el sarampión acabaron con el 90% de la población. Si los pueblos mesoamericanos no desaparecieron por completo –como sucedió en Tasmania u otros pueblos de las Antillas y Oceanía- se debió principalmente a que se trataba de culturas civilizadas (estatales) –a diferencia de sociedades más simples como las jefaturas norteamericanas-, con relaciones sociales en las que la colonia se apoyó para seguir extrayendo tributo para otros intereses. Como hemos señalado, a esto se debe que en la actualidad se siga hablando –aunque sea como lenguas minoritarias- el náhuatl y quechua, en México y Sudamérica, respectivamente. Como regla general, pueblos que no eran útiles para el capitalismo, que ocupaban territorios de interés fueron eliminados casi totalmente ya sea de forma deliberada y/o como producto de enfermedades frente a las cuales los pueblos conquistados no tenían resistencia alguna.
La extinción de lenguas ancestrales no es menos trágica que la extinción de especies. No sólo se trata de razones sentimentales o románicas: se trata de maneras de clasificar el mundo que han cristalizado a través de milenios de historia y que desaparecen de repente, para siempre. Normalmente no se repara en la tragedia que implica la extinción de una lengua. En una encuesta con respecto a lenguas en vías de extinción, según nos informa Jared Diamond, una persona escribió lo siguiente: “qué ridículo. El propósito del lenguaje es comunicar. Si nadie lo habla, no tiene objetivo alguno. Ya puestos, también podríamos aprender Klingon” otra persona afirmó: “en mi opinión, a 7.000 lenguas le sobran 6.999. Que desaparezcan”. Pero Diamond tiene razón cuando explica que “[…] una lengua en sí misma no es lo único que se pierde al extinguirse. La literatura, la cultura y gran parte del conocimiento están codificados en lenguas: si las perdemos, perderemos buena parte de la literatura, la cultura y el conocimiento. Las lenguas cuentan con diferentes sistemas numéricos, dispositivos mnemotécnicos y sistemas de orientación espacial […] Los pueblos tradicionales tienen nombres en lengua local para cientos de animales y plantas que los rodean: esas enciclopedias de información etnobiológica desaparecen cuando lo hacen sus lenguas […] Los pueblos tribales también tienen sus literatura tribal, y su pérdida asimismo representa una pérdida para la humanidad”.7 No es que, como creía el nazi Heidegger, haya idiomas superiores a otros y que sólo sea posible filosofar en alemán o griego–como creía el rector nazi en sus delirios-, se trata de que las lenguas tienen sus propias peculiaridades y aportes específicos a la capacidad expresiva de la humanidad, y que –como es el caso, por ejemplo, del náhuatl y el alemán- haya lenguas que por ser aglutinantes o sintéticas –es decir, que aglutinan raíces para formar palabras y nuevos significados- son intrínsecamente poéticas y metafóricas, esta riqueza cultural se pierde al extinguirse las lenguas.
Frente a este exterminio cultural, Jared Diamond nos sugiere promover reformas como el apoyo estatal a lenguas minoritarias, el multilingüismo, el cambio a los programas curriculares, etc. Estamos de acuerdo con estas medidas pero son más que insuficientes en sí mismas. El que escribe trabaja como profesor en la única preparatoria de México (el IEMS) -fundada gracias al movimiento social y un gobierno reformista de izquierda- en donde se imparte náhuatl como asignatura optativa. Sin embargo, estas medidas reformistas son paliativos que están siendo desmantelados por los gobiernos de derecha, incluido el modelo educativo del IEMS bajo ataque por el actual gobierno del PRD.
Los seres humanos no podremos controlar conscientemente los idiomas que hablamos, mientras seamos incapaces de controlar conscientemente nuestras propias relaciones sociales, mismas que esos lenguajes expresan en última instancia. No hay apoyo estatal capitalista que pueda suplir el control democrático de las fuerzas productivas que implica el verdadero socialismo –no la caricatura totalitaria y burocrática stalinista-. Controlando democráticamente la economía será posible brindar todo el apoyo y recursos a los pueblos que hablan lenguas en peligro, para que estos mismos pueblos decidan su propio destino, y la humanidad en su conjunto decida cómo preservar de mejor manera la riqueza cultural implícita en los 7 mil idiomas que se hablan en el mundo, antes de que el últimos sonido de una lengua muerta se pierda en el aire y en la inmensidad para siempre, junto con su riqueza y sabiduría implícitas.
Las personas que viven en pueblos comunistas, cazadores recolectores o pequeños agricultores (al menos es el caso de los pueblos de Nueva Guinea), suelen hablar como mínimo unos cinco idiomas, necesarios para comunicarse y relacionarse con aldeas cercanas con las que intercambian pareja, objetos y acuerdos. El triunfo del socialismo en el mundo –al menos ésta es mi opinión-traerá como consecuencia un fenómeno similar pero a nivel global. Al caer las lacerantes fronteras entre las naciones, al hacer nuestro mundo más “pequeño” y al alcance de todos, caerán las fronteras entre las lenguas en el sentido-al menos- de que habrá una movilidad cultural y un flujo de personas a un nivel nunca visto, los prejuicios raciales y nacionales caerán y, con ellos, el cierre del horizonte mental hacia cosas nuevas y formas diversas de ver la vida y el mundo –obviamente, incluso, nuestra forma de comunicarnos-; el estrecho provincialismo caerá y el mundo será la “patria” común de la humanidad. Es difícil prever el influjo que estos cambios revolucionarios tendrán en los idiomas: enriquecimiento mutuo de las lenguas –tanto en palabras, fonemas y en estructura-, habrá muchas lenguas francas y “oficiales”-que en el mundo de hoy son casos excepcionales-; mayor influencia del factor consciente sobre la evolución de las mismas y quizá, en un futuro distante, la conformación consciente de un nuevo –o varios- idioma mundial. El lenguaje, como herramienta de comunicación, dará un gran salto adelante junto con el conjunto de las fuerzas productivas de la humanidad. Una vez liquidado el capitalismo del globo terráqueo, el cielo será el límite, ya no habrá obstáculos para que el ser humano alcance el cielo con su Torre de Babel.
Bibliografía:
Diamond, Jared, El mundo hasta ayer, España, Debate, 2013.
Swadesh, Mauricio, El lenguaje y la vida humana, México, FCE, 2006.
Watson, Peter, Ideas historia intelectual de la humanidad, España, Crítica, 2013.
1 Ibid., pp. 56-57.
2 Asimov, Isaac, La Alta Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1989, p. 53.
3 Watson, Peter; Ideas, historia intelectual de la humanidad, Barcelona, Crítica, 2013, p. 77-78.
4 Cf. Swadesh, Mauricio, El lenguaje y la vida humana, México, FCE, 2006, p. 34.
5 Diamond, Jared, El mundo hasta ayer, España, Debate, 2013, p. 430.
6 Ibid, p. 459.
7 Ibid, p. 468.