Escrito por Joe Attard
La decisión de Pfizer podría dar como resultado que otras firmas farmacéuticas importantes como AstraZeneca y Eli Lilly (que también han sufrido reveses costosos en los últimos años relacionados con la investigación del Alzheimer) se retiren de este campo, lo que causaría una sequía en inversiones para futuras investigaciones. A pesar del llamamiento del Dr. Matthew Norton, Director de Política en Alzheimer’sResearch del Reino Unido, las corporaciones farmacéuticas «miran el potencial a largo plazo al decidir si participan en este esfuerzo», si Big Pharma no percibe una ganancia en el corto plazo, no arriesgará su capital.
Los beneficios antes que las personas
El anuncio de Pfizer es un testimonio especialmente sorprendente de los horrores del capitalismo cuando se lo considera en contexto con el daño causado por el Alzheimer y el Parkinson. Por ejemplo, el costo global de la enfermedad de Alzheimer y la demencia (en términos de atención médica, asistencia social y hospicios) se estima en 605 mil millones de dólares: equivalente al 1 por ciento del Producto Interno Bruto del mundo entero. Mientras tanto, el impacto financiero incurrido por un ciudadano del Reino Unido que vive con la enfermedad de Parkinson (que afecta la movilidad, y finalmente la comunicación) es de 16,000 libras (£) por año en promedio, teniendo en cuenta la asistencia de la limpieza, la pérdida de ingresos y beneficios, etc. Para los enfermos de Parkinson más pobres, la ayuda profesional puede ser inasequible, colocando el deber de cuidado en los miembros de la familia.
La retirada de Pfizer de la investigación sobre el Alzheimer y el Parkinson desviará la carga de buscar tratamientos para estas enfermedades hacia el sector público, por ejemplo, a través de las universidades. Es decir, como se está convirtiendo en la norma, dejan la carga para que los contribuyentes paguen la investigación, sólo para apropiarse de las patentes de pequeños cambios en una etapa posterior. A medida que la población continúa envejeciendo en el mundo occidental, los fondos estatales para la investigación del Alzheimer han aumentado en los últimos años. Los EEUU se comprometieron a un aumento de $400 millones en fondos para la investigación del Alzheimer en 2017; y entre 2010 y 2015, la inversión del gobierno del Reino Unido en la investigación de la demencia aumentó de £28,2 millones a £66,3 millones. Sin embargo, estas cifras están muy por debajo de los ingresos generados para la avaricia de Pfizer. Si esta corporación privada estuviera más propensa a invertir, podría dirigir órdenes de magnitud de más dinero hacia la investigación para encontrar un tratamiento efectivo.
Por otra parte, la inversión pública sigue siendo eclipsada por el costo de la enfermedad, que asciende a £26.000 millones al año en el Reino Unido y la asombrosa cifra de $259.000 millones en los Estados Unidos, y las infraestructuras estatales se esfuerzan por mantenerse al día. El cuidado social en Gran Bretaña ha sido criminalmente desfinanciado por décadas; gracias a las políticas de austeridad del Partido Conservador, la Asociación de Gobiernos Locales estima un déficit de financiación de £2.600 millones para 2020. Actualmente, se espera que los hogares de bajos ingresos con necesidades de cuidado directo cubran estos costos entre £50 y £80 por semana. En los Estados Unidos, la mayoría de las necesidades de atención social están cubiertas por individuos privados. El programa de Medicaid cubre los costos de las residencias de ancianos y algunos cuidados de enfermería domiciliarios para aquellos con bajos ingresos que han gastado sus bienes. Sin embargo, Medicare no cubre la atención social, a excepción de una pequeña cantidad de atención residencial de rehabilitación. A medida que la población envejece, esta situación solo empeorará: y afectará más duramente a los más pobres.
Pero, aunque las compañías como Pfizer son cruciales para el funcionamiento de la sociedad, no operan para el beneficio de la misma. La principal fuerza motriz de Pfizer es el beneficio frío y crudo. Su jefe de Investigación y Desarrollo (ID), Mikael Dolsten, dijo recientemente en una conferencia de salud de JP Morgan que la compañía basa su estrategia de I+D en medicamentos con un «potencial multimillonario de gran éxito de ventas». Estos gigantes de la farmacopea centran su atención en las redes que logren las mayores ganancias con el mínimo esfuerzo, lo que puede llevar a un énfasis en la fabricación de vacíos legales financieros en lugar de medicinas. En 2015, Pfizer adquirió Allergan (la compañía que fabrica Botox) en una fusión de $160 mil millones: una medida que eliminó el pago de impuestos en los EEUU sobre los $147 mil millones en ganancias que había escondido en el extranjero. En Gran Bretaña, a pesar de realizar ventas de entre £1.300 millones y £1.800 millones anualmente entre 2001 y 2014, Pfizer casi no pagó impuestos durante el período porque anunció grandes pérdidas operativas cada año, a excepción de una pequeña ganancia de £9 millones en 2013. Se espera también que la compañía se beneficie sustancialmente del nuevo recorte de impuestos corporativos de Donald Trump, por valor de $5 mil millones: 10 veces más que la promesa del gobierno de EEUU para la investigación del Alzheimer y más de la mitad del presupuesto total de investigación y desarrollo de Pfizer del 2014 al 2016. Donald Trump ha recompensado generosamente a los accionistas de Pfizer, que han respondido recortando las primeras investigaciones de desarrollo sobre enfermedades neurológicas, despidiendo a cientos de empleados y continuando inflando el costo de sus productos.
Esto no debería ser ninguna sorpresa. Toda la industria médica se ha vuelto totalmente parásita, haciendo miles de millones con lo que roban a los servicios estatales de salud, reteniendo medicinas esenciales para los países del Tercer Mundo y presionando a los gobiernos para desregular el mercado de la salud. Pfizer recibió una multa récord en 2016 después de cobrar al Servicio Nacional de Salud británico 50 millones de libras esterlinas por un fármaco antiepiléptico: £ 2 millones en 2013. Durante años, Pfizer retuvo el fluconazol (un poderoso agente fungicida que puede usarse para tratar enfermedades relacionadas con el SIDA, como la candidiasis oral y la meningitis criptocócica) en los países subdesarrollados, mientras continúan vendiéndolo a pacientes estadounidenses y europeos adinerados. Sólo después de provocar indignación internacional puso el medicamento a disposición de las ONG que operan en países en vías de desarrollo con una prevalencia de VIH/SIDA superior al 1 por ciento en 2001. La empresa tampoco ha tenido nunca miedo de usar su influencia financiera para abrirse camino en la esferapolítica, gastando $25 millones en 2010 sólo para presionar para la desregulación de la asistencia sanitaria en los EEUU. Las grandes empresas y el Estado están conectados entre sí por miles de hilos. A pesar de las promesas de Donald Trump durante las primarias de que el reinaría sobre las «Big Pharma», su nombramiento del ex ejecutivo farmacéutico Alex Azar para reemplazar a Tom Price como Secretario de Salud y Servicios Humanos sugiere lo contrario.
La investigación médica no puede quedar en manos de los capitalistas
En marcado contraste con las afirmaciones de que la competencia en el mercado libre fomenta la innovación, la industria farmacéutica privada revela el estancamiento, la irracionalidad y la crueldad básica del capitalismo en su estado de decadencia senil. Desde el incremento que hizo Martin Shkreli en el costo de Daraprim (un medicamento utilizado en el tratamiento de condiciones relacionadas con el SIDA) de $13.50 a $750 por píldora; a los gigantes de la industria aprovechándose de las epidemias del SIDA en África y Asia; hasta las Big Pharma que se llevan el dinero público (en forma de contratos licitados) del Servicio Nacional de Salud británico para que lo guarde en paraísos fiscales, la lógica del capitalismo asegura que los beneficios saludables siempre tienen prioridad sobre la salud pública. Además, las acciones de Pfizer demuestran la absoluta barbarie de permitir que vastas reservas de dinero, experiencia y talento sean desperdiciados o mal dirigidos por firmas médicas privadas. Permitir que las prioridades de investigación sean dictadas por las fuerzas del mercado ha dado como resultado que los gigantes farmacéuticos dirijan más la atención hacia los «medicamentos de estilo de vida» dirigidos a los ricos, diseñados para tratar condiciones tan trágicas como la obesidad, la calvicie, las arrugas y la impotencia. Hay un mercado multimillonario para tales productos. Mientras tanto, el trabajo difícil y costoso de producir tratamientos para enfermedades como el Alzheimer y la enfermedad de Parkinson se sacrifica hasta el fondo.
Por el contrario, en 2017, Cuba logró el avance más emocionante en la investigación del Alzheimer en décadas. La economía planificada de Cuba ha producido un servicio de salud gratuito que es la envidia del mundo y ahora ha comenzado los ensayos en humanos de una medicina 100% desarrollada en Cuba, NeuroEpo, que ha producido resultados positivos en retrasar el avance de la enfermedad de Alzheimer. Cuando Pfizer renunció a la investigación en la enfermedad de Alzheimer, teniendo en cuenta sus márgenes de ganancia, Cuba ha progresado seriamente hacia un tratamiento efectivo, y que será gratuito en el momento en que sea lanzado si resulta viable.
La investigación médica crítica no puede quedar en manos de los capitalistas aprovechadores. Las corporaciones como Pfizer deberían ser expropiadas y sus activos, datos y equipos puestos bajo control democrático, para ser utilizados para el mejoramiento de la humanidad.