Han pasado 80 años del alzamiento fascista del general Franco que dio inicio a la guerra civil española y a una revolución social de una extraordinaria extensión y profundidad. Pese a que el contenido social de la revolución española desatada durante la guerra civil de 1936-1939 ha sido conscientemente ocultado, tergiversado y mancillado por la historiografía oficial, aquélla escribió una página gloriosa en el gran libro de la lucha de la clase obrera mundial contra la explotación capitalista.
Cuatro décadas después de la caída de la dictadura franquista, una nueva generación de trabajadores, jóvenes y activistas sociales está forjándose en el fuego de la lucha de clases.
¿Qué interés puede ofrecer, en este contexto, la Revolución española de los años 30 del siglo pasado? No en vano, este extraordinario acontecimiento histórico aún reverbera en la memoria de la clase obrera española y en sus luchas cotidianas.
80 años después de aquellos acontecimientos, la profunda crisis social y económica que atraviesa el Estado español ha desenterrado los viejos demonios de nuestra historia contemporánea. Ahí están el atraso histórico de la economía española y el carácter reaccionario de la burguesía. El viejo aparato del Estado sigue siendo una fuente de conspiraciones reaccionarias. A la polarización creciente entre las clases sociales se suma el desprestigio de la monarquía y el avance de las tendencias republicanas en la sociedad.
Por encima de todo, hemos visto desarrollarse con enorme vigor un proceso masivo de movilizaciones sociales y de organización popular que muestran la voluntad creciente de la clase trabajadora y de la juventud de tomar su destino en sus manos para transformar la sociedad.
Por tanto, el estudio de la Revolución española resulta esencial para aplicar sus lecciones a la realidad actual y evitar los errores del pasado, a fin de contribuir al éxito de la lucha actualmente en curso y armar políticamente a la nueva generación de revolucionarios que luchamos por el socialismo.
España antes de la II República
A comienzos del siglo XX España era uno de los países más atrasados de Europa. El 70% de la población vivía en el campo y el 60% era analfabeta. España, país imperialista débil, mantenía posiciones coloniales en el norte de África.
La burguesía española fue el resultado de la fusión de la naciente burguesía industrial en las ciudades con la vieja oligarquía terrateniente. Era una clase profundamente reaccionaria, vinculada a la monarquía decadente de los Borbones. Para mantener la estabilidad social debía recurrir regularmente a golpes militares, como la dictadura de Primo de Rivera de 1923.
La burguesía había llegado tarde al escenario histórico, de ahí el desarrollo desigual y combinado del capitalismo español, que reunía características semifeudales en el campo con un significativo desarrollo industrial en zonas como Cataluña, el País Vasco, Asturias; y, en menor medida, en ciudades como Madrid, Zaragoza, Valencia, Sevilla o Málaga.
El proletariado español tenía una tradición importante, que se remontaba a la época de la formación de la I Internacional – la Asociación Internacional de Trabajadores – a fines de la década del 60 del siglo XIX. Y, desde el principio, demostró mucha combatividad, formando organizaciones de masas, como el Partido Socialista Obrero Español (PSOE); y sindicatos como la Unión General de Trabajadores (UGT), socialista, y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), anarquista.
En las primeras décadas del siglo XX la clase obrera española había protagonizado importantes luchas, muchas de ellas de carácter revolucionario, como la Semana Trágica de Barcelona en 1909 y la huelga general revolucionaria de agosto de 1917, que dio inicio a un período tormentoso de lucha de clases conocido como el Trienio Bolchevique de 1917-1920. El agotamiento de este período de ascenso de luchas, sumado al desastre de la política colonial en Marruecos, derivó en el golpe de Estado del general Primo de Rivera en 1923.
En 1930 España fue golpeada por la crisis económica mundial, y los trabajadores y campesinos se lanzaron a innumerables huelgas y luchas. El número de desocupados se disparó hasta el millón. La monarquía estaba completamente desacreditada. En un último intento por sobrevivir, el rey Alfonso XIII cesó a Primo de Rivera.
Para buscar un respaldo formal al viejo régimen, el gobierno monárquico restableció algunos derechos constitucionales, y convocó elecciones municipales en abril de 1931. Pero esta jugada le salió mal. Los partidos monárquicos sufrieron una derrota humillante en las ciudades, y las masas se lanzaron a la calle exigiendo la proclamación de la república. El rey Alfonso XIII tuvo que abdicar y se exilió del país. La primera fase de la revolución española había comenzado.
La proclamación de la república
Para los capitalistas y terratenientes, la proclamación de la república no significaba más que un cambio cosmético para intentar contener la acometida de los millones de obreros y campesinos. Pero las masas buscaban en ella la satisfacción radical de sus reclamos: la tierra para los campesinos, terminar con la pobreza, el atraso y el analfabetismo.
En las elecciones legislativas de junio los republicanos burgueses «progresistas» y el PSOE obtuvieron la mayoría, formando un gobierno de coalición.
Los dirigentes socialistas consideraban que su cometido era ayudar a la burguesía para resolver las tareas democráticas pendientes: la reforma agraria, el desarrollo industrial, modernizar la sociedad, la separación de la Iglesia del Estado, democratizar el ejército, y resolver el problema colonial en Marruecos y la cuestión nacional en Cataluña, el País Vasco y Galicia. Pero resolver esto era incompatible con el mantenimiento del capitalismo porque la burguesía española estaba soldada al viejo orden reaccionario.
Sólo la clase obrera, tomando el poder con el apoyo del campesinado pobre, podía sacar al país del atraso emprendiendo medidas socialistas de expropiación y disolviendo el podrido aparato estatal para sustituirlo por organismos de poder obrero y campesino, a semejanza de los soviets rusos de 1917. Sólo la clase obrera, que no está interesada en ningún tipo de opresión, podía liberar Marruecos del colonialismo español y otorgar a las minorías nacionales oprimidas dentro del Estado español (Cataluña, País Vasco, Galicia) el derecho de autodeterminación para que decidieran libremente si deseaban mantenerse unidas voluntariamente al resto de España en el marco de una federación socialista – que sería lo más deseable – o probar una vía de desarrollo nacional independiente.
La clase obrera española, a pesar del atraso del país, tenía una fuerza significativa, con dos millones de obreros en las ciudades y otro millón y medio de obreros agrícolas en el campo. Una clase obrera, en términos relativos, más fuerte que la clase obrera rusa en 1917.
Millones de obreros y campesinos despertaron a la actividad sindical y política y sus organizaciones experimentaron un crecimiento vertiginoso en pocas semanas. La UGT y la CNT alcanzaron el millón de afiliados cada una, y el PSOE cerca de 100.000. Las Juventudes Socialistas llegaron a alcanzar los 100.000 afiliados en 1935, y tenían sus propias milicias armadas. La CNT experimentó un giro ultraizquierdista al caer bajo la dirección del ala anarquista más extrema, la Federación Anarquista Ibérica, FAI.
Un caso aparte es el Partido Comunista español, que fue débil tradicionalmente; en parte, porque la fracción comunista del PSOE que fundó el PCE se escindió prematuramente en 1919-1920; en parte, por la dura represión a que fue sometido por la dictadura de Primo de Rivera; y, en otra gran parte, por la política ultra sectaria que le había sido impuesta por la Internacional Comunista estalinista desde fines de los años 20, que calificaba de fascistas a las principales organizaciones de masas del proletariado español: el PSOE y la CNT («socialfascistas» y «anarcofascistas», respectivamente). Al comienzo de la república, el PCE tiene apenas 800 afiliados. Poco antes, había sufrido la escisión de su federación catalano-balear, dirigida por Joaquín Maurín, quien formó el Bloque Obrero y Campesino (BOC) con 3.000 afiliados y dirigía importantes sindicatos de la CNT catalana en Lérida y Gerona.
El PCE estaba destinado a jugar un papel trágico en toda la Revolución española, al quedar sus dirigentes relegados a ser un juguete en manos de la burocracia estalinista de Moscú, que utilizó el partido español para sus cínicos intereses.
La razón de esto es que años de aislamiento, guerra civil y acoso del imperialismo, en un país pobre y devastado como era Rusia entre 1917 y1924, provocaron una deformación burocrática y totalitaria de la revolución rusa —particularmente tras la muerte de Lenin—, traicionando los principios elementales del socialismo y del comunismo. La burocracia resultante, dirigida por Stalin, purgó el ala izquierda del partido comunista —dirigida por León Trotsky– y se convirtió en una casta conservadora que se dotó de privilegios materiales por encima de la población, y sustituyó la política de impulsar la revolución socialista mundial por el mantenimiento del “status quo” con las potencias capitalistas “democráticas” europeas.
La oposición de izquierda del PCE, trotskista, formó un grupo independiente con el nombre de Izquierda Comunista en 1932. Contaba al proclamarse la república con 200 militantes, pero llegaría a superar el millar en 1934. Su principal dirigente, Andrés Nin, fue el presidente de la Internacional Sindical Roja, vinculada a la Internacional Comunista, y regresó a España en 1930 expulsado de la URSS.
Aunque hubo avances sociales indudables en educación y cultura, salud, y derechos democráticos – como el matrimonio civil, la legalización del divorcio, la prohibición de impartir enseñanza a las órdenes religiosas y el derecho de voto de las mujeres, entre otras – las condiciones sociales más apremiantes vinculadas a los bajos salarios, el desempleo, el hambre en las zonas rurales, y la pobreza, permanecían sin solución, en la medida que el gobierno no atacaba a raíz del problema: la propiedad concentrada de los industriales, banqueros y terratenientes, y los privilegios insultantes de la Iglesia y de la cúpula del ejército.
El horizonte de millones de obreros y campesinos se había elevado con la tensión revolucionaria que había abierto la proclamación de la república; su odio hacia la injusticia, el atraso y los abusos de los patrones inundaba la atmósfera, la confianza en sus fuerzas se había multiplicado, se sentían poderosos. Por primera vez en siglos las masas explotadas consideraban que este gobierno les pertenecía y, por lo tanto deseaban ardientemente para hoy mismo una transformación radical de la sociedad por la que anhelaron durante generaciones.
Incapaz de responder a las demandas de las masas, el gobierno republicano-socialista enfrentó al movimiento obrero, desprestigiándose rápidamente. Se aprobaron leyes anti-huelga, se prohibieron las huelgas «políticas» y se reprimió a los campesinos y jornaleros en las zonas rurales, siendo el caso más significativo el ocurrido en la población gaditana de Casas Viejas, donde fueron masacrados decenas de jornaleros anarquistas por la Guardia de Asalto, la nueva policía republicana.
Paralelamente, la CNT desplegó una huida hacia delante ultra izquierdista proclamando recurrentemente el «comunismo libertario» con levantamientos locales que, indefectiblemente, terminaban ahogados por las fuerzas represivas con muertos, encarcelamientos, cierre de locales anarquistas, censura de la prensa obrera, etc.
La derecha comenzó a reagrupar su base social, aprovechando el desánimo y la frustración de los obreros y campesinos por la política del gobierno republicano-socialista. Los oficiales de ejército, que permanecía sin depurar, comenzaban a conspirar abiertamente.
El 10 de agosto de 1932, el General Sanjurjo protagoniza un intento de golpe de Estado en Sevilla. Pero esta intentona reaccionaria fue desbaratada por una huelga general de los obreros sevillanos, que rodearon los cuarteles.
En medio de una inestabilidad social creciente, a mediados de 1933 el sector de los republicanos burgueses de Lerroux giró a la derecha y abandonó el gobierno, debilitando la llamada Conjunción republicano-socialista. En septiembre de 1933, el presidente de la república, el conservador Alcalá-Zamora, disolvió el Congreso y llamó a elecciones. Sobre la base de una importante abstención – impulsada por la CNT y anclada en la frustración de gran parte de las masas obreras con el que consideraban «su» gobierno – la coalición de derecha, formada por la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), de simpatías fascistas, y por los republicanos de derecha de Lerroux, obtuvo la mayoría. Se iniciaba el «Bienio Negro» de 1933-1935.
El gobierno burgués utilizó las leyes bonapartistas del gobierno anterior para atacar a la clase obrera organizada. En un año se requisaron 100 ediciones de la prensa del PSOE, El Socialista. Para septiembre de 1934 había 12.000 obreros encarcelados. Se persiguió a las milicias socialistas y se les confiscaron sus armas. Se cerraron locales obreros y se intervinieron las cuentas bancarias de las organizaciones obreras. Se paralizó la tímida reforma agraria iniciada dos años antes y se puso en libertad a los militares implicados en conspiraciones reaccionarias.
Pese al avance de la reacción, la clase obrera mantenía en pie sus organizaciones, y su misma existencia era un peligro para la dominación de clase de la burguesía. Ésta tenía claro que sólo a través de un gobierno fascista podía aplastar la revolución. Pero necesitaba tiempo para construir una base de apoyo más firme. Por eso, la CEDA (a la que las masas obreras vinculaban con el fascismo) no ingresó al principio al gobierno, para evitar una reacción prematura de la clase obrera.
La revolución de octubre de 1934
La derrota electoral y el avance del fascismo en Europa actuaron como un látigo en la conciencia de millones de obreros y campesinos. La amenaza del peligro fascista, sobre la base del triunfo de Hitler en Alemania en 1933 y el golpe de Dollfus en marzo de 1934 en Austria, actuó de acicate para reagrupar la resistencia obrera. La CEDA trató de promover concentraciones fascistas de masas para hacer ostentación de su fuerza y desmoralizar a las masas trabajadoras, pero cada vez que lo intentó (en El Escorial, en Madrid y en Covadonga), fueron frustradas por movilizaciones de masas con huelgas y bloqueos de carreteras y de vías férreas. El avance del fascismo, a diferencia de lo que ocurrió en Italia, Alemania y Austria, fue abortado en España en 1934 por la movilización de masas.
La radicalización del movimiento obrero afectó profundamente a las bases del PSOE y a su organización juvenil, las Juventudes Socialistas, que sacaron conclusiones muy críticas de la participación socialista en el gobierno de coalición con los republicanos burgueses.
A mediados de 1934 surgen las «Alianzas Obreras», hegemonizadas por el PSOE, un frente único de las organizaciones obreras para combatir al fascismo, con la excepción de la CNT que las tildó sectariamente de «hacer política». El PCE, que proseguía su política sectaria las boicoteó en un primer momento, pero se sumó a ellas posteriormente, coincidiendo con el giro de 180º impuesto por Moscú de acercamiento a los países capitalistas «democráticos», tras el triunfo nazi en Alemania.
La burguesía no esperó más y en octubre de 1934 la CEDA ingresó al gobierno, con tres ministros. Los dirigentes socialistas habían advertido que, en caso de producirse este hecho, declararían la huelga general revolucionaria, a través de las Alianzas Obreras. Sin embargo, la insurrección estuvo muy mal organizada; en realidad, los dirigentes socialistas sólo pretendían asustar a la burguesía pero no se prepararon para una lucha seria para la toma del poder. Los obreros concurrieron a las sedes obreras buscando en vano las armas prometidas para sumarse a la insurrección. En el campo, la incidencia del movimiento revolucionario fue limitada porque meses antes, en agosto, la Federación de Trabajadores de la Tierra de la UGT había organizado una huelga indefinida que terminó derrotada y había dejado exhaustas las fuerzas de combate de gran parte del proletariado agrícola. Con la excepción de Asturias, donde se concentraba un proletariado minero poderoso, la huelga general revolucionaria en el conjunto del país consistió en un paro laboral de varios días. Los dirigentes anarquistas de la CNT jugaron un papel pernicioso al no participar en el movimiento. Con la excepción de Asturias, donde el PSOE era hegemónico entre el proletariado asturiano, se negaron a secundar el movimiento con la excusa de que era una «huelga política». Los propios ferroviarios de la CNT condujeron los trenes que transportaron las tropas del ejército que fueron utilizadas para combatir la revolución asturiana.
La revolución asturiana de octubre del 34 fue una de las grandes gestas de la revolución española. Armados con cartuchos de dinamita, y bajo la consigna: «Unión, Hermanos Proletarios» (UHP), los mineros tomaron el control de la región, incluida la capital, Oviedo. Resistieron dos semanas y establecieron su propio gobierno obrero, la comuna asturiana. Pero la revolución quedó aislada y terminó aplastada por el ejército, que recurrió a las tropas moras del Marruecos colonial español. La represión fue implacable. Más de 3.000 trabajadores muertos. 7.000 heridos y 40.000 encarcelados.
Sin embargo, el proletariado español, con la excepción de Asturias, no sufrió una derrota decisiva y sus fuerzas se mantuvieron casi intactas. La burguesía, aparentemente vencedora en la contienda, sintió en su nuca el soplo amenazante de la revolución, y vaciló. No se sintió con fuerzas ni contaba con una base de masas en la población para aplastar al conjunto del movimiento obrero. El intento de la burguesía española de establecer una dictadura fascista, ya a fines de 1934, fracasó. Y fracasó por la voluntad expresada por las masas de no ceder al avance del fascismo sin combatir.
La CNT, que pagó un importante desprestigio por su papel en la huelga de octubre de 1934, puso fin a su período ultra izquierdista y comenzó a mostrarse proclive a un frente único con la UGT.
Rápidamente el gobierno entró en crisis, conforme los trabajadores recuperaban la confianza en sus fuerzas. Un sector de los republicanos de derecha abandonó el gobierno, en medio de grandes escándalos de corrupción, sintiendo el cambio en la correlación de fuerzas. A fines de 1935 se convocaron elecciones anticipadas para febrero de 1936.
El giro a la izquierda del movimiento socialista
El desarrollo más importante en este período fue el giro a la izquierda del movimiento socialista. Tras la experiencia de octubre del 34 la radicalización de las bases socialistas se hizo más pronunciada. Una capa importante de cuadros giró hacia el centrismo; esto es, hacia una posición que oscilaba entre el reformismo de izquierda y el marxismo revolucionario. El protagonista más importante de este giro fue el Secretario General de la UGT y presidente del partido, Francisco Largo Caballero, quien durante décadas había permanecido en el ala derecha del PSOE. Durante su encarcelamiento, después de octubre de 1934, leyó El Estado y la Revolución de Lenin y otros textos clásicos marxistas, y sacó la conclusión de que era imposible la colaboración con la burguesía. Cuando fue liberado en 1935 recorrió el país dando discursos muy radicales que enfervorizaban a las masas; en una relación dialéctica, los discursos de Largo Caballero ayudaban a la radicalización política de las masas trabajadoras que, a su vez, lo empujaban a él más y más a la izquierda, hasta el punto que se declaró a favor de «la dictadura del proletariado». Las Juventudes Socialistas fueron quienes expresaron esta radicalización de la forma más notoria. Se declararon fieles a los preceptos de Marx y Lenin, y exigieron la «bolchevización» del partido y la expulsión de los reformistas.
La política sectaria del Partido Comunista y su insignificancia numérica (apenas 3.000 militantes en 1935), creó condiciones peculiares de desarrollo político en el ala izquierda del PSOE, que era la mayoritaria en el partido, hasta tal punto que se acercaron a las posiciones de León Trotsky y de sus partidarios, declarándose a favor de la creación de una IV Internacional. El principal teórico del ala izquierda del PSOE, Luis Araquistáin, lo expresaba de la siguiente manera:
«Yo creo que la II y la III Internacional están virtualmente muertas; está muerto el socialismo reformista, democrático y parlamentario que encarnaba la II Internacional; está muerto también ese socialismo revolucionario de la III Internacional que recibía de Moscú consignas y orientaciones para el mundo entero. Estoy convencido de que debe nacer una IV Internacional que funda a las dos primeras, tomando de una la táctica revolucionaria, y de la otra el principio de la autonomía nacional» (Luis Araquistain, prólogo a F. Largo Caballlero, Discursos a los trabajadores)
Por su parte, las Juventudes Socialistas hicieron un llamamiento público y abierto a todas las corrientes revolucionarias, incluida la Izquierda Comunista, para que ingresaran a las Juventudes y al PSOE y les ayudaran a bolchevizar el partido. El órgano de la Juventud Socialista de Madrid, «Renovación», lanzó un llamamiento expreso a los militantes de la Izquierda Comunista a quienes consideraba como «los mejores teóricos y los mejores revolucionarios de España» (Citado en G. Munis, Jalones de derrota, promesa de victoria, página 178).
En aquel momento, el Partido Comunista despreció el llamado de la Juventud Socialista. Como se explicó anteriormente, después del golpe de Hitler en Alemania, Stalin giró 180º fomentando los Frentes Populares, un frente único con la burguesía «democrática», que fueron utilizados para frenar la lucha revolucionaria de los trabajadores. Las Juventudes Socialistas acusaban al PCE y a la Juventud Comunista de «reformistas».
Izquierda Comunista, aunque defendía un programa socialista revolucionario consecuente, mostraba poca iniciativa. Sus dirigentes parecían contentarse con ser espectadores del movimiento. Ante el giro a la izquierda de las organizaciones socialistas, Trotsky instó a sus correligionarios que respondieran favorablemente al llamamiento de «la magnífica juventud socialista» para que ingresaran a las organizaciones socialistas y ganaran a sus bases para una política bolchevique consecuente y evitar, de paso, la penetración del estalinismo en sus filas. Lamentablemente, adoptaron una actitud sectaria y soberbia, acostumbrados a la rutina cómoda del trabajo independiente. Así, declararon en su revista teórica Comunismo:
«De ninguna manera, por un utilitarismo circunstancial, podemos fundirnos en un conglomerado amorfo, llamado a romperse al primer contacto con la realidad» (Comunismo, septiembre de 1934)
Los dirigentes de la Juventud Socialista estaban familiarizados con las posiciones de Trotsky a favor del ingreso en las organizaciones socialistas, y lo tenían en muy alta estima por su pasado revolucionario. Pero la actitud de desprecio de los supuestos trotskistas españoles hacia los desarrollos que estaban operándose en el movimiento socialista, y sus críticas sectarias a las posiciones izquierdistas del ala largocaballerista del PSOE y de las juventudes socialistas, tuvieron las consecuencias más trágicas. Esto no sólo mereció una respuesta contundente de los jóvenes socialistas hacia los dirigentes de la Izquierda Comunista, sino que los alejó, frustrados, de sus simpatías hacia el trotskismo:
«Vuestra respuesta a la invitación que os enviamos para la unidad de acción ha producido en nosotros una desagradable sorpresa. No desconocéis cómo nosotros en las fechas que precedieron a octubre defendimos vuestro derecho de fracción del proletariado a estar en los organismos de unidad de acción, contra el criterio de los representantes de la Unión de Juventudes Comunistas, que os motejaban de traidores y contrarrevolucionarios. Cuando se ha pretendido contra vosotros un atropello, hemos salido al paso, sin tener en cuenta que vuestra insignificancia numérica y vuestra reducidísima y esquilmada esfera de influencia no podían compensarnos el esfuerzo. Lo hacíamos tan sólo por espíritu de soidaridad y por el deseo de llegar a una auténtica unidad….
«…. No nos extraña vuestra actitud, si tenemos en cuenta que a pesar de ser la fracción trotsquista española, se observa en vosotros, desde hace algún tiempo, un alejamiento de las tesis políticas de Trotski. Si negáis incluso vuestra razón de existencia, si os apartáis cada día más de vuestro propio jefe, ¿cómo ha de sorprendernos que os alejéis de nosotros y del proletariado en general?» (Carta de Santiago Carrillo, secretario general de la FJS al Comité de Izquierda Juvenil Comunista, 6 de enero de 1935)
La actitud criminal de Andrés Nin y de los demás dirigentes de la Izquierda Comunista privó al proletariado socialista español de la posibilidad de ser ganado para una política marxista revolucionaria genuina. El ingreso a las juventudes socialistas era la puerta de entrada para ganar al ala izquierda del PSOE para una posición revolucionaria socialista consecuente. Aprovechando el rechazo inicial de los estalinistas a ingresar a las JS, los trotskistas podrían haberse colocado, en muy poco tiempo, a la cabeza de las organizaciones socialistas. La fusión de las ideas y del programa socialista correcto con el movimiento socialista de masas hubiera permitido transformar el PSOE, o al menos su ala izquierda, junto con las JS, en un verdadero partido marxista revolucionario de masas que habría tenido todas las condiciones a su favor para dirigir exitosamente la revolución socialista en España, con una resonancia en toda Europa, comenzando por Alemania e Italia.
En lugar de seguir los consejos de Trotsky, Nin y sus amigos prefirieron unirse al BOC de Maurín, una organización centrista confusa con presencia solamente en Cataluña, para formar el Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM, con 5.000 militantes. Poco después, la Liga Comunista Internacional de Trotsky rompió relaciones con los antiguos trotskistas españoles. Como Trotsky vaticinó, el rechazo de los trotskistas a ingresar a las juventudes socialistas y al PSOE entregó en bandeja al estalinismo a una parte de lo mejor del proletariado y de la juventud española. Tras enmendar su rechazo inicial, los dirigentes estalinistas españoles se orientaron hacia el ala izquierda del PSOE y las JS. Invitaron a los jóvenes dirigentes socialistas a visitar Rusia donde, tras mostrarles las «maravillas» de la «patria socialista» fueron corrompidos políticamente y ganados para el estalinismo. Las Juventudes Socialistas terminarían fusionándose con las Juventudes Comunistas, meses más tarde, dándole al PC una base de masas que no tenía. Una base que utilizó para descarrilar la revolución española.
El Frente Popular
Hoy en día, mucha gente en la izquierda confunde el “frente popular“ con la idea de Lenin de un frente único. Este es un error muy grave. En realidad, el frente popular no tiene nada que ver con un frente único, un frente obrero o un frente de izquierdas. Representa una política de colaboración de clases, que subordina los partidos obreros a los partidos de la burguesía liberal. Lenin propuso originalmente la idea de un frente único como un frente unido para la acción entre los partidos obreros (socialistas y comunistas) contra los partidos burgueses. Fueron los mencheviques, no los bolcheviques, quienes abogaban por un frente «democrático» entre los partidos obreros y los partidos de la supuesta burguesía progresista y liberal – una política que Lenin denunció con vehemencia. El frente popular en España, cuyos principales impulsores fueron los estalinistas, no estaba basado en la concepci&oacutoacute;n de Lenin, sino en la de los mencheviques, y tuvo resultados desastrosos.
De esta manera, siguiendo las órdenes de Moscú, el Partido Comunista español arrojó la teoría ultraizquierdista del «social fascismo» sin ninguna explicación. En su lugar, adoptaron la línea de coalición con la burguesía «liberal». Con el fin de ocultar el carácter contrarrevolucionario de esta teoría menchevique de colaboración de clases, lo presentaron bajo el disfraz del «Frente Popular». Después de haber abandonado la política internacionalista revolucionaria de Lenin, que estaba basada en la defensa de la Unión Soviética, fundamentalmente con el apoyo de la clase obrera mundial, y en la victoria del socialismo internacional. El objetivo de esta política de la burocracia rusa era conseguir el apoyo de los «buenos» y «democráticos» Estados capitalistas (Gran Bretaña y Francia) contra Hitler.
El triunfo del Frente Popular
En las elecciones de febrero de 1936, el Frente Popular (formado por socialistas, comunistas, el POUM y los republicanos «progresistas») ganó las elecciones con el apoyo extraparlamentario de la CNT-FAI que abandonó su tradicional boicot electoral.
El programa del Frente Popular era reformista y ni siquiera contemplaba la expropiación de la tierra ni de la banca. Sólo abundaba en buenos deseos, y las únicas medidas concretas que planteaba eran la liberación de los presos políticos y la readmisión de los despedidos de sus puestos de trabajo por motivos políticos.
Por indicación de la izquierda del PSOE, los partidos obreros no ingresaron al gobierno que quedó formado exclusivamente por los partidos republicanos burgueses. La inconsistencia del centrismo largocaballerista quedaba plenamente expuesta. Correctamente, se negaba a integrar un gobierno de colaboración de clases con partidos burgueses; pero le garantizaba apoyo parlamentario y no planteaba ninguna perspectiva para la toma del poder y hacer la revolución socialista.
Valga aclarar que los partidos republicanos que integraban el Frente Popular tenían una base en la pequeña burguesía democrática. En realidad, el verdadero partido que representaba a la burguesía española era la derecha filofascista. En el mejor de los casos, los partidos republicanos «progresistas» representaban a «la sombra de la burguesía», pero tenían el cometido claro de sujetar a los dirigentes obreros para frenar la revolución.
El nuevo gobierno parecía una repetición del gobierno republicano-socialista de 1931-1933. En relación a la cuestión agraria, los informes oficiales reconocían que la política de asentamientos, expropiaciones y distribución de tierras, que beneficiarían a varios de miles de campesinos sin tierra al año, tardaría 100 años en llegar a completarse. Pese a la gravedad del desempleo, el gobierno se negó incluso a establecer un subsidio para los desocupados. No hubo ninguna depuración dentro de ejército, solamente el traslado de algunos altos oficiales reaccionarios a zonas alejadas, como el caso de Franco a las Islas Canarias.
Pero las masas trabajadoras ya habían pasado por esa experiencia y en lugar de esperar a que el gobierno diera satisfacción a sus demandas, se lanzaron desde el primer día a la acción directa. Como en las elecciones de abril de 1931, el triunfo del Frente Popular dio un impulso formidable al auge revolucionario de las masas.
Las cárceles fueron asaltadas para forzar la liberación de los presos políticos, sin esperar a ningún decreto gubernamental. Los campesinos tomaban la tierra, los obreros imponían la readmisión de los despedidos y se introdujo el control obrero en algunas empresas. Entre febrero y julio de 1936 hubo 341 huelgas generales y sectoriales. Sólo en los primeros días de julio había más de un millón de obreros en huelga.
El gobierno republicano se mostraba impotente ante el curso de los acontecimientos. Los republicanos, el ala derecha del PSOE de Prieto y Besteiro, y los dirigentes del PCE presionaban y suplicaban a Largo Caballero para que el PSOE ingresara al gobierno y utilizara su autoridad para frenar a las masas. Pero Largo Caballero se mostró inflexible. El proceso de diferenciación interna en el PSOE conducía al partido hacia la escisión, proceso que fue interrumpido por el golpe militar y la guerra civil.
Desgraciadamente, en abril de 1936 se consumó la fusión de las Juventudes Socialistas con las minúsculas Juventudes Comunistas, dando lugar a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), en la práctica el ala juvenil del Partido Comunista, que también arrastró a un sector de la izquierda del PSOE a la órbita del PCE.
El ambiente social empujaba con fuerza al enfrentamiento frontal entre las clases. La polarización social se expresaba a derecha e izquierda. Las débiles organizaciones fascistas, como Falange y las JONS, se unifican y crecen a expensas de la CEDA, que va perdiendo relevancia. Se suceden los enfrentamientos armados en las calles y asesinatos políticos entre los grupos fascistas y las organizaciones obreras.
Había un ascenso claramente revolucionario y la burguesía decide no esperar más, jugándose el todo por el todo para aplastar la revolución en curso.
Los militares reaccionarios aceleran los preparativos para un golpe militar con el apoyo financiero de la gran burguesía industrial y terrateniente. Pese a que estas conspiraciones tomaban cuerpo a la luz del día el gobierno del republicano Manuel Azaña no hizo nada para desbaratarlas, al estar más asustado por la amenaza de una revolución obrera.
Guerra y Revolución
En la madrugada del 18 de julio el ejército, comandado por el general Franco, se insurrecciona en las Islas Canarias y el norte de Marruecos. Ante las primeras noticias, los obreros se movilizan en las principales ciudades exigiendo armas al gobierno. Este se niega, temiendo a la revolución, mientras intenta negociar en secreto con los oficiales insurrectos. Sin esperar ninguna indicación del gobierno ni de sus dirigentes, los obreros se declaran en huelga, toman las armerías, arman barricadas y asaltan o rodean los cuarteles.
La política criminal del gobierno republicano presta una ayuda preciosa a los militares facciosos. El grueso de la Marina permanece fiel a la República porque los marineros se amotinan, toman los barcos y acorazados, y encierran o fusilan a los oficiales. Los marineros de la base naval de Cartagena transmiten al gobierno su decisión de bloquear el Estrecho de Gibraltar para impedir el traslado de tropas de Marruecos a la Península Ibérica, pero la propuesta es rechazada por el gobierno de Azaña, quien en un acto de suprema traición propone a los facciosos la formación de un gobierno cívico-militar, propuesta que es rechazada por el General Mola, cabeza inicial de la rebelión fascista, que exige la rendición incondicional del Gobierno. Mola, se ufanaba diciendo por la radio que 4 columnas avanzaban hacia Madrid, y que una quinta columna operaba clandestinamente en la capital republicana. Este es el origen de la expresión Quinta Columna, que se ha popularizado internacionalmente y hace referencia al enemigo infiltrado dentro del campo revolucionario.
Sólo entonces es cuando el gobierno accede a entregar las armas a las masas insurrectas.
En Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga, en la mayor parte del Asturias y el País Vasco y, en prácticamente todas las zonas industriales las masas obreras aplastan la rebelión fascista y el golpe fracasa. Con la excepción de Sevilla, donde el PCE era la fuerza hegemónica, y de Zaragoza – un bastión de la CNT – el golpe triunfa fundamentalmente en zonas rurales y políticamente atrasadas: Castilla la Vieja (actualmente Castilla-León), Galicia, Navarra y Álava, zonas de Extremadura y Andalucía. Los alzados sólo controlan un tercio del territorio español. Técnicamente, el golpe es un fracaso.
Abd-El-Krim, el caudillo de las tribus bereberes que luchan contra el colonialismo español en el norte de Marruecos propuso al gobierno republicano sublevar las tropas moras que Franco lleva a España, a condición de conceder la independencia del Marruecos español; pero el gobierno se niega, atado a sus compromisos con el imperialismo francés, que posee la mayor parte de Marruecos. Esto hubiera privado al ejército de Franco de su base inicial de aprovisionamiento y reclutamiento. Más aún, el gobierno estudió entregar el Marruecos español a Francia y Gran Bretaña a cambio de un apoyo activo en la guerra contra Franco. (La república intenta conseguir apoyo, págs. 317-319, La Guerra civil española. Burnett Bolloten).
A partir del 19 de julio, y durante semanas, el Estado burgués deja de existir en la España republicana. Se forman comités revolucionarios que toman el poder político en los pueblos y ciudades. Los comités revolucionarios UGT-CNT toman el control de las fábricas, las oficinas y la tierra. La mayor parte de la economía queda así colectivizada, tanto en la ciudad como en el campo. Las iglesias que no son incendiadas son incautadas para servir como almacenes, escuelas y hospitales. En cuestión de días, los obreros y campesinos llevaron a cabo una completa revolución social por la que habían aspirado durante generaciones. Toda una serie de tareas democrático-nacionales pendientes son resueltas de un plumazo con la acción revolucionaria de las masas: separación de la Iglesia y el Estado, reforma agraria, el problema catalán, disolución del ejército reaccionario, etc.
Surge así una situación de doble poder. Por una parte, el poder formal del Estado republicano con su gobierno formal al frente, que carece de base social y de apoyo entre las masas; por otro lado, el poder naciente del proletariado y el campesinado pobre expresado en los comités revolucionarios surgidos en las fábricas, los barrios y los pueblos, y en las milicias obreras que se crean a marchas forzadas para detener el avance fascista sobe Madrid y otras zonas. Pero esta situación de doble poder no podía durar. O los trabajadores y campesinos imponían el suyo o el poder del Estado republicano recién reconstituido terminaría por destruir la democracia obrera que emergió del combate contra el golpe fascista.
Los acontecimientos confirmaban la perspectiva de Trotsky y sus seguidores planteada al proclamarse la República en 1931: la disyuntiva no era optar entre democracia o fascismo, sino entre socialismo o fascismo. La crisis orgánica del capitalismo español, y en la mayor parte de Europa, hacía imposible la continuidad normal de regímenes democrático-burgueses porque la burguesía necesitaba aplastar toda resistencia obrera para salvar su sistema.
Las organizaciones obreras (PSOE, PCE, UGT, CNT, POUM) improvisaron milicias obreras, con gran escasez de cuadros y especialistas militares, a las que se anotaron decenas de miles de voluntarios que trataban de contener el avance fascista. Las milicias de la CNT y el POUM tomaron toda Cataluña, y una columna de miles de milicianos de la CNT, comandada por el dirigente anarquista Buenaventura Durruti, salió de Barcelona en dirección a Madrid para ayudar a la resistencia de la capital del Estado cuando las columnas del ejército fascista asoman a sus puertas. A su paso por la región de Aragón, que había caído casi en su totalidad en manos de los facciosos, la columna de Durruti actuó como un ejército de liberación social, entregando la tierra a los campesinos que se organizaban en colectividades, y transformaron toda la región en un fortín inexpugnable para el ejército fascista. Una columna de 5.000 mineros asturianos salió desde el norte en dirección a Madrid para ayudar también en la defensa de la Capital. Otra columna de 200 mineros de la cuenca minera de Huelva, en el sur de España, marchó para tratar de reconquistar la importante ciudad de Sevilla que había caído inesperadamente en manos de los rebeldes por la impericia y pasividad de los dirigentes locales del PCE y de la CNT, pero fue aniquilada en una emboscada poco antes de alcanzar la capital andaluza.
En el sur de España, los jornaleros (el proletariado agrícola) tomaron decenas de pueblos y organizaron su defensa. Resistieron días y semanas el avance fascista que se abrió paso con el bombardeo despiadado de la población civil desde aviones de combate, la primera vez en la historia que se recurrió al bombardeo aéreo sistemático de civiles en un conflicto armado, meses antes de los casos más conocidos de Madrid y Guernica.
Toda la burguesía se pasó al bando fascista. Quienes no pudieron huir de la zona republicana, se ocultaron. Sólo «la sombra de la burguesía», personificada en los partidos republicanos prequeñoburgueses, permanecieron en la «zona roja».
Cataluña y la CNT: El fracaso del ideario anarquista
En Cataluña, el poder es ejercido por el Comité de Milicias Anti-Fascistas, controlado por la CNT, hegemónica en el proletariado catalán. Fue aquí, en la región más industrializada y desarrollada económicamente de España, donde se produce uno de los hechos más trágicos de la revolución española.
Tras un día de duros combates y de aguerrida lucha de barricadas, el 20 de julio Barcelona y toda Cataluña queda tomada por los obreros y cientos de comités revolucionarios, bajo el dominio absoluto de la CNT anarquista.
Rápido de reflejos, Lluis Companys, presidente de la Generalitat de Cataluña – el gobierno autónomo burgués de la región – convocó a los jefes anarquistas a a sede de su gobierno. Los detalles de esta reunión fueron descritos en detalle por uno de los principales dirigentes de la CNT catalana, Juan García Oliver, en su libro de memorias:
«La ceremonia de presentación fue breve. Nos sentamos cada uno de nosotros con el fusil entre las piernas. En sustancia, lo que nos dijo Companys fue lo siguiente:
«Ante todo, he de deciros que la CNT y la FAI no han sido nunca tratadas como se merecían por su verdadera importancia. Siempre habéis sido perseguidos duramente; y yo, con mucho dolor, pero forzado por las realidades políticas que antes estuve con vosotros, después me he visto obligado a enfrentarme y perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en este momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de los pocos o muchos hombres leales de mi partido y de los guardias y mossos [policía autónoma catalana].
No puedo, pues, sabiendo cómo y quienes sois, emplear un lenguaje que no sea de gran sinceridad. Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queréis como Presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis en este puesto que sólo muerto hubiese dejado ante el fascismo triunfante, puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy y mi prestigio en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político que está convencido de que hoy muere todo un pasado de bochorno, y que desea sinceramente que Cataluña marche a la cabeza de los países más adelantados en materia social». (Juan García Oliver, El eco de los pasos)
Reforzamos este documento inapreciable de García Oliver, con las impresiones – no menos relevantes – de otro de los dirigentes de la CNT participantes en dicho encuentro, Diego Abad de Santillán:
«Podíamos ser únicos, imponer nuestra voluntad absoluta, declarar caduca la Generalidad e instituir en su lugar el verdadero poder del pueblo; pero nosotros no creíamos en la dictadura cuando se ejercía contra nosotros y no la deseábamos cuando la podíamos ejercer nosotros en daño de los demás. La Generalidad quedaría en su puesto con el presidente Companys a la cabeza y las fuerzas populares se organizarían en milicias para continuar la lucha por la liberación de España» (¿Por qué perdimos la guerra? Diego Abad de Santillán.1940).
Esta confesión desnuda expone la completa inconsistencia y esterilidad del anarquismo como teoría y práctica revolucionaria: «Porque estamos en contra de todo gobierno, dejamos que siga actuando el gobierno burgués, porque nosotros no queremos ejercer el gobierno». Trotsky comparaba el anarquismo con un paraguas con agujeros: magnífico cuando hace sol, pero completamente inútil cuando llueve, que es cuando se supone que debe ser utilizado.
Como decía Lenin, «Sin teoría revolucionaria, no puede haber práctica revolucionaria». La conclusión práctica de los anarquistas se deriva de sus preceptos doctrinales, que reflejan su incomprensión de qué es el Estado y de su proceso de desarrollo histórico. Los anarquistas piensan que basta tomar las fábricas y la tierra para que la tarea de la revolución social esté completada y el Estado burgués deje de actuar automáticamente. Piensan, erróneamente, que el Estado es un reflejo directo de las condiciones económicas de la sociedad. En realidad, el Estado en una sociedad de clases se desarrolla y existe junto a las condiciones económicas de la sociedad, pero por fuera de ellas; se toca con esas condiciones económicas, pero no está fundido con ellas. Las condiciones económicas de la sociedad pueden cambiar y sufrir una transformación social radical, pero el viejo aparato del Estado puede seguir existiendo a menos que se lo derribe y disuelva desde fuera de las estructuras económicas de la sociedad; es decir, desde la superestructura de la sociedad, desde la acción política revolucionaria.
Aunque los burgueses individuales sean expropiados, continúa existiendo el viejo edificio del Estado burgués con su ejército, su policía, sus ministros y funcionarios, su aparato judicial, sus empleados rutinarios de mentalidad servil y burocrática en el seno de los organismos públicos, etc. Si este edificio burocrático no es demolido hasta sus cimientos, utilizará cualquier resquicio para revertir a medio o largo plazo la transformación revolucionaria de la estructura económica provocada por la insurrección proletaria.
Sólo una revolución socialista que expropie a los capitalistas y disuelva de raíz el viejo aparato estatal puede fundir la estructura productiva colectiva, resultante de dicha revolución, con la administración democrática de la sociedad; el sistema de los Soviets en la Rusia bolchevique lo consiguió durante algunos años, antes de degenerar burocráticamente por el aislamiento de la revolución en un país atrasado y devastado por años de guerras.
La política de “no intervención” y el papel de la Rusia estalinista
La actitud de los gobiernos “democráticos” de Europa y EEUU ante la revolución española fue una mezcla de duplicidad y cinismo. La política de los gobiernos capitalistas de Gran Bretaña, Francia y EEUU no estaba dictada por su presunto amor a la «democracia», sino por sus desnudos intereses de clase y, sobre todo, por el miedo a la revolución en España. Escondiéndose detrás de la monstruosa política de «no intervención», hipócritamente hicieron la vista gorda a la ayuda prestada por las Alemania e Italia fascistas a Franco, mientras se oponían al envío de armas al gobierno republicano. En suma, las llamadas democracias de Gran Bretaña, Francia y EEUU hicieron todo lo posible para ayudar a Franco, mientras que se disfrazaban bajo la bandera hipócrita de la no intervención.
La posición de Rusia estaba determinada por los intereses de la burocracia estalinista de Moscú, una costra parasitaria conservadora y nacionalista que había perdido toda confianza en la revolución socialista internacional, y quería vivir en buena vecindad con las potencias imperialistas “democráticas”. La revolución española le parecía un inconveniente molesto, y quería mostrar sus buenos oficios ante las grandes potencias demostrándoles que podían ser útiles desactivando la revolución. Pero había otra razón que movía a la camarilla de Stalin. Su poder absoluto y despótico se había cimentado sobre las derrotas del proletariado internacional de la década anterior, lo que unido a la propaganda incesante del peligro del intervencionismo exterior que amenazaba a la URSS, ayudaba a extender un ambiente de pesimismo y fatalismo en los obreros rusos para que aceptaran esta situación. Pero la revolución española despertó entusiasmo en la clase obrera rusa, le insufló una perspectiva nueva; una revolución socialista triunfante en España habría inflamado el sentimiento de opresión e injusticia de los trabajadores rusos animándolos a levantarse contra el despotismo estalinista soviético. El aplastamiento de la revolución española era, por lo tanto, un asunto de vida o muerte para la burocracia moscovita.
Bajo Lenin y Trotsky, la política exterior del Estado soviético estuvo siempre subordinada a los intereses de la revolución socialista mundial. Pero Stalin y la casta burocrática que representaba estaban guiados por consideraciones puramente nacionalistas. Ellos querían en ese momento aplacar a los capitalistas de Gran Bretaña y Francia, para conseguir una alianza contra Alemania. No querían estropear esto con una conflagración revolucionaria que se habría extendido a Francia y destruiría por completo el equilibrio político y social mundial. La política contrarrevolucionaria de Stalin en España no persuadió a los imperialistas británicos y franceses de convertirse en aliados de la Unión Soviética, sino, por el contrario, colocó a la URSS en un peligro muy grave.
El estrangulamiento de la revolución española por los estalinistas tenía la intención de demostrar la «respetabilidad» de Stalin a Londres y París. Pero fracasó en producir el efecto deseado. Stalin envió suministros limitados de armas a España, no lo suficientes como para infligir una derrota militar decisiva sobre Franco, pero más que suficientes para ayudar a los republicanos —en connivencia con los estalinistas españoles– para reconstruir la maquinaria estatal capitalista destrozada.
De esta manera, los dirigentes del Partido Comunista español se convirtieron en los más fervientes defensores de la «ley y el orden» capitalistas. Bajo la consigna de «primero ganar la guerra, y luego hacer la revolución», sabotearon sistemáticamente todo movimiento independiente de los trabajadores y campesinos.
La reconstrucción del aparato del Estado burgués
Desde sus puestos en la Generalitat, Companys, sus funcionarios, y sus fuerzas policiales, pese a lo disminuidas que estaban inicialmente, se propusieron desmontar pacientemente, una a una, las transformaciones revolucionarias que los obreros catalanes habían conquistado con su sangre. Como todos los organismos económicos de la economía colectivizada incluían representantes de la Generalitat: el boicot y la obstrucción burocrática, la asfixia económica, las leyes restrictivas y hasta la fuerza policial propia fueron utilizados para bloquear, limitar y hacer fracasar la experiencia de las colectivizaciones. Y cuando la fuerza del aparato estatal revivido de la Generalitat no fue suficiente para culminar esta obra, acudió en su ayuda el aparato estatal, mucho más fuerte y rudo, del gobierno nacional republicano. Es llamativo que los supuestos dirigentes «marxistas» del POUM repitieran los mismos errores (y traiciones) que los dirigentes de la CNT sobre este punto y, como ellos, integraron el gobierno de la Generalitat.
Pese a todo, el carácter contradictorio del ideario anarquista hacía que la fuerza de los hechos se impusiera en algunos casos sobre sus prejuicios doctrinarios. Así, en la zona de Aragón liberada por las milicias de Durruti – quien murió en extrañas circunstancias por una bala perdida en el frente de Madrid – los anarquistas formaron un gobierno obrero, el Consejo de Aragón, que dirigió las colectivizaciones campesinas y estableció una coordinación entre ellas y las milicias.
El lado fuerte de la experiencia de las colectivizaciones fue demostrar el poder creativo y la capacidad gestora de la clase obrera; pero las colectivizaciones de industrias en Barcelona también señalaban las limitaciones doctrinales anarquistas, ya que muchos trabajadores consideraban las empresas suyas y no del conjunto de la clase obrera, lo que generaba frecuentemente tendencias individualistas y resistencias a integrar un plan económico global.
En Madrid, en relación al curso de la revolución, los socialistas de izquierda se mostraban vacilantes. Los estalinistas insistían en detener la revolución en marcha «para no indisponer a los países europeos democráticos». La posición del PCE estaba determinada por los intereses de la burocracia estalinista de Moscú, una costra parasitaria conservadora y nacionalista que había perdido toda confianza en la revolución socialista internacional, y quería vivir en buena vecindad con las potencias imperialistas «democráticas» y «fascistas». La revolución española le parecía un inconveniente molesto, y quería mostrar sus buenos oficios ante las grandes potencias demostrándoles que podían ser útiles desactivando la revolución. Pero había otra razón que movía a la camarilla de Stalin. Su poder absoluto y despótico se había cimentado sobre las derrotas del proletariado internacional de la década anterior, lo que unido a la propaganda incesante del peligro del intervencionismo exterior que amenazaba a la URSS, ayudaba a extender un ambiente de pesimismo y fatalismo en los obreros rusos para que aceptaran esta situación. Pero la revolución española despertó entusiasmo en la clase obrera rusa, le insufló una perspectiva nueva; una revolución socialista triunfante en España habría inflamado el sentimiento de opresión e injusticia de los trabajadores rusos animándolos a levantarse contra el despotismo estalinista soviético. El aplastamiento de la revolución española era, por lo tanto, un asunto de vida o muerte para la burocracia moscovita.
Desprestigiados completamente, los partidos republicanos tuvieron que dejar paso a comienzos de septiembre de 1936 a un gobierno encabezado por los partidos obreros con Largo Caballero al frente, el dirigente obrero español con más autoridad ante las masas trabajadoras, incluidas las anarquistas.
El proceso de colectivización de las fábricas y la tierra se extendió por todo el territorio republicano. La tarea que se marcarán los gobiernos republicanos en Madrid y Barcelona será a «estatización» de estas empresas colectivizadas bajo el control del gobierno, siempre que sus antiguos dueños no las reclamen para devolvérselas a condición de que acaten la autoridad del gobierno republicano..
En Barcelona, se forma a fines de septiembre el nuevo gobierno de la Generalitat cuyo primer decreto es la disolución del Comité de Milicias Antifascistas y de todos los comités revolucionarios locales. Todo el poder vuelve al gobierno burgués catalán de la Generalitat, presidido por Companys.
Lo escandaloso es que este decreto llevó la firma de la CNT – que integró el gobierno de Companys con 3 consejeros – y del POUM, cuyo máximo dirigente, Andrés Nin, asumió la Consejería de Justicia.
El POUM, que en cuestión de semanas vio crecer su militancia de 8.000 a 60.000 afiliados – la mayoría en Cataluña – se negó a tomar ninguna iniciativa independiente sin la aquiescencia de los dirigentes de la CNT. Es cierto que, continuamente animaba a los dirigentes de la CNT a que tomaran el poder, pero ante la negativa de éstos, bajaba la cabeza. La tarea del POUM debía haber sido, particularmente en Cataluña, vincularse a las masas anarquistas para que aceleraran la experiencia con sus dirigentes, que cada vez giraban más a la derecha, y así ganarlas eventualmente para el marxismo revolucionario. Pero los dirigentes del POUM sustituyeron una política revolucionaria hacia la CNT por combinaciones diplomáticas para no estropear la relación con su dirección. El POUM organizó sus propias milicias (División Lenin) en lugar de fusionarlas con las milicias de la CNT. Los sindicatos controlados por el POUM, agrupados en el FOUS (Frente Obrero Único Sindical), en lugar de solicitar su ingreso a la CNT lo hicieron ¡en la UGT! dirigida por los estalinistas en Cataluña.
Los dirigentes del POUM no actuaron como verdaderos revolucionarios. Temían permenecer en minoría y enfrentar públicamente a las direcciones oficiales; en lugar de lanzarse a la conquista de las masas anarquistas pretendieron seducir a los dirigentes de la CNT que una y otra vez los despreciaban sin contemplaciones, como cuando fueron expulsados del gobierno catalán en diciembre de 1936, a instancias de los estalinistas del PSUC, y la dirección anarquista no movió un dedo para impedirlo.
El sabotaje, la ineficacia del gobierno, y la falta de coordinación, fue aprovechado por el ejército profesional franquista – completado con tropas moras, alemanas e italianas – para avanzar hasta las puertas de Madrid en noviembre de 1936, donde fue frenado por una resistencia heroica de los trabajadores con la ayuda de luchadores antifascistas internacionalistas, las Brigadas Internacionales.
A comienzos de octubre, la CNT da un paso más en su integración a las estructuras reconstruidas del estado burgués republicano con el ingreso de 4 ministros en el gobierno central de Madrid: Juan García Oliver, como Ministro de Justicia; Federica Montseny, como Ministra de Sanidad y Asuntos Sociales; Juan López Sánchez, como Ministro de Comercio; y Joan Peiró, como Ministro de Industria.
El avance de la contrarrevolución
El PC crecía rápidamente, al personificar la revolución rusa y por el hecho de que Rusia fue el único país que suministraba armas, aunque con cuentagotas.
Desde este momento, los estalinistas con el apoyo de republicanos y socialistas de derecha toman el control de los restos del aparato del Estado burgués republicano. Y lo utilizan para socavar la revolución y sabotear las iniciativas revolucionarias de las masas.
Los estalinistas utilizaron su posición en el aparato del Estado para sabotear a las milicias de la CNT y del POUM, negándole armas o trasladándolas a los frentes más difíciles, con la idea de propiciar derrotas que justificaran la necesidad de disolver el sistema de milicias e instaurar un ejército unificado con una dirección centralizada … en sus manos, claro. Es indudable que un ejército centralizado era preferible al sistema de milicias que implicaba cierta descoordinación, despilfarro de esfuerzos y rivalidades entre partidos; pero debía ser un ejército rojo que impulsara la revolución a su paso, y cuyos jefes militares gozaran de autoridad política y moral sobre los soldados. Pero el objetivo estalinista de un ejército unificado era otro. Querían eliminar la influencia política de la CNT y el POUM en la guerra, y querían utilizar este ejército para socavar los avances revolucionarios conseguidos hasta entonces. Es decir, tenía un objetivo político contrarrevolucionario. Finalmente, a mediados del año 1937, la dirección de la CNT cada vez más alejada de sus bases y más integrada al Estado burgués accede y disuelve sus milicias. Las milicias del POUM fueron disueltas violentamente unos meses antes, y el mismo POUM ilegalizado, tras los «sucesos de mayo de 1937» en Barcelona.
Como en la conducción de la guerra, las medidas contrarrevolucionarias del gobierno republicano van imponiéndose una a una. Se disuelven los organismos de poder obrero en los pueblos y las fábricas, o se los fusiona al Estado. Se empiezan a devolver las propiedades a los antiguos dueños que las reclaman, etc. Al transformar la guerra civil en una mera guerra militar (donde los fascistas eran más fuertes), matando su contenido social revolucionario, las masas entraban en la apatía, y la derrota militar se hacía inevitable.
Las jornadas de mayo de 1937
Un punto de inflexión tiene lugar en Cataluña, el fortín de los anarquistas, donde los estalinistas son más débiles. A comienzos de mayo de 1937, los obreros anarquistas se levantan en armas y se apoderan de casi toda Cataluña, tras ver cómo sus conquistas revolucionarias son cercenadas día a día. La chispa que enciende la explosión es la ocupación del edificio de la Telefónica por la policía, que estaba en manos de la CNT desde el inicio de la Guerra Civil. El POUM, al principio, saluda el levantamiento y sus militantes se incorporan a levantamiento. Grupos de la CNT a la izquierda de la dirección, como Los Amigos de Durruti, con varios miles de militantes sólo en Cataluña, saludan la presencia de los militantes del POUM en las barricadas. La dirección del POUM propone nuevamente a la CNT que tome el poder. Pero los dirigentes anarquistas se niegan y denuncian a Los Amigos de Durruti como provocadores. Los dirigentes del POUM retroceden. Los combates duran 6 días, mientras que los dirigentes anarquistas empeñaron todo su prestigio para obligar a los obreros a entregar las armas y retirar las barricadas. Esta derrota provoca una profunda desmoralización en el proletariado catalán de la que no se recuperará jamás.
Hubo más de 500 muertos y 1.000 heridos en los combates, pero la represión posterior de la policía republicana, en manos de los estalinistas, se cobró un número igual entre militantes y obreros del ala izquierda de la CNT y del POUM.
Los estalinistas ilegalizan al POUM y detienen a sus dirigentes, como Andrés Nin, que fue ejecutado en secreto. En pocas semanas son detenidos 1.000 militantes del POUM y muchos de sus colaboradores extranjeros que luchaban en sus milicias. Las bases anarquistas caen en la apatía y la desesperación mientras que sus dirigentes se pliegan y aceptan las medidas de los estalinistas, que instauran una dictadura policíaca en todo el territorio republicano. En agosto de 1937 el gobierno republicano aprueba un decreto que prohíbe criticar al gobierno soviético. Largo Caballero es expulsado del gobierno por oponerse a la represión contra el POUM y es sustituido por el socialista de derecha, Negrín, una marioneta de los estalinistas. La CNT sale también del gobierno, para no quedar expuesta ante sus bases.
Los acontecimientos de mayo de 1937 de Barcelona confirmaron la corrección del consejo que Trotsky les lanzó a los dirigentes del POUM al comienzo de la guerra civil, de que se orientaran a las bases de la CNT para ganarlas cuando completaran su experiencia con sus dirigentes. Así, Los Amigos de Durruti sacaron conclusiones que los aproximaban al marxismo revolucionario, cuando escribieron:
«La unidad antifascista no ha sido más que la sumisión a la burguesía …Para vencer a Franco, hacía falta vencer a Companys y Caballero. Para vencer al fascismo, hacía falta aplastar a la burguesía y a sus aliados stalinistas y socialistas. Era necesario destruir completamente el Estado capitalista e instaurar un poder obrero surgido de los comités de base de los trabajadores. El apoliticismo anarquista ha fracasado» (Citado en La revolución española 1931-1939, pág. 148. Pierre Broué).
Los acontecimientos de Mayo de 1937 fueron la última oportunidad para salvar la revolución española. Si una junta revolucionaria CNT-POUM hubiera tomado el poder en Cataluña se les habría sumado inmediatamente la zona adyacente del Aragón republicano, dominado también por la CNT. Ambas zonas concentraban la industria de guerra y la producción de cereales y de otros productos indispensables para la España republicana. Un llamamiento enérgico a los obreros de Madrid y Valencia, habría tenido un eco poderoso ya que la CNT mantenía en estas zonas una base importante, y también en los socialistas de izquierda que miraban con gran disgusto al ala derecha del PSOE y a los estalinistas coaligados con ella. Era preferible correr el riesgo de una guerra civil en el campo republicano, con grandes posibilidades de victoria, a la instauración de la reacción dictatorial proburguesa en la España republicana que llevara a la derrota frente al fascismo, como finalmente sucedió.
El “gobierno de la victoria”
La liquidación de la revolución condujo inevitablemente al desastre que Trotsky había predicho. Los estalinistas apoyaron al llamado “gobierno de la victoria” de Negrín. En realidad, Negrín presidió las derrotas más terribles. Eso fue inevitable una vez que la contrarrevolución burguesa había triunfado en la retaguardia republicana. En la revolución, incluso más que en la guerra, la moral es el factor clave. En términos puramente militares, la revolución no podía triunfar contra el ejército profesional franquista con oficiales entrenados y militares expertos .
Con el espíritu revolucionario de las masas quebrantado, y las libertades democráticas prácticamente abolidas en la zona republicana, el ejército de Franco avanzaba en todos los frentes, con la ayuda militar alemana e italiana que no cesó. Muchos oficiales republicanos –los más mimados por los estalinistas– se revelaban como quintacolumnistas y se pasaban al enemigo, como ya había sucedido en Málaga, que cayó en febrero de 1937, y que había supuesto un golpe moral terrible.
Una vez consumada la derrota del proletariado catalán en mayo de 1937, el gobierno republicano cargó contra las demás conquistas revolucionarias que permanecían en pie, como el Consejo de Aragón que fue disuelto, y contra las tendencias de izquierda que aún escapaban a su control, como los socialistas de izquierda y sectores anarquistas. La CNT, completamente degenerada, volvió a ingresar al gobierno en 1938. El PCE, que comenzó siendo el partido más débil al inicio de la contienda terminó doblegando las viejas organizaciones tradicionales de masas, el PSOE y la CNT.
Entre julio y octubre tuvo lugar la caída del frente del Norte y de Bilbao. Esta ciudad fue entregada intacta a los fascistas por la burguesía vasca y los dirigentes nacionalistas vascos, con toda su industria pesada. Miles de milicianos comunistas y anarquistas hechos prisioneros fueron fusilados. Sólo en Santander fueron fusilados 15.000 milicianos por el ejército fascista, tras la caída de la ciudad (Revolución y Contrarrevolución en España, pág. 249. Felix Morrow).
El golpe de Casado
La ofensiva tan anunciada en el Ebro en la primavera de 1938 terminó en derrota, lo que dejaba a Cataluña a merced de Franco. La clase obrera estaba desilusionada y desmoralizada. En febrero de 1939, Barcelona, la capital proletaria, cae en manos del ejército fascista.
Lo más llamativo es que después de haber hecho el trabajo sucio, los estalinistas fueron despachados sin contemplaciones. La consigna de los dirigentes del PCE era: «Primero ganar la guerra, y luego llevar a cabo la revolución». Pero la destrucción de la revolución llevó inevitablemente a la derrota en la guerra. El desastre final que fluía de la falsa política del “frentepopulismo” se produjo entre el 26 de marzo y 1 de abril de 1939, tras la caída de Barcelona. El derrocamiento del gobierno del frente popular no fue llevado a cabo por Franco, sino que se produjo desde dentro, cuando el coronel «republicano» Segismundo Casado y el ala socialista de derechas de Julián Besteiro organizaron un golpe de estado contra el gobierno y formaron una junta militar encabezada por el general Miaja. Su objetivo era negociar un acuerdo de paz con Franco y purgar a todos los comunistas del gobierno y de las fuerzas armadas. Casado aplastó a las fuerzas comunistas. El periódico del PCE, Mundo Obrero, fue cerrado y Casado ordenó detenciones masivas de los comisarios y militantes comunistas. Esta fue la recompensa recibida por el Partido Comunista por colaborar lealmente con la burguesía «progresista».
Durante un período de casi tres años, la revolución española fue estrangulada poco a poco. En la primera etapa, los liberales se inclinaron a los comunistas para aplastar a la izquierda (los anarquistas y el POUM). Esto preparó el camino para el aplastamiento de los comunistas por sus aliados liberales burgueses, que a su vez fueron aplastados por Franco. Casado había entrado en negociaciones con Franco en la creencia de que él y sus amigos se salvarían. El gobierno británico le dijo que Franco garantizaría la vida de los republicanos. El agente quintacolumnista, coronel José Cendaño, también le prometió que Franco garantizaría la vida de los oficiales republicanos que «no hubieran cometido ningún crimen». Pero desde el punto de los fascistas, todos los republicanos habían cometido crímenes. Franco sólo estaba interesado en una rendición incondicional.
Ahora no había nada que impidiera a los ejércitos de Franco asumir el control. Negrín huyó a Francia, seguido poco después por la mayoría de los dirigentes del PC y del PSOE. Sobre el mediodía del 27 de marzo de 1939, las fuerzas de Franco ocuparon Madrid sin apenas resistencia. El 1 de abril de 1939, Franco declaró la victoria.
Tras 3 años de guerra civil y un millón de muertos, la represión fascista que le siguió fue feroz. Entre 1939 y 1942 fueron fusilados 200.000 obreros y campesinos, y 300.000 permanecen desaparecidos, enterrados en fosas comunes. Decenas de miles pasaron largos años en prisión, campos de concentración y brigadas de trabajo esclavo. Cientos de miles toman el camino del exilio. Con una clase diezmada y desangrada, el pueblo español padeció una larga pesadilla que duró cuatro décadas. El mundo entero pagó también un precio terrible. Esa derrota de los trabajadores españoles eliminó el último obstáculo para una nueva guerra mundial que terminó con la muerte de 55 millones de personas.
Conclusiones
La revolución y la guerra civil españolas pusieron a prueba a todas las tendencias y partidos del movimiento obrero: estalinistas, socialistas, anarquistas y poumistas. El triunfo de la revolución exigía un partido revolucionario con una política revolucionaria, pero este factor estuvo ausente desde el comienzo, y fue lo que impidió la victoria de la clase obrera española en los años 30.
En un sentido general, puede decirse que los verdugos de la revolución española fueron, por un lado, los fascistas y, por el otro, la política criminal del estalinismo; pero esto es media verdad. En realidad, la derrota se produjo por la incapacidad del ala izquierda de la revolución (anarquistas y poumistas) de aprovechar las innumerables oportunidades que tuvieron para ponerse a la cabeza de las masas y tomar el poder. En última instancia, hay una responsabilidad fundamental en los dirigentes de la Izquierda Comunista, y posteriormente del POUM, quienes – en una mezcla de sectarismo, rutina, falta de confianza en sí mismos y fatalismo – se negaron en el momento oportuno a orientarse de manera enérgica y decidida hacia las organizaciones de masas que tenían en sus manos la llave para el triunfo de la revolución: el PSOE y la CNT. La revolución española prueba que, incluso a un grupo revolucionario relativamente pequeño, se le ofrecen enormes oportunidades para desarrollarse y jugar un papel revolucionario preponderante si tiene una clara orientación a las organizaciones de masas, y dispone de los cuadros, las ideas, las tácticas y consignas, el programa, la confianza y la decisión suficientes para aprovechar las oportunidades que se le presentan. Esa es la mayor lección para los revolucionarios socialistas de nuestra época.