Bajo el impacto de la crisis del capitalismo, muchos trabajadores han empezado a interesarse por la economía, tratando de entender las fuerzas que gobiernan su existencia. El objetivo de este trabajo consiste en ofrecer, no una exposición completa de la teoría económica, sino una introducción a las reglas básicas de funcionamiento del sistema capitalista.
La superficialidad de los economistas procapitalistas se revela por su incapacidad para entender la crisis de su sistema. Su función es esconder la explotación de la clase obrera y «demostrar» la superioridad del sistema capitalista. Sin embargo, sus «teorías» y «soluciones» no pueden hacer nada para remediar la decadencia del capitalismo. Sólo la transformación socialista de la sociedad y la introducción de una economía planificada puede acabar con el infierno del desempleo, la recesión y el caos.
El ala derecha de la dirección del movimiento obrero ha sustituido a Keynes, su viejo ídolo, por soluciones económicas «ortodoxas»: recortes presupuestarios, moderación salarial y deflación monetaria. Por su parte, la izquierda reformista todavía se aferra a las políticas capitalistas del pasado, de estímulo a través del consumo, restricciones a las importaciones, etc. – que ya han demostrado su total ineficacia.
Sólo un análisis marxista del capitalismo les permite a los trabajadores conscientes refutar las mentiras de los economistas burgueses y luchar contra su influencia dentro del movimiento obrero.
Las condiciones para la existencia del capitalismo
La producción moderna se concentra en manos de grandes empresas. Unilever, ICI, Ford, British Petroleum… Estas grandes empresas dominan nuestras vidas. Es cierto que hay empresas pequeñas, pero representan el modo de producción del pasado, no el del presente. La producción moderna es esencialmente masiva, a gran escala.
Hoy en día, 200 empresas y 35 bancos (o empresas financieras) controlan la economía británica, representando el 85% de la producción nacional. Este desarrollo se llevó a cabo durante los últimos siglos a través de la competencia despiadada, las crisis y las guerras. En el momento en que los economistas clásicos predecían el surgimiento del «libre comercio», Marx explicaba que la competencia conduciría al monopolio, al quedar eliminadas las empresas más débiles.
A primera vista, podría parecer que la producción de bienes está destinada principalmente a satisfacer las necesidades de la población. Esto es obviamente una necesidad que ha de ser respondida por cualquier forma de sociedad. Pero bajo el capitalismo, las mercancías no sólo se producen para satisfacer las necesidades de la gente sino principalmente para la venta. Esta es la función esencial de la industria capitalista. En palabras del Señor Stokes, ex presidente de British Leyland: «Estoy en el negocio para ganar dinero, no para hacer coches». Esta es una perfecta expresión de las aspiraciones de la clase capitalista en su conjunto.
El modo de producción capitalista implica la existencia de una serie de condiciones. En primer lugar, debe existir una gran clase de trabajadores desprovistos de propiedad [1] que. por lo tanto, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para vivir. Esto significa que, bajo el capitalismo, el concepto conservador de una «democracia de propietarios» es un absurdo, porque si la masa de la población poseyera la propiedad suficiente para satisfacer sus propias necesidades, los capitalistas no encontrarían trabajadores para generar sus ganancias.
En segundo lugar, los medios de producción deben estar concentrados en manos de los capitalistas. Durante muchos siglos, los pequeños agricultores y los que eran dueños de sus propios medios de subsistencia fueron eliminados sin piedad. Los capitalistas y los terratenientes se apropiaron de sus medios de vida, y contrataron asalariados para trabajar y producir plusvalía.
Valor y mercancías
¿Cómo funciona el capitalismo? ¿Cómo se explota a los trabajadores? ¿De dónde viene el beneficio? ¿Qué causa las recesiones?
Para responder a estas preguntas, primero debemos descubrir el problema clave, es decir, responder a la pregunta: ¿Qué es el valor? Una vez que este misterio esté resuelto, todo lo demás quedará dilucidado. La comprensión de lo que es el valor es esencial para la comprensión de la economía capitalista.
Para empezar, todas las empresas capitalistas producen bienes o servicios – o más correctamente, producen mercancías, es decir, bienes o servicios que sólo se producen para la venta. Por supuesto, uno puede producir algo para su propio uso personal. Antes del advenimiento del capitalismo, es lo que mucha gente hacía. Pero estos productos no eran mercancías. El capitalismo se caracteriza en primer lugar, en palabras de Marx, por «una inmensa acumulación de mercancías». Es por esta razón que Marx comenzó su investigación sobre el capitalismo analizando el carácter de la propia mercancía.
Toda mercancía tiene un valor de uso: es útil, al menos para algunas personas (de lo contrario no se podría vender). El valor de uso de una mercancía se limita a sus propiedades físicas.
Pero además de este valor de uso, cada mercancía tiene también un valor de cambio. ¿Cuál es este valor, y cómo se determina?
Si, por el momento, dejamos de lado la cuestión del dinero, nos encontramos con que las mercancías se intercambian de acuerdo a ciertas proporciones. Por ejemplo:
Un par de zapatos o un reloj o 3 botellas de whisky o 1 un neumático de automóvil = 10 metros de tela
Cada uno de los distintos objetos mencionados pueden ser intercambiados por 10 metros de tela. En las mismas proporciones, también pueden intercambiarse entre sí.
Este simple ejemplo muestra que el valor de cambio de estos diferentes productos básicos expresa una equivalencia de algo que está contenido en ellos. Pero ¿Qué es lo que hace que un par de zapatos = 10 metros de tela? ¿O un reloj = 3 botellas de whisky – y así sucesivamente?
Está claro que debe haber algo común a estos productos diferentes. Es evidente que no es su peso, su color o consistencia. Y tampoco tiene algo que ver con su utilidad. Después de todo, el pan (requisito indispensable) tiene mucho menos valor que un Rolls Royce (que es un artículo de lujo). Por lo tanto, ¿cuál es su cualidad común? Lo único que tienen en común es que son productos del trabajo humano.
La cantidad de trabajo humano contenido en una mercancía se expresa en tiempo: semanas, días, horas, minutos. En otras palabras, todos los productos mencionados en nuestro ejemplo se pueden expresar en términos de lo que tienen en común: el tiempo de trabajo. Es el siguiente:
5 horas (de trabajo) para zapatos
5 horas (de trabajo) para neumático
5 horas (de trabajo) para reloj
5 horas (de trabajo) para whisky
El trabajo
Si consideramos las mercancías como valores de uso (dado que son útiles), las vemos como productos de un determinado tipo de trabajo – el trabajo del zapatero, relojero, etc. Pero en el intercambio, las mercancías se consideran de manera diferente. Su carácter especial se pone a un lado y aparecen como otras tantas unidades de trabajo en general, o de «trabajo medio».
Es cierto que las mercancías producidas por mano de obra cualificada tienen más valor que las producidas por mano de obra no cualificada. Por lo tanto, en el intercambio, las unidades de mano de obra cualificada se reducen a tantas unidades de mano de obra no cualificada. Por ejemplo, podríamos tener la relación: 1 unidad de mano de obra cualificada = 3 unidades de mano de obra no cualificada. En otras palabras, siguiendo este ejemplo, la mano de obra cualificada valdría tres veces más que la mano de obra no cualificada.
Por lo tanto, el valor de una mercancía se determina por la cantidad de «trabajo medio» necesario para su producción (es decir, el tiempo de trabajo necesario para producirla). Pero si nos detuviéramos aquí, podría parecer que los trabajadores más lentos producen más valor que… ¡Los trabajadores más eficientes!
Tomemos el ejemplo de un zapatero que, para producir sus zapatos, utilizara los métodos obsoletos de la Edad Media. En estas condiciones necesitaría un día entero para hacer un par de zapatos. Pero al tratar de vender sus zapatos en el mercado, se daría cuenta de que no puede pedir más, en términos de precio, que un calzado similar producido en plantas modernas y mejor equipadas.
Si estas plantas modernas producen un par de zapatos, digamos, en media hora, contendrán menos trabajo (menos valor), y se venderán a precios más bajos. Por lo tanto, aquel que fabricara zapatos similares con métodos medievales pronto se arruinaría. Después de media hora, el trabajo que realiza para producir sus zapatos se convertiría en trabajo perdido, trabajo innecesario en condiciones modernas de producción. Si quiere evitar la quiebra, se verá obligado a adoptar técnicas modernas y producir zapatos en un tiempo por lo menos igual al desarrollado por la sociedad.
En cada época dada, a la que corresponde un «trabajo medio» determinado por un cierto nivel de técnica, de métodos de producción, etc., todas las mercancías requieren un tiempo dado para su producción. Este tiempo es determinado por el nivel de la técnica productiva alcanzado por la sociedad en ese momento. Como dijo Marx, todas las mercancías han de producirse en un tiempo de trabajo socialmentenecesario. Cualquier tiempo de trabajo que se extienda más allá del tiempo de trabajo socialmente necesario será un trabajo innecesario, causando aumentos de precios y haciendo que el producto en cuestión no sea competitivo.
Por lo tanto, para ser exactos, el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo socialmente necesario incorporado en la misma. Naturalmente, este tiempo de trabajo está cambiando continuamente, a medida que se introducen nuevos métodos y técnicas de trabajo. La competencia arruina a los productores cuya tecnología no está evolucionando lo suficientemente rápido.
Así, podemos entender por qué las joyas son más valiosas que las mercancías de la vida cotidiana. Necesitamos más tiempo de trabajo socialmente necesario para encontrar y extraer piedras preciosas que para la fabricación de productos ordinarios. Su valor es mucho mayor.
Por otra parte, una cosa puede tener un valor de uso sin ningún tipo de valor de cambio, es decir, algo útil que no ha solicitado ningún tiempo de trabajo necesario para su producción: el aire, los ríos, los suelos vírgenes, etc. Por lo tanto, el trabajo no es la única fuente de riqueza (valores de uso), la naturaleza es otra.
De acuerdo con lo anterior, se observa que un aumento de la productividad, si se aumenta el número de cosas producidas (bienes materiales), puede reducir el valor de las cosas en cuestión – ya que contienen menos cantidad de trabajo. Por lo tanto, un aumento de la productividad se traduce en un aumento de la riqueza: con dos abrigos se pueden vestir a dos personas, con un solo abrigo, a una sola persona. Sin embargo, un aumento en la cantidad de riqueza material puede ser acompañado por una caída en su valor de cambio, ya que contiene menos tiempo de trabajo socialmente necesario.
El dinero
Históricamente, debido a las dificultades relacionadas con el intercambio mediante el trueque, un determinado tipo de mercancía se utilizaba con frecuencia como «moneda». A través de los siglos, uno de estos productos – el oro – se ha convertido en el «equivalente universal».
En lugar de decir que tal mercancía equivale a tal cantidad de mantequilla, de carne o de tejido, su valor se ha expresado en términos de oro. El precio es la expresión monetaria del valor. El oro fue adoptado como el equivalente universal debido a sus características. Se concentra un gran valor en un pequeño volumen, puede dividirse fácilmente en cantidades diferentes, y es también muy resistente.
Como con cualquier mercancía, el valor del oro se determina por la cantidad de tiempo de trabajo que incorpora. Digamos, por ejemplo, que se necesitan 40 horas para producir una onza de oro. Por lo tanto, todas las demás mercancías que requieren el mismo tiempo de producción tendrán el valor de una onza de oro. Las que sólo necesiten la mitad del tiempo valdrán dos veces menos, etc.
Así: una onza de oro = 40 horas de trabajo, 1/2 onza de oro = 20 horas de trabajo 1/4 de onza de oro = 10 horas de trabajo, por lo tanto un ciclomotor (40 horas de trabajo) = una onza de oro, una mesa (10 horas de trabajo) = 1/4 de onza de oro. Debido a los cambios permanentes en la tecnología y al aumento de la productividad del trabajo, los valores de las mercancías no dejan de fluctuar. En cuanto al intercambio entre las mercancías, el oro actúa como una medida. Dicho esto, aunque sea el más estable, el valor del oro también está en constante movimiento, dado que ninguna mercancía tiene un valor completamente fijo.
Los precios de las mercancías
La ley del valor rige el precio de los bienes. Como se explicó anteriormente, el valor de una mercancía es igual a la cantidad de trabajo que contiene. Y en teoría, el valor es igual al precio. Sin embargo, en realidad, el precio de una mercancía tiende a situarse por encima o por debajo de su valor real. Esta fluctuación es causada por diferentes influencias sobre el precio de venta, como la concentración de capital y el desarrollo de los monopolios. Las fluctuaciones entre la oferta y la demanda son también importantes. Si hay un excedente de dichas mercancías en el mercado, su precio tenderá a caer por debajo de su valor real, mientras que se elevará por encima de este valor en caso de escasez. Esto llevó a los economistas burgueses a considerar la relación entre la oferta y la demanda como el único factor que determina el precio de una mercancía. Sin embargo, fueron incapaces de explicar por qué el precio siempre fluctúa en torno a un cierto punto predeterminado. Ahora bien, este punto no se halla fijado por la oferta y la demanda, sino por el tiempo de trabajo necesario para producir las mercancías. Un camión siempre valdrá más que una bolsa de plástico.
El beneficio
Algunos «listillos» inventaron la teoría según la cual los beneficios provienen de vender más caro de lo que se compra. En Salario, Precio y Ganancia, Marx explica lo absurdo de este argumento:
“Lo que uno ganase constantemente como vendedor, tendría que perderlo continuamente como comprador. No sirve de nada decir que hay gentes que son compradores sin ser vendedores, o consumidores sin ser productores. Lo que éstos pagasen al productor tendrían que recibirlo antes gratis de él. Si una persona toma vuestro dinero y luego os lo devuelve comprándoos vuestras mercancías, nunca os haréis ricos, por muy caras que se las vendáis. Esta clase de negocios podrá reducir una pérdida, pero jamás contribuir a obtener una ganancia.”
La fuerza de trabajo
Al tomar en consideración los diferentes «factores de producción» relativos al funcionamiento de su empresa, el capitalista considera al «mercado laboral» como una rama más de entre las muchas que constituyen el mercado general.
Las habilidades y capacidades de los trabajadores son para él como objetos, entre otros bienes. Por lo tanto, lo que contrata realmente son «brazos».
Aquí es necesario establecer claramente lo que el capitalista le compra al trabajador. De hecho, lo que el trabajador vende no es su trabajo sino su capacidad para trabajar – lo que Marx llamaba su fuerza de trabajo.
La fuerza de trabajo es una mercancía cuyo valor está sujeto a las mismas leyes que otras mercancías. Este valor también está determinado por el tiempo de trabajo necesario para su producción. Sin embargo, la fuerza de trabajo es la capacidad para trabajar del obrero que es «consumida» por el capitalista durante la jornada laboral. Pero eso presupone la existencia, la fuerza y la salud del trabajador. Por lo tanto, la producción de la fuerza de trabajo significa el «mantenimiento» del trabajador – y su reproducción, que le proporciona al capitalista una nueva generación de «brazos».
Por lo tanto, el tiempo de trabajo necesario para el mantenimiento del trabajador – de su capacidad para trabajar – es igual al tiempo de trabajo necesario para la producción de sus medios de subsistencia y los de su familia: alimentos, ropa, vivienda, etc. La cantidad que esto representa varía según los diferentes países, climas y épocas históricas. Lo que es suficiente para la subsistencia de un trabajador de Calcuta no sería suficiente para un minero galés. Lo que era suficiente para la subsistencia de un minero galés de hace 50 años no sería suficiente para un metalúrgico en la actualidad. A diferencia de otras mercancías, aquí se introduce un elemento histórico e incluso moral. Dicho esto, en un país determinado, en un momento dado de su desarrollo histórico, un determinado «nivel de vida” general se establece. Dicho sea de paso, es precisamente la creación de nuevas necesidades lo que constituye el motor de todas las formas de progreso humano.
¿Una estafa?
En una determinada fase de desarrollo de la técnica capitalista, además de la reproducción cotidiana de la fuerza de trabajo y de la clase trabajadora, los capitalistas también deben proporcionarles a los trabajadores lo suficiente para garantizar el nivel de educación requerido por la industria moderna, que ayuda a mantener e incrementar su productividad.
A diferencia de otras mercancías, la fuerza de trabajo se paga después de haberse consumido. Por lo tanto, antes de recibir su salario, Los trabajadores han de concederles un préstamo sin intereses, por así decirlo, a los empresarios!
Pero, a pesar de esto, el trabajador no ha sido estafado. Él dio su libre consentimiento al acuerdo alcanzado. Al igual que ocurre con todas las demás mercancías, se intercambian valores equivalentes: la mercancía del trabajador, su fuerza de trabajo, le fue vendida al empresario a «precios de mercado». Todo el mundo queda satisfecho. Y si el trabajador no lo está, queda libre para marcharse y buscar trabajo en otra parte – si lo consigue.
Pese a todo, la venta de fuerza de trabajo plantea un problema. Si «nadie queda estafado», si el trabajador recibe en forma de salario el valor total de su mercancía, ¿En qué consiste entonces la explotación? ¿De dónde procede la ganancia obtenida por el capitalista?
La explicación radica en el hecho de que lo que el trabajador ha vendido, no es su trabajo (que se realiza en el proceso de producción), sino su fuerza de trabajo – su capacidad para trabajar. Una vez que el capitalista la ha comprado, es libre de usarla como considere oportuno. Como explicó Marx: «Una vez que el trabajador entra en el lugar de trabajo, el valor de uso de su fuerza de trabajo así como su utilización, que consiste en trabajo, pertenece al capitalista».
La plusvalía
Como veremos en el siguiente ejemplo, la fuerza de trabajo que el capitalista compra es la única mercancía que, cuando se consume, produce un valor añadido más allá de su valor intrínseco.
Tomemos como ejemplo un trabajador que hila algodón. Supongamos que se le paga 5 euros por hora y que trabaja ocho horas al día. Después de cuatro horas, se produce una determinada cantidad de hilado por valor de 100 euros. Este valor de 100 euros se puede dividir de la siguiente manera:
Materias primas: 50 euros (de algodón, huso, electricidad)
Deterioro: 10 euros (uso y desgaste)
Nuevo valor: 40 euros.
El nuevo valor que se creó en cuatro horas basta para pagar el salario del trabajador por las ocho horas de su jornada completa. En este momento, el capitalista ha cubierto todos sus gastos (incluidos todos los «costes salariales»). Pero por ahora, aún no se ha creado plusvalía (ganancia) alguna todavía.
Durante las próximas cuatro horas, el trabajador volverá a producir 50 kilos de hilado, que siguen valiendo 100 euros. Y de nuevo, 40 euros de nuevo valor se crearán. Pero esta vez los costes salariales ya están cubiertos. Por lo tanto, este nuevo valor (40 euros) constituye la plusvalía. Tal y como decía Marx, la plusvalía (o ganancia) es el trabajo no remunerado de la clase obrera. De ésta misma procede la renta del terrateniente, el interés del banquero y las ganancias del empresario.
La jornada de trabajo
El secreto de la producción de plusvalía radica en el hecho de que el trabajador continúa trabajando mucho tiempo después de haber producido el valor necesario para reproducir su fuerza de trabajo (su salario). «El hecho de que medio día de trabajo sea suficiente para mantener al obrero vivo, no impide de ninguna manera que trabaje todo el día» (Marx).
El trabajador ha vendido su mercancía y no se puede quejar de cómo se utiliza, del mismo modo que un sastre no puede vender una chaqueta y pedirle a su cliente que no la lleve tan a menudo como lo desee. Por lo tanto, la jornada de trabajo está organizada por el capitalista con el fin de sacar el máximo provecho de la fuerza de trabajo que compró. Aquí es donde radica el secreto de la transformación del dinero en capital.
El capital constante
En la propia producción, la maquinaria y las materias primas pierden su valor. Se consumen gradualmente y transfieren su valor a la nueva mercancía. Esto es evidente en el caso de las materias primas (madera, metal, aceite, etc.), que se ven completamente consumidas en el proceso de producción, para volver a aparecer en las propiedades del artículo producido.
Las máquinas, por el contrario, no desaparecen de la misma manera. Pero se deterioran durante la producción. Mueren lentamente. Y es tan difícil determinar la esperanza de vida de una máquina como la de un individuo. Pero, al igual que las compañías de seguros realizan, gracias a los promedios estadísticos, unos cálculos muy precisos (y rentables) respecto a la esperanza de vida de las personas, los capitalistas pueden determinar, mediante la experiencia y el cálculo, cuánto tiempo una máquina debería ser utilizable.
El deterioro de la maquinaria, su pérdida diaria de valor, se calcula sobre esta base y se añade al coste del artículo producido. Por lo tanto, los medios de producción, añaden su propio valor a las mercancías mientras se van deteriorando durante el proceso de producción. Los medios de producción no pueden, por consiguiente, transferir a la mercancía más valor de la que pueden perder en el proceso de producción. Es por eso que se les llama «capital constante».
El capital variable
Mientras que los medios de producción no añaden un nuevo valor a los productos, sino que solo se deterioran, la fuerza de trabajo sí les añade un nuevo valor mediante la acción del trabajo mismo. Si el proceso de trabajo hubiese de detenerse cuando el trabajador hubiera producido artículos con un valor igual a los de su fuerza de trabajo (después de cuatro horas – 40 euros – en nuestro ejemplo) el valor adicional creado por su trabajo se reduciría a eso.
Sin embargo, el proceso de trabajo no se detiene allí. De lo contrario, la ganancia sería equivalente a la que el capitalista debe abonarle al trabajador. Sin embargo, los capitalistas no contratan trabajadores por caridad, sino con fines de lucro. Después de haber «libremente» aceptado trabajar para el capitalista, el trabajador debe trabajar el tiempo suficiente para producir un valor más alto que el que recibirá como salario.
Los medios de producción (maquinaria, equipo, edificios, etc) y la fuerza de trabajo – ambos considerados como «factores de producción» por los economistas burgueses – representan las diferentes formas que reviste el capital original en la segunda etapa del proceso de producción capitalista: dinero (compra) – mercancía (producción) – dinero (venta).
Los economistas burgueses consideran estos factores como equivalentes. El marxismo, por su parte, distingue entre la parte del capital que no se ve afectada por ningún cambio en su valor durante el proceso de producción (maquinaria, herramientas y materias primas), es decir, el capital constante (C), y la parte, representada por la fuerza de trabajo, que crea un nuevo valor, es decir, el capital variable (V). El valor total de una mercancía se compone de capital constante, capital variable y plusvalía, es decir: C + V + Pv.
Trabajo necesario y plustrabajo
El trabajo realizado por los asalariados se puede dividir en dos partes:
- El trabajo necesario. Esta es la parte del proceso de producción necesaria para cubrir los costes salariales.
- El plustrabajo (o trabajo no remunerado). Este es el trabajo realizado en adición al trabajo necesario, y que produce ganancia.
Para aumentar las ganancias, el capitalista siempre busca reducir la proporción de los costes salariales. Para ello, trata, en primer lugar, de alargar la jornada laboral, y en segundo lugar, aumentar la productividad (lo que permite cubrir el coste de los salarios de forma más rápida). En tercer lugar, se opone a cualquier aumento de los salarios y cuando surge la oportunidad, no duda en reducirlos.
La tasa de ganancia
En la medida en que todo el propósito de la producción capitalista es la extracción de plusvalía del trabajo de la clase obrera, la proporción de capital variable (salarios) y la plusvalía (ganancia) tienen una gran importancia. El aumento de uno de estos dos valores solo puede darse a expensas del otro. En última instancia, el aumento o la reducción de la proporción de la plusvalía constituye el elemento esencial de la lucha de clases bajo el capitalismo. Se trata de una lucha por el reparto, entre salarios y ganancias, de las riquezas creadas.
Lo que importa para el capitalista, no es tanto la cantidad de plusvalía producida sino la tasa de plusvalía. Por cada euro de capital que invierte, espera el mayor rendimiento posible. La tasa de plusvalía es la tasa de explotación del trabajo por el capital. Se puede definir como Pv / V, donde Pv es la plusvalía y V el capital variable – es decir, por la proporción entre plustrabajo y trabajo necesario.
Por ejemplo, en una pequeña empresa, supongamos que un capital total de 500 euros se divide entre el capital constante (400 euros) y el capital variable (100 euros). Digamos que a través del proceso de producción, el valor de las mercancías aumentó en 100 euros.
Por lo tanto: (C + V) + Pv = (400 + 100) + 100 = 600 euros.
Es el capital variable el que constituye el trabajo vivo: es el que produce el nuevo valor (plusvalía). Por lo tanto, el aumento relativo del valor producido por el capital variable nos da la tasa de plusvalía: Pv / V = 100 euros/100 euros, lo que representa una tasa de plusvalía del 100%.
La tendencia a la caída de la tasa de ganancia
Bajo la presión de la competencia nacional e internacional, los capitalistas se ven obligados a revolucionar constantemente los medios de producción y aumentar la productividad. La necesidad de ampliar sus negocios les obliga a dedicar una proporción creciente de su capital a la maquinaria y las materias primas, y una parte cada vez menor a la fuerza de trabajo, lo cual provoca una reducción de la proporción de capital variable en relación al capital constante. Con la automatización y la tecnología industrial viene la concentración del capital, la liquidación de las pequeñas empresas y la dominación de la economía a través de grupos gigantescos. Esto representa un cambio en la composición orgánica del capital.
Sin embargo, ya que sólo el capital variable (fuerza de trabajo) constituye la fuente de la plusvalía (ganancia), una mayor inversión en capital constante conduce a una tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Con las nuevas inversiones, las ganancias pueden crecer enormemente, pero el crecimiento tiende a ser menos importante que la inversión.
Tomemos como ejemplo el de un pequeño capitalista con un capital total de 150 euros que se divide en 50 euros de capital constante y 100 euros de capital variable. Emplea a 10 hombres para fabricar mesas y sillas por 10 euros al día. Después de un día de trabajo, se produjo un valor total de 250 euros.
Así:
Capital variable (salarios) o V: 100 euros
Capital constante (máquinas, equipos) o C: 50 euros
Plusvalía (ganancia) o Pv: 100 euros
La tasa de plusvalía se puede calcular de la siguiente manera: Pv / V = 100/100 = 100%. La tasa de ganancia, por su parte, es la proporción entre la plusvalía y el capital global. En nuestro ejemplo, la tasa de ganancia es la siguiente: plusvalía (Pv) / capital global (C + V) = 100 euros/150 = 66,6%.
Al aumentar la proporción de capital constante, la tasa de ganancia cae. En el mismo ejemplo, manteniendo la misma tasa de plusvalía, si pasamos el capital constante de 50 a 100 euros, tenemos una tasa de ganancia de:
Pv / (C + V) = 100 euros /200 euros = 50%. Si se aumenta a 200 euros la cantidad de capital constante, en igualdad de condiciones, tenemos:
Pv / (C + V) = 100 euros /300 euros = 33,33 % de tasa de ganancia. Y así sucesivamente.
A este aumento del capital constante, los marxistas lo llamamos «aumento de la composición orgánica del capital», y consideramos este desarrollo de las fuerzas productivas como un fenómeno progresivo. Esta tendencia tiene sus raíces en la naturaleza del modo de producción capitalista, y fue uno de los principales problemas a los que los capitalistas se han enfrentado durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. La masa de plusvalía aumenta, pero el aumento del capital constante es proporcionalmente mayor. Esto se traduce en una tasa decreciente de ganancia. Los capitalistas no dejaron de tratar de superar esta contradicción a través de la creciente explotación de los trabajadores – lo que aumenta la masa de plusvalía y por lo tanto, la tasa de ganancia – por medios distintos de la inversión. Para ello, aumentan la intensidad de la explotación de diversas maneras, por ejemplo, por velocidades de las máquinas cada vez mayores, el aumento de la carga de trabajo de cada trabajador o alargando la jornada de trabajo. Otra manera de restaurar la tasa de ganancia es la reducción de salarios de los trabajadores por debajo de su valor nominal (por la devaluación de la moneda, por ejemplo).
Las mismas leyes del capitalismo generan enormes contradicciones. La búsqueda de beneficios a la que los capitalistas se dedican de forma continua, da impulso a la inversión, pero la introducción de nuevas tecnologías aumenta el desempleo. Sin embargo, paradójicamente, la única fuente de ganancia es el trabajo de los asalariados.
La exportación del capital
La fase superior del capitalismo – el imperialismo – se caracteriza por una exportación masiva de capitales. La búsqueda de una mayor tasa de ganancia lleva a los capitalistas a invertir grandes sumas de dinero en el extranjero, en países donde la composición del capital es menor. Por último, conforme a lo previsto por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, el modo de producción capitalista ha acabado por extenderse al mundo entero.
Una de las principales contradicciones del capitalismo radica en el problema evidente que la clase obrera, como consumidora, ha de poder comprar lo que produce. Pero ya que no recibe bajo la forma de salario el valor total de su trabajo, no tiene los medios suficientes para ello. Los capitalistas tratan de resolver esta contradicción mediante la reinversión de la plusvalía en las fuerzas productivas. También tratan de vender sus excedentes en el mercado mundial en competencia con los capitalistas de otros países. Pero hay límites para esto, ya que todos los capitalistas del mundo están jugando al mismo juego. Por último, los capitalistas recurren al crédito a través del sistema bancario con el fin de aumentar artificialmente el poder adquisitivo de la población e impulsar la venta de productos que de otra manera no se venderían. Pero este método también tiene sus límites, ya que los créditos, con el tiempo, han de devolverse, con interés añadido.
Esto explica por qué, de forma periódica y regularmente, las fases de crecimiento son seguidas por períodos de recesión. La lucha febril por las cuotas de mercado provoca una crisis de sobreproducción. La naturaleza destructiva de estas crisis, acompañadas por la destrucción generalizada de capital acumulado (el cierre de fábricas, el abandono de las industrias), es indicio suficiente del callejón sin salida que representa el sistema capitalista.
Todos los factores que llevaron al crecimiento posterior a la Segunda Guerra Mundial han allanado el camino para las crisis y las recesiones. Lo que caracteriza la época actual, es la crisis orgánica que afecta al sistema capitalista. Si el capitalismo no se erradica, en algún momento, la clase obrera se enfrentará a una crisis como la de 1929. La humanidad no puede evitar el caos, el despilfarro masivo y la barbarie inherente al capitalismo, sin derrocar este sistema anárquico. Al eliminar la propiedad privada de los medios de producción, la sociedad podrá escapar a las leyes del capitalismo y desarrollarse de manera racional y planificada. Las gigantescas fuerzas productivas acumuladas en el marco del sistema capitalista permitirían acabar de una vez por todas con este escándalo que representa las crisis de sobreproducción en un mundo asolado por el hambre y la escasez. La eliminación de la contradicción entre, por una parte, el desarrollo de las fuerzas productivas y, por otra, el Estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción, podría sentar las bases para la planificación internacional de la producción.
Sobre la base del socialismo, gracias a la ciencia y la tecnología modernas, el mundo podría transformarse en tan sólo una década. La transformación socialista de la sociedad es la tarea más urgente de la clase obrera mundial. La comprensión de la teoría económica de Marx es un arma indispensable en la lucha por el socialismo en Europa y en todo el mundo.