Con el comienzo del siglo XX llegaron también la aceleración industrial y, por lo tanto, el ensanchamiento de la clase obrera en Rusia. En esos momentos menos de quinientas compañías empleaban a más de un millón de trabajadores. Los cambios en la composición social quedaron claros a través del movimiento huelguístico.
La militancia y politización de la clase obrera se agudizó gracias a la condición crítica de Rusia entre 1900 y 1903, cuando cerraron cerca de 3 mil fábricas y 100 mil trabajadores fueron despedidos. La represión zarista también se expresó frente a las huelgas masivas de campesinos, obreros y estudiantes, aunque no consiguieron extinguir la manifestación de las clases explotadas. En la sociedad rusa se respiraba un aire de consciencia; lo que hacía falta era una dirección revolucionaria.
Pintado este paisaje, reanudemos la narración comenzada en el la edición pasada de este periódico (Véase “El Joven Lenin y el Nacimiento del marxismo ruso”), acerca de la vida de uno de los revolucionarios más importantes de toda la Historia: Vladimir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin.
¡Una chispa encenderá la llama!
Tras haber sido exiliado y turbado en la publicación de un periódico revolucionario, Vladimir, en conjunto con Mártov y Potrésov, alista la creación de otra prensa con la que insinúa protestar en contra de las corrientes liberales, consideradas antirrevolucionarias. El exilio les obligaba a reunir aún más fuerzas, lo que le propusieron a Plejánov, también exiliado y estimado por su aporte en la formación del marxismo ruso. En un primer momento les rechazó. Uliánov escribía: “…jamás en mi vida había experimentado por ningún hombre una estima y un respeto tan sinceros (…) y jamás había recibido tan brutal puntapié”.
Gracias a la insistente y comprensible necesidad del proyecto, Plejánov cedió, a cambio de tener un voto decisivo en el Comité de Redacción integrado por seis, donde también estaban incluidos viejos miembros del Grupo de Emancipación del Trabajo: Axelrod y Zasúlich. Los malestares internos, como la oposición de Vladimir hacia los liberales, que los viejos editores juzgaban muy dura, no fueron resueltos, a pesar de cierta conciliación y, a decir verdad, estuvieron siempre presentes. Antes de concluir 1900 ya se había publicado su primera edición. El periódico fue bautizado Iskra y en la portada se leía esta frase: “¡Una chispa encenderá la llama!”.
El éxito de Iskra se debe a que supo responder a una serie de necesidades que conlleva una clase obrera en incremento, movilizada y con ansias de organización. En sus páginas se leía la réplica teórica a las ideas economicistas, explicación de la política externa, denuncia de crímenes zaristas e informes de la situación obrera; todo en un lenguaje accesible para los trabajadores, quienes le tenían buena estima a cada edición que llegaba desde el extranjero.
Iskra y Lenin —que ya en 1901 adopta ese pseudónimo— residían en Alemania. Los ejemplares se enviaban al interior de su patria en maletas de doble fondo y prendas especialmente cosidas. Adecuaron establecimientos de imprenta dentro de Rusia y con eso se aseguraba cubrir cierta demanda, pero sin garantías, por la situación clandestina.
Este trabajo requería de mucho dinero y esfuerzo; afortunadamente, se involucraron cada vez más personas a tiempo completo como representantes de Iskra, quienes favorecían la divulgación de la tendencia que el periódico representaba: organización colectiva. A pesar de que muchas de esas personas fueron detenidas, la tendencia no. La situación rusa demandaba propuestas inteligentes para conseguir mejorar y Lenin sabía con qué papel se debía imprimir Iskra.
¿Qué hacer?
El pensamiento de Lenin ante todo el panorama era claro y guiaba sus acciones, pero le provocó altercados en muchas ocasiones. Su intención la plasmó de una forma brillante en sus obras ¿Por dónde empezar?, Carta a un camarada y el más polémico ejemplo: ¿Qué hacer?, publicado en 1902. El texto busca exponer, entre otros puntos, la adoración de los economicistas hacia la “espontaneidad”. En ese sentido, fue tan contundente que se le critica por haber caído en el opuesto extremo. En uno de los párrafos se lee: “La consciencia socialista es algo introducido desde afuera en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente dentro de ella”. Por afirmaciones como ésta, aparentaba decir que la clase obrera solamente se puede permitir una lucha sindical y que los intelectuales tenían mayor peso en la lucha revolucionaria. Más tarde, el autor aceptaría estos tintes en su pluma diciendo que había “torcido el bastón torcido por los economicistas” para “enderezar las cosas”.
La idea de Lenin se refería a entregar atención y esfuerzo en llevar a cabo un movimiento profesionalizado que sea capaz de organizarse respetando la naturaleza del obrero, “concentrar todas las gotitas (…) en un único torrente gigantesco” y limpiarse de quienes no saben jerarquizar correctamente la revolución social. En ese entonces existían muchas “organizaciones” que decían hablar por el apenas existente Partido Obrero Social Demócrata Ruso (POSDR), y no se podía confiar en la confusión ideológica que esto causaba para liderar a las masas ya movilizadas por la crisis en el país.
El trabajo que se hace para llevar a cabo el periódico era para Lenin el centro de la organización. Inercialmente, dedicarse a su divulgación “obliga ya a crear una red de agentes locales del Partido único (…) que conozcan el estado general de las cosas, que se acostumbren a cumplir sistemáticamente funciones parciales de una labor realizada en toda Rusia y que prueben sus fuerzas en la organización de distintas acciones revolucionarias”. Por ello es que este revolucionario enfatizaba la entrega al buen cumplimiento de esta tarea.
II Congreso POSDR
Para 1903, cuando los iskristas salieron de la Unión de Social Demócratas del Extranjero para formar la Liga de Social Demócratas Revolucionarios en el Extranjero, los economicistas y el Bund se sabían en minoría, por lo que intentaron sabotear a la Liga. Les resultó contraproducente: el trabajo de convocar al siguiente congreso del POSDR recayó en Iskra; prácticamente en Lenin.
La llegada de un joven de 22 años apodado Pluma, alegró a Lenin, quien con mucho entusiasmo intentó anexarlo al Comité para agilizar las votaciones, además de afirmar que “es un hombre de nuestra tendencia”. Dicha propuesta requería unanimidad, cosa que Plejánov no permitió. El joven, después mejor conocido como Trotsky, se retiró a París y con él la oportunidad de poner nuevas bases en un equipo viejo.
En julio de 1903 comenzó el II Congreso del POSDR. Trece sesiones después, se mudó de Bruselas a Londres, ahora con las precauciones que no tomaron antes para pasar desapercibidos por la policía. El congreso representaba a miles de miembros al interior de Rusia y la mayoría de los delegados tenía menos de treinta años de edad. El apoyo lo tenía Iskra y buena parte de los acuerdos le fueron otorgados. Nadie esperaba una polémica importante, ni siquiera por el duro trato que tenía Lenin hacia los liberales, pero la hubo, y fue originada no sólo en el mismo Comité de Redacción, sino en la troika donde inició Iskra.
Ante la cuestión de la 22ª sesión: ¿Quién es un miembro?, Lenin respondía que lo es quien acepte el Programa del Partido y participe activamente en alguna célula de éste; Mártov se deslindaba de ese último requisito, para “tener cuidado de no dejar fuera de las filas del partido a gente que conscientemente, aunque no muy activamente, se asocia con el Partido”. Esta pequeña variación provocó una brutal fragmentación: iskristas duros y blandos o, aunque todavía no se distinguían las diferencias que les caracterizarían, bolcheviques y mencheviques.
Los argumentos de Lenin obedecían a la necesidad de formar un Partido tan estable como fuerte, con distinción entre miembros y simpatizantes, con la disposición, sin embargo, de llegar a un acuerdo y prevenir la exageración de las disputas organizativas. La postura de Mártov, en cambio, tenía inscrita mucha más oposición que sólo la diferencia entre las propuestas.
Un paso adelante, dos pasos atrás
La discusión en el Congreso de refundación marcó el inicio de una separación política y organizativa entre los dos grupos. A lo largo de los años siguientes los bolcheviques y mencheviques continuarían distanciándose en sus enfoques políticos y sus tácticas, hasta llegar a la diferencia fundamental entre la posición de independencia de clase de los bolcheviques y la de conciliación de clases defendida por los mencheviques.
Gradualmente, las decisiones tomadas en el Congreso se disolvieron y fue bloqueada la participación de Lenin. Un año más tarde, escribió Un paso adelante, dos pasos atrás, donde defiende los principios que rigieron su postura y critica la voluntad de mantener la organización como un club de discusión.
Esta separación materializó la resistencia reformista (economicista y menchevique) que impregnó las críticas a las proyecciones de Lenin, a quien podemos definir como un realista revolucionario, con conclusiones prácticas audaces y continuamente en busca de una aplicación concreta y revolucionaria de la teoría.
Afortunadamente, esta biografía no termina en estos párrafos. Es aún abundante lo que tenemos por aprender de su historia y pensamiento, hemos de ser capaces de usarlo como herramienta para dirigir la organización por la lucha de la revolución socialista. Por ello, a cien años de su muerte decimos: ¡Viva Lenin!