La condena de Chauvin está muy lejos de rendir justicia a George Floyd y a todos aquellos que se enfrentan constantemente a la brutalidad policial. El hecho de que un policía individual «rinda cuentas» por sus acciones es un gesto simbólico que surge en respuesta a la enorme movilización de las masas durante las protestas del año pasado.
El levantamiento del verano pasado no solo fue a causa del asesinato de George Floyd, fue una explosión fruto de la indignación reprimida por el constante acoso y explotación que millones de personas oprimidas experimentan todos los días. Solamente en Minneapolis, la policía mató a casi 50 hombres negros en los últimos 20 años. Entre 2013 y 2020, los agentes de policía de Estados Unidos mataron a más de 9.000 personas, una cuarta parte de ellas negras. Al asesinato de Floyd le siguió poco después el asesinato de Breonna Taylor en Kentucky y el tiroteo de Jacob Blake en Wisconsin. El movimiento pidió justicia, no solo para George Floyd, sino también para todas las víctimas sin nombre cuyos asesinos con uniforme azul nunca tuvieron que sentarse delante de un tribunal.
En los últimos ocho años, solo 151 de los homicidios policiales documentados dieron lugar a que los agentes fueran acusados de un delito y menos aún, condenados. Eso equivale a solo el 1,6%. Por poner un ejemplo, el oficial que disparó descaradamente a Jacob Blake en Kenosha no ha sufrido ninguna consecuencia por sus acciones. Tampoco se refleja en estas estadísticas porque sigue vivo, paralizado de cintura para abajo tras recibir siete disparos por la espalda a quemarropa. Los agentes que asesinaron a Breonna Taylor no fueron imputados. Tampoco lo fue el oficial de Chicago que disparó contra Adam Toledo, de 13 años, a pesar de las imágenes gráficas de la cámara corporal que muestran al niño levantando las manos justo antes de su asesinato.
Desde el comienzo del juicio de Chauvin el 29 de marzo, la policía ha matado a más de tres personas por día. Y el 11 de abril, antes de que la defensa de Chauvin pudiera siquiera presentar su caso, Daunte Wright fue asesinado por la policía en Brooklyn Center, a poca distancia del centro de Minneapolis.
Hubo una respuesta inmediata a este último asesinato, cientos de personas se manifestaron en señal de protesta. La Guardia Nacional, que estaba preparada y lista para el veredicto de Chauvin, se desplegó antes de lo previsto. El gobernador Demócrata Tim Walz notificó a los habitantes de Minnesota que la «mayor presencia policial en la historia de Minnesota» impondría un toque de queda, que convenientemente comenzaría a las 7 p.m., la hora a la que estaba convocada la manifestación tras el asesinato de Wright. Los manifestantes se congregaron de todos modos y se enfrentaron a una feroz represión, balas de goma y gases lacrimógenos que causaron heridos casi todas las noches. Lejos de ser una demostración de fuerza, esta violencia policial contra los manifestantes, junto con el veredicto de culpabilidad de Chauvin, muestra que la clase dominante está profundamente preocupada por otro movimiento de masas. Las protestas de Black Lives Matter del año pasado infundieron miedo en los corazones de la clase dominante. En su apogeo, vimos al presidente Trump escondido en un búnker subterráneo, amenazando con usar todo el poder del ejército contra civiles desarmados.
Biden se acerca a sus casi cien días en el cargo. Después de cuatro turbulentos años de presidencia de Trump, la burguesía buscaba restablecer la credibilidad de su sistema. Pero, junto con el palo, también se está utilizando la zanahoria. Durante el juicio, Biden llamó a la familia de George Floyd para decirle que estaba «en sus oraciones» y trasladarles su esperanza por que hubiera un veredicto “correcto»; la congresista Maxine Waters dijo que esperaba que Chauvin fuera declarado «culpable, culpable, culpable». Incluso el jefe de policía testificó diciendo que las acciones de Chauvin sobrepasaban los límites. El veredicto de culpabilidad es parte de un esfuerzo concertado de la clase dominante para demostrar que el sistema de justicia es «justo», con el fin de evitar otro estallido de millones de personas en todo el país.
Dado lo mucho que está en juego, el gobierno hizo un esfuerzo por controlar la información, el discurso y la “estabilidad” durante el juicio. Poco antes de que comenzaran los procedimientos, el gobierno de Minneapolis levantó barricadas alrededor del palacio de justicia, la imagen misma de un sistema de justicia «libre, justo e inspirador de confianza». En coordinación con el gobernador Walz, la ciudad de Minneapolis desplegó 2.000 efectivos de la Guardia Nacional durante la duración del juicio como parte de la «Operación Red de Seguridad». La policía colocó alambre de púas alrededor de los edificios gubernamentales en un intento de intimidar a los manifestantes. No obstante, alrededor de 1.000 personas protestaron frente al Centro de Gobierno del condado de Hennepin, que estaba atrincherado, el primer día del juicio, y desde entonces ha habido protestas casi a diario.
La ciudad también trató de «influir» en la opinión pública sobre el juicio a través de un plan para contratar personas influyentes en las redes sociales para difundir información. Los anuncios se dirigían específicamente a las minorías étnicas de la zona, ofreciendo 2.000 dólares a seis personas cada una para que difundieran «mensajes aprobados y generados por la municipalidad». El Consejo Municipal de mayoría Demócrata trató de hacer lo que mejor saben hacer los Demócratas: cooptar a los líderes del movimiento para impulsar su agenda. Frente a la reacción de la opinión pública, estas «oportunidades de trabajo» finalmente se retiraron.
Además, los medios burgueses intentaron brindar una cobertura “neutral” y “precisa” durante el juicio, y el Estado acomodó un mayor grado de “transparencia” a la prensa, siendo este el primer juicio penal en la historia del Estado en ser televisado. Parte de esta cobertura «neutral» por parte del periódico St. Paul Pioneer Press incluyó las opiniones del profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Minnesota, Richard Frase, quien defendió la necesidad de encontrar jurados que «no tengan un juicio hecho sobre el caso» en zonas rurales del condado de Hennepin, que resultan ser predominantemente conservadoras y blancas.
Contrariamente a la idea de «imparcialidad» de Pioneer Press, los acusados negros son condenados 1,25 veces más a menudo por un jurado compuesto exclusivamente por blancos que los acusados blancos. Los grupos de 50 o 100 jurados potenciales generalmente solo tienen uno o dos jurados negros potenciales, si los hay, incluso en los condados más «diversos» del país. En este juicio, tanto la defensa como la fiscalía clasificaron a un grupo de 300 jurados. El jurado final de 12 y dos suplentes fue presentado como «más diverso que Minneapolis», lo que esencialmente quiere decir que no se componía solo de blancos.
Pero nunca puede haber una «imparcialidad» y «justicia» genuinas bajo el capitalismo, porque es la clase dominante la que establece las reglas de un sistema inherentemente racista. Como dice la conocida obra marxista El ABC del comunismo: “Cualquiera que sea la composición de la corte, sus decisiones están restringidas de acuerdo con los volúmenes de estatutos en los que se incorporan todos los privilegios del capital y toda la falta de privilegios de las masas trabajadoras”. No se puede exorcizar el racismo sistémico de la sociedad mediante una mayor «diversidad» en el aparato judicial o policial del sistema. La policía hace cumplir las leyes racistas aprobadas para defender los intereses de la minoría propietaria, y los tribunales las defienden y legitiman.
El sistema capitalista de justicia penal está especialmente manipulado contra los negros pobres de la clase trabajadora. Es ilegal ser recusado del jurado basándose únicamente en criterios de raza, pero los abogados pueden inventar fácilmente razones “neutrales en cuanto a la raza” para descalificarlos. Por ejemplo, el abogado de Chauvin, Eric Nelson, desestimó al posible jurado número 76, afirmando que el jurado «tenía un prejuicio contra el Departamento de Policía de Minneapolis», simplemente por su experiencia con el racismo cotidiano. El posible miembro del jurado había descrito que la policía cruzaba por su vecindario poniendo a todo volumen la conocida canción de Queen «Another one bites the dust” (Otro que muerde el polvo), después de un tiroteo o arresto en el área. Sin embargo, un miembro del jurado blanco seleccionado, que afirma tener una «visión neutral de Black Lives Matter» y se opone firmemente a retirar los fondos a la policía, no fue considerado «parcial».
Mientras George Floyd fue ejecutado extrajudicialmente por ser negro, los perros guardianes del capitalismo abrieron sus bolsillos para pagar una factura enorme. Chauvin recibió más de un millón de dólares en fondos legales de la Asociación de Oficiales de Policía y Paz de Minneapolis y tiene 11 abogados a su disposición, además de un abogado privado.
La defensa se basó en el argumento artificial de que la muerte de George Floyd no fue el resultado directo del estrangulamiento de nueve minutos, sino más bien, debido al uso de drogas y otros problemas de salud no relacionados. Pero la evidencia es clara y contradice claramente lo anterior: Floyd fue asfixiado lentamente hasta la muerte mientras suplicaba por su vida. La fiscalía mostró los videos de las cámaras de seguridad y teléfonos móviles al inicio del juicio. De entre los testigos que trajo la fiscalía, se encontraba un ex luchador, quien afirmó que Chauvin realizó lo que se llama un «estrangulamiento de sangre». Un patólogo forense con más de 36 años de experiencia resumió la autopsia claramente: «Las actividades de los agentes del orden resultaron en la muerte del Sr. Floyd».
En la mente de los millones de personas que vieron el video viral de los momentos finales de George Floyd, no había la menor duda de que fue brutalmente asesinado a plena luz del día y a sangre fría. Pero si bien el autor inmediato de este crimen racista fue Derek Chauvin, él fue solo un eslabón en una cadena de instituciones diseñadas para defender un sistema de explotación y racismo. El capitalismo engendra la necesidad de una fuerza armada para defender la propiedad privada y reprimir a la clase trabajadora y a los pobres. Fue el capitalismo el que dio lugar a la ideología racista y a la violencia para dividir y dominar a la clase trabajadora. El capitalismo ayudó e instigó al asesinato de George Floyd. Derek Chauvin y los otros oficiales que lo apoyaron son productos de este sistema.
Y, sin embargo, el departamento de policía no ha sido juzgado, ni tampoco los otros tres oficiales presentes en la escena con Derek Chauvin, quienes serán juzgados en agosto. El ayuntamiento, que votó a favor de aumentar el número de policías en la ciudad en diciembre pasado después de prometer el desmantelamiento de la policía, no fue juzgado. Cientos de policías asesinos seguirán saliéndose con la suya mientras persista este sistema.
No existe la justicia ciega e imparcial en una sociedad construida sobre la explotación y la opresión. Nada existe en el vacío. Una sociedad racista y explotadora no producirá un sistema de justicia imparcial, una fuerza policial «daltónica» o cárceles de rehabilitación humana. Los tribunales no son árbitros neutrales de la justicia, sino un brazo del Estado que sirve a los intereses de la clase dominante, y no podemos hacernos ilusiones de que los tribunales acusarán a un sistema al que pertenecen y defienden. No puede haber justicia mientras se mantenga una fuerza policial que se desarrolló a partir de los cazadores de esclavos.
El verano pasado, muchos dentro del movimiento BLM concluyeron que lo que se necesitaba era «desfinanciar» o «abolir la policía». Pero la única forma de eliminar el aparato de aplicación de la ley es derrocar el sistema que dicta las leyes. En última instancia, no basta con simplemente «disolver» la fuerza policial de Minneapolis; se debe cambiar todo el sistema.
Para lograr este objetivo, el movimiento BLM necesita una mayor organización, coordinación y un programa de lucha claro. El movimiento obrero organizado debe poner todo su peso en el movimiento. Vimos un destello del poder potencial del movimiento obrero organizado durante las protestas posteriores al asesinato de Daunte Wright. Después de que se supo que la Guardia Nacional había estado usando el edificio de la Federación del Trabajo Regional de St. Paul, como sede de operaciones, trabajadores de base se presentaron para exigir que fuera desocupada, y la Guardia Nacional se fue sin oponerse. Muchos sindicatos han expresado su solidaridad con los manifestantes, incluida la Asociación de Enfermeras de Minnesota, la Asociación de Trabajadores de Minnesota y la Federación de Educadores de St. Paul.
Los comités de vigilancia vecinal que surgieron en Minneapolis el verano pasado fueron un ejemplo concreto de cómo podría ser la autodefensa y la autoorganización de los trabajadores. Según lo exijan las condiciones, deben ser revitalizados, coordinados por el movimiento sindical, cimentados con una dirección democrática, establecidos en todos los lugares de trabajo y vecindarios, y difundidos por las Ciudades Gemelas (Minneapolis- St. Paul) y por todo el país. Además de proteger nuestros barrios de la policía y los vigilantes de extrema derecha, estos comités, con su conexión orgánica con la clase trabajadora, jugarían un papel vital en la coordinación de los preparativos para una huelga general, que los dirigentes sindicales deberían convocar y movilizar. ¡Esta es la única manera seria de desafiar el dominio de los capitalistas y su sistema!
Solo un movimiento verdaderamente masivo y el poder consciente de la clase trabajadora pueden conseguir siquiera una pizca de justicia para George Floyd y los miles de millones de otras víctimas de este sistema. Para acabar con el racismo, debemos acabar con el capitalismo. Esto es por lo que lucha la CMI, ¡y te invitamos a unirte a nosotros!