La llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador fue un hecho histórico singular en la Historia moderna de México por ser una de las elecciones presidenciables con mayor votación por parte de la ciudadanía. Esa elección se dio en un marco donde las instituciones carecían de credibilidad para la mayoría de la población, lo que provocó la movilización social para evitar un nuevo fraude electoral para el país.
La discusión pública que hoy está presente en el contexto nacional entre AMLO y el INE nos hace reflexionar sobre el papel que ha tenido el instituto a la hora de tomar decisiones claves y reformas políticas concretas para poder garantizar las libertades democráticas de los electores. Ese reflejo institucional no ha terminado por consolidarse y, peor aún, ha aprovechado los marcos legales para mantener ciertos partidos políticos que no compiten ni representan políticamente al pueblo mexicano.
La democracia mexicana se ha construido históricamente en base al poder presidencial y no en base a la soberanía popular que debe ser la benefactora directa de ese sistema político. En la actualidad vivimos un panorama de incertidumbre ante la poca garantía que ofrece el Instituto Nacional Electoral a la hora de elaborar las elecciones tanto locales, como federales. Éste sentimiento de desconfianza es real, está presente en la comunicación cotidiana de la ciudadanía y, en las próximas elecciones del 2021, se hará efectivo ese malestar social ante los partidos tradicionales en México y ante el propio INE.
La crítica de López Obrador al Instituto ha abierto las voces críticas de los partidos de oposición para atacar a uno de los gobiernos más democráticos que ha existido en la Historia mexicana. El propio Lorenzo Córdova ha terminado por declarar que el presidente no tiene “vela” en las elecciones del 2021 y que su injerencia es un riesgo democrático cuando el verdadero riesgo son aquellas expresiones de odio y de golpes blandos que vienen por parte de una derecha organizada en diferentes frentes tanto: medios de comunicación, partidos políticos, grupos compactos empresariales, intelectuales, etc.
Los enemigos democráticos tienen nombre y apellido, deambulan tanto por el espacio público como por el espacio privado. Están presentes en este momento histórico en donde se trata de establecer por parte de la 4T un nuevo Estado moderno que responda a las demandas del interés general de la población. Por mencionar a algunos enemigos a la democracia mexicana encontramos a: Gilberto Lozano, Pedro Ferriz de Con, Jorge Castañeda, Enrique Krauze, Denisse Dresser, la Coparmex y a partidos como el PRI, PAN o PRD. El frente opositor está operando, está presente, es sutil su participación, está disfrazada de libertad de expresión por parte de intelectuales serviles al pasado régimen neoliberal que constituyó una red de corrupción amplia a costa del pueblo.
Los peligros por los que pasa la democracia mexicana vienen de parte de las elites que tratan de recuperar el poder político que perdieron, y que continúan perdiendo, debido a la aceptación social que tiene AMLO en su gobierno. Estos sectores sociales privilegiados asumen un papel de clase dominante que busca por vías institucionales y extra institucionales desestabilizar, desprestigiar y anular este proceso democrático llamado cuarta transformación.
La 4T carece de una verdadera oposición de izquierda que pueda coadyuvar a logar cambios sociales que tengan mucho más alcance y que puedan garantizar una mayor estabilidad y felicidad social a la clase trabajadora, tan golpeada históricamente por intereses particulares. La necesidad histórica de un amplio frente de izquierda anticapitalista es más que necesaria cuando nos encontramos en un tránsito histórico entre la radicalización de la democracia o el regreso de formas de gobierno más autoritarias y reaccionarias que tienen las ansias de romper cualquier cambio social, defendiendo el statu quo.
La cuarta transformación tiene un reto importante en los próximos años y ese es el de la posibilidad de reinventarse día con día, el de visibilizarse como una fuerza progresista verdadera que atiende las voces de los sectores populares y forma su proyecto de nación con base a demandas de distintas clases sociales. La lucha política hoy está en el terreno intelectual, una batalla abierta de dos frentes: el antidemocrático; representado por dirigentes de derecha, la burguesía, los intelectuales, partidos, sindicatos charros y organizaciones sociales; y los impulsos imperialistas.
La posición política debe ser firme por parte de una ciudadanía, más crítica, más consiente políticamente, que identifica en la actualidad quiénes son los enemigos de México y que a medida que pasa el tiempo en este sexenio van sacando su defensa de clase y su interés de generar un proyecto que contrarreste el poder popular. La defensa el voto debe ser un punto fundamental para la próxima elección en donde la derecha tratara de sacar los mismos instrumentos y estrategias para ganar adeptos.
Sin duda alguna este debate no solo corresponde al presidente contra el INE, sino que es un enfrentamiento real entre democracia y autoritarismo o entre pluralidad e intolerancia que va continuar y que no va parar. Queda en nosotros asumir un papel de definición en momentos críticos para la nación mexicana. El imaginario popular responderá efectivamente, en las próximas elecciones. La desconfianza institucional debe ser llenada con espacios políticos nuevos de discusión de propuestas, de generación de ideas de cambio social, que puedan aprovechar este momento histórico para lograr cambios institucionales necesarios para transformar esta frágil democracia mexicana.